Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán EsparzaSegunda parte del CAPÏTULO CUARTOBiblioteca Virtual Antorcha

MEMORIAS DE ADOLFO DE LA HUERTA

CAPÍTULO CUARTO


(Tercera parte)



SUMARIO

- El General Francisco Villa.

- El General Pablo González.

- Luis Cabrera, político y economista.

- Firme hasta el fin.

- El Decálogo de don Adolfo de la Huerta.

- Una iniciativa que no prosperó.

- Soñando último escrito de don Adolfo de la Huerta.




El General Francisco Villa.

Habiendo oído al señor De la Huerta referirse varias veces al general Francisco Villa como personaje activísimo durante nuestros días de lucha y al que llegó a conocer con bastante intimidad, el que esto escribe solicitó una extensa opinión sobre el discutido guerrillero. Dejamos la palabra a don Adolfo de la Huerta:

Villa fue un hombre de sentimiento noble y generoso en favor de los desheredados, en favor del pueblo. Sufría cuando veía sufrir a un niño; cuando consideraba que le faltaba el pan, que le faltaba abrigo, que sufría aquella criatura. Cuando veía a un pobre viejo, se enternecía también. Era un hombre cuyo corazón se conmovía por el dolor de los demás.

Salvaje en sus procedimientos; cruel con el enemigo; no sabía distinguir el bien del mal e incurría muchas veces en errores porque no sabía cual era lo moral y cuál lo inmoral ni hasta donde llegaba su derecho dentro de las formas establecidas por el derecho que reconocemos actualmente.

Llegaba a un lugar, tomaba provisiones, les daba a sus fuerzas y le daba al pueblo. Sacaba el dinero, pero jamás para él; nunca tomó dinero para sí. Saqueó bancos y comercios, pero no para guardarse los fondos, y mató a su compadre Urbina porque supo que tenía guardado un millón de pesos. Urbina, a más de su compadre, era uno de sus hombres de confianza, pero cuando Villa lo descubrió, no lo perdonó. Así entendía él la cuestión moral y la prueba de ello es que ninguno de sus hombres tuvo dinero, porque ¡pobre del que hubiera robado!.

Al llegar a esta parte de su relato, don Adolfo fue interrumpido por el que esto escribe para recordarle el incidente de Torreón, que el mismo señor De la Huerta le había referido y que fue más o menos así:

Don Adolfo había ido a entrevistar a Villa; éste, la noche anterior había entregado a uno de sus pagadores diez mil pesos con la orden de que entregara dicha cantidad a un general X, diciéndole que eran cinco mil para él y cinco mil para otro general, cuyo nombre no hace al caso y al que debería entregarlos. El pagador buscó al primero de los nombrados y lo encontró, pero en tal estado de embriaguez que casi no se daba cuenta de lo que hacía. En tales condiciones el pagador juzgó imprudente darle toda la cantidad y el encargo de entregar la mitad de ella a su compañero y así le entregó tan sólo cinco mil pesos, diciéndole que él mismo se encargaría de entregar el resto al destinatario.

A la mañana siguiente, estando Villa en compañia de De la Huerta en la puerta del hotel, conversando, llegó el primero de los generales. Villa le saludó y le preguntó si el pagador le había entregado los diez mil pesos que le había enviado.

- No, mi general -respondió el interpelado-, sólo me entregó cinco mil.

Villa enrojeció de ira y ordenó se hiciera venir al pagador en cuestión. Cuando éste se halló presente, Villa le preguntó en forma hosca:

- Cuánto le entregaste aquí al general.- Cinco mil pesos, mi general -contestó el pagador.

Antes de que tuviera tiempo de añadir una palabra, Villa sacó la pistola y le disparó un balazo a boca de jarro sobre la cabeza a la vez que decía:

- ¡Para que aprendas a robar, tal por cual!

- Espere, mi general -dijo el general X-, me parece recordar que me dijo que iba a entregar cantidad igual a otra persona ...

Pero la aclaración llegaba tarde; el infelíz pagador expiraba a los pies de Villa.

Don Adolfo no pudo contenerse e increpó en forma durísima al guerrillero y éste, cuando se dio cuenta de la injusticia que había cometido, se mostró profundamente apenado y casi con lágrimas en los ojos explicaba:

- Mire, yo tengo que cuidar que no roben, si no ¿dónde íbamos a parar.

Y continuando su narración, el señor De la Huerta me decía:

No era insensible al dolor. Era noble: y cuando quería, cuando se convencía de que se era sincero con él, quería a fondo. A mí me quiso entrañablemente; yo lo sentía. Cuando me acompañó de Jiménez a lo Torreón, venía yo con mi familia y pregúntele usteq a mis hijos: lo vieron llorar en mis brazos. Lloraba como un chiquillo al despedirse de mí y le decía a Clarita, mi esposa:

- Señora, sea usted buena con el jefe; cuídelo mucho; mire todo lo que significa para nosotros. Es el único en el que tenemos confianza. ¡Cuídelo mucho!

En aquella ocasión venía Andalón conmigo, también venía don Luis León, pero eso fue en presencia de Clarita y de mis hijos Adolfo y Arturo, en el gabinete del pullman. Se recargó sobre mi hombro y sollozaba desde el fondo de su alma. Sabía que yo no quería más que su bien y lo sintió cuando me dijo:

- Yo creo que la cosa se viene, jefe. Ya sabe que aquí me tiene a mí. Porque el pueblo lo llama a usted para la presidencia.

- No, general -le dije- está usted equivocado; yo no he aceptado mi candidatura; yo soy jefe de la campaña de Calles.

- Si a Calles no lo quiere nadie, es un hombre funesto, es ...

Y me dijo varias frases de las que se conoce que había oído a otros; él tenía también muy mal concepto de Calles y de Obregón.

- No -le dije-, está usted en un error.

- No, si con usted queremos seguir.

- No -insistí-, está usted equivocado, si yo no lo necesito a usted para nada ...

¡Ah, caramba! ¡Cómo se puso! ¡No se lo hubiera dicho!

- ¡Está bueno, usted me desprecia, pero quién sabe si este Pancho Villa le sea útil una noche obscura. Me desprecia usted porque cree que no tengo gente. Todavía me queda gente.

- No, general, no es que lo desprecie así; no interprete mal mis palabras; lo que quiero decir es que no hice la paz con usted con fines ulteriores. Que usted debe estar completamente en paz. No le digo que alejado de toda política, porque no ha perdido sus derechos de ciudadano, pero procurando evitar lo más posible meterse como militar. Como ciudadano, a votar en las elecciones cuando vengan y se acabó. Pero no es que lo desprecie ni que desconozca que tiene usted su partido y que hay mucha gente que lo admira y lo quiere. Y aquí tiene usted un hombre que lo estima y lo quiere a usted. Pero yo no tengo pensado nada para el futuro.

¡Ya no hallaba yo la puerta con él! Se puso triste, profundamente triste, como herido; creía que yo le despreciaba porque era un guiñapo ya; y no era eso, no; lo que quería yo era quitarle de la cabeza el que pensara que iba a necesitar de él para cosas que vinieran en forma enteramente ajenas a mi voluntad.

Esta es mi opinión de Villa y esa era su actitud conmigo.

Ahora he sabido que se está escribiendo una obra del general Navarrete, que fue un hombre que valió mucho, pero que no supo conocer a Villa, porque lo vio llorar cuando lo iban a fusilar.

Aparentemente tiene razón Navarrete, no conociendo los sentimientos de Villa. Dice que todo el mundo le cree muy valiente, pero que era un cobarde, que él lo vio llorar, hincarse y quién sabe cuántas cosas más.

El hecho es cierto, Villa mismo me lo refirió, pero no fue cobardía. Cuando veníamos de Jiménez, ya llegando a Torreón, le dije:

- Este lugar no debe tener muy buenos recuerdos para usted, pues es donde el chacal Huerta quiso arrancarle la vida.

