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Capítulo 21
Gallarda actitud de la asamblea ante una desobediencia del Primer Jefe, Don Venustiano Carranza.
Apenas terminada la enojosa discusión del asunto de la neutralidad de Aguascalientes, en la que algunos delegados que acababan de regresar de México y de Querétaro, procuraron sembrar la desconfianza y se pretendió hacer creer a todo el país que allí no era posible deliberar libremente, acalorada discusión que tuvo por desenlace una inesperada salida del General Obregón con el retiro de la proposición suscrita por él mismo, expresando que ella constituía una solemne barbaridad, prosiguió la sesión, tratándose otro asunto sensacional en la misma mañana, que puso de relieve la fuerza de la Convención y el mínimo acatamiento que para la misma tenía el Primer Jefe, don Venustiano Carranza.
En esa misma sesión matutina del 19 de octubre, cuando IIegaban a la asamblea quejas de choques sangrientos entre diversos grupos revolucionarios, pudo advertirse la insistencia de un joven delegado que a todo trance pretendía hablar. Al fin, tras muchos esfuerzos, le fue concedida la palabra.
La deportación de presos políticos.
Se trataba del delegado Coronel Samuel G. Vázquez, que por cierto no formaba parte de la delegación de la División del Norte. Ante el asombro de la asamblea, pidió que de preferencia a cualquier otro, se tratara el asunto de los presos políticos que en la ciudad de México estaban bajo la férula de Carranza. Agregó que la Mesa Directiva, o más bien dicho, el Presidente de la Asamblea había puesto oídos de mercader, resistiéndose con todas sus fuerzas a tratar tal asunto. Hizo la revelación de que los referidos presos habían sido sacados de la capital de la República, por disposición del Primer Jefe, en un tren fuertemente escoltado, para ser conducido a Laredo.
Como se recordará, en una de las primeras juntas previas, la Convención dictó el acuerdo de que deberían ser puestos en libertad todos los presos políticos de extracción revolucionaria. El General Villa contestó que en el territorio dominado por sus fuerzas no había un solo preso político. El. gobernador Maytorena respondió que los presos estaban a disposición de los tribunales competentes y que ya recomendaba fuesen tratados con la mayor benignidad. Carranza expresó que gustoso accedería a la petición de la asamblea y que ya procedía a libertar a dichos reos.
La expatriación en vez de la libertad.
En la Penitenciaría del Distrito Federal habían sido recluidos; sin averiguación de ninguna clase y sin especificación del delito por el cual habían sido aprehendidos, el ingeniero don Manuel Bonilla, íntegro Ministro de Comunicación en la administración maderista, los periodistas Martín Luis Guzmán y Luis G. Malváez, el Coronel Carlos Domínguez, los hermanos Enrique y Leopoldo Llorente, el licenciado José Ortiz Rodríguez, todos de reconocida y meritoria actuación revolucionaria, con importantes servicios a la causa constitucionalista, y Luis Zamora Plowes. El único pretexto para su inmotivada detención consistía en la presunción de que no eran carrancistas.
La noticia causó indignación general en la asamblea. Corrieron rumores de que peligraban las vidas de los prisioneros, asegurándose que la escolta llevaba instrucciones precisas de entregarlos al General Emiliano P. Nafarrete, en Matamoros, Tamaulipas.
Obregón, tratando de parar el golpe asestado por Vázquez, pidió que el Presidente de la Convención, General Villarreal, tuviera una conferencia telegráfica con el señor Carranza para dilucidar si los presos políticos habían sido enviados a Aguascalientes. La moción sólo mereció algunas maliciosas sonrisas.
Una enérgica moción de Roque González Garza.
La Convención se agigantó y se impuso gracias a la extraordinaria energía de Roque González Garza, quien presentó una moción que fue discutida desde luego, a pesar de la obstinada renuencia de Villarreal. González Garza, con voz solemne, expresó:
¡Ya que se trata de este asunto, que con toda justicia ha conmovido a algunos delegados de la Convención (voces: ¡a toda la asamblea!), o a toda la asamblea, debo declarar que me he abstenido de tomar participación en los debates cuando se ha tratado este asunto, por varias razones que callo en este momento; pero estimo que desde el instante en que la asamblea ha considerado no dar lugar a que esos presos políticos, que deberían haber sido puestos en libertad, sean embarcados en un tren y remitidos al extranjero, propongo:
En uso de las facultades con que estamos investidos y en obvio de posteriores dificultades, podemos y debemos hacer lo siguiente: enviar telegramas a las autoridades militares de San Luis Potosí, Saltillo, Monterrey y Laredo, para que al llegar ese tren sea devuelto a San Luis Potosí, y al Primer Jefe encargado del poder ejecutivo, decirle los motivos que ha tenido esta asamblea para obrar en la forma en que lo hacemos. (Aplausos estruendosos). Yo creo que en esta forma conseguiremos que esos hombres no sufran la humillación, por supuestos delitos políticos, de ser expulsados del país y conseguiremos, además, que vengan a esta ciudad de Aguascalientes, en donde huelga decir que reina entre nosottos un amplio espíritu de cordialidad.
Nunca hasta entonces, una moción había sido recibida con más estruendosas ovaciones.
Los reparos del Primer Jefe y los de algunos delegados.
El General Ramón F. Iturbe, generalmente estimado por su juventud y por sus méritos revolucionarios, descubrió, sin lugar a dudas, cuáles erán las intenciones de Carranza. Expresó:
Ayer que estuve en México, me acerqué aI Primer Jefe para pedirle que vinieran bajo mi responsabilidad, esos reos a este lugar, a lo cual se negó, diciendo que no deberían ser puestos en libertad sino hasta que cruzaran la frontera mexicana.
El informe fue recibido con candentes manifestaciones de indignación contra Carranza. Y el descontento subió de punto con las revelaciones del doctor Gutiérrez de Lara, médico de seriedad indiscutible, quien manifestó:
Lo grave en este caso no ha consistido en la desobediencia a la asamblea no poniendo en libertad a los reos políticos de que se trata. Hay otra cosa: ha llegado a nuestros oídos de que ya en Laredo, Texas, se tiene preparada una acusación contra dos de los reos que se llevan para allá.
El delegado David C. Berlanga, siempre enérgico, pidió que el tren fuera devuelto no a San Luis Potosí, sino a Aguascalientes, y que, en el probable caso de que las autoridades no obedecieran las órdenes de la Convenclon, se les exIgiesen responsabIlidades así como al Primer Jefe.
En medio de la mayor indignación, el delegado Antonio de la Barrera, representante del General Andrés Saucedo, solicitó que inmediatamente se dirigiera un mensaje al Primer Jefe, expresando el desagrado de la asamblea por haber sido burlada la disposición de esta soberanía, porque no es posible concebir que al mismo tiempo seamos delegados y eunucos. Si tenemos valor, señor Presidente y señores delegados, nos debemos hacer valer ante Villa, ante Carranza, ante Maytorena y ante cualquiera.
Subterfugios parlamentarios.
Era imposible en aquellos momentos contener la indignación de la mayoría de los delegados. Las expresiones contra el Primer Jefe eran demasiado acres, y lo curioso del caso es que gran parte de ellas provenían de los delegados que se le consideraban adictos.
Con diversos pretextos pueriles, algunos de los más encumbrados representantes carrancistas trataron de que la sesión fuera suspendida sin llegar a tomar ningún acuerdo sobre el espinoso asunto de los presos políticos. Ya Obregón había tratado de que el Presidente Villarreal conferenciara telegráficatnente con Carranza, cuando los presos políticos ya estaban en marcha hacia la frontera. El General Hay, que pretendía ser el sucesor del Primer Jefe, fue más explícito; insistió sobre la inútil conferencia telegráfica y pidió desde luego se suspendiera la sesión.
González Garza se impuso, oponiéndose enérgicamente a la maniobra de que se suspendiera la sesión, alegando que el Presidente bien podía conferenciar todo el tiempo que quisiera, sin que los delegados dejaran de trabajar, teniendo como directores de los debates a cualquiera de los dos Vicepresidentes. Y en tono amenazador, agregó:
Si les he de ser franco, este asunto reviste mucha seriedad. Involucra ni más ni menos la soberanía de esta asamblea, en donde está reunida toda la Revolución. Aquí se va a sentar un precedente, bueno o malo, y yo, si este asunto no queda satisfactoriamente resuelto para la tarde de hoy, procuraré por todos los medios que estén a mi alcance, hacer que esta Convención se declare en sesión permanente hasta que el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista resuelva favorablemente este asunto.
El joven jefe zacatecano José Isabel Robles, uno de los Generales más queridos de la División del Norte, y primer Vicepresidente de la Convención, exigió que se mandaran detener los trenes en que viajaban con escolta los presos políticos para evitar que llegaran a Laredo.
David C. Berlanga, el paradigma del honor revolucionario, apoyó lo propuesio por Robles y expresó que, siendo el General Villarreal gobernador de Nuevo León, podía ordenar que los presos políticos no salieran de dicho Estado. Villarreal trató de escabullir el bulto alegando que desde el momento en que salió del territorio nuevoleonés dejó de ser gobernador de Nuevo León.
Todavía se registraron algunas obstrucciones. El General Francisco de P. Mariel insistió en que se suspendiera la sesión. El delegado Eduardo Ruiz, gobernador de Colima, que se distinguió por el número de absurdas proposiciones presentadas, entre risas, murmullos y siseos, presentó la peregrina moción de que se dirigiera un telegrama a los presos políticos, diciéndoles que se trasladaran a Aguascalientes, sin escolta.
La libertad de los presos políticos.
Al final, se leyó la proposición concreta de González Garza, contenida en los siguientes términos:
Ordénese por la vía más rápida y con el carácter de urgente a los Comandantes militares de Saltillo, Monterrey y Laredo que tan luego como llegue el tren que conduce a los reos políticos, sean remitidos inmediatamente a esta ciudad de Aguascalientes. Al mismo tiempo, notifiquesele al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo, la presente resolución a fin de evitar dificultades.
Todavía algunos delegados trataron de obstaculizar la aprobación del acuerdo tangible de la soberanía de la Convención. Eduardo Ruiz, diciendo que no podía detenerse el tren sino los reos, y Obregón insistiendo tenazmente en que el Presidente de la Convención celebrara una conferencia con Carranza.
La sesión, iniciada desde las 9 de la mañana, ya llevaba cinco horas y había sido, además de muy larga, excesivamente movida. Puesta a votación la propuesta de González Garza, fue aprobada casi por unanimidad de votos, levantándose la sesión para reanudarla a las 4 de la tarde.
El símbolo de la soberanía.
Dos días después se presentaron en la Convención los presos políticos. Fueron vitoreados con entusiasmo desbordante. Se les consideraba como símbólos tangibles de la soberanía de la asamblea, que habíase impuesto sobre la voluntad terca de Carranza. Al entrar al Teatro Morelos, por el pasillo central del lunetario, todos los delegados se pusieron de pie. Subieron al escenario, don Manuel Bonilla, el de mayor edad del grupo, pidió permiso para decir unas cuantas palabras de agradecimiento. Con voz conmovida, expresó:
Señores delegados: gracias a vuestra magnanimidad y energía hemos sido traídos a esta ciudad, en donde se reúne la asamblea más genuinamente representativa de la Revolución. Ibamos camino del destierro. Ustedes han evitado que se consumase el atropello. A nombre de todos mis compañeros y en el mío propio, gracias, muchas gracias por habernos hecho justicia
Todos fueron instalados en una de las plateas. Y ellos contaban regocijados su odisea. El viaje incómodo con sus familiares desde México hasta Monterrey, pasando por Querétaro, San Luis Potosí y Saltillo. El choque del convoy que los conducía con una locomotora indebidamente apostada en la vía en las cercanías de la población de Ramos Arizpe. Su arribo a Monterrey. Cómo la estación estaba rodeada por soldados y cómo subió al carro que los conducía el íntegro y valeroso Coronel Ildefonso Vázquez, quien preguntó al jefe de la escolta cuáles eran las órdenes que traía. El interpelado respondió:
Llevar a los señores hasta la frontera, poniéndolos antes, si así se me ordena, a disposición del General Emiliano Nafárrete, en Matamoros, o en cualquier otro punto.
Está bien -respondió, sonriéndose, el Coronel Poncho Vázquez-. El General Villarreal, Presidente de la Convención, ha dispuesto que estos presos queden a disposición mía. Usted con sus soldados puede regresar a México.
Y dirigiéndose a los presos, agregó: Yo les daré una escolta para que marchen a Aguascalientes, pero no presos sino libres. Unicamente les ruego que al llegar allí se presenten a la Convención.
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