ENTREVISTA Píndaro Urióstegui Miranda SU ORIGEN Y FORMACIÓN. PREGUNTA RESPUESTA Nací en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, el día 1° de junio de 1891; mis padres fueron don Juan Sáenz Garza y doña Concepción Garza González. Del matrimonio de mis padres nacieron nueve hijos, de los cuales cuatro fuimos varones y cinco mujeres: Moisés Sáenz, profesor normalista, cuyos estudios después le referiré y que era el mayor; después Josué; Anita, que casó con el doctor Jesús Govea; yo Aarón; una hermanita perdida al nacer; Jesusita; Herminia; Olivia; Juan; Ofelia y Elsa. El propósito de nuestros padres, pese a su modesta capacidad económica cuando vivimos en Monterrey, fue el de darnos una buena educación; todas mis hermanas estudiaron para maestras normalistas y algunas ejercieron su carrera durante algún tiempo; yo me interesé desde un principio en estudiar para abogado. Hice mis primeros estudios de primaria en el Instituto Laurens de Monterrey, cuyo director era el profesor Samuel J. Treviño y en donde tuve como maestro, entre otros, a don Bernardo Garza. Terminados mis estudios de primaria, me inscribí en el Colegio Civil de Monterrey, que como usted sabe fue de los colegios civiles que estableció la Reforma, mismo que seguía los lineamientos ideológicos de don Gabino Barreda, fundador de la Escuela Nacional Preparatoria en México, cuya preparación y educación se orientó por el positivismo. En estas condiciones, careciendo mis padres de suficientes recursos económicos y con objeto de continuar mis estudios determiné, previa autorización de ellos, inscribirme en la carrera de profesor normalista en la Escuela Normal Preparatoria de Monterrey, fundada por el gran maestro Miguel F. Martínez. Algo verdaderamente interesante fue que el fundamento de esta escuela consistía en la necesidad de preparar maestros lo más rápidamente posible. Así, todos los que se inscribían estudiaban durante la noche y por el día eran ayudantes de maestros de banquillo en las escuelas primarias. En esos tiempos mis padres tuvieron que salir para Saltillo a donde nos fuimos a radicar y, con su permiso, me inscribí en el Ateneo Fuente, una de las instituciones de más ilustre antecedente en el Estado de Coahuila. En esa época, simultáneamente se fundó la Escuela Normal, de la que fue primer director don Andrés Osuna, un educador destacado. Alumno, como fui, del Ateneo, los gratos recuerdos están unidos a mi juventud, lo están igualmente a la vida provinciana, reducida en cuanto al número de habitantes que hacía que la existencia tuviera mucho de familiar. Como estudiante participé de la ventura juvenil que traen consigo la alegría de vivir y la esperanza por vencer al futuro. Ya para entonces el Ateneo era merecedor del prestigio que no sólo en el norte sino en todo el país, se le reconocía. Esto significaba orgullo para nosotros, al mismo tiempo que compromiso. Orgullo, por cuanto el nombre mismo del plantel que honraba al prócer Juan Antonio de la Fuente, eso nos vinculaba a la época de la Reforma y a la defensa republicana frente a la intervención francesa y al imperio de Maximiliano, donde también la figura de Benito Juárez se acrecentaba por su significada obra nacionalista que había salvado a México de las codicias extranjeras. Orgullo, asimismo, de los maestros Valdés Carrillo, Francisco de Paul Ramos, Alonso de Alva, Melchor Lobo, Ramón Dávila, Blas Rodríguez y José María Múzquiz, porque había escrito páginas ilustres en el pretérito de nuestro admirado Ateneo. Compromiso al mismo tiempo, ya que insensiblemente fuimos adquiriendo conciencia de que formábamos parte de una comunidad intelectual, en la que se nos preparaba para la lucha por la vida y a la que había que honrar en esa lucha, como habíanlo hecho los maestros pasados y presentes, como lo estaban haciendo los ex-alumnos ya laureados por el renombre. A este respecto estimo que en nuestra formación y preparación, en la sensibilidad que adquirimos para apreciar las necesidades, los problemas, los requerimientos del medio que nos rodeaba, fueron mentores de principal estímulo, los maestros que nos tocó en suerte oír y admirar en las distintas cátedras que formaban el plan de estudios del Ateneo Fuente. Aprovecho esta oportunidad para citar algunos nombres de esos maestros y unirlos en mi recuerdo al agradecimiento que dedico a ellos y que hago extensivo a todos y cada uno de los que concurrieron a nuestra formación intelectual. Séame permitido honrar a los que fueron directores desde los comienzos de este siglo, señores Pedro Ríos, José Ma.
Múzquiz. Jesús García Fuente, doctor Dionisio García Fuentes, erudito y enciclopédico intelectual que pertenecía a la escuela positivista; al doctor José García Rodríguez, literato de indiscutible valor, colahorador de la Revista Azul y la Revista Moderna, órganos que fueron vehículos de difusión de grandes poetas como Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y Manuel Acuña, así como a los profesores José María Letona y Manuel J. Rodríguez; el geógrafo Genaro González; el maestro de idiomas Antonio María Zertuche, don Rafael B. Narro, que dictaba la clase de física y química -estaba encargado del Museo de Historia Natural del Ateneo- y que más tarde organizó la Escuela Regional de Agricultura Antonio Narro, hoy Escuela Superior de Agricultura y Ganadería del Estado y otros numerosos maestros de mi generación. Es fortuna qua pueda ejemplificar, en ciertos casos, la influencia y dirección que tuvieron algunos maestros sobre nosotros. Deseo relevantemente mencionar al ingeniero Octavio F. López, profesor de matemáticas, secretario por muchos años del Ateneo, de gran disciplina intelectual y pedagógica, que no sólo proyectaba sus enseñanzas y consejos a los cientos de alumnos del Ateneo, sino que en algunos casos, dando prueba de su afectuoso sentido, cuando apreciaba que algunos de los alumnos podían encaminar sus estudios a otras actividades o profesiones, no vacilaba, de manera amable, paternal diría yo, en aconsejarles que escogieran alguna otra carrera, ya que a juicio suyo por ahí estaban marcados sus destinos. Otro ejemplo lo puedo destacar en el caso del maestro Sánchez Uresti, que en nuestro tiempo enseñaba dibujo y que formó a Rubén Herrera, destacado pintor, honra de la plástica coahuilense. Este extraordinario maestro prolongaba sus explicaciones y consejos muchas horas más de las que le correspondían, con objeto de seguir enseñando, sin perjuicio de que ayudara, como ayudó, a tantos y tantos alumnos. A mi paso por estas aulas debo destacar que fui de los fundadores de la Sociedad de Alumnos del Ateneo y presidente de la misma. Actué junto con mis compañeros de grupo, en lo que pudiéramos ahora considerar como jóvenes rebeldes sin causa o con causa, pero sin haber llegado a los extremos a los que se ha llegado en los años presentes, dentro de las universidades. Mi primera participación en el Ateneo fue cuando fundamos una sociedad literario.musical, que llevó por nombre Juan Antonio de la Fuente, que siendo Ministro de México en Francia cuando la intervención francesa, tuvo una actuación muy destacada; fundamos una revista entre los estudiantes intitulada Iris y promovimos múltiples actividades de orden cultural, entre ellas logramos que se llevaran a Saltillo algunos espectáculos, como el de una actriz italiana llamada Mimí Aguglia; promovimos también el traslado de los restos de don Juan Antonio de la Fuente a la rotonda de hombres ilustres de Saltillo y nos empeñamos en que los restos de uno de los generales de la Reforma fueran trasladados también a esa capital. Fui designado, posteriormente, representante estudiantil del Ateneo Fuente al Primer Congreso Nacional de Estudiantes que se celebró en México en el año de 1910. Después del Ateneo, ingresé a la Escuela de Jurisprudencia del Estado de Coahuila. Al ser electo gobernador maderista del Estado, el señor don Venustiano Carranza y en vista de que no se contaba con un número adecuado de alumnos y de profesores para la continuación del funcionamiento de esta escuela, el propio gobernador Carranza acordó suspenderla temporalmente en 1911 y becarnos a cuatro alumnos que cursábamos el tercer año de derecho para que concluyéramos los estudios en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la ciudad de México. En este plantel llevé el cuarto año en 1912. Para 1913 iba a estudiar el quinto año; pero los acontecimientos de la Decena Trágica y la traición de Victoriano Huerta, que culminaron con los asesinatos del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, cambiaron mi vida y me impulsaron a presentarme al señor Carranza en Piedras Negras, Coahuila, a fines de marzo de 1913. Previa a la situación agitada que pronto se iba a generalizar en la región noreste del país, la vida apacible de Saltillo me obligó a la dedicación que tuve para el estudio, esto es, a la preparación de mis clases y a las lecturas a que me fui aficionando. Por lo demás, mi familia paterna, como es común en las familias mexicanas, estaba sólidamente organizada por la energía de mi padre y por la bondad inagotable de mi madre. A su lado crecimos hermanos y hermanas, dentro de una vida que correspondía a la clase media campirana y de provincia. Esto quiere decir que crecimos bajo el ejemplo del trabajo y con aspiraciones a mejorar nuestra preparación intelectual. En el norte de México, que era donde vivíamos, la fundamental perspectiva para los adolescentes y, sobre todo para los jóvenes, era el trabajo campesino. En cuanto a los estudios, en lo general se aspiraba a dedicarse a la contabilidad en las casas comerciales, o a la enseñanza de los niños como profesores normalistas. Tanto mis estudios de preparatoria en Saltillo, como en el breve tiempo que fui alumno de la Escuela Normal para Maestros, en Monterrey, afirmaron en mí la idea de que la educación en México debe desarrollarse al máximo y ser laica, como lo establecieron tanto la Constitución de 1857, como la de 1917. En otras palabras, esta escuela forma parte de la tradición histórica de México, especialmente puntualizada durante la Reforma, bajo el gobierno del presidente Benito Juárez y en la Revolución Mexicana, durante todos los períodos de gobierno emanados de ella. Ahora bien, tanto mis hermanos como yo, si bien en nuestra edad necesitamos del consejo de nuestro padre, conforme fuimos adelantando en el curso de la vida, tomábamos las decisiones por nuestra propia cuenta. Eso fue lo que hicimos en los asuntos políticos. Y al hacerlo en esta forma no nos desvinculamos de nuestro padre ni rompimos los grandes y muy sólidos afectos familiares. Aún en nuestros días, los hermanos conservamos la unidad familiar, somos una familia unida, pues en esto seguimos la solidez que, repito, en los vínculos afectuosos imprimió la energía de mi padre y la bondad de mi señora madre. En esos días se había realizado en México, entre otras cosas, lo que fue el primer movimiento de la segunda reserva; esos hechos sucedieron entre los años de 1907 y 1918. Si es posible precisar alguna fecha que sea punto de partida de la agitación, los contemporáneos de los acontecimientos llegamos a entender que cuando se conoció en México el texto de la conferencia que sostuvo el general Porfirio Díaz con el periodista norteamericano James Creelman, el 17 de febrero de 1909, lo inusitado del procedimiento y lo inexplicable de sus términos, produjo un gran impacto en la opinión pública. Era inusitado por cuanto que la materia de la entrevista referíase a México e importaba a México; pero, sin embargo, el presidente Díaz la produjo ante un corresponsal extranjero, para ser publicada en lengua inglesa y en la prensa de los Estados Unidos. Era inexplicable la conferencia, porque el general Porfirio Díaz, que había prolongado su poder mediante procedimientos antidemocráticos, le aseguró a Creelman que el pueblo mexicano estaba ya apto para el ejercicio de la democracia, por lo que ya no habría peligro de que se provocaran revoluciones; que vería con agrado la formación de partidos políticos a través de los cuales el pueblo pudiera intervenir, eligiendo a sus mandatarios. Ahora bien, el presidente Díaz fue insincero con esas declaraciones, según se comprobó desde entonces. En cambio, el pueblo comenzó a tomarle la palabra y a procurar intervenir en el proceso electoral que se avecinaba. Además de los libros, los folletos, los artículos periodísticos y la formación de grupos que tomaban militancia política, no debe perderse de vista que el prestigio de don Porfirio imponía respeto a su personalidad; es justo recordar que el pueblo no olvidaba su relevante participación como soldado republicano contra la odiosa intervención francesa, que trató de imponer al llamado emperador Maximiliano. Tanto así, que personas como Madero y en general los antirreeleccionistas, propusieron una fórmula transaccional que consistía en que se aceptara la candidatura del general Díaz reeligiéndose como presidente, a condición de que la vicepresidencia fuese ocupada por un candidato electo por el pueblo, de conformidad con los procedimientos electorales de la Constitución de 1857. Sin hacer honor a lo declarado al periodista norteamericano Creelman, el presidente Díaz se empecinó en la continuación conjunta de su equipo, lo que obligó a la oposición a combatirlo y acabar por presentar su propia fórmula, designando el Partido Nacional Antirreeleccionista candidatos a Francisco I. Madero y al doctor Francisco Vázquez Gómez, para presidente y vicepresidente, respectivamente. A éstos, el gobierno contrapuso las candidaturas de Porfirio Díaz y Ramón Corral, para presidente y vicepresidente respectivamente; esto es, era la misma fórmula que en 1909 resultaba intolerable para el pueblo, pues a la avanzada edad del presidente uníase el rechazo que manifestaba la ciudadanía, después de treinta años de un gobierno de ancianos, que más estaban destinados a descansar de la vida y atender los achaques propios de su edad, que de seguir al frente del gobierno. Pero los trabajos de la oposición desencadenaron una violenta persecución política en toda la República, que llegó hasta poner en prisión al señor Madero y a varios de sus más entusiastas partidarios, como el licenciado Roque Estrada. En esos tiempos, la fatídica cárcel de Belén no era suficiente para alojar a tantos presos políticos, que en verdaderas mazmorras sufrían las condiciones antihigiénicas de las bartolinas, que podían equipararse a las cárceles de la inquisición. El gobierno del general Díaz era un régimen de ancianos, incluidos el presidente de la República, sus ministros, numerosos gobernadores, jefes políticos, diputados y senadores, hasta modestos empleados de la Federación y de las entidades; lo cierto es que no sólo opuso gran vigor a los trabajos de oposición, sino que, repito, desató tremenda persecución, promoviendo como reguero de pólvora la lucha, que no tardó en adquirir caracteres explosivos. Fue el camino que se iba abriendo rumbo a la violencia. Por lo demás, éste era el panorama del país al finalizar la primera década del presente siglo, en 1910. En Coahuila, la legislatura de la entidad celebró sesión el 14 de agosto de 1909, llena de ruidosos incidentes, en la cual renunció el licenciado Miguel Cárdenas al cargo de gobernador constitucional del Estado, que durante más de quince años había usufructuado. La legislatura admitió la renuncia del señor Cárdenas y nombró gobernador interino al licenciado Praxedis de la Peña, quien tomó posesión el día 16 del aludido agosto. Para diciembre del año de 1909, el señor de la Peña hizo entrega del gobierno de Coahuila al licenciado Jesús de Valle, nominado gobernador constitucional, para el cuatrienio que iba a expirar el 14 de diciembre de 1913. Esto es, también en Coahuila la política era excitante, pues debe recordarse que de este valeroso estado fronterizo enarboló, contra la dictadura primero con Madero y después, en 1913, con el gobernador Carranza, la bandera de la lucha contra el pretorianismo y la usurpación de Victoriano Huerta. Además, no deben perderse de vista los acontecimientos que tuvieron lugar en el vecino Estado de Nuevo León, pues sirvieron para aumentar la agitación entre los habitantes de Coahuila por las proyecciones que implicaron. En efecto, el 23 de octubre de 1909, la legislatura de Nuevo León concedió licencia indefinida al gobernador general Bernardo Reyes, para separarse del puesto y nombrar en su lugar gobernador interino al general José María Mier, quien tomó posesión el 1° de noviembre. Como resultado, el general Reyes salió para Europa comisionado por el gobierno federal con el fin de estudiar el progreso y las organizaciones de los ejércitos, así como lo referente al reclutamiento general. El 29 del mismo mes, la Cámara de Diputados Federal, erigida en gran jurado, resolvió que había lugar a proceder en contra del licenciado José López Portillo y Rojas, entonces senador por Nuevo León, a quien se le acusó de fraude y otros delitos; acusación notoriamente de carácter tendencioso y persecutorio, utilizada como arma política contra la oposición a Porfirio Díaz. En la conciencia nacional estaba que la renuncia y la comisión a Europa impuesta al general Reyes, era el resultado desfavorable para él, de la lucha que había sostenido contra el grupo científico y también de que en cierto momento, el general Reyes había significado para el pueblo la esperanza de que pudiera lanzarse a la pugna electoral para elegirlo vicepresidente de la República. Por lo que respecta al licenciado Portillo y Rojas, de innegable probidad y honorabilidad política, su nombre se unía, en calidad de víctima por su filiación reyista, a la suerte de don Bernardo Reyes, que indudablemente había caído en desgracia de la omnipotente voluntad del anciano presidente Díaz, por ser vanguardia en esos momentos de la oposición a la dictadura. Madero, el iluminado apóstol, abandonó los procedimientos pacíficos para convocar al pueblo de México a rebelarse contra la dictadura, según fueron los términos del Plan de San Luis Potosí del 5 de octubre de 1910. Fui partidario del señor Madero, como lo fueron muchos de mis compañeros en aquella época. La agitación que trajo consigo el antirreeleccionismo nos hizo partícipes de la oposición. Era yo alumno que terminaba la educación preparatoria en el Ateneo Fuente y como presidente de la Sociedad Juan Antonio de la Fuente, organizamos una manifestación de estudiantes, que pedía la renuncia del gobernador Cárdenas y reclamaba un inmediato cambio de autoridades locales. Según correspondió a nuestra militancia oposicionista, fueron discusiones y manifestaciones públicas las que llevamos a cabo por nuestra parte. Con íntima satisfacción recuerdo que fui director de la revista cultural Iris y debo decir que pronto derivamos de la literatura a la política y de la abstención a la acción. Esto fue, indudablemente, la causa que hizo que mis compañeros me designaran representante al Primer Congreso Nacional de Estudiantes, que tuvo lugar en la ciudad de México en 1910, en ocasión de la fastuosa celebración del Centenario de la Independencia; celebración tan desorbitada como fue, que vino a colmar la paciencia del pueblo que ya no podía seguir soportando a la dictadura. Sucedió con ese Congreso, que las autoridades del gobierno de Porfirio Díaz pensaban que no iba a tener mayor trascendencia, pero el espíritu rebelde e inquieto de sus componentes nos impulsó a hacer la crítica de la dictadura y a constituir la asamblea en un foco de agitación. Ahí encontré a estudiantes de la calidad de Atilano Guerra, prematuramente fallecido, de Francisco Castillo Nájera, José Domingo Lavín, Luis León, Gustavo Serrano, Enrique Pérez Arce, Luis Sánchez Pontón, Alfonso Priani, Gustavo Durón González, Rafael Heliodoro Valle, Alfonso Reyelt, Luis C. Quintana, Alfonso G. Alarcón, Juan B. Rojo, Justo Santana, Alfonso Cabrera, Aurelio Manrique, etc., que después figuraron prominentemente en la política nacional o en otras actividades, pero que desde entonces militaron en la oposición al gobierno del general Porfirio Díaz. En orden a los acontecimientos que he venido recordando, quiero aludir a que con la renuncia del general Díaz y de sus principales colaboradores, después del interinato del licenciado Francisco León de la Barra, el ascenso al poder de don Francisco I. Madero no consolidó al gobierno de la Revolución, antes bien, la bondad del presidente constitucional Madero hizo posible que los levantamientos militares se multiplicaran, hasta llegar a los tristes sucesos que constituyeron la Decena Trágica, en febrero de 1913. Es oportuno señalar que en los quince meses del gobierno del presidente Madero, hubo cinco levantamientos, es decir, un cuartelazo por cada trimestre, en la inteligencia de que el quinto consumó el golpe de Estado y les brutales y alevosos asesinatos del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, el 22 de febrero de 1913, instalándose el usurpador Victoriano Huerta, para iniciar así la hegemonía pretoriana del antiguo Ejército Federal. Al terminar mis estudios en el Ateneo Fuente llegó la ola oposicionista encabezada por la familia Carranza; el padre y los hermanos de don Venustiano -todos juaristas de la Reforma- actuaron contra el cacicazgo de Garza Galán; esa oposición triunfó en las elecciones locales del Estado siendo elegido como gobernador don Miguel F. Cárdenas, lo que provocó que don Porfirio Díaz se pusiera en guardia y observara con mucha atención este asunto. El cacicazgo de Garza Galán, fue semejante a otro que hubo en el Estado de Nuevo León, el de Vidaurri. PREGUNTA RESPUESTA Alguna vez preguntándole al general Obregón cuál era su opinión respecto al general Porfirio Díaz, dijo: pues, el general Díaz en su época fue un gran soldado que combatió al imperio y comenzó la época de la restauración de México, pero llegó a tal grado de engreimiento al poder que lo único que le faltó fue saberse renovar a tiempo para no llegar a los ochenta años, rodeado de una gran parte de sus colaboradores, octogenarios como él, que ya no tenían ni energías ni vitalidad suficiente, ~excepto don Porfirio que sí era de una extraordinaria vitalidad- y que estaban más cuidándose de sus achaques, de las reumas o del cansancio de los años. Para estas épocas, el haber llegado a los ochenta años de edad don Porfirio y todos sus principales colaboradores era una proeza, a pesar que ya denotaban una longevidad mayor que el promedio general de México, tanto más que en esos tiempos la vida no se defendía con los medios y los elementos con los que ahora se cuenta; entonces el promedio de vida no llegaba a los cuarenta y cinco años. PREGUNTA RESPUESTA La Universidad de Coahuila entonces era casi representada por el Ateneo Fuente; debemos señalar que entre el general don Praxedis de la Peña y don Jesús de Valle fundaron la Escuela de Leyes de Coahuila, misma que fue varias veces cerrada y vuelta a reabrir, entonces yo que ya había terminado la preparatoria me inscribí en la Escuela de Leyes donde cursé mis primeros tres años. En 1911 fue electo -y por el maderismo- gobernador constitucional del Estado de Coahuila, don Venustiano Carranza y en cuya campaña colaboramos varios estudiantes, entre ellos mi compañero Jesus Rodríguez de la Fuente y un grupo de médicos brillantes que salieron del Ateneo a estudiar a México.
AL LICENCIADO Y GENERAL AARÓN SAENZ
GERMEN DE ACCIÓN REVOLUCIONARIA
Señor licenciado, quisiera que nuestra primera pregunta se relacionara con sus datos personales, su origen, sus padres, estudios, matrimonio, en fin, datos particulares.
Con mucho gusto señor licenciado.
¿Y en esa época de estudiante, ya había usted oído hablar de la familia Madero?
Sí señor, mire usted, la familia Madero era una de las más representativas del Estado de Coahuila; don Evaristo Madero era de las gentes más allegadas al gobierno de la dictadura de Porfirio Díaz y especialmente el padre de don Francisco I. Madero tenía relaciones muy estrechas con Limantour.
¿Y terminó su carrera de leyes en el Ateneo Fuente?
No señor, mire usted, al cambiarse el gobierno de don Miguel F. Cárdenas, fue electo gobernador del Estado don Praxedis de la Peña; en esas condiciones vino el triunfo de la Revolución con el señor Madero en Ciudad Juárez; el siguiente gobernador provisional que tuvo el Estado de Coahuila, hasta después de que se celebraron las elecciones maderistas, fue don Jesús de Valle, padre, por cierto, de don Artemio de Valle Arizpe y del general Francisco de Valle.