- ¡Ah, sí, jefe, que momento tan triste! -y continuó: - ¡pensar que iba a morir como ladrón porque había recogido una yegua con mis fuerzas! Una yegua de los ricos para salvar la causa de los pObres y que yo le había dicho al jefe de mi Estado Mayor que diera el vale, porque cuando veníamos con el maderismo y recogíamos las cosas, se daba un vale para que les pagaran después. Y esa yegua la necesitábamos y yo la había agarrado y eso le sirvió de pretexto a ese que venía entonces a las órdenes de nuestro querido don Pancho. ¡Y pensar que me iban a arrancar la vida por ladrón! ... ¡Considerado así por los mismos hombres que yo adoraba! ¡A quien yo quería tanto! No tiene usted idea, jefe, ¡qué tristeza tan grande se apoderó de mí! ¡Lloré, lloré, jefe, como una mujer! Era el dolor más grande de mi vida: morir injustamente por la mano que movía aquel por quien yo había luchado tanto y que tanto quería.

Se refería, naturalmente, a Madero. Las fuerzas de Victoriano Huerta, que entonces servían al maderismo, eran las que lo iban a ejecutar.

(Contestando a una aclaración que se le pidió, el señor De la Huerta continuó):

Usted sabe que cuando se pronunció Pascual Orozco mandaron a González Salas, pero éste fue derrotado por los orozquistas y se suicidó. En su lugar nombraron a Victoriano Huerta, que avanzó auxiliado por las fuerzas irregulares que mandaba Villa, junto con Urbina y otros, pero Villa era el jefe. Según él, los triunfos de Huerta se debieron en gran parte a las fuerzas de ellos, pues decía que le pegaban al enemigo sobre los flancos.

- Les pegábamos por las costillas, por las puras costillas.

No recuerdo bien si me decía que Urbina pegaba sobre el flanco derecho y él sobre el izquierdo, pero naturalmente eso contribuía mucho a la derrota de los orozquistas. Después quería Victoriano Huerta hacer desaparecer a Villa y tomó como pretexto el que tuvo una queja de que se había robado una yegua y fue cuando lo quiso fusilar; pero lo supieron los hermanos Madero y don Emilio sin demora telegrafió a don Pancho y ya cuando habían formado el cuadro, y mientras Villa se dejaba caer dos y tres veces resistiéndose, porque sabía que estaban telegrafiando a don Pancho y quería dar tiempo para que llegara la orden suspendiendo la ejecución. Aquello fue lo que impresionó mal a Rubio Navarrete y le inclinó a calificar a Villa de cobarde y acaso también porque Villa les pegó hasta por debajo de la lengua y naturalmente les quedó en rencor a los federales hasta su muerte, pues Villa fue siempre el azote de los federales y sí me inclino a creer lo que dijo Villa respecto a que ellos casi atacaban por la retaguardia y que les pegaban en las costillas a los orozquistas. Es muy probable que haya sido así y eso contribuyó grandemente a las victorias que Huerta pudo obtener sobre los que habían derrotado a González Salas. No sé exactamente sobre esa fase del triunfo militar de Huerta; en cambio sí estoy seguro de la pesadumbre de Villa, que le hizo llorar y manifestar aquella aparente debilidad y que se debió a su gran dolor, a su pena porque lo acusaran de ladrón y lo mataran las mismas fuerzas del hombre a quien él adoraba. Tenía verdadera adoración, fanatismo por Madero, como después lo tuvo por mí. Todos los que andaban con Villa lo sabían muy bien; su cariño por mí lo gritaba a los cuatro vientos. Hay artículos de Hernández Llergo escritos sobre el particular: también Enrique Llorente, Gómez Morentín, Trillito y los Trillo me querían mucho, porque sabían que su hermano me quería y lo que me queria el general Villa. Eso era conocido de todo el país.

Hasta allí la relación del señor De la Huerta. Su veracidad no se pone en duda, y al que esto comenta sólo se ocurre pensar que si para otros Villa fue una fiera sanguinaria, no lo fue para don Adolfo, quien supo hacer vibrar la fibra sensible de nobleza y afecto en aquel corazón que, para otros, era de granito.

No creemos que la amistad de don Adolfo hizo ningún milagro en la psicología de Villa; pero es indudable que al trato afable, bondadoso y desinteresado que el ilustre sonorense le dispensó siempre, a aquellas largas pláticas que eran verdaderas orientaciones sobre moral y bonhomía, que De la Huerta sostuvo con el terrible guerrillero, éste respondió en forma verdaderamente conmovedora. Por lo demás, las fieras no lloran según una célebre y conocida frase y Villa, llorando sobre el hombro de don Adolfo, deja al descubierto la ternura de que era capaz su corazón cuando se le había penetrado a través de la coraza que las circunstancias le habían formado.

Finalmente, aquellas medidas violentas y aun injustas que tomó Villa para impedir que su gente robara, eran, en su naturaleza primitiva, ei germen de una rectitud, de una honradez que buena falta haría a muchos cultísimos políticos enriquecidos por manejos turbios.




El General Pablo González

Aunque ya en otro lugar de este libro se ha hablado del general Pablo González (capítulo titulado Carranza, Obregón y Pablo González), y posiblemente se encuentre alguna repetición en lo que a continuación se dice, hemos creído que no está por demás repetir textualmente, o mejor dejar la palabra al señor De la Huerta, para que nos hable del general Pablo González, nos dé sus apreciaciones siempre acertadas y sus datos abundantes y precisos gracias a esa memoria fantástica que fue su privilegio. Dice don Adolfo:

Vamos a referirnos al general Pablo González, recordando que antes de la revolución de 1910, a principios del siglo, vivió don Pablo en el Estado de California y allí, en unión de su primo Antonio Villarreal, se ligó con Ricardo Flores Magón. Actuaron haciendo propaganda entre los trabajadores de aquel Estado lejano y posteriormente, el general González se transladó a Coahuila y vino a tomar el puesto de gerente del molino El Carmen, cercano a Cuatro Ciénegas y cercano también a la residencia de Cesáreo Castro. Junto con éste se afilió al maderismo y cuando se inició la revolución de 1910, se levantaron en armas, sin poder precisar con exactitud la fecha, pero me parece que fue a principios de enero de 1911 . Los dos empuñaron las armas y reclutaron gente.

Don Venustiano había tenido la oportunidad de conocer a ambos y los trató con su carácter de viejo senador porfirista y alguien afirma que González y Cesáreo Castro lo invitaron a que tomara parte en el movimiento, pero todavía Carranza no se decidía a participar en él.

Carranza era senador y meses antes había desempeñado el puesto de gobernador interino de Coahuila, como lo relata Suárez en sus apuntes históricos sobre el constitucionalismo en Coahuila. El hecho es conocidísimo y en cualquier periódico contemporaneo se puede comprobar.

Don Pablo tuvo bastante éxito en el reclutamiento de gente para el movimiento maderista. Don Venustiano, ya muy avanzada la revolución (en marzo o abril de 1910) se presentó con el señor Madero en San Antonio Texas; salió de San Antonio y se fue a Nueva York, y hay muchos relatos sobre la entrevista que don Venustiano tuvo con Limantour entre otros. Entiendo que este Gualberto Amaya (o Almaya) que aunque no es autoridad ni debe tomársele en cuenta por ser muy apasionado en sus juicios, da ese dato que sí debe considerarse, porque coincide con informaciones que en aquella época salieron sobre supuestos entendimientos entre el maderismo y Limantour que, en mi concepto, nunca existieron. Sí hubo, de parte de Limantour, alguna simpatía porque veía con claridad que ya el porfirismo no tenía arraigo en la opinión pública mexicana y naturalmente él trató de quedar con el menor antagonismo posible con lo que consideró que se convertiría en el régimen que habría de suceder a su viejo jefe, el general Díaz.

Regresó a San Antonio don Venustiano cuando ya el señor Madero se había transladado a El Paso; allí lo siguió Carranza, pero no entró al campo de la lucha como entró el señor Madero acompañado de varios militares: Eduardo Hay, Roque González Garza y Rubén Morales, pero también contando entre ese grupo de mexicanos a algunos extranjeros, como el general Viljoen, hombre muy ameritado que había hecho su carrera militar y había sido fogueado en el Transval luchando por la independencia de su patria; igual que Garibaldi, soldado de la libertad en varios lugares y que considerando que el pueblo de México tenía derecho a triunfar sobre la dictadura del general Díaz, se ofreció al señor Madero, y Madero lo nombró en su Estado Mayor. Todos ellos entraron a combatir al régimen del general Díaz, y en la toma de Casas Grandes salieron heridos: el señor Madero en su brazo y Eduardo Hay perdiendo un ojo. Esa es una prueba evidente de que Madero quiso correr los mismos riesgos que sus partidarios.

