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Los teólogos mosaicos, budistas, cristianos y musulmanes han recurrido a la inspiración divina para diferenciar bien y mal. Han visto que el hombre, salvaje o civilizado, ignorante o culto, perverso o bondadoso y honrado, sabe siempre si actúa bien o mal, sabe sobre todo siempre si está actuando mal. Y como no han hallado explicación alguna a este hecho general, han recurrido a la divina inspiración. Los filósofos metafísicos, por su parte, nos han hablado de la conciencia, de un imperativo místico, y no han hecho más, en definitiva, que cambiar de palabras.
Pero no han sabido calibrar el hecho tan simple y tan conmovedor de que los animales que viven en sociedades son también capaces de distinguir entre bien y mal, lo mismo que el hombre. Además, sus ideas de bien y mal son de la misma naturaleza que las del hombre. Entre los representantes mejor desarrollados de cada especie independiente (peces, insectos, aves, mamíferos) son incluso idénticas.
Forel, el inimitable observador de las hormigas, ha demostrado, mediante una serie de observaciones y datos, que cuando una hormiga que tiene el buche bien lleno de miel se encuentra con otras hormigas que tienen el estómago vacío, estas últimas le piden inmediatamente alimento. Y, entre estos pequeños insectos, la hormiga satisfecha tiene el deber de devolver la miel para que sus hambrientas amigas también queden satisfechas. Podríamos preguntar a las hormigas si sería justo negar alimento a otras hormigas del mismo hormiguero cuando una ha recibido su propia cuota. Contestarían, y lo hacen mediante acciones inconfundibles, que sería sumamente injusto. Una hormiga tan egoísta sería tratada con mayor dureza que enemigos de otras especies. Si tal cosa sucediese durante un combate entre dos especies distintas, las hormigas dejarían de luchar para arrojarse sobre la egoísta. Este hecho se ha demostrado mediante experimentos que excluyen cualquier duda.
O preguntemos también a los gorriones de nuestro jardín si es justo no comunicar a toda la pequeña sociedad la noticia de que han tirado migas de pan, para que todos vengan y participen del festín. Preguntadles si ese gorrión ruín ha hecho bien robando del nido de su vecino las pajas que éste había recogido, pajas que el ladrón fue demasiado perezoso para ir él mismo a recoger. Los gorriones contestarán que la acción es injusta, y lo demostrarán persiguiendo al ladrón y picoteándole.
O preguntad a las marmotas si es justo que una niegue acceso a su almacén subterráneo a otras de la misma colonia. Contestarán que es una mala acción, atacando de todos los modos posibles al miserable.
Por último, preguntadle a un hombre primitivo si es justo tomar alimentos de la tienda de un miembro de la tribu durante su ausencia. Contestará que si el individuo podía conseguir su alimento por sí mismo, la acción es absolutamente injusta. Por otra parte, si estaba cansado o necesitado, podría tomar los alimentos de donde los hallase; pero, en tal caso, hará bien en dejar su capa o su cuchillo, o incluso un trozo de cuerda anudada, para que el cazador ausente pueda saber cuando regrese que ha estado ahí un amigo, no un ladrón. Tal precaución le ahorrará la inquietud provocada por la posible presencia de un merodeador cerca de su tienda.
Podrían citarse miles de hechos similares, podrían escribirse libros enteros que demostrarían hasta qué punto son idénticas las ideas de bien y mal entre los hombres y el resto de los animales.
La hormiga, el gorrión, la marmota, el salvaje no han leído a Kant ni a los Padres de la Iglesia, ni siquiera a Moisés. Y, sin embargo, todos tienen la misma idea de bien y mal. Y si reflexionamos un instante sobre lo que hay en el fondo de esta idea, veremos directamente que lo que hormigas, marmotas y moralistas cristianos o ateos consideran bueno es lo que es útil para la preservación de la especie, y lo que se considera malo es lo que es perjudicial para su preservación. Pero no para el individuo, como decían Bentham y Mill, sino lo que es justo y bueno para toda la especie.
La idea de bien y mal no tiene pues nada que ver con la religión o con una mística conciencia. Es una necesidad natural de las especies animales. Y cuando fundadores de religiones, filósofos y moralistas nos hablan de entidades divinas o metafísicas, no hacen sino refundir lo que hormigas y gorriones practican en su pequeña sociedad.
¿Es esto útil para la sociedad? Entonces es bueno. ¿Es perjudicial? Entonces es malo.
La idea puede ser extremadamente limitada entre animales inferiores, puede ampliarse entre los animales más avanzados; pero su esencia es siempre la misma.
Entre las hormigas no va más allá del hormiguero. Las costumbres sociales, las normas de buena conducta sólo son aplicables a los individuos de aquel hormiguero, no a los demás. Un hormiguero no considerará a otro perteneciente a la misma familia, salvo circunstancias excepcionales, como una enfermedad común que afecte a ambos. Así mismo, los gorriones de los Jardines de Luxemburgo de París, aunque se ayudarán mutuamente de forma conmovedora, lucharán hasta la muerte con otro gorrión de la Plaza Monge que se atreviera a aventurarse en su territorio.
Y el salvaje considerará a un salvaje de otra tribu como un individuo al que no se aplican los usos de la propia. Es incluso admisible venderle, y vender es siempre robar más o menos al comprador; comprador o vendedor, uno u otro está siempre vendido. Un tchoutche consideraría un crimen vender a los miembros de su propia tribu: a ellos les dará sin nada a cambio. Y cuando el hombre civilizado comprenda al fin las relaciones que existen entre él mismo y el más simple papú, relaciones estrechas, aunque imperceptibles a primera vista, ampliará sus principios solidarios a todo el género humano, e incluso a los animales. La idea se amplía, pero el fundamento sigue siendo el mismo.
Por otra parte, la idea de bien y mal varía según el grado de inteligencia o de conocimientos adquiridos No hay nada invariable al respecto.
El hombre primitivo puede haber considerado muy correcto (es decir, útil para la especie) devorar a sus parientes ancianos cuando se convierten en una carga para la comunidad, carga en general muy pesada. Puede haber considerado también útil para la comunidad matar a sus hijos recién nacidos y dejar sólo dos o tres en cada familia, para que pueda la madre amamantarlos hasta los tres años y prodigarles más atenciones.
Las ideas han variado en nuestros días, pero los medios de subsistencia no son ya los que eran en la Edad de Piedra. El hombre civilizado no se encuentra en la situación de la familia salvaje que tiene que elegir entre dos males: devorar a los parientes viejos o resignarse a una alimentación insuficiente que traería como consecuencia el que pronto fuesen todos incapaces de alimentar tanto a los parientes viejos como a los niños pequeños. Debemos trasladamos a aquellos tiempos, que apenas si podemos conjurar en nuestro pensamiento, para comprender que, en las circunstancias de entonces, el hombre semisalvaje quizás razonase con bastante justeza.
La forma de pensar puede cambiar. La consideración de lo que es útil o perjudicial para la especie cambia, pero el fundamento no varía. Y si queremos resumir toda la filosofía del reino animal en una sola frase, veremos que hormigas, pájaros, marmotas y hombres están de acuerdo en un punto.
La moral que se deriva de la observación del conjunto del reino animal puede resumirse en estas palabras: trata a los demás como te gustaría que ellos te tratasen a ti en las mismas circunstancias.
Y esto significa: ten en cuenta que esto es sólo un consejo; pero un consejo que es fruto de la larga experiencia social de los animales. Y entre la gran masa de animales sociales, incluido el hombre, se ha hecho habitual actuar de acuerdo con este principio. En realidad, ninguna sociedad podría existir sin él, ninguna especie podría haber superado los obstáculos naturales contra los que debe luchar.
¿Es realmente este mismo principio el que surge de la observación de los animales sociales y de las sociedades humanas? ¿Es aplicable? ¿Cómo se convierte este principio en hábito y se desarrolla continuamente? Lo veremos ahora.
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