Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán Esparza | Primera parte del CAPÏTULO SEGUNDO | Tercera parte del CAPÍTULO SEGUNDO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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MEMORIAS DE ADOLFO DE LA HUERTA
CAPÍTULO SEGUNDO
(Segunda parte)
SUMARIO
- Carranza, Obregón y Pablo González.
- El decreto N° 71 del Gobernador De la Huerta en Sonora.
- Iniciativa ante el Congreso Constituyente.
- Carranza y los Estados de Norteamérica.
- La misión de De la Huerta en Washington.
- La campaña electoral por la gubernatura de Sonora.
- Un tesorero enemigo político.
Carranza, Obregón y Pablo González.
Con motivo de algunos ataques en la prensa a la memoria del general Pablo González, el señor De la Huerta (en 1954), dictó la siguiente relación que se transcribe en sus propias palabras.
Yo creo que debemos llamar a esta plática Por la verdad y la justicia. No tengo ningún interés en disculpar a Obregón por su actitud de 1920, ni tampoco a don Pablo González, pero como me tocó en suerte tener los hilos de la situación en 1916, cuando Carranza me llamó de Sonora donde desempeñaba el cargo de gobernador provisional en el período preconstitucional, pues creo que tengo la obligación de manifestar la verdadera situación en que se colocó el primer jefe del Ejército Constitucionalista a fines de ese año de 1916.
Por aquellos días la nación esperaba que al formular la Constitución el congreso constituyente, cambiara el panorama político de la República. Como hasta esos días había regido los destinos del país el primer jefe Venustiano Carranza y no había conseguido hacer la paz, pues había grupos rebeldes en gran número, no inspiraba confianza la administración del señor Carranza. Esa es la verdad.
Se sentía, se palpaba un ambiente de antagonismo para el hombre que no había sabido, después de la derrota de Villa, consolidar la paz en la República.
Examinemos ahora los resultados de aquellos sentires del pueblo mexicano en los ánimos de Obregón y de Pablo González. Obregón, ministro de la Guerra, creyó que había llegado el tiempo de preparar su candidatura para lanzarla al iniciarse el orden constitucional y comenzó sus trabajos probablemente con algunos militares, no me consta; pero sí tuve noticias de frecuentes conferencias con militares amigos suyos; por otra parte, muy ostensiblemente y con conocimiento del señor Carranza, trabajaba en el ánimo de los diputados constituyentes. Creo que se había ganado casi la totalidad de la Cámara.
Pablo González, con el mismo sentir de Obregón, con el reflejo de la opinión pública no solamente en el Distrito Federal y la capital de la República, sino de todo el país, creyó que se iba a presentar la oportunidad propicia para que él lanzara su candidatura. Ya sabía que Obregón había iniciado sus trabajos y abiertamente, haciendo uso del derecho que la Revolución le concedía, preparaba también su candidatura.
En México todo el mundo sabía que uno de los candidatos iba a ser Pablo González (que contaba con respaldo considerable en la opinión pública) y en esas condiciones, dándose cuenta el señor Carranza de que las dos figuras de mayor relieve en el campo militar (después de la derrota de Villa, por supuesto) que eran Obregón y Pablo González, se lanzarían, resolvió hacer la gestión que más adelante relato.
Mientras tanto hagamos un paréntesis para estudiar a los dos hombres:
Obregón en aquellos días tenía la aureola de sus triunfos militares: primero sobre Victoriano Huerta y después sobre Villa; pero al mismo tiempo, entre el pueblo, entre las clases trabajadoras, entre los obreros, había alguna reticencia para manifestarse abiertamente a su favor porque se sabía que él no comulgaba con las ideas revolucionarias de 1910 que, contra lo que han dicho algunos, muchos, en los últimos tiempos, sobre todo los partidos Zapatistas y Liberal (magonista) y que pretenden que el maderismo no tenía contenido social, lejos de eso, representaba el ala izquierda del movimiento libertario, díganlo si no los postulados del Plan de San Luis que últimamente he visto publicado enteramente mutilado. Hoy en la mañana precisamente platicaba con Roque González Garza y él era de mi misma opinión porque ha visto muchos ejemplares que no contienen los renglones que se refieren a la distribución de tierras, la ruptura de los latifundios y la restitución de ejidos a los pueblos, etc.
Pablo González tenía en cambio su aureola de revolucionario; afiliado al magonismo primero y de los que figuraron en primera fila en el movimiento encabezado por don Francisco I. Madero.
Aunque derrotado en muchos combates, consiguió también apreciables victorias de gran significación dentro del movimiento revolucionario. Además mucha gente pensaba que la revolución no era un torneo de militares para demostrar quién era más hábil en el arte de matar hermanos, sino que se debía de juzgar a los jefes por la sinceridad de su tendencia en favor del pueblo humilde y que si Obregón había sido un militar afortunado, con mejores dotes de estrategia que Pablo González, en cambio a éste había de reconocérsele que se lanzó a la lucha en los momentos en que el pueblo en masa lo hacía contra la dictadura de Porfirio Díaz, respondiendo al llamado que Madero les hizo en su gira electoral primero y después lanzando su proclama revolucionaria desconociendo al gobierno del general Díaz. Todo el mundo en aquella época fue maderista, y si alguno se presentaba contra el apóstol de la democracia, se le consideraba, como no-revolucionario, como remanente de los viejos grupos porfiristas que con el disfraz de revolucionarios estaban sosteniendo banderas distintas y aun con antagonismos para los directores sinceros del movimiento reivindicador de 1910. Ese era el sentir en aquellos tiempos.
Volviendo a la situación de 1916, decía que el señor Carranza, al darse cuenta de las aspiraciones de Obregón y de Pablo González, llamó primero, para pulsarlo a ver si era el hombre que podía utilizar en sus proyectos, a Benjamín Hill. Lo estudió encomendándole primero que recomendara a los constituyentes que aceptaran el proyecto tal como él lo había presentado y que le oyeran en sus apreciaciones sobre la tendencia que debía seguirse y la forma en que debían redactarse algunos artículos. El general Hill pulsó el ambiente y con su franqueza característica le dijo: Jefe, no sirvo yo para esto. Reconozco que los principios de usted son sensatos, juiciosos, aunque muchos de ellos no vayan de acuerdo con la tendencia general, pero usted los manda a la Cámara a través de un grupo de elementos que no les son gratos a todos los verdaderamente revolucionarios; gente que usted reclutó a su llegada a México y que no está identificada con los que iniciaron el movimiento de 1910 ni el de 1913. (Se refería al grupo de Juan Natividad Macías, Luis Manuel Rojas, Gerzayn Ugarte y algunos otros). Yo acepto, como le dije antes que sus principios son buenos, son juiciosos, pero ... mire, jefe: el chocolate es bueno, pero si me lo dan en bacinica ... ¡pues no lo tomo! ... Y ese es el caso. Manda usted proyectos buenos por conducto de hombres manchados y no se los reciben allí. Esta es una de las causas por las que usted ha fracasado en su hegemonía del congreso constftuyente en donde no le obedecen a usted. Y yo no le puedo ser útil. No me siento capacitado para controlar ese grupo.
Eso me lo relató el propio Carranza, para explicarme por qué había llamádome desde Sonora, tan distante, para que, según me dijo, tratáramos tres puntos importantes. Su charla sobre la actitud de Hill fue en tono benévolo y hasta risueño; no le causó enojo la franqueza ni la ruda sinceridad de Benjamín.
Lo he llamado a usted -me dijo- porque usted es de la misma caballada de esos y yo creo, siguiendo el principio homeopático de similia, similibus curantur, que usted es el indicado (sonriendo) para convencer a esos amigos de que no se aparten de mi lado; no me hagan asco ni me consideren sin derecho a sugerir ideas y proposiciones y detenerlos en muchos arranques que tienen con tiradas hacia la izquierda, hacia extremismos que resultarían nocivos para el país si se aceptaran en la Carta Magna. Entre otros ese artículo tercero.
