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Capítulo 14
Exclusión de los civiles en la Junta de Generales y gobernadores reunida en la ciudad de México.
Continuamos ocupándonos de la junta de Generales y gobernadores efectuada en la ciudad de México, a principios del mes de octubre de 1914, ya que ésta fue el obligado preámbulo de la Convención que se reunió días después en la ciudad de Aguascalientes. Señalamos sus principales actividades e incidentes.
Don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, se presentó en el salón de acuerdos de la Cámara de Diputados, permaneciendo allí desde las cinco hasta las 5.15 de la tarde, no sin antes haber delegado su representación en los Generales Ignacio Pesqueira, Alvaro Obregón y Jesús Dávila Sánchez, para que presidiesen la sesión preliminar.
Los militares contra los civiles.
Para la fecha acabada de citar, ya una Comisión Permanente de Pacificación, presidida por el General Lucio Blanco, había celebrado un compromiso con los Generales de la División del Norte para reunirse en Aguascalientes el 10 de octubre.
Inmediatamente después de haberse retirado don Venustiano, se inició la junta previa presidida por los Generales que antes se citaron. Además, fungieron como secretarios el General Eduardo Hay y el licenciado Luis Cabrera.
Se presentaron setenta y nueve credenciales, entre ellas las de varios civiles que llevaban la representación de gobernadores o Generales, de acuerdo con la convocatoria expedida por Carranza. Estos civiles eran: licenciados Jesús Urueta, Luis Cabrera, José Natividad Macías, José Inés Novelo, Roque Estrada, Onésimo González, éste en representación del licenciado Guillermo Meixueiro, gobernador felicista de Oaxaca, Salvador Martínez Alomía y Juan Neftalí Amador y los señores Gerzayn Ugarte y Adolfo de la Huerta. Ugarte era director del diario El Liberal, que se imprimía en los incautados talleres de El Imparcial.
La soberanía de la Convención.
Espigando en el diario El Liberal, fechado el 2 de octubre, se encuentra que se registró la víspera un choque de armas entre zapatistas y constitucionalistas en Xochimilco; que la Junta Permanente de Pacificación continuaba sus actividades; que el mismo Liberal abogaba porque la Convención se declarase soberana, porque fueran admitidos todos los civiles que tuvieran representaciones de militares y que todos los delegados concurrieran desarmados.
La segunda junta previa efectuada el día 2 fue presidida por Obregón, quien tenía a su izquierda a Dávila Sánchez. En ella se discutieron credenciales y se apuntó la tendencia de excluir a los civiles. Fue rechazada la credencial de Roberto V. Pesqueira, quien hizo un relato de sus hazañas revolucionarias.
Se eligio la siguiente mesa directiva: presidente, Eulalio Gutiérrez; primer vicepresidente, General Francisco Murguía; segundo vicepresidente, General Francisco de P. Mariel; secretarios: Marciano González, Federico Montes, Gregorio Osuná y Samuel M. Santos.
En El Liberal correspondiente al 4 de octubre, apareció el compromiso de celebrar la Convención en Aguascalientes, iniciando sus actividades el 10 del mismo mes. Recomendaba a todos los jefes estuvieran en dicha ciudad el 5 de octubre. Se publicó también una invitación cordial enviada al General Emiliano Zapata para que concurriera personalmente y enviara delegados a la Convención de Aguascalientes. En el mismo diario se transcribió un informe del General Alvaro Obregón, en que dio a conocer su opinión sobre las causas del conflicto entre Carranza y Villa; el carácter del segundo y los malos elementos de que estaba rodeado; los malos elementos que rodeaban a Carranza.
La sesión se prolongó por varias horas a causa de la discusión muy reñida y hasta exaltada por la presencia de los oaxaqueños Francisco Canseco y Onésimo González, llegando algunos delegados a pedir que fueran enviados a la Penitenciaría. Obregón los llamo canallas, y Eduardo Hay, cinicos. Se leyo una encendida protesta del licenciado Ramón Fraustro por haber sido rechazada su credencial.
En este día, y no el 1° de octubre, como por deficiente información lo expresé en mi artículo anterior, fue cuando Carranza en un arranque dramático, hizo dejación del poder y del mando. Cabrera, con gran habilidad, asustó a los convencionistas, expresando que el país en aquellos momentos estaba acéfalo. La dejación no fue admitida y Carranza se presentó a media noche. Sin embargo, los delegados insistieron con gran firmeza que ellos deberían trasladarse a Aguascalientes.
Exclusión absoluta de los civiles.
A pesar de ser día festivo el 4 de octubre, celebróse una larga sesión. En ella se aprobó por gran mayoría que los delegados que deberían ir a Aguascalientes serían Generales, o militares representantes de éstos. Coroneles o Sargentos, agregó con énfasis el General Obregón.
En El Liberal del día 6 apareció la renuncia de Gerzayn Ugarte como director del mencionado diario. Fue nombrado en lugar suyo, Ciro E. Ceballos.
El día 5 celebróse sesión vespertina, Manuel Eauche Alcalde manifestó gran desconfianza para ir a Aguascalientes. Hay contestó con una sangrienta ironía, Castillo Tapia lanzó palabras duras contra Martínez Alomía, por haber insultado al General Villa. Se dirigieron telegramas a Villa y al gobernador Maytorena pidiéndoles que pusieran en libertad a los presos políticos.
Habló Obregón e hizo gala de su buen humor. Recomendó a los delegados que antes de emprender el viaje a Aguascalientes dejaran bien arreglados todos sus asuntos.
Constitucionalismo y anticonstitucionalismo.
En la misma sesión, se dio lectura a una nota de los civiles Cabrera, Macías, Ugarte, Cravioto, Martínez Alomía, Neri, Novelo y otros, en que afirmaban que dando pruebas de su buena voluntad, renunciaban al indiscutible derecho que les asistia para contribuir a la resolución de los graves problemas nacionales.
El licenciado Cabrera pronunció un largo discurso salpicado por algunas interrupciones bruscas, una de ellas de Francisco Coss. Constituyó una severa requisitoria contra la División del Norte por haber propugnado el restablecimiento de la Constitución. En su discurso preconizó la necesidad de un régimen preconstitucional, para implantar por la fuerza todas las reformas necesarias, por la necesidad de tomar las tierras donde las hubiera y de implantar el régimen de autonomía, con lo cual -expresó-, ya no habría farsas de elecciones como en la época del General Díaz. Ofició como profeta, anunciando grandes males si se restablecía el imperio de la Constitución.
Obregón hizo algunos chistes acentuando cada una de las sílabas. Dijo: Nuestra bandera de revolucionarios dice: Cons-ti-tu-cio-na-Iismo, y nuestros hechos afirman lo contrario: anti-cons-ti-tu-cio-na- lis-mo.
A continuación, rebatiendo las palabras de Cabrera cuando éste expresó que no necesitaba ser soldado para ser revolucionario, ya que tenía su pluma y con ella le bastaba para batirse, el mismo caudillo sonorense proclamó que había gallos de pico y de espolón; que él también hacía versos, aunque malos, y sin embargo, se había encontrado en los campos de batalla. Expresó que Cervantes, el autor del inmortal Don Quijote, se había batido valientemente en las batallas de Lepanto y Navarino. Finalizó desdeñando a los que habían estibado los peligros de los combates, pues -dijo- sólo eran gallos de pico.
Al terminar la sesión, el General Lucio Blanco anunció que el día siguiente -6 de octubre-, estaría listo un tren especial en la Estación de Buenavista para conducir a los delegados a la ciudad de Aguascalientes.
El General Alberto Cabrera Torres.
Mientras se desenvolvían estas sesiones, el que esto escribe continuaba esperando órdenes y observando el giro de los acontecimientos. A mi regreso de Ios Estados Unidos hice dos visitas a mi antiguo jefe, el General Alberto Cabrera Torres, que ocupaba como casi todos los demás Generales, una casa incautada. Ya no era la casona en que lo conocí en Guadalcázar, San Luis Potosí, destartalada y sucia. En aquellos días ocupaba un palacio, cuyos muebles se destruían rápidamente, por el gran número de soldados que afluían allí constantemente No había perdido este jefe ninguna de sus características esenciales: locuacidad extraordinaria, jactancia muy grande, ingenuidad casi pueril y desconfianza enorme.
El día 8 de octubre, por teléfono, me comunicó que deseaba verme con toda urgencia. Me trasladé a su Cuartel General. Lo encontré como las veces anteriores, vestido con una cotona de gamuza de color amarillo obscuro, adornada con arabescos complicados de cuero blanco y con largos flecos de gamuza morada que colgaban de sus brazos, de su pecho y de sus espaldas.
Era un tipo verdaderamente original, bizarro y pintoresco. Le faltaba una pierna amputada muy cerca del tronco, por lo cual necesitaba muletas para caminar. Muy moreno, con cabeza de forma alargada que semejaba un pilón de azúcar y cabellera recia y greñuda que parecía alargarle el cráneo. Ojillos pequeñísimos cubiertos por cristales de un espesor inverosímil; denunciaban una gran miopía. Su edad, ciertamente, no excedía de treinta años. Había sido escribiente de un juzgado y maestro de una escuelilla.
Después de los saludos de rigor, hizo en forma taimada un sondeo. Inquirió qué opinaba sobre la Convención que acababa de disgregarse. Le expresé que sus actos no tenían ninguna significación por no haber estado representados allí todos los revolucionarios, pues no habían concurrido delegados de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur. Inmediatamente después me espetó la siguiente pregunta:
¿Cuál cree usted que sea el remedio para evitar una nueva guerra civil?
Tengo -contesté- estimación por don Venustiano, a quien conozco desde hace muchos años. Tengo estimación por Villa, a cuyas órdenes serví por algún tiempo y de quien recibí atenciones. Sin embargo, creo que para obtener la unificación de todos los revolucionarios es condición indispensable separar de los puestos que ocupan tanto a Carranza como a Villa. Además es indispensable satisfacer las ansias de mejoramiento de los campesinos y de los obreros.
-¡Muy bien! -replicó-. Lo mismo creo yo. Esas son las instrucciones que he dado a mi representante en la Convención de Aguascalientes, el Mayor Nabor Morales; al General Saturnino Cedillo; que concurrirá personalmente, a los representantes del General Francisco Carrera S., y del General Magdaleno Cedillo. ¿Quiere usted ir a Aguascalientes como representante del General Eduardo Carrera G.? ¿Acepta usted?
Lo pensé unos momentos. Al fin, acepté. Y salí de la casa burguesa con una credencial de delegado extendida de su puño y letra por el bizarro General Carrera Torres, que firmó su medio hermano. Debería partir para Aguascalientes el día siguiente a las 7 de la mañana.
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