Pero en la toma de Ciudad Juárez ocurrió un incidente desprestigioso para la revolución y en el que el señor Madero mostró valor y entereza.

Tal incidente me fue relatado por Carranza, cuando en abril de 1913 nos reunimos en la llamada Convención de Monclova.

Sucedió que el señor Carranza fue nombrado ministro de Guerra por el señor Madero, puesto que el propio Carranza había solicitado de él; pero al ser comunicado tal nombramiento a los jefes militares de Chihuahua, éstos protestaron uniendo a esa razón la de la liberación de Juan J. Navarro, y la del nombramiento de extranjeros a quienes no les concedían derechos para venir a luchar por la libertad del pueblo mexicano. Tales eran Viljoen y Garibaldi. Los militares de Chihuahua con Francisco Villa y Pascual Orozco como jefes, rodearon la aduana de Ciudad Juárez y pidieron a Madero en forma agresiva, que rectificara aquellos errores.

Carranza había tenido algún altercado con el general Caraveo y algunos de sus subordinados; y el señor Madero, a pesar de que se impuso a los que protestaban por disposiciones, se dio cuenta de que alguna justificación había en el fondo y, para deshacer el nombramiento de Carranza, lo envió a Coahuila a fin de que corriera como candidato de la revolución para el gObierno de aquel Estado.

Las protestas de Orozco y Villa se originaban en la liberación de Juan J. Navarro, pues alegaban que en los combates aquel general federal había hecho rematar a los heridos y que merecía por ello la pena de muerte. A pesar de ello, Madero lo puso en libertad llevándolo personalmente en su automóvil a Paso del Norte.

El segundo motivo de protesta radicaba en el nombramiento militar de Viljoen y de Garibaldi, a quien ya, uno o dos días antes, Villa había desarmado, disgustado por su presencia en las filas revolucionarias. Fueron, pues, separados del Estado Mayor del señor Carranza y después se les confirieron otras misiones.

Y el tercer punto era que el secretario de Guerra no debía ser un elemento del porfirismo, que así lo reconocían por todas las informaciones que les había llegado y que poco tiempo antes había sido gobernador porfirista del Estado de Coahuila.

Cuando ya hecha la paz, el señor Carranza llegó a Coahuila a lanzar su candidatura, había poco ambiente en su favor. Contendió con el doctor Alcocer, hombre cultísimo a quien los coahuilenses consideraban como su orgullo. Se había distinguido en EUropa, donde estudió, por su gran talento y se le reconocía una completa integridad, capacidades muy poco comunes en la ciencia y sobre todo, hombre de muy buena tendencia. Cometió el error, cegado por el despecho de que no se le reconociera el triunfo que, según él, había alcanzado en aquella función electoral, de aceptar el nombramiento que, después del cuartelazo de 1913, le confirió Victoriano Huerta como gobernador del Estado, nulificándose así aquel elemento valioso y muy apreciado en el Estado de Coahuila, tanto así que muchos opinaban que había obtenido mayoría en la votación y sin embargo, se le había dado el triunfo al señor Carranza. El mismo doctor Alcocer dijo:

- No debemos tener fe en el maderismo, supuesto que no reconoce el triunfo electoral con honradez, como debía ser.

Y asi pasó a formar parte de la oposición por lo que él consideró una burla al sufragio.

De los elementos revolucionarios, el primero que ayudó al señor Carranza, cuando poca o ninguna popularidad tenía fue Pablo González. Creyó que era el hombre que convenia, porque le había visto al lado de don Francisco I. Madero al triunfar la revolución con la toma de Ciudad Juárez. Así es que la personalidad, tanto de Pablo González como la de Cesáreo Castro, dieron reflejos revolucionarios al candidato para el gobierno de Coahuila que estaba escaso de ellos por su estracción netamente porfirista. Sostuvo el señor Carranza el batallón que don Pablo González había comandado en el maderismo; consiguió del gobierno del centro elementos para sostener algunos grupos en números de 1,500 hombres: parte tenía Francisco Coss, parte su hermano Jesus Carranza, y don Pablo González el mayor número.

Vino el orozquisrno, y los Carabineros de Coahuila, que ese era el nombre de las fuerzas que había encabezado don Pablo González al triunfo de la candidatura de Carranza en Coahuila, sirvieron para detener al orozquismo en su invasión a ese Estado; y don Pablo, que todo lo poco afortunado que era en su actuación, era acertado en la dirección de una unidad, de un batallón, derrotó a los orozquistas y se internó a Chihuahua siguiendo instrucciones del entonces jefe de la División del Norte que sustituyó a González Salas, al suicidarse éste en Rellano: Victoriano Huerta.

Cuando vino el cuartelazo, Pablo González se encontraba en Chihuahua y al recibir aviso del señor Carranza para que viniera en auxilio, la emprendió a marchas forzadas, desertando de la jurisdicción de los federales y se presentó a su antiguo amigo para la defensa del Estado en que había actuado revolucionariamente.

Carranza se encontraba muy abatido después de la derrota de Anhelo y algunas otras persecuciones que no pUdo evitar airosamente, pues no disponía de fuerzas. El general Coss tenía escasamente 400 hombres; don Jesús Carranza también un corto número y como no llegaban los dineros del centro, porque Ernesto Madero, entonces ministro de Hacienda, no envió los haberes de esas fuerzas oportunamente, pues estuvieron licenciándose unos y desertándose otros, quedando un número muy corto. Alguien me refería que don Jesús Carranza llegó a reducir fuerzas a no más de cincuenta hombres.

Don Pablo se presentó en Monclova, donde se hábía refugiado el señor Carranza y llegó un día antes de que nos presentáramos al gobernador de Coahuila los delegados que íbamos a designar al jefe de la revolución en la convención de Monclova.

La noche que platicaba con el señor Carranza sobre sus tendencias, que yo le supliqué externara para saber a quién íbamos a nombrar o escoger como primer jefe, esa misma noche me dijo que me iba a presentar al entonces teniente coronel González, ascendido por él a coronel. Me refirió todo lo que lo había ayudado, la clase de amigo que había sido don Pablo para él; que era un hombre que valía mucho; me lo acreditó como valiente; jefe que había manejado sus seiscientos hombres con gran decisión y bizarría ayudándole a arrojar las partidas orozquistas fuera de Coahuila; en fin, no había un hombre superior, en el ánimo de don Venustiano, a Pablo González, por toda la ayuda que le había prestado, tanto en la campaña electoral, como en el sostenimiento de su gobierno a través de sus luchas contra el orozquismo.

Llegó, pues, en muy buen tiempo. Al día siguiente, cumpliendo lo ofrecido, el señor Carranza me lo presentó. Estuvo poco tiempo con nosotros. Hombre de poco hablar; frases cortas, se despidió luego para atender sus' deberes, pues urgía organizar la defensa de los contornos y efectivamente tuvo que salir de prisa a contener el avance de algunas columnas de un general Peña y otras de Trucy Aubert.

Así es que don Pablo estuvo deteniendo y batiéndose día y noche con las fuerzas que se habían mandado a perseguir al señor Carranza, quien se hallaba falto enteramente de elementos para su defensa. Y esa es una razón para admirar más la actuación de Carranza, quien sin fuerzas de ninguna especie, arrojó el guante a Victoriano Huerta. Por ello, al pasar por Monclova el 22 de febrero, me hice la promesa de reconocer siempre su valer y fui a Sonora a predicar a mis paisanos que, por haberse anticipado unos días a nosotros debían reconocérsele derechos para ser el jefe de la revolución, lo que era contrario a la opinión de la mayor parte de los elementos de mi Estado. Conseguí unificarlos sin embargo, después de algunas discusiones y serias argumentaciones contrarrestando así la política que se nos hacía en México pretendiendo hacernos aparecer como separatistas. Así, al reconocer al gobernador de Coahuila como jefe. venían por tierra tales insinuaciones originadas en el cuadrilátero formado por García Naranjo, José María Lozano, Olaguíbel y Querido Moheno.

