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Capítulo 52

El arribo de las primeras fuerzas surianas y norteñas a la capital de la República y la desastrosa retirada del General Pablo González desde el Bajio hasta Tampico.

Dejamos en el capítulo anterior a la ciudad de México presa de la mayor zozobra. En menos de una semana la plaza había experimentado el cambio de tres Comandantes militares y se habían registrado dos evacuaciones sucesivas de fuertes núcleos de fuerza armada, que eran barruntadas desde antes por los temerosos capitalinos, al ver que por las calles metropolitanas pasaban destartalados coches de alquiler que tiraban y empujaban varios individuos, pues los caballos habían sido desuncidos por algunos soldados y oficiales que deseaban hacer más rápidas las evacuaciones. Además, varias casas fueron asaltadas para efectuar requisiciones de automóviles y caballos.

Así, mientras el General Alvaro Obregón con algunas fuerzas marchaba hacia el Oriente rumbo a Puebla, el General Lucio Blanco, con la mayor parte de las tropas de la División de Caballería que era a sus órdenes, enderezaba sus pasos hacia el Occidente, las fuerzas del Ejército Libertador del Sur entraban a la amedrentada capital por los rumbos de Tacubaya y Xachimilco. El 24 de noviembre de 1914, fecha en que se registró la salida de las fuerzas de Blanco y el arribo de las avanzadas de Zapata, se suspendió la publicación de los diarios sostenidos por Carranza y sólo apareció hasta el 25, el periódico The Mexican Herald, con una sección en español. La ciudad se encontraba sin policía, pues todos los gendarmes fueron desarmados por las fuerzas de Blanco.

Una ciudad muerta.

Tal era el aspecto de la capital en la tarde del 24 y el día siguiente. Todas las casas cerradas a piedra y Iodo, lo mismo que las tiendas y los mercados. El servicio de tranvías suspendido. Las calles sin guardianes del orden público. El pánico imperaba soberano entre todos los habitantes. ¡Se habían contado tales horrores y atrocidades de los zapatistas! Sin embargo, sólo se perpetró un asalto en la tarde del 24 y eso antes de que los zapatistas entraran a la capital: el saqueo de una armería para extraer una buena cantidad de armas.

Las tropas del Ejército Libertador del Sur que entraron en la noche del 24, lo hicieron a las órdenes del General Antonio Barona. Se alojaron en los palacios Nacional y Municipal. Nombraron rondines para que patrullaran las desiertas calles de la capital y no se cometió un solo exceso.

La organización provisional del gobierno zapatista.

En la mañana del día 25 entraron a la capital otras fuerzas zapatistas e inmediatamente fueron nombradas autoridades provisionales, recayendo las designaciones en las personas siguientes: General Antonio Barona, Comandante Militar de la Plaza de México; General Vicente Navarro, Gobernador del Distrito Federal; Coronel Gabriel Saldaña, Inspector General de Policía; Director de la Beneficencia Pública, licenciado Joaquín Claussel; Jefe de la Gendarmería de a Pie, Coronel Abel Serratos, Encargado de la Secretaría de Hacienda, General Manuel N. Robles.

Los zapatistas no ocuparon ninguna casa de propiedad particular. Encontraron muchas que habían sido tomadas por muchos sedicentes revolucionarios, completamente saqueadas por los ocupantes, antes de abandonarlas. En los alrededores de la capital había muchos automóviles abandonados, por descomposturas, falta de gasolina u otros motivos, en las carreteras de aquella época, que de caminos sólo tenían el nombre.

El Comandante Militar y el Gobernador del Distrito expidieron sendos manifiestos en que se amenazó con la pena capital a los que cometieran robos y se concedió un plazo improrrogable de 48 horas para que las personas que ocuparon casas particulares en esta ciudad y fueron intervenidas por las fuerzas carrancistas, hagan entrega de los objetos que abusivamente extrajeron de dichas habitaciones; en la inteligencia de que el que no dé cumplimiento a esta disposición, será pasado por las armas.

El enorme bazar del Hotel Imperial.

El efecto fue milagroso. El edificio entonces inocupado del Hotel Imperial, se convirtió en 48 horas en el bazar más grande que haya tenido la ciudad de México. Allí fueron reconcentrados todos los objetos sustraídos de las casas ocupadas contra la voluntad de sus dueños.

Ahí se formó un hacinamiento de pianos, muebles de todas clases, alfombras, tapices, cortinajes, mesas, libros, cuadros, vajillas, bronces, mármoles, etcétera, etcétera.

En las afueras había una enorme fila de automóviles desvencijados y coches de lujo.

Los zapatistas controlan el orden en la capital.

Gracias a la atingencia y honorabilidad de los jefes zapatistas, inteligentemente secundados por el nuevo Inspector de Policía, Coronel Saldaña, la tranquilidad más completa se restableció en la capital. Ninguno de los jefes ocupó casas ajenas. Empezaron a circular pesos de plata con ley de oro, toscamente fundidos por los zapatistas, con el águila mexicana en el anverso y en el reverso, un sol con la leyenda: Reforma, Libertad, Justicia y Ley. En los primeros momentos, fue difícil cubrir los haberes de los soldados, pero la dificultad se solventó mediante un préstamo de cincuenta mil pesos, hecho por varios bancos, que fue religiosamente pagado tres días después. Se dio el caso, de que muchos humildes soldados, en las puertas pedían se les diera algo de comida.

El 27 de noviembre, en las mismas prensas que pertenecieron al diario El Imparcial se comenzó a imprimir el diario El Nacional, que tenía por Director a Conrado Díaz Soto y Gama; por Subdirector, al licenciado Octavio Paz, y por gerente, a Rafael Alducín. Estos lograron impedir la ejecución de una orden emanada de Córdoba y suscrita por uno que fungía como Director General de la prensa de Carranza, no obstante que apenas sabía leer. Este bárbaro, por telégrafo, ordenó que fuera destruida la maquinaria de El Liberal, en caso de que no pudiera ser embarcada.

El Nacional reprodujo íntegro en primera plana, el Plan de Ayala.

Arribo de Zapata a la capital.

El 27 de noviembre llegó el General Emiliano Zapata a la capital. Hizo el viaje por el Ferrocarril Interoceánico hasta San Lázaro y de allí se dirigió a la Escuela de Tiro. Un reportero lo encontró en un enorme patio. Sentado -escribió en El Nacional-, sobre un peldaño de la escalera hablaba con uno de ellos (los secretarios), en tanto que los demás estaban entregados a la tarea de recontar una respetable suma de dinero en papel ...

Cubría su cabeza amplio sombrero nacional (charro), de pelo blanco, tapando el cuello una mascada blanca, traje de charro plomo claro y calzado militar de color negro. Al cinto una pistola con cacha de concha, en funda bordada con una inicial C. Los demás ayudantes y algunos otros Generales se encontraban vestidos casi todos con blusa y pantalones ajustados ...

Hizo esperar al reportero una hora, que ocupó en llenar un sombrero con los billetes que él personalmente fue entregando a los soldados para cubrir sus haberes. Luego hizo las siguientes parcas declaraciones: Aquí permaneceré, pues no deseo entrar a la capital antes que el General Francisco Villa. Mañana regresaré al Estado de Puebla ...

Agregó: No estoy dispuesto a aceptar cargo alguno.

En la noche, el mismo General se alojó y durmió en un modesto hotel situado frente a la Estación de San Lázaro.

Las avanzadas de la División del Norte.

El 28 de noviembre llegaron a Tacuba varios trenes de la División del Norte. Conducían seis mil hombres y setenta cañones de la División del Norte. Estaban a las órdenes del General Felipe Angeles, quien dispuso que sus tropas se acuartelaran en la Hacienda de los Morales. Con suma modestia contestó a preguntas especiales de algunos redactores:

Entrar en estos momentos a la capital, sería tanto como si yo quisiera para mí solo, aplausos y honores que no ambiciono y que estoy lejos de pretender.

Ese mismo día, acompañado por un ayudante, hizo una visita de cortesía al General Emiliano Zapata en la Escuela de Tiro. La entrevista entre los dos viejos adversarios fue cordialísima. El día siguiente, Zapata correspondió la visita, expresando que unas cuantas horas después saldría de la capital a preparar la ofensiva contra la plaza de Puebla.

Las disposiciones del General Villa.

Inmediatamente el General Angeles mandó repartir profusamente unas hojas impresas que contenían las disposiciones del General Francisco Villa para guardar el orden en la capital de la República. Estaban fechadas en el Campamento de Huichapan, el 24 de noviembre de 1914. Disponían que serían castigados con la pena de muerte los que infringieran las prevenciones que siguen:

Quedaba estrictamente prohibido a todos los jefes, oficiales e individuos de tropa, el allanamiento de casas en busca de automóviles, muebles, caballos, coches u objetos pertenecientes a los que las ocupaban; ocupar casas habitadas o no habitadas, salvo el caso de pagar renta y obtener el consentimiento de los dueños; todo género de escándalos, atropellos, abusos y manifestaciones hostiles; exigir préstamos forzosos o mercancías a cambio de vales; andar montados o usar armas, a menos de encontrarse de servicio; la venta de bebidas alcohólicas.

La desastrosa retirada del General Pablo González.

En la capital se supo que el Presidente Eulalio Gutiérrez había llegado a la ciudad de Querétaro acompañado por los dos únicos Ministros que había designado, el General José Isabel Robles para la cartera de Guerra y el licencíado José Vasconcelos para la de Educación Pública, y por los miembros de la Comisión Permanente de la Convención, entre los cuales se encontraba el autor de estas líneas.

Las fuerzas del General Pablo González, sin previo aviso, iniciaron su retirada desde San Francisco del Rincón, dejando abandonada su vanguardia compuesta de más de dos mil hombres a las órdenes del General Teodoro Elizondo. En su retirada, destruyeron grandes tramos de la vía férrea. Al llegar a Tula, se dirigieron a Pachuca, en donde se habían reconcentrado algunas tropas adictas a Carranza, de las que evacuaron la capital.

El General Juan Barragán fue testigo incidental y sufrido actor en esta increíble retirada. Le cedemos la palabra, extractando lo esencial que al respecto figura en su libro Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista:

Habiendo recibido el General González informes de su servicio de exploradores respecto a que el enemigo, en número considerable, se dirigía de Tula sobre Pachuca, dispuso, precipitadamente, la evacuación, la mañana del 29 de noviembre. Salieron por ferrocarril, las infanterías y por tierra, las caballerías, rumbo a Apulco, permaneciendo en Pachuca los Generales Treviño y De la Garza, con sus tropas para terminar la maniobra. Intempestivamente los atacó una fuerza villista a las órdenes del General José Rodríguez, que en un principio se creyó considerable, pero que era de novecientos hombres, según se aclaró después, Se introdujo la confusión y salieron de Pachuca las tropas que pudieron, en completo desorden, perdiendo el General Treviño su artillería y el carro de la pagaduría del Cuartel General, defeccionando, además, dos mil hombres aproximadamente, de las fuerzas del General Bringas, así como numerosos jefes y oficiales.

Desorden y confusión.

Yo -sigue el General Barragán- sali por tierra con el General Menchaca hasta la Estación Téllez, embarcándonos en este punto en los trenes del General Saucedo para seguir rumbo a Tulancingo, mas antes de Ilegar a Estación Somoriel, sufrimos un contratiempo motivado por un error del General Cossío Robelo, quien hallándose en Tulancingo y creyendo que nuestro grupo era tropa enemiga, mandó destruir la vía, Poco después, el maquinista que manejaba el convoy que caminaba adelante de nosotros, ocasionó el descarrilamiento de la locomotora por no darse cuenta de aquel desperfecto, por cuya causa perdimos dos días, que se emplearon en levantarla y abastecer de agua las máquinas.

Por fin, continuamos el viaje hasta Apulco, limite de la vía férrea para internarnos en la sierra ... desde dicho lugar fuimos cubriendo la extrema retaguardia de la columna, habiendo experimentado el más extraño sobresalto cuando la tropa tomaba descanso al abrigo de una hondonada: una fortísima detonación, seguida de otras más, semejantes al disparo de cien bocas de fuego, interrumpió el silencio de la montaña en aquella tarde lluviosa y fría, rebotando el eco por los contornos que se iluminaron con un intenso resplandor. Los clarines, en el acto, dejaron oír sus notas de enemigo al frente y todos corrimos a tomar las armas, pensando que seríamos objeto de un intempestivo y vigoroso ataque del audaz Francisco Villa ...

El General Saucedo, tan valeroso como violento, subió rápidamente a una loma, desde donde con sus anteojos de campaña pudo abarcar la zona de los disparos, dirigiéndose allá en el primer caballo que tuvo a la mano.

¿Qué había sucedido? El Coronel Manuel García Vigil, Comandante de la artilleria, ante la imposibilidad de conducir a través de la sierra la enorme cantidad de proyectiles que transportaba en tres furgones de ferrocarril, optó por prenderles fuego en la Estación de Apulco, para evitar que cayeran en poder de los villistas ... La marcha de la columna por la sierra fue un desastre doloroso ...

Cuando la columna del Noreste pasó revista en Pánuco, sólo se componía de tres mil hombres. A esta cifra insignificante quedaba reducido el núcleo principal de dicho Cuerpo de Ejército, lo que significaba una pérdida de más de diecisiete mil soldados -la mayor parte por defecciones-, desde la retirada del General González del Estado de Guanajuato, hasta llegar a Tampico ...


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