Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán Esparza | Primera parte del CAPÏTULO TERCERO | Tercera parte del CAPÍTULO TERCERO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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MEMORIAS DE ADOLFO DE LA HUERTA
CAPÍTULO TERCERO
(Segunda parte)
SUMARIO
- El infundio del pacto de caballeros.
- De la Huerta ministro de Hacienda.
- Los tratados Lamont - De la Huerta.
- El informe de De la Huerta a Obregón.
- El dictamen de las Comisiones de Crédito Público y Hacienda.
- ¡Crucificadlo! editorial de Palavicini.
- Dos batallas y una escaramuza otro editorial de Palavicini.
El infundio del pacto de caballeros.
El hecho de que don Adolfo de la Huerta, el general Alvaro Obregón y el general Plutarco Elías Calles vinieran todos de Sonora, que sus actuaciones estuvieran tan ligadas y que les hubiera unido tan estrecha (aunque en ocasiones tempestuosa) amistad, dio lugar a la denominación del triunvirato; denominación justificada y que no implica en manera alguna finalidades ni métodos objetables.
Pero el virus de una pluma habilidosa lanzó al público la versión de un pacto de caballeros según el cual, y en pocas y sencillas palabras, había un convenio entre los tres sonorenses para pasarse la presidencia de la República de uno al otro, como si fuera algo de su exclusiva propiedad.
Creemos que quien haya leído lo hasta aquí escrito, ya habrá de tener una idea bastante clara de lo ridículo de tan malévola versión. La forma en que don Adolfo de la Huerta llegó a la presidencia provisional, ya hemos dicho, no sólo fue ajena a intervención de Obregón, sino contraria a sus deseos, puesto que Obregón se había comprometido a apoyar la candidatura de Pablo González que, militarmente, era el hombre fuerte en aquellos momentos.
Después, durante el interinato, don Adolfo, como lo había dicho a su amigo el japonés aquel, consideraba como su misión principal, convocar a elecciones presidenciales y vigilar que éstas se efectuaran dentro de los cánones democráticos.
Debe recordarse, para mayor claridad del cuadro, que Obregón ya era candidato a la presidencia y ya efectuaba trabajos tendientes a lograr su elección, antes de que viniera el distanciamiento de Sonora con el centro. Que Obregón había sido ya acusado de estar en connivencia con el general Cejudo y que se le seguía un proceso militar con el fin (por lo menos en apariencia) de inhabilitarlo legalmente para llegar a la presidencia de la República.
Pues bien, cuando siendo presidente provisional el señor De la Huerta, la campaña presidencial se hallaba en todo su vigor, vinieron los partidarios del ingeniero Alfredo Robles Domínguez a quejarse de parcialidad por parte de algunas autoridades y finalmente de malos manejos de parte de la junta computadora.
El señor De la Huerta nombró entonces a tres amigos de su entera confianza para que investigaran tales cargos y vigilaran la actuación de la computadora de manera que se ciñera estrictamente a la verdad, Obregón se enteró de aquello y se presentó en Palacio Nacional en forma por demás irrespetuosa, pues sin siquiera quitarse el sombrero penetró al despacho presidencial donde se hallaba don Adolfo acordando con Miguel Alessio Robles que era su secretario.
- Oye, Adolfo - prorrumpió Obregón-, me informan que has nombrado una comisión para que vigile a la computadora.
- Es verdad.
- ¿Y con qué objeto?
- Con el objeto de tener la seguridad de que sus resultados son correctos.
- ¡Ah! De manera que si esos tres tales por cuales te dicen que el cómputo no me favorece ¿no me entregas el poder?
- Si esos tres amigos míos, de mi confianza, me dicen que ese es el resultado, entonces yo personalmente lo comprobaré y si no has triunfado no te entregaré el poder a ti, sino a quien el pueblo haya elegido.
- Pues habrá muchos ...¡diablazos!
- Eso no me asusta.
Y Obregón salió furioso, mascullando amenazas.
Excepcionalmente, este incidente sí lo comprobé con el único testigo de él.
Yo escribí por algún tiempo en la revista Nuevo Mundo que publicaba Miguel Alessio Robles y con ese motivo le veía con frecuencia. Una mañana en que le encontré cerca de sus oficinas comenzamos a charlar de esto y de aquello mientras él avanzaba con cierta lentitud apoyado en su grueso bastón. Entonces se me ocurrió preguntarle sobre la actitud insolente de Obregón y él me confirmó en todas sus partes el incidente.
- Si -me decía con aquel su acento norteño-, Obregón se puso bravo. Estuvo grosero con Adolfo porque le dio mucho coraje lo que él le dijo.
Y el infundio del pacto de caballeros se desvanece como lo que fue: simple fantasía mal intencionada. Cuando se estudia la actitud de los tres interesados en lo que hemos referido ya y en lo que habrá de venir.
Desgraciadamente mucha gente, por el hecho de que los tres interesados, en forma y circunstancias que vamos viendo ocuparon la presidencia de la República, creyó confirmaba la calumniosa versión que supuso un convenio previo.
Es bien sabido que, dada la naturaleza humana, se extiende más y más rápidamente una calumnia, por burda que sea, que mil alabanzas enteramente justificadas.
Don Adolfo de la Huerta, Ministro de Hacienda
Efectuadas las elecciones presidenciales y reconocido el triunfo del general Obregón, el señor De la Huerta quiso volverse a Sonora, donde conciudadanos esperaban el retorno de su gobernador constitucional, pero Obregón le instó para que se quedara a su lado y, que se hiciera cargo de la Secretaría de Hacienda.
- Yo necesito -le decía- gente que, además de ser amiga, sea útil. Tú has demostrado que entiendes esos asuntos de finanzas y es preciso que me ayudes a resolverlos.
Y como el señor De la Huerta le pidiera que se fijara en alguna otra persona, pues él deseaba regresar a Sonora, el general Obregón le respondió:
- No; si los financieros no se dan en maceta. Tú ya demostraste tus posibilidades y tienes el deber de ayudarme; así es que te quedas en la Secretaría de Hacienda.
Y así fue.
Don Adolfo tomó posesión de la cartera de Hacienda el primero de diciembre de 1920.
En mayo de 1922, el señor De la Huerta fue comisionado por la presidencia de la República para tratar con el Comité Internacional de Banqueros, los arreglos de nuestra deuda exterior a fin de reanudar su servicio. Pero antes de entrar en ese tema debemos hacer notar que durante un año y medio previo que el señor De la Huerta laboró en la Secretaría de Hacienda como titular de la misma, su honradez, su competencia, su habilidad y sus conocimientos le permitieron desarrollar una labor que poco a poco iba agigantando su figura en tanto que la del presidente Obregón, cuyos principales resplandores se debían a sus triunfos militares, no habiendo campaña militar, comenzaba a perder brillo. Además, Obregón, ya en el poder, usó de él para la satisfacción de sus pasiones más que para servir al pueblo de México y el sentir popular iba inclinándose más y más al hombre que le servía realmente y comenzando a dar la espalda al que sólo se servía a sí mismo.
