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Capítulo 47
La historia es la historia, la responsabilidad histórica de los que, por ambiciones personales, desencadenaron una desastrosa guerra civil.
Eulalio Gutiérrez -como ya lo hemos visto- prestó su protesta de ley como Presidente Provisional de la República, el día 6 de noviembre de 1914. Su elección constituyó una verdadera sorpresa para él mismo y para todos. Interpuesto un voto para la candidatura del General Antonio I. Villarreal, cuyo triunfo consideraba de tal modo seguro, que al procederse a la elección, se salió del Teatro Morelos y se trasladó a su domicilio para vestir una levita cruzada, redingote, y a cruzarse sobre la pechera de su alba camisa, la tricolor banda presidencial, esperando que una Comisión fuera por él para prestar la protesta de ley; pero en esos precisos momentos, a causa del mencionado voto y a propuesta del General Alvaro Obregón, que hizo una intensa propaganda en favor de Eulalio Gutiérrez y hasta logró la conformidad de los zapatistas para esta candidatura, fue elegido éste por la totalidad de los delegados adictos a Carranza. Los adictos a Villa votaron por la candidatura del General Juan C. Cabral, que pertenecía a las fuerzas del Cuerpo del Ejército del Noroeste, Gutiérrez obtuvo el triunfo por más de las dos terceras partes de los votos de los delegados presentes a la hora de la elección.
Hemos visto también, cómo desde el 6 de noviembre, Villa había hecho entrega de la División del Norte, acatando las decisiones de la Convención, al General José Isabel Robles, nombrado por el Presidente Gutiérrez, Secretario de Guerra y Marina.
Las andanzas del General Obregón.
Hemos visto también, cómo la asamblea designó una Comisión para que entregara en propia mano de Carranza, el acuerdo en que se disponía su cese como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo, y cómo esta Comisión quedó integrada por los Generales Obregón, Villarreal, Hay y Aguirre Benavides y cómo, por órdenes arbitrarias de Carranza, el General Pablo González detuvo por algún tiempo en Querétaro a los dichos comisionados, permitiéndoles que prosiguieran su viaje después de un intercambio de telegramas de los mismos con el Primer Jefe, que se encontraba en territorio veracruzano, hasta que Obregón le dio a entender en su último mensaje que la elección de Gutiérrez por veinte días, sólo constituía un ardid para restar elementos a Villa, pues ellos contaban con mayoría y en ese breve lapso se verificaría nueva elección, teniendo el triunfo asegurado para la elección de presidente por todo el periodo preconstitucional y dejando entrever, mañosamente, que éste sería el mismo Carranza.
Las tribulaciones de unos comisionados.
Además de la detención en Querétaro, los comisionados hubieron de sufrir algunas humillaciones y esperas para poder entrevistar al Primer Jefe. Para detallarlas, tenemos que acudir a la versión de un testigo presencial, que concuerdan substancialmente con las publicadas en una serie de artículos, por un consejero de Carranza, el año de 1935, en el diario La Prensa, de la capital de la República, con el título Lo que he visto en México, cuyo autor fue el tristemente célebre licenciado Heriberto Barrón, que en aquellos días acompañaba al señor Carranza.
La primera versión se encuentra en el libro Historia de la Revolución y del Ejército Constitucionalista, por el General don Juan Barragán. No tiene desperdicio y la transcribimos íntegra, haciendo la advertencia que en el texto interpelaremos, poniéndolos entre paréntesis, algunos comentarios y aclaraciones muy nuestros.
Cedemos la palabra al General Barragán.
El Primer Jefe no conferenció en Orizaba con los delegados, esto se dice en el libro Ocho mil kilómetros en campaña, sino en Córdoba (es cierto), donde les dio la contestación que refiere Obregón (que iban a echar a Villa), pero agregando: No son ustedes quienes echen del país a Villa, a éste el que lo echará, seré yo ... (Según Barrón, en Orizaba, hubo manifestaciones agresivas contra los comisionados de la Convención organizadas por él y otros agitadores populacheros).
Cuando los delegados, continúa Barragán, hablaban con el señor Carranza (esto era en Córdoba), se reunió una enorme muchedumbre (ya sabemos cómo se organizan estas manifestaciones), que se había enterado en términos vagos (sic), que se trataba de destituir al Primer Jefe, y empezó a lanzar gritos injuriosos contra la Convención y sus delegados. El General Obregón, desde el balcón del edificio donde estaba con el Primer Jefe, intentaba dirigir la palabra al pueblo para protestar de las demostraciones hostiles, cosa que no lo conseguía por impedírselo la multitud, hasta que el señor Carranza haciendo un ademán de que guardaran silencio, suplicó al público que permitiera hablar al General Obregón. Este se limitó a explicar el objeto de su viaje y protestó su adhesión al Primer Jefe, declarando que estaría siempre al Iado del Jefe de la Revoluclon.
La situación especial del General Obregón.
Ya hemos afirmado en esta serie de capítulos, que don Venustiano había sustraído del mando efectivo del caudillo sonorense la mayoría de los efectivos del Cuerpo del Ejército del Noroeste. Esto lo confirma el General Barragán con las siguientes palabras:
El prestigio militar del vencedor de Santa Rosa había sufrido un serio quebranto, no por desastres en acciones de guerra, pues todo (el) mundo sabe que nunca conoció la derrota, sino por la serie de defecciones (sic) en las filas del Ejército del Noroeste (no fueron propiamente defecciones sino maniobras habilidosas de don Venustiano, quien imitando a don Porfirio, trató de minar siempre la fuerza de los caudillos), la más sensible, sin duda alguna, fue la de la brillante división de caballería que comandaba el General Lucio Blanco (enemigo acérrimo de Obregón). Este hacía naturalmente, que el Cuerpo de Ejército del Noroeste se convirtiera en una simple división de cuatro mil soldados y, por otra parte, como la situación de estas tropas, que aún permanecían en la capital (Carranza había nombrado Comandante militar de la plaza de México al General Salvador Alvarado, otro acérrimo enemigo del vencedor de Santa María), por el hecho de ser casi en su mayor parte de infantería, el General Obregón se hallaba en el caso de tener que replegarse, sin pérdida de tiempo, o hacia el Oriente, región controlada por contingentes adictos al Primer Jefe, o hacia el Occidente, que dominaba, militarmente, el General Manuel M. Diéguez. (Ya bien trabajado por agentes de Carranza).
La conducta de Dieguez, Calles y Hill.
Tanto Diéguez, como Calles y Hill estuvieron representados en la Convención y quedaron obligados por un pacto solemne jurado ante la bandera patria, a respetar y acatar los acuerdos de la Convención. Veamos cuál fue la conducta de cada uno de ellos, según el General Barragán:
Las causas que más influyeron en el ánimo del General Obregón para ponerse nuevamente a las órdenes del Primer Jefe, fueron la actitud de los Generales Manuel M. Diéguez y Plutarco Elías Calles. (Este último otro acérrimo enemigo de Obregón: quien aseguraba que junto con un Coronel Bracamontes, lo mando asesinar en Sonora, frustrándose la criminal tentativa).
La columna constitucionalista de Sonora, de la que realmente era el alma el General Calles, si recordamos que la presencia de Hill en la frontera de aquel Estado sólo obedeció a motivos políticos en beneficio de un arreglo con Maytorena, nunca pensó en reconocer más autoridad que la del Primer Jefe y hacía tiempo que libraba una continua lucha contra las fuerzas rebeldes de dicho Gobernador. De allí que el Comandante en Jefe del Noroeste, comprendiera la imposibilidad de que sus subalternos, Calles y Hill, desconocieran al Primer Jefe para ponerse a las órdenes de Francisco Villa, que era el Jefe supremo de las fuerzas convencionistas por designación del Presidente Gutiérrez, y único apoyo con que contaba el propio Maytorena. (Ya el General Hill como otros altos jefes carrancistas, habían desconocido a la Convención, mucho antes de que Villa, ante la rebeldía expresa y rotunda de Carranza contra la Convención, fuera designado General en Jefe de todas las fuerzas convencionalistas, en 10 de noviembre de 1914).
La conferencia Diéguez-Obregón.
Se desconocían muchos incidentes registrados en aquellos días aciagos en que todo era confusión y nadie sabía a qué atenerse. El General Barragán nos ha revelado muchos secretos. Dice en su citado libro:
En cuanto al General Diéguez, debo decir que en cierta ocasión yo escuché de sus labios el relato de la entrevista que celebró con el General Obregón en Irapuato, cuando éste venia de Aguascalientes, formando parte de la Comisión convencionista. (Esta conferencia debe haberse celebrado el 4 de noviembre, seis días antes de que Villa, por nombramiento de Gutiérrez, asumiera el mando de las fuerzas convencionistas).
Los jefes de más significación dentro del Ejército del Noroeste que operaban en el centro del pais, eran Lucio Blanco y Manuel M. Diéguez. El primero ya había defeccionado (no hubo tal defección, sólo cumplió la palabra empeñada), así que no le quedaba al General Obregón más elemento de importancia que la División del General Diéguez. Este permanecía en Jalisco como Gobernador y Comandante Militar del Estado y al frente de la División de Occidente, que estaba integrada por seis mil hombres. Obregón le propuso su plan, que era éste: hacer allí una contracción de todos sus elementos y ya unidos a los de Diéguez, obligar a que se separaran de la Revolución, tanto el señor Carranza Como el General Villa. Pero Diéguez, terminantemente, le expresó a su Jefe, el General Obregón, que él no desconocería, por ningún motivo, al Primer Jefe, y que al contrario, todos los constitucionalistas deberían robustecer la autoridad del señor Carranza para batir a Villa bajo sus órdenes, dado que éste no se desprendería jamás del inmenso poder que conservaba en sus manos. Y me aseguró el General Diéguez -en su relato- que después de la plática con su jefe, éste le ofreció con toda franqueza, que si se venía la nueva lucha, sería él quien primero se pusiera a las órdenes del Primer Jefe para batir a Francisco Villa. (Lucha que pudo evitarse si todos los Generales y gobernadores hubieran cumplido -decimos nosotros- con su palabra empeñada, evitando una guerra civil desastrosa para el país y la continuación de un régimen pernicioso llamado preconstitucional, que no fue otra cosa que una dictadura).
La conducta de Villarreal.
El General Antonio Villarreal también se retiró de la Convención, decepcionado por el nombramiento que el Presidente Gutiérréz había hecho en favor de Francisco Villa. (No fue esta la causa -aseguramos nosotros-. El disgusto de Villarreal debióse a que no fue designado Presidente de la República, como lo anhelaba ardorosamente desde el mismo día en que la Convención se instaló en Aguascalientes. Personalmente, recogía firmas de adhesión entre los delegados y el día de la elección tenía segura una mayoría de más de ochenta votos. Su elección se frustró por el veto que interpuso la delegación zapatista).
Villarreal -agrega Barragán- se presentó ante el Primer Jefe en la ciudad de Córdoba, poniéndose de nuevo a sus órdenes, y recibiendo instrucciones del señor Carranza de marchar a Nuevo León, en donde, como sabemos, desempeñaba los cargos de Gobernador y Comandante Militar del Estado. Era uno de los jefes en quien más confianza tenía depositada Carranza. (Confianza injustificada, pues trató de suplantarlo). Le proporcionó bastantes elementos de guerra (que perdió en la batalla de Ramos Arizpe) y tres millones de pesos, con los cuales se embarcó en el transporte Progreso, el día 18 de noviembre, rumbo a Tampico, de donde continuó a Monterrey.
Villarreal debería preparar los contingentes del Noroeste para resistir el empuje de los villistas que ya anunciaban su invasión a los Estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. (No resistió nada). Fue derrotado en forma decisiva, en la batalla de Ramos Arizpe, perdiendo las ciudades de Saltillo y Monterrey. Llamado a Veracruz -esto lo sabe muy bien el General Barragán-, para que diera cuenta de su conducta por achacársele connivencias con los convencionistas en vez de obedecer, optó por desertar de las filas constitucionalistas, fugándose a los Estados Unidos.
Pido mil perdones al General Barragán por las anteriores aclaraciones y rectificaciones, que servirán -a no dudarlo- para fijar la verdadera historia de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes. Pero, parafraseando las palabras del cardenal Mazarino que proclamaba que la política es la política y las del eminente abogado Luis Cabrera, que decía que la revolución es la revolución, asiento aquí que la historia es la historia.
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