Índice de Cartas sobre la educación estética del hombrePresentaciónSegunda cartaBiblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 Me concedéis, pues, el honor de exponeros en una serie de cartas los resultados de mis investigaciones sobre la belleza y el arte. Siento vivamente el peso de esta tarea, pero también su encanto y su dignidad. Me dispongo a hablar de un tema que está directamente relacionado con la parte más noble de nuestra felicidad, y que no es nada ajeno a la nobleza moral de la naturaleza humana. Voy a presentar la belleza ante un corazón que es capaz de sentir todo su poder y de ponerlo en práctica, ante un corazón que, en una investigación en la que se hace necesario apelar por igual a sentimientos y a principios, tendrá que hacerse cargo de la parte más difícil de mi tarea.

2 Generosamente me imponéis como un deber aquello que yo quería pediros como favor, dando así apariencia de mérito a lo que tiendo a hacer por propia inclinación. La libertad de exposición que me prescribís, antes que una obligación, constituye para mí una necesidad. Poco versado en el uso de formas escolásticas, apenas correré peligro de pecar contra el buen gusto por emplearlas equivocadamente. Mis ideas, nacidas más a raíz del trato continuado conmigo mismo, que de una rica experiencia de mundo o de unas lecturas determinadas, no renegarán de su origen, serán culpables de cualquier otra falta antes que de sectarismo, y se derrumbarán por propia debilidad, antes que sostenerse en virtud de una autoridad y de una fuerza ajena a ellas mismas.

3 No he de ocultaros que los principios en que se fundamentan las afirmaciones que siguen son en su mayor parte principios kantianos; pero si en el curso de estas investigaciones hallaseis algún tipo de referencia a una determinada escuela filosófica, atribuidlo antes a mi incapacidad que a esos principios. Vuestra libertad de espíritu será siempre algo inviolable para mí. Vuestra propia sensibilidad me proporcionará los hechos que han de servir de fundamento a mi teoría, vuestro entendimiento libre dictará las leyes según las que habré de proceder.

4 Las ideas fundamentales de la parte práctica del sistema kantiano sólo han sido motivo de disputa entre los filósofos; sin embargo el conjunto de la humanidad, y me comprometo a demostrarlo, ha estado desde siempre de acuerdo con ellas. Si se las libera de su forma técnica, aparecen como sentencias antiquísimas de la razón común y como hechos de aquel instinto moral que la sabia naturaleza da al hombre como tutor, hasta que un discernimiento claro lo hace mayor de edad. Pero es justamente esa forma técnica, que revela la verdad al entendimiento, quien la oculta a su vez al sentimiento, pues al entendimiento le es necesario desgraciadamente destruir primero el sentido interior del objeto para poder apropiarse de él. Como el químico, el filósofo sólo descubre el enlace de los elementos mediante la disolución, y sólo llega a comprender la obra de la naturaleza espontánea mediante tortuosos procedimientos técnicos. Se ve obligado a encadenar con reglas a los fenómenos para captarlos en su fugacidad, a desmembrar sus bellos cuerpos en conceptos y a conservar su vivo espíritu en un indigente armazón de palabras. ¿Es, entonces, extraño que el sentimiento natural no pueda reconocerse en una imagen semejante, y que la verdad aparezca como una paradoja en las exposiciones analíticas?

5 Por esta razón os pido que seáis indulgente conmigo si en lo sucesivo, tratando de acercar el objeto de mis investigaciones al entendimiento, lo alejara de la sensibilidad. Lo que acabo de decir acerca de las experiencias morales, es aplicable con mayor motivo al fenómeno de la belleza. Toda su magia descansa en su misterio: si suprimimos la necesaria unidad de sus elementos, desaparece también su esencia.
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