Obregón, que no era ciego, se dio cuenta de aquella situación y sin duda los celos políticos comenzaron a atenacearle; esos tremendos celos fueron además fomentados y exacerbados por quienes sentían una baja envidia por la popularidad de don Adolfo de la Huerta.
En tales condiciones se presentó el asunto del arreglo de la deuda internacional con el Comité de Banqueros que presidía el señor Thomas Lamont, y el señor De la Huerta tuvo que ir a enfrentarse a aquellas fieras de las finanzas en su propia madriguera.
Casi hemos llegado a creer que al enviar Obregón a De la Huerta a aquel tremendo combate, más que un triunfo esperaba una derrota que derrumbara el prestigio de su colaborador que ya sentía como su rival. Sin embargo, cuando alguna vez preguntamos a don Adolfo si nuestra impresión era correcta, él nos dijo que no; que Obregón realmente deseaba que las finanzas de México se encarrilaran en forma benéfica para el país y que esperaba y deseaba éxito en las gestiones de su entonces ministro de Hacienda.
Sea ello lo que fuere, he aquí la reseña de aquella gestión trascendentalísima para México y como resultado de la cual, el servicio de la deuda exterior se reanudó en condiciones extraordinariamente favorables para nuestro país, gracias a la habilidad, honradez y patriotismo de don Adolfo de la Huerta.
Los arreglos financieros llevados a cabo entre el Gobierno Mexicano y el Comité Internacional de Banqueros
Tratados Lamont-De la Huerta
Este capítulo, en el que se tratará de exponer clara y sencillamente lo que sin duda fue la labor más trascendental y desempeñada por don Adolfo de la Huerta en su vida de constante y fiel servicio a los intereses de la patria, no es una transcripción de su dictado, ni tampoco una relación suya modificada en la forma. El asunto sí fue motivo de largas e interesantes conversaciones con el héroe de la jornada, pero no hubo dictado al aparato grabador, como en otras ocasiones.
Los datos son, pues, o documentales o conocidos por la relación que de ellos hizo don Adolfo, pero no se trata de un dictado.
Hecha esta aclaración previa, diré que a mediados del año de 1922 nuestro país debía fuertes cantidades al exterior ya que, a causa de las convulsiones internas, hacía tiempo, mucho tiempo, que no se pagaban intereses vencidos en nuestro adeudo internacional ni, mucho menos, se habían hecho bonificaciones al principal.
Nuestro adeudo no era exclusivamente con acreedores americanos, sino con los banqueros internacionales, cuyo comité presidía Mr. Thomas W. Lamont.
La situación de México era peligrosa en extremo, pues los acreedores exigían el pago inmediato de todo el adeudo amenazando con recurrir a la incautación inmediata de los ferrocarriles, a la que tenían derecho sin más trámite judicial, de acuerdo con las correspondientes escrituras hipotecarias, y a la intervención de nuestras aduanas.
Tales pasos, de haber sido dados, habrían llevado sin remedio a la crisis que habría provocado una guerra.
En esas condiciones, el general Obregón, en su carácter de presidente constitucional de la República, comisionó a su secretario de Hacienda y Crédito Público, don Adolfo de la Huerta, para que se transladara a Nueva York a tratar de tener un arreglo con los banqueros internacionales, cuyo comité estaba integrado por tres delegados franceses, tres ingleses, tres alemanes y cinco americanos.
He aquí el documento confidencial que fue extendido al ministro de Hacienda cuya misión era encontrar arreglos que desvanecieran la amenaza que se cernía sobre nuestra patria:
Al margen sello oficial de la Presidencia de la República.
Al C.
Adolfo de la Huerta, Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Presente. Al centro:
- Me refiero a mi nota relativa a la ampliación del Acuerdo en que autorizo a usted para que se translade a la ciudad de New York, U. S. A. y tome parte, en representación de este Gobierno, en las discusiones o debates que, sobre nuestra Deuda Pública, habrán de sostenerse con el Comité Internacional de Banqueros, manifestándole que queda usted autorizado para aceptar cualquier plan de arreglo que en su concepto pueda ser favorable a los intereses de nuestro país, aunque en él no se condonen todos los intereses vencidos durante el período que han estado en suspenso los pagos de dicha Deuda, ya que dadas las condiciones por las que actualmente atreviesa nuestro país, cuya mejoría es notoria si se las compara con las de los años de 1919, es seguro que las exigencias de nuestros acreedores serán mayores actualmente, pues es lógico suponer que la base de que parte siempre un acreedor para sus exigencias la establecen las posibilidades de pago en que se encuentra el deudor, y a mayores posibilidades y seguridades corresponden mayores exigencias; siempre, por supuesto, a reserva de que dicho plan se someta para su ratificación o rectificación al Ejecutivo de mi cargo.
Reitero a usted las seguridades de mi atenta y distinguida consideración.
SUFRAGIO EFECTIVO, NO REELECCION.
Palacio Nacional, a 23 de mayo de 1922.
EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA.
A. OBREGON (rúbrica).
Es interesante hacer notar que según el texto antes citado, el general Obregón reconocía que las condiciones económicas del país habían mejorado considerablemente y esto, siendo secretario de Hacienda y Crédito Público don Adolfo de la Huerta, implica una merecida alabanza a su labor. ¡Quién iba a imaginar que pocos meses después Pani, acatando instrucciones de su amo Obregón, publicaría aquellas conocidas declaraciones en que se hablaba de la bancarrota moral y material del país para pretender culpar de ello al señor De la Huerta!
Don Adolfo, pues, acatando las instrucciones recibidas, se transladó a Nueva York llevando como único acompañante a Olallo Rubio.
En la primera reunión con el Comité Internacional, se le señaló sitio: detrás de su asiento había doce sillas vacías. Don Adolfo interrogó a quién estaban destinadas y se le informó que eran para sus consejeros. Cuando replicó que no traía consejeros, le miraron con una sonrisa de conmiseración.
El mismo comité con el que se enfrentaba entonces el señor De la Huerta acababa de dar una tunda horrible a los delegados rusos que, en representación de su país, habían venido en misión semejante a la de nuestro secretario de Hacienda.
Las primeras escaramuzas, según me refirió don Adolfo, fueron tremendas para él. Los banqueros se mostraron extremadamente duros y exigentes.
No recuerdo exactamente si al tercero o cuarto día (según me relató), don Adolfo retornó al hotel presa de gran desaliento y enorme desesperación. No encontraba manera de solucionar el asunto ventajosamente para nuestra patria y estaba tan atribulado por la inutilidad de sus esfuerzos que ese mismo día sintió que antes que volver a México fracasado en su misión de defender los intereses patrios, era preferible morir.
