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Capítulo 37
Cañonazo de cincuenta mil pesos, un sensacional dictamen y las nuevas exigencias de los zapatistas.
Todos los hoteles y casas de huéspedes de Aguascalientes estaban llenos a reventar. Los recién llegados tropezaron con grandes dificultades para alojarse. La ansiedad se retrataba en todos los semblantes. Sabíase que después de haber sido levantada la sesión en la noche del 29 de octubre, los miembros de las Comisiones de Guerra y Gobernación se habían congregado para discutir las preguntas y condiciones enviadas por el Primer Jefe y formular un dictamen que sería sometido el día siguiente, a la consideración de la asamblea. Era un hecho que don Venustiano, el domingo 25 de octubre se trasladó a Toluca, en donde se encontraba un fuerte contingente de tropas a las órdenes del General Francisco Murguía y que varios de los jefes a las órdenes de este último, entre ellos el General Salvador Cervantes, que tenía su representación en la asamblea, habían recibido orden telegráfica para retirarse de la Convención.
Un cañonazo para dietas de los delegados.
La sesión del 30 de octubre estaba anunciada para las 10 de la mañana. Desde muy temprana hora se agolpaba una enorme multitud frente al pórtico del Teatro Morelos, ansiosa de presenciar una memorable sesión, pero una guardia militar impedía el acceso al público. Los augurios eran excesivamente pesimistas.
Después de la lista y de la lectura y la aprobación del acta de la sesión anterior, se registró una protesta del delegado David Berlanga motivada por el hecho de que en México se había ordenado la suspensión de los embarques de petróleo con destino a la ciudad de Aguascalientes y otra del delegado Eduardo Hay por haber sido aprehendido en la ciudad de México Francisco Díaz Lombardo, sólo por la intervención que su hermano Miguel tenía en los asuntos de la División del Norte. El Presidente de la asamblea dispuso que la Secretaría diese lectura al dictamen sobre la distribución de los cincuenta mil pesos que Carranza remitió desde México, con el General Obregón, para que se pagaran como dietas a los delegados.
El dictamen formulado era completamente absurdo, pues se concreta a recomendar que la Convención designara un Tesorero para que repartiese equitativamente, dicha cantidad. Hubo risas, alusiones picantes, cuchufletas, y al final, se resolvió que el dictamen volviera a la Comisión de Hacienda para que lo formulara en debida forma.
Dictamen sensacional.
A continuación, el Secretario Marciano González leyó el dictamen de las Comisiones unidas de Guerra y Gobernación, integradas: la primera, por los Generales Alvaro Obregón, Eugenio Aguirre Benavides, Eulalio Gutiérrez y Felipe Angeles, y la segunda, por los Generales Manuel Chao, Martín Espinosa, Guillermo García Aragón, Raúl Madero y Coronel Miguel M. Peralta. La asamblea escuchó la lectura con un silencio tal que podía escucharse el vuelo de una mosca. Decía así:
Refiriéndose a la nota del C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, de fecha 23 de los corrientes, las Comisiones Unidas de Guerra y Gobernación, presentan a la consideración de la asamblea el siguiente dictamen:
1° Contéstese al C. Primer Jefe que esta Convención deplorá el que no haya aceptado la invitación que se le hizo, por medio de la Comisión nombrada al efecto, pues esperaba mucho de su contingente personal en las arduas labores de pacificar el país y darle una forma adecuada de gobierno.
2° Como la nota aludida contiene una serie de preguntas respecto del sentir de esta Convención acerca de la necesidad de que se retire del poder el C. Primer Jefe, contéstese que la Asamblea no hace cargos al C. Venustiano Carranza, y que aprecia en lo que vale su labor revolucionaria; pero cree que es indispensable la aceptación de su retiro del poder para la organización formal del gobierno de la República sobre las bases de la unidad revolucionaria.
3° En vista de que la renuncia deI Poder Ejecutivo que en la referida nota hace el C. Venustiano Carranza, no está redactada en términos susceptibles de ser discutidos y votados por esta asamblea, las Comisiones unidas dictaminan que en este punto no debe tomarse en consideración el referido memorial, debido a los términos en que está redactado.
4° Tomando en cuenta las mismas Comisiones que es de urgente necesidad adoptar una resolución definitiva acerca de la separación del Poder Ejecutivo del C. Venustiano Carranza, y que al mismo tiempo deben tenerse presentes las ideas contenidas en el escrito cuyo estudio hemos hecho antes, en pro de la más pronta pacificación del país, sometemos a la inmediata resolución y aprobación de la asamblea las siguientes proposiciones que están condensadas en la forma más adecuada para aprobar las solicitudes del Primer Jefe y las exigencias de la pacificación:
Primera. Por convenir así a los intereses de la Revolución, cesan en sus funciones, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo, el C. Venustiano Carranza, y como Jefe de la División del Norte, el C. General Francisco Villa.
Segunda. Procédase a nombrar por esta Convención cumplir el programa de gobierno que emane de ella, así como sus acuerdos, para realizar en un periodo preconstitucional, las reformas sociales y políticas que necesita el país.
Tercera. Dicho Presidente protestará ante la Convención cumplir y hacer cumplir el programa de Gobierno que emane de ella, así como sus demás acuerdos, para realizar en un período preconstitucional las reformas sociales y políticas que necesita el país.
Cuarta. Reconózcase el grado de General de División con la antigüedad de la fecha del Plan de Guadalupe, al C. Venustiano Carranza.
Quinta. Dése un voto de gracias a los ciudadanos Carranza y Villa por su actitud patriótica y por los altos servicios que han prestado a la Revolución.
Sexta. Se suprimen las Jefaturas de los Cuerpos de Ejército y las de las Divisiones y sus Jefes, el General Villa inclusive, pasarán a depender de la Secretaría de Guerra del gobíerno emanado de la Convención.
Aguascalientes, octubre 30 de 1914.
Y para que no cupiera ninguna duda, al pie y antes de las firmas de los miembros de las Comisiones de Guerra y Gobernación, se asentó: Este dictamen fue aprobado por unanimidad, por las Comisiones Unidas en el día de la fecha.
El triunvirato propuesto por Soto y Gama.
La lectura de este dictamen provocó una tempestad de aplausos. Algunos delegados pidieron que se le diera nueva lectura. Al terminar ésta, se escuchó una nueva y ensordecedora ovación.
El Teniente Coronel Castillo y Tapia hizo notar que en el dictamen no se fijaban los lugares en que habrían de residir los señores Carranza y Villa, ni si continuarían en el país o habrían de salir fuera de él.
Don Paulino Martínez pidió la palabra para expresar que recibió instrucciones para los asuntos que ya conocía la asamblea, y que además, el General Zapata le dio otras de que no había hablado porque se proponía darlas a conocer en sesión secreta, en virtud de que éstas tenían carácter confidencial. Recordó que sobre el reconocimiento de Carranza como Jefe del Ejecutivo y de la soberanía de la Convención, sólo podría decidirse cuando en el seno de la asamblea se hallaran todos los elementos principales del Ejército Libertador. Terminó pidiendo un plazo para que pudieran venir los elementos surianos.
A continuación Soto y Gama pidió que si en el tiempo que transcurriera mientras pudieran llegar los representantes surianos, se resolviera la separación de Carranza, la Convención se comprometía a establecer una Junta Provisional de Gobierno, compuesta por tres personas: una que representara a la División del Norte, otra designada por elementos del Centro hostiles al General Villa, y la tercera que representara al Ejército Libertador del Sur, entonces y sólo entonces, ellos, los zapatistas, sí estaban facultados para nombrar a su representante. Y terminó con la admonición: De otra manera los surianos no podríamos reconocer al gobernante que aquí se elija sin su concurso.
La cólera del General Obregón.
La petición de un triunvirato hecha por Soto y Gama fue acogida con generales rumores de indignación, que aumentaron ante sus amenazas. El General Obregón se levantó indignado para protestar por la actitud de los zapatistas, que a cada momento y siempre sin contraer ningún compromiso, salían con nuevas exigencias y amenazaban sin ton ni son. Advirtió que de aceptarse todas sus condiciones y entre ellas, la de que estuvieran representados todos los jefes militares, de Mayor a General, entonces habría que convocar a una nueva Convención, porque la que estaba funcionando en aquellos momentos no reuniría los requisitos exigidos, aunque así lo afirmaran los zapatistas.
El General Cerecedo Estrada opinó que se estaba cediendo mucho en favor de los zapatistas. Otros delegados solicitaron que se suspendiera la discusión sobre los ceses de Carranza y de Villa hasta que las Comisiones de Gobernación y de Credenciales dictaminasen sobre las nuevas pretensiones de los zapatistas. El General Obregón tornó a la carga, diciendo que ya se abusaba demasiado de la complacencia de la asamblea, porque cada diez minutos se cambiaban y se intensificaban las exigencias de los hermanos del Sur. Pidió, por último, que los zapatistas presentaran de una buena vez, una lista de todas sus exigencias, aunque fueran cincuenta mil, pero que se evitara a cada momento, el estar escuchando amenazas de que si no se hacía esto o lo otro, el General Zapata no reconocería a la Convención. Al fin, se aprobó que esta ultima exigencia pasara para dictamen a las Comisiones respectivas.
En vista de lo avanzado de la hora, la Presidencia dispuso que en la tarde continuara la discusión del dictamen de los ceses.
Un chaparrón sobre González Garza.
Pero antes se dio lectura a una proposición firmada por los delegados Francisco de P. Mariel, Francisco R. Serrano y Gregorio Osuna. Pedían que a cada delegado se asignaran quince pesos diarlos.
González Garza se opuso enérgicamente. Sus palabras lastimaron hondamente a muchos de los delegados. Expresó que se trataba de un golpe teatral para seducir a los convencionistas con los dineros que llevó Obregón y que tal parecía que todos querían echarse sobre los cincuenta mil pesos. Pidió que por decoro de la asamblea, se desechara la. proposición para que nadie pudiera más tarde lanzar la infame calumnia de que se quiso comprar con dinero a los delegados.
Cayó sobre Roque González Garza un diluvio de injurias y de frases crudas. El mismo Obregón le lanzó rudos apóstrofes. La proposición fue aprobada. La Presidencia dispuso que por medio de cédulas, se designara un Tesorero. Casi todos los delegados se pusieron de acuerdo y, como un castigo, resultó elegido el propio González Garza. Este renunció desde luego, alegando que tenía dos Comisiones de la asamblea.
El delegado Raúl Madero propuso que se aceptara la renuncia y se designara al delegado Josué Sáenz, pero se opusieron muchos alegando que debería respetarse la voluntad de la mayoría. Entonces González Garza amenazó que él, como Tesorero, cerraría la caja y no daría un solo centavo a nadie. Con estos argumentos fue aceptada su renuncia y se designó Tesorero a Sáenz.
Obregón en peligro de muerte.
La sesión matutina se levantó a las 2 de la tarde, citándose para las 3.
En los camerinos del teatro se habían instalado los taquígrafos parlamentarios. En la puerta de uno de ellos discutían acaloradamente algunos delegados. El General Obregón, sumamente irritado, comentaba: Ya nos están cansando estos zapatistas, que en vez de llamarlos hermanos del Sur, deberíamos considerarlos hermanos liebres, porque son puros correlones que no sirven para nada. Sería bueno mandarlos de una buena vez a la ...
En el momento en que pronunciaba estas palabras se acercó el General Juan Banderas, el famoso Agachado, con su gigantesca estatura. Indignado por aquellas palabras de Obregón, echo rápidamente mano a un enorme pistolón, diciendo: En estos momentos se lo va a llevar a usted ...
Varios delegados sujetaron al Agachado y no llegó a mayores la iniciada reyerta.
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