Índice del libro El pragmatismo de William JamesCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CUARTA CONFERENCIA

LO UNO Y LO MÚLTIPLE

Vimos en la última conferencia qué el método pragmático, al ocuparse de determinados conceptos, en lugar de acabar en una contemplacion admirativa, se incorpora con ellos a la corriente de la experiencia, prolongando de este modo su perspectiva. Plan, libre arbitrio, espíritu absoluto, espíritu en lugar de materia, poseen por su sola significación, una promesa mejor con respecto al resultado de este mundo. Falsos o verdaderos, su significado consiste en este meliorismo. Algunas veces he pensado que el fenómeno llamado reflexión total en óptica es un buen símbolo de la relación entre las ideas abstractas y las realidades concretas, según la concibe el pragmatismo. Manténgase un vaso de agua a la altura de los ojos y mírese a través del agua su superficie; o mejor aún, mírese a través del cristal plano de un acuario, y se verá entonces una imagen refleja, extraordinariamente brillante, por ejemplo, de la llama de una vela o de cualquier otro objeto luminoso situado al lado opuesto del vaso. Ningún rayo, en tales circunstanCias, alcanza más alla de la superficie del agua: cada rayo se refleja totalmente en el fondo. Representemos ahora el mundo de los hechos sensible por el agua, y el mundo de las ideas abstractas por el aire que está sobre él. Ambos mundos son reales, por supuesto, y se influyen mutuamente, pero su acción recíproca sólo tiene lugar dentro de sus límites y el locus de todo lo que vive y de lo que nos sucede, en cuanto atañe a las experiencias, es el agua. Somos como peces que nadan en el mar de los sentidos, limitados arriba por el elemento superior, pero incapaces de respirarlo con pureza o de penetrar en él. Sin embargo, alcanzamos de él el oxígeno, estamos en contacto con él incesantemente, ahora aquí y luego allá, y siempre que esto ocurre volvemos al agua con más energía y determinación. Esas ideas abstractas de las que está compuesto el aire, son indispensables para la vida, pero irrespirables por sí mismas y activas sólo en su función re-directora. Todos los símiles son defectuosos, pero éste me cautiva. Muestra cómo algo, que no es suficiente para la vida en sí misma, puede no obstante ser un determinante efectivo de la vida en otra parte.

Y ahora voy a ilustrar el método pragmatista con otra aplicación más. Deseo aclararlo con el antiguo problema de lo uno y lo múltiple. Sospecho que a muy pocos de ustedes habra ocasionado insomnio este problema, y no me extrañaré si me dicen que nunca se molestaron en conocerlo. Después de muchas cavilaciones, lo considero el más importante de todos los problemas filosóficos, el problema central, a causa de su fecundidad. Quiero decir que si se sabe si un hombre es un decidido monista o un decidido pluralista, se sabe quizá más sobre el resto de sus opiniones que calificándole con cualquier otro nombre acabado en ista. El creer en lo uno o en lo múltiple es una clasificación con el máximo número de consecuencias, como procuraré demostrarles durante una hora, mientras trato de infundirles mi propio interés por este problema.

La filosofía ha sido definida a menudo como la búsqueda o la visión de la unidad del mundo. Pocas personas discutirían esta definición, que es verdadera en lo que dice, pues la filosofia sin duda alguna, ha manifestado sobre todo su interés por la unidad. Pero, ¿qué decir acerca de la variedad de las cosas? ¿Es ésta una cuestión irrelevante? Si, en lugar de emplear el término filosofía, hablamos en general de nuestro intelecto y de sus necesidades, observaremos rápidamente que la unidad es sólo una de estas últimas. El conocimiento de los detalles de hecho es siempre reconocido, de acuerdo con su reducción a sistema, como un sello indispensable de excelencia mental. El espíritu erudito de tipo enciclopédico, filológico, el hombre de letras, nunca ha dejado de compartir el elogio que se concede al filosofo. A lo que nuestro intelecto realmente aspira no es ni a la variedad ni a la unidad aisladamente consideradas, sino a la totalidad! (1) Aquí, el conocimiento de las diversidades de la realidad es tan importante como comprender sus conexiones. La curiosidad marcha pari passu con la pasión sistematizadora.

A pesar de este hecho evidente, la unidad de las cosas ha sido siempre considerada más ilustre, digámoslo así, que su variedad. Cuando un joven concibe la noción de que el mundo en su totalidad constituye un gran hecho, con todas sus partes moviéndose progresivamente, digámoslo así, y entrelazadas, siente como si estuviera gozando de una comprensión profunda y juzga compasivamente a quien no es capaz de comprender tan sublime concepción. Tomada así en abstracto, como se nos aparece, la comprensión monista es tan vaga que difícilmente parece digna de ser defendida intelectualmente. Sin embargo, todos los que aquí me escuchan la acarician probablemente. Un cierto monismo abstracto, una determinada respuesta emocional al carácter de unidad, como si fuera un rasgo del mundo no coordinado con su multiplicidad, pero muchísimo más excelente y eminente, prevalece tanto en los círculos cultos que casi podría considerarse parte integrante del sentido común filosófico. Naturalmente, decimos, el mundo es uno. ¿Cómo podría ser de otro modo? Los empiristas, por lo general, son tan obstinados monistas de esta clase abstracta como lo son los racionalistas.