Así fue, pues, como Carranza estuvo sosteníendose sin disparar un solo cartucho, todo encomendado a Pablo González, quien combatía a las fuerzas que iban en su persecución.

Fue retirándose oun Venustiano, primero a Monclova y llegó hasta Piedras Negras. Ya había muchas opiniones de que se pasaría al lado americano; sin embargo, cuando don Pablo ya no pudo contenerle el enemigo que lo atacaba por el sur, entonces Carranza tuvo que salir de Piedras Negras y encaminar sus pasos a Sonora, atendiendo la invitación que yo, como representante de aquel Estado, le había hecho desde el mes de abril ofreciéndole garantías y mayores seguridades militares, porque felizmente en Sonora caminamos con bastante éxito, más cuando ya al iniciarse el movimiento defensivo del Estado contra el usurpador Huerta, contábamos con dos mil quinientos hombres perfectamente organizados; eso sin tomar en cuenta las partidas de yaquis con las que yo tenía bastante influencia y que en algunas ocasiones moví para que nos dieran su ayuda como en la batalla de Santa María y el sitio de Guaymas.

Don Pablo González, pues, hasta esos momentos fue el sostén de don Venustiano, que no tenía nada que darle a nadie. Salió de Coahuila huyendo; esa es la palabra que corresponde a su égida, y nada recibió don Pablo de él, que le dejó abandonado a sus propias fuerzas rodeado de elementos enemigos. Don Pablo pudo escapar y se dirigió a su tierra natal, el Estado de Nuevo León y poco a poco, sin ningún elemento que le hubiera facilitado Carranza, porque éste no tenía dinero, ni armas, ni parque, ni contingentes militares que proporcionarle, y en tanto que Carranza hacía la travesía desde Piedras Negras hasta Sonora, pasando por Chihuahua, Durango y Sinaloa, don Pablo por su propio esfuerzo logró reunir fuertes contingentes, atacó Monterrey, atacó Laredo, tomó Ciudad Victoria y cuando estábamos de vuelta en Coahuila, en el mes de junio, es decir, a casi un año de ausencia de don Venustiano, don Pablo se encontraba al frente de quince mil hombres. Aquel contingente, desde luego, era exclusivamente suyo, pues al igual que Villa, era organizador. No tenía las cualidades del guerrero duranguense en cuanto a estrategia, pero sí era un gran organizador. Era como papel mata moscas, por donde pasaba se le pegaban las muchedumbres y se le unían infinidad de gente, mucha muy aceptable, otra desechos por decirlo así, de los contingentes militares, pero él reunía sus soldados.

Cuando el general Obregón, al que se le habían unido los contingentes primero de Sonora y después todos los organizadores en Sinaloa (porque Sinaloa tuvo grandes jefes de alta calidad como Iturbe, como Buelna, como Juan Carrasco, como Angel Flores; hay una lista interminable de sinaloenses de mucho valer), todos esos contingentes que habían reconocido al señor Carranza, se pusieron a las órdenes del general Obregón en su avance para el sur; también Lucio Blanco se incorporó a don Venustiano y Miguel Acosta, quienes organizaron sus fuerzas independientemente de Obregón. Trajeron Anatolio Ortega y Alejandro Ibarra Vega fuertes contingentes de indios que se sumaron a las fuerzas de Lucio Blanco.

Cuando el general Obregón, después de la famosa batalla de Castillo, que es uno de los mejores triunfos del gran estratega sonorense, se hallaba próximo a la capital de la República, don Pablo González ya había llegado a Querétaro al frente de veintitantos mil hombres, reclutados y organizados por él, como antes dije.

Llegaron a México; a uno le tocó la campaña de El Ebano, la campaña contra los zapatistas y al otro contra Villa. Uno más afortunado que el otro, pero de todas maneras cumpliendo don Pablo González como elemento constitucionalista y viejo revolucionario.

Vino la convención de Aguascalientes. El general Obregón fue envuelto por los elementos convencionistas y firmó en la bandera adhiriéndose al arreglo que se había hecho en dicha convención para apoyar a Antonio Villarreal como Presidente, y a Eulalio Gutierrez. Por su parte, don Pablo no quiso firmar ni asistir a la convención; mandó un representante al que retiró después; él siguió siendo constitucionalista y ni un asomo hubo por su parte, de desconocimiento para Carranza. El general Obregón rectificó posteriormente su conducta equivocada por la que se había comprometido a sostener y apoyar los resultados de la convención.

Después, ocurrió la lucha contra los zapatistas. De otra parte, el gobierno constitucionalista había puesto precio a la cabeza de Francisco Villa: cien mil pesos; y entiendo que lo propio se hizo respecto de Zapata cuya cabeza tasaron en cincuenta mil. Guajardo cobró aquellos cincuenta mil pesos por la hazaña de hacer desaparecer a Zapata en la forma que no tiene caso repetir pues es demasiado conocida.

El general González recibió a Guajardo, dio parte a Carranza y Carranza otorgó el ascenso y el premio en efectivo. Posteriormente Guajardo, en una de sus borracheras mató al mayor Peña y a un capitán cuyo nombre no recuerdo. Don Pablo lo consignó y los tribunales lo sentenciaron a la pena de muerte, y estaba detenido en la Penitenciaría o en Santiago Tlaltelolco, ya para ejecutarse la pena capital, cuando vino el derrumbamiento del carrancismo y la entrada de nosotros a México.

Pero hemos de estudiar las condiciones en que estaba don Pablo González: cuando llegó el período electoral, comenzó primero Obregón lanzando su candidatura en Nogales. Casi simultáneamente don Pablo inició sus trabajos en la ciudad de México. Pidió y obtuvo su licencia y lanzó su candidatura. (En su hoja de servicios, en la Secretaría de la Defensa, debe constar la fecha de aquella sOlicitud). No tenía, por lo tanto, mando de fuerzas, como tampoco lo tenía Obregón. A don Pablo le quitó muchas de sus fuerzas Carranza, tales como las de Cesáreo Castro, las de Maycotte, considerable número de contingentes, para dárselos a Obregón en su avance de lucha contra Villa. Murguía también había sido de don Pablo González.

Así es que los dos se pusieron en igualdad de condiciones. Obregón como el candidato del norte y Pablo González como el del sur. Ambos separados del ejército; uno primero que el otro, pero los dos sin condición de militar entraron a la lucha con carácter de civiles.

Al aparecer la candidatura de Bonillas, el primero que le protestó a Carranza en forma enérgica fue Obregón, en dos conferencias que tuvo en él. Después vino la protesta de Pablo González.

Cuando las circunstancias lo exigieron, Obregón corrió a ponerse al frente de elementos que habían sido de Pablo González, pues esos elementos le reconocieron como jefe que había sido de Maycotte durante la lucha contra Villa. Por eso, según ya relaté en otra ocasión, Maycotte desoyó las órdenes de Carranza pidiendo que entregara prisionero a Obregón.

El otro, Pablo González, que había actuado en el interior, se encontró también cerca de otros contingentes que habían actuado con él en la lucha contra el zapatismo y en El Ebano, tales como Jacinto B. Treviño, y naturalmente, conocedores aquellos de la situación en que se encontraba el gobierno del señor Carranza y la actitud de don Pablo González, pues le secundaron dándole la razón por los antecedentes que de él conocían y que hoy día se han olvidado o tergiversado por mala fe, según se ve de algunos artículos que han aparecido en la prensa.

Así es que Obregón fue candidato en esa lucha electoral, como lo fue don Pablo González, y ninguno de ellos tenía mando de fuerzas como se pretende hacer aparecer ahora, diciendo que Pablo González se rebeló contra Carranza y le dió la puntilla. Nada de eso. Era un candidato descontento que viendo que se contrariaban los principios revolucionarios, se lanzó a la lucha.




Luis Cabrera, político y economista

A principios del siglo actual, el general Bernardo Reyes organizó lo que llamó segunda reserva del ejército; envió elementos militares a diferentes partes del país, con la consigna de levantar su personalidad. Consiguió bastante, y en esa forma trataba de abrir camino a sus ambiciones políticas, pues estando muy cerca del entonces presidente Porfirio Díaz, creía que éste aceptaría que le sucediera en el manejo de los destinos del país.

Se opusieron a esta campaña del general Bernardo Reyes, los elementos que constituían entonces el llamado Partido de los Científicos y que encabezaba Limantour. El reyismo, cuyo elemento más activo era Rodolfo Reyes, hijo del general Bernardo Reyes, organizó entonces el Partido Nacional Democrático cuyos elementos fundadores eran amigos íntimos de Rodolfito, que era quien movía todos los hilos, y entre cuyos elementos se contaba prominentemente don Luis Cabrera, don Manuel Calero, don Rafael Zubaran Capmany, don José Peón del Valle y algunos otros.

Se hicieron giras por toda la República instalando sucursales del partido. Se cifraban grandes esperanzas en las célebres declaraciones hechas en esos días por el general Díaz a Creelman en el sentido de que el pueblo mexicano ya estaba apto para la democracia, declaraciones que posteriormente resultaron desmentidas por la actitud de don Porfirio, quien no estaba dispuesto a abandonar el poder. Y cuando esa actitud fue evidente, los amigos y partidarios del general Bernardo Reyes le pedían que los encabezara en un movimiento. libertario, pero don Bernardo pretextó que no podía traicionar a su amigo y jefe en consecuencia no podía aceptar su candidatura. Su claudicación fue completa cuando aceptó una comisión en el extranjero que el general Díaz le concedió para alejarlo del país.

En 1906 se había oído ya la voz de don Francisco I. Madero en San Pedro de las Colonias, haciendo un llamado al pueblo mexicano para que escogiera al hombre que debería regir sus destinos y aun aceptando que este fuera el general Bernardo Reyes, si el sentir popular lo designaba. Es más: don Bernardo Reyes ocuparía la vicepresidencia de la República, permitiendo continuar al general Díaz hasta su muerte en el puesto de presidente. Sobre estos temas bordó el señor Madero en su libro La Sucesión Presidencial que apareció con anterioridad a las declaraciones hechas a Creelman.

Cuando como consecuencia de tales declaraciones pareció que él general Díaz dejaría en libertad absoluta al pueblo mexicano para elegir sus mandatarios, Madero cambió su actitud de concesión y pidió al pueblo que señalara libremente al hombre que debía regir sus destinos. Su actitud, pues, no era personalista; y a través de su periódico El Demócrata, en San Pedro de las Colonias, y con la formación de agrupaciones políticas en todo el país, que se denominaban antirreeleccionistas, continuó la propaganda para el señalamiento de candidatos.

Se celebró una convención en el Tívoli del Eliseo y resultaron electos candidatos para presidente y vicepresidente de la República los señores Madero y Pino Suárez, en contra de la fórmula Madero-Vázquez Gómez.

Se efectuó la burda pantomima electoral que acostumbraba el gobierno de Díaz, sin que hubiesen faltado las persecuciones políticas por la desafiante actitud de la opinión pública, y se burló una vez más el voto del pueblo.

Madero había dicho con toda claridad en sus giras de propaganda que el pueblo mexicano debía hacer respetar su voto y que si éste se burlaba, él estaba dispuesto a encabezar el movimiento que reclamara sus derechos en el terreno que fuera necesario.

El 20 de Noviembre de 1910 estalló el movimiento maderista. Don Francisco I. Madero, durante su propaganda y con habilidad política poco común, había ido atrayéndose a los componentes de las organizaciones reyistas que habían quedado acéfalas al desertar don Bernardo Reyes de su puesto de jefe de las mismas. Esos elementos ex reyistas vestidos ya con la túnica maderista, estaban dispuestos a seguir a don Francisco I. Madero, en su movimiento reivindicador. De ellos puede decirse que Urueta era un convencido sincero del maderismo; otros eran simplemente decepcionados del reyismo; pero Cabrera, Zubaran, Calero y otros, aún después de la huída de Bernardo Reyes, no entraron al maderismo y se quedaron al margen del movimiento antirreeleccionista, soñando aún con el retorno al gobierno de Díaz. Tal vez en esos sueños influía muy considerablemente la visión de una posible cartera ministerial, o cuando menos una prominente y ventajosa posición política.

El movimiento maderista se desarrolló en forma irresistible y vinieron los arreglos de Ciudad Juárez, que fueron prácticamente la aceptación del triunfo del maderismo por el gobierno de Díaz.

Hubo entonces una célebre carta de don Luis Cabrera a don Francisco I. Madero, de la que recordaremos estas frases:

Las circunstancias especiales en que usted se ha encontrado desde hace cerca de seis meses, y mi intención de conservarme siempre dentro de la ley, me había hecho cortar toda comunicación con usted. Mas ahora que por actos expresos y deliberados del gobierno del general Díaz ha pasado usted oficialmente de la categoría de delincuente a la de caudillo político, aprovecho la ocasión para dirigirle las presentes líneas en público, con el objeto de contribuir, en la medida de mis fuerzas, al restablecimiento de la paz.

No puedo ni quiero discutir si hizo usted bien o mal en levantarse en armas para sostener los principios de la no-reelección y de efectividad de sufragio; eso es de la incumbencia de la historia y cualquier juicio que yo anticipara, correría el riesgo de parecer apología de un hecho reprobado por la ley.

Si el armisticio se prolonga, en cambio, durante más de quince días sin que se extienda el resto de la República, facilitará al gobierno del general Díaz la manera de fortalecerse para poder luchar contra la revolución, la cual, para entonces, habrá sufrido el natural relajamiento de sus energías que se mantenían por la tensión de las luchas ya entabladas, y al romperse nuevamente las hostilidades, el gobierno actual vencerá fácilmente sobre grupos ya desorganizados. Por otra parte, el general Reyes está a punto de venir y no hay duda alguna de que por disciplina, por sumisión al general Díaz, y hasta por rivalidad política hacia usted, pondrá todo su empeño en sofocar la revolución y lo logrará, aunque sea a costa de su prestigio y de su personalidad.

He concluido.

La carta de la que he tomado los párrafos anteriores, fechada el 29 de abril de 1911, no deja género alguno de duda sobre la actitud de don Luis Cabrera en apoyo del régimen de Díaz y en franca crítica y aun amenaza para el movimiento de 1910. Con pretexto de un legalismo ortodoxo, don Luis Cabrera reprueba la revolución que encabezó don Francisco I. Madero, pero triunfante ésta, y en la forma que se verá, Cabrera resulta maderista.

Don Francisco I. Madero, a su llegada a la capital, y con una clara visión de la necesidad urgente de allegarse elementos de capacidad e inteligencia, procuró atraerse a las personalidades más destacadas entre aquellas que habían formado el antiguo grupo reyista: Calero fue nombrado embajador de México en Washington, y su traición fue conocida por todo el pueblo mexicano. Luis Cabrera, ya con la túnica del maderismo sobre sus hombros, deseaba fervientemente ocupar la cartera de ministro de Justicia, pero el señor Madero, que, aunque admiraba las dotes intelectuales de don Luis Cabrera, lo tenía por hombre peligroso y resbaladizo, no le concedió su deseo y don Luis hubo de conformarse con una curul que le ofreció el Partido Constitucionalista Progresista encabezado por don Gustavo Madero y en cuyo puesto esperaba hacer méritos para obtener la cartera que ambicionaba.

Por otra parte, don Luis Cabrera no había dejado de ver grandes posibilidades en un retorno del general Reyes al país, y el grupo que formaba con Rodolfo Reyes y Zubaran Capmany logró embarcar a don Bernardo Reyes en la cómica aventura de Lampazos, haciéndole creer que todos sus partidarios lo recibirían con los brazos abiertos si volvía en son de guerra. Engañado el general Reyes cruzó la frontera y no encontrando ni un solo partidario, fue a presentarse a un cabo de la guarnición de Lampazos, quien lo entregó al jefe militar de Coahuila y éste, a su vez, lo remitió a México, donde fue internado en la prisión de Santiago Tlaltelolco.

Justo es hacer notar que, a pesar de su actitud vacilante y acomodaticia, don Luis Cabrera, durante su actuación en la Cámara de Diputados, hizo brillante defensa del movimiento reivindicador de 1910, y fue uno de los pocos representantes que supieron y pudieron destruir las falaces críticas y acres censuras de los reaccionarios enderezadas en contra del maderismo.

El general Reyes, como se ha dicho, se hallaba prisionero en Tlaltelolco. lgualmente prisionero se hallaba Félix Díaz, después de la asonada de Veracruz en octubre de 1912. Finalmente, se hallaba también prisionero Francisco Villa, bajo la acusación de Victoriano Huerta. En tales condiciones y creyendo los instigadores del cuartelazo de febrero de 1913, que contarían con la cooperación del general Francisco Villa, se fraguó dicho cuartelazo. Es indudable que de estos planes tenía conocimiento Rodolfo Reyes, y es extremadamente probable que lo tuvieran también sus íntimos amigos y copartidarios. Don Luis Cabrera debió haberlo sabido, pues tenía su despacho juntamente con él; tenían negocios comunes y diarias entrevistas. Justificando la denominación de resbaladizo que Madero le había dado, y sabiendo los acontecimientos que se avecinaban, Cabrera resolvió salir del país. Se embarcó en Veracruz con destino a Europa y, al pasar por Progreso, hizo aquellas famosas declaraciones al periodista yucateco Carlos Z. Menéndez, director de El Diario de Yucatán y en las que vaticinaba el derrumbamiento del régimen maderista, haciéndolo objeto de censuras y pretendiendo aparecer como hombre de clara visión política y de atinados pronósticos.

Debe hacerse notar que, previamente a ese oportuno viaje de don Luis Cabrera, y complaciendo en parte su ambición, don Francisco I. Madero había aceptado darle la Subsecretaría de Justicia, pero Cabrera que quería todo o nada se sintió ofendido y no aceptó el puesto.

Continuando su viaje a Europa, llegó a Nueva York cuando ya había estallado el cuartelazo de Victoriano Huerta, que llevó a su íntimo amigo Rodolfo Reyes al gabinete. Desde Nueva York, Cabrera dirigió un cablegrama a la prensa en marzo de 1915, cablegrama demasiado conocido y en el que pide que ante los hechos consumados se reconozca el régimen de Victoriano Huerta.

Sin embargo, y en vista de que el régimen huertista tomaba derroteros distintos de los que él esperaba, pues Rodolfo Reyes perdió fuerza política, Cabrera continuó su viaje a Europa donde se ocultó de amigos y enemigos. En vano todos los que le habían creído maderista sincero trataron de comunicarse con él para llamarlo y pedirle que se incorporara al movimiento constitucionalista de 23 de febrero de 1913 que había estallado en Coahuila y había sido secundado diez días después por el Estado de Sonora. Entre las llamadas que desatendió estuvo la de Roberto Pesqueira, su íntimo amigo y que, enviada por conducto de Alfonso Madero a Nueva York, quedó sin respuesta.

El movimieno constitucionalista fue ganando terreno, y cuando ya no era ningún secreto que triunfaría, se presentó don Luis Cabrera, en Nogales, en octubre de 1913, para unirse a dicho movimiento. Ya habían pasado las grandes batallas de Nogales el 13 de marzo, de Cananea el 26 del mismo mes, de Naco el 13 de abril, de Santa Rosa el 13 de mayo y de Santa María el 26 de junio. Casi todo el Estado de Sinaloa se hallaba dominado por las fuerzas constitucionalistas. Había caído Matamoros el 5 de junio, había triunfado Villa en Chihuahua tras de grandes y decisivos combates, dominando todo el Estado. El país entero estaba en contra de Victoriano Huerta. Entonces, y sólo entonces, con su acostumbrada oportunidad, se presentó don Luis Cabrera a don Venustiano Carranza.

El señor Carranza no recibió bien a Cabrera y éste quedó al margen sin comisión, hasta que gestiones insistentes de sus amigos, muy particularmente de Roberto Pesqueira, lograron conseguir que don Venustiano lo aceptara poco antes de llegar a México.

Había que gritar muy alto, que hacer alardes demagógicos para suplir méritos efectivos y don Luis Cabrera acuñó aquellas conocidas expresiones: La revolución es la revolución y El dinero hay que tomarlo de donde lo haya, frases con muy poco significado propio, pero que él lanzaba como heraldos de su fervoroso revolucionarismo.

Queda establecido, pues, de manera innegable, que el revoluclonarismo de don Luis Cabrera no tiene la pureza de orígen que se pretende, ni tuvo manifestaciones más que cuando ellas pudieron traerle provecho sin correr peligros.

Ahora bien, y en plan de formular juicio severo pero justo, veamos qué muestras dio de habilidad y competencia como economista el celebrado financiero don Luis Cabrera.

Como ministro de Hacienda del señor Carranza, Cabrera pretendió resolver la crisis económica tomando el dinero de donde lo hubiera y así, se echó sobre las reservas monetarias de los bancos. Y continuando esa lógica de maritornes, obtenido el dinero, lo gastó en lo que hacía falta. Tal proceder, infantilmente sencillo, desmiente en forma rotunda toda habilidad financiera atribuída a don Luis Cabrera.

Veamos por qué: el artículo 28 de la Constitución de 1917, concedía a la nación el monopolio de la emisión de billetes. Don Luis Cabrera se echó sobre las reservas metálicas de los bancos en agosto de 1918 y obtuvo así 86 millones de pesos oro. Ahora bien, de acuerdo con las disposiciones de la Ley Bancaria, cualquier banco puede emitir el triple de sus reservas metálicas; por lo tanto, si don Luis Cabrera, mostrando siquiera el ingenio de un estudiante de Economía Política, hubiera fundado el Banco Unico con esos 86 millones de pesos en metálico, éste habría podido emitir billetes por el triple de esa cantidad. Con una tercera parte de ellos, habría pagado a los bancos el préstamo que le habían hecho - ¡y le habrían sobrado 172 millones de pesos!

Otro caso: la emisión del billete infalsificable fue una demostración más, no ya de ineptitud financiera, sino de verdadera ofuscación mental. En efecto: emite el gobierno mexicano el billete infalsificable, y lo deprecia desde su propio nacimiento, dando instrucciones a las federales de Hacienda para que se acepte el peso con un valor efectivo de veinte centavos. Y lo más peregrino del caso es que don Luis, para explicar esa inexplicable depreciación, razonaba que: si los bancos, que pueden quebrar, están autorizados para emitir tres veces el monto de sus reservas (cosa que desgraciadamente olvidó cuando se echó sobre las reservas) era natural que el gobierno, que no puede quebrar, pudiera emitir cinco veces el monto de sus reservas. Y como 20 es la quinta parte de 100, los billetes de un peso no tenían más valor efectivo que el de veinte centavos. Es decir, que el señor ministro de Hacienda del gobierno del señor Carranza, don Luis Cabrera desconoció hasta los más elementales principios de las leyes económicas y bancarias, al no darse cuenta de que la autorización que concede la Ley Bancaria para que los bancos emitan tres veces la cantidad de sus fondos de reserva, no significa, ni puede significas que sus billetes sean redimibles por treinta y tres centavos y fracción, sino que el valor de redención de dichos billetes, será siempre el de 100 centavos por peso.

Y no hace falta más para descalificar a cualquier ser humano que pretenda poseer habilidad o siquiera conocimientos básicos de Economía o de Banca.

He ahí los verdaderos rasgos de don Luis Cabrera como político y como economista.

Como historiador, consecuente con su propia psicología, inventa versiones, distorsiona hechos, omite sucedidos de interés y confecciona obras o artículos de carácter histórico que llevan por principal finalidad pavonear su persona bajo un manto de falsedades con el que pretende ostentarse como revolucionario genuino, de firmes convicciones y de brillante actuación en la política mexicana.




Firme hasta el fin

Los anteriores capítulos, algunos de los cuales, según se dijo, están tomados al pie de la letra de las relaciones que en tono conversacional hizo don Adolfo de la Huerta al que esto escribe, pintan a grandes pero vívidos rasgos la vigorosa personalidad del patriota sin reproche, del ciudadano modelo, del hombre cuya honradez intocable queda como un símbolo en estos tiempos en que hay hasta panegiristas de la inmoralidad.

Después de muchos años de exilio, don Adolfo volvió a México gracias a la rectitud de criterio del general Lázaro Cárdenas, entonces presidente de la República, quien conocía bien las virtudes del señor De la Huerta e incidentalmente había salvado la vida gracias a las órdenes terminantes del señor De la Huerta para que se respetaran las vidas de los prisioneros militares.

El señor De la Huerta fue, durante el largo período de exilio, un símbolo, como siempre, de lo que el hombre honrado hace en tales casos. Vivió honradamente de su trabajo como maestro de bel canto en Los Angeles, y siéndolo de extraordinaria habilidad, pronto tuvo más discípulos de los que podía atender. Ni él ni sus familiares sufrieron estrecheses, ni pidieron ni recibieron auxilio de nadie.

A su retorno al país, el general Cárdenas le nombró visitador de Consulados y con ese carácter retornó a los Estados Unidos donde, como siempre lo hizo, desempeñó con cariño y buena voluntad las misiones que su puesto le señalaba.

Ocupó más tarde el puesto de director de Pensiones, pero la renovación de gobierno trajo cambios en los dirigentes y don Adolfo volvió a la Visitaduría de Consulados.

Finalmente, durante el período de gobierno de su tocayo y querido amigo don Adolfo Ruiz Cortinez, el señor De la Huerta, aunque ocupando todavía como titular el puesto de Visitador de Consulados, por disposición expresa de la presidencia, ya no abandonó el país.

Pero don Adolfo no era hombre que pudiera permanecer ocioso.Y así cuando se desarrollaba la campaña presidencial en favor del actual presidente, el señor De la Huerta con algunos amigos, fundó y colaboró en la publicación del periódico Horizonte que vivió de principios de junio a fines de septiembre de 1952 y en esos números aparecieron varios artículos que con el pseudónimo de Armando Revueltas escribió el señor De la Huerta. Artículos todos llenos de una sana intención orientadora.

El señor De la Huerta, en sus escritos, seguía el hábil camino de presentar como rumores de cosas que estaban por hacerse, las sugestiones que él daba respecto de lo que debía ser hecho.

Posteriormente, volvió a las labores periodrsticas con la publicación Nuevos horizontes, en la que figuró como director el que esto escribe. Un año justo vivió tal publicación: de 15 de julio de 1954 a 15 de julio de 1955, y el último número fue una recopilación de las expresiones de duelo que toda la prensa de México publicó con motivo de la muerte de ese gran mexicano.

Pero en tanto alentó jamás cesó de orientar, de sugerir con la mejor de las intenciones, de aconsejar con la más limpia de las finalidades. Y hasta el último día de su vida mantuvo el mismo e invariable camino de rectitud, de patriotismo, de honradez en todos los actos de su vida.

Terminamos esta obra reproduciendo algunas de las muchas cosas que él dejó escritas. En las primeras, como en las últimas, campea esa rectitud y ese patriotismo verdaderamente legendarios que fueron siempre suyos y brillarán como un esplendente lucero en el cielo de nuestra historia patria.

En su juventud, don Adolfo de la Huerta, escribió, bajo el anagrama de Eduardo Teofalla Jr., la siguiente décima que lo pinta con los mismos perfiles de toda su vida:


Vida útil

Si das a la humanidad
tus esfuerzos fervorosos
y por los menesterosos
luchas con sinceridad;
si a tu patria con lealtad
sirves con preceptos fijos
y con cuidados prolijos
en tu hogar fincas tu amor,
tu vida tendrá un valor
que reflejará en tus hijos.

Eduardo Teofalla, Jr.




El Decálogo de Don Adolfo De la Huerta

1. -Mientras más profunda sea la filosofía y más elevada la ciencia, llega con más claridad el convencimiento de la omnipotencia del Todo.

2.- Todo es para todos.

3.- Disfruta de lo que provisionalmente tienes, pero ha de ser de tal manera que resulte algún beneficio para los demás.

4.- Vive y ayuda a vivir.

5.- Piensa y deja pensar.

6.- La limitación de todo goce está en el principio de la pena de otro.

7.- No deberás disponer de la vida de nadie; sólo tendrás derecho a evitar que te arrebaten la tuya.

8.- Haz lo que te plazca siempre que no determines perjuicio alguno para ti mismo o para los demás.

9.- Tu confesor será tu propia conciencia.

10.- Tu primera obligación es con la humanidad. Vienen después tu patria y tu familia. Tú serás el último.

Según ha quedado reseñado en esta obra, don Adolfo de la Huerta estuvo activamente en la lucha democrática desde antes de 1910, Y durante toda su vida sostuvo con la misma honrada rigidez su fe en los principios democráticos.

Poco menos de un año antes de morir, el 15 de enero de 1955 para ser precisos, escribió el artículo que fue publicado en Nuevos horizontes de esa fecha y que a continuación reproducimos.

En él verá la misma firmeza de convicciones que fue su norma constante; la misma sinceridad de propósito y la misma honradez que hicieron de este gran desaparecido un amigo inestimable y un ciudadano modelo.

(El artículo está firmado por Arístides Cruz de la Torre, que era otro de los pseudónimos usados por Adolfo de la Huerta).




Iniciativa que no prosperó

Ya en los últimos años de su vida, don Adolfo de la Huerta no perdió el interés que todos los problemas nacionales le despertaban y ese interés se tradujo siempre en sugestiones, en iniciativas discretamente presentadas como sugestiones. He aquí una de ellas que aborda problema de gran trascendencia y que, como se verá por la fecha, fue presentada como breves apuntes en 1953.


Breves apuntes sobre cooperativas agrícolas que han de contribuir al aumento de la producción

La experiencia, los hechos, nos han demostrado que la unidad agrícola más aceptable en nuestro medio, por su mayor productibidad, es la hacienda, la gran hacienda, es decir, la hacienda con grandes extensiones de cultivo. Esta institución en su organización de trabajo, es la resultante de muchos años de experimentación y casi en todos los paises se considera indispensable para conseguir mayores rendimientos.

En su aspecto económico resulta inaceptable el hacendado, generalmente un ausentista que sólo representa al influyente que consigue, ya con empresas privadas, ya con instituciones gubernamentales, el crédito necesario para el financiamiento o refacción de la granja.

Ese ausentista recoge indebidamente los dineros que corresponden a los verdaderos cultivadores de la tierra y si se corrige esta anomalía, estableciéndose el reparto de las utilidades líquidas, entre los verdaderos agricultores, llegaremos a un organismo económico más equitativo y de mayor producción.

El verdadero director de la hacienda, es el llamado administrador o intendente y es quien debe entrar en participación con los demás trabajadores de la hacienda, principalmente los llamados peones.

El Estado, a través de sus instituciones de crédito, debe dar preferencia en su ayuda, a las organizaciones similares a las que estamos proponiendo.

Por mis experiencias como gobernador de Sonora, me atrevo a sugerir las siguientes proporciones en la distribución de las utilidades.

1.- El gObierno proporcionará la tierra, semillas, fondos, jornales y provisiones necesarios.

2.- El agricultor habilitado se asocia con todos los trabajadores y queda como gerente de las labores agrícolas, obligándose a presentar una lista de sus socios.

3.- El gobierno se reserva derecho de inspeccionar los trabajos y exigir de la manera que juzgue conveniente que la habilitaciones sean destinadas precisamente al objeto perseguido.

4.- De la cosecha se pagará preferentemente la habilitación y el resto se distribuirá de la manera siguiente: 60 por ciento para repartirse por partes iguales entre los asociados del gerente, 30 por ciento para el gerente y 10 por ciento para el Estado.

5.- Los trabajadores disfrutarán de un sueldo de $15.00 diarios además de la parte de las utilidades que les correspondan.

6.- En caso de faltar el gerente a cualquiera de las estipulaciones del contrato, el gobierno puede rescindirlo, fijando por medio de peritos, la retribución que a dicho gerente corresponda por sus trabajos y continuando la administración de las siembras como lo juzgue conveniente.

Los empleados y peones organizados en unión o sindicato local, nombrarán a tres delegados para que en su representación, intervengan en la revisión y control de todas las erogaciones y manejos generales del director-gerente. Cualquier irregularidad notada, debe ser comunicada inmediatamente al Banco Agrícola o a cualquier departamento señalado por el gobierno.

La selección de los directores o gerentes harán las veces de los administradores o intendentes, debe hacerse preferentemente entre los militares que no estén en servicio activo y el acertado manejo de las cooperativas a su cargo, con el éxito conseguido en favor de sus asociados y del país, se anotará en su hoja de servicios para concedérseles menciones honoríficas y aún ascensos a los militares que hayan recibido la comisión de organizar o dirigir estas nuevas granjas de producción.

Este sistema en cooperativas no pretende substituir ni al ejido ni a la pequeña propiedad. Puede desarrollarse independientemente para aumentar la producción, buscando seguridades de las inversiones gubernamentales.

México, D.F. junio 15 de 1953.
Adolfo de la Huerta.




Su último articulo
Soñando
(A mi amigo don Adolfo Ruiz Cortines)

Por Asístides Cruz de la Torre

A partir del movimiento de 1910, por el cual el pueblo mexicano se sacudió la dictadura porfirista, han desfilado por la presidencia de la República, doce ciudadanos que han llevado sobre el pecho la bandera tricolor, insignia de la Primera Magistratura del país.

Los doce presidentes dejaron su personal huella en la vida y la historia de México y, a través del tiempo transcurrido, sus diversas actuaciones se hacen más claras y precisas; se borran detalles de poca o ninguna importancia; se precisan trazos y se acentúan perfiles de eventos trascendentales.

Y así vemos en primer término al idealista, al soñador, que impulsado por los principios más elevados y patrióticos, se lanzó a la lucha contra el osificado regimen, derrumbó al gigante y más tarde perdió la propia vida antes que coartar lo que siempre consideró cómo sagrado: el derecho del pueblo para gobernarse a sí mismo. Le siguió aquel varón de bíblica figura que a más de rescatar al país de manos mercenarias, supo conducir hábilmente la nave del Estado a través de los tridores escollos de la pOlítica internacional, cuando el tifón de la guerra mundial azotaba en toda su tremenda intensidad.

Tras él vino aquel que logró en cortísimo tiempo la unión de la familia mexicana, sentando precedente de conciliación, armonía y respeto a la vida humana.

Después otro que se reveló genial en el campo militar, escribió páginas gloriosas en su hoja de servicios y en cuyo período se redujo a la mitad la deuda nacional.

Le siguió un luchador de otro tipo: éste arremetió con decisión y valor en contra de las fuerzas del obscurantismo, venciendo prejuicios y señalando nuevas orientaciones.

Más tarde un hombre hábil en la ciencia política tomó el timón de la nave nacional y logró conducirla por rutas de buen entendimiento entre el pensar y el sentir del pueblo.

Su sucesor, igualmente prudente y conciliador, mantuvo la ruta de la vida nacional orietada hacia una constante mejoría.

Ocupó más tarde la presidencia un hombre de gran experiencia en el campo de los negocios; experiencia que, puesta al servicio de ia nación y unida a la tranquilidad general que supo y pudo mantener, trajo beneficio innnegable a nuestra vida económica.

Su sucesor fue tempestuoso; encendido en el más noble afán patriótico rescató para México fuentes de riqueza y bienestar interno, sin que le detuviera ni le hiciera vacilar en su marcha, la gigantesca y amenazadora sombra de los rascacielos vecinos.

Tras él vino otro mexicano cuya caballerosidad fue señorial. El supo sincronizar corrientes políticas internas y ganarse el afecto y estimación de todos los sectores.

Y bajo la impetuosa y juvenil mano de su sucesor, una racha de fiebre constructiva, de intensidad tal que aún superó las capacidades económicas del país, hizo innumerables obras de beneficio común.

Finalmente, llegamos al hombre que actualmente empuña con firmeza y dirige con acierto el timón de la nave. Su actuación aún no puede ser juzgada. Sabemos que mantiene los ojos fijos en la brujúla y la proa de la nave hacia horizontes de luz; pero la jornada es joven aún. Hay escollos peligrosos; fuertes tempestades. La habilidad del piloto habrá de mostrarse aún más clara.

Y abandonando nuestro marítimo símil hemos de observar que los ideales de democracia para que llevaran a Madero al triunfo sobre el formidable mecanismo de la dictadura porfirista, y que más tarde le hicieron caer víctima de los traidores remanentes de tal dictadura, fueron tachados de sueños de iluso, de romanticismos fútiles. Se dijo que (cómo lo dijera antes Porfirio Díaz) el pueblo de México no estaba maduro para el ejercicio de la democracia. Se pretendió que era preciso llevarlo de la mano como a cualquier infante, so pena de verlo dar traspiés y sufrir dolorosas caídas. En realidad, a quien faltaba madurez era a los gobiernos, que no al pueblo de México.

Bien es verdad que no todos los presidentes que siguieron a Madero en la ocupación de la silla presidencial profesaron tales opiniones, pero ya sea debido a circunstancias especiales, ya a convicciones personales sinceras y profundas, ya por fin a intereses que no debieron anteponerse nunca a los intereses nacionales, lo cierto es que el sueño de Madero, verdadera democracia, continuó siendo sólo eso: un sueño.

Si el sistema democrático es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, hemos de convenir en que lo primero que ha de conquistarse es aquello que el apóstol Madero enunció como su primer postulada: sufragio efectivo. La elección de los mandatarios por la libre voluntad del pueblo manifestada en las urnas electorales, y esto aun no lo hemos visto.

Toca al primer mandatario actual dar al pueblo de México la oportunidad de elegir CON absoluta libertad a todos sus dirigentes, desde el presidente municipal del más pequeño e insignificante municipio, hasta el que ungido por el voto popular ha de seguirle en la dirección de los destinos de la nación.

Si las actuaciones de anteriores presidentes dejaron estelas en las que hay mucho que aplaudir (como lo hemos dicho), lo de nuestro actual presidente puede y debe dejar una huella luminosa, una estela verdaderamente gloriosa: la del nacimiento a la real y efectiva dsmocracia; la del respeto absoluto a la voluntad popular.

De sobra sabemos que los cantos de las sirenas y la amenaza de tempestades habrán de herir los oídos del piloto; pero confiamos en que, como experto argonauta, tenga cera caliente con la que tapar sus oídos y mano firme con la que desafiar rachas tempestuosas.

El viejo y elástico argumento que pretende justificar la intromisión de los poderes en las elecciones populares como una medida direccional necesaria, orientadora y conveniente, no tiene (no pudo tener nunca) aplicación justificada.

La responsabilidad del mandatario es ante todo, el cumplimiento de los principios democráticos, mismos en nombre de los cuales ocupa su puesto de director.

Las inquietudes y aún los pequeños disturbios que la pugna electoral pueda originar, no sólo no deben alarmar al gobierno del centro, sino que deben satisfacerle como demostraciones de independencia de criterio en los diversos sectores políticos sociales, como la libertad de expresión y elección; como, en una palabra, manifestaciones de verdadera democracia.

Quien pretenda influenciar la pugna electoral de cualquier sector nacional de otra manera no sea venciendo en una votación popular, es desleal a la democracia, equivoca el camino, y aún con la mejor de las intenciones, adquiere una responsabilidad tremenda ante el propio pueblo y la historia.

Quien, por otra parte, aun creyendo que el pueblo se equivoca en su elección, sepa respetar tal elección, sin tratar de orientarla a su propio criterio o de estorbarle en forma alguna, habrá cumplido con su deber y la responsabilidad de la elección equivocada (si equivocada fuere) quedará a los propios votantes, al pueblo mismo.

Esa es la oportunidad extraordinaria que don Adolfo Ruiz Cortines tiene ante sí. La oportunidad de pasar a la historia como el primer presidente bajo cuyo régimen se efectuaron elecciones libres en toda la República. El primer presidente que dé verdadera y real vida a la democracia en México. El primer presidente que haga del sueño del apóstol Madero, una gloriosa realidad.

¿Qué le queda al presidente actual después de lo hecho por sus antecesores? ¿Hacer algo de lo que ellos hicieron? ... ¡Qué poco relieve daría eso a su personalidad! En cambio, ¡cómo se agigantará su figura si realiza lo que otros no pudieron, no supieron o no quisieron realizar!

¡Sea ese el destino de Adolfo Ruiz Cortines!

Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán EsparzaSegunda parte del CAPÏTULO CUARTOBiblioteca Virtual Antorcha