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Capítulo 18
La jura de la bandera llevada por el General Alvaro Obregón, protestas y admoniciones.
Aguascalientes ofrecía un aspecto pintoresco, con su bella catedral, con su hermosa plaza en la que se erguía una esbelta y alta columna jónica, su bellísimo jardín de San Marcos circundado por típica y alta balaustrada, su inconcluida iglesia de San Antonio, de aspecto imponente y que parecía conjuntar la arquitectura moscovita por el remate de su torre principal, con el neoclásico de sus dos torres laterales y con el clásico antiguo de su cúpula, reproducción de la que ostenta la catedral de San Pablo en Londres.
Pero lo que más llamaba la atención en aquel entonces, era una serie muy larga de manzanas de casas destripadas, con la mira de abrir una amplia avenida que ligara la plaza principal con la estación ferroviaria. La rúa, cuya apertura habíase iniciado por disposición del gobernador Alberto Fuentes D., llamábase Avenida de la Convención, aunque en público se conocía con el nombre de Calle de las Lágrimas, por las muchas que derramaron los propietarios de las casas derribadas. Ahora se llama Avenida Madero y su apertura redundó en beneficio de la belleza de Aguascalientes, pudiendo afirmarse que el primer urbanista del país lo fue el gobemador Fuentes Dávila.
El bullicio era enorme en Aguascalientes. Por sus calles y plazas circulaban centenares de oficiales y soldados, casi todos pertenecientes a los Estados Mayores y escoltas de los Generales que concurrieron personalmente a la Convención.
Elección de la nueva Mesa Directiva.
En un ambiente de fraternidad se terminó la discusión de credenciales en la sesión matutina del 14 de octubre, en una serie de juntas previas presididas por el General Eulalio Gutiérrez. Sin embargo, se advertían ciertos, recelos, inspirados, sin duda, en el temor de que la abrumadora mayoría carrancista decidiera la continuación de don Venustiano Carranza en el poder. Las suspicacias tomaron fonma aparente cuando muchos delegados pidieron que se declarara desde luego, solemnemente instalada la Convención y se procediera a la elección de nueva Mesa Directiva. Se presentó la objeción de que para tratar los asuntos trascendentales, era necesario que estuvieran presentes los delegados del Ejército Libertador del Sur y se alegó que podrían adoptárse medidas que redundaran en perjuicio de la División del Norte y de las fuerzas que estaban a las órdenes del General Maytorena.
Al fin, se presentó una propuesta de transacción que fue aprobada: la asamblea se erigiría desde luego eri Convención, se nombraría nueva Mesa Directiva y se dispuso que antes del 22 de octubre no se trataría ningún asunto relacionado con la substitución del Encargado del Poder Ejecutivo ni ningunos otros que afectasen al Ejército Libertador del Sur, a la División del Norte y a las fuerzas del gobernador Maytorena.
Se citó para sesión vespertina. El Teatro Morelos se encontraba pletórico. No cabía un alfiler. Se procedió a la elección de Mesa Directiva, recayendo los nombramientos en los delegados que siguen:
Presidente, General Antonio I. Villarreal; Vicepresidentes: Generales José Isabel Robles y Pánfilo Natera; Secretarios: General Mateo Almanza y Coroneles Federico Montes, Marciáno González y Samuel M. Santos.
El día siguiente, por haber sido designado gobernador de Guanajuato, el Coronel Montes abandonó la Convención, nombrando un representante. En substitución de Montes, fue electo Secretario el autor de estas líneas.
La jura de bandera.
En un ambiente perfectamente preparado por el General Obregón, en el que ni siquiera faltaron dos bandas de música previamente instaladas en el pórtico del teatro y en las galerías, se desarrollaron emocionantes escenas que electrizaron a los delegados y a todos los concurrentes.. El mismo General Obregón pidió la palabra para decir con voz robusta y entonación vibrante, dirigiéndose a los miembros de la directiva saliente:
Respetuosamente suplico a ustedes que al entregar a la nueva Mesa Directiva, hagan entrega del estandarte que se trajo para la Convención.
El General Gutiérrez, presidente saliente, se dirigió a los bastidores y entre los acordes del Himno Nacional, salió empuñando una bandera tricolor de seda con el águila bordada en oro, que había mandado hacer el propio General sonorense acabado de citar. Todos, emocionados, nos pusimos de pie y algunos derramaron lágrimas de unción al ver flotar la enseña de la patria.
Cuando los nuevamente electos subieron al escenario, el General Gutiérrez, empuñando la bandera que desde aquellos momentos podía considerarse como histórica, ante el respetuoso acatamiento de todos los asistentes puestos de pie, con voz en que se tráslucía la emoción, expresó:
En nombre de la Convención os entrego esta bandera que debe guiar al Ejército Constitucionalista por el buen camino y que haréis protestar a todos los compañeros y a nosotros mismos que juraremos todos cumplir los acuerdos de la Convención, de los cuales emanará la felicidad de la Patria.
Una estruendosa salva de aplausos rubricó las palabras del General Gutiérrez.
El nuevo presidente de la Convención, el General Villarreal, tremolando la sagrada enseña, con voz pausada, casi arrastrando las sílabas, dijo:
Compañeros: me ha sido entregada esta bandera como lazo de honor que debe unir estrechamente a todos los que aquí nos hemos reunido en estos momentos angustiosos, para deliberar sobre el porvenir de la Patria.
No ha habido en esta Convención estallidos de entusiasmo; hemos venido más bien conmovidos por una desesperación y por una desesperanza, como agobiados por el peso enorme de las responsabilidades que sobre nosotros gravitan, como que de nuestras manos, de nuestras decisiones, de nuestro criterio, de nuestro honor, dependerá que la Patria se salve, o que desaparezca bajo el dominio extranjero; es por eso que, al recibirla, quisiera que todos ante ella protestáramos con el corazón y la conciencia, que velaremos por los santos intereses de la Patria, que nos inspiraremos en altos principios de moral para resolver los problemas que aquí se presenten y que sabremos cumplir como hombres buenos, como hombres de honor, la palabra que aquí empeñemos.
La firma de los delegados en la bandera.
Estalló una salva de aplausos. Apenas terminadas las explosiones de entusiasmo, la voz sonora del General Obregón acalló todos los rumores:
Yo propongo -dijo- que proteste primero ante la enseña de la Patria el señor Presidente, después la Mesa Directiva y que a continuación firmemos sobre el blanco de la bandera nuestro juramento solemne.
Todos los delegados y el público estaban de pie. Empuñando la bandera el General Villarreal, con voz reposada, dijo:
Ante esta bandera, por mi honor de ciudadano armado, protesto cumplir y hacer cumplir las decisiones de esta Convención.
El General José Isabel Robles, Vicepresidente de la Convención, repuso:
Si no lo hiciere, la Patria se lo demande.
El General Villarreal estampó su firma en el blanco de la bandera.
Después el mismo General Villarreal tomó la protesta en la misma forma, a los dos Vicepresidentes, a los cuatro Secretarios y a cada uno de los delegados, los que llamados por lista, firmaron sobre la seda de la enseña patria.
Las palabras del General Villarreal.
Después de que todos los delegados estamparon sus firmas, el General Villarreal abordó la tribuna. Pronunció un largo discurso del cual extractamos lo que sigue:
Terminada la jura de la bandera, la protesta de honor que hemos empeñado, y rubricado el acto trascendental de unirnos para hacer cumplir todo lo que aquí aprobemos, pasamos a declarar solemnemente instalada esta Convención y a declararla con mayor solemnidad aun, soberana ...
Vamos a decir a Zapata, redentor de los labriegos, apóstol de la emancipación de los campesinos, pero a la vez, hermano que sigues por veredas extraviadas en estos momentos de prueba, ven aquí, que aquí hay muchos brazos que quieren abrazar a los tuyos, muchos corazones que laten al unísono de los corazones surianos, muchas aspiraciones hermanadas con las aspiraciones vuestras ...
Vamos a decirle a Maytorena y a Hill: ya es tiempo de que la razón se imponga sobre los fogonazos de los fusiles; ya es tiempo de que en las campiñas de Sonora cesen esas luchas que no se basan en principios trascendentales, sino en deseos de imponerse o tomar el poder ...
Y así diremos a Carranza y a Villa: la revolución no se hizo para que determinado hombre ocupara la presidencia de la República; la revolución se hizo para acabar con el hambre de la República Mexicana ...
Pero que no sean los caprichos de los caudillos los que han de lanzarnos a la guerra; que sean las exigencias de los principios, los dictados de la conciencia. Tengamos el valor de proclamar que es preferible que se mueran todos los caudillos con tal de que salvemos el bienestar y la libertad de la Patria. Y en vez de gritar vivas a los caudillos que aún viven y a quienes todavía no juzga la historia, gritemos, senores, ¡Viva la Revolución! ...
Las admoniciones de Eduardo hay.
Luego habló el delegado Hay. De su larguísimo discurso, extractamos lo siguiente:
¡Ay de aquel que no cumpla con sus promesas! ¡Nosotros podemos estar orgullosos y lo estarán nuestros hijos, que de nuestros nombres figuren en esta Convención, porque esta Convención tendrá todavía más importancia que el Congreso Constituyente de 1857! ...
¡Y malditos sean también aquellos que habiendo un gobernante emanado de esta Convención, no sostengan su gobierno honradamente! ¡Que la sangre que se ha derramado para poder llegar a esta Convención, que los huesos que han servido de abono durante años y años, a las tierras de nuestra amada Patria, sean azotados a la cara de esos que van a traicionar a nuestra causa sagrada! ...
El General Hay parecía. un profeta bíblico. Prosiguió:
... ¡Ay de aquel que viole el sagrado pacto que aquí hemos hecho; no es un pacto que hemos realizado entre nosotros mismos; es un pacto que hemos realizado ante la nación, y la nación entera nos bendiga si nosotros cumplimos con nuestro deber! ...
La historia de un perro.
A continuación el delegado General Alvaro Obregón, con acento patético, pronunció un discurso en el cual hizo la emotiva historia de un perro que permaneció cinco meses ante los restos y el sombrero de un hombre que cayó en un campo de batalla, para terminar con la excitativa de que todos los delegados fueran unos perros que velaran por los muertos de la Revolución.
Y dirigiendo la mirada al retrato del gran Morelos pintado en lo más alto del arco del escenario, expresó con extraordinaria unción:
Mis queridos hermanos, mis queridós compañeros: voy a hablar algo que ayer no había podido decir; quiero confesarles que ayer yo era un cadáver yerto, ayer yo era un cadáver moralmente, porque creía que no éramos dignos de tener un país libre ... Hoy, señores, ya puedo morirme. Este solemne juramento que hemos hecho hoy, este juramento, no debemos olvidarlo; no debemos olvidar esta enseñanza, no debemos olvidar ese héroe que está presenciando este acto solemne, ese gran Morelos.
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