La diferencia consiste en que los empiristas se ofuscan menos. La unidad no los ciega para todo lo demás, no suprime su curiosidad hacia los hechos especiales, en tanto que existe una clase de racionalistas que interpretan la unidad abstracta místicamente y olvidan toda otra cosa para tratarla como un principio; para admirarla y adorarla; con todo lo cual llegan a una paralización intelectual absoluta.

¡El mundo es Uno! Esta fórmula puede llegar a convertirse en una especie de culto numeral. El tres y el siete fueron considerados números sagrados, pero, considerados abstractamente, ¿por qué es el uno más excelente que el cuarenta y tres o que el dos millones diez? En esta primera vaga convicción de la unidad del mundo hay tan poco que considerar, que difícilmente sabemos lo que queremos decir.

La única manera de seguir adelante con nuestra noción es tratarla pragmáticamente. Concediendo que la unidad existe, ¿qué hechos serán diversos en consecuencia? ¿En qué reconoceremos la unidad? El mundo es Uno; sí, pero ¿cómo es uno? ¿Cuál es el valor práctico de esta unidad para nosotros?

Al plantear tales cuestiones pasamos de lo vago a lo definido, de lo abstracto a lo concreto. Se nos aparecen varios caminos en los que la unidad predicada del Universo podría ser de importancia. Iré señalando sucesivamente los más obvios.

1. Primero, el mundo es, por lo menos, un objeto para el razonamiento. Si su multiplicidad fuera tan irremediable que no permitiera ninguna unión de sus partes, ni siquiera nuestras gentes podrían mentar al todo de golpe: serían como ojos que intentan mirar en direcciones opuestas. De hecho, con los términos abstractos mundo y universo pretendemos abarcar la totalidad, lo que expresamente significa que no quedará afuera ninguna parte. Tal unidad de razonamiento no implica evidentemente especificaciones monísticas ulteriores. Lo que antaño se denominaba caos, posee tanta unidad de razonamiento como un cosmos. Es un hecho tan extraño que muchos monistas consideren una gran victoria a su favor el que los pluralistas afirmen: el universo es múltiple. ¡El Universo! -exclaman riendo entre dientes-; su propio lenguaje los traiciona. Sin querer confiesan su monismo. Bien, pensemos por un momento que es así. Se puede llamar Universo al conjunto de todas las cosas, pero ¿qué supone esto? Queda por saber si esta unidad tiene, o no, un sentido más valioso.

2. ¿Son las cosas, por ejemplo, continuas? ¿Se puede pasar de la una a la otra, manteniéndose dentro del propio Universo, sin peligro de quedar fuera de él? En otras palabras, ¿las partes de nuestro Universo permanecen unidas en lugar de estar separadas como granos sueltos de arena?

Incluso los granos de arena permanecen unidos en el espacio en que están situados, y si ustedes pudieran moverse de algún modo a través de ese espacio podrían pasar continuamente desde el numero uno de ellos al número dos. Así, pues, el espacio y el tiempo son los vehículos de continuidad mediante los cuales las partes del mundo se mantienen unidas. La diferencia práctica para nosotros, resultante de estas formas de unión, es inmensa. Toda nuestra vida motora se basa en ellas.

3. Existen otras innumerables vías de continuidad práctica entre las cosas. Pueden trazar líneas de influencia mediante las cuales se mantienen en cohesión. Siguiendo cualquiera de ellas se pasaría de una cosa a otra hasta llegar a recorrer una gran parte de la extensión del Universo. Con respecto al mundo físico, tales influencias unificantes son la gravedad y el calor. Las influencias químicas, eléctricas y luminosas siguen líneas de influencia semejantes. Pero los cuerpos opacos e inertes interrumpen aquí la continuidad, de manera que hay que flanquearlos o cambiar el modo de marcha si se desea ir más lejos ese día. Prácticamente, pues, ustedes habrán perdido la unidad del Universo en cuanto se hallaba constituida por aquellas primeras líneas de influencia.

Son innumerables las clases de conexión que las cosas especiales tienen con otras también especiales y el ensemble o conjunto de cualquiera de estas conexiones forma una especie de sistema mediante el cual las cosas se relacionan. Así, los hombres están relacionados en una vasta red de conocimientos. Brown conoce a Jones, Jones conoce a Robinson, etcétera, y eligiendo debidamente los intermediarios ulteriores, puede enviarse un mensaje desde Jones al emperador de la China o al jefe de los pigmeos de Africa, o a cualquiera otra persona del mundo habitado. Pero todo parará en seco, como si tropezáramos con un cuerpo mal conductor, si se elige una persona inadecuada. Estos, que podríamos denominar sistemas de afecto, están como injertados en el sistema de conocimiento mutuo. A ama (u odia) a B; B ama (u odia) a C, etcétera. Pero estos sistemas son más pequeños que el gran sistema de conocimiento recíproco que presuponen.

