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Capítulo 61
La batalla de Ramos Arizpe. Los tratos del General Obregón con el Presidente Eulalio Gutiérrez y la fuga del último de la capital de la República.
Barruntábanse vientos de fronda a pesar de la aparente enmienda de propósitos ofrecida por el Presidente Eulalio Gutiérrez y no obstante también a su actividad en lanzar disposiciones hacendarias y un decreto restableciendo el municipio libre en el Distrito Federal. En el mismo se designaban los nombres de los municipios de la capital. El 5 de enero de 1915 recuperaron la plaza de Puebla las fuerzas carrancistas a las órdenes del General Alvaro Obregón. El General Francisco Villa se vio constreñido a salir de la capital para conferenciar con el General Scott, Jefe del Estado Mayor del Ejército Americano, sobre la situación que prevalecía en las plazas de Naco y Agua Prieta, inmediatas a la línea divisoria.
En todas partes se combatía. El General Alberto Carrera Torres avanzaba sobre Ciudad Victoria, Tamaulipas, y desde Tula amenazaba tomarla a machete, dinamita y reata. La situación en la península yucateca era enteramente inestable, repitiéndose sin ton ni son, las asonadas. La Secretaría de Guerra continuaba haciendo fuerte labor de obstrucción a las fuerzas del Ejército Libertador del Sur, negándoles pertrechos de guerra.
La batalla de Ramos Arizpe.
En las columnas de esta misma revista publiqué hace algún tiempo, un estudio completo sobre la batalla de Ramos Arizpe en la que las fuerzas de la Convención, a las órdenes del General Felipe Angeles, derrotaron a las fuerzas carrancistas mandadas por los Generales Antonio I. Villarreal y Maclovio Herrera. Por una serie de maniobras del General Angeles, sus fuerzas de caballería y artillería a las órdenes del General Emilio Madero, marcharon por la antigua línea del ferrocarril Coahuila y Pacífico, a la ciudad de Parras, mientras él se movía con todas las tropas de infantería por la línea de Torreón y Monterrey. Villarreal y Herrera se situaron en Paredón primero, y luego en Hipólito. Los trenes de Angeles llegaron al caer la tarde a la Estación Marte, cercana a la de Hipólito. Mandó desplegar unos 800 hombres y al oscurecer hizo ascender todas las infanterías, efectuando una rápida marcha de noche hacia Seguín, en donde debería encontrarse ya el General Madero con todas sus fuerzas. De allí siguieron a General Cepeda; en el amanecer sorprendieron una fuerza carrancista mandada por el General Ignacio Ramos y avanzaron rápidamente sobre Saltillo, que fue evacuada sin combatir, reconcentrándose su guarnición a las órdenes del General Luis Gutiérrez, en Ramos Arizpe, a quince kilómetros al norte de Saltillo.
Mientras Angeles efectuaba todas estas rápidas marchas, las tropas de Villarreal y de Herrera combatían en Estación Hipólito, con un pequeño destacamento villista. Enterados de que el grueso de la columna de Angeles se había situado a su retaguardia y ocupado Saltillo, retrocedieron rápidamente hacia Ramos Arizpe, en donde fueron llegando trenes y más trenes en complejo desorden, a la pequeña estación acabada de mencionar. El día siguiente los atacó Angeles. Los carrancistas, en pleno desconcierto, huyeron a Monterrey. Esta última plaza la ocupó Angeles, sin combatir.
Los resultados de la batalla de Ramos Arizpe.
Como algunos ignorantes han negado el mérito de esta batalla, creo conveniente transcribir aquí, un mensaje enviado de Monterrey por el Capitán Carlos Arango, secretario del General Angeles, y publicado en el diario El Monitor de la ciudad de México, en su edición del 26 del mismo mes. Dice:
Monterrey, vía Parras, enero 22. Son falsas todas las noticias de que me habla. La verdad es la siguiente: primero, el enemigo fue derrotado en General Cepeda, dejando cuatrocientos sesenta prisioneros a quienes se puso en libertad una vez desarmados; segundo, la capital de Coahuila fue evacuada por las fuerzas carrancistas, y ocupada por la División Angeles el día 6 de enero en curso; tercero, el día 7 se presentó el enemigo en Ramos Arizpe, al norte de Saltillo, siendo defendido por los puestos avanzados del General Angeles; cuarto, el día 8 se desarrolló un combate general, de 7:30 a 8:30 de la mañana.
El enemigo fue rechazado rudamente hasta romper su línea, y obligado a retirarse disperso y en desorden. Las tropas del General Angeles avanzaron durante el combate más de veinte kilómetros, apoderándose de los trenes del enemigo, formados por catorce locomotoras y más de noventa carros.
Los carrancistas al abandonar todos sus trenes, les prendieron fuego, perdiéndose unos veinte furgones, y el resto se salvó. El botín consistió en dos millones de cartuchos para fusil, once mil granadas de artillería, vestuarios, armamentos y equipos nuevos; gran cantidad de armas tiradas en buen estado, que se recogieron a los prisioneros, los cuales fueron muchos, y ahora son libres de tomar el camino que gusten y gozan de todas las garantías; las pérdidas de vidas no fueron numerosas para la División Angeles, ignorándose las del enemIgo.
Se lamenta la muerte del General (Martiniano) Servin, que se batió con gran ímpetu y valor, así como la del doctor Flores Treviño. El General Angeles, su Estado Mayor y sus ayudantes, se encuentran sin novedad. Ningún General fue herido, excepto Servín. El lujoso coche especial de ferrocarril que usaba el General Antonio Villarreal, está ahora al servicio del General Angeles y su Estado Mayor. Otro coche especial, igualmente lujoso, que fue capturado, lo usa ahora el Coronel Herón González, jefe del Primer Regimiento de Infantería; quinto, el día 15 por la tarde la División Angeles ocupaba Monterrey, evacuada la víspera.
Los carrancistas, al salir de la ciudad la noche del 14 por vía de pasatiempo, y con música a la cabeza, incendiaron la hermosa estación de los ferrocarriles nacionales. El enemigo está muy desmoralizado y dividido, muy lejos al norte de Monterrey.
Por último, el combate que hubo en la estación de Marte entre la escolta de un tren de reparaciones del General Angeles, y toda la columna enemiga que después atacó Saltillo, tuvo la menor importancia; ocurrió cuando los carrancistas esperaban todo, menos que la División Angeles fuera a medio camino de Marte a Saltillo.
Si lo cree conveniente, publique este telegrama entero. C. Arango.
Inquietudes en la Convención y en el público.
Ya al terminar la primera decena de enero de 1915, la Convención habíase reorganizado. La representación del Ejército Libertador del Sur había sido muy copiosa. Muchos Generales de la División del Norte que habían concurrido personalmente a las sesiones de la asamblea efectuada en Aguascalientes, por encontrarse muchos de ellos a la cabeza de sus tropas, habían designado representantes. En la Convención reinaba la más completa armonía entre los zapatistas y los villistas. El General Roque González Garza, había sido designado Presidente de la Convención y el ameritado General Otilio Montaño, Vicepresidente de la misma.
Sin embargo, el choque registrado entre los Generales Gutiérrez y Villa había trascendido al público, y entre los delegados de la Convención había hecho surgir un sentimiento de desconfianza en la lealtad de Eulalio, y la suspicacia se acrecentaba entre los zapatistas por el hecho notorio de que en la Secretaría de Guerra se ponían miles de trabas para suministrar haberes, provisiones, armas y cartuchos a los soldados del Ejército Libertador del Sur.
Se registraron algunos desmanes cometidos por los soldados y jefes, la mayoría de ellos sin gran importancia. Pero en una ocasión en que el Coronel Carlos Domínguez, Inspector General de Policía, se presentó en el suburbio de la Bolsa, a sofocar una riña entre varios soldados, fue rodeado por otros que salieron de un cuartel inmediato, y llevado preso ante el General zapatista Antonio Barona. Inmediatamente que lo supe, me trasladé al Cuartel de Barona, acompañado por una compañía del Cuerpo de Zapadores, la que dejé a la puerta del mismo. Exigí al jefe zapatista me entregara a Domínguez. El ignorante suriano alegaba que a él le correspondía quebrarlo por haberlo aprehendido.
Salí del Cuartel e hice que la Compañía de Zapadores desarmara a la guardia zapatista de Barona y obligué a éste a entregarme al Inspector General de Policía.
La sospechosa conducta del Presidente Gutiérrez.
La actitud demasiado ambigua del Presidente Gutiérrez daba lugar a muchas suspicacias. Al recogerse el archivo del General Antonio I. Villarreal en Ramos Arizpe, se hallaron documentos que probaban la convivencia entre éste y Eulalio. La Convención se congregó en una sesión secreta que duró toda la noche y en ella se habló de la conveniencia de que la misma asamblea, en acatamiento a lo dispuesto en Aguascalientes, debería estudiar la conveniencia de proceder desde luego a la ratificación o rectificación de la designación de Eulalio Gutiérrez como Presidente de la República. Los zapatistas se inclinaban por la medida del nombramiento inmediato de otro Encargado del Poder Ejecutivo. Los de la División del Norte sugerimos que se aplazara por unos cuantos días más el asunto.
Mientras tanto, en las sesiones públicas de la Convención, se aprobaba el establecimiento del sistema parlamentario, con Ministros responsables y no simples refrendarios de los acuerdos presidenciales. Y se autorizaba a la Convención y a los congresos que deberían sucederla a destituir a todos los Presidentes que no cumplieran con su deber. El autor de este proyecto de ley y el que lo sostuvo con gran energía en la tribuna, fue el licénciado don Antonio Díaz Soto y Gama.
A Eulalio no le agradaba la implantación del sistema parlamentario y lo consideraba como una amenaza y hasta como un agravio a su investidura. Sin embargo, casi todos los días aparecían declaraciones conciliadoras suyas, en las que aseguraba que todo andaba muy bien y que él mantenía cordialísimas relaciones con los Generales Villa y Zapata.
La fuga del Presidente Gutiérrez.
A las 3:30 de la mañana del 16 de enero de 1915, el Presidente Gutiérrez abandonó la capital de la República acompañado por algunas tropas. En las primeras horas de la noche anterior, el que esto escribe, que era Gobernador del Distrito Federal, estuvo conversando con Eulalio más de media hora. Le dije que contra la oposición de algunos zapatistas, era seguro que lograríamos que la Convención ratificara su nombramiento presidenciaL Agregué que considerábamos perjudicial cualquier cambio en aquellos momentos de intensa lucha. El Presidente rió de buena gana cuando comenté que los periódicos de ese mismo día habían publicado unas declaraciones autógrafas suyas, escritas de su puño con excelente caligrafía y sin una sola falta de ortografía. Y agregué:
Al hablar echas muchos cuatros. Dices: sintemos, truje, juyeron, y al escribir lo haces como un bachiller en letras.
Es que a mí -contestó con una risa amplia- me gusta navegar con bandera de pen ...
Me despedí, convencido de que nuestro Presidente era un socarrón de primer orden.
El día siguiente fui despertado en la madrugada por una llamada telefónica. El ayudante de guardia en el Gobierno del Distrito me comunicó que habían sido retiradas las guardias del Palacio Nