Claude Henri de Rouvroy
Conde de Saint-Simon
Cartas de un habitante de Ginebra
a sus contemporáneos
Primera edición cibernética, mayo del 2004
Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés
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Presentación, por Chantal López y Omar Cortés.
La obra que aquí presentamos, Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos fue escrita por Claude Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon, en 1802, siendo, de hecho, su primer libro.
Para cuando Saint-Simon escribió esta obra contaba con cuarenta y un años de edad, puesto que habia nacido el 17 de octubre de 1760.
Perteneciente a una familia de altísima alcurnia, Claude Henri fue educado, como era de esperar, para ser un señor aristócrata, en toda la extensión de la palabra.
Sus sentimientos de grandeza mostrados a todo lo largo de su vida se manifestaron de mil maneras. Quizá fue debido a esa educación aristocratizante que a Claude Henri se le fue el avión desde muy joven. Muchos de sus actos constituyen auténticas locuras producto, quizá, de la dispensiosa vida de aristócrata a la que fue acostumbrado.
Se cuenta que de chamaco ordenó a su servidumbre que le despertara pronunciando las siguientes palabras: Levantáos, señor Conde, que os esperan grandes cosas por hacer. Por supuesto que quien se avienta un puntacho de este tipo algún tornillo le anda patinando ... Contó, en su educación, a maestros de la talla de d´Alambert y Juan Jacobo Rousseau.
Como buen aristócrata, el Conde de Saint-Simon entró al ejército real y participó en los batallones que enviados por Luis XVI ayudaron a las fuerzas proindependentistas norteamericanas a librarse del yugo británico. En Norteamérica tuvo la oportunidad de conocer y tratar a Benjamin Franklin. Y antes de abandonarla envió al Virrey de la Nueva España un proyecto por medio del cual Claude Henri, pretendía la construcción de un canal interoceánico en el Istmo de Tehuantepec, propuesta que no fue bien recibida por el Virrey novohispano.
Regresaría a Europa y viajaría por Holanda y España, siendo en este útlimo país en donde presentaría, al rey Carlos III, un proyecto para construir un canal navegable que comunicara a Madrid con el mar, pero el fallecimiento del monarca hispano puso punto final a la propuesta del Conde.
Regresaría a Francia para presenciar el estallido de la revolución en 1789. Al principio, Claude Henri, como muchos aristócratas, participaría entusiasta y activamente a favor del movimiento libertador llegando incluso, en un arranque de baño de pueblo, a renunciar a su título nobiliario, sin embargo poco durarían esos desplantes de revolucionario, cuando su familia, al igual que la de muchísimos aristócratas, cae en la más completa y absoluta ruina financiera.
Claude Henri, nada tonto, comienza a percatarse que el rollo de la revolución iba mucho más allá de los exhibicionistas actos de él y de muchos de sus congéneres aristócratas. Es entonces que el antiguo Conde de Saint-Simon participa de manera descarada en un conjunto de maniobras especulativas con el claro fin de recuperar su perdida fortuna; y bajo el mexicanísimo slogan de que el que no tranza, no avanza, Claude Henri logró en un muy corto tiempo no sólo recuperar, sino incluso acrecentar su riqueza. Pero, como todo en la vida, existía el riesgo de que le cayeran en sus movidas, lo que finalmente ocurriría yendo el ex-Conde de Saint-Simon a parar con sus huesos a la carcel. Y es precisamente a partir de ese encarcelamiento que el Conde se deschaveta, y haciendo caso omiso del también mexicanísimo dicho que señala, no te azotes que hay chayotes, llega a escribir que en la carcel se le apareció el fantasma de Carlomagno y que le dijo que como filósofo iba a ser super chido.
Finalmente, después de once meses de estar en el bote, el exConde abandonaría la carcel y volvería a las andadas de la especulación logrando nuevamente amasar una muy considerable fortuna que le permitiría vivir de acuerdo a sus costumbres, esto es, de orgía en orgía y de comilona en comilona.
Es por esa época que nuestro personaje decidiría sentar cabeza, casándose con una tal señorita Champgrand, para que después de un año optase por el divorcio al comprender que aquella muchacha definitivamente no era su musa después de haber conocido a Madame Stael, una señorona que lo trajo como trapeador durante un tiempo, a grado tal que el locochon del exConde le llego a escribir el siguiente párrafo: Señora, eres la mujer más extraordinaria del mundo, así como yo soy el hombre más extraordinario; haremos los dos, sin duda, un hijo más extraordinario. La notoria modestia del Conde hizo, suponemos, sonrojar a la señorona, sin embargo cuando éste le invitó a hacer al hijo super extraordinario, pasando la noche de bodas en un globo, la señorona, pensamos que con absoluto tino, tuvo a bien mandarlo por un tubo ...
Fue precisamente por esa época que el Conde de Saint-Simón editó la obra que ahora publicamos.
Las Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos resulta, sin duda, un escrito interesante en el que Claude Henri manifiesta de manera clara su sentir aristocrático al exponer sus ideas de la conformación de una elite gobernante formada por científicos y artistas sostenidos por las donaciones (suscripciones en su idea) de todos aquellos interesados en lograr un gobierno perfecto. También contiene este ensayo las jaladotas del eurocentrismo racista de Claude Henri, al igual que sus locuras de conformar una especie de religión de dementes que adorarían a Newton y mil estupideces por el estilo. Con todo, la obra es interesante y sobre todo sumamente divertida. El asunto de la religión de los newtianos no constituye sino el antecedente de lo que, posteriormente, uno de sus discípulos, Augusto Comte, tendería igualmente a llevar a la práctica.
En fin, esperamos que quien lea este ensayo se divierta y aprenda gozando los puntachos de Claude Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon.
Chantal López y Omar Cortés
No soy joven, y he observado y reflexionado muy intensamente durante toda mi vida, siendo vuestra felicidad el objetivo de mis preocupaciones. Voy a presentaros un proyecto que he concebido y que me parece que os será útil.
Abrid una suscripción ante la tumba de Newton; suscribíos todos, sin distinción, por la suma que os parezca.
Que cada suscriptor designe a tres matemáticos, tres físicos, tres químicos, tres fisiólogos, tres literatos, tres pintores, tres músicos.
Renovad cada año la suscripción así como la designación, pero dejad a cada uno en libertad ilimitada para volver a designar a las mismas personas.
Repartid el producto de la suscripción entre los tres matemáticos, los tres físicos, etc., que hayan obtenido más votos.
Rogad al presidente de la Sociedad Real de Londres que se haga cargo de las suscripciones de este año.
Encomendad esa honorable misión, el año próximo y los siguientes, a la persona que haya contribuído con mayor suma a la suscripción.
Exigid de los designados que no acepten puestos, ni honores, ni dinero que no provengan de vosotros, pero dejadlos individualmente en libertad para emplear sus fuerzas como lo deseen.
Los hombres de genio gozarán, pues, de una recompensa digna de ellos y de vosotros; tal recompensa los colocará en la única posición que les puede proporcionar los medios de rendiros todos los servicios de que serán capaces, y se convertirá en el objetivo de la ambición de las almas más enérgicas, desviándolas de rutas perjudiciales para vuestra tranquilidad. De esa manera, en fin, crearéis dirigentes que trabajen por el progreso de las ciencias, investiréis a esos dirigentes de una inmensa consideración y pondréis una gran fuerza monetaria a su disposición.
He leído el proyecto que acabo de presentaros a uno de mis amigos, hombre de buen sentido, le he pedido que exponga por escrito lo que piensa sobre él y voy a trasmitiros su opinión. Por este procedimiento, mis queridos contemporáneos, os facilitaré el examen de aquella idea de la mejor manera posible.
Me habéis rogado que os haga partícipe de mis reflexiones sobre vuestro proyecto. Lo haré con tanto mayor placer cuanto que la pureza de alma de su autor impresiona al atento lector, que la intención es sublime y que debe encontrar una acogida favorable en todo ser sensible y pensante. En fin, el autor anhela la felicidad de la humanidad y trabaja por ella, lo que me hace apreciarlo.
Sus ideas son tan novedosas como filantrópicas. Considera, con razón, antorchas que alumbran a la humanidad -sean los gobernantes tanto como los gobernados- a los hombres de genio; y fundándose en un bien pensado principio de justicia, induce a la humanidad a obrar colectivamente para recompensarlos. Su proyecto también es bueno desde otro punto de vista: al recompensar la humanidad colectivamente a los hombres de genio, evitará que éstos se ocupen de intereses particulares, los cuales, si bien los recompensan, paralizan una parte de sus fuerzas.
Ese proyecto crea lugares más hermosos que todos los conocidos hasta el presente, lugares que elevarán al hombre de genio al rango que le corresponde, es decir por encima de los otros hombres, aún de aquellos que están revestidos de la autoridad más alta. En presencia de esos lugares, el genio se sentirá estimulado, puesto que tendrá premios dignos del amor a la gloria, pasión que hace soportar sin pena las fatigas del estudio y de la meditación profunda y que da la constancia necesaria para ilustrarse en las ciencias y en las artes.