Los esfuerzos humanos están unificando diariamente el mundo según modos sistemáticos cada vez más definidos. Hallamos sistemas comerciales, coloniales, postales, consulares, cuyas partes obedecen a influencias definidas que se propagan dentro del sistema, pero no a hechos externos. Resultado de esto son innumerables y pequeñas interdependencias de las partes del mundo dentro de otras mayores, pequeños mundos, no sólo del razonamiento, sino del funcionamiento, dentro del ancho Universo. Cada sistema ejemplifica un tipo o grado de unión, en el que las partes están ensartadas en esa peculiar clase de relación, de manera que una misma parte puede figurar en muchos otros sistemas diferentes, lo mismo que un hombre puede tener varios oficios y pertenecer a varios clubs. Por lo tanto, desde este punto de vista sistemático, el valor pragmático de la unidad del mundo consiste en que todas estas mallas existen real y prácticamente. Unas abarcan más y son más extensas que otras; se superponen unas sobre otras y entre todas ellas no dejan escapar la menor parte elemental e individual del Universo. Aunque es enorme la falta de conexión entre las cosas (pues estas influencias y conjunciones sistemáticas siguen vías rígidamente exclusivas), todo cuanto existe se halla influido de algún modo por alguna otra cosa, y es fácil saberlo, si se elige rectamente el camino. Hablando en general, puede decirse que todas las cosas se vinculan y adhieren entre sí de algún modo y que el Universo existe prácticamente en formas reticuladas o concatenadas, que hacen de él un algo continuo o integrado. Cualquier clase de influencia contribuye a unificar el mundo, mientras sea posible seguirla paso a paso. Cabe, entonces, decir que el mundo es Uno, con arreglo a estos respectos y en tanto pueda ser alcanzado. Pero de una manera tan definitiva no es Uno, si no puede alcanzarse; no hay especie de conexión que no fracase, si en vez de escoger conductores adecuados se eligen no-conductores. Esto les detendrá a ustedes en el primer paso y tendrán que considerar al mundo como múltiple desde este punto de vista particular. Si nuestra inteligencia hubiera estado tan interesada en las relaciones disyuntivas como lo está en las conjuntivas, la filosofía habría celebrado con igual éxito la desunión del mundo.

El punto principal que conviene advertir es que la unidad y la multiplicidad están aquí absolutamente coordinadas. Ninguna es primordial, esencial o más excelente que la otra. Lo mismo que en el espacio, en el que la separación de las cosas parece exactamente correr parejas con su unificación, aunque algunas veces se nos presente aquella función y otras veces ésta, así también en nuestras relaciones generales con el mundo de las influencias necesitamos unas veces elementos conductores y otras no conductores. La sabiduría radica en discernir lo que conviene en cada momento.

4. Todos estos sistemas de influencia o de no influencia pueden comprenderse en el problema general de la unidad causal del mundo. Si las influencias causales menores entre las cosas convergieran hacia una causa común origen de ellas en el pasado, una gran primera causa para todo lo que es, se podría hablar entonces de la unidad causal absoluta del mundo. El fiat de Dios en el día de la creación ha figurado en la filosofía tradicional como tal causa y origen absolutos. El idealismo trascendental al traducir la creación en pensamiento (o voluntad de pensar), llama eterno al acto divino en lugar de primero; pero la unión de lo múltiple es aquí absoluta, como si lo múltiple no existiera, salvo para ser Uno. Contra esta noción de la unidad de origen de todas las cosas se enfrentó siempre la noción pluralista de un múltiple eterno, existente por sí mismo en forma de átomos o de ciertas unidades espirituales. La alternativa tiene, sin duda alguna, un significado pragmático, pero tal vez convenga, mientras duren estas conferencias, dejar sin puntualizar el problema de la unidad de origen.

5. La más importante clase de unión que se obtiene entre las cosas, hablando pragmáticamente, es su unidad genérica. Las cosas existen en géneros, hay muchas en cada género y lo que el género implica para una lo implica también para cualquier otra de la misma clase. Podemos fácilmente concebir que cada hecho en el mundo podría ser singular, es decir, diferente a todo otro hecho y único en su clase. En un mundo tal de hechos singulares nuestra lógica carecería de utilidad, pues la lógica obra predicando de lo singular lo que es verdadero para todo el género. Si no hubiera dos cosas semejantes en el mundo, seríamos incapaces de razonar desde nuestras experiencias pasadas las futuras. La existencia de tal unidad genérica en las cosas es quizá la más importante especificación pragmática de lo que puede significarse diciendo que el mundo es Uno. Podríamos obtener la unidad genérica absoluta si no hubiera un summum genus en el que todas las cosas sin excepción se hallaran incluidas eventualmente. Los candidatos para esta posición serían los seres, los pensables, las experiencias. Si las alternativas expresadas por tales términos tienen o no un significado pragmático, es otra cuestión que prefiero dejar por ahora sin resolver.

