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ESTRUCTURAS FUNDAMENTALES DE UN REGIMEN PERSONALISTA
EN PRO DE LA INICIATIVA HISTÓRICA
La creencia de que lo espiritual, sea cual sea la forma última en que se lo conciba, sigue siendo asunto privado de moral individual, es común a todas las doctrinas que hemos rechazado: al idealismo burgués, que abandona lo social a las leyes de bronce; al realismo fascista, que rechaza, hasta en la vida privada, cualquier otra autoridad espiritual que la del Estado; al materialismo marxista, para quien las pseudo-realidades espirituales y personales no tienen iniciativa primaria en los asuntos humanos.
El personalismo que hemos circunscrito coloca al contrario un valor espiritual, la persona, receptáculo o raíz del conjunto de los demás, en el corazón mismo de la realidad humana. La persona no es, como algunos conceden a veces, un coeficiente entre otros muchos de la aritmética social. No acepta ser relegada al papel de simple correctivo de una espiritualidad que le extraña. En las doctrinas de aquellas civilizaciones de las que nosotros renegamos, hemos señalado por espíritu de justicia cualquier huella, incluso confusa, de inspiración persanalista. Esta atención a los núcleos del personalismo en cualquier sitio donde aparecen escombros del mundo moderno, este gusto de la diversidad misma de sus aspectos, está tan justamente dominado por el espíritu mismo del personalismo que no pensamos nunca tener la tentación de renunciar a ello por cualquier nuevo dogmatismo en el que nos negaríamos a nosotros mismos. Unicamente nos interesa que esta atención no se disperse. Optar por el conjunto de valores que hemos resumido bajo el nombre de personalismo es optar por una inspiración que debe colocar su acento sobre las estructuras fundamentales y hasta en el detalle de todos los organismos de iniciativa humana.
El personalismo, desde hoy, debe tomar conciencia de su misión histórica decisiva. Ayer no era más que un impulso difuso y a menudo excéntrico en unos movimientos culturales, políticos y sociales muy distintos. Como todo valor que busca un nuevo camino histórico, ha inspirado durante cierto tiempo más indecisiones que líneas de conducta, más abstenciones que iniciativas. Hoy ha agrupado bastantes voluntades, ha elucidado suficientemente sus principios básicos y sus deberes próximos para jugarse a la luz del día su propia baza, que es la baza del hombre frente al mundo burgués, al marxismo y a los fascismos. Al inspirar también una concepción total de la civilización, vinculada al destino más profundo del hombre real, no tiene por qué mendigar un lugar en ninguna fatalidad histórica, y aún menos en ninguna baraúnda política; ahora, con la simplicidad y el desinterés de los que sirven al hombre, debe tomar en los sitios que están preparados a ello la iniciativa de la historia.
Sabemos que todas las formas de positivismo, reaccionario, tecnócrata, fascista o marxista rehusarán a priori toda competencia al personalismo. Para ellos son determinismos políticos, técnicos o económicos los que gobiernan la Historia. Hacer preceder una ciencia de la ciudad, o de la economía, o de la acción, de un prejuicio teórico o sentimental es, dicen ellos, injertar tres peligros en tres errores.
En primer lugar, las leyes de la moral individual se extienden indebidamente a la materia social: como en toda usurpación de competencia, no resulta de ello más que la anarquía. Por otra parte, a las enfermedades colectivas se aplican medicamentos individuales ineficaces, en los que se desvían otras tantas energías útiles para una defensa colectiva contra el mal social.
En segundo término, a unas realidades naturales, que evolucionan según unas necesidades y unas leyes propias, se aplican consideraciones ideales sin ninguna fuerza sobre ellas, puesto que las mismas proceden ya de una fraseología sentimental vacía, ya de un universo sobrenatural que no se mezcla en absoluto con las bajas realizaciones de la historia. Resultado nulo o pernicioso: no se hace más que debilitar un poco lo que es fuerte, degradar un poco lo que es sólido, desconsiderar un poco lo que es noble en las acciones y en las instituciones terrestres en nombre de la moral ideal (1).
Finalmente, si el poder llega a caer en manos de los ideólogos, o de sus discípulos, se supone que no dejarán de hacer de él una especie de teocracia o de clericalismo espiritual, reflejo en las instituciones de la primacía de lo espiritual que gobierna sus doctrinas.
Estas críticas y prevenciones se dirigen parcialmente contra cierto idealismo doctrinario o moralizante del que nos distinguimos con bastante claridad. Nuestro personalismo, cuando enraíza sus investigaciones, incluso técnicas, en la primacía de la persona, se mueve en un universo completamente distinto del mundo de los espiritualismos inconsistentes.
Porque es un realismo integral, atento a lo inferior como a lo superior, acepta e integra la existencia de las colectividades naturales y de las necesidades históricas que la técnica moral individual -lo hemos afirmado en el encabezamiento del manifiesto- no tiene competencia para resolver únicamente por sí misma. Hemos señalado, y nunca lo señalaremos bastante, que los problemas colectivos requieren un mínimo de soluciones colectivas; que el perfeccionamiento moral, radicalmente necesario para la solidez de las instituciones, no basta para dar la competencia técnica y la eficacia histórica; que las instituciones, por último, se transforman más rápidamente que los hombres, y deben suplir las debilidades de los individuos, tanto como sea posible, esperando los frutos de su buena voluntad. Pero decimos que los determinismos deben plegarse, en toda la extensión en que lo permite su resistencia, a los fines humanos superiores, y que las mismas colectividades naturales no se consuman en sus propias leyes, sino que están subordinadas a la eclosión y a la realización de las personas.