Estimando que aquel era el primero de los tres puntos que me dijo habíamos de tratar, repliqué:
Mire, jefe: hablándole con la sinceridad que me caracteriza, yo no le sirvo para convencer a esos amigos de sus tendencias y principios, porque como usted mismo lo ha dicho antes, soy de la misma caballada de aquellos, pero porque le respeto y le estimo a usted como amigo, quiero servirle. Yo trabajaré en el ánimo de ellos y creo lograr algo, por lo menos que le oigan a usted. Que vengan para que usted les exponga sus argumentaciones en favor de tal o cual artículo, sobre todo en esa cuestión religiosa, y estoy seguro que con la fuerza de su personalidad, volviendo de nuevo al respeto que ellos le guardaron y que tienen que seguir guardándole, será más fructífera su discusión con ellos.
El señor Carranza estuvo conforme y yo comencé mi tarea con los constituyentes. Los entrevisté, casi todos eran amigos; me refiero a los radicales que eran los que llevaban la dirección de aquella agrupación. Eran. Luis Monzón, que aunque originario de San Luis Potosí se había formado y crecido en Sonora radicando allí por muchos años y era amigo mío. Flavio Bórquez, diputado por Sonora, Froylán Manjarrez, que aunque diputado por Puebla, había estado a mi lado por algunos años y ... ¿por qué no decirlo? yo estuve escribiendo cartas a Puebla, a muchos amigos con los que en aquel entonces contaba en ese Estado y le sirvieron de mucho a Froylán los refuerzos que yo le allegué para ir como representante de Puebla, pero siempre ligado conmigo, siempre considerándome como un hermano mayor pues él entonces contaba 24 Ó 25 años. Traté también con Heriberto Jara, con Francisco Mújica con quien me ligaba también muy íntima amistad. Eran los Ravacholes de aquellas épocas. Los convencí de que debían oír al señor Carranza y que deberían atender muchas de sus indicaciones y limitaciones en los extremismos que ellos querían establecer en la Carta Magna.
En mi segunda conferencia con el señor Carranza, éste me pidió que convenciera a Obregón de que retirara su candidatura a la presidencia de la República; mi gestión y sus resultados ya fueron relatados en plática anterior. (Véase Las aspiraciones presidenciales de Obregón).
Resuelto el problema de Obregón, me mandó Carranza a México para que hiciera labor semejante cerca de Pablo González, lo que hice por conducto de amigos míos que lo eran también del general, particularmente Paco Cosío Robelo. Gracias a esa amistad e invocando el antecedente de Obregón que había ya retirádose de la lid política conseguí que don Pablo hiciera lo propio y convino en posponer sus trabajos electorales para 1920, ya que se le ofrecía que para esa ocasión tendría toda clase de garantías y seguridades para disputarle el triunfo en las elecciones al único que parecía rival temible, que era Obregón.
Así es que los dos, Obregón y Pablo González quedaron entendidos de que contarían, para el período siguiente, con la simpatía del primer jefe en su lucha por la primera magistratura del país.
Pero al llegar el año de 1920 Carranza cambió de parecer. Le vino fobia en contra de los militares y encariñamiento con el civilismo y se declaró opuesto a que un militar llegara a la pres1dencia porque (según me dijo en pláticas confidenciales) él consideraba que lós militares estaban acostumbrados al engaño, al golpe a mansalva, la emboscada, el autoritarismo ... y que todo ello no era deseable en un candidato. Yo le recordé que en 1916 les había dicho a ambos, por mi conducto, que en el siguiente período habría libertad completa sin ninguna intromisión del Ejecutivo, pero noté que no le gustaba mucho que yo se los recordara.
Carranza había cambiado la manera de pensar que me había expresado tres años antes, y cuando Obregón habló con él, y después lo hizo Pablo González acompañado de otros jefes, les contestó en forma dura, descortés y hasta agresiva. Me platicaron que don Pablo fue, entiendo con el general Treviño, cuando ya estaba corriendo su candidatura; ya había renunciado al mando de fuerzas, lo mismo que Obregón quien hacía bastante tiempo que se había separado de la Secretaría de Guerra. Pablo González había dejado el mando de las fuerzas qué combatían al zapatismo, para quedar dentro de la ley en su lucha electoral.
Al sentir que Carranza tomaba diverso derrotero, otras tendencias, y ponía un candidato que no procedía del pueblo, y aún más cuando se dieron cuenta de que trató de destruir el orden constitucional en Sonora para arreglar las cosas a su gusto y no tener ningún sector que pudiera oponerse a sus intentos de imposición, pues le fueron a hablar con toda claridad. Los trató con mucha dureza; les dijo que no eran buenos ciudadanos; que él era el jefe y que él sabía lo que hacía y casi los mandó retirar del salón presidencial. Me platicaron que Pablo González le dijo: Está bien, señor Carranza. Ha sido usted nuestro jefe, nosotros cumplimos colaborando también al triunfo de nuestra causa, de la que usted era cabeza. Pero desde este momento vemos que no cumple usted la palabra comprometida con el pueblo, ni con nosotros, ni con los principios revolucionarios. Siga usted por ese camino equivocado, que nosotros seguiremos por el nuestro cumpliendo como revolucionarios. Y desde aquel momento, con toda claridad, sin traición de ninguna especie, sino con verdadera franqueza y sinceridad, se colocaron en un plano distinto al de Carranza.
No hubo pues traición, en mi concepto. Con toda lealtad le dijeron su manera de pensar y su manera de sentir y Pablo González, al darse cuenta de la actitud del presidente, se lanzó también a la revolución armada que había provocado el gobierno del centro al enviar fuertes contingentes militares para destruir el orden constitucional en Sonora y colocar un gobernador militar sin que hubiera habido declaración de desaparición de poderes en el Estado.
Ultimamente han aparecido algunos artículos atacando a Pablo González, llamándolo traidor, de igual manera que en otras ocasiones se ha dicho respecto del general Obregón. En mi concepto no está justificada esa apreciación.
Se fueron a la lucha. Carranza la emprendió para Veracruz, Pablo González entró en la capital al frente de 22,000 hombres. Poco antes el general Obregón había logrado evadirse evitando el proceso que pretendió formársele tratando de inmiscuirlo con Cejudo que estaba levantado en armas y que se sabía tenía antigua amistad con el general Obregón. Este salió rumbo al Estado de Guerrero y allí fue a dar con el general Maycotte quien me refirió el caso en cierta ocasión que platicábamos con Fernando Reyes. Más o menos fue esto lo que me dijo:
Jefe: ¡qué cosa más curiosa!. En las dos ocasiones que he estado con usted, lo que menos pensaba era unirme a los movimientos que usted encabezó. En 1920 estaba yo con el ánimo firme de continuar al lado del señor Carranza, pero pasó esto ... y ya me platicó que, dando una vuelta a caballo por los alrededores de Chilpancingo, se encontró a Obregón durmiendo debajo de un árbol, descansando la cabeza sobre una piedra cubierta con su saco y al ser despertado y darse cuenta de la situación, Obregón se declaró su prisionero:
- Le tocó cogerme como su prisionero. Soy su prisionero.
- No mi general - contestó Maycotte- no es usted mi prisionero; es usted mi amigo y mi jefe que en otras ocasiones me ha mandado en los combates que hemos tenido contra los infidentes villistas. Así es que yo estoy a las órdenes de usted para servirlo y ayudarlo en esta aventura.
Carranza supo que Obregón se encontraba en la jurisdicción de Maycotte y ordenó a éste que lo remitiera a México.
Se me hizo muy feo -me decía Maycotte- entregar a Obregón, más cuando le reconocía el derecho de salir a la lucha electoral y que el pretexto de su connivencia con Cejudo no debió haberse tomado para estorbarle su participación en la campaña electoral de 1920.
Carranza, al darse cuenta de que sus órdenes no eran obedecidas, me declaró desleal -continuó Maycotte- y me desconoció como miembro del ejército. Así es que vine a quedar a las órdenes de usted.
Ahora, en esta ocasión, en este movimiento (1923) yo trabajé en México esforzadamente con toda lealtad para que el general Obregón arreglara la comisión permanente del modo que él quería. Me comisionó para que hablara con varios diputados, lo que cumplí fielmente; me entregó cien mil pesos para regularización del ejército del sur y venía yo con algunos pertrechos que me dio y los cien mil pesos, listo a secundar su labor, a combatir a usted (me lo decía con franqueza) pero al llegar me encontré una situación rara: el gobernador me dice:
- Siguiendo la opinión del pueblo me he puesto a las órdenes de De la Huerta en Veracruz,
Ya yo había sentido, esas corrientes muy intensas en el camino, en el tren y en todos los pueblos donde bajé me di cuenta que estaba unificada la opinión en favor de usted. Y en el cuartel me dice aquí mi compañero Reyes, Fernando Reyes me dice:
- Pues toda la fuerza está enteramente a favor de De la Huerta y yo con ellos, mi general.
Ante aquella situación no me quedó ya otro camino que seguir como ellos el sentir del pueblo, el sentir de mis soldados. Así es que, no queriendo vine a quedar otra vez a la disposición de usted. Entonces Femando Reyes repuso:
- Y qué bueno, mi general, que así haya usted decidido, porque ¡qué duro hubiera sido para nosotros echarle bala!.
Así fue como Maycotte me relató su proceso mental y la forma en que llegó a aquellas situaciones en 1920 y 1923 sin haber tenido la intención de traicionar a su partido, sin intención de faltar a sus compromisos, vino a seguir la corriente que seguían todos en la región a él encomendada; como estaba, según apreciaciones de toda la gente, el resto del país también.
Volviendo a Obregón y Pablo González, entra este último a México, Obregón se desprende con una escolta pequeña que le facilitó Maycotte, llega y naturalmente se siente débil, pues Pablo González con sus 22,000 hombres controlaba la capital. Pactaron entonces el llamado Convenio de Chapultepec y Obregón se comprometió a sugerir al congreso la candidatura de Pablo González para presidente interino y a ayudarlo con sus amigos. Ya Pablo González se sentía tan seguro que comenzó a organizar su gabinete, pensando que los diputados, percatados del control militar que él tenía, accederían a las indicaciones de Obregón. Con esa seguridad, comenzó a hacer las designaciones para integrar su gabinete dando la cartera de Hacienda a Aureliano Mendívil, la de Gobernación al Gral. José María Quevedo, la de Relaciones a Juan Sánchez Azcona, Comunicaciones a Morales Hess. Muchos de ellos hombres muy buenos, capacitados para el desempeño de esos puestos, pero que eran distintos de los que a mí me acompañaban desde el norte. Dejé a uno de ellos, a Gómez Noriega, porque le reconocía grandes méritos como hombre honorable, revolucionario sincero, completo ciudadano, hombre inteligente y fue el que se quedó en el gobierno del Distrito hasta que los obreros me presentaron una terna. Querían que les diera el gobierno del Distrito y por los compromisos que anteriormente había hecho con ellos accedí. Por eso vino el cambio del gobierno del Distrito, entrando Celestina Gasca, ya en las postrimerías del interinato, para substituir al licenciado Gómez Noriega.
Naturalmente que Obregón y Pablo González hicieron sus trabajos para que el último de ellos, ya descartado como candidato, se encargara del gobierno sustituto de la presidencia, pero el congreso no aceptó; se inclinó a mi favor y así fui designado el 26 de mayo de 1920, como encargaao del Poder Ejecutivo.
Después vinieron otros acontecimientos que no es del caso relatar. El hecho fue, pues, que Pablo González y Obregón, en aquella ocasión jugaron limpio con el señor Carranza; le presentaron las cosas tal como estaban pero no encontraron el cumplimiento de los ofrecimientos que Carranza les había hecho por mi conducto en 1916, tanto a Obregón como a Pablo González.
Así es que, en mi concepto, el error estuvo de parte del señor Carranza y no de parte de los candidatos que tenían derecho a juzgar y a presentarse a la consideración del pueblo para ocupar la Primera Magistratura, sobre todo después de haberse retirado de la lucha electoral en 1916 para dejar libre el campo a Carranza y contando con la promesa de éste para que en el siguiente período actuaran con libertad.
Así terminó aquella interesantísima plática con el señor De la Huerta que se ha reproducido íntegra (pues fue tomada por el dictáfono), aunque al hacerla nos hayamos apartado temporalmente del orden cronológico que estamos procurando llevar en toda la obra.
Volvamos ahora a la época en la que era gobernador provisional o interino del Estado de Sonora, para seguir su histórica trayectoria.
A más de la pacificación de los yaquis, el señor De la Huerta, en su labor administrativa, expidió leyes y decretos tendientes todos a mejorar las condiciones del pueblo. De entre ellos es particularmente interesante el decreto No. 71, de 10 de octubre de 1916, puesto que, como se verá por su texto, fue precursor de todas las disposiciones de carácter social revolucionario que surgieron después.
Decreto Núm. 71
ADOLFO DE LA HUERTA, gobernador interino del Estado de Sonora, en uso de las facultades especiales que me ha conferido el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Encargado del Poder Ejecutivo de la República, y
Considerando:
Que una de las causas principales que originaron la Revolución Social fue el malestar económico de las clases trabajadoras, por efecto del sistema injusto de la repartición de las utilidades obtenidas por las empresas productoras;
Que ese malestar se agravó hasta llegar a convertir a los trabajadores en verdaderos esclavos de los capitalistas (así nacionales como extranjeros) a virtud de las expoliaciones permitidas y apoyadas por las administraciones dictatoriales;
Que entre los ideales revolucionarios figura como uno de los principales la redención de las clases trabajadoras y que, por lo tanto, las tendencias de la Revolución deben encauzarse hacia la transformación del sistema social a que antes se ha hecho referencia;
Que si bien es cierto que el derecho de huelga, único medio penoso a que los trabajadores han recurrido para defender sus intereses, está reconocido por el constitucionalismo; este derecho debe ejercitarse exclusivamente en el caso de que se presenten en su contra las tendencias conservadoras de los gobiernos;
Que toda vez que el triunfo de la Revolución Social, encabezada por el Sr. Venustiano Carranza, de hecho ha conseguido llevar al proletariado al dominio del Estado, no debe recurrir el obrero al sistema de las huelgas en el actual orden de cosas, desde el momento en que el constitucionalismo es la genuina representación de los trabajadores, sostenedor de sus demandas justas;
Que ha llegado el momento en que el constitucionalismo debe demostrar con hechos que va directamente al cumplimiento de los ideales que lo impulsaron a la lucha armada;
Que al presente se hace necesario determinar el camino por el que han de solucionarse las dificultades de las clases trabajadoras, llevando a ellas el convencimiento íntimo de que en sus manos deposita el gobierno emanado de la Revolución los medios de solucionar sus dificultades y determinar su mejoramiento;
Que no basta la libertad de elección dentro de las instituciones vigentes, para hacer que la voz del obrero sea oída en los cuerpos legislativos, puesto que los intereses en juego en las luchas electorales, pueden defraudar las aspiraciones de los obreros;
Que, por otra parte, la Legislatura Local obligada a resolver problemas de orden político y de interés público en general, no puede ocuparse de manera especial de los trascendentales problemas obreros y por ello se hace indispensable la formación de una asamblea dedicada a esos problemas, libre de toda influencia política;
Que muchos puntos quizá importantísimos del problema obrero, tienen indiscutiblemente sellos notorios de regionalidad, que hacen que casos semejantes se resuelvan de modos distintos, según el Estado y requieran trámites también diferentes, por lo cual las disposiciones del gobierno general deberán ineludiblemente ser auxiliadas con las luces de los conocedores de la región y de su medio; y en el caso presente a nadie sienta mejor tan noble papel que a las propias clases trabajadoras que conocen a fondo sus necesidades y aspiraciones, y a sus genuinos representantes que designen para ser sus portavoces en la Cámara que este Decreto establece;
He tenido a bien decretar lo siguiente:
Art. 1°.- Se crea en el Estado una Cámara Obrera, y su objeto será estudiar los asuntos relacionados con las clases trabajadoras.