6. Otra especificación de lo gue puede significar la frase el mundo es Uno es la unidad de propósito. Un enorme número de cosas del mundo sirven a un propósito común. Todos los sistemas creados por el hombre, administrativos, industriales, militares, etcétera, existen con un propósito de control. Todo ser vivo persigue determinados objetivos. Cooperan, según el grado de su desarrollo, en propósitos colectivos o de tribu, en fines mayores que abarcan a otros más pequeños, hasta que pueden alcanzar un objetivo final absolutamente unico al que sirven todas las cosas sin excepción. Es innecesario decir que las apariencias chocan con esta concepción. Cualquier resultado, como ya he dicho en mi tercera conferencia, puede haber sido propuesto previamente, pero ninguno de los resultados que realmente conocemos en este mundo ha sido, de hecho, concebido con antelación en todos sus detalles. Los hombres y las naciones comienzan con la vaga idea de ser ricos, grandes, buenos. Cada paso que dan, origina perspectivas imprevistas y cierra otras más antiguas, de modo que las especificaciones del propósito general tienen que ser cambiadas diariamente. Lo que al final se consigue puede ser mejor o peor que el fin propuesto, pero siempre es más complejo y diferente.

Nuestros diferentes propósitos se hallan también en pugna entre sí. Cuando el uno no puede vencer al otro, entonces, transigen, y el resultado es otra vez diferente del que claramente se previó de antemano. Vaga y generalmente, mucho de lo que se propuso puede lograrse; pero todo tiende a asegurarnos en la concepcion de que nuestro mundo no está unificado teleológicamente por completo y que está intentando lograr una unificacion mejor organizada.

Es dogmatizar a riesgo propio clamar que existe una unidad teleológica absoluta, decir que hay un propósito al que se hallan subordinados todos los detalles del universo. Los teólogos que así dogmatizan hallan cada vez más imposible, a medida que se concreta nuestro conocimiento de los encontrados intereses de las distintas partes del mundo, imaginar cuál pueda ser veroslmilmente ese propósito crítico. Ciertamente, vemos que determinados daños producen bienes ulteriores, que lo amargo da mejor sabor al cóctel o que un poco de peligro o sinsabor hace más agradable nuestro triunfo. Podemos generalizar esto vagamente diciendo que todo mal en el Universo no es sino un instrumento para una mayor perfección. Pero la escala del mal que tenemos a la vista desafía toda tolerancia humana; y el idealismo trascendental, en las páginas de un Bradley o un Royce, no nos lleva más allá que el libro de Job. Los caminos de Dios no son nuestros caminos, de forma que pongamos punto en boca. Un Dios a quien pueden agradar tales horrores superfluos, no es un Dios al que puedan apelar los seres humanos. Su ferocidad es demasiado grande. En otras palabras, lo Absoluto con su propósito único no es el Dios antropomórfico del pueblo.

7. También la unión estética entre las cosas sería muy semejante a la unión teleológica. Las cosas dicen algo. Sus partes se entrelazan tendiendo a una culminación. Se ayudan, claramente, las unas a las otras. Retrospectivamente, podemos observar que aunque ningún propósito definido presida una cadena de acontecimientos, sin embargo, éstos suceden en forma dramática con un comienzo, un medio y un fin. De hecho, todas las historias finalizan, y otra vez aquí el punto de vista de lo múltiple es más natural que el de lo uno. El mundo está lleno de historias parciales que marchan paralelamente unas con otras, empezando y acabando al azar. Se entrelazan e interfieren mutuamente en ciertos puntos, pero no podemos unificarlas completamente en nuestras mentes. Si me dispongo a seguir la historia individual de alguno de ustedes, debo apartar la atención, aunque sea temporalmente, de la mía propia. Incluso el biógrafo de unos hermanos gemelos tendría que presentados alternativamente a la atención del lector.

De aquí se sigue que quien diga que el mundo entero nos cuenta una historia, profiere uno de los dogmas monistas que el hombre cree por su cuenta y riesgo. Es fácil ver la historia del mundo pluralísticamente, como una cuerda de la que cada fibra nos dice algo separadamente; pero es muy difícil concebir cada trozo de ella como un hecho aislado y sumar toda su longitud en un ser que vive una vida indivisa. En la embriología hallamos una analogía adecuada: el biólogo hace cientos de cortes planos de un embrión y mentalmente los une en un conjunto sólido. Pero los grandes componentes del mundo, en cuanto seres, parecen ser discontinuos, como las fibras de la cuerda y coherentes sólo en la dirección longitudinal. Seguidos en tal dirección son múltiples. Y hasta el embriólogo, cuando sigue el desarrollo de su objeto, se ve obligado a tratar a su vez la historia particular de cada órgano. La unión estética absoluta es, pues, meramente un ideal abstracto. El mundo parece más épico que dramático.

