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VIGÉSIMA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 El hecho de que no se pueda actuar sobre la libertad se desprende ya de su simple concepto; pero de éste también se sigue necesariamente que la libertad misma es un efecto de la naturaleza (tomando este término en su sentido más amplio), y no una obra del hombre, y que, por consiguiente, también puede ser activada y frenada por medios naturales. La libertad nace cuando el hombre está completamente formado, cuando sus dos impulsos fundamentales se han desarrollado ya. Así pues, no puede haber libertad mientras esté incompleto y uno de los impulsos quede excluido, pero ha de poder ser restablecida mediante todo aquello que es capaz de devolver al hombre su totalidad.

2 Ahora bien, podemos determinar de hecho un momento, tanto en la evolución del conjunto de la especie, como en la del individuo, en el que el hombre aún no ha alcanzado su perfección y sólo uno de los dos impulsos actúa en él. Sabemos que comienza siendo pura vida para acabar siendo forma, que es antes individuo que persona, que, partiendo de la limitación, se dirige hacia la infinitud. El impulso sensible actúa, pues, antes que el racional, porque la sensación precede a la conciencia, y en esta prioridad del impulso sensible, encontramos la clave de toda la historia de la libertad humana.

3 Pues hay un momento en que el impulso vital, al no oponérsele todavía el impulso formal, actúa como naturaleza y como necesidad; en que la sensibilidad es un poder, porque el hombre aún no es hombre, ya que en el hombre mismo no puede haber ningún otro poder más que la voluntad. Pero, por el contrario, en el estadio del pensamiento, al que el hombre ha de acceder posteriormente, el poder debe ejercerlo la razón, y en lugar de aquella necesidad física debe presentarse una necesidad lógica o moral. Así pues, el poder de la sensibilidad ha de ser eliminado, para que la ley pueda convertirse en un poder. No basta con que comience algo que aún no existía; antes tiene que terminar algo que existía. El hombre no puede pasar directamente del sentir al pensar; tiene que dar un paso atrás, porque sólo si se suprime una determinación puede aparecer la determinación opuesta. Así pues, para sustituir un estado pasivo por otro de actividad propia, una determinación pasiva por una activa, el hombre ha de hallarse momentáneamente libre de toda determinación, y ha de pasar por un estado de pura y simple determinabilidad.

Por consiguiente, ha de regresar en cierto modo a aquel estado negativo de pura y simple determinabilidad en el que se encontraba antes de que algo impresionara sus sentidos. Pero aquel estado carecía de todo contenido, y ahora se trata de unificar la misma indeterminación y la misma determinabilidad ilimitada con el contenido más completo posible, porque de este estado ha de resultar inmediatamente algo positivo. Ha de mantenerse la determinación que el hombre recibió de la sensación, porque el hombre ha de seguir siendo real, pero a la vez esta determinación, en cuanto que es una limitación, ha de ser suprimida para hacer posible una determinabilidad ilimitada. Así pues, la tarea consiste en suprimir y conservar al mismo tiempo la determinación del estado, lo cual sólo es posible de una manera, a saber, oponiéndole otra determinación. Los platillos de una balanza se equilibran cuando están vacíos; pero también cuando contienen pesos iguales.

4 Por lo tanto, el ánimo pasa de la sensación al pensamiento en virtud de una disposición intermedia en la que la sensibilidad y la razón actúan simultáneamente, pero precisamente por eso anulan recíprocamente su poder de determinación, y por medio de esta contraposición dan lugar a una negación. Esa disposición intermedia, en la que el ánimo no se ve coaccionado ni física ni moralmente, y sin embargo actúa de ambas maneras, merece ser considerada como una disposición libre, y si llamamos físico al estado de determinación sensible, y lógico y moral al estado de determinación racional, habremos de denominar, pues, estético a ese estado de determinabilidad real y activa. (1)

**NOTA**

(1).- Para aquellos lectores que no estén del todo al corriente del verdadero significado de este término tan mal empleado por ignorancia, lo que sigue puede servir de aclaración. Todas las cosas que, de algún modo, aparecen en el mundo sensible, pueden pensarse de acuerdo a cuatro relaciones diferentes. Una cosa puede referirse directamente a nuestro estado sensible (a nuestra existencia y bienestar); ésta es su cualidad física. O bien, puede referirse al entendimiento y proporcionarnos un conocimiento; ésta es su cualidad lógica. O bien, puede referirse a nuestra voluntad y ser considerada como un objeto de elección para un ser racional; ésta es su cualidad moral. O, finalmente, puede referirse a la totalidad de nuestras diferentes fuerzas, sin ser un objeto determinado para ninguna de ellas en particular, y ésta es su cualidad estética. Una persona puede resultarnos agradable por su obsequiosidad; puede invitarnos a pensar con su conversación; su carácter puede infundirnos respeto; pero, finalmente, también puede atraernos, independientemente de todo lo anterior, por el mero hecho de contemplarla, por su pura y simple apariencia, sin tener en cuenta ninguna ley ni ningún fin cuando emitimos un juicio sobre ella. En este último caso, lo juzgamos estéticamente. Así, hay una educación para la salud, una educación de la inteligencia, una educadón de la moral y una educación del gusto y de la belleza. Esta última pretende educar en la máxima armonía posible la totalidad de nuestras fuerzas sensibles y espirituales. Pero, dado que, seducidos por un falso gusto y llevados por un falso razonamiento a perseverar aún más en ese error, tendemos a asociar el concepto de lo arbitrario al concepto de lo estético, permítaseme pues abundar en esta explicación (si bien estas cartas sobre la educación estética no se ocupan casi de otra cosa que de refutar ese error), en el hecho de que, en primer lugar, en el estado estético, el ánimo actúa libre de toda coacción, y libre en su máximo grado, pero de ninguna manera libre de leyes, y de que, en segundo lugar, la libertad estética sólo se diferencia de la necesidad lógica del pensamiento y de la necesidad moral de la voluntad, en que las leyes conforme a las que se comporta el ánimo no se representan y, al no encontrar resistencia, no aparecen como coacción.

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