El interés personal es muy poderoso en el hombre de genio, pero el amor a la humanidad es tan capaz como aquél de hacerle alumbrar prodigios. ¡Qué hermosa ocupación es trabajar por el bien de la humanidad! ¡Qué finalidad sublime ... ! ¿Tiene el hombre otro medio de aproximarse más cerca de la Divinidad? Por ese sendero obtiene poderosas compensaciones de los pesares que se ve obligado a soportar.
Si comparo el puesto elevado en el que la humanidad ubicará al hombre de genio con un sillón académico, reparo que el elegido de la humanidad se encontrará en una situación mucho más ventajosa que el académico, gozará de la independencia más completa y podrá desarrollar todas sus energías, sin limitarlas por ninguna consideración de índole particular. Ningún falso prejucio aletargará la marcha de su genio, ni entorpecerá su labor y su felicidad. Con el fin de conservarse en el lugar alcanzado, se inflamará, contemplará con inquietud la obra de sus prodecesores, tratará de superarlos, abandonando los caminos trillados para abrir otros nuevos; su entusiasmo se intensificará progresivamente, y llegará a su verdadero objetivo, el de hacer progresar al espíritu humano.
Tal será la senda que seguirá el genio al ser ubicado en una posición independiente, mientras el espíritu académico seguirá la ruta contraria, procurando siempre mantenerse en las opiniones consagradas, considerándose depositario de la verdad, criticándose a sí mismo si cambia de opinión. Continuará clamando contra la herejia hasta hacerse intolerable, antes de dar un solo paso en pro de la ilustración y la felicidad de la humanidad. ¡Con qué encarnizamiento persiguen los académicos a los hombres de genio cuando éstos combaten sus opiniones! Observad la marcha seguida por el espiritu académico: veráis cuán soberbio y servil es y con que astucia sofoca los debates que podrían ilustrar a la humanidad, cuando éstos pueden perjudicarlo de alguna manera. Ello se debe a dos causas: una es que los académicos son vitalicios y otra que dependen del gobierno.
Si recorréis la historia de los progresos del espiritu humano, veréis que casi todas las grandes obras se deben a hombres aislados, a menudo perseguidos. Cuando se los nombra académicos, casi siempre se duermen en sus sillones, y cuando escriben, lo hacen temblando y para producir débiles verdades. Sólo la independencia puede alimentar el amor a la humanidad y el deseo de gloria, que son los poderes motores que actúan sobre el hombre de genio. ¿Cómo puede extrañar que el académico, siendo esclavo, nada produzca? A pesar de ser esclavo, se cree en la cumbre de la gloria y teme descender, lo que es precisamente un impedimento para que pueda ascender.
Si paso revista a la historia de las academias, veo que en Inglaterra nunca las ha habido, y sí solamente dos sociedades que tienen alguna semejanza con las instituciones académicas, mientras que éstas hormiguean en las monarquias y hasta en los Estados entregados a la superstición y la ignorancia. Sin embargo, ¿qué pais ha producido mayor número de grandes hombres en todos los géneros que aquél? ¿Dónde se han descubierto más verdades? ¿Dónde se las ha publicado con mayor coraje y se las ha adoptado con mayor prontitud? ¿Dónde se ha recompensado más generosamente a los autores de descubrimientos útiles? En esa isla, el amor a la libertad física y la independencia en las opiniones, han hecho despreciar y excluir a las academias. El inglés siente, como ciudadano, la dignidad de su persona; y como sabio, siente vergüenza de prostituirse ante el poderoso y de formar parte de una corporación que sólo puede existir protegida por éste último.
El despótico Richelieu, fundador de la primera academia de Francia, vió que la esperanza de obtener medallas y sillones encadenaría al escritor y que asi el gobierno tendría un medio para difundir principios favorables a sus intereses, dominaría a la opinión pública y haría de los académicos resortes ocultos de su despotismo. La fundación justificó las opiniones del dominante Ministro. Esa primera academia, esa madre-academia, engendró a cien otras, cuyos trabajos no han logrado elevar a Francia al nivel de Inglaterra. Italia rebosa de academias y cuenta con muy pocos sabios; se distribuyen allí patentes forzosas de sabiduría literaria y los hombres no son mejores ni más ilustrados por eso. Si en Italia se suprimieran todas esas academias, tal vez el genio tomaría más vuelo.
No puedo, sin embargo, dejar de convenir en que las academias han sido de alguna utilidad y que su funcionamiento, a pesar de su imperfección, ha traído algún beneficio a las ciencias y a las artes; reconozco asimismo que pueden descubrirse algunos académicos que conservan su energía; pero el modo de ser académico está muy en retraso si se le compara con las opiniones filosóficas actuales y por ello no es posible conservarlo más tiempo. Al hacerse más audaz el progreso del espíritu humano, creo que hará posible la abolición completa de las trabas de toda especie que atan hasta a las academias más ilustradas. La humanidad no debe perder de vista que es su deber recompensar a los hombres que le sirven de antorchas y recompensar colectivamente a aquellas antorchas que son lo suficiente luminosas como para alumbrar a toda la Tierra. Es el único medio de que puede valerse para impedir que una parte de su fuerza sea empleada al servicio de intereses particulares de la fracción que la recompensa, empleo de fuerzas que no solamente tiene el inconveniente de limitar sus alcances, sino también de crear bajos aduladores, insulsos lacayos, a quienes inspira un espíritu de rivalidad y de injustas prevenciones hacia las corporaciones que realizan descubrimientos útiles y que, a menudo, abandonan a éstos por temor a la crítica y a la persecusión de los envidiosos.
El proyecto me impresiona también desde un punto de vista aún más importante. ¡Qué de obstáculos no han debido superar hasta ahora los hombres de genio! Casi siempre son desviados, desde un comienzo, de las ideas fundamentales por ocupaciones a las cuales se ven obligados a entregarse para atender a su subsistencia. ¡Qué de experiencias y viajes indispensables al desarrollo de sus ideales les llegan a faltar! ¡Cuán a menudo se ven privados de colaboradores de quienes tendrían necesidad para dar a su labor toda la amplitud de que son capaces! ¡Cuántas felices concepciones han abortado por no haber sido vivificadas por ayudas, estímulos y recompensas!
Y sí, a pesar de todas esas dificultades, algunos hombres de genio han conseguido hacerse conocer y obtener una recompensa, ésta siempre ha sido insuficiente para cubrir en forma amplia los gastos de sus trabajos, para estimular a aquellos jóvenes a quienes ellos consideran con felices disposiciones y para hacer frente a sus necesidades cuando no tienen ya fortuna. Solamente el hombre de genio está en condiciones de descubrir los primeros gérmenes, desarrollarlos y administrarles sensatamente la ayuda de que tienen necesidad.
El puesto, o la recompensa que obtiene el hombre de genio, le obliga a desempeñar ciertas funciones que lo desvían, en mayor o menor grado, de sus tareas, lo estancan en un lugar y le impiden, en consecuencia, viajar para ver las cosas o los hombres que podrían darle oportunidad de hacer nuevos descubrimientos. La inconstancia del gobierno que le otorga la recompensa le obliga a inquietarse por su porvenir y realizar a menudo gestiones para mantenerse en su puesto y no perderlo, y a pesar de todas sus previsiones, generalmente una guerra o el desarreglo de las finanzas gubernamentales hace que se supriman sus honorarios, o por lo menos que se suspenda el pago de éstos.
En fin, el hombre de genio, que tiene necesidad para realizar su obra de la independencia más absoluta, siempre está en situación de mayor o menor dependencia del gobierno que lo recompensa, y se ve obligado a adaptar su espíritu, a sujetarse a las formas y usos de aquel gobierno, a pensar, por así decirlo, en cosas secundarias, en vez de dar audazmente rienda suelta a su imaginación; debe buscar tímidamente los medios de presentar sus ideas a plena luz, y termina por mostrarse mucho menos como es que como quieren que parezca. En una palabra: le obligan a pagar muy caro la mezquina recompensa que se le acuerda.
En lo que se refiere al hombre de genio que consiente en recibir prebendas particulares de un gobernante, o de cualquiera otra persona, su posición es aún más lastimosa por el envilecimiento en el que se deja caer.
Si se examinan atentamente las ideas que guían a los gobiernos en todos los aspectos particulares de la administración, podrá verse que todas esas ideas provienen de hombres de genio. Los hombres de genio ilustran tanto a los gobernantes como a los gobernados.
Convengo en que a menudo los descubrimientos de los hombres de genio no pueden ser empleados apenas aparecen, pero admitir que sus descubrimientos sólo son tan útiles a la generación siguiente, ¿es una razón para que la generación actual no los recompense? ¿Y seguirá la humanidad dejando sufrir, o por lo menos en una situación inconveniente, a hombres que se enorgullecerá de divinizar después de muertos?
Si no se realizan progresos en tal sentido, será falso afirmar que el espíritu humano progresa.
En las naciones cultas, los hombres, cualquiera sea su edad, realizan plantaciones, mientras en las naciones ignorantes (los turcos, por ejemplo) se arrancan los vegetales y no se vuelve a plantarlos. El árbol plantado por el generoso anciano, proporciona a éste más placer que a aquel que lo corta para aprovechar el producto.
¡Qué de más bello y más digno del hombre que dirigir sus pasiones hacia el único objetivo de aumentar sus luces! ¡Felices momentos aquellos en que la ambición sólo ve ambición y gloria en la adquisición de nuevos conocimientos y abandona esas fuentes impuras donde las pasiones tratan de apagar su sed, fuentes de miseria y de orgullo, que sirven para saciar a los ignorantes, a los héroes, a los conquistadores, a los devastadores de la especie humana! ¡Os secaréis por abandono y vuestros filtros dejarán de embriagar a esos soberbios mortales! ¡No honremos más a los Alejandro; viva los Arquímedes!
Amigo mío, no puede presentarse época más propicia a la realización de vuestros proyectos de aquella en que el genio, empeñado en una lucha contra el despotismo, llama en ayuda a todos los filántropos. En la generación que ha comenzado a vivir al comenzar esa lucha, el número de autómatas ha disminuído sensiblemente. El proyecto se extenderá a todo el mundo; se aproxima el reinado de las luces. Todo hombre inteligente, que tiene un ojo puesto en el pasado y otro en el porvenir, está convencido de ello.
El proyecto contiene una idea elemental que podrá servir de base a una organización general. Presenta, pues, a la humanidad una concepción que le hará ascender un escalón más en la abstracción (1).
¡Es una suerte que la tumba de Newton, lugar de reunión, esté en Inglaterra, país que ha sido constantemente refugio de los hombres de genio y de los sabios perseguidos de otras naciones! ¡Ese país cuyos habitantes no tienen necesidad de seguir maquinalmente una costumbre adquirida antaño para oponerse a los atentados que el gobierno se permite contra la independencia de los individuos y la libertad de prensa!
¿Podríamos hablar de Newton sin hacer notar que recibió del gobierno, como recompensa, un cargo de honor; que desde entonces ese ciudadano del mundo no fue más que un inglés que concentró sus fuerzas en el empleo que se le había confiado; y que ese astro que brillaba por sí mismo fue presentado a la multitud como un cuerpo opaco destinado a reflejar los rayos de luz de la realeza?
Digámoslo audazmente: todos los hombres de genio que reciben puestos de los gobiernos, disminuyen tanto en valor como en consideración, porque para cumplir con los deberes de su cargo abandonan trabajos más importantes para la humanidad, O si no pueden resistir a los impulsos de su genio, abandonan frecuentemente los deberes de su cargo.
No es posible eludir esa disyuntiva, igualmente lamentable para la humanidad, para los gobiernos y para los hombres de genio, si no es manteniendo a éstos en el único lugar que les asigna el interés bien entendido de todos; es menester que sigan siendo ellos mismos y que la humanidad se compenetre profundamente de la siguiente verdad: ellos le han sido dados para ser sus antorchas y no para ser vendidos a intereses particulares que los envilecen y que los desvían de sus verdaderas funciones.
El número de hombres de genio no es tan grande como para que se pueda desviarlos de sus trabajos, haciéndoles salir de su esfera. El autor sabe hasta que punto la naturaleza es avara y sólo propone que se designen unos veinte puestos para toda la humanidad. Si para ocupar uno de esos puestos es indispensable ser hombre de genio, quedarán a menudo puestos vacantes.
Apruebo la elección anual, con la facultad de reelegir. Así los hombres de genio trascendente tendrán puestos vitalicios y aquellos que por su capacidad más se acercan a ellos serán estimulados en la medida que sea posible.
La forma de elección ha sido proyectada de tal manera que resulta imposible que las pasiones particulares adquieran fuerza suficiente como para dominar al interés general.
He aquí, amigo mío, las primeras sensaciones que la lectura del proyecto ha hecho nacer en mí. Ahora formularé dos preguntas:
¿Será adoptado el proyecto?
Si es adoptado el proyecto, ¿remediará los males actuales de la humanidad, males de los cuales la prudencia me impide hablar?
NOTAS
(1) Si el abate de St. Pierre hubiera concebído tal establecimiento y lo hubiera señalado como medio de ejecución, se hubieran considerado sueños sus ideas de paz general.
Otra reflexión: Esa concepción soluciona un problema que siempre ha sido motivo de investigaciones para los moralistas: Colocar a un hombre en una posición tal que su interés personal y el interés general estén siempre en la misma dirección.
Os agradezco, amigo mío, por todo lo que me habéis dicho de halagador en mi condición de autor del proyecto que os comuniqué. La forma vigorosa en que vuestra aprobación es fundada en la opinión que habéis tenido la bondad de escribir, debe producir un gran efecto sobre los lectores. Esta observación calmará, así lo espero, la inquietud que confesáis de no ver mi proyecto adoptado. He dedicado ese proyecto directamente a la humanidad, para que ésta se interese colectivamente, pero no me he dejado llevar por la loca esperanza de verlo poner de inmediato en ejecución. Siempre he pensado que el éxito depende de la acción más o menos viva que las personas que tienen gran influencia sobre la humanidad se propongan ejercer en esta ocasión. El mejor medio de obtener sus votos es aclarar el problema lo mejor posible. Tal es el propósito que tengo en vista al dirigirme a las diferentes fracciones de la humanidad que divido en tres clases: la primera (aquella en que vos y yo tenemos el honor de pertenecer) marcha bajo el estandarte del progreso del espíritu humano: está compuesta de sabios, de artistas y de todos los hombres que tienen ideales liberales. En la bandera de la segunda está escrito: nada de innovaciones, y todos los propietarios que no entran en la primera se incorporan a la segunda. La tercera, que corresponde a la palabra igualdad, comprende al resto de la humanidad.
Diré a la primera clase:
Todas las personas a quienes he hablado del proyecto que presento a la humanidad han terminado por aprobarlo, luego de una discusión generalmente muy corta; todas me han dicho que le desean éxito, pero me han dejado traslucir el temor de que el proyecto triunfe.
Teniendo en cuenta la aprobación que se manifiesta en sus opiniones, me parece verosimil que encuentre a todos los hombres, o por lo menos a la mayoría de ellos, con la misma disposición. Si tal presentimiento se realiza, únicamente la inercia se opondrá a mis opiniones.
Sabios, artistas, y vosotros los que empleáis una parte de vuestras fuerzas y de vuestros medios en el progreso de las luces: vosotros sois la parte de la humanidad que tiene mayor energía cerebral, vosotros sois aquella que posee mayor aptitud para recibir una idea nueva, vosotros sois los más directamente interesados en el éxito de la suscripción y es a vosotros que corresponde vencer a la inercia. Vamos, matemáticos, puesto que sois los primeros, comenzad.
Sabios, artistas, contemplad con la mirada del genio la actual situación del espíritu humano: veréis que el espectro de la opinión pública está en vuestras manos; asidlo, pues, vigorosamente y haréis vuestra felicidad y la de vuestros contemporáneos; podréis preservar a la posteridad de los males que nosotros hemos sufrido y de aquellos que sufrimos: Suscribíos todos.
Me dirigiré luego en estos términos a los propietarios de la segunda clase:
Señores: En relación a quienes no son propietarios, vosotros sois poco numerosos, ¿cómo sucede entonces que aquellos acepten obedeceros? Es debido a que la superioridad de vuestros conocimientos os da sobre ellos el medio de combinar vuestras fuerzas y de obtener así una ventaja en esa lucha que, por la naturaleza de las cosas, existe siempre necesariamente entre ellos y vosotros.
Una vez planteado tal principio, es evidente que os conviene incorporar a vuestro partido a los no-propietarios que, por sus descubrimientos fundamentales, demuestran la superioridad de su inteligencia; es igualmente evidente que siendo ello de interés general para vuestra clase, cada uno de sus miembros debe contribuír a lograrlo.
Señores: yo he vivido mucho con los sabios y con los artistas, yo los he observado en la intimidad y yo puedo aseguraros que esas gentes os impulsarán al punto de obligaros a hacer los sacrificios de amor propio y dinero necesarios para colocar a sus dirigentes en la primera línea de consideración de la humanidad y para proporcionarles los medios pecuniarios de que tienen necesidad para la explotación completa de sus ideas. Pecaría de exagerado ante vosotros, señores, si os dejara creer que he encontrado la intención de que os hablo en la cabeza de los sabios y de los artistas. No, señores, no, sólo puedo deciros que solamente tiene una existencia muy vaga, pero yo me he convencido, a través de una larga serie de observaciones, de la realidad de su existencia y de la influencia que ejerce en todas sus concepciones.
