Índice del libro La moral anarquista de Pedro KropotkinCapítulo anteriorBiblioteca Virtual Antorcha

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Lo que el género humano admira en un hombre auténticamente moral es su energía, la exuberancia de vida que le empuja a entregar su inteligencia, su sentimiento, su acción, sin pedir nada a cambio.

El vigoroso pensador, el hombre que desborda vida intelectual, busca naturalmente difundir sus ideas. No hay ningún placer en el pensamiento a menos que el pensamiento se comunique a otro. Sólo el hombre asolado por la pobreza mental, tras cazar laboriosamente una idea procura por todos los medios ocultarla para poder luego etiquetarla con su propio nombre. El hombre de vigorosa inteligencia expande sus ideas; las derrama a puñados. Se siente destrozado si no puede compartirlas con otros, si no puede esparcirlas por todas partes: en ello está su vida.

Lo mismo respecto al sentimiento. No somos bastante por nosotros mismos: tenemos más lágrimas de las que exigen nuestros propios sufrimientos, más capacidad de gozo de lo que nuestra propia existencia pueda justificar, dice Guyau, resumiendo así toda la cuestión de la moral en unas cuantas líneas admirables, captadas en la naturaleza. El ser solitario es desdichado, está inquieto, porque no puede compartir con otros sus pensamientos y sentimientos. Cuando experimentamos algún gran placer, deseamos que los otros sepan que existimos, que sentimos, que amamos, que vivimos, que luchamos, que combatimos.

Al mismo tiempo, sentimos la necesidad de ejercitar nuestra voluntad, nuestra activa energía. Para la inmensa mayoría del género humano actuar, trabajar, se ha convertido en una necesidad. Hasta el punto de que cuando condiciones absurdas divorcian a un hombre o una mujer del trabajo útil, inventan algo que hacer, inventan alguna obligación inútil y sin sentido para abrir un campo a su energía activa. Inventan una teoría, una religión, un deber social para convencerse de que hacen algo útil. Cuando bailan, es con fines benéficos. Cuando se arruinan, con caros vestidos, es para mantener la posición de la aristocracia. Cuando no hacen nada, es por principios.

Necesitamos ayudar a nuestros semejantes, echar una mano para empujar el carro que laboriosamente arrastra la humanidad; en cualquier caso giramos alrededor de él, dice Guyau. Esta necesidad de aportar el propio esfuerzo es tal que se encuentra entre todos los animales sociales, por muy bajo que sea su nivel en la escala. Qué es todo ese enorme volumen de actividad que se derrocha inútilmente en la política, día a día, sino expresión de la necesidad de echar una mano para empujar el carro de la humanidad, o al menos de girar a su alrededor.

Por supuesto, si esta fecundidad del deseo, esta sed de la acción, va acompañada de una pobreza de sentimiento y una inteligencia incapaz de crear, produce sólo un Napoleón o un Bismarck, sabihondos que intentan obligar al mundo a ir hacia atrás. Mientras que por otra parte, la fertilidad mental carente de sensibilidad bien desarrollada, produce frutos tan estériles como esos literatos y científicos pedantes que sólo obstaculizan el progreso del conocimiento. Por último, la sensibilidad no guiada por una gran inteligencia producirá individuos como la mujer dispuesta a sacrificarlo todo por algún hombre bestial, en el que vierte todo su amor.

Para que la vida sea realmente fructífera, debe serlo a la vez en inteligencia, en sentimiento y en voluntad. Esta fertilidad en todas direcciones es vida; la única cosa digna de tal nombre. Por un momento de esta vida, dan los que han tenido un vislumbre de ella, años de existencia vegetativa. Sin esta vida desbordante, el hombre envejece antes de tiempo, es un ser impotente, una planta que se marchita sin haber florecido.

Dejemos para la corrupción del último día esta vida que no es vida, grita el joven, el verdadero joven lleno de savia que anhela vivir y que a su alrededor esparce vida. Siempre que una sociedad se hunde en la decadencia, el empuje de jóvenes como éste, derrumba la antigua economía y las antiguas formas políticas y morales para dejar sitio al crecimiento de una nueva vida. ¡Qué importa que algunos caigan en la lucha! Aun así, la savia sube. ¡Para la juventud vivir es florecer, sean cuales sean las consecuencias! No las lamenta.

Pero dejando a un lado los períodos heroicos de la especie humana, considerando sólo la existencia diaria, ¿es vida vivir en desacuerdo con el ideal propio?

Hoy en día se dice a menudo que los hombres se burlan del ideal. Es fácil entender por qué. La palabra se ha usado tantas veces para engañar a los simples de corazón que es inevitable, y saludable, una reacción. Nos gustaría también substituir la palabra idea, tan a menudo manchada y degradada, por una nueva palabra más en consonancia con las nuevas ideas.

Pero sea cual sea la palabra, el hecho es el mismo: todo ser humano tiene su ideal. Bismarck tuvo el suyo, aunque extraño: un gobierno de sangre y de hierro. Hasta los filisteos, todos ellos, tienen su ideal, por mezquino que sea.

