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Capítulo 42

Rebeldías, renuencias y escapatorias de don Venustiano Carranza.

Hemos querido hacer una historia objetiva de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, que estimamos, no se ha escrito hasta la fecha. Casi todo lo publicado hasta ahora, sobre dicha asamblea, se basa en los venales infundios y en las versiones embusteras que aparecieron en los diarios El Pueblo y El Liberal, de la ciudad de México, sostenidos por Carranza y dirigidos por Heriberto Barrón y Ciro B. Ceballos, quienes, ya lo hemos visto, llevaron su impudicia al grado de alterar los mensajes telegráficos que enviaban sus corresponsales. Hemos visto, también, las protestas de los propios delegados adictos a Carranza, con motivo de los chismes sobre la coacción que ejercían los villistas en los miembros de la Convención, a los que, decíase, obligaban a votar en determinado sentido, poniéndoles las pistolas en el pecho.

Un resonante triunfo del General Obregón.

La elección del General Eulalio Gutiérrez, en la memorable sesión del 1° de noviembre de 1914, constituyó un resonante triunfo del General Obregón. Tanto él como el General Villa, habían sido los principales factores para el triunfo de la revolución constitucionalista. Las campañas y combates de Obregón en Sonora, Sinaloa, Tepic y Jalisco fueron notables. Era un General que nunca llegó a experimentar las amarguras de la derrota. Este jefe recibió al entrar en la capital de la República, todos los honores del triunfo.

Sin embargo, pronto pudo percatarse de que el Cuerpo de Ejército a sus órdenes, había sido atomizado en parte, y el resto quedaba en manos de otro jefe, un émulo suyo, el General Lucio Blanco, quien mandaba las caballerías con un efectivo de cerca de doce mil dragones. Las infanterías del mismo Cuerpo de Ejército estaban repartidas en Sonora, Sinaloa, Tepic y Jalisco.

Mientras el Cuerpo de Ejército del Noreste, al mando del General Pablo González, seguía formando un núcleo compacto, las infanterías que mandaba Obregón estaban repartidas en una vasta extensión del país. ¿Esta atomización era casual o deliberada? Nosotros creemos lo segundo. Don Venustiano Carranza era muy hábil y poseía una gran experiencia. Ya hemos visto cómo trató de restar elementos al General Villa antes de la batalla de Zacatecas. Pudo verse primero, como en los momentos en que Obregón parecía aliado de Villa contra Carranza y después cuando trataba el propio General sonorense de restar elementos a Villa. El Primer Jefe, sin duda, consideraba a Obregón como un posible rival, dejó fuera de su mando casi todas las fuerzas del Cuerpo del Ejército del Noroeste.

Quizá estos hechos, que no podían escapar a la sutil perspicacia de Obregón, lo indujeron a trabajar con todas sus fuerzas y con todo su talento a que no se acatara la decisión de la junta reunida en la ciudad de México, que ratificó su nombramiento a Carranza, a gestionar que la Convención se trasladara a la ciudad de Aguascalientes, a su actitud al mandar comprar una bandera y pedir que todos los miembros de la Convención juraran ante ella, cumplir los acuerdos de la misma asamblea, a sus promesas altisonantes de que él sería el primero en combatir a todos los que no cumplieran su juramento.

Obregón fue el autor principal del dictamen en que se pidieron los ceses de Carranza y de Villa. Pudo percatarse de las actividades de Villarreal para escalar la presidencia de la República y del apoyo que prestaba a éste el General Pablo González. No le cupo la menor duda de que ni Villa ni ninguno de los Generales de la División del Norte hicieron el más insignificante trabajo para llegar a la presidencia de la República y que, al contrario, el General Eugenio Aguirre Benavides, a nombre de Villa y de los Generales de la mencionada División, en forma clara y terminante, expresó que ninguno de ellos aceptaba su candidatura para tan elevado cargo, y todavía más, propusieron como candidato al General Juan C. Cabral, miembro del Cuerpo de Ejército del Noroeste.

Seguramente, Obregón que se había alegrado del veto de los zapatistas a la candidatura de Villarreal, no le agradó, por no sabemos cuáles motivos, la candidatura del honrado sonorense Juan C. Cabral; él, Obregón en media hora de receso que solicitó de la asamblea, logró la conformidad de los zapatistas para la candidatura del General Eulalio Gutiérrez e hizo que todos los carrancistas votaran por él.

El triunfo de esta candidatura se debió en un noventa y nueve por ciento al General Obregón. El Presidente electo resultó una hechura del mismo.

Una falseada versión del General Obregón.

