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Capítulo 22
El apoyo de Carranza a los felicistas oaxaqueños y la diplomática actitud del Sargento Alvaro Obregón.
Larga y tediosa fue -como lo hemos visto- la sesión matutina del 19 de octubre. Seis horas de discusiones desordenadas, llenas de interrupciones, eran para fatigar al más resistente. Además reinaba gran inquietud. La actitud de muchos de los delegados constituía un enigma. Todos se preguntaban: ¿Había logrado el General Felipe Angeles y los demás delegados de la Convención conferenciar con el General Emiliano Zapata? ¿Cuáles eran sus intenciones?
El mutismo de los treinta y siete delegados de la División del Norte provocaba hondas inquietudes. Ninguno de ellos apuntaba o sugería el más mínimo futurismo en lo atañedero a la sucesión de Carranza. Pero esta ponderada actitud se interpretaba torcidamente, pues muchos creían que estaban a la expectativa del arribo del refuerzo zapatista para maniobrar con toda seguridad. Muchos carrancistas temían, y ello se transparentó nítidamente, que el Ejército Libertador del Sur mandaría a la Convención una legión de Generales.
Entre tanto, los Generales Eduardo Hay y Antonio I. Villarreal hacían intensa propaganda en favor de sus candidaturas presidenciales. Los propagandistas de Hay aseguraban que su candidato era bien visto por todos los grupos revolucionarios, que era un profesionista ilustrado y ecuánime, que no había tenido ningún choque ni con Zapata (como había acontecido con Villarreal) ni con Villa, profundamente disgustado con el mismo Villarreal por no haber dado cumplimiento a los convenios de Torreón, obligatorios para todos los miembros del Cuerpo de Ejército del Noreste y especialmente, para el propio Villarreal, que los firmó en calidad de delegado.
Obregón en mal trance.
Ya muy cerca de las 5 de la tarde se inició la sesión vespertina de la asamblea. Se leyeron muchos mensajes procedentes de Sonora sobre la continuación de la enconada lucha entre el General Hill y el gobernador Maytorena. Su lectura provocó, como siempre, turbulentas discusiones.
Después se leyó una nota firmada por el señor Francisco Canseco en que hacía constar su más enérgica protesta por los conceptos que vertieron en su contra los Generales Obregón y Hay, en las sesiones que se efectuaron en la ciudad de México. En una de las dichas sesiones, Obregón, cual nuevo Jesús arrojando del templo a los mercaderes, obligó al juchiteco gobernador de Oaxaca a que saliera de la asamblea, donde se presentó como delegado. A pesar de tal manifestación clara y precisa de los revolucionarios, don Venustiano Carranza había reiterado su confianza a Canseco, a los Hernández, a los Dávila, a los Meixueiro, todos ellos felicistas.
La Mesa Directiva dio a la ardorosa protesta de Canseco el trámite de que pasara a la Comisión de Credenciales. Impugnado éste por Roque González Garza, se cambió por el de enterado, que no satisfizo tampoco al mismo González Garza, quien levantando la voz, expresó:
Ahora me permito yo preguntar al General Obregón si en esta ocasión no toma la palabra. Contésteme usted: sí o no.
Obregón, puesto en aprietos, evadió una respuesta categórica con las siguientes palabras:
¿Con qué objeto? Es a Canseco a quien tengo que dar explicaciones.
Una flecha contra Carranza.
González Garza quería enfrentar a Obregón con Carranza. Irguiéndose, expresó que ya que el General Obregón no tomaba la palabra, él iba a dar lectura a una carta que el señor Agapito Sánchez dirigió al divisionario sonorense. A pesar de que se escucharon muchos gritos: ¡no, no!, González Garza, recalcando algunos pasajes, leyó la carta que no era otra cosa que un envenenado dardo contra el Primer Jefe. México, octubre 13 de 1914. Sr. Gral. Alvaro Obregón, Aguascalientes. Muy Sr. mío: Al dirigir a usted la presente, lo hago porque lo considero no solamente dotado de valor personal, que ha demostrado suficientemente en los campos de batalla, sino de otra cualidad más escasa todavía y que hace gran falta en los actuales momentos históricos, la del valor civil, tan necesario para enfrentarse, por encima de toda consideración personalista, con las cuestiones que interesan enormemente al país. El objeto de esta carta es excitar a usted para que en el seno de la Convención dé usted lectura a los telegramas de felicitación que los felicistas han dirigido al señor Carranza, por haber éste reiterado su confianza al digno Gobernador de Oaxaca, después de haber sido expulsado ignominiosamente por la Convención. Estos telegramas aparecen en El Liberal de 13 del corriente. Es conveniente que a la vez sugiera usted a la asamblea la idea de pedir al Primer Jefe explicaciones claras sobre asunto tan delicado, porque nadie entiende cómo es posible que el encargado del Ejecutivo le reiteró su confianza a Canseco después que la asamblea, por unanimidad, acordo que no merecla la confIanza de la revolución, por ser un reaccionario bien conocido y un cínico instrumento del caudillejo. Además, reiterar la confianza a Canseco implica que también deposita el jefe su confianza en Meixqeiro, factótum bien conocido de aquel enjuague reaccionario. Grandemente satisfecho se ha de encontrar Canseco. En lugar de ocupar celda en la Penitenciaría, ocupa lugar de confianza en el gobierno de don Venustiano Carranza. Qué risilla irónica se ha de dibujar en sus labios cuando se acuerde de la Convención. La publicación de esas felicitaciones implica un bofetón a los convencionistas, porque con ella se quiere hacer pública la armonía que existe entre Canseco y Carranza, no obstante la solemne resolución tomada por aquélla de expulsar al cínico gobernador. ¿Que es ya un hecho la alianza entre carrancistas y felicistas? ¿Para llegar a este resultado se derramó la sangre de innúmeros mexicanos? ¿Qué es lo que pasa? Esta es la oportunidad de descartar los elementos canallas y malsanos que quieren incrustarse en la revolución para aniquilarla. Ahora o nunca. Y las felicitaciones adquirían más importancia por el hecho de haberse publicado en El Liberal, diario de la capital que dependía política y económicamente del propio Carranza. Obregón ratifica sus censuras. Terminada la lectura de la carta, Obregón ratificó sus censuras con las siguientes palabras: Diariamente recibo cartas con encomio para mí e insultos para otros jefes; no las presento ni les doy lectura, porque llevan dos fines perfectamente perversos: el primero hacer creer a la asamblea que yo soy una persona de grandes méritos, y el segundo llevar a la conciencia, o pretender llevar, de toda la asamblea una inyección de veneno contra determinado jefe. Esto es altamente censurable. Aquí, ahorita, no dejaban hablar al señor, porque tomaba en sus labios la personalidad del señor Maytorena, y el señor lee una carta en que ofenden al Primer Jefe. Yo no puedo darle una satisfacción a Canseco, y sí podría recalcarle lo que le he dicho, porque yo no acostumbro darle satisfacciones a nadie; nunca cometo un acto mal hecho, y si cometo un acto mal hecho, es con la convicción de que es bueno, y me someto a él aunque me cueste el pescuezo. (Aplausos). Invitación a Carranza. Después, sin discusión, se aprobó una absurda propuesta firmada poi Eduardo Hay, Eugenio Aguirre Benavides, Raúl Madero, Alvaro Obregón, Eduardo C. González y Felipe Gutiérrez de Lara. Decía asl: Proponemos que se nombre una comisión de tres delegados para que, a la mayor brevedad posible, se traslade a México a invitar al ciudadano Primer Jefe Venustiano Carranza para que pase a esta capital a prestar la protesta, o que autorice a segunda persona para que lo represente en esta Soberana Convención. Esta proposición era absurda, porque la asamblea había aprobado que para ser miembro de la Convención se requería ser General o gobernador de un Estado o territorio federal, o bien poseer un empleo militar para representar a un gobernador, jefe político o General. El señor Carranza no podía, en consecuencia, ser miembro de la asamblea, ni personalmente ni por medio de apoderado, pues no era ni gobernador, ni jefe político ni General. Quizá los firmantes de la proposición abrigaron la ingenua intención de comprometer a Carranza al acatamiento de los acuerdos de la Convención, por medio del juramento a la bandera. Carranza y los antiguos federales. Los que propusieron que la Convención se declarara soberana, fueron precisamente los Generales Obregón, Hay y Villarreal. ¿Carranza había reconocido esa soberanía? En algunos casos había acatado las disposiciones de la asamblea y hasta habíale consultado la resolución de casos graves, tales como el estudio de las condiciones que imponían los norteamericanos para la desocupación de Veracruz. En otros, como en el caso de la libertad de los presos políticos, había pretendido burlarse de la Convención. En la sesión vespertina del 19 de octubre, se dio lectura a una nueva consulta de Carranza. En ella expresaba que había acordado dar a los ex federales con el carácter de auxilio, cantidades correspondientes a sus sueldos, aun cuando de antemano se dijo que serían juzgados conforme a la Ley del 25 de enero de 1862, y creía de imprescindible necesidad que la Convención Soberana resolviera sobre el particular. Las añejas reyertas sonorenses. Con motivo de la discusión de un dictamen de la Comisión de Guerra, resurgieron las viejas rencillas de Sonora, simbolizadas en aquellos momentos por las hostilidades rotas entre Maytorena y sus tropas, y el General Hill y ios soldados a sus órdenes. Ciertamente, no eran las únicas, pues los delegados de la División del Norte se habían quejado de que soldados a las órdenes de los Generales Maclovio y Luis Herrera, habían atacado a las fuerzas villistas de guarnición en Rosario y Tepehuanes. La parte resolutiva del dictamen rezaba que la Convención debería ordenar a Maytorena el retiro de sus fuerzas que atacaban la población fronteriza de Naco y su concentración en el mineral de Cananea. Lo impugnó Alberto E. Piña, representante de Maytorena en la asamblea. Alegó que con su aprobación se violaba un acuerdo anterior que prohibía dictar resoluciones que afectaran a las fuerzas de Carranza, Villa y Maytorena, antes del 22 de octubre. Expresó, entre risas, que las fuerzas de Maytorena estaban a quinientos o seiscientos metros, pecho a tierra, frente a Naco, y que retirarlas hasta Cananea implicaba un grave perjuicio para los intereses de su poderdante. Terció el delegado Manuel Chao apoyando a Piña, e interpeló a Obregón en los siguientes términos: ¿Usted puede asegurarle al señor Maytorena que al retirarse, las fuerzas del General Hill, con la obstinación que dice el señor Maytorena que tiene, no lo persigan? ¿Por qué se va a perder la vida de muchos hombres de Maytorena, al retirarse, si no tiene la seguridad de que Hill es obediente a la Convención? El Sargento Alvaro Obregón. Obregón levantóse rápido de su asiento, y golpeándose el pecho y engolando la voz, con acento altamente dramático, respondió: Todos los que hemos firmado esa bandera, someteremos al que se declare rebelde. Yo he declarado en México que me quitaría los galones y lo voy a cumplir; yo iré de Sargento a batir al que se rebele contra esta Convención. (Aplausos). El delegado Chao contestó con rapidez: Yo voy con el Sargento Obregón de soldado raso a Sonora, con tal de que haya paz. (Aplausos). Continuó. el debate. Al fin la comisión modificó su dictamen en la forma siguiente: Ordénese terminantemente a Maytorena reconcentre sus tropas que asedian Naco y Agua Prieta, a Nibaicachic, punto que se encuentra a mitad del camino entre ambos lugares e inmediato a la línea internacional. Este dictamen fue aprobado y después otro por el cual se dispuso que la Convención ordenara, por la vía más rápida, a los Generales Arrieta y Herrera suspendiesen toda actitud hostil, que acampasen en los lugares que ocupaban antes de la iniciación del ataque a Tepehuanes y Rosario. Esta larguísima sesión terminó después de las 10 de la noche.
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