Pero junto a éstos, está el ser humano que ha concebido un ideal más alto. No puede satisfacerle la pura vida animal. El servilismo, la mentira, la mala fe, la intriga, la desigualdad en las relaciones humanas, la sublevan. ¿Cómo puede él a su vez hacerse servil, ser mentiroso, intrigante, tratar despóticamente a los otros? Vislumbra lo hermosa que podría ser la vida si fuesen mejores las relaciones de los hombres: siente en su interior la capacidad de lograr establecer esas mejores relaciones con los que puedan cruzarse en su camino. Concibe lo que se llama un ideal.

¿De dónde viene este ideal? ¿Cómo lo forman la herencia por un lado y las impresiones de la vida por otro? No lo sabemos. Podemos explicar como mucho su historia, con mayor o menor veracidad, en nuestras propias biografías. Pero es un hecho real: variable, progresivo, abierto a influencias externas, pero siempre vivo. Es un sentimiento en gran medida inconsciente de lo que proporcionaría el mayor acopio de vitalidad, de la alegría de vivir.

La vida es vigorosa, fértil, rica en sensaciones, sólo si se responde a este sentimiento del ideal. Si actúa contra él, sentirás que tu vida se encoge en sí misma. No es ya para uno, pierde su vigor. Si traicionas a menudo tu ideal acabarás paralizando tu voluntad, tu energía activa. Pronto te verás incapaz de recuperar el vigor, la espontaneidad de decisión que antes tenías. Serás un hombre roto.

No hay secreto en esto, si consideramos que el ser humano es un compuesto de centros nerviosos y cerebrales que actúan independientemente. Si vacilas entre los diversos sentimientos que se debaten dentro de ti, pronto acabarás quebrando la armonía del organismo; serás un individuo enfermo, sin voluntad. Disminuirá la intensidad de tu vida. Buscarás compromisos en vano. No serás ya el ser completo, fuerte, vigoroso que eran cuando tus actos estaban de acuerdo con las concepciones ideales de tu pensamiento.

Hay épocas en que las concepciones morales cambian por completo. El hombre se da cuenta de que lo que había considerado moral es la inmoralidad más profunda. En algunos casos es una costumbre, una tradición venerada, que es fundamentalmente inmoral. En otros, encontramos un sistema moral adaptado a los intereses de una sola clase. Nosotros los arrojamos por la borda y elevamos el grito de ¡Abayo la moral! Actuar inmoralmente se convierte en deber.

Demos la bienvenida a tales épocas porque son épocas de crítica. Son signo infalible de que el pensamiento trabaja en la sociedad. De que empieza a alumbrar una moral más alta.

Hemos intentado formular lo que será esa moral, basándonos en el estudio de los hombres y los animales.

Hemos visto el tipo de moralidad que hoy incluso va tomando forma en las ideas de las masas y de los pensadores. Esta moral no impondrá mandatos. Rechazará de una vez por todas la idea de modelar a los individuos de acuerdo con una idea abstracta, lo mismo que rechazará mutilados con la religión, la ley o el gobierno. Dejará al hombre individual plena y perfecta libertad. Será sólo un simple registro de datos y hecbos, una ciencia. Y esta ciencia dirá al hombre: Si no eres consciente de la fuerza que bay dentro de ti, si tus energías sólo son las suficientes para mantener una vida incolora y gris, sin impresiones fuertes, sin alegrías profundas, pero también sin profundos pesares, entonces, atente a los simples principios de una justa igualdad. En las relaciones de igualdad hallarás probablemente el máximo de felicidad posible para tus débiles impulsos.

Pero si sientes en su interior el vigor juvenil, si quieres vivir, si quieres gozar de una vida plena, perfecta y desbordante, es decir, conocer el supremo gozo que pueda desear un ser vivo. sé fuerte, sé grande, sé vigoroso en todo cuanto hagas.

Siembra vida a tu alrededor. Ten en cuenta que si engañas, si mientes, si intrigas, si estafas y defraudas, te rebajarás a ti mismo, te degradarás, confesarás de antemano tu propia flaqueza, jugarás el papel del esclavo del harén que se siente inferior a su amo. Haz esto si quieres, pero has de saber que la humanidad te considerará mezquino, despreciable y débil Y te tratará como tal. Sin pruebas de tu fuerza, actuará contigo como si fueses un ser digno de lástima ... y sólo de lástima. No acuses a la humanidad si tú mismo, por tu propia decisión, paralizas tus energías. Sé por el contrario fuerte, y cuando veas la injusticia y la hayas identificado como tal (desigualdad en la vida, una mentira en la ciencia, un sufrimiento causado por otro) rebélate contra lo mismo, lo falso y lo injusto.

¡Lucha! Luchar es vivir, y cuanto más encarnizada la lucha más intensa la vida. Entonces habrás vivido; y unas horas de esa vida valen años gastados vegetando.

Lucha para que todo pueda vivir esa vida rica y desbordante. Y no dudes de que en esta lucha hallarás un gozo superior al que pueda proporcionarte cualquier otra cosa.

Esto es cuanto puede decirte la ciencia de la moral. La elección es tuya.

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