Vemos, pues, cómo el mundo se halla unificado por sus muchos sistemas, clases, fines y dramas, y que hay más unión en todos estos modos de lo que parece; que es una hipótesis legítima el que pueda existir un fin, un sistema, un orden soberano. Y con esto quiero decir que resulta temerario afirmarlo dogmáticamente, sin una evidencia superior a la que poseemos en la actualidad.

8. El gran denkmitell monista en los cien últimos años ha sido la noción de un Conocedor. Lo múltiple existía sólo como objeto para su pensamiento (como si fuera un sueño), y cuando lo conoce, cada uno de los componentes de lo múltiple tiene un fin, forma un sistema, le dice algo. Esta noción de una unidad noética que todo lo abarca es la consecuencia más sublime de la filosofía intelectualista. Los creyentes en lo Absoluto, como se denomina al omnisciente, suelen decir que su creencia se debe a razones coercitivas ineludibles para un pensador clarividente. Lo Absoluto tiene grandes consecuencias prácticas, sobre algunas de las cuales llamé la atención en mi segunda conferencia. De ser ciertas, se seguirían seguramente muchas diferencias importantes para nosotros. No puedo tratar aquí de todas las pruebas lógicas de la existencia de tal Ser, y, más aún, diré que ninguna de ellas me parece solida. Debo, por lo tanto, considerar la noción de un ser omnisciente simplemente como una hipótesis, de modo paralelo logicamente con la nocion pluralista de que no existe una concepción, ni un foco de información desde los que el contenido total del universo sea visible de una vez. La conciencia de Dios -dice el profesor Royce (2)- constituye en su totalidad un momento consciente luminosamente transparente. Y éste es el tipo de unidad noética sobre el que insiste el racionalismo. Por otra parte, el empirismo se satisface con el tipo de unidad noética que es humanamente familiar. Todo es conocido por algún conocedor junto con alguna otra cosa, pero los conocedores pueden ser al fin irreductiblemente múltiples y el más grande conocedor de todos ellos puede, sin embargo, no conocer la totalidad de las cosas, o incluso conocer lo que conoce de una sola vez, pudiendo estar sujeto al olvido. En cualquiera de estos dos casos, el mundo sería un Universo noéticamente. Sus partes estarían unidas por el conocimiento; pero en un caso, el conocimiento se hallaría absolutamente unificado, y en el otro en ristra y encabalgado.

La noción de un Conocedor eterno o instantáneo (ambos adjetivos significan aquí lo mismo) constituye, como ya he dicho, la gran conquista intelectualista de nuestro tiempo. De hecho tal concepción procede de la de sustancia, sobre la que tanto insistieron los filósofos antiguos y con la que tanta labor de unificación se acostumbraba hacer; sustancia universal existente en sí y por sí y de la que todos los hechos de experiencia no son sino formas a las que sirve de apoyo. La sustancia ha sucumbido a la crítica pragmatica de la escuela inglesa. Ahora aparece con otro nombre para designar los fenómenos en cuanto se presentan agrupados en formas coherentes, las mismas formas en que los experimentamos o pensamos conjuntamente nosotros, conocedores finitos. Estas formas de conjunción son partes del tejido de la experiencia en igual medida que los términos que unen. Constituye una gran conquista pragmática del reciente idealismo el haber forjado la cohesión del mundo según estas vías directamente representables en lugar de derivar su unidad de la inherencia de sus partes (sea cualquiera su significación) en un inconcebible principio entre bastidores.

El mundo es Uno, por lo tanto, en cuanto lo experimentamos concatenadamente, Uno por las muchas conjunciones definidas con que se nos presenta. Pero también entonces es no Uno, debido a las muchas y definidas disyunciones que advertimos. La unidad y la multiplicidad se obtienen en formas que pueden nombrarse separadamente. No es ni un Universo puro y simple ni un multiverso puro y simple. Sus varias maneras de ser Uno sugieren, para su exacta indagación, otros tantos programas de labor científica. Así, la cuestión pragmática: ¿Qué se entiende por unidad? ¿Qué diferencia práctica implica? nos evita toda febril excitación sobre ello al considerarlo un principio de sublimidad y nos permite internarnos en la corriente de la experiencia con toda serenidad. La corriente de la experiencia puede revelarnos, indudablemente, mucha más conexión y unión de la que sospechamos, pero ningún principio pragmático nos autoriza a exigir por adelantado una absoluta unidad en ningun respecto.

Es tan difícil apreciar de manera definitiva lo que significa la unidad absoluta que probablemente la mayoría de ustedes quedaran satisfechos con la sobria posición que hemos alcanzado. No obstante, acaso haya entre ustedes espíritus radicalmente monistas que no se contenten con poner a la par lo uno y lo múltiple. La unión de varios grados, la unión de diversos tipos, la unión que se detiene en los elementos no-conductores, la unión que va de lo más próximo a lo más próximo, y que en muchos casos significa solamente proximidad externa y no un vínculo íntimo, la unión de concatenación, en resumen; toda esta clase de cosas parece a ustedes una fase intermedia de pensamiento. La unidad de las cosas, superior a su multiplicidad, ustedes piensan que debe ser más profundamente verdadera, el aspecto más real del mundo. Ustedes creen que la concepción pragmática nos da un universo imperfectamente racional. Que el universo real debe constituir una unidad incondicional de ser, algo consolidado, con todas sus partes vinculadas entre sí totalmente y que solamente entonces podríamos considerar nuestro estado completamente racional.

Sin duda, este modo ultramonista de pensar significa mucho para bastantes espíritus. Una Vida, una Verdad, un Amor, un Principio, un Bien, un Dios (copio de un folleto de la Christian Science que el correo acaba de poner en mis manos): está fUera de duda que tal profesión de fe tiene pragmáticamente un valor emocional, y sin duda la palabra uno contribuye a este valor tanto como todas las demás que la acompañan. Pero si intentamos comprender lo que intelectualmente puede significar semejante hartazgo de unidad, hemos de retomar otra vez a nuestras determinaciones pragmatistas. Significa, o el mero nombre Uno, la totalidad del razonamiento, o significa la suma total de las conjuncionea y concatenaciones particulares que pueden ser indagadas; o finalmente, significa algun vehículo de conjunción considerado como incluyéndolo todo, como un origen, un propósito o un conocedor. De hecho siempre significa un conocedor para quienes lo consideran hoy intelectualmente. Piensan que un conocedor implica las otras formas de conjunción. Su mundo debe tener todas sus partes complicadas en la unidad del cuadro lógico-estético-teleológico que constituye su sueño eterno.

El carácter del cuadro del conocedor absoluto, sin embargo es tan imposible de representar para nosotros con claridad que podemos muy bien suponer que la autoridad que el monismo absoluto posee, sin duda alguna, y probablemente siempre poseerá sobre algunas personas, extrae su fuerza menos de razones intelectuales que de razones místicas. Para interpretar el monismo absoluto dignamente hay que ser un místico. La historia muestra que los estados de espíritu místicos, aunque no siempre, contribuyen corrientemente a la visión monista. No es ésta ocasión adecuada para ocuparse de la cuestión general del misticismo, pero citaré una declaración mística para mostrar lo que quiero decir. El modelo de todos los sistemas monistas es la filosofía vedanta del Indostán, y el modelo de todos los misioneros vedantas fue el difunto Swami Vivekananda que visitó los Estados Unidos hace algunos años. El método de la filosofía vedanta es un método místico. No se razona, sino que después de haber seguido cierta disciplina se ve, y, habiendo visto, se puede hablar de la verdad. Vivekananda habló así de la verdad, en una de las conferencias que pronunció: ¿Qué mayor miseria para el que no ve esta Unidad del Universo, esta Unidad de la vida, esta Unidad de todo? ... Esta separación entre hombre y mujer, entre hombre y hombre, entre hombre y niño, entre nación y nación, entre tierra y luna, entre luna y sol, esta separación entre átomo y átomo es realmente la causa de toda miseria, y el Vedanta dice que esta separación no existe, no es real. Es meramente aparente, superficial. En el corazón de las cosas persiste la unidad. Quien se adentre halla la unidad entre hombre y hombre, mujeres y niños, razas y razas, alto y bajo, rico y pobre, dioses y hombres. Todos son Uno, y los animales también, si se profundiza bastante, y el que lograse esto no padecerá más engaño... ¿Dónde estaría para él el engaño? ¿Qué podría engañarle? Conoce la realidad de todo, el secreto de todo. ¿Dónde existirá ya más miseria para él? ¿Qué puede desear? Ha investigado la realidad de todo hacia el Señor, centro y unidad de todo, bienaventuranza eterna, eterno conocimiento, eterna existencia. Ni la muerte ni la enfermedad, ni el dolor, ni la miseria, ni el descontento residen allí ... En el Centro, la realidad, no hay nada de qué lamentarse, nada que lamentar. Ello ha penetrado todo, el Uno Puro, el Informe, el Incorpóreo, el Inmaculado, el Sabio, el gran Poeta, el que existe por sí mismo, el que da a cada uno lo que merece.

Nótese aquí el carácter radical del monismo. No es solamente que la separación sea superada por la Unidad, sino que se niega su existencia. No existe multiplicidad. No somos partes de lo Uno; lo Uno no tiene partes, y puesto que en cierto sentido innegablemente nosotros somos, debe ser que cada uno de nosotros es lo Uno, indivisible y totalmente. Un Uno absoluto, y yo este Uno: con seguridad nos hallamos en presencia de una religión que, emocionalmente consideráda, tiene un alto valor pragmático; proporciona una seguridad perfecta y espléndida. Como nuestro Swami dice en otro lugar: Cuando un hombre se ha visto a sí mismo como Uno con el Ser infinito del Universo, cuando todas las separaciones han cesado, cuando todos los hombres, todas las mujeres, todos ios ángeles, todos los dioses, todos los animales, todas las plantas, todo el Universo se ha fundido en esta Unidad, entonces todo temor desaparece. ¿A quién temer? ¿Puedo herirme a mí mismo? ¿Puedo matarme a mí mismo? ¿Puedo dañarme a mí mismo? ¿ Te temes a ti mismo? Entonces, todo dolor desaparecerá. ¿Qué puede causarme dolor? Yo soy la única Existencia del Universo. Entonces, todos los celos desaparecerán. ¿De quién estaré celoso; de mí mismo? Entonces, todos los malos sentimientos desaparecerán. ¿Contra quién tendré yo malos sentimientos; contra mí mismo? Nadie existe en el Universo excepto yo ... Destruid la diferenciación, destruid esa superstición de que existe lo múltiple. Quien en este mundo de lo múltiple vea lo Uno; quien en esta masa de consciencia vea al Unico Ser Consciente; quien en este mundo de sombras perciba la Realidad gozará de la paz eterna y sólo el, solo el.

A todos nos gusta esta música monista: eleva y conforta. Todos tenemos en nosotros el germen del misticismo. Y cuando nuestros idealistas recitan sus argumentos en favor de lo Absoluto diciendo que la más leve unión admitida en cualquier cosa lógicamente implica la Unidad absoluta con ella, y que la más ligera separación admitida en cualquier cosa lleva consigo lógicamente inevitable y completa desunión, no puedo evitar la sospecha de que los puntos flacos en los razonamientos intelectuales que utilizan están protegidos de su propia crítica por un sentimiento místico que, lógico o no, debe hacer cierta la absoluta Unidad de algún modo y a toda costa. La unidad supera a la separación moral en todo caso. En la pasión del amor tenemos el germen místico de lo que podría significar una unión total de la vida sensible entera. Este germen místico despierta en nosotros al conjuro de las manifestaciones monistas, admite su autoridad y asigna a las consideraciones intelectuales un lugar secundario.

No insistiré más tiempo en estos aspectos religiosos y morales del tema de esta conferencia. Cuando llegue a la final diré algo más.

Dejando fuera de mi consideración, por el momento, la autoridad que la visión mística pueda poseer eventualmente, tratemos el problema de lo Uno y lo Múltiple de un modo puramente intelectual, y veremos con bastante claridad lo que sostiene el pragmatismo. Con su criterio de que son las diferencias prácticas las que hacen las teorías, vemos que ha de abjurar igualmente del monismo absoluto como del pluralismo absoluto. El mundo es Uno en cuanto que sus partes se hallan vinculadas entre sí por alguna conexión definida. Es múltiple en cuanto esta conexión falla. Y finalmente, va haciéndose de un modo gradual más y más unificado mediante aquellos sistemas de conexión que la energía humana va estructurando a medida que el tiempo avanza.

Es posible imaginar universos alternativos con el que conocemos, en los que se comprenderían los más variados tipos y grados de unión. Así el grado más bajo del Universo sería un mundo de simples eslabones, cuyas partes estuvieran solamente ligadas por la conjunción y. Tal Universo es aun ahora el conjunto de nuestras varias vidas interiores. Los espacios y tiempos de nuestra imaginación, los objetos y acontecimientos de nuestros sueños diarios no son solamente más o menos incoherentes inter se, sino que están absolutamente privados de una relación definida con los contenidos similares de cualquier otra mente. Nuestros diferentes ensueños de este momento se compenetran perezosamente sin influirse o interferirse. Coexisten, pero sin ningún orden ni en ningún receptáculo, siendo la aproximación más inmediata a un múltiple absoluto que nosotros podemos concebir. No podemos siquiera imaginar la razón por la que deberían ser conocidos todos conjuntamente, y menos todavía imaginar cómo podrían ser conocidos como un todo sistemático.

Pero añadid nuestras sensaciones y acciones corporales y la unión subirá a un grado más elevado. Nuestros audita et visa y nuestros actos caen en aquellos receptáculos de tiempo y espacio en los que cada acontecimiento encuentra su fecha y lugar. Forman cosas, pertenecen a géneros y pueden clasificarse. Sin embargo, podemos imaginar un mundo de cosas y de géneros en que la interacción causal con la que estamos familiarizados no exista. Todo aquí sería inerte respecto de todo lo demás y rehusaría propagar su influencia. Podrían trascender las influencias mecánicas, pero no la acción química. Tales mundos hallaríanse mucho menos unificados que los nuestros. Podría haber una interacción fisicoquímica completa, pero no mentes; o mentes, aunque exclusivamente privadas, sin ninguna vida de relación; o una vida social limitada al conocimiento, sin amor; o con amor, pero sin costumbres ni instituciones que lo sistematizaran. Ninguno de estos grados del Universo sería absolutamente irracional o desintegrado, por inferior que pudiera aparecer cuando se contempla desde grados superiores. Por ejemplo, si nuestras mentes llegaran a estar conectadas telepáticamente, de forma que conociéramos inmediatamente o que bajo ciertas condiciones pudiéramos conocer inmediatamente cada uno de nosotros lo que el otro estaba pensando, el mundo en que ahora nosotros vivimos parecería de un grado inferior a los seres pensantes de este otro mundo.

Con todo el pasado de eternidad a nuestra disposición para hacer conjeturas, sería legítimo preguntarse si las varias clases de unión hasta ahora realizadas en el mundo que habitamos no habrían evolucionado sucesivamente, al modo que ahora vemos evolucionar a los sistemas humanos con arreglo a las necesidades humanas. Si tal hipótesis fuera legítima, la unidad total aparecería al fin de las cosas más bien que en su origen. En otras palabras, la noción de lo Absoluto habría de ser reemplazada por la de lo Ultimo. Ambas nociones tendrían el mismo contenido (a saber: el contenido de hecho máximamente unificado), pero sus relaciones temporales estarían positivamente invertidas (3).

Después de discutir la unidad del Universo de este modo pragmático, deberían ustedes examinar lo que dije en mi segunda conferencia tomando la palabra de mi amigo G. Papini, que el pragmatismo tiende a suavizar todas nuestras teorías. La unidad del mundo ha sido generalmente afirmada sólo de un modo abstracto y como si el que lo pusiera en duda fuera un idiota. El temperamento de los monistas ha sido tan vehemente, que a veces ha llegado a ser convulsivo; y tal modo de sostener una doctrina no se compagina con la discusión razonada y la obtención de distinciones. La teoría de lo Absoluto, en particular, ha sido un artículo de fe, afirmado dogmática y exclusivamente. Lo Uno y el Todo ocupando el primer puesto en el orden del ser y del conocer, lógicamente necesario, y uniendo todas las cosas menores en los lazos de la necesidad mutua, ¿cómo permitirían cualquier atenuación de su íntima rigidez? La más leve sospecha de pluralismo, el más mínimo asomo de independencia de una de sus partes del control de la totalidad lo arruinaría. La unidad absoluta no tolera grados, lo mismo que ustedes no osarían pretender que un vaso de agua sea de absoluta pureza, porque sólo contenga un pequeño germen del cólera. La independencia de una parte cualquiera, aunque fuera infinitesimal, seria tan fatal al Absoluto como un germen del cólera.

El pluralismo, por otra parte, no tiene necesidad ninguna de este rigorismo dogmático. Con que se admita cierta separación entre las cosas, algún movimiento de independencia, algún libre juego de las partes entre sí, alguna novedad real o cambio, por poco que sea, se dará por muy satisfecho y nos concederá cualquier cuantía de unión real. Cuánta será esta cuantía de unión es un problema que cree que sólo puede decidirse empíricamente. Puede ser enorme, colosal; pero el monismo absoluto quedaría hecho añicos si, junto con toda la unión, se concediera el mas leve grado, el más incipiente comienzo, la más insignificante traza de una separación que no pudiera ser superada.

El pragmatismo, al hacer depender la indagación empírica final de lo que pueda ser entre las cosas el equilibrio de la unión y desunión, se coloca claramente del lado pluralista. Y hasta admite que puede llegar un día en que la unión total con un conocedor, un origen y un Universo consolidado en cada aspecto concebible sea la más aceptable de todas las hipótesis.

Entretanto, la hipótesis opuesta, la de un mundo todavía imperfectamente unificado, y quizá destinado a permanecer siempre así, debe ser abrigada con toda sinceridad. Esta última hipótesis es la doctrina del pluralismo. Puesto que el monismo absoluto prohíbe que se la considere seriamente, estigmatizándola desde el comienzo como irracional, es claro que el pragmatismo habrá de volver la espalda al monismo absoluto y seguir la empírica senda del pluralismo.

Esto nos deja en el mundo del sentido común, en el que hallamos las cosas en parte unidas y en parte desunidas. Entonces, ¿qué significan pragmáticamente consideradas tales palabras como cosas y conjunciones? En mi próxima conferencia aplicaré el método pragmatista a la fase del filosofar conocida por Sentido Común.




Notas

(1) Confróntese: Le concepts de Cause, et l´activité intentionnelle de l'Esprit, de A. Bellanger, París, Alcan, 1905, pág. 79.

(2) The Conception of God, Nueva York. 1897. pág. 292.

(3) Confróntese sobre lo Ultimo el ensayo de Schiller: Activity and Sustance en su libro titulado: Humanism, pág. 204.

Índice del libro El pragmatismo de William JamesCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha