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Capítulo 32
El alarido del Licenciado Antonio Díaz Soto y Gama y su espléndido y rotundo triunfo.
En el artículo anterior dimos cuenta de cómo se inició una de las más tempestuosas sesiones de la Convención -la del 27 de octubre de 1914-. Señalamos cómo los veintiséis delegados del Ejército Libertador del Sur fueron recibidos en el Teatro Morelos entre aplausos entusiastas y cómo el Presidente de la delegación suriana, don Paulino Martínez, pronunció un discurso en que apuntó los motivos revolucionarios del zapatismo, hizo la apología del Plan de Ayala, lanzó una requisitoria contra Carranza y demarcó las diferencias entre el Plan de Guadalupe, esencialmente personalista, y el Plan de Ayala, medularmente de principios.
Cuando don Paulino descendía de la tribuna entre una tempestad de aplausos, se escuchó la voz impertinente y chillona del delegado Paniagua, que gritaba a voz en cuello:
¡Que hable Soto y Gama! ¡Que hable Soto y Gama!
El alarido de Soto y Gama.
Antonio Díaz Soto y Gama, sin hacérselo repetir, ascendió a la tribuna, a cuya izquierda se encontraba la histórica bandera de la Convención, honrada reverentemente al iniciarse todas las sesiones por todos los delegados y por el público. Todos miraron con gran curiosidad a Soto y Gama cuyo nombre era ampliamente conocido, por sus luchas, por su honradez y por sus ideales. Se le miró con gran curiosidad. Frente amplia, nariz afilada, tez densamente pálida, cuerpo endeble. Parecía un usurero judío extraído de alguna casa de cambio, en sórdida calleja de antañona ciudad del Viejo Mundo. Desde luego, dominó con su elocuente palabra a toda la asamblea.
Comenzó diciendo que aquella tribuna era la tribuna de todo el país, era la tribuna de todos los desheredados, era la tribuna de la revolución. Expresó que los revolucionarios del Sur iban a efectuar labor de unión, pero que al escuchar a un delegado (Obregón), que al entrar a aquella asamblea se prescindía de todo plan, se prescindía del Plan de Ayala lo mismo que del Plan de Guadalupe, se preguntó si había venido a una asamblea revolucionaria o a una asamblea de locos, o a una asamblea que prefería llamarse Convención Militar, como la nombraba infamemente la prensa puesta al servicio de Carranza y que debería ser una convención revolucionaria, la convención heredera de los principios de 1910, y en consecuencia, de la revolución reedificada en las montañas del Sur por la intuición del genio de Zapata, y aprobada tácita y solemnemente, por aquella asamblea, que sabría a su tiempo adherirse a los principios del Plan de Ayala.
Manifestó que no iba a dirigir ataques, pero sí a excitar la vergüenza, el honor y el patriotismo de la asamblea, para que todos tuvieran el valor de romper sus ligas con Carranza y con Villa, para que no se practicaran farsas todos los días, que parecían farsas de iglesia. Y agregó textualmente:
Aquí venimos honradamente. Creo que vale más la palabra de honor que la firma estampada en este estandarte, que al final de cuentas (estruja la bandera con su mano izquierda en un gesto que parecía de epiléptico), no es más que el triunfo de la reacción clerical encabezada por Iturbide. (Voces: ¡No! ¡No!) Yo, señores, jamás firmaré sobre esta bandera. Estamos haciendo una revolución que va expresamente contra la mentira histórica, y hay que exponer la mentira histórica que está en esta bandera; lo que se llama nuestra independencia no fue la independencia del indígena, fue la independencia de la raza criolla y de los herederos de la conquista, para seguir infamemente burlando ... (estruja de nuevo la bandera y se escucha una protesta unánimemente estruendosa de los delegados y del pueblo que ocupaba los palcos y las galerías, distinguiéndose los gritos: bandido, miserable, traidor y muchas palabras malsonantes. Salieron a relucir muchos revólveres que apuntaban al pecho de Soto y Gama. Varios delegados gritábanle: ¡Bájate, traidor!).
Soto y Gama, levantando la voz, pudo terminar su frase diciendo: al oprimido y al indígena ...
Aquello parecía una jaula de leones enfurecidos. Rugía la multitud. Los denuestos más encendidos cruzaban el aire. Las invectivas se mezclaban con las amenazas. Soto y Gama, impávido, con las manos en los bolsillos del pantalón, la cabeza erguida y densamente pálido, continuaba de pie en la tribuna aguantando la tempestad que parecía oleaje de mar embravecido ...
La guardia de la bandera.
La Mesa Directiva no podía imponer el orden en aquel pandemonio, en aquella batahola infernal. El Secretario Marciano González, levantando la voz, dijo, entre un coro de injurias a Soto y Gama:
La Mesa impone respeto. No faltará quien conteste a ése que viene a injuriar la bandera ...
Otro de los Secretarios, Samuel M. Santos, tomó la bandera, besó el lienzo, diciendo:
Yo respondo de la bandera -la llevó al otro extremo del escenario y junto con el General Alváro Obregón, requirió mi colaboración para darle guardia a la enseña patria.
El escándalo se prolongó por más de quince minutos sin que hubiera poder humano que pudiera aplacarlo. Había enorme indignación contra el orador zapatista.
La versión de Heriberto Frías.
En un artículo escrito en aquellos tempestuosos días, por el gran escritor Heriberto Frías, se describen con vivo colorido aquellos momentos de intensa emoción. El escritor que se hizo famoso con su novela Tomóchic, asentó:
... Se traspasaron las líricas fronteras de la Epopeya, y como un tropel de Walkirias, aquellos hombres se transfiguraron en el tropel de lo divino hecho furor.
La Asamblea estaba poseída de la contagiosa locura de las santas, de las furias y de las pitonisas.
Supremo instante de vértigo y éxtasis, de histérica alucinación en aquella muchedumbre de hombres revolucionarios.
¿Qué pasaba en la Convención? ¿Subía al Olimpo o bajaba al manicomio?
Tal pensaría, tal preguntaría cualquier sereno contemplativo de la sesión de la Soberana Asamblea, en que un mortal cualquiera, que acababa de ser aplaudido por su bella oratoria, osó impugnar la esencia mística de la bandera que a su flanco dejaba caer sus gloriosos pliegues tricolores.
¿Quién de los que allí estuvimos no lo recuerda con emoción compleja, amarga, llena de ironía y duelo?
Antes de que el ciudádano Soto y Gama completará su frase, asaz irreverente, pero de una verdad histórica que era de imposible asimilación en aquel momento y en aquel ambiente, ya la Convención se había transformado en volcán con el fragor de las imprecaciones y de los gritos, con el tumulto de los ciudadanos convencionalistas, descompuestos los rostros, fulmíneas las pupilas, convulsas las bocas, los brazos agitándose en alto, cuando no la diestra sobre el mango de la pistola.
¡Abajo, traidor!
¡Muera ese miserable!
¡Reniegas de tu madre, blasfemo!
¡Fuera el infame!
¡Bájate, Judas!
Todas las injurias posibles, todos los anatemas, lo que más ensucia, lo que más duele, lo que más lacera en la vida de un hombre, lo que más subleva, fue lanzado, botado, salpicado, escupido y azotado sobre el audaz sacrílego de la bandera, en tan memorable sesión. En vano algunos cuantos convencionistas que habían comprendido, que no estaban intoxicados por el humo venenoso que en las sesiones anteriores había saturado la atmósfera, intentaron calmar de pronto la súbita explosión airada, en tanto que el pánico arrojaba la muchedumbre de las galerías, escalera abajo, con trueno de avalancha ...
La palinodia de Soto y Gama.
Continuaba la gritería. Eulalio Gutiérrez, con el rostro congestionado por la ira, gritó:
¡Más respeto a la bandera! ¡Es usted un traidor!
Los Secretarios, el Presidente de la asamblea y algunos delegados trataban de apaciguar a los demás. Al fin el Presidente se hizo oír, diciendo:
Un momento, señores. Espero del civismo de la Asamblea que permita al orador continuar su argumentación. Luego se le contestará; pero que no se dé aquí el espectáculo de que se priva del uso de la palabra a quien desea hacerse oír en la asamblea. Se ha permitido a los comisionados del Sur, vengan aquí a expresar lo que sienten y piensan; hagamos el propósito de oírlos, y después quedará la tribuna a disposición de todos los que deseen contestar.
Todavía hubo murmullos de descontento y objeciones. El Teniente Coronel Francisco R. Serrano, con voz irritada gritó:
El ultraje a nuestra bandera no podemos destruirlo con argumentos.
David Berlanga, agregó:
Prefiero que baje el orador y se acabe todo.
Soto y Gama, visiblemente cortado, continuó en el uso de la palabra.
Expresó que a lo único que se oponía era a que el nombre sagrado de la patria se utilizara como una farsa para maquiriaciones políticas, pues los del Sur habían visto claramente que las firmas sobre la bandera significaban el deseo de arrancar, por sorpresa, un compromiso contrario a los intereses nacionales. Agregó que no es lo mismo la patria que el símbolo; que la bandera mexicana sólo representaba el triunfo de Iturbide, pero que si el pueblo respetaba ese estandarte, él lo respetaba también.
Si esa bandera se ha santificado después -añadió-, con la gloriosa derrota del 47 y con los gloriosos triunfos de la Intervención francesa, yo la respeto, yo me inclino ante los tres colores ...
Ataques a Carranza.
Y continuó Soto y Gama, previa anuencia expresa de la asamblea:
Lo primero que se nota en el ambiente de esta asamblea, o más bien dicho en las fórmulas de esta asamblea, es algo artificioso que no es lo que se soñó cuando en el Plan de Ayala se precisó y en el Acta de Torreón se previno que debía celebrarse una gran convención revolucionaria. ¿Quién no recuerda que primero se reunieron en junta los Generales y jefes en México, desde donde debía dominar el Primer Jefe, porque era el que nombraba los gobernadores y daba los grados? Ahí está un manifiesto del General Villa en que precisamente se precisa este punto, porque esa Convención no era la genuina, sino peligrosa desde el momento en que podría facilitar al señor Carranza imponer su mayoría. Viene después una maniobra política perfectamente conocida y perfectamente dirigida ... En la junta de México la maniobra política a que me refiero, consistió en que Luis Cabrera, cuando estaba ya aceptada la renuncia de Carranza, que es el estorbo único para la pacificación nacional, que es el hombre funesto que ha impedido que la revolución llegue a su fin en este país, matando la reacción; entonces Luis Cabrera, con una argucia muy propia de los hombres de bufete, de los hombres de leyes, los sorprendió repentinamente y los obligó a ratificar su voto de confianza al señor Carranza; y ya amarrados con esa cuerda, los traen a la Convención, y aquí en la Convención los quieren amarrar con otra cuerda, que es la firma de la bandera, es decir, un cordel para amarrar a todos en un grupo y que sigan cometiendo la gran locura, que juzgará la patria mexicana: poner a un hombre por encima de la Revolución; hacer creer que el señor Carranza personifica a la Revolución; hacer creer que sin Carranza no existe la Revolución; hacer creer que sin Carranza se sacrifica todo; hacer creer que sin el Plan de Guadalupe se sacrifica la Patria ...
Se cree que Carranza identifica la idea revolucionaria y que sin él no existe la Revolución, porque Carranza personifica a todos los revolucionarios, porque ha establecido una dictadura militar de tipo personalista; no estableció el período preconstitucional de represalias contra la reacción y sobre todo de inmediata amplitud en el principio agrario, y en lugar de implantar ese principio agrario, protegiendo al pueblo de los campos, da a los jefes, muchos de los cuales están aquí, muchos palacios, muchas prebendas, muchas corrupciones, mucho oro y mucho dinero para que esos revolucionarios vengan aquí, o en otra parte, a hacerle propaganda ...
... Por el pueblo mexicano, por el pueblo del Sur y por el honor de esa bandera, que hay que saber enarbolar con mano firme, y no con mano de hipócritas; por esta bandera, por la bandera nacional, de la que si algo debe surgir en esta palabra: Plan de Ayala, emancipación, justicia para los humildes; por esa bandera, por los principios del Plan de Ayala, venimos a luchar los hombres del Sur. (Aplausos).
El triunfo de Soto y Gama había sido rotundo y espléndido.
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