Art. 2°.- Para formar dicha Cámara, las agrupaciones mayores de mil trabajadores elegirán un representante por cada mil obreros o fracción que pase de quinientos. Por cada representante propietario se elegirá también un suplente. La personalidad se aprobará por medio de una credencial.
Art. 3°.- Las credenciales serán autorizadas por las mesas directivas correspondientes o por quienes representen a las agrupaciones según sus estatutos y serán visadas por la Primera Autoridad Política del lugar, quien pondrá constancia de que se cumplieron todos los requisitos exigidos por este Decreto.
Art. 4°.- Para ser electo Representante se requiere: ser ciudadano mexicano en ejercicio de sus derechos, mayor de veinticinco años al tiempo de la instalación de la Cámara, y pertenecer a la clase trabajadora cinco años antes de la elección.
Art. 5°.- Los representantes durarán en su encargo un año y tendrán las obligaciones siguientes:
I.- Asistir con puntualidad a las sesiones.
II.- Observar conducta honesta.
III.- Usar formas comedidas al tratar asuntos con las autoridades.
IV.- Interceder con los obreros para el fiel cumplimiento de las disposiciones del gobierno de la Revolución Social.
Art. 6°.- Los representantes tendrán una remuneración igual a las dietas de los diputados locales; las recibirán sólo mientras estén en funciones, y se pagará por la Tesorería General. Oportunamente se modificará el Presupuesto de Egresos del modo que corresponda.
Art. 7°.- Las elecciones de Representantes se harán antes del 15 de diciembre de cada año y la toma de posesión el día 1° de enero.
Art. 8°.- En la primera Sesión de la Cámara nombrará por esta vez dos obreros agricultores, de distintas regiones del Estado, para que asistan como representantes a las sesiones. Los asuntos relativos a la Agricultura se tratarán siempre en primer término.
Art. 9°.- La Cámara Obrera tendrá su asiento en la capital del Estado.
Art. 10°.- Habrá dos períodos de sesiones que durarán dos meses cada uno; el primero comprenderá enero y febrero y el segundo jUlio y agosto.
Art. 11°.- Durante el receso de la Cámara habrá una comisión permanente compuesta de tres miembros elegidos entre los mismos representantes y que tendrá por objeto:
I.- Continuar los estudios emprendidos por la Cámara para que no sufran demora.
II.- Iniciar y encauzar los que se presenten de nuevo.
III.- Vigilar en todo lo que tienda al mantenimiento de la Institución, tramitando los asuntos que a ella se refieran.
IV.- Las demás que le impongan las leyes.
Art. 12°.- Son atribuciones de la Cámara:
I.- Formar su reglamento interior.
II.- Estudiar las organizaciones y los sistemas que produzcan mayor bienestar al obrero.
III.- Emitir juicios periciales sobre las indemnizaciones que debe darse a los perjudicados, en razón de los accidentes sufridos por los obreros en sus trabajos.
IV.- Presentar su opinión en los conflictos obreros y proponer bases para su conclusión.
V.- Proponer al Ejecutivo inspectores que cuiden de la higiene en los establecimientos destinados al trabajo y de que se llenen en construcciones, instalaciones, etc., los requisitos exigidos por los reglamentos o disposiciones relativas.
VI.- Asistir a las sesiones del congreso por medio de delegaciones que tendrán voz, cuando se traten asuntos relacionados con la legislación obrera.
VII.- Promover ante el ejecutivo del Estado o el congreso las leyes o disposiciones que juzgue conveniente en relación con su objeto.
VIII.- Las demás que se señalen de un modo expreso por legítimas disposiciones.
Art. 13°.- Se concede a las empresas el derecho de mandar a la cámara los representantes que juzguen conveniente, los cuales tendrán voz pero no voto ni remuneración oficial.
Artículos Transitorios
Primero.- Mientras se fijan las leyes del trabajo, se observarán las disposiciones de los artículos siguientes:
Segundo.- La jornada del trabajo será cuando más de ocho horas.
Tercero.- El salario mínimo del obrero será de un peso cincuenta centavos oro nacional.
Cuarto.- La edad mínima del trabajador será de catorce años.
Quinto.- Para todos los trabajos cuya duración exceda de seis días, las empresas tienen la obligación imprescindible de firmar contratos claros y concisos sobre las obligaciones y derechos de los contratantes. Los impuestos que dichos contratos causen serán cubiertos por las empresas.
Sexto.- Es obligación de las empresas conceder a sus trabajadores un día de descanso en cada semana.
Séptimo.- Las reclamaciones de indemnización por accidente del trabajo que presenten los obreros, se encomendarán al defensor de oficio y en su defecto a la persona que designe el Ejecutivo.
Octavo.- Se concede acción pública para denunciar las infracciones de este decreto, que se castigarán administrativamente con multa hasta de $500.00 oro nacional metálico o reclusión hasta de un mes.
Noveno.- Este decreto empezará a surtir sus efectos al día siguiente de su publicación.
Constitución y Reformas
Por lo tanto mando se imprima, publique, circule y se cumpla.
Dado en el Palacio del Poder Ejecutivo en Hermosillo, a los diez días del mes de octubre de mil novecientos diez y seis.
El gobernador interino, Adolfo de la Huerta.
- El oficial mayor en F. de S.G. de G., Lic. Daniel Benítez.
Posteriormente, el 16 de julio de 1917, el señor De la Huerta lanzó el Decreto No. 97 conteniendo la Ley sobre indemnizaciónes por accidentes sufridos en el trabajo.
La sola promulgación de estos dos decretos, establece a don Adolfo de la Huerta, sin el menor género de duda, como un precursor de esta clase de disposiciones legales tendientes al beneficio real de las clases laborantes, finalidad de la verdadera revolución social.
Iniciativa ante el Congreso Constituyente
En el informe rendido al H. Congreso del Estado de Sonora, el gobernador provisional, C. Adolfo de la Huerta por el período de su gobierno comprendido entre el 19 de mayo de 1916 al 18 de junio de 1917, se encuentra, en la página 8, el siguiente párrafo:
En mi deseo de conseguir la distribución equitativa de la riqueza y deseando contar con estudios del congreso constituyente sobre el particular, no obstante tener ya formulado el decreto respectivo, comisioné a los señores Froylán C. Manjarrez, Juan de Dios Bojórquez y Flavio A. Bórquez, para que sometieran a la consideración de la asamblea de Querétaro, la proposición de que los obreros de las diferentes empresas que se establecieran en nuestro país, tuvieran derecho, expresamente consignados en la ley, a una participación equitativa de las utilidades obtenidas por esas empresas.
El éxito más completo coronó mi iniciativa y actualmente podemos ver en las fracciones 6ta. y 9na. del artículo 123 de nuestra Carta Magna, establecido el principio de que los trabajadores deberán tener participación en las utilidades de las empresas.
Debo hacer constar que cuando las más grandes negociaciones mineras en este Estado tuvieron noticia de la próxima publicación del decreto referente a este punto, ocurrieron en representación ante mí, solicitando se les permitiera recoger la satisfacción de hacer voluntariamente y por vía de ensayo, un reparto de aquellas utilidades que sObrepasan del margen de la considerada por ellos suficientemente remuneradora del capital invertido, y así es como se ha visto en Sonora que la Cananea Consolidated Copper Co. ha distribuído entre sus trabajadores un cuatro por ciento de sus utilidades.
Carranza y los Estados Unidos
Don Venustiano Carranza abrigó siempre un profundo resentimiento en contra de los Estados Unidos del Norte, resentimiento que le hacía soñar con una posible revancha del 47 y la reivindicación de la parte de territorio mexicano de que fuimos despojados en aquella ocasión.