En 1917 publicó el General Obregón su obra, a veces truculenta, que bautizó con el bizarro final: Ocho mil kilómetros en campaña. Allí se trata en forma evasiva la actitud de la Convención de Aguascalientes. Al hablar de ella parece marchar sobre carbones encendidos aunque sin omitir el lanzamiento de algunos dardos envenenados por la pasión. He aquí la muestra:

Yo no estoy capacitado para hacer historia detallada de la Convención de Aguascalientes, por carecer de la documentación necesaria, y, por tal motivo, renuncio a esa tarea; pero sí lo estoy para confesar que esa Convención, fue un fracaso, pues con ella, lejos de restar a Villa, como nosotros pretendíamos, la mayor parte de sus elementos, pusimos a éstos en condiciones difíciles de abandonarlo, porque Villa quedó investido de una aparente legalidad, y esto dio margen también para que muchos de los jefes, que sin la Convención hubieran permanecido leales a la Primera Jefatura, defeccionaran y se incorporaran a Villa, aparentando sostener al Gobierno de la Convención, representado por el General Eulalio Gutiérrez, aunque la verdadera causa de esas defecciones era, por lo general, lo halagadora que se presentaba para esos elementos, la bandera del libertinaje que Villa tremolaba como divisa de su partido.

Soy, pues, el primero en aceptar las responsabilidades que deben pesar sobre mí, por este error político, y me limito a protestar que mis esfuerzos siempre fueron inspirados en mi deseo constante de salvar al país de una guerra.

Cuando se escriba la historia de los acontecimientos desarrollados en el seno de la Convención, con la documentación que debe existir en los Archivos de la misma, se conocerá, a punto fijo, la actitud de cada uno de los hombres que concurrimos a ella.

Precisamente, en esta serie de artículos, tratamos de fijar las responsabilidades. Ya veremos cómo las del General Obregón resultan muy grandes.

La rebeldía de don Venustiano Carranza.

Ya que hemos hecho este paréntesis, lo alargaremos para demostrar que la rebeldía de Carranza contra la Convención se inició desde que tuvo conocimiento de que se había formulado en Aguascalientes un dictamen por el que se pedía su cese como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación. Para ello acudiremos a la versión de una persona que estuvo muy cerca de él, que le mostró una adhesión enorme, que fue su primer jefe de Estado Mayor y con tal carácter, gozó de toda la confianza del Primer Jefe y llegó a ser una especie de eminencia gris en el régimen presidido por don Venustiano, al que acompañó en todos sus aciertos y en todos sus yerros, hasta la nefasta y terrible celada de Tlaxcalantongo. Nos referimos al General Juan Barragán.

He aquí lo que dice sobre la Convención, en el segundo tomo de su bien documentada obra: Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista:

Instalada en Aguascalientes la Convención, ésta reanudó sus sesiones en el Teatro Morelos, el 1O de octubre, con la asistencia de Generales y delegados del Ejército Constitucionalista incluyendo a los de la División del Norte.

Uno de sus primeros acuerdos fue invitar a los zapatistas, ínvitación que aceptaron los revolucionarios surianos, enviando una copiosa delegación de políticos, encabezada por el licenciado Antonio Díaz Soto y Gama. (Su jefe era don Paulino Martínez).

Como era de suponerse, dado el marcado antagonismo del grupo villista con la Primera Jefatura y los prejuicios de la facción zapatista para el constitucionalismo, se formó, desde Iuego, una alianza entre villistas y zapatistas, y aunque de hecho nunca lograron mayoría sobre los constitucionalistas porque los surianos no tenían derecho a voto (ni teniéndolo la hubiesen logrado), si a medida que transcurría el tiempo, fueron los constitucionalistas perdiendo el control en las asambleas por las causas que más adelante señalaremos.

Las partes del texto tanto en lo anterior como en lo que sigue, que aparecen entre paréntesis, son acotaciones nuestras.

Las alarmas del Primer Jefe.

Varios de los jefes constitucionalistas que se convirtieron después en enemigos del señor Carranza, habían consultado con éste acerca de la conveniencia de asistir personalmente a la Convención. El Primer Jefe, a los que tal consulta le hacían, contestaba invariablemente que debían concurrir en persona. Yo recuerdo que un domingo antes de que empezara a funcionar la Convención de Aguascalientes, invitó el Primer Jefe a comer al General Eulalio Gutiérrez, a la sazón gobernador y Comandante militar de San Luis Potosí, y pudo oír de labios de Gutiérrez expresarse en los peores términos sobre la idea de trasladar la Convención a la ciudad de Aguascalientes, pronosticando no sólo un resultado inútil, sino que también desastroso para la Revolución Constitucionalista, y, además, se rehusaba a ir personalmente; pero el Primer Jefe lo persuadió y ya veremos el papel desempeñádo en Aguascalientes por este personaje. (Hizo el papel de víctima por haber sido abandonado por Obregón que promovió su elección).

En las primeras sesiones pudo advertirse que la idea de los villistas y zapatistas no era otra cosa que destituir del mando político y militar al Primer Jefe. (La misma idea era sustentada por los carrancistas, comenzando por Obregón y Villarreal, que consideraban que la eliminación simultánea de Carranza y de Villa era la única solución para asegurar la paz de la República). En vez de dedicar sus actividades a discutir un plan político y social de acuerdo con las exigencias del país (sí lo discutieron y aprobaron como un mínimo la adopción de los principios contenidos en el Plan de Ayala), se convirtió -continúa el General Barragán- la asamblea en un centro de intrigas (quizá se refiera a las gestiones de los carrancistas Villarreal y Hay que solicitaban firmas en apoyo de sus candidaturas presidenciales para sustituir al Primer Jefe), puramente personalistas, los zapo-villistas tratando de eliminar, como ya se ha dicho, al Primer Jefe, y los constitucionalistas, aunque aceptando la separación de Carranza, empeñados en que se eliminara también, del mando de la División del Norte, al General Villa.

El Primer Jefe empezó a alarmarse por las noticias que le llegaban de Aguascalientes y sospechando que la Convención acabaría por dictar algunas disposiciones, entre otras, su cese, con las que él no estuviera de acuerdo y que en el caso de rehusarse a cumplirlas, pretendería, seguramente, a obligarlo, por la violencia, a ejecutarlas, pues se rumoraba que el General Lucio Blanco, jefe de una poderosa División con cuartel en la plaza de México, estaba en inteligencia con los elementos de la Convención, enemigos del señor Carranza, para asumir el mando militar en la capital, al primer aviso que recibiera de Aguascalientes, y no contando por otra parte, el Primer Jefe, con más fuerzas leales que las de su escolta, juzgó prudente abandonar la capital para buscar refugio en alguna zona en la que dominaran jefes de su confianza. (Los temores de don Venustiano eran completamente infundados).

Escapadas futivas

Para que Blanco, sigue diciendo el General Barragán, no descubriera sus intenciones, ni hacerlo en forma de escapada furtiva, impropia de su investidura y de su manera de ser, concibió el plan de salir los domingos fuera de México, con el pretexto de descansar de sus labores de la semana. El domingo 25 de octubre fue a Toluca a visitar al General Murguía, regresando el lunes. (Ya la Convención sabía el resultado de ese viaje: el retiro de la Convención del representante del citado General). El sábado siguiente, por la tarde, mandó alistar el tren presidencial, ordenando que se embarcaran sus caballos y los del Estado Mayor, para ir el domingo para visitar las pirámides de San Juan Teotihuacán, citando al General en la estación a la hora de su salida, para darle instrucciones. Blanco se presentó con puntualidad en la estación del Ferrocarril Mexicano, recibiendo del Primer Jefe la recomendación de vigilar la ciudad mientras regresaba, lo cual efectuaría por la noche o al día siguiente. Este detalle contribuyó a despistar a Blanco sobre cualquier sospecha que abrigara sobre los propósitos del Primer Jefe de escaparse de la capital.

Todo menos el cese.

Continúa el ingenuo relato del Jefe del Estado Mayor de don Venustiano Carranza:

Ni nosotros mismos, sabíamos sus ayudantes, que la determinación del señor Carranza era abandonar, definitivamente, la ciudad de México. Llegamos el mismo día a San Juan Teotihuacán; allí almorzamos; por la tarde seguimos hasta Apizaco, donde recibió el Primer Jefe un telegrama de la Convención en que le comunicaba que el General Eulalio Gutiérrez habíá sido designado Presidente de la República, por veinte días, cesando don Venustiano Carranza y Villa, en sus cargos de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y de la División del Norte, respectivamente.

No pudo ser más previsor el señor Carranza en escaparse de la capital. Si un día más permanece allí, habría sido, tal vez, aprehendido por Blanco, al rehusarse, como era natural, a obeceder un acuerdo tan descabellado de la asamblea como era la designación de un Presidente de la República por veinte días ... (En lo que no estaba de acuerdo don Venustiano era en el cese y en el substituto que le había recetado Obregón).

Según las noticias del General Barragán, Carranza y su séquito de Apizaco se dirigieron a Santa Ana Chiautempan, en donde creyeron que el Secretario de gobierno de Tlaxcala, Antonio Hidalgo, fraguaba un atentado. Protegido por cien soldados del Cuarto Batallón de Sonora, don Venustiano arribó a Tlaxcala a la medianoche. Continuó su viaje a la ciudad de Puebla, en donde se consideró ya más seguro por estar entre jefes de su absoluta confianza como: Francisco Coss, Cesárero Castro, Pilar R. Sánchez, Abraham Cepeda y demás revolucionarios oriundos de Coahuila.

La noche de su llegada a Puebla, se obsequió al señor Carranza con un banquete en el Teatro Zaragoza. El General Coss tomó la palabra para explicar a los presentes la existencia del telegrama por el cual cesaba el señor Carranza como Jefe del Ejército Constitucionalista, invitando, Coss, a los presentes, a desconocer a la Convención, lo que hizo él en ese mismo momento, enviando un telegrama a su delegado para que se retirara de la asamblea. La actitud de Coss fue imitada por los jefes revolucionarios de Puebla y Veracruz ...

¡Todo menos el cese!


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