Hemos denunciado, y jamás lo denunciaremos bastante, los estragos causados por estas ideologías rígidas y alejadas de toda realidad que usurpan la representación de lo espiritual y oponen a la historia, creyendo servir la verdad, unos discursos morales, unas recetas para todo o unos esquemas lógicos. Este rigorismo orgulloso no tiene nada que ver con el realismo espiritual. Los que incluso consideran la verdad como metafísicamente trascendente a la historia, declaran que se halla encarnada, y que lleva una misma alma, unas mismas expresiones, bajo caras históricas que cambian con el espacio, con el tiempo y con los hombres. La primacía de lo espiritual sobre lo técnico, lo político y lo económico no tiene ninguna analogía con la rigidez lógica o el moralismo formal que desde fuera pretenden imponer a la historia y a las instituciones unos esquemas trazados de antemano, un formulario que hay que tomar o dejar. En este sentido, ni siquiera los personalistas son gentes morales. El sentido del hombre personal entraña el sentido de la existencia y el sentido de la historia. Es decir, que el ideal personalista es un ideal histórico concreto, que no hace pareja nunca con el mal o con el error, pero que se aúna con la realidad histórica siempre mezclada en la que se han comprometido las personas vivas, para obtener de ella en cada ocasión, según los tiempos y los lugares, el máximo de realización.
Respecto a la última objeción, la concepción del Estado que expondremos más adelante aclarará la repugnancia que sentimos por cualquier régimen que imponga a las personas, por vía de órdenes colectivas, lo que pertenece a la libre adhesión de cada una.
Volvemos así a nuestra gran declaración del comienzo: ni doctrinarios ni moralizantes. El campo de la ideología y del discurso moral es precisamente ese terreno impreciso y etéreo que marxistas y burgueses tienden a colocar a medio camino entre un cielo vacío y una tierra extranjera: es una prudencia viva la que el personalismo quiere infundir en las estructuras sometidas al hombre, una prudencia que no las aborda desde el exterior, sino que desde el interior modifica su materia, orienta sus mecanismos e impulsa su movimiento.
ORIENTACIONES GENERALES
Debemos tener tan sólo el cuidado de no precipitar las conclusiones de esta sabiduría. El mundo moderno ha imaginado, probado y usado muchos sistemas polarizados en la omnipotencia del Estado, la anarquía del individuo o el primado de lo económico. No ha pensado apenas, ni apenas ha bosquejado de forma dispersa una civilización que, al integrar todas sus adquisiciones positivas, estuviese orientada a la protección y la eclosión de personas humanas. Nada se ha hecho para determinar, ante todo, conjuntado y con cierto rigor de concepción, las instituciones de una ciudad persona lista para ponerlas a prueba a continuación. Trabajo, y después, esperémoslo, historia de largo impulso, de los que sería presuntuoso querer hacer aquí algo más que indicar las condiciones previas y las exigencias generales, evitando vincular a unos resultados provisionales lo que debe seguir siendo inspiración de los intentos que ahora comienzan.
El personalismo debe imprimir a las instituciones una doble orientación:
1. Un condicionamiento negativo: no hacer nunca de alguna persona una víctima de su pesadumbre o un instrumento de su tiranía; no usurpar la parte propiamente personal del dominio privado y, en el dominio público, la vida de los particulares: proteger esta parte sagrada contra las opresiones posibles de otros individuos o de otras instituciones; limitar las violencias necesarias a las exigencias de las necesidades naturales y a las de un orden público dotado de un régimen flexible de control, de revisión y de progreso.
2. Una orientación positiva: dar a un número cada vez mayor de personas, y en definitiva dar a cada uno, los intrumentos apropiados a las libertades eficaces que le permitirán realizarse como personas; revisar a fondo unas estructuras y una vida colectiva que desde hace un siglo se han desarrollado con una rapidez prodigiosa al margen de la preocupación por las personas, y, por tanto, contra ellas; imbuir en todos los engranajes de la ciudad las virtudes de la persona, desarrollando al máximo, en cualquier nivel y en todo lugar, la iniciativa, la responsabiildad, la descentralización.
Las indicaciones que aquí daremos, que han sido pensadas en Francia, y teniendo como principal base experimental unas realidades francesas, no ocultamos que han de llevar, en el ejemplo e incluso en el estilo, la huella de su origen. A la universalidad engañosa de las fórmulas intemporales preferimos la universalidad viva que fácilmente se deduce de un testimonio singular. Que otros temperamentos nacionales encuentren la misma inspiración en formas más apropiadas a su temperamento, sobre una materia institucional y humana distinta. Unos primeros síntomas, que confirman una larga tradición, nos hacen pensar que la elaboración de una ciudad personalista será la aportación original a las revoluciones del siglo XX de los países occidentales, donde el sentido de la libertad y de la persona está particularmente vivo: Francia, Inglaterra, Bélgica, Suiza, España, principalmente. Siendo un principio tan próximo al hombre, nada obsta a que lleve a continuación su fecundidad, multiplicada por unas riquezas inesperadas, mucho más allá de este cantón del universo.
En el bosquejo siguiente, seguiremos no el orden de urgencia táctica, sino el orden que va de las instituciones más próximas a la persona a aquellas instituciones de alcance más amplio.
Notas
(1) Thierry Maulnier.
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