Es de creerse que aun antes de que fuera la figura histórica que llegó a ser, don Venustiano guardaba y aun cultivaba esa aversión. Nacido muy cerca de la frontera y alrededor de unos nueve años después del incidente que nos costó parte de su Estado natal (Coahuila) es lógico suponer que desde la niñez haya sentido aversión por los vencedores, rencor por el despojo que sufrimos y un profundo anhelo por algo que nos diera la oportunidad de tomarnos la revancha y recuperar el territorio perdido.
Cuando Carranza llegó a regir los destinos de nuestro país, su anhelo creció y llegó a ser algo profundamente arraigado. El creía firmemente que era su deber de mexicano y de patriota hacer cuanto estuviera a su alcance para ver realizado su sueño y vengado el ultraje.
Antes de la conflagración mundial de 1914, ya don Venustiano confiaba a sus más íntimos amigos sus sentimientos y sus esperanzas; porque él tenía esperanzas; vagas, imprecisas, románticas, pero las tenía. Esperaba algo sin saber precisamente qué; esperaba que alguna situación imprevista viniera a darnos la fuerza necesaria para poder batir con éxito al Coloso del Norte.
Y no todo era sueño. Carranza pensaba que había tres medios factibles de conseguir lo que tanto ambicionaba: creía, en primer lugar, que era posible una nueva guerra civil en los Estados Unidos, una especie de reanudación o segunda parte dela lucha del norte contra el sur y, por supuesto, México sumándose a los intereses de estos últimos, tomando parte activa en la lucha y recobrando, al triunfo, el territorio nacional perdido.
En segundo lugar creía que era posible un conflicto racial allende el Bravo: negros contra blancos. También en ese caso México apoyaría la causa de los negros y obtendría la devolución de su territorio.
Finalmente creía el señor Carranza que era posible que estallara un conflicto social; la lucha de clases: trabajadores contra capitalistas. Y siempre el mismo sueño final: la devolución de lo injustamente tomado.
Pero aquel hombre que tan hondamente sentía nuestro desastre del 47 no se limitaba a soñar, puesto que consideraba su deber tratar de repararlo y no podía conformarse con una paciente espera de algo indefinido, de algo imprevisto que le diera la oportunidad de actuar.
De sus tres posibles soluciones, la segunda, sin duda, le parecía la más factible, per6 había que obrar con cautela y sagacidad. Había que sondear el sentir de la raza negra, y para ello, lo más indicado era invitarlos a colonizar parte de nuestro territorio.
La invitación seguramente fue hecha, pues en 1913 vino a Piedras Negras un delegado de los hombres de color y habló con el señor Carranza sobre la conveniencia de la colonización propuesta y la determinación de las regiones escogidas para ella.
Es de creerse que en aquella primera entrevista no se insinuó siquiera el verdadero propósito de Carranza y es probable también que éste no haya encontrado eco en la raza negra, pues no hubo resultados visibles como consecuencia de aquella conferencia. En cuanto a las otras dos soluciones, no había manera de tomar iniciativa alguna y el señor Carranza esperaba con los ojos fijos en el horizonte algún destello que viniera a fortalecer sus anhelos.
Y he aquí que estalla la guerra mundial de 1914.
Los Estados Unidos permanecieron neutrales por cerca de tres años, pero Carranza comprendía que tarde o temprano tendrían que entrar a la contienda y que lo harían contra los Imperios Centrales.
¿Sería aquella la esperada oportunidad?
Alemania inició escarceos con el gobierno del señor Carranza; sondeos, proposiciones veladas, solicitudes de simpatía por su causa; pero mientras los Estados Unidos permanecieron neutrales, las esperanzas del señor Carranza no cristalizaban.
En 1917 los Estados Unidos entraron a la guerra. Alemania comprendió la gravedad de la situación y entonces precisó ofrecimientos y aclaró proposiciones. El ministro alemán Von Eckart ofreció al gobierno del señor Carranza armas y parque que serían traídos a las costas mexicanas en submarinos y que, llegado el triunfo. México recuperaría los territorios que había perdido en 1847.
Don Venustiano estuvo a punto de aceptar aquella proposición. Había deseado tan ardientemente la ocasión, que no se daba cuenta cabal de lo ilusorio de la ayuda que se nos ofrecía, ni de que antes que llegara el triunfo (en el supuesto caso de que llegara) seríamos indudablemente despedazados en muy corto tiempo y esclavizados por todo lo que durara la contienda.
Sobre su apasionado patriotismo y ferviente entusiasmo, triunfó la sensatez de sus amigos que le invocaron su propia experiencia y sus mismas palabras. Don Adolfo de la Huerta le recordó que tanto él como el general Diéguez habían protestado en un enérgico telegrama contra la actitud del señor Carranza ante la invasión de nuestro territorio por la expedición punitiva. Don Venustiano, en aquella ocasión, les llamó urgentemente y les reprendió con severidad usando estas o parecidas palabras:
- No son ustedes quienes van a darme lecciones de patriotismo a mí que lo he sentido tan hondamente toda mi vida.
Y procedió a hacerles ver que aunque él hubiera deseado más ardientemente que nadie, poder presentar resistencia armada a aquella incursión extranjera, eso habría dado la ocasión a los Estados Unidos para invadirnos con cierto aspecto de justificación y sin que tuviéramos una oportunidad en mil de salir triunfantes.
Aquella actitud tan serena que salvó a México de un conflicto que nos habría llevado a la ruina, le fue recordada a Carranza por De la Huerta y sirvió para enfriar el entusiasmo que había despertado en él la proposición y los ofrecimientos (más ilusorios que reales) del ministro alemán.
Carranza resolvió, pues, permanecer neutral en la contienda europea.
En noviembre de 1917, saliendo de Palacio y camino de su domicilio, el señor Carranza sostuvo con el señor De la Huerta una conversación por demás interesante y de la que sólo tuvieron conocimiento los interlocutores y el ingeniero Bonillas, a quien le fue comunicada en Washington.
La misión de De la Huerta en Washington
Las simpatías hacia Alemania que el señor Carranza había manifestado más o menos abiertamente, y que eran bien conocidas del gobierno de los Estados Unidos, originaron una seria tensión en sus relaciones con nuestro país, sobre todo cuando el vecino adoptó el lema de Quien no está conmigo está contra mí. Carranza entonces resolvió hacer gestiones para que nos permitieran continuar en una neutralidad amistosa pero neutralidad al fin.
Para llevar a cabo aquellas delicadas gestiones, comisionó a don Adolfo de la Huerta.
Diez conferencias sostuvieron en diez noches y en el domicilio del señor Carranza. En el curso de ellas, éste explicó ampliamente a De la Huerta la tirantez que existía en las relaciones con los Estados Unidos dada su nueva actitud y lo difícil de nuestra situación para mantenernos en posición enteramente neutral. Le hizo saber que le había elegido para aquella comisión porque conocía su ponderación y buen juicio de los que había dado muestras inequívocas en ocasiones anteriores con relación a tópicos internacionales.
- Bien es cierto -decía Carranza- que tenemos en Washington a un hombre que, para mí es un gentleman (sic). Yo creo que de buena intención y hasta patriota; pero ustedes los sonorenses han trabajado por presentármelo como personalidad en entredicho, acusándolo de haber sido antes ciudadano norteamericano. Yo lo juzgo, como dije ya, un verdadero gentleman, pero por principio debe actuar en estos casos con toda escrupulosidad y tener presente que su esposa es extranjera y pudiera influir en su ánimo. Quiero, por lo tanto, que usted vaya a sustituirlo en sus gestiones ante el gobierno de los Estados Unidos, sin que le hagamos la ofensa de quitarle la categoría de embajador.
Don Venustiano se refería, naturalmente,al ingeniero Bonillas, que a la sazón tenía dicho encargo.
- La forma como usted trabajará en Washington, la dejo a su criterio. Conociendo como conoce usted al ingeniero Bonillas, usted sabrá la forma de proceder para no lastimarlo al tomar usted los trastos. Usted escogerá las personas con quienes debe entrevistarse y obtener su acercamiento a Wilson.
