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Capítulo 38
Momentos de angustia nacional, ocupación del Bajío por fuerzas adictas al Primer Jefe y nuevas reservas de Carranza.
Motivos de inquietud no faltaban a los delegados de la Convención de Aguascatientes. Terminada la sesión matutina del 30 de octubre, a la hora de la comida, se recibieron varias noticias alarmantes, entre otras la de que don Venustiano Carranza había enviado fuertes contingentes de tropas para que ocuparan militarmente las principales poblaciones del Bajío. Las avanzadas de estas fuerzas se establecieron en la estación llamada Pedrito, entre León y Lagos, estaban a las órdenes del General Teodoro Elizondo y su efectivo era de tres mil hombres. El Cuartel General se estableció en la ciudad de Querétaro.
El efectivo total de las tropas a las órdenes del General PabIo González, se hacía ascender a unos veinte mil soldados. Estación Pedrito dista solamente ciento treinta y siete kilómetros de la capital de Aguascalientes.
La tempestuosa sesión vespertina.
En la tarde, el público se agolpaba más numeroso que nunca en el pórtico del Teatro Morelos, pero la guardia mandada apostar allí por el General Villarreal, impedía el libre acceso. Sin embargo, algunas personas con permiso especial fueron admitidas. A los corresponsales de prensa no se les impidió la entrada.
La sesión tormentosa desde el principio hasta el fin, se inició a las 4 en punto de la tarde. Entre rumores, fue leída una solicitud de licencia para retirarse de la Convención, presentada por el General Salvador Cervantes,que representaba en la Convención al General Francisco Murguía, gobernador del Estado de México. Se turnó la petición a la Comisión de Poderes. El General Cervantes pidió que en vista de la urgencia del llamamiento, se considerara el caso de pronta y obvia resolución. Pero la asamblea se opuso. Y muchos en voz alta exclamaban:
Como ese telegrama y ese llamado hay muchos. Todos los adictos a Carranza están llamando a sus representantes.
Infundios y vientos de fronda.
Luego, por disposición de la Presidencia, uno de los Secretarios dio lectura a varios telegramas llenos de infundios, que sólo sirvieron para enardecer a la asamblea.
Primeramente, un mensaje del General Benjamín G. Hill, procedente de Douglas, en que afirmaba que cruzaron esa ciudad setecientos ex federados para unirse a las fuerzas de Maytorena, hecho que demostraba que el gobernador de Sonora había celebrado un pacto con los científicos.
El representante de Maytorena, con voz estentórea, gritó:
Miente Hill.
Otro mensaje de Mazatlán en que se acusaba al gobernador de Sinaloa, Felipe Riveros, de hacer propaganda en favor de Maytorena y de Villa, y en contra de Carranza.
Otro del gobernador de Puebla, General Francisco Coss, en que acusaba a los zapatistas de seguir cometiendo depredaciones.
Y uno más del General Pablo González, transmitido desde la ciudad de Querétaro, en el que manifestaba que en virtud de los ataques de los zapatistas, se había visto obligado a ordenar a sus subordinados que batieran enérgicamente a esos mismos zapatistas que no respetaban los pactos.
Nuevas intemperancias de Soto y Gama.
Cuando se terminó la lectura de aquellos mensajes, Soto y Gama habló entre las más ruidosas protestas de la asamblea. Dijo que después de la desdichada lectura quedaba demostrada una cosa: que por desgracia, la guerra existía en toda la República, y que el país se estaba incendiando. Hizo de ello responsable al Primer Jefe, que estaba azuzando a sus incondicionales para que defendieran su permanencia en el poder. Lo llamó ambicioso vulgar, carente de espíritu revolucionario, por haber sido siempre mudo senador porfirista de consigna. Expresó que estaba tutoreado por Luis Cabrera y rodeado de un grupo de efebos afeminados.
Luego arremetió contra la Convención. Expresó que la asamblea estaba enloquecida y que por eso se quiso que aquella sesión fuera secreta. La llamó asamblea personalista y agregó que, para vergüenza de la Convención, los que la integraban eran peores que los de la época porfiriana porque cuando gobernaba el dictador Díaz, la renuncia del Presidente no se trató en secreto, sino que se dio acceso al público interesado en conocer los asuntos que le atañían íntimamente.
El General Obregón, vivamente indignado, trató de interrumpir a Soto y Gama, pero éste, levantando la voz, dijo que no estaba dispuesto a dejarse atropellar por nadie. Pudo terminar su discurso pletórico de vehementes ataques a Carranza y a los carrancistas entre oleadas de gritos y protestas.
Terrible batahola.
En medio de un desorden espantoso, se hizo oír el Coronel David Berlanga. Protestó por las frases intemperantes de Soto y Gama. Manifestó que él en México había dicho verdades al Primer Jefe, a Villarreal y a Obregón, que Soto y Gama no se atrevería a pronunciar delante de su jefe.
Castillo y Tapia, dijo que Soto y Gama no sólo había faltado a los principios de la más elemental decencia, sino a algo más grande, que eran sus compromisos con el General Zapata, quien le recomendó concordia, compostura y armonía. Comparó su actitud con la de los delegados de la División del Norte, que siempre habían tratado a Carranza con respeto y comedimiento. Terminó diciendo que el primero que había faltado a sus compromisos de cordialidad había sido Soto y Gama y pidió que no se discutieran personalidades.
Soto y Gama, accionado como un epiléptico y enloquecido por la ira, se manifestó asombrado de que en una asamblea democrática no se quisieran discutir personalidades. Agregó que sería tal vez porque los hombres del Norte tenían máculas que no les permitían hablar con libertad o estaban ligados por pactos indecorosos, máculas y ligas que no tenían los del Sur. Y entre un torbellino de protestas, de gritos y de injurias, agregó:
¡No faltaba más! Se discute a Juárez, a Hidalgo y hasta a Morelos, y no vamos a discutir a Carranza, que nada ha hecho por la Revolución ...
La gritería era espantosa. Entre el tumulto, el Presidente Villarreal trató de callar a Soto y Gama. Este lanzó frases descompuestas al Presidente de la asamblea, y repitió:
¡Que nada ha hecho por la Revolución y voy a demostrarlo!
Todos los delegados puestos de pie impidieron que continuara en el uso de la palabra el belicoso orador. La asamblea se convirtió en aquellos momentos, en una verdadera cena de negros. Villarreal agitaba inútilmente la campanilla. Todos pedían hablar y muchos hablaban a la vez. Aquello parecía una jaula de leones enfurecidos.
Las ironías de Obregón.
Al fin se dejó escuchar la voz de Siurob, quien protestó por haber afirmado Soto y Gama que la asamblea tenía poca vergüenza, y dijo que los convencionistas, para no turbar la armonía de la asamblea, de propósito no habían querido recordar los atroces crímenes cometidos por los zapatistas en hombres, en mujeres y hasta en niños.
Obregón, con voz reposada, manifestó que en la asamblea no se imponían personalidades, y reconociendo que Soto y Gama había dicho una verdad al asegurar que la asamblea insultó a Gonzáiez Garza, expresó que él también lo hizo, pero que retiraba sus palabras y pedía excusas.
Y luego con tono irónico y regocijada mímica, expresó que el lenguaje y los ademanes de Soto y Gama eran perfectamente cómicos y propios de un actor de teatro. Mánifestó que resultaba verdaderamente risible cada vez que decía:
Si no se acepta tal artículo, volveremos a las montañas del Sur y allí empuñaremos el rifle.
Y al decirlo, imitó la voz un poco gutural de Sóto y Gama y sus gestos y ademanes, agregando despectivamente:
¡Qué va a ir a las montañas Soto y Gama!
Continuó:
También nos habla de los sufrimientos que ha tenido al lado de los pobres indios. ¿Qué sufrimientos ha tenido Soto y Gama? ¿Qué conoce él de los dolores de los indios? Yo aseguro que ni siquiera los conoce. Y yo, vea usted, señor Soto y Gama, sí los conozco; sé lo que sufren porque soy indio mayo puro, y he sufrido con ellos, y vean cómo no vengo aquí a chillar ...
Sus palabras fueron acompañadas con una mímica de refinado actor dramático y tenían inflexiones que impresionaron a la asamblea. Soto y Gama confesó que él era civil, que no iría a las montañas del Sur porque era un intelectual.
A pregunta especial de la Presidencia, el General Angeles contestó que el dictamen sobre las condiciones que imponía Zapata no había sido terminado.
Los ceses de Carranza y de Villa.
En vista del Informe del General Angeles, el Presidente de la asamblea sometió a consideración si se ponía desde luego a debate el dictamen de las Comisiones unidas de Guerra y Gobernación.
El General José Isabel Robles pidió que se discutiera desde luego ese dictamen, en atención de la gravedad de aquellos momentos preñados de angustia nacional. Afirmó que a cada minuto que transcurría se agravaba la situación y que convenía de una buena vez aclarar definitivamente si Carranza y Villa respetaban la soberanía de la Convención y acataban sus órdenes. Aunque se opusieron los zapatistas por boca de don Paulino Martínez, quien dijo que si tal se hacía podría creerse que no se obraba de buena fe al cambiar de trámite, y que ellos lo consideraban como un chanchullo, la moción del General Robles fue aprobada. El dictamen se puso a discusión en lo general.
Hablaron en pro y en contra varios delegados. Hernández García apoyó el dictamen diciendo que los intereses del país estaban por encima de los intereses personales. David Berlanga hizo observaciones a varios artículos. Castillo Tapia habló en pro del dictamen, aduciendo que los desaciertos de orden económico-político que había cometido el señor Carranza se debía al grupo de hombres infantiles que lo rodeaba y al hecho de que el Primer Jefe tenía abundante familia, y que no eran buenos los gobernantes que se hallaban en ese caso, porque tal circunstancia les acarreaba numerosos compromisos.
Juárez -dijo-, fue un buen gobernante, precisamente porque tuvo muy escasa familia; y en cambio, si Madero cometió tanto desacierto, fue porque tenía mucha familia. Terminó diciendo que Carranza era el punto de desunión de los revolucionarios, y que por tal causa su retiro se imponía como forzoso.
El doctor Daniel Ríos Zertuche, dijo que aceptaría el retiro de Carranza siempre que las partes contendientes se comprometieran a cesar inmediatamente las hostilidades, porque de otra manera el sacrificio resultaría inútil.
Siurob expresó que el dictamen estaba sustentado en un alto espíritu de justicia. Pidió su aprobación. El doctor Gutiérrez de Lara hizo algunas observaciones sobre la forma del dictamen.
Una votación impresionante.
Agotado el debate, se puso a votación nominal. Muchos delegados optaron por salirse del salón, disminuyendo en pocos instantes la copiosa concurrencia de delegados. La Secretaría hizo conocer el resultado del escrutinio. El dictamen fue aprobado en lo general, por una gran mayoría de ciento doce votos. Veintiún delegados votaron en contra.
Y la asamblea acordó suspender la sesión a las 9:30 de la noche.
Las reservas de Carranza.
Ya para esa hora, muchos delegados tenían en su poder dos copias de dos telegramas enviados por Carranza. Decía el primero:
A los Ciudadanos Generales y Gobernadores de la Convención.
Aguascalientes, Ags.
Por los informes publicados en la prensa, he visto el dictamen rendido por la comisión encargada de estudiar mi nota de fecha 23 del actual, dirigida a esa Junta. Por el mismo conducto, me he enterado del sesgo de las discusiones verificadas con motivo de ella.
He de agradecer a los jefes militares que integran esa Junta, se sirvan fijar su atención detenidamente en los términos de mi referida nota, con el fin de que no se interprete en un sentido distinto del que verdaderamente tiene.
El propósito, de mi nota, como claramente se expresa en ella, fue dar a conocer a esa Junta las condiciones previas bajo las cuales estaría yo dispuesto a presentar mi renuncia, que aún no he formulado.
Dicha renuncia la presentaré al tener conocimiento de que esa Convención ha resuelto ya la forma del Gobierno Provisional que garantice la realización de las reformas revolucionarias; de que el General Villa ha dejado ya el mando de la División del Norte, en los términos expresados en mi nota; y en tal forma que se asegure la efectividad de ese retiro, y de que esa Junta haya obtenido del General Zapata el cumplimiento de las condiciones que a éste se refieren.
Siendo este asunto de suma importancia, cualquiera precipitación en resolverlo podría dar por resultado que la Convención tomara determinaciones respecto a mí, sin haberse asegurado de que están debidamente llenadas las condiciones que he puesto para presentar mi renuncia.
Suplico, por lo tanto a ustedes, se sirvan darme aviso oportuno de haber obtenido de los Generales Villa y Zapata, su aceptación con los términos de mi nota y de haberse discutido y aprobado la forma de gobierno, para presentar entonces mi renuncia.
Venustiano Carranza.
El interrogatorio del Primer Jefe.
El segundo mensaje dirigido también a los Generales y gobernadores, rezaba:
Por el inciso segundo del dictamen de la Comisión Mixta de Gobernación y Guerra, veo que no se estima necesario resolver las preguntas que he hecho, con el fin de conocer las verdaderas causas para que se desee mi retirada de los cargos que actualmente desempeño. Aunque para los miembros de la Convención sería más fácil no resolver esas cuestiones, sino dar por supuesto y como indiscutible que es necesaria mi retirada, por lo que a mí se refiere y como una constancia histórica de cómo se estime por la nación mi labor pasada y cuáles son las exigencias políticas del país que, en concepto de la Convención, yo no puedo llenar, considero altamente necesario que se haga una declaración a ese respecto, para que la historia pueda juzgarme debidamente.
Termino reiterando a ustedes mi buena voluntad para contribuir a resolver las dificultades políticas por que atraviesa el país, y ratifico mi promesa formal de retirarme inmediatamente que se encuentre asegurado ante esa Junta el cumplimiento de las condiciones que he puesto para ello.
Venustiano Carranza.
Comentarios pesimistas.
Muchos delegados a la hora de la cena comentaban en forma pesimista los últimos mensajes de Carranza, que algunos calificaban como mañosos subterfugios para no abandonar el poder. Se referían a sus condiciones previas, casi imposibles de llenar en lo atañedero al retiro del General Zapata, cuyos delegados exigían mucho y no se habían comprometido a nada. La abstrusa condición sobre la forma de gobierno para realizar las reformas sociales de la revolución, eran difícil de barruntarse su alcance y significación, pues el dictamen ya la preveía con la designación de un presidente provisional, con el establecimiento de un régimen preconstitucional y con la adopción de los principios sustentados por el Plan de Ayala, pero, ¿hasta dónde llegaban las exigencias de Carranza?
En cuanto a la separación del General Villa del mando de la División del Norte, el problema estaba resuelto. El Centauro del Norte estaba dIspuesto a retIrarse sIempre y cuando lo hiciera don VenustIano. Pero no había esperanzas de que se lograra esto ultImo.
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