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Capítulo 55
Un imponente desfile militar de las fuerzas al mando de los Generales Emiliano Zapata y Francisco Villa y un banquete en el que se asomó la tragedia.
Indecisa parecía la situación no obstante que en la conferencia Villa-Zapata en Xochimilco, era de creerse que se habían fijado lineamientos generales para coordinar las operaciones militares y una línea de conducta político-social. El Presidente Eulalio Gutiérrez, democráticamente, se encontraba alojado en el Hotel Palacio; el General Villa, en su coche especial cerca de la estación de Tacuba, y el General Zapata, en un modesto hotel frente a la estación de San Lázaro.
El canciller José Vasconcelos.
El General Gutiérrez, desde Aguascalientes, había designado Secretario de Guerra y Marina al General José Isabel Robles, pero hacía falta que integrara su gabinete. Ya desde la citada ciudad sabíase que sería nombrado Secretario de Educación Pública el licenciado José Vasconcelos, quien no abandonaba a Eulalio ni a sol ni a sombra, y con su talento había sabido ganarse toda la confianza de Eulalio, sobre el que ejercía un influjo extraordinario. Todos le decían el canciller.
El sábado 5 de diciembre, sabíase que el Presidente Provisional tomaría la protesta de ley a todos los Ministros que ya habían sido designados por él. Por enfermedad de Gutiérrez, se pospuso la protesta para el lunes siguiente. Fui a visitarlo al Hotel Palacio. Allí estaba Vasconcelos. Cuando éste se despidió, Gutiérrez, que era muy desconfiado y marrullero, me espetó la siguiente pregunta:
Tú que eres leído y escribido, ¿dime qué cosa es un canciller?
Según cualquier diccionario -le contesté-, en tiempos antiguos, el canciller era una persona muy allegada al Rey, que guardaba los sellos reales. En la acepción moderna, se da el nombre de canciller a un empleado de segunda categoría, en los consulados. Un gran ministro que hubo en Alemania, que se llamaba Bismarck, inteligente, dominador y absorbente, que mandaba por encima del Emperador, se le llamó el canciller de hierro.
Ah, rejijo -comentó sonriente.
El gabinete de Eulalio.
Desde ese mismo día se habían hecho públicos los nombres de los individuos que integrarían el gabinete: José Vasconcelos, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes; ingeniero Felícitos Villarreal, Ministro de Hacienda; el sabio ingeniero Valentín Gama, Ministro de Fomento, Colonización e Industria; el ingeniero José Rodríguez Cabo, Subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas; el licenciado Miguel Alessio Robles, Subsecretario de Justicia, y el General Eugenio Aguirre Benavides, Subsecretario de Guerra y Marina.
Además fue nombrado el General Manuel Chao, Gobernador del Distrito Federal; el General Pánfilo Natera, Presidente del Supremo Tribunal Militar, y el General Guillermo García Aragón, Intendente General y Gobernador de los palacios Nacional y de Chapultepec.
Fueron ratificados el mismo día los nombramientos de los siguientes gobernadores: de Sonora, José María Maytorena; de Sinaloa, Felipe Riveros, General Fidel Avila, de Chihuahua; Emiliano Sarabia, de Durango; General José Trinidad Cervantes, de Zacatecas; General Herminio Alvarez, de San Luis Potosí; General Julián C. Medina, de Jalisco; General Víctor Elizondo, de Aguascalientes; Coronel Pablo Camarena, de Guanajuato; General Esteban Márquez, de Puebla, y General Daniel Cerecedo Estrada, de Hidalgo.
Sabíase que el cargo de Secretario de Gobernación se reservaba para el General Lucio Blanco, que con sus tropas se mantenía a corta distancia de la Capital.
Junta de la Comisión Permanente de la Convención.
La Comisión Permanente de la Convención, que como hemos dicho, de Aguascalientes se trasladó a la ciudad de San Luis Potosí y después a la capital de la República, celebró su primera sesión el mismo sábado 5 de diciembre de 1914, en el salón verde de la Cámara de Diputados, bajo la Presidencia del General Roque González Garza.
En esa sesión, se acordó convocar a todos los delegados que habían estado presentes en Aguascalientes, sin distinción de credos politicos y banderías, a celebrar la primera sesión plenaria de la Convención, a la que concurrían ya con plenos derechos, los delegados del Ejército Libertador del Sur.
Un imponente desfile.
Desde las 10 de la mañana del domingo 6 de diciembre empezaron a concentrarse en la calzada de la Verónica (hoy Melchor Ocampo), las fuerzas del Ejército Libertador del Sur y las de la aguerrida División del Norte. Las primeras partieron de San Angel, Tlalpan y los Cuarteles de San Lázaro; las segundas marcharon desde Tacuba y la Hacienda de los Morales. Ya reunidas, a las órdenes de los Generales Zapata y Villa, entre las aclamaciones de la multitud y una lluvia de flores, desfilaron por la que fue antigua calzada de Tlacopan, para torcer en Rosales y tomar la avenida Juárez y las calles de Madero, siguiendo por enfrente del Portal de Mercaderes y del Palacio Municipal, para pasar por el Palacio Nacional. Eran más de treinta mil hombres.
Las avenidas estaban pletóricas de un gentío que se apretujaba para conocer a los Generales Villa y Zapata. Como vanguardia, en la descubierta, marchaba un escuadrón de caballería suriana y seguían los Dorados, la famosa escolta del General Villa.
Inmediatamente detrás, marchaban los Generales Villa y Zapata, ocupando este último el lugar de honor. A la derecha de Zapata, el General Tomás Urbina y a la izquierda de Villa.
El paso de los jefes por las principales avenidas, despertó un gran entusiasmo. En la avenida Madero, la multitud formaba una valla compacta, de la que partían los gritos: ¡Viva Villa! ¡Viva Zapata! Sobre los dos jefes cayó una verdadera lluvia de flores, confeti y serpentinas. Cabalgaba Villa un hermoso caballo alazán tostado y vestía uniforme azul marino, gorra con el águila de divisionario y altas mitazas. Zapata montaba un caballo rosillo y vestía el típico traje de charro, chaqueta amarilla bordada de oro con el águila nacional repujada en la espalda, pantalón negro, ajustado, con botonadura de plata y sombrero de anchas alas, bordado también de oro, que parecía una canastilla por las flores recogidas en las alas del mismo.
La columna de honor.
El Presidente Gutiérrez, desde las 11 de la mañana, se encontraba en el Palacio Nacional, acompañado de todos los miembros del gabinete designados por él. Poco después llegaron todos los representantes diplomáticos acreditados en México. El decano, doctor Juan J. Ortega, Ministro de Guatemala, hizo las presentaciones de los representantes de Brasil, de Francia, de Suecia, de Alemania, de China, del Japón, de España, de Chile, de Honduras, de Cuba, de Inglaterra; de los Países Bajos y de Nicaragua. En la Plaza de la Constitución, la aglomeración era enorme. Cuando entró a ella la descubierta, todos los bronces de la Catedral atronaron el aire con sus repiques a vuelo, que no lograban apagar los vítores entusiastas de aquel nutrido gentío.
El Presidente Gutiérrez, los Ministros, los altos funcionarios y los diplomáticos, ocuparon los balcones del Palacio Nacional para presenciar el desfile. Pasaron primero las escoltas de los Generales Villa y Zapata, luego estos Generales. Seguían las fuerzas del Ejército Libertador en número de dieciocho mil hombres, luego una sección de cinco baterías de ametraliadoras y después la caballería suriana, los soldados, muchos de ellos con trajes de manta y calzados con toscas sandalias.
Muchos de los cuerpos zapatistas llevaban estandartes en que aparecía la Virgen de Guadalupe. Eran los representantes genuinos del Sur, soleado, tropical, que con miles de sacrificios y privaciones habían mantenido enhiesto el ideal agrario.
Las fuerzas norteñas.
Al mando de las fuerzas del Norte, que contaban en su haber las épicas victorias de San Andrés, Ciudad Juárez, Chihuahua, Ojinága, Torreón, San Pedro de las Colonias, Paredón y Zacatecas, iba el incomprendido soldado técnico, verdadera gloria de México, el honrado y humanitario General Felipe Angeles. Desfiló primero la infantería, integrada por el batallón de zapadores, los batallones Primero y Tercero de Infantería, a las órdenes del General Domínguez, la batalladora Brigada Zaragoza; el segundo batallón, la Brigada José Isabel Robles, con su servicio sanitario, seguida por una sección de ametralladoras a las órdenes del Coronel Gustavo Bazán.
Siguió la División del Centro al mando del General Pánfilo Natera, luego la Brigada del General Toribio Ortega. Continuó la Brigada Triana. Todos los soldados con uniformes de caqui, polainas y sombreros que indebidamente se llaman texanos, pues eran los que en la época colonial usaban las fuerzas virreinales que guarnecían el norte de la Nueva España.
A continuación de la infantería desfiló la artillería de la Brigada Angeles. Primero, dos baterías y media de cañones Vickers, capturados en Paredón; una batería de montaña de setenta milímetros, sistema Mondragón; cuatro baterías de setenta y cinco milímetros, sistema Schneider-Canet; tres baterías de setenta y cinco milímetros, sistemá Saint Chamond; cuatro baterías de tipo poderoso, de ochenta milímetros, sistema Saint Chamond y dos baterías de ochenta milímetros, sistema Bange. Siguieron las fraguas y armones de la misma artillería y al final, el servicio sanitario de la misma brigada. En total sesenta y seis cañones.
Siguió la caballería de la División del Norte, que en muchas batallas decidió la acción con las brillantes cargas de sus jinetes, ebrios de polvo y de sol. Desfilaron entre nutridos aplausos, las brigadas que llevaban en sus guiones los nombres de General Francisco Villa, General José L. Rodríguez, Ortega, General Rafael Buelna, General José I. Robles, Hidalgo, Vicente Guerrero, Cazadores de la Sierrra y Victoria.
Un banquete con asomos de tragedia.
El desfile terminó después de las 5 de la tarde. Los Generales Villa y Zapata con sus Estados Mayores, una vez que hubieron rebasado la esquina norte del Palacio Naciorial, torcieron hacia las calles de Moneda, en donde desmontaron y se dirigieron al balcón central del mismo Palacio, para presenciar una parte del desfile. A las 2 de la tarde se inició la comida, que presidió el Presidente Gutiérrez. Este se presentó con unas gafas negras, irreprochablemente vestido con un traje civil. Las primeras cubrían la marcada oblicuidad de sus ojos y el segundo, su cuello de toro. Tenía toda la apariencia de un estadista.
A la derecha de Eulalio, el General Villa, e inmediato a él, el canciller Vasconcelos. A la izquierda del Presidente Provisional, el General Zapata y a su izquierda, el ingeniero Felícitos Villarreal. El Intendente de Palacio, General Guillermo García, se prodigaba para asistir a los que ocupaban los lugares de honor. Y esa fue su desdicha. El General Zapata se mostró muy inquieto durante todo el ágape. Veía con ojos irritados a García Aragón y ni siquiera le tendió la mano cuando éste se acercó a saludarlo. Después se supo que García Aragón había militado a sus órdenes en las filas del Ejército Libertador del Sur y poco después se pasó con todas sus fuerzas, a las filas de la usurpación huertista. El día 8 de diciembre fue capturado por los zapatistas y fusilado en los Cuarteles de San Lázaro.
También estuvo muy molesto durante toda la comida, el General Juan Banderas, más conocido con el remoquete de El Agachado. Sinaloense de origen, había participado en la revolución maderista. Hombre de muy elevada estatura, moreno, enérgico y excesivamente cargado de hombros, el Presidente Madero, al ascender a la Presidencia, lo mandó aprehender porque consideraba que su presencia constituía un peligro en Sinaloa. Allí estuvo recluido más de un año y en la cárcel conoció al General Villa. Al recobrar su libertad se incorporó a las filas zapatistas. Durante toda la comida veía con ojos torvos al licenciado Vasconcelos y con ira rebosante, exclamaba:
Este me la debe. Me tanteó cuando estuve preso. Juro que no pasan dos días sin que lo quebre.
Afortunadamente, no ocurrió ningún incidente desagradable durante la comida en la que hubo brindis, pero allí se incubó el fusilamiento de García Aragón y la terrible hostilidad de Banderas contra el nuevo canciller de Eulalio.
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