En las siguientes conferencias el señor Carranza dio al señor De la Huerta amplias y precisas instrucciones fijando las limitaciones de México para cooperar con los Estados Unidos, suministrándole las materias primas o materiales que dicho país necesitara, incluyendo el petróleo. Le indicó también que explicara al gobierno del vecino país, aspectos de nuestra política interna, controlada totalmente por el gobierno que él encabeza a través de órganos periodísticos que servían, unos para recibir corrientes aliadófilas y otros, los menos, para pulsar el sentimiento pro Alemania. Explicó el señor Carranza que de aquella misión que confiaba a don Adolfo de la Huerta, no tenía conocimiento ninguna otra persona y que él se comunicaría al gobierno de los Estados Unidos por conducto del propio ingeniero Bonillas y del consultor americano en Washington.
El señor De la Huerta escuchó con toda atención las instrucciones que le fueron dadas y al terminar la última conferencia, teniendo en cuenta las confidencias anteriores hechas por el propio Carranza, y sus sentimientos antiamericanistas, le preguntó en forma de no lastimar su susceptibilidad, pero con toda claridad, si efectivamente México iba a permanecer neutral; si podía él dar esa seguridad con entera verdad, pues teniendo la verdad se comprometía a triunfar, pero en caso contrario no podría servir para aquella comisión. Carranza comprendió su sentir y le aseguró que México seguiría esa política de neutralidad, independientemente del sentir personal suyo, pues era la que convenía para el bien de los intereses del país y que podía estar seguro de que la seguiría con toda firmeza.
Sobre la forma y circunstancias en que el señor De la Huerta desempeñó aquella importante comisión, dejamos la palahra al interesado, reproduciendo lo que en charla-dictáfono nos refirió:
En la última conferencia, habiéndome despedido ya de él, me encontré con Garza Pérez, el encargado de Relaciones que entraba cuando yo salía. Llegué después frente al hotel Regis, donde me encontré con José I. Novelo y mientras cambiaba algunas palabras con él vino apresuradamente un ayudante del señor Carranza a decirme que necesitaba que volviera yo. Regresé y me encontré con esta novedad. Me dijo Carranza:
- El licenciado Garza Pérez me trae este telegrama que descifrado ya dice así ... - y procedió a leer el contenido en el que el ingeniero' Bonillas manifestaba que había conseguido con el departamento de Estado que no le retiraran el exequátur a Carlos C. Bohr, que era nuestro cónsul en Nueva York, comprometiéndose a que el gObierno mexicano lo retiraría.
- Ya tendrá usted biombo -dijo Carranza- va usted como cónsul. De allí se desprende para Washington para desarrollar el plan que hemos trazado. Y así fue.
Al día siguiente se me extendió el nombramiento de cónsul y salí rápidamente para Nueva York. Me hice cargo del consulado, quedando como vicecónsul Martínez Carranza y transladándome yo a Washington.
Llegué, me apersoné con el ingeniero Bonillas y, con verdadera sorpresa me encontré con un hombre todo patriotismo que no tuvo ningún escrúpulo en ponerse a mis órdenes y decirme que estaba a mi disposición; que él comprendía que yo llevaba la última palabra e instrucciones del señor Carranza; que él faltaba de México por algunos años y que si de intérprete lo quería yo utilizar, que estaba a mis órdenes. Esa actitud tan poco común entre los mexicanos (que somos de pasiones fuertes) me produjo una gratísima impresión y me inclinó a tomar, bajo mi responsabilidad, la participación deL señor Bonillas, sin lastimarlo en lo más mínimo. Dejé en sus manos muchos asuntos y otros los tratamos los dos, y parte de las instrucciones que me había dado el señor Carranza se las pasé a él. Así es que fue muy eficaz su labor.
Ambos conseguimos detener la avalancha que se nos venía, porque la presión era tremenda. Uno de los argumentos del gobierno americano era que el periódico El Demócrata, a ciencia y paciencia del gobierno de México, estaba recibiendo ayuda de la legación alemana. Yo les dije:
- No; es un error esa información que ustedes tienen. Quien sostiene ese periódico es el gobierno de México.
Aquello les causó una verdadera sorpresa.
- Sí, señores -insistí- el gobierno de México es el que proporciona los dineros necesarios para la publicación de ese periódico, que no cubre sus gastos.
Se me quedaron mirando con una expresión de sorpresa como diciendo ¡Pues eso es peor!
- Pero, señores -continué- también sostiene el periódico El Universal. El gobierno de México y el Presidente, necesitan encauzar las corrientes y conocer y pulsar el sentir del pueblo. Fíjense ustedes que a la corriente alemana le puso uno de los periodistas menos capacitados, como es RipRip; en cambio, al lado de los aliados, puso el señor Palavicini, el periodista más notable que tenemos en México, haciendo una tremenda campaña pro aliados.
Aquello les sorprendió y les hizo pensar que estaban desorientados y que si en eso, que era lo más superficial, se veían desengañados con mis aclaraciones, cuanto más sería en las situaciones de fondo.
Y así fue: uno por uno fui destruyendo todos sus cargos; sin negar nada, porque yo no fui a engañar como le dije al señor Carranza. Al terminar nuestras conferencias yo le había dicho:
- Bueno, señor Carranza, ya estoy perfectamente penetrado de su pensamiento, de sus propósitos de su habilidad de estadista (porque era muy hábil y muy listo) y con estas armas yo creo pOder triunfar; pero quiero decirle a usted que vaya decir la verdad; que esto que usted me ha dicho lo voy a presentar como una verdad; que si no es así, yo le agradecería que mandara a otro; porque si yo siento que la política de mi país no se ajusta a lo que voy a decir, me va a faltar fuerza para contender con aquellos señores. A mí me conocen en la cara inmediatamente que no estoy actuando con sinceridad. Eso me lo han dicho desde niño y no quiero tampoco ir a decir una cosa por otra. Así es que si usted me manda para cubrir las apariencias y es otra la política que va a seguir aquí en México, le ruego que mande a otra persona. Yo no sé engañar; me faltarían fuerzas, me sentiría como un desgraciado, como un guiñapo, incapaz de servir a usted. En cambio, si esta es la verdad y yo tengo la certeza de que lo que voy a decir y a aclarar se ajusta exactamente a la política mexicana y esta es realmente la pOlítica que usted va a seguir, nadie me pondrá un pie adelante, ni los de aquí que mandará usted, ni los de allá que vinieran a contradecirme o a rebatir las argumentaciones que yo les haga. Si usted me promete y me aclara este punto, yo voy con mucha fuerza.
- Váyase usted con la seguridad absoluta de que lo que hemos hablado será la línea de conducta que seguirá nuestro país en esta cuestión mundial.
Bueno; me fui muy contento a la lucha, sabedor de que llevaba la verdad, de que iba a decirla a esos señores y a explicarles lo que realmente había en el fondo de la política mexicana.
La Campaña Electoral por la gubernatura de Sonora
En tanto que el señor De la Huerta desempeñaba en Washington la delicada comisión que le había dado el señor Carranza con el éxito que ya quedó reseñado, sus amigos en Sonora habían estado preparando una campaña en su favor para llevarlo nuevamente a la gubernatura del Estado, dado el éxito de su pasada administración como gobernador provisional y la indiscutible popularidad de que gozaba entre los sonorenses.
Desde que el señor De la Huerta estaba aun en Nueva York, comenzó a recibir solicitudes de sus amigos para que les autorizara a desarrollar la campaña política en pro de su candidatura. Lo rehusó al principio, porque consideraba que la situación que tenía entre manos era demasiado delicada y aunque ya la parte más ardua había pasado, podían presentarse nuevos aspectos y él consideraba que debía continuar en Nueva York, al frente del consulado, sustituyendo a Juan I. Burns, que había sido repudiado por los Estados Unidos porque le acusaban de haber dado pasaportes mexicanos a alemanes y austríacos haciéndoles aparecer como ciudadanos mexicanos, para que salieran de aquel país y vinieran a radicarse a México.
A aquellas solicitudes, por lo tanto, don Adolfo respondió que tenía asuntos trascendentales que atender y que no podía acudir a participar en la lucha electoral que ya se había iniciado.
Pero vino el armisticio del 11 de noviembre de 1918 y sus coterráneos reiteraron la súplica de que fuera a atenderlos presentándose como candidato.
Se efectuó una convención en Hermosillo y en ella resultó electo candidato del Partido Revolucionario Sonorense, que fue la agrupación que hizo la convención y que controlaba la opinión pública revolucionaria del Estado. A las reiteradas instancias para que el señor De la Huerta se presentara en Sonora, éste les contestó que primeramente necesitaba autorización del señor Carranza. Entonces las agrupaciones obreras se dirigieron a los senadores por Sonora para que estos, a su vez, gestionaran la autorización del señor Carranza. Don Venustiano dijo que no tenía inconveniente, pero que debía antes presentarse en México para darle cuenta de sus últimas impresiones sobre la situación internacional. Vino a México don Adolfo, sostuvo dos conferencias con el señor Carranza en las que le dio su opinión sobre la situación que se nos esperaba, informándole que felizmente había pasado el período más difícil y que se había salvado, sin menoscabo de nuestra soberanía ni de nuestra dignidad, sin gasto alguno y con una buena perspectiva para el futuro, toda vez que habíamos quedado como amigos. Después de sus pláticas con el señor Carranza, don Adolfo le dijo ya había recibido él la súplica de sus coterráneos para que se trasladara a Sonora y que estaba recibiendo constantemente llamados de los representantes de su pueblo.
- No; -le contestó Carranza- es que yo todavía lo necesito aquí. Permanezca algún tiempo.
El señor De la Huerta había llegado a México a mediados de diciembre y atendió hasta donde fue posible la indicación de' Carranza, o mejor dicho, la orden del mismo para que permaneciera en México, pero corría el tiempo y se acercaban las elecciones de Sonora.
Desde el año anterior se habían presentado las candidaturas de Conrado Gaxiola, hombre bueno, un tanto inclinado a la juerga y al bullicio, pero de familia muy honorable, bien relacionado, de carácter campechano; tenía muchos amigos y era popular en la frontera. Este fue lanzado por el general Obregón que deseaba tener así en el gobierno una persona de su absoluta confianza. El socio de Obregón en la firma Alvaro Obregón & Cía., era Ignacio Gaxiola, hermano de Conrado y naturalmente, teniendo a éste en la gubernatura, sus negocios prosperarían contando con apoyo oficial. Le facilitó, según propia confesión de Obregón, cincuenta mil pesos en dos partidas y además el uso de su automóvil que lucía en las portezuelas las iniciales A. O. y era de todos conocido como suyo.
Además, el entonces gobernador del Estado, general Plutarco Elías Calles, a quien don Adolfo entregó el poder cuando dejó la gubernatura provisional, había estado en conversaciones con el general Miguel Samaniego, su segundo cuando estaba en las defensas de Naco y Agua Prieta; hombre valeroso, honorable en lo que a dineros se refería, pero muy inclinado a la bebida y matón. No tenía escrúpulos para mandar a una persona al otro mundo. Samaniego estaba preparando su candidatura, enviando primero comisionados para preparar el terreno en el distrito de Arizpe, en todo Sahuaripa y hasta en Hermosillo. Después él se presentó personalmente e inició su campaña, muy desairada por cierto. La popularidad de Calles no era grande y no pOdía reflejarle mucha fuerza política a Samaniego a quien, además, nadie consideraba capacitado para gobernar el Estado, dada su conducta de hombre entregado a los vicios. Su desmedida afición a la bebida le había ocasionado fracasos militares pues había sido sorprendido por el enemigo y precisamente en la batalla de San Pedro, su derrota se debió a que Villa lo sorprendió en plena borrachera.
Pasó todo el mes de diciembre y don Venustiano aun retenía al señor De la Huerta en México. Pasó enero en las mismas condiciones, pues don Adolfo seguía en la capital solamente escribiendo a sus amigos que esperaban a que el señor Carranza lo autorizara para ir, y viendo que semana tras semana le decía: Espérese unos días más ... espérese unos días más le manifestó en forma insistente que tenía que salir, a lo que Carranza repuso: No; si yo lo necesito aquí para que se haga cargo de la Secretaría de Gobernación.
- No puedo -replicó De la Huerta-. Le digo que tengo un compromiso ya contraído con mis coterráneos y voy a allá a la lucha.
- No -insistió-; espérese todavía porque tengo alguna otra cosa, otra comisión que ofrecerle.
Dándose cuenta cabal el señor De la Huerta de que don Venustiano pretendía retenerlo con un pretexto u otro y que el tiempo se le echaba encima, pues las elecciones serían en el mes de abril (el 27 de ese mes de 1919) resolvió salir para Sonora sin avisarle y así lo hizo.
Llegó a Sonora el 5 de febrero de 1919; hizo una campaña rápida comenzando por Nogales donde tenía pocos partidarios. Esas ciudades fronterizas habitadas por gente licenciosa (con honrosas excepciones, naturalmente) inclinada al contrabando que casi no se considera como delito sino que es actividad común en la frontera, gente en fin, para la que la candidatura de un hombre como De la Huerta resultaba inconveniente, pues sabía de antemano que combatiría todas las irregularidades, que perseguiría los lupanares existentes, las casas de lenocinio, los juegos de azar que con tolerancia del gobierno local hacían su agosto en aquellos días.
La campaña fue muy rápida, toda en automóvil. No contaba el candidato más que con dos mil pesos obtenidos con la venta de un auto de su propiedad y con ellos desarrolló sus labores. Recorrió todo el Estado y en ese recorrido le acontecieron cosas verdaderamente curiosas que, como él mismo decia deben referirse ahora porque todavía viven los testigos con los que pueden comprobarse.
Y por ser particularmente interesantes los relatos y mantenerse tan vívidos en la memoria del hombre, dejamos nuevamente la palabra a don Adolfo de la Huerta:
Desde mi interinato en el Estado de Sonora, en 1916, al llegar también a Nogales, nombrado por el señor Carranza para sustituir a Calles, Plutarco se sintió lastimado porque se le quitaba la gubernatura de Sonora y se transladó a Agua Prieta. Allá tuve que encontrarlo para que me hiciera entrega del gobierno.
Según me informaron algunos, se había dedicado a la parranda y al vicio desde tres días antes de mi llegada, y el administrador de la Aduana, que era entonces Gabriel Corella, me dijo:
- Oye, Adolfo, no vayas a Agua Prieta. Calles trae una papalina fenomenal. Yo no creo que te ocurriera nada estando él en su juicio, pero en las condiciones que se encuentra no es responsable de sus actos.
Dada la buena amistad que existe entre Plutarco y yo, no atendí aquella advertencia y me fui a Agua Prieta. No sabía donde encontrarlo, pero casualmente, caminando por el pueblo, tropecé con uno de sus ayudantes a quien ya conocía; era un muchacho de Michoacán, mayor, de apellido Calderón; de buena conducta, serio, siempre amable conmigo. Le pregunté, después de saludarle, por el general Calles y me dijo:
- Don Adolfo, voy a violar la consigna que tengo. Nos ha recomendado que no digamos en donde se encuentra.
- Bueno -le dije- pero esa disposición no va conmigo.
- Pues precisamente para usted es.
- Sin embargo, usted no me va a negar donde se encuentra. Eso ha de ser una broma de Plutarco.
- No, señor; anda tomado y está en casa de la gringa de las curiosidades.
- Bueno; hágame favor de irse usted por la otra acera y me va indicando con la mano donde debo dar vuelta.
- Sí. Allá verá usted el letrero que dice Curiosidades Mexicanas.
Y así lo hicimos. Llegué y le encontré sentado en una poltrona. Estaba bien tomado.
- ¿Quihubo? -me dijo.
- ¿Qué hay, Plutarco? Vengo a quitarte el gobierno.
- ¿Por qué?
- Porque tienes alarmada a la República con esas resoluciones que has dado; con la circular 152 correlativa del decreto N° 1 (En la que la emprendía contra los que fabricaban aguardiente). Y me dice:
- Bueno, pues ahí está, agárralo. Yo sé que son cosas de ese viejo tal por cual.
- Pues vamos a levantar una acta.
- ¡Qué acta ni qué acta! Yo no levanto acta. Agarra el gobierno y se acabó.
- Muy bien.
En esos momentos entraba Calderón a quien saludé fingiendo que no lo había visto antes:
- Hombre, qué a tiempo llega, Calderón; aquí le voy a necesitar. Hágame favor de tomar papel y lápiz, voy a dictarle unos telegramas.
Plutarco guardaba silencio, se concretaba a oir.
Un telegrama para el primer jefe participándole que he tomado posesión del gobierno que me entregó el general Plutarco Elías Calles; luego telegrama circular a todos los presidentes municipales participándoles también que por instrucciones del señor Carranza, primer jefe del Ejército Constitucionalista, me había hecho cargo del gobierno del Estado que me había entregado el general Calles.
Los fue a poner a la oficina telegráfica y al quedarnos solos me preguntó Calles:
- ¿Y qué van a hacer conmigo?
- Tengo instrucciones de comunicarte que el jefe te necesita en México y tienes que transladarte allá.
- Bueno; ya veremos.
Y después de platicar sobre cosas sin importancia y tras de desahogos de Calles en contra del señor Carranza por la resolución que había tomado con respecto a su Estado, continuamos conversando hasta que regresó Calderón, al que dije que hiciera favor de separarme una habitación en el hotel.
- Están todas tomadas -dijo Calles-. Que te pongan un catre en mi cuarto.
Siguió la charla por espacio de una hora más o menos; yo contándole asuntos del interior y procurando hacer lo menos amarga la píldora que tenía que tragarse. Por fin le dije:
- Vamos a acostarnos. Estás rendido por el aguardiente que has ingerido y es bueno que te acuestes. Yo, además, vengo muy cansado.
Me lo llevé caminando en zig-zag; llegamos al hotel y al cuarto. Sacó su revólver y lo metió debajo de la almohada. Yo me acosté en mi catre y, por aquello de las dudas, no me entregué a un sueño muy profundo. A eso de la una de la mañana advertí que se sentaba.
- ¿Te sientes mal? -pregunté.
- No. Es que estaba pensando que va a ser muy ridículo el papel que voy a hacer aquí después de haber entregado en paz el Estado.
- ¿Porqué? -repuse-. Te llama la superioridad y vas a cumplir una orden superior.
- Se me ocurre -arguyó-, a tí que te oye tanto el jefe, pedirte que le pongas un telegrama diciéndole que me deje aquí como jefe de operaciones porque tengo que interiorizarte de muchos asuntos pendientes aquí en el Estado.
- Muy bien. Con todo gusto; y estoy seguro que el señor Carranza accederá. Mañana, a primera hora. Y ahora duérmete para que descanses y amanezcamos bien y mañana que nos levantemos nos vamos directamente al telégrafo a poner el mensaje que quieres. Estoy seguro que la comisión que vaya a encomendarte o lo que vaya a hacer contigo, lo ha de posponer para que tú me interiorices de aquí del Estado y que no salgas tú, como crees, en forma desairada.
- Bueno -repuso- entonces lo vamos a hacer así.
Ya entonces me dí cuenta de que Calles comprendía que su trayectoria política dependía en gran parte de mí (como antes también había dependido) y ya dormí con tranquilidad. Había ligado su conveniencia con la mía. En esa forma, al día siguiente, cumpliendo lo ofrecido, me dirigí al señor Carranza. Contestó diciendo que mientras durara el tiempo que yo necesitaba para tomar informaciones sobre el Estado, que quedara provisionalmente encargado de la jefatura de operaciones. Le mostré el telegrama; quedó muy complacido, pero a pesar de eso y de que él sabía que de mí había dependido aquello comenzó a dar a entender a sus achichintles, a todos los llamados cachucos que él seguía contando con la preponderancia en el Estado y hasta les sugirió alguna conducta de burla y no muy amistosa para conmigo. Lo dejé allá en Agua Prieta y me fuí a Hermosillo.
Habían estado publicando algunos artículos en mi contra, censurándome porque venía a sustituir a Calles a quien se le hacía menos después de haber derrotado al maytorenismo y otros méritos. Llegué a Hermosillo y comencé a despachar.
Un tesorero enemigo político
El mismo día que inicié mis labores en sustitución del general Calles como gobernador provisional de Sonora, el tesorero del Estado, que lo era Flavio Bórquez vino a mi despacho y arrojó sobre la mesa un pliego.
- ¿Qué es esto? -interrogué.
- Mi renuncia.
- ¿Por qué?
- ¿Qué ... no ha leído mis artículos?
Había publicado dos artículos en el periódico Reforma Social, bravos en mi contra sobre el tema que había tomado todo el grupo callista: Que yo era un mal amigo, que era un mal sonorense cuando había aceptado venir a desbancar a Plutarco, el héroe triunfador del maytorenismo.
- Sí; he leído sus artículos; pero esas opiniones de usted son las que me inclinan a no aceptar su renuncia.
- ¿Por qué?
- Porque a través de sus escritos se ha presentado usted como mi enemigo. Y usted es el mejor tesorero del Estado, es decir el guardián de los fondos públicos, puesto que está en antagonismo conmigo, con el gobernador; así mayor es la garantía para el pueblo de Sonora.
- Pero es que sería indecorosa mi actitud si siguiera aquí.
- No vaya entrar en discusiones con usted. Usted sigue encargado de la tesorería.
- Usted no puede obligarme a que siga aquí.
- Y usted no puede abandonar el tesoro del Estado mientras no se nombre sustituto y tiene además obligación, ya que está usted afiliado al constitucionalismo, de continuar con las comisiones que se le den. Yo soy aquí delegado de la primera jefatura (era el período preconstitucional, pues esto ocurría el 25 ó 26 de mayo de 1916). Así es que mientras no se nombre sustituto, y no lo vaya nombrar, usted queda encargado de la Tesorería. Están en suspenso las garantías individuales y usted está obligado a continuar como guardián de los fondos públicos.
No tuvo remedio y se marchó a la Tesorería y así continuó actuando a mi lado.
Flavio Bórquez fue un hombre de una honorabilidad completa. Había tenido conmigo algún disgusto cuando se presentó el alegato de Obregón por la presidencia municipal de Huatabampo. Con anterioridad, él, Benjamín Hill y Ataúlfo Bórquez cayeron presos y equivocadamente culpaban a Obregón de ello, considerándolo el delator. Cuando se discutió en el congreso local la elección de presidente municipal para Huatabampo, yo defendí el triunfo de Obregón y Flavio, con otro diputado de nombre Garduño la atacaron. Las discusiones, tanto en la Cámara como fuera de ella, fueron acaloradas; los ánimos se agriaron y tuve algunas apreciaciones muy duras para Flavio Bórquez, algunas de ellas (un poco injustificadas de mi parte) le hirieron profundamente y nunca llegó, en el fondo, a olvidar los cargos que le lancé en aquella ocasión. Por el contrario, yo procuré inútilmente un acercamiento; le reconocía como un viejo revolucionario, honorabilísimo a carta cabal, hombre de temple, merecedor de respeto y consideración. Pero no conseguí nunca sentirlo reconciliado conmigo. Fue posteriormente Contralor de la Nación. Obregón, que no lo quería, no aceptó al principio la designación de él, pero Calles, que si lo estimaba mucho, me acompañó para ver a Obregón a fin de que se le concediera la Contraloría de la Nación precisamente por su rectitud y honorabilidad de todos reconocida.
Pero volvamos a Sonora: Cuando regresé yo de Agua Prieta después de estar con Calles y de conseguirle la jefatura de operaciones, me dijo Gabriel Corella:
- ¡Qué bien que ya saliste de una! Pero ahora te estoy esperando con otra.
Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán Esparza | Primera parte del CAPÏTULO SEGUNDO | Tercera parte del CAPÍTULO SEGUNDO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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