Pero su honradez, su patriotismo, su enorme deseo y su extraordinaria habilidad, le permitieron finalmente encontrar el camino por el que obtuvo ventajas inesperadas y culminó su labor con un brillantísimo triunfo aplaudido por los más destacados hombres de finanzas y aclamado por todo el pueblo de México.
¿En qué consistieron los arreglos celebrados con aquellos señores? Creemos que la mejor contestación se encuentra en el siguiente documento.
Informe rendido por el C. Secretario de Hacienda y Crédito Público, al C. Presidente de la República.
Cumpliendo con las instrucciones que recibí de usted, a fines de mayo del corriente año me transladé a la ciudad de Nueva York con el propósito de asistir a las conferencias que previamente, y según correspondencia cruzada por espacio de tres meses, habían sido concertadas con el Comité Internacional de Banqueros, representante de los acreedores de nuestro país.
Verificáronse esas conferencias entre los días dos y diez y seis de junio y después de acaloradas, intensas e interesantes discusiones, de las que usted tuvo noticia en detalle, por los telegramas que oportunamente le remití, dándole cuenta de las diferentes fases de las conferencias, logróse fijar las estipulaciones de un convenio ajustado a aquellas instrucciones y sujeto a la ratificación de usted.
A continuación encontrará usted un resumen de las principales cláusulas del referido arreglo, y por ellas podrá usted apreciar las bases conforme a las cuales debe reanudarse el servicio de nuestra deuda pública.
Creo necesario aclarar que las primeras proposiciones de los banqueros se diferenciaban en puntos esenciales de las estipulaciones finalmente establecidas y que fue necesaria una labor constante orientada a defender los derechos de México y a convencer a sus acreedores de la necesidad de llegar a un arreglo compatible con lo limitado de sus posibilidades financieras.
Concretando más las reflexiones contenidas en el párrafo anterior, debo poner en el conocimiento de usted, que los acreedores de nuestro país se encontraban animados del firmísimo propósito de rescatar hasta el último centavo adeudado, y para alcanzar ese fin, resueltos a hacer efectwas las sanciones y garantías que los contratos de emisión autorizan. Y así es cómo, después de exigir el reconocimiento de la suerte principal de todos nuestros adeudos, sin exclusión de ninguno, de sus intereses caídos, y de los réditos correspondientes a todas las cantidades anteriores, pretendían el pago inmediato de la suma de cuarenta millones de pesos, a cuenta del total de ese adeudo y la entrega de iguales abonos anuales aumentados progresivamente en cinco millones de pesos, hasta alcanzar al importe de todos los servicios corrientes.
A pesar de la considerable suma anterior que se nos exigía, negábanse a que todas las deudas interiores fueran comprendidas en las amortizaciones hechas con los fondos arriba señalados, por lo cual se hicieron necesarias nuevas discusiones para conseguir que, de menor cantidad que la exigida, se tomara la participación necesaria para atender no solamente a nuestra deuda exterior, sino a la interior y hasta a la de los ferrocarriles, cuyas hipotecas ya vencidas daban derecho a los fideicomisarios para incautarse de todos los bienes de la Empresa.
Con la garantía gubernamental se evitó que los acreedores de los ferrocarriles entraran en posesión de nuestras líneas, de acuerdo con los derechos que les concedían las hipotecas, salvándose, de esta manera, todos los peligros que entrañaba semejante acto en el terreno político, en el interior y en el internacional y resguardándose a la vez los cuantiosos intereses que la Nación tiene en la misma Empresa, pues dicho acto dejaba a aquella menos derechos que los que las leyes comunes conceden a los accionistas de una sociedad en quiebra, respecto de los bienes de ésta, ya que, conforme a los contratos y leyes al amparo de los cuales se constituyeron dichas hipotecas, los acreedores son propietarios de las instalaciones de los Ferrocarriles Nacionales y pueden venderlas o entregarlas a quien les parezca, fuera de toda formalidad o procedimiento judicial, en cuanto la compañía suspenda por treinta días el servicio de amortizaciones e intereses.
Además de esas ventajas, las cláusulas del adeudo relativas a los Ferrocarriles Nacionales contienen la importantísima de eximir a la nación de todas las responsabilidades pecuniarias que la Empresa tiene derecho a exigirle, conforme a las leyes vigentes, por la incautación de sus líneas e instalaciones y por los daños que éstas sufrieron durante la revolución, pues en los términos de dichas cláusulas, el Gobierno sólo está obligado a devolverlas en el estado en que se encontraban al ser intervenidas por él.
Todas estas conclusiones finales se encontrarán contenidas en el siguiente convenio que a la letra dice:
Habiéndose puesto en claro durante las discusiones del Secretario de Hacienda y Crédito Público de México con el Comité Internacional de Banqueros para asuntos de ese país:
a) Que las obligaciones exteriores del Gobierno de México poseídas por tenedores extranjeros, así como la deuda de los Ferrocarriles Nacionales y ciertos empréstitos interiores especificados en la lista adjunta, ascienden aproximadamente a la suma de mil millones de pesos.
b) Que los intereses de esa suma acumulados por falta de pago desde 1913 ascienden aproximadamente a la suma de cuatrocientos millones de pesos;
c) Que si bien, debido a revoluciones sucesivas desde 1913, México no ha recobrado aún toda su estabilidad económica, el actual Gobierno de México declara su propósito de hacer frente con fidelidad y presteza a sus obligaciones financieras hasta donde se lo permitan sus posibilidades;
d) Que el Comité Internacional, reconociendo las dificultades con que México ha tenido que luchar, y las limitaciones impuestas a su capacidad para el pago inmediato de todas sus obligaciones vencidas, y deseando sinceramente encontrar la manera de proteger los intereses de los tenedores de bonos y a la vez prestar su concurso al Gobierno Mexicano para la solución de sus problemas y el restablecimiento de su crédito, está dispuesto a recomendar a los tenedores de títulos del Gobierno Mexicano que hagan ciertas reducciones y ajustes de cuantía en sus derechos;
e) Que asimismo reconoce el Comité que el Gobierno Mexicano tiene otras obligaciones cuyo cumplimiento es importante, tales como la restitución de las reservas metálicas a los Bancos, la Deuda Agraria y los Bonos de los Empleados, las cuales deben satisfacerse por medio de la emisión de bonos interiores o de algún otro modo que más tarde se resuelva;
f) Que por lo que hace a las cantidades mínimas que el Gobierno Mexicano debe destinar al servicio de su deuda durante el año de 1923 y los cuatro siguientes, el Comité, después de examinar la situación, juzga que, dada una administración juiciosa y económica de los asuntos de México por su Gobierno, la provisión de aquellas cantidades y la ejecución de este convenio están dentro de las posibilidades del país, si se toman en cuenta la mejoría que debe resultar del arreglo de su deuda y la intención manifiesta del Gobierno de mantener una administración sana, y el hecho de que el plan mismo, si se adopta, puede producir fácilmente una mejoría considerable en la situación económica de México;
g) Que siendo idénticos el interés del pueblo y del Gobierno de México, por una parte, y el de sus acreedores extranjeros, por la otra, en cuanto a que debe asegurarse la prosperidad creciente de México para beneficio de ambos, los individuos que ahora componen el Comité Internacional de Banqueros manifiestan su interés constante y su deseo de cooperar en forma útil;
Por todo lo cual, a fin de lograr el ajuste de las obligaciones exteriores del Gobierno Mexicano, del sistema de los Ferrocarriles Nacionales y de ciertos empréstitos interiores especificados en la lista adjunta, se ha concertado el siguiente plan entre el Ministro de Hacienda de México y el Comité Internacional, el cual hará todo lo que de él dependa para lograr que sea aceptado por los tenedores de las obligaciones comprendidas en la lista anexa.
1.- Intereses Atrasados
Los tenedores de bonos renunciarán al pago en efectivo de todos los intereses vencidos y pagaderos hasta el día 2 de enero de 1923 inclusive, tanto de las obligaciones del Gobierno como de las de los Ferrocarriles.
Los tenedores de bonos renunciarán al pago de todo interés sobre todo los intereses atrasados vencidos y pagaderos hasta el día 2 de enero de 1923, inclusive, tanto de las obligaciones del Gobierno como de las de los Ferrocarriles.
Los cupones de interés adheridos a los bonos serán desprendidos (si así lo permiten las distintas hipotecas y escrituras) y depositados en poder de algún fideicomisario a satisfacción del Comité Internacional, el cual extenderá a los tenedores recibos o certificados por el valor nominal de los cupones desprendidos. El Gobierno destinará anualmente, a partir del día 1° de enero de 1928, sumas anuales virtualmente iguales que basten para retirar a la par, en anualidades proporcionales, dichos recibos o certificados, dentro de un período de cuarenta años que terminará el l° de enero de 1968. Las anualidades que debe cubrir el Gobierno Mexicano serán entregadas por éste, por conducto de la Agencia Financiera del Gobierno de México en Nueva York, a la Institución que señale el Comité, el cual determinará la manera de amortizar los recibos o certificados. Si por cualquier razón los cupones no pueden desprenderse de los bonos, se adoptará algún otro plan, a satisfacción del Comité para realizar el arreglo anterior. Si hay algunos bonos a los cuales nunca hayan estado adheridos cupones que representen cualquier interés atrasado, el Gobierno de México suministrará dichos cupones para los fines de estos bonos, a fin de que los tenedores puedan depositarios.
2.- Fondos de Amortización
Todos los fondos de amortización serán pospuestos por un período que no exceda de cinco años, a contar del 1° de enero de 1923.
3.- Obligaciones vencidas del Gobierno
Todos los pagarés del Gobierno que estén vencidos o próximos a vencerse, serán prorrogados por un plazo razonable.
4.- Intereses corrientes
El pago de los intereses corrientes se reanudará como sigue:
a) El Gobierno destinará y reservará un fondo que durante el primer año ascenderá a treinta millones de pesos oro nacional del cuño corriente actual y que será aumentado anualmente durante un período de cuatro años en no menos de cinco millones de pesos, en tal forma que el pago para el quinto año sea por lo menos de cincuenta millones de pesos.
b) Si, durante el período de cinco años, los fondos destinados no llegan en cualquiera de esos cinco años a la suma mínima garantizada, el Gobierno Mexicano destinará, de sus otros ingresos, una suma suficiente para elevar aquella cantidad hasta el mínimum garantizado y en las fechas y montos que requiera el pago de los intereses corrientes, según la tabla que el Comité someterá al Ministro.
c) El producto de los derechos de exportación del petróleo (que establece el decreto de 7 de junio de 1921) así como cualquier aumento que haya en los mismos, y del impuesto del diez por ciento sobre las entradas brutas de los Ferrocarriles, si las hay, serán entregados a medida que se recauden en forma que se convendrá con el Comité Internacional, el cual hará arreglos para distribuir las sumas así recibidas entre los tenedores de las obligaciones contenidas en la lista anexa, a las que podrán agregarse aquellas otras emisiones que el Ministro y Comité resuelvan, de acuerdo, que deban incluirse en la Deuda Exterior del Gobierno y la Deuda de los Ferrocarriles. Una parte de dicho fondo podrá usarse a discreción del Comité para comprar o retirar títulos (scrip) por intereses corrientes. El Comité podrá retener y distribuir la totalidad de las cantidades que reciba por concepto de los impuestos enumerados en este inciso C, aun cuando excedan del mínimum anual garantizado.
d) Cualquiera diferencia entre las sumas pagadas en efectivo a cuenta de los intereses corrientes (de acuerdo con los arreglos para la distribución de intereses corrientes, según tabla que será sometida por el Comité) y la suma total que deba pagar por ese motivo durante un período de cinco años, a contar del 2 de enero de 1923, será cubierta por medio de títulos (scrip). Dichos títulos (scrip) hasta el monto total de la diferencia de intereses serán emitidos por el Gobierno de México y entregados por conducto del Comité para su distribución entre los tenedores de las obligaciones en la forma que el Comité determine. Estos títulos (scrip) vencerán y serán pagaderos a los veinte años, y no causarán ningún interés durante los primeros cinco años, pero sí lo causarán a razón de tres por ciento, pagaderos semestralmente, durante los quince años restantes. El Gobierno tendrá la opción de comprar esos títulos (scrip) en el mercado para su cancelación, en forma que se convenga con el Comité, o retirar, mediante aviso, bien sea la totalidad o una parte de ellos a razón de 105 más intereses devengados e insolutos hasta la fecha del aviso, en cualquier época anterior al vencimiento. Cualquier sobrante del fondo para intereses corrientes que quede durante los primeros cinco años, después de pagar dichos intereses corrientes, se aplicará a la compra y cancelación de dicho título (scrip) según se especifica antes.
e) EL pago en efectivo de los intereses corrientes de acuerdo con la tabla que el Comité someterá al Ministro, comenzará con los intereses que se venzan y sean pagaderos después del 2 de enero de 1923. La reanudación total en efectivo del servicio de la Deuda, incluyendo los pagos íntegros de los fondos de amortización, comenzará con los pagos vencidos y pagaderos a partir del día 1° de enero de 1928.
f) Los productos del impuesto de exportación del petróleo que hayan sido pagados o acumulados de acuerdo con el convenio de 3 de septiembre de 1921, desde el 31 de enero de 1922 entrarán inmediatamente a formar parte del fondo, así como, en lo futuro, todos los productos provenientes del propio impuesto. El producto del impuesto del diez por ciento sobre los ingresos brutos de los Ferrocarriles se entregará corrientemente, tan pronto como se cree dicho impuesto. Los pagos se harán en la forma que se convenga con el Comité Internacional.
g) Durante el período anterior a la reanudación completa del servicio de la Deuda, el Gobierno mantendrá en vigor los derechos de exportación sobre el petróleo, y no reducirá el tipo de dichos derechos pagaderos en efectivo, según se ha aplicado a partir del 3 de septiembre de 1921.
h) Al terminar el período de cinco años, al final del cual el Gobierno Mexicano reanudará el servicio íntegro de la deuda, las estipulaciones especiales, que rigen durante este período, según el párrafo 4, se considerarán terminadas, salvo la obligación del Gobierno Mexicano relativa a los títulos (scrip) de intereses corrientes y salvo también que en caso de haber aún en circulación títulos (scrip) de intereses corrientes, el impuesto del diez por ciento (10%) sobre las entradas brutas de los Ferrocarriles continuará en vigor y se aplicará por conducto del Comité a la reducción de los títulos (scrip) de intereses corrientes, en la forma que se convenga con el Comité.
5.- Sistema de los Ferrocarriles Nacionales
Los tenedores de bonos y pagarés en circulación de los Ferrocarriles, presentarán sus títulos actuales para que sean sellados con el compromiso del Gobierno de México, según el cual se hace cargo del pago del principal, intereses y fondo de amortización de esos títulos. Por todo pago hecho por el Gobierno Mexicano, por cuenta de los Ferrocarriles por dichos principal, intereses y fondo de amortización, el Gobierno se convertirá en acreedor de los Ferrocarriles, del mismo modo que lo establece el Decreto del Ejecutivo y Plan de Reorganización y Unión de la Compañia Limitada del Ferrocarril Central y del Ferrocarril Nacional de México, respecto de pagos hechos por cuenta de su garantía de los bonos de 4% de la Hipoteca General de los Ferrocarriles Nacionales de México.
Los gravámenes que establecen las actuales hipotecas y escrituras sobre las propiedades de los Ferrocarriles a favor de los títulos en circulación, serán depositados en un fideicomisario o fideicomisarios, a satisfacción del Comité Internacional, y no se harán efectivos, a menos que el Gobierno no cumpla con las obligaciones de este convenio, pues entonces podrán ser ejercitados en favor de los tenedores de los títulos de los Ferrocarriles.
El Gobierno devolverá, en un plazo razonable, los Ferrocarriles a la Empresa privada. Los detalles de la devolución se fijarán más tarde.
El diez por ciento anual (10%) de los ingresos brutos de los Ferrocarriles será destinado y entregado corrientemente, según aquí se estipula, al servicio de la deuda pública del Gobierno, incluyendo la deuda de los Ferrocarriles, tomándose las medidas necesarias en las tarifas ya sea por sobrecargo o de cualquier otro modo.
Mientras no se reanude el pago total en efectivo de los intereses corrientes sobre los bonos, las utilidades líquidas de los Ferrocarriles se sumarán al fondo destinado al servicio de la Deuda del Gobierno, y después serán aplicadas al servicio de los títulos de los Ferrocarriles.
El Gobierno reconocerá la obligación de devolver los Ferrocarriles, incluyendo el material rodante, en el mismo estado en que se encontraban cuando se hizo cargo de ellos, no ahorrando esfuerzo alguno para que así se proceda tan pronto como sea posible.
Los pagarés de los Ferrocarriles que estén vencidos o próximos a vencerse serán prorrogados por un plazo razonable.
6.- Reconocimiento de Obligaciones
El Gobierno Mexicano reconoce todas las obligaciones cuya responsabilidad ha asumido directamente o por vía de garantía y todas las estipulaciones de los contratos y las prendas en virtud de las cuales emitieron los diversos bonos; y dichas estipulaciones, que quedarán en todo su vigor al terminar el período de cinco años, estarán sujetas antes de ese plazo, a las modificaciones que aquí se establecen.
7.- Recobro de Derechos
Los tenedores de bonos reasumirán todos sus derechos contractuales si por cualquier motivo este convenio no se lleva a cabo en todas sus partes durante el período de cinco años citado.
8.- Comisión
Cualquiera controversia que surja con motivo de la ejecución de este convenio será resuelta por una comisión especial nombrada de común acuerdo.
9.- Ratificación
Queda sujeto este convenio a la ratificación del Presidente de la República. Mexicana.
ADOLFO DE LA HUERTA, (Firmado) Secretario de Hacienda de México.
International Committee of Bankers on Mexico. By, Thomas W. Lamont (firmado).
Ira H. Patchin, Ass't. Sec'y. (firmado).
Junio 16 de 1922.
Tabla de Obligaciones
$48.635,000 del Gobierno Mexicano, del 5, 1899.
$50.949,000 del Gobierno Mexicano, del 4, 1910.
$ 29 100,000 (L6, 000, 000 del Gobierno Mexicano, del 6, 1913).
$128.100,000 Total de la Deuda Asegurada.
6.769,000 Emprestito municipal al 5%.
37.037,000 del Gobierno Mexicano, del 4, 1904.
$25.000,000 de la Caja de Préstamos, del 4 1/2.
$68.806,000 Total de la deuda no asegurada.
$21.151,000 del Gobierno Mexicano del 3, 1886.
$46.455,000 del Gobierno Mexicano del 5, 1894-
67.606,000 Total de la Deuda Interior.
$50.784,000 de los Ferrocarriles Nacionales. Garantizados del 4.
$7.000,000 de Veracruz y Pacífico, del 4 1/2.
$84.804,000 de los Ferrocarriles Nacionales antes de la hipoteca, del 4 1/2.
$23.000,000 de los Ferrocarriles Nacionales antes de la hipoteca, del 4 1/2.
24.740,000 de los Ferrocarriles Nacionales, del 4, 1951.
$5.850,000 del Internacional Mexicano antes de la hipoteca del 4 1/2.
$4.206,000 del Internacional Mexicano antes de la hipoteca del 4, 1977.
$2.005,000 del Panamericano, del 5, 1934.
$1.484,000 del Panamericano del 5, 1938.
$1.112,000 del Equipo (material) de los Ferrocarriles Nacionales del 5.
$33.662,000 Pagares de los Ferrocarriles Nacionales.
$2.000,000 Segunda hipoteca de Tehuantepec, del 4 1/2.
$1.750,000 Diversos
$242.361,000 Total de la deuda de los Ferrocarriles.
$507.457,000 Total de la deuda.
NOTA.- Las cantidades mostradas en la presente tabla, están de acuerdo con la última información disponible, y se dan en dollars oro.
A lo anterior podrán agregarse todas aquellas emisiones que acuerden el Ministro y el Comité Internacional, según se prevé en el Convenio.
En la tabla anterior no se ha hecho estipulación para:
1) aquellos bonos de las emisiones de Huerta (que se siguen a los llamados de la emisión "A", que los poseen los bancos como colaterales ni;2) los llamados de la emisión DeKay que el Gobierno no reconoce.
ADOLFO DE LA HUERTA (Firmado)
Como se verá por la aprobación que el Comité da a la lista que comprende los adeudos del Gobierno Mexicano, motivo del arreglo en cuestión, se consiguió la eliminación de una buena parte de los adeudos contraídos por el gobierno ilegal de Victoriano Huerta, pues según consta en la nota escrita al pie de la misma tabla de obligaciones, los bonos correspondientes a las emisiones que siguen a la llamada de la serie "A", fueron desconocidos por el gobierno de México con la conformidad del comité.
No debe pasarse por alto que, a pesar de las fuertes reclamaciones que los miembros del comité se vieron obligados a presentar en un principio, por mandato de la mayoría de nuestros acreedores, atendieron finalmente todas las justas razones que asistían al Gobierno de México para solicitar, siempre en forma decorosa, que redujeran sus demandas y, es de justicia asentar que México, de hoy en adelante, a juzgar por el ánimo actual de nuestros acreedores, contará con la cooperación de los elementos que intervinieron en los arreglos firmados el dieciseis de junio último.
Réstame por último, C. Presidente, hacer constar aquí que toda mi labor fue desarrollada dentro de tres lineamientos principales:
primero, el absoluto apego a los principios de la conservación incólume de nuestra soberanía nacional;
segundo, el arreglo de nuestra deuda pÚblica a las posibilidades económicas de México, sin olvidar un solo momento que no debía tocar punto alguno que afectara el crédito de nuestra Nación tan necesario para nuestra rehabilitación económica; y
tercero, la sujeción a las instrucciones que previamente recibí de usted, señor Presidente, y a las normas generales de la política de su administración.
Con las explicaciones del presente informe y la ampliación que sobre ellas he hecho verbalmente ante usted, en la entrevista que hasta el día de ayer tuve el honor de que se me concediera, con la enfermedad que le aquejaba y que felizmente ha desaparecido, se habrá podido interiorizar al detalle de los arreglos propalados en Nueva York por el suscrito, en representación del gobierno mexicano y que espero merecerán la aprobación de la presidencia de su muy digno cargo.
Reitero a usted las seguridades de mi atenta consideración y respeto.
México, a 7 de agosto de 1922
ADOLFO DE LA HUERTA (Firmado)
Al C. Presidente de la República.
Presente.
Dictamen de las Comisiones de Crédito Público y de Hacienda
Las Comisiones de Crédito Público y de Hacienda, después de estudiar cuidadosamente el Convenio De la Huerta-Lamont, produjeron su dictamen aprobatorio del que transcribimos solamente la parte final:
Resumiendo ahora los beneficios que el mencionado Convenio De la Huerta-Lamont trae para el país, pueden concretarse en los siguientes términos:
I.- Queda incólume la Soberanía Nacional.
II.- Los acreedores extranjeros reconocen igualdad de derechos para el pago de la deuda tanto interior como exterior.
III.- Moratoria en el pago de intereses vencidos hasta el dos de enero de mil novecientos veintiocho y cancelación del derecho de capitalizar intereses.
IV.- Prórroga por un tiempo razonable para el pago de obligaciones de los pagarés vencidos.
V.- Concesión de un plazo de cuarenta años a partir de mil novecientos veintiocho para el pago de todos los intereses vencidos.
VI.- Prórroga igualmente del plazo para el pago del fondo de amortización.
VII.- Queda cancelada toda reclamación que la Empresa tuviera derecho a hacer al Gobierno por la incautación y administración de los Ferrocarriles Nacionales por el término de nueve años que han estado bajo su control administrativo. Igualmente se cancela toda reclamación de daños y perjuicios causados a la Empresa por la Revolución.
VIII.- Coloca a la Empresa de los Ferrocarriles Nacionales en la obligación de contribuir con el diez por ciento de sus entradas brutas para el pago de la Deuda Pública y con las utilidades que la misma Empresa pueda alcanzar en el término de cinco años.
IX.- Se suspende toda acción a los fideicomisos por el término de cinco años para ejecutar sus derechos; conforme a la escritura hipotecaria de Obligaciones en contra de la Empresa de los Ferrocarriles Nacionales.
X.- Proporciona al Gobierno la ventaja de mantener el control que ha venido sosteniendo en los Ferrocarriles Nacionales, control que garantiza el mejoramiento del país en su industria, comercio y agricultura, porque esta empresa al pasar a manos de sus accionistas desarrollará, a no dudarlo, una labor eficiente en bien de la prosperidad del país para poder atender debidamente las Obligaciones que este Convenio le impone.
XI.- Y por último deja fundada, por primera vez en la historia de nuestras finanzas, la supresión de intermediarios, corredores o representantes para el arreglo de nuestras cuestiones financieras; mediación que siempre ha costado al país millones de pesos que ahora quedaron suprimidos y que revelan, para bien de nuestro futuro, la honorabilidad y el patriotismo de los altos funcionarios de la Federación que intervinieron en el Convenio de referencia.
En conclusión, las Comisiones estiman, que tomando en consideración los tiempos y las circunstancias actuales, no podría haberse iniciado la resolución de nuestra situación económica, en mejores y más ventajosas condiciones que las que establece el Convenio celebrado en Nueva York entre el C. Secretario de Hacienda y el Comité Internacional de Banqueros en representación de los acreedores de la Nación.
Por todo lo expuesto, nos permitimos someter a vuestra Soberanía para su aprobación, el siguiente.
Proyecto de Ley:
UNICO.- Se aprueba en todas sus partes el Convenio celebrado el diez y seis de junio de mil novecientos veintidos, entre el Ejecutivo de la Unión por conducto de la Secretaría de Hacienda y el Comité Internacional de Banqueros con intereses en México, este último en representación de los acreedores del país. El Ejecutivo arreglará todos los puntos de este Convenio y tomará las medidas y celebrarán los arreglos complementarios que conduzcan a su mejor ejecución.
SALA DE COMISIONES DEL SENADO.
México, D.F., a 26 de septiembre de 1922.
El anterior proyecto fue aprobado por unanimidad de votos. En cambio, para lograr la aprobación de los llamados Tratados de Bucareli, fue preciso el asesinato del senador Field Jurado y el secuestro de varios otros, como es bien sabido.
La razón es obvia: el convenio De la Huerta-Lamont, como queda explicado con la documentación oficial, obtenía para México ventajas y beneficios que según la estimación de escritores autorizados en cuestiones de finanzas, significaban entre otras, el ahorro de $571.080,000.00 y esto cuando el peso mexicano aún se cotizaba 2 x 1 con relación al dolar. En cambio, los Tratados o Arreglos de Bucareli ... adelante veremos la vergüenza que significaba para nuestra patria y el precio que México hubo de pagar para satisfacer pasiones personales de los responsables.
Los más destacados escritores especializados en temas de finanzas, hicieron estudios prolijos y publicaron extensos artículos poniendo de manifiesto las enormes ventajas obtenidas por las habilísimas gestiones de don Adolfo de la Huerta. Pueden verse los artículos de don Carlos Díaz Dufoo publicados en Excelsior con fechas 15, 19 Y 29 de agosto de 1922; los del señor Jaime Gurza publicadas en El Universal los días 10, 16, 19 y 24 de agosto de 1922; el del señor Lic. Don Arturo F. García que apareció en tres partes con fechas 9, 12 Y 14 de septiembre de 1922 y el del señor Ing. don Francisco Bulnes, aparecido en El Universal el 23 de junio de 1922.
Y en relación con el último de los citados, es interesante hacer notar que aunque don Francisco Bulnes considera que gracias a los arreglos efectuados por el señor De la Huerta, se había logrado una economía para México de $571.080,000.00 (quinientos setenta y un millones, ochenta mil pesos) estima el escritor que tal arreglo no fue el más ventajoso de los hechos en nuestra historia, pues el de 1851, que ahorró al país la cantidad de $17.802,000.00 (diecisiete millones, ochocientos dos mil pesos) nos proporcionó una ventaja superior.
En sus propias palabras:
¿Es cierto que el arreglo que ha hecho el señor De la Huerta con los banqueros internacionales es el mejor que representa la historia de la nación mexicana, como lo canta hasta ensordecer el Orfeón Oficial? No es cierto. El primero en ventaja de todos los arreglos de la deuda exterior que ha hecho México ha sido el que celebró en el año de 1851, el Secretario de Hacienda don Manuel Payno en la administración del general Mariano Arista.
Y termina en esta forma:
... hace que se deba afirmar que, en la conversión de 1851, el gobierno mexicano redujo su deuda a la mitad con pleno consentimiento de sus acreedores extranjeros, mientras que el señor De la Huerta ha logrado reducir una tercera parte.
Usar tal razonamiento para tratar de convencer al lector de que un ahorro de diecisiete y pico de millones de pesos es más ventajoso que uno de más de quinientos millones, es verdaderamente infantil y no se explica en hombre de la mentalidad de don Francisco Bulnes. Y para verlo con más claridad supongamos, exagerando un poco las cosas, que se hiciera un arreglo de la deuda exterior en el que no siendo ésta sino de cien millones de pesos, se lograra una economía de ochenta millones, es decir del 80% del total. ¿Podría decirse con razón que ese era el más ventajoso de todos, puesto que ninguno logró tal porcentaje de reducción?
Si don Francisco Bulnes hubiera dicho que en la conversión de 1851 se logró una economía más alta en proporción a la deuda, un porcentaje más elevado de ahorro, estaría en lo justo, pero en la forma que lo expresa, claramente sostiene un error que, por otra parte, no creemos que haya estado convencido de él, sino que había que apocar en alguna forma el brillante triunfo del señor De la Huerta. Ya se nota esa tendencia cuando dice que el Orfeón Oficial canta hasta ensordecer las alabanzas al arreglo efectuado por don Adolfo.
Por lo demás, la actitud del historiador Bulnes no es de extrañar; había ya mar de fondo en todo lo que se comentaba alrededor de los ventajosísimos acuerdos logrados por el señor De la Huerta con el Comité Internacional de Banqueros. Mar de fondo que se agitaba al impulso de los fétidos vientos de la envidia, la pequeñez y los celos políticos.
Y los vientos que lavantaban aquel oleaje se habían manifestado ya cuando el Comité de Banqueros reunido en Nueva York, antes de comenzar sus pláticas con nuestro ministro de Hacienda, recibió aquel mensaje que Pani envió con un enviado especial y en el que les decía que se abstuvieran de cerrar convenio con De la Huerta, pues él, Pani, les haría proposiciones más ventajosas. Informe éste que el propio Thomas Lamont comunicó a don Adolfo de la Huerta.
La tempestad de rachas mefíticas arreció cuando el presidente Harding solicitó insistentemente la presencia de don Adolfo en Washington, lo recibió con afecto y lo envió después a conferenciar con su secretario de Estado, Hughes, resultando de aquellas entrevistas que los Estados Unidos prometieran no exigir ya tratado previo como condición para otorgar el reconocimiento al gobierno de Obregón.
Esa labor de convencimiento y esa conquista en el terreno de las relaciones internacionales, era, claramente, de la jurisdicción del secretario del ramo, o sea del secretario de Relaciones Exteriores, que lo era Pani en aquel entonces.
Por eso, según se relata en otra parte de este mismo libro, cuando los diarios de México publicaron a grandes cabezas DE LA HUERTA TRAE EN LA BOLSA EL RECONOCIMIENTO, pese a que don Adolfo no había hecho declaración alguna en ese sentido, Pani fue a picarle la cresta a su amo, diciéndole que la opinión pública era soezmente desfavorable para ellos dos y que todos decían que todo lo arreglaba De la Huerta.
No faltó escritor que tuviera la perspicacia suficiente para sentir con toda claridad aquellas corrientes y la inteligencia de interpretarlas. Ese fue don Félix Palavicini, que en el diario El Universal publicó dos editoriales verdaderamente proféticos, uno el 13 de julio de 1922, bajo título de ¡Crucificadlo! y el otro el 21 del mismo mes y año, titulado Dos batallas y una escaramuza.
Antes de dar a conocer tan interesantes escritos, he de hacer la siguiente explicación que considero interesante:
Es cosa sabida que durante el tiempo que permanecieron en el poder los generales Obregón y Calles, y muy particularmente el primero, se llevó a cabo una campaña intensísima para hacer desaparecer todo vestigio de la obra patriótica y meritoria de don Adolfo de la Huerta.
Es lógico que así fuera; cualquier destello de virtud en el exiliado, tenía que lastimar las pupilas hechas a la penumbra de sus detractores. Además, fueron pagadas plumas venales para lanzar toda clase de calumnias, de versiones falsas y malévolas tratando de ridiculizar la actuación de don Adolfo, particularmente en el movimiento de 1923. Pero fue grande el empeño que se puso en borrar la huella luminosa de una vida de patriotismo, desinterés y honradez extraordinarios. Ello era particularmente necesario a los tortuosos fines de sus enemigos, porque ellos mismos habían cantado sus alabanzas cuando aun creían que no opacaban sus propios méritos.
Por esa razón se habló muy poco, después del distanciamiento, de los convenios Lamont-De la Huerta; por esa razón individuos de moralidad nula como aquel Capetillo, espía obregonista, escribieron versiones asquerosamente falsas e inventaron calumnias en contra del hombre cuya pureza se había reconocido a toda voz.
Y de paso habrá que hacer notar que aquel Alonso Capetillo, que estuvo en Veracruz en 1923 como agente de Obregón, desempeñaba un trabajo semejante cerca de Serrano y Gómez cuando éstos fueron fusilados a medio campo. En aquella ocasión Capetillo, según relato de algún testigo presencial, vociferaba explicando cuál era su verdadero papel, pero no fue creído. Pidió, suplicó, gimió implorando que se telefoneara al general Calles para aclarar el punto, pero los esbirros obregonistas no le creyeron y cayó atravesado por las balas inmisericordes que cortaron sus gritos de terror y sus lamentaciones. La justicia inmanente le alcanzó en aquella forma.
Pues bien, como decíamos, esa campaña de erradicación de todo rastro prestigioso del paso de don Adolfo por nuestra historia patria, llegó a extremos verdaderamente sorprendentes. Lo que sigue es un caso ilustrativo de ello.
Cuando el señor De la Huerta me dictaba algo relacionado con los convenios que él mismo celebró siendo secretario de Hacienda del general Obregón, me dijo que era conveniente que buscara yo en la Hemeroteca, en los números correspondientes de El Universal, un editorial de Palavicini, titulado ¡Crucificadlo! y me indicó la fecha aproximada en que había aparecido.
Fui a la Hemeroteca y después de dos búsquedas minuciosas, me di cuenta de que las páginas editoriales de los números en los que buscaba yo tal editorial, habían sido arrancadas.
Recurrí entonces, después de continua búsqueda, al archivo del propio periódico, y allí me encontré con que el número que yo buscaba no existía. Y tampoco había en el siguiente número explicación alguna que se refiriera a la no aparición del diario en tal fecha. De lo cual deduzco, lógicamente, que no se trató de un día en el que no apareció el diario, sino que tal número fue suprimido. Sin duda por órdenes demasiado poderosas para ser desatendidas.
Y ya había abandonado la esperanza de obtener aquellos artículos cuando me enteré, en forma casual, que en la Secretaría de Relaciones, con posteridad a los regímenes de Obregón y Calles, se había obtenido una hemeroteca de un particular y que estaba muy completa. Acudí a ella y encontré lo que buscaba; es decir, los dos editoriales que a continuación se reproducen.
EL UNIVERSAL, 13 de julio de 1922.
Primera Sección
Página 3
Sección Editorial de EL UNIVERSAL
¡CRUCIFICADLO!
De nuestra oficina en Nueva York recibimos un cablegrama que publicamos ayer, en el que nuestro corresponsal se duele de que los esfuerzos y las energías y los talentos gastados por el señor De la Huerta durante las conferencias con el Comité Internacional de Banqueros no hayan sido apreciados debidamente, y que su obra esté amenazada de naufragar en mares de envidia o de inconsciencia.
Nosotros, más cerca que nuestro corresponsal del torbellino de pasiones que es la pOlítica mexicana, hallamos el fenómeno perfectamente natural y explicable.
Es verdad que el señor De la Huerta desplegó en Nueva York todas las actividades benéficas para nuestro país que señala nuestro corresponsal Ordorica, y es cierto también, que va en camino don Adolfo de merecer el desagrado de sus correligionarios.
Pero no debe quejarse, porque pecó; porque rompiendo el dolce far niente habitual de nuestros políticos, trabajó semanas enteras con ardor y con fe; porque no gastó sus vigilias en Nueva York en formar conexiones comerciales útiles, sino en defender bravamente el crédito de su país; porque, en una palabra, supo levantarse, por el desinterés patriótico, y el entusiasmo y la energía, sobre el nivel de los demás.
Y la murmuración de los que se hubieran roto las manos aplaudiendo si el general Obregón ratifica inmediatamente el Tratado; y los díceres en que se esconde una íntima satisfacción por lo que parece fracaso, en las frases de pena hipócrita con que hablan de su propósito incumplido; y la torpe intriga, en fin, que se asoma aquí y allá como recompensa de su abnegación y sus desvelos, marcan ya a don Adolfo de la Huerta un final de ingratitud en el vía crucis que tuvo que pasar en sus pláticas con la más ambiciosa y refinada judería.
Tal vez si visita Washington y se viese a punto de lograr el reconocimiento, la indignación fuera mayor, y posiblemente entonces, en el final de la dolorosa callejuela del vía crucis no viera sólo la ingratitud sino hubiera visto levantarse un cadalso político y habría tenido que taparse los oídos para no oir el clamor de sus correligionarios que gritarían: ¡Se ha atrevido a lograr lo que no pudimos nosotros! ¡Ha sido bastante osado para triunfar! ... ¡Crucificadlo!
El señor De la Huerta, sin embargo, cuenta con la confianza y la amistad del presidente de la República, quien al fin será la última instancia en el difícil esfuerzo realizado por el secretario de Hacienda (1).
EL UNIVERSAL, 21 de julio de 1922
Primera Sección
Página 3
EDITORIAL
DOS BATALLAS Y UNA ESCARAMUZA
El señor De la Huerta libró, como todos lo sabemos, una importante batalla en Nueva York con el Comité Internacional de Banqueros, de la que salió, indudablemente, victorioso, ya que la finalidad política de su misión, que era llegar a la redacción de un convenio, fue cumplida.
Y no contento de su esfuerzo, aceptó ir a Washington, en donde tuvo una ligera escaramuza, pues no merece otro nombre el contacto no diplomático y extraoficial que tomó con Mr. Harding.
Pero aunque sólo escaramuza la de Washington, hay que confesar que también en ella obtuvo un éxito apreciable, porque, de lo que se trataba era de obtener una declaración explícita sobre las demandas que, a lo que se dice, han quedado concretadas a lo siguiente: ratificación del convenio celebrado con los banqueros para el arreglo de la deuda de México, siendo además satisfactorias las resoluciones de la Suprema Corte sobre los juicios de amparo en cuestiones petroleras, amparos que se refieren a cuestiones de retroactividad, de respeto de derechos adquiridos y de supuesta confiscación de propiedades.
En el combate formal, como decíamos, salió victorioso el secretario de Hacienda; en la escaramuza ante la Casa Blanca, preparó una victoria para su gobierno que, de ahora en adelante sabrá a qué atenerse, por lo menos, en lo que se refiere a las oposiciones concretas que la administración americana hace a la de nuestro país; pero aún le falta al señor De la Huerta, según palabras textuales suyas, que nos transmitió ayer nuestro corresponsal en Nueva York, librar la batalla decisiva en México, donde se dirá la última palabra sobre sus varias misiones.
No hace muchos días que en un editorial que quisimos titular ¡Crucificadlo!, señalábamos el grave peligro que espera al señor De la Huerta por el pecado de haber sobresalido de los demás.
Y parece darnos la razón el señor De la Huerta cuando acepta, él también, que en México librará la batalla decisiva, batalla que para conformarse con la naturaleza humana y con nuestra especial psicología de indios y latinos, hemos de ver que le presentan algunos de sus amigos y correligionarios.
Notas
(1) La casi profecía del editorialista con respecto a lo que el señor De la Huerta podría lograr en su visita a Washington, es particularmente notable porque, como se ve, fue hecha en su editorial de 13 de julio de 1922 y la visita del señor De la Huerta a Washington no se efectuó sino hasta el 19 del mismo mes y año.
Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán Esparza | Primera parte del CAPÏTULO TERCERO | Tercera parte del CAPÍTULO TERCERO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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