En la medida que vosotros no adoptéis, señores, el proyecto que os ofrezco, estaréis expuestos, cada uno en su país, a desgracias de la naturaleza de aquellas que acaba de sufrir en Francia la porción de vuestra clase allí establecida. Os será suficiente reflexionar sobre la marcha de los acontecimientos que se han desarrollado en este país desde 1789 para convenceros de lo que os digo. El primer movimiento popular fue secretamente excitado por los sabios y por los artistas. Desde el momento en que la insurrección por su éxito asumió un carácter de legitimidad, ellos se declararon sus jefes y la resistencia que debieron afrontar en la dirección que daban a la insurrección (la de destruir todas las instituciones que herían su amor propio) los impulsó a exaltar más y más la cabeza de los ignorantes y a romper todos los lazos de subordinación que contenían las fogosas pasiones de los no-propietarios. Lograron hacer lo que se proponían y todas las instituciones que tenían primitivamente la intención de trastornar fueron necesariamente derribadas. En una palabra, ganaron la batalla y vosotros la perdisteis. Tal victoria costó caro a los vencedores, pero vosotros fuisteis vencidos y habéis sufrido mucho más todavía. Aunque algunos sabios y algunos artistas, víctimas de la insubordinación de su ejército, hayan sido masacrados por sus propios soldados, todos deben soportar, desde el punto de vista moral, los reproches que vosotros les habéis hecho, con el aparente fundamento de haber sido los autores de las atrocidades cometidas contra vosotros y de los desórdenes de toda especie que el impulso bárbaro de la ignorancia hizo cometer a sus soldados.
Al ser llevado el mal al colmo, se hace posible el remedio. Si vosotros no oponéis más resistencia, los sabios y artistas aleccionados por la experiencia, y reconociendo vuestra superioridad en sabiduría sobre los no-propietarios (1), desearán que pase a vuestras manos la porción de poder necesario para dar a la organización social una acción regular. Los no-propietarios han sufrido, casi en su totalidad, el peso del hambre, que las medidas extravagantes que aplicaron hicieron nacer. Están vencidos.
Aunque la población de Francia tenía por la fuerza de las cosas un vivo deseo de retornar al orden, sólo pudo ser reorganizada por un hombre de genio y Bonaparte lo emprendió y lo consiguió.
Entre las ideas que acabo de presentaros está la de que habéis perdido la batalla; si os resta alguna duda a ese respecto, comparad la porción de consideraciones y comodidades de que disponen actualmente en Francia los sabios y los artistas con aquellas de que gozaban antes de 1789.
Evitad, señores, las disputas con esos hombres, porque seréis vencidos en todas las guerras que vosotros les daréis ocasión de emprender contra vosotros, sufriréis más que ellos durante las hostilidades y la paz os será desventajosa. Tened el mérito de hacer de buena voluntad una cosa que tarde o temprano los sabios, los artistas y los hombres de ideas liberales, unidos a los no-propietarios, os harán hacer a la fuerza, suscribíos todos, porque es el único medio de que disponéis para prevenir los males de que yo os veo amenazados.
Puesto que ya hemos entrado en materia, tengamos el coraje de no abandonarla, sin echar un vistazo a la situación política de la parte más esclarecida del globo.
La acción de los gobiernos de Europa no está, en estos momentos, perturbada por ninguna oposición de parte de los gobernados; pero dado el estado de la opinión en Inglaterra, en Alemania, en Italia, es fácil predecir que esta calma no será de larga duración, si no se toman con tiempo las precauciones necesarias; pero, señores, no hay que ocultar que la crisis que atraviesa el espíritu humano es común a todos los pueblos cultos y que los síntomas que se han observado en Francia, en medio de la espantosa explosión que se ha manifestado, son percibidos en este momento por el observador inteligente entre los ingleses y hasta entre los alemanes.
Señores: al adoptar el proyecto que yo os propongo, reduciréis las crisis que esos pueblos están destinados a sufrir (sin que ninguna fuerza en el mundo pueda impedirlo) a simples cambios en el gobierno y en las finanzas, y les evitaréis esa fermentación general que la población francesa ha experimentado, especie de fermentación durante la cual todas las relaciones existentes entre los individuos de la misma nación se hacen precarias y la anarquía, el mayor de todos los flagelos, ejerce libremente sus estragos, al punto de que el estado de miseria en el que hunde a toda la nación sobre la cual cae, hace nacer en el alma de los más ignorantes de sus miembros el deseo de restablecer el orden.
Yo parecería dudar de vuestra inteligencia, señores, si añadiera nuevas pruebas a aquellas que acabo de presentaros, para demostrar que os interesa adoptar el proyecto que os propongo, con el fin de evitar los males señalados.
Con placer os presentaré ahora ese proyecto desde un punto de vista halagador para vuestro amor propio, considerándoos reguladores de la marcha del espíritu humano. Vosotros podéis jugar ese papel, porque si mediante la suscripción, dais a los hombres de genio consideración y ayuda, como una de las condiciones que figuran en la suscripción impide a los elegidos ocupar puestos en los gobiernos, vosotros garantizaréis así al resto de la humanidad del inconveniente que habría de poner un poder activo en sus manos.
La experiencia ha demostrado que con las concepciones nuevas, fuertes y justas, que sirven de bases a los descubrimientos, se hallan por lo general mezcladas, en el momento de su nacimiento, ideas muy viciosas. A pesar de ello, el inventor, si es el dueño, exige por lo general su ejecución. Este es un caso particular de inconveniente, pero existe uno completamente general que voy a presentaros: todas las veces que un descubrimiento necesita, para ser llevado a la práctica, de aptitudes distintas de aquellas existentes en la época en que apareció, es un tesoro que la generación que lo ha visto nacer no debe gozar más que por el sentimiento de afecto hacia la generación llamada a aprovechar de ese invento. Termino el corto discurso que me he permitido dirigiros, diciéndoos, señores, que si permanecéis en la segunda clase es porque así lo queréis, porque sois dueños de ascender a la primera.
Hablaré en seguida a la tercera clase:
Amigos míos: En Inglaterra hay muchos sabios y los ingleses cultos respetan más a los sabios que a los reyes. Todo el mundo sabe leer, escribir y contar en Inglaterra. Pues bien, amigos míos, en ese país los obreros de las ciudades y hasta los del campo, comen carne todos los días.
En Rusia, cuando un sabio no es del agrado del emperador, se le corta la nariz y las orejas y se le envía a Siberia. En Rusia los campesinos son tan ignorantes como los caballos. Pues bien, amigos míos, los campesinos de Rusia están mal alimentados, mal vestidos y reciben fuertes golpes de palo.
Las personas ricas no han tenido, hasta el presente, otra ocupación que la de mandaros. Obligadlas a ilustraros e instruiros. Ellas hacen trabajar vuestros brazos en su beneficio, haced que trabajen sus cabezas para vosotros. Prestadles el servicio de descargarlas del pesado fardo del aburrimiento. Os pagan con dinero, pagadles con consideración. Es una moneda muy preciosa la consideración y felizmente hasta el más pobre posee algo de ella. Gastad aquella de que disponéis y vuestra suerte mejorará prontamente. Para que estéis en condiciones de abrir juicio sobre el consejo que os doy y haceros comprender los beneficios que pueden resultar de la ejecución del proyecto que presento a la humanidad, es menester que entre en algunos detalles. Me limitaré a aquellos que me parecen indispensables.
Un sabio, amigos míos, es un hombre que prevee, y porque la ciencia le proporciona el medio de prever es útil y los sabios son superiores a los demás hombres. Todos los fenómenos que conocemos han sido divididos en tres clases. He aquí una forma de dividirlos que ha sido adoptada: fenómenos astronómicos, físicos, químicos y fisiológicos. Toda persona que se dedica a las ciencias se especializa más en uno de esos fenómenos que en los restantes. Vosotros conocéis algunas de las predicciones que hacen los astrónomos y sabéis que anuncian los eclipses, pero hacen una multitud de otras predicciones que no conocéis y de las cuales voy a ocupar vuestra atención. Me limitaré a deciros dos palabras de aquello a que se dedican, cuya utilidad os es bien conocida. Por medio de las predicciones los astrónomos logran dominar, de una manera exacta, la posición respectiva de diferentes lugares de la Tierra. Sus predicciones brindan asimismo los medios de navegar en los mares más vastos. Para vosotros son familiares algunas de las predicciones de los químicos. Un químico os dice que con tal piedra fabricará cal y que con tal otra no podrá fabricarla; os dirá que una determinada cantidad de cenizas, provenientes de un árbol de determinada especie, os lavará vuestra ropa lo mismo que una cantidad varias veces mayor, proveniente de un árbol de otra especie; os dice que tal substancia, mezclada con tal otra, dará un producto que tendrá tal apariencia y gozará de tal cualidad.
El fisiólogo (se ocupa de los fenómenos de los cuerpos organizados) os dirá, en el caso de que estéis enfermo: Hoy experimentáis tal cosa y, por lo tanto, mañana estaréis en tal estado.
No creáis que os quiero dar la idea de que los sabios pueden preverlo todo; no solamente no pueden preverlo todo, sino que ciertamente sólo pueden predecir con exactitud un número muy reducido de cosas; pero vosotros estáis convencidos tanto como yo de que los sabios, cada uno en su especialidad, son los hombres que pueden predecir más cosas, y esto es completamente cierto, puesto que adquieren la reputación de sabios por las verificaciones que se hacen de sus predicciones. Eso sucede por lo menos hoy en día y no ha sucedido siempre así. Esto exige que echemos un vistazo al progreso del espíritu humano. A pesar de los esfuerzos que voy a hacer para expresarme con claridad, no estoy completamente seguro de que me comprendáis a la primera lectura, pero si reflexionáis un poco lo conseguiréis.
Los primeros fenómenos que el hombre ha observado de una manera continua son los fenómenos astronómicos. Existe una razón muy seria para que haya comenzado por ellos, puesto que son los fenómenos más simples. En los comienzos de los estudios astronómicos, el hombre mezclaba los hechos que observaba con aquellos que imaginaba, y en ese galimatías elemental hacía todas las combinaciones que podía para satisfacer todas las exigencias de la predicción, desembarazándose sucesivamente de los hechos creados por su imaginación y, luego de muchísimos trabajos, ha terminado por adoptar un camino seguro para perfeccionar esa ciencia. Los astrónomos no aceptan más que aquellos hechos comprobados por la observación y, al elegir el sistema que los relaciona mejor, han evitado que la ciencia de malos pasos. Una vez producido un sistema nuevo, verifican, antes de aceptarlo, si relaciona mejor los hechos que el sistema anterior. Al producirse un hecho nuevo, se aseguran mediante la observación de que ese hecho existe.
Me refiero a una época (la más memorable en la historia del progreso del espíritu humano) en la cual los astrónomos arrojaron a los astrólogos de su sociedad. Otras observaciones que es menester que os trasmite consisten en que, a partir de esa época, los astrónomos se han vuelto modestos, buenas personas y no tratan de aparentar saber aquello que ignoran; de vuestra parte habéis dejado de hacerle el pedido impertinente de que os lean el destino en los astros.
Como los fenómenos químicos son mucho más complicados que los fenómenos astronómicos, el hombre recién se ha ocupado de ellos mucho tiempo después. En el estudio de la química se cometieron los mismos errores que en el estudio de la astronomía, pero finalmente los químicos pudieron desembarazarse de los alquimistas.
La fisiología pasa todavía por la etapa equivocada por la que pasaron las ciencias astrológicas y químicas; es menester que los fisiólogos arrojen de su lado a los filósofos, moralistas y metafísicos, del mismo modo que los astrónomos se han desembarazado de los astrólogos y los químicos de los alquimistas (2).
Amigos míos: nosotros somos cuerpos organizados, y al considerar a nuestras relaciones sociales fenómenos fisiológicos, he concebido el proyecto que os presento, y es debido a conclusiones que extraigo del sistema que empleo para relacionar los hechos fisiológicos, que voy a demostrar que el proyecto que os presento es bueno.
Es un hecho demostrado por una larga serie de observaciones que cada hombre experimenta, en grado más o menos vivo, el deseo de dominar a todos los otros hombres (3). Es un hecho claro para la razón que, todo hombre que no sea un solitario, se muestra activo y pasivo como dominador en sus relaciones con los otros hombres, y yo os invito a hacer uso de la pequeña porción de dominio que ejercéis sobre las personas ricas ... Pero antes de seguir adelante es menester que examine con vosotros algo que os desazona mucho: vosotros decís, nosotros somos diez veces, veinte veces, cien veces más numerosos que los propietarios, y sin embargo los propietarios ejercen sobre nosotros un dominio mucho mayor que el que nosotros ejercemos sobre ellos. Concibo, amigos míos, que os contraríe mucho, pero observad que los propietarios, aunque inferiores en número, os superan en ilustración, y que para el bien general el dominio debe repartirse proporcionalmente a las luces. Contemplad lo que aconteció en Francia en la época que vuestros camaradas dominaban: éstos hicieron nacer el hambre.
Volvamos al proyecto que os propongo. Al adoptarló, y está actualmente en vías de ejecución, ponéis constantemente en las manos de veintiún hombres de la humanidad que tendrán el máximo de ilustración, los dos grandes medios de dominio: la consideración y el dinero. De ello resultará, por mil motivos, que las ciencias harán rápidos progresos. Es sabido que a cada paso que avanzan las ciencias, su estudio se hace más fácil. De aquí que aquellos que, como vosotros, sólo pueden consagrar poco tiempo a su educación, podrían aprender muchas cosas e instruirse más si disminuyera la porción de dominio que ejercen sobre vosotros los ricos. No tardaréis, amigos míos, en ver los grandes resultados; pero no quiero emplear el tiempo en hablaros de aquello que se encuentra a cierta distancia, en una ruta en la cual aún no habéis penetrado. Charlemos de lo que existe actualmente bajo vuestros ojos.
Acordáis consideración, es decir, dais voluntariamente una porción de dominio sobre vosotros a los hombres de quienes juzgáis que hacen cosas que os son útiles. Participáis, con toda la humanidad, del error de no haber trazado una línea de demarcación bastante exacta entre las cosas de utilidad momentánea y las cosas de utilidad permanente, entre las de interés local y las de interés general, entre las que procuran beneficios a una parte de la humanidad a costa de la mayoría y las que aumentan la felicidad de toda la humanidad. En fin, no habéis notado todavía bien que sólo existe un interés común a todos los hombres: el interés por el progreso de las ciencias.
Si el alcalde de vuestra aldea os proporciona un beneficio en relación a las aldeas vecinas, vosotros estáis encantados de él, vosotros lo respetáis. Los habitantes de las ciudades expresan de la misma manera su deseo de ejercer su superioridad sobre las ciudades de los alrededores; las provincias rivalizan entre sí, y existe entre las naciones, por su interés personal, luchas que se denominan guerras (4). ¿Cuál es la porción que posee una tendencia directa al bien general en los esfuerzos que hacen todas esas fracciones de la humanidad? Es bien pequeña, en verdad; y esto no es asombroso, porque la humanidad no ha tomado todavía ninguna medida para otorgar colectivamente recompensas a quienes se reunen para realizar obras de utilidad general. Para reunir en la medida de lo posible en un solo haz a todas esas fuerzas que actúan en direcciones tan variadas y frecuentemente contrarias; para orientarlas en la medida de lo posible en la única dirección que puede mejorar la suerte de la humanidad, no creo que pueda hallarse mejor medio que el que os propongo. Ya hemos hablado bastante de los sabios. Pasemos a los artistas.
Los domingos vosotros experimentáis el encanto de la elocuencia, tenéis el placer de leer un libro bien escrito, de ver hermosos cuadros y bellas estatuas, o de oír una música capaz de concentrar vuestra atención. Para hablar o para escribir de manera que os plazca, para hacer un cuadro o una estatua que os agrade, para componer la música que os interesa, es menester trabajar mucho. ¿No es justo, amigos míos, que recompenséis a los artistas que llenan el intervalo de vuestras ocupaciones con los placeres más apropiados a desarrollar vuestra inteligencia, impresionando los matices más delicados de vuestras sensaciones?
Suscribíos todos, amigos míos: por poco dinero que pongáis en la suscripción, sois tan numerosos que la suma total será considerable. Además, la consideración de que estarán investidos aquellos a quienes designéis, les dará una fuerza incalculable. Veréis como las personas ricas se agitarán para distinguirse en las ciencias y en las artes, cuando por ese camino lleguen al más alto grado de consideración. Lo que consigáis al desviarlos de disputas que la ociocidad próvoca entre ellos, solamente al saber que muchos de vosotros están a sus órdenes (disputas en las cuales siempre os mezclan y de las que siempre resultáis víctimas), será ya mucho.
Si aceptáis mi proyecto, habrá algo que os embarazará: será la elección. Yo os diré, amigos míos, el camino que seguiré al hacer la mía. Solicitaré a todos los matemáticos que conozco que me informen cuáles son, a su juicio, los tres mejores matemáticos y designaré a los tres matemáticos que tengan mayoría de votos de las personas que habré consultado. Lo mismo haré con los físicos, etc.
Después de haber dividido a la humanidad en tres fracciones y de haber planteado a cada una de ellas los motivos que, a mi parecer, deben moverlas a aceptar mi proyecto, voy ahora, amigo mío, a dirigirme a mis contemporáneos colectivamente para presentarles las reflexiones que he hecho sobre la revolución francesa.
La anulación de los privilegios de nacimiento, que ha exigido esfuerzos que han roto los vínculos de la organización social, no ha sido obstáculo para la reorganización social; pero el llamado dirigido a todos los miembros de la sociedad frecuentemente para que cumplan las funciones de votantes, no ha tenido éxito. Independientemente de las atrocidades espantosas que esa aplicación del principio de igualdad (5) ha hecho cometer por el efecto natural que ha producido, al poner el poder en manos de ignorantes, aquella ha terminado por engendrar una forma de gobierno completamente impracticable, debido a que los gobernantes (todos orgullosos de haber admitido, al fin, a los no-propietarios) se multiplicaron al extremo de que el trabajo de los gobernados apenas podía alcanzar para mantenerlos, lo que condujo a un resultado completamente opuesto al más constante deseo de los no-propietarios: el de pagar pocos impuestos.
He aquí una idea que me parece justa: las primeras necesidades de la vida son las más imperiosas; los no-propietarios sólo pueden satisfacerlas incompletamente. Un fisiológo ve claramente que su deseo más constante debe ser la disminución del impuesto, o el aumento del salario, lo que es lo mismo.
Yo creo que todas las clases de la sociedad se encontrarán bien en esta organización. El poder espiritual en manos de los sabios; el poder temporal en manos de los propietarios; el poder de designar a quienes son llamados a cumplir las funciones de grandes jefes de la humanidad, en manos de todo el mundo; los gobernantes reciben como salario la consideración.
Hasta mañana, amigo mío. Creo que es bastante por hoy.
¿Es un fantasma? ¿No es más que un sueño? Lo ignoro, pero estoy seguro de haber experimentado las sensaciones de que voy a rendiros cuenta.
La noche pasada oí las siguientes palabras:
Roma renunciará a la pretensión de ser la cabeza de mi Iglesia; el Papa, los cardenales, los obispos y los sacerdotes, dejarán de hablar en mi nombre; el hombre se sentirá avergonzado de la impiedad que comete al encargar a tales imprevisiones de representarme.
Yo prohibí a Adán diferenciar el bien del mal, y él me desobedeció; yo lo arrojé del paraíso, pero yo he dejado a su posteridad un medio para apaciguar mi cólera: que trabaje a perfeccionarse en el conocimiento del bien y del mal, y yo mejoraré su suerte; llegará el día en que haré de la Tierra un paraíso.
Todos aquellos que han fundado religiones han recibido de mí el encargo, pero no han comprendido las instrucciones que les he dado; han creído que yo les había confiado mi ciencia Divina, su amor propio les ha conducido a trazar una línea de demarcación entre el bien y el mal, en las acciones más minuciosas de la vida del hombre, y han descuidado la parte más esencial de su misión: la de fundar un establecimiento que haga seguir a la inteligencia humana el camino más corto para acercarse indefinidamente a mi Divina previsión; han olvidado prevenir a los ministros de mis altares que yo les retiraré el poder de hablar en mi nombre, cuando cesen de ser más sabios que el rebaño que conducen y se dejen dominar por el poder temporal.
Sabed que he colocado a Newton a mi lado y que le he confiado la dirección de la luz y el mando de los habitantes de todos los planetas. Sabed también que quien ha demostrado ser el mayor enemigo de las luces (Robespierre) ha sido precipitado en las tinieblas y que su destino es permanecer eternamente, agente y paciente de mi venganza.
La reunión de veintiún elegidos de la humanidad llevará el nombre de Consejo de Newton; el Consejo de Newton me representará en la Tierra y dividirá a la humanidad en cuatro partes, que se denominarán inglesa, francesa, alemana e italiana. Cada una de esas divisiones tendrá un Consejo compuesto de la misma manera que el Consejo principal. Todo hombre, cualquiera sea la parte del mundo que habite, se incorporará a una de esas divisiones, y se suscribIrá ante el Consejo principal y el de su división. Todo hombre que no obedezca esta orden será considerado y tratado por los demás como un cuadrúpedo. Las mujeres podrán suscribirse y ser elegidas. Los fieles serán tratados, después de su muerte, como lo hayan merecido de acuerdo a su vida.
Los miembros de los Consejos de división no entrarán en funciones sino después de haber recibido la autorización del Consejo principal; ese consejo no admitirá a quienes no juzgue a la altura de los conocimientos más trascendentales, adquiridos en la parte para la cual fueron elegidos.
Los habitantes de una parte cualquiera del globo, cualquiera sea su situación y su dimensión, podrán en cualquier época que sea, declararse sección de una de las divisiones y elegir un Consejo particular de Newton; los miembros de ese Consejo no podrán entrar en funciones sino después de haber recibido autorización del Consejo de división. Habrá una diputación permanente de cada uno de los Consejos de divisiones ante el Consejo principal; habrá igualmente una diputación de cada Consejo de sección ante cada Consejo de división; esas diputaciones se compondrán de siete miembros; uno de cada clase.
En todos los Consejos, el matemático que haya obtenido más votos, será presidente.
Todos los Consejos serán divididos en dos partes: la primera estará compuesta de las cuatro primeras clases y la segunda de las tres últimas. Cuando la segunda división se reúna por separado, será presidida por el literato que haya obtenido mayor número de votos.
Cada Consejo hará construir un templo que contendrá un mausoleo en honor de Newton. Ese templo estará dividido en dos partes: una, la que contendrá el mausoleo, será embellecida por todos los medios que los artistas puedan imaginar, y la otra será construida y decorada de manera de dar a los hombres una idea de la morada destinada para la eternidad a aquellos que impulsaron el progreso de las ciencias y de las artes. Por el mausoleo de Newton se descenderá a un templo subterráneo.
La primera división reglamentará el culto interior del mausoleo; ningún otro mortal que aquel que sea miembro de las primeras divisiones de los Consejos podrá descender al templo subterráneo, sin orden expresa del presidente.
La segunda división reglamentará el culto exterior, y lo combinará de manera que presente un espectáculo majestuoso y brillante. Todos los servicios distinguidos prestados a la humanidad, todas las acciones que hayan sido útiles en alto grado a la propagación de la fe, serán honrados; el Consejo reunido determinará los honores que serán acordados.
Todo fiel que resida por lo menos a una jornada de camino del templo, descenderá una vez por año en el mausoleo de Newton, por una abertura consagrada a ese fin. Los niños serán conducidos por sus padres lo más pronto posible después de su nacimiento. Toda persona que no cumpla esta orden será considerada enemigo de la Religión por los fieles.
Si Newton juzga necesario, para cumplir con mis intenciones, transportar a otro planeta al mortal que haya descendido a su mausoleo, así lo hará.
En los alrededores del templo, se construirán laboratorios, talleres y un colegio. Todo el lujo se reservará para el templo; los laboratorios, los talleres, el colegio, los alojamientos de los miembros del Consejo y aquellos destinados a recibir las diputaciones de los otros Consejos, serán construidos y decorados de una manera sencilla. La biblioteca no contendrá nunca más de quinientos volúmenes.
Cada miembro del Consejo nombrará todos los años a cinco personas:
1° Un adjunto, que tendrá derecho de asistencia y voz deliberatíva, en ausencia del miembro que debe reemplazar.
2° Un ministro de culto, destinado a oficiar en las grandes ceremonias, elegido entre los quinientos suscriptores más fuertes.
3° Una persona que por sus trabajos haya prestado utilidad al progreso de las ciencias y de las artes.
4° Una persona que haya realizado aplicaciones útiles de las ciencias y de las artes.
5° Una persona a quien quiera dársele pruebas de afecto particular.
Tales nombramientos sólo tendrán valor después de haber sido aceptados por la mayoría del Consejo, tendrán lugar todos los años, y las personas que resulten favorecidas, no lo serán por más de un año, pudiendo ser reelegidas.
El presidente de cada Consejo nombrará a un guardián del territorio sagrado que encierra el templo y sus dependencias. El guardián del territorio sagrado tendrá a su cargo la policía, será el tesorero y administrará las dependencias, siempre bajo las órdenes del Consejo. Ese guardián será entresacado entre los cien suscriptores más fuertes, tendrá derecho de asistencia al Consejo, y su nombramiento sólo tendrá valor después de haber sido aprobado por la mayoría del Consejo.
Serán creadas insignias para los miembros de los Consejos y las personas designadas por éstos, esas insignias serán de tal tipo que podrán llevarse en forma ostensible u oculta, a voluntad de los que tengan derecho a llevarlas.
El Consejo principal tendrá en cada división una morada y residirá alternativamente un año en cada división.
Un hombre revestido de gran poder será el fundador de esta religión; en recompensa tendrá derecho a participar en todos los Consejos y a presidirlos. Ese derecho será vitalicio y al morir se le enterrará en la tumba de Newton. Los fieles íe darán el título de Capitán de los guardias de Newton.
Todos los hombres trabajarán y se considerarán obreros incorporados a un taller, cuyos trabajos tienen por finalidad aproximar la inteligencia humana a la Divina previsión. El Consejo principal de Newton dirigirá los trabajos y se esforzará en hacer comprender bien los efectos de la gravedad universal; ésta es la única ley a la que yo someto al Universo.
El Consejo principal tendrá derecho a aumentar o disminuir el número de los Consejos de división.
Todos los Consejos de Newton respetarán la línea de demarcación que separa el poder espiritual del poder temporal.
Una vez que se hayan efectuado las elecciones del Consejo principal y de los Consejos de división, el flagelo de la guerra abandonará a Europa para no reaparecer jamás.
Sabed que los europeos son hijos de Abel. Sabed que Asia y Africa son habitadas por la posteridad de Caín. Ved como son sanguinarios esos africanos. Observad la indolencia de los asiáticos. Esos hombres impuros no han respondido a los primeros esfuerzos que se hicieron para aproximarlos a mi Divina previsión. Los europeos reunirán sus fuerzas y liberarán a sus hermanos griegos del dominio de los turcos. El fundador de la religión será el director en jefe de los ejércitos de los fieles. Esos ejércitos someterán a los hijos de Caín a la religión y fundarán sobre la Tierra los establecimientos necesarios para la seguridad de los miembros de los Consejos de Newton, en todos los viajes que consideren útiles hacer para el progreso del espíritu humano.
Al despertarme hallé lo que acabáis de leer muy claramente grabado en mi memoria.
NOTAS
(1) Si el abate de St. Pierre hubiera concebído tal establecimiento y lo hubiera señalado como medio de ejecución, se hubieran considerado sueños sus ideas de paz general.
Invito al lector a pesar la siguiente observación: Los propietarios mandan a los no-propietarios no porque son propietarios, sino porque tienen la propiedad y mandan porque, considerados colectivamente, poseen una ilustración superior a los no-propietarios.
(2) No intento decir que los filósofos, los moralistas y los metafísicos no han prestado servicios a la fisiología, pero es bien sabido que los astrólogos han sido útiles a la astronomía y que los alquimistas han hecho la mayor parte de los descubrimientos químicos; y sin embargo todo el mundo piensa que han realizado algo muy bueno al separarse de los astrólogos, y los químicos han obrado muy bien al desembarazarse de los alquimistas
Falta aclarar una idea: Las principales ocupaciones de los filósofos, moralistas y metafísicos consisten en estudiar las relaciones que existen entre los fenómenos llamados físicos y los llamados morales: Cuando obtienen éxito en esa cuestión, sus trabajos deben denominarse fisiológicos; pero buscan también relacionar todos los hechos observados en un sistema general: me ha sido demostrado que ello será imposible hasta la época en que la fisiología esté sometida al orden que he detallado respecto a la astronomía.
Agregaré que las matemáticas contienen los únicos materiales que se pueden emplear en la construcción de un sistema general y que si es imposible aplicar el cálculo a fenómenos que no pueden reducirse a consideraciones tan simples, me parece que no debe por ello renunciar a la esperanza de vincular, por aproximaciones satisfactorias, las ideas que sirven de base a las diversas ramas de la física con la idea de la gravedad universal.
Amigos rníos: esta nota está destinada a los sabios, no es necesario de ningún modo que vosotros la entendáis para juzgar sanamente el proyecto de suscripción que os presento.
(3) Dos caminos pueden conducir a un hombre a una posición de superioridad: uno de esos caminos es común al interés particular y al interés general: mi propósito es embellecer ese camino y sembrar de espinas el otro.
(4) Los moralistas se contradicen cuando critican el egoísmo en el hombre y aprueban el patriotismo, porque el patriotismo no es más que el egoísmo nacional, y ese egoísmo hace cometer de nación a nación las mismas injusticias que el egoísmo personal entre los individuos.
Las opiniones están también divididas en lo referente al egoísmo, aunque la discusión está abierta y llevada con calor desde el comienzo del mundo; la solución del problema consiste en abrir un camino que sea común al interés particular y al interés general.
La conservación de los cuerpos organizados tiende al egoísmo; todos los esfuerzos para combinar los intereses de los hombres son tentativas hechas en una buena dirección; todos aquellos razonamientos de los moralistas que están al márgen de la combinación de intereses y que tienden a destruir el egoísmo, presentan un serio error cuya causa es fácil establecer. Los moralistas toman a menudo las palabras por las cosas.
En la primera generación de la humanidad es donde ha habido más egoísmo personal, puesto que los individuos no combinaban sus intereses.
(5) Los revolucionarios aplicaron a los negros los principios de igualdad: si hubieran consultado a los fisiólogos les habrían enseñado que el negro, de acuerdo a su organización; no es susceptible de una educación igual, y de ser elevado a la misma altura de inteligencia que los europeos. (Esta nota fue curiosamente suprimida en la edición de las Obras Completas de Saint-Simon).
Dios me ha hablado. ¿Podría inventar un hombre una religión superior a todas aquellas que existen? Habría que suponer que ninguna de ellas ha sido instituída por la Divinidad. Observad cómo el precepto es claro en la religión que me ha sido revelada. Ved cómo su ejecución ha sido asegurada. Se impone a cada uno la obligación de dar constantemente a sus fuerzas personales una dirección útil a la humanidad. El brazo del pobre seguirá alimentando al rico, pero el rico recibe la orden de hacer trabajar a su cerebro, y si su cerebro no está en condiciones de trabajar, estará muy obligado a hacer trabajar a sus brazos, porque Newton no dejará seguramente sobre este planeta (uno de los más próximo al sol) obreros voluntariamente inútiles en el taller.
No veremos más que la religión tenga por Ministros a hombres con el derecho a designar a los jefes de la humanidad. Todos los fieles nombrarán a sus guías todos los años, y las cualidades que tendrán aquéllos a quienes Dios ha llamado a representarlo, no serán virtudes insignificantes, tales como la castidad y la continencia; serán los talentos, será el talento en su más alto grado.
No me extenderé más sobre esta materia. Todo hombre que cree en la revelación estará necesariamente convencido de que solamente Dios ha podido dar a la humanidad el medio para obligar a cada uno de sus miembros a seguir el precepto de amor al próximo.
NOTA.- Esperaba escribiros una carta en la cual encararía la religión como un invento humano, como la única institución política que tiende a la organización general de la humanidad. Los peligros a que me he expuesto por haberme atrevido a hacer descender a los gobernantes a la segunda fila de consideración (1) , me induce a tomar la precaución de comunicaros de inmediato la idea capital del trabajo que os anuncio.
Suponed haber llegado a establecer cómo está repartida la materia en una época cualquiera y haber confeccionado el plano del Universo, designando con números la cantidad de materia que contenga cada una de sus partes. Resultará claro a vuestros ojos que, aplicando al plano la ley de la gravedad universal, podréis predecir (tan exactamente como el estado de los conocimientos matemáticos lo permitan) todos los cambios sucesivos que acontecerán en el Universo.
Tal hipótesis colocará a vuestra inteligencia en una posición tal que todos los fenómenos se presentarán a ella bajo las mismas apariencias, porque examinando en el plano del Universo la parte de espacio ocupado por vuestra persona, no hallaréis en los fenómenos que llamáis morales y en aquellos que llamáis físicos, un carácter diferente.
La observación que acabo de haceros es suficiente para que la idea sea comprendida por los matemáticos.
Heme aquí muy contento, mis queridos contemporáneos, por haber conducido a buen puerto a la parte más importante de mi trabajo, ya que la he puesto en vuestras manos. Tenéis ahora un plan de organización general que solo exige para su ejecución ligeros cambios en los hábitos contraídos, ya que sólo presenta en todas sus partes modificaciones a las ideas aceptadas. Acabo de informar a los sabios cuál es la posición en que me he colocado para realizar tal combinación. De manera que si me sucede cualquier cosa, podréis sacar partido de mis ideas, si lo que he concebido está bien. En caso de que, por fuerza mayor, me vea impedido de realizar el trabajo de redacción de las ideas intermedias con algo de meditación, todo hombre para quien la concepción de la gravedad universal sea una sensación clara, y que esté al corriente de los conocimientos fisiológicos (comprendiendo las observaciones sobre los progresos del espíritu humano), podrá fácilmente cumplir aquella tarea.
NOTAS
(1) El poder temporal será considerado en segundo lugar cuando el poder espiritual esté en manos de los sabios.
Reunamos todos nuestros esfuerzos, orientemos todos nuestros pensamientos hacia la creación de una institución digna del siglo XIX, que las ciencias, las artes y las letras contribuyan a esa hermosa tarea, que el fuego creador del genio nos inspire de inmediato; que excite, que abrace a todos los elementos del alma humana, que todos vayan al hogar común donde se confundirán y se elaborarán los productos de la fermentación universal; planteemos el principio que debe poner tantas fuerzas en movimiento: demos bases de independencia al hombre de genio.
Europeos he aquí la propuesta que os hago:
Abrid una suscripción general; que cada uno se suscriba por la suma que quiera;
Que cada suscriptor designe cinco matemáticos, cinco físicos, cinco químicos, cinco fisiólogos, cinco literatos, cinco poetas y diez artistas;
Renovemos todos los años la suscripción así como la designación; pero dejemos a cada uno en libertad de nombrar a las mismas personas;
Repartamos el producto de la suscripción entre los cinco matemáticos, los cinco físicos, etc., que hayan reunido más votos;
Que dispongan a su voluntad de ese producto y que confeccionen ellos mismos sus reglamentos.
Los hombres de genio gozarán pues de una recompensa digna de ellos y de nosotros; estarán investidos de una inmensa consideración, serán los jefes y los protectores naturales de todos aquellos que trabajan por el progreso de las luces; estarán colocados en la única posición que puede asegurarles los medios de prestar todos los servicios de que son capaces, y tal posición será el objetivo ambicionado por las almas más enérgicas.
NOTA.- He leído esta carta a un filósofo amigo de quien he recibido la respuesta siguiente.
Sobre el proyecto de suscripción de la carta precedente
Amigo mío:
La idea de vuestro proyecto es tan nueva como filantrópica, tIende a mantener el progreso de las luces y es por sí misma una prueba del perfeccionamiento del espíritu humano.
¿Qué cuadro magnífico presentaría el mundo ilustrado suscribiéndose para crear un instituto general?
Veo al hombre de genio libre de toda traba no temer ser ahogado en sus comienzos, o paralizado en su camino; nada lo desviará de sus nobles tareas; le consagrará todo su tiempo, todos sus medios, toda su energía, convertido en miembro del instituto europeo, su emulación se animará más y más, querrá perpetuarse, se inflamará, recorrerá con mirada inquieta la carrera de sus predecesores y de sus rivales; querrá superarlos; abrirá nuevos caminos, para llegar más rápidamente, más eficazmente al fin.
¿Pueden las recompensas nacionales producir el mismo efecto? No, los honores y las pensiones son pruebas de la generosidad del monarca que las otorga y de su estimación por las ciencias, las letras y las artes, pero la mano bienhechora afloja el resorte del genio. Los hombres de genio deben estar en lucha permanente. El hombre de genio que es vencido y que no espera sacar ventajas en un próximo combate debe matarse corporalmente porque no debe haber inválidos. Los hombres de genio son los verdaderos dioses y deben abandonar a la humanidad cuando no pueden gobernarla.
Vuestro proyecto eleva a cuarenta el número de elegidos; sin embargo la experiencia demuestra que el intervalo entre los grandes descubrimientos es muy largo, si recorro la historia veo que jamás han sido contemporáneos cuarenta. No temamos, pues, que llegue una época en la cual el número de autores de descubrimientos trascendentales sea mayor que el de puestos, y observemos que cuanto menos numeroso sea el cuerpo, más grande será la porción de consideración que corresponderá a cada uno de sus miembros.
Apruebo la elección anual con el derecho a reelegir. Un hombre ha sido el más sabio en la ciencia que cultiva pero otro hace dar un nuevo paso a la ciencia: el primero no debe ser reelegido en perjuicio de aquel que acaba de superarlo.
Los elegidos no buscarán en su opulencia los goces inmoderados del lujo, ni la embriaguez empalagosa de los falsos placeres. Estarán continuamente estimulados por el deseo de ser reelegidos y por el temor de no serIo. El dinero que tendrán a su disposición, servirá para hacer frente a los gastos de sus experiencias, viajes e investigaciones necesarias a sus trabajos; protegerán la iniciación de los sabios, escritores y artistas cuyo mérito presientan. ¿No es el hombre de genio la providencia del talento? ¿Quién otro puede descubrir el germen, desarrollarlo, fecundarlo para sabias instrucciones, sostenerlo por una honorable ayuda? No, los talentos solo pueden ser dignamente estimulados por el hombre de genio. Creemos un cuerpo universal de sabios; las ciencias, las letras y las artes solo formarán en torno de él una sola familia, de la cual será el jefe; a la acción marchitante de la protección sucederá la influencia noble e impresionante de la acción paternal.
Si se observa la marchá del espíritu humano, impresionará su lentitud, ya que recién al cabo de uno o dos siglos un gran descubrimiento toma el carácter de utilidad pública. Puede considerarse feliz el inventor que no muere en una triste oscuridad, o bajo el peso de la persecución, o hasta en la indigencia, aunque es cierto que ese crimen de sus contemporáneos es vengado por las generaciones siguientes que se enorgullecen de divinizar su memoria, pero a medida que las luces se extienden, el hombre que trabaja por el porvenir debe tener en cuenta su felicidad del presente, ¿y qué institución puede asegurarle mejor una recompensa digna de él, digna del reconocimiento general que la creación de un instituto europeo?
No existe entre los europeos ninguna clase que no tenga interés en adoptar vuestro proyecto. Al descomponer el orden social encuentro una primera división en propietarios y no-propietarios, que ha reemplazado a aquella de hombres libres y esclavos que existía en los siglos demasiado mentados de los griegos y romanos.
La clase de los propietarios es la que debe proporcionar los miembros de la administración pública y verá con secreto placer aproximarse el momento en que la línea de demarcación entre la teoría y la práctica habrá desaparecido definitivamente; porque desde ese momento ningún sabio podrá formar parte del gobierno; en efecto el mismo individuo no puede reunir en el mismo grado de superioridad la doble capacidad de especulación y de acción. ¿Quién sera trascendente? Es necesario optar y yo entreveo en vuestro proyecto la condición implícita de no ocupar ningún puesto público para ser elegido.
¿Quién mejor que el propietario puede interesarse en el mantenimiento y mejoramiento del orden social? ¿Quién sabrá apreciar mejor los medios de garantirlo contra toda especie de lesión? ¿Quién sabrá combinar y poner en acción mejor esos medios? Las sociedades, como todo en el universo, solo se conservan por el juego de fuerzas que se combaten, o la oposición entre gobernantes y gobernados, o lo que es la misma cosa entre los propietarios y los no-propietarios es un resultado de esa gran ley de la naturaleza. De un lado una fuerza física inferior, pero regularizada por la fuerza moral. Del otro una fuerza física céntuple, pero ignorante y sin motores, las leyes son en las manos de los propietarios los instrumentos necesarios para movilizar a la clase inferior. Si no saben modificar la acción de esos instrumentos, o simplificarlos o refundirlos, para colocarlos en nuevos moldes, se expondrán a revoluciones, es decir a soportar la acción de los no-propietanos.
Pienso, pues, que el proyecto de una institución que asegurará a los propietarios el perfeccionamiento de las teorías, y que les entregará los puestos administrativos ocupados por los sabios, debe ser favorablemente acogido por ellos.
La clase de los no-propietarios no tiene una sola observación que hacer para decidirse a suscribir.
¿Cuántos hombres sabían leer y escribir en Europa antes de la imprenta? ¿Cuántos hace trescientos años? ¿Cuántos hace doscientos años? ¿Cuántos hace cien? ¿Cuántos hoy?
¿Cuántos propietarios había en Europa hace trescientos años? ¿Cuántos hace doscientos años? ¿Cuántos hace cien años? ¿Cuántos hoy?
Es evidente que los no-propietarios deben al progreso de las ciencias el mejoramiento de su situación, puesto que es en razón de la vulgarización de los conocimientos que el número de los propietarios ha aumentado.
Que los no-propietarios contribuyan pues a asegurar a los sabios los medios de producir más trabajo en menos tiempo y acelerarán así el mejoramiento de su suerte.
En Francia, en Inglaterra, los no-propietarios laboriosos habitan, se visten y se alimentan bien; gozan en la medida de lo posible de independencia personal; en Rusia son esclavos y reciben palos.
La revolución francesa se hizo para la clase de los no-propietarios; tuvo por motores los sabios, los literatos, los artistas. En la medida que los sabios, los literatos, los artistas no tengan una existencia satisfactoria en el orden social, estarán dispuestos a ponerse a la cabeza del partido insurreccional que querrá cambiar ese orden. La institución que proponéis les proporciona independencia, consideración y ayuda, tres cosas que constituyen el objeto de su ambición; de ahí que me parezca perfectamente propio para garantizar nuestra prosperidad de las escenas sanguinarias de que hemos sido testigos, y de los peligros que hemos corrido.
Una multitud de ideas accesorias se presenta a nuestro espíritu que me reservo para exponer en una segunda carta; tengo también otras que se refieren a la forma de organización y que reuniré a las primeras; vuestro proyecto Interesa a todo el genero humano; vuestra empresa es inmensa; pero estaréis sostenido por el amor a la verdadera gloria y el concurso de los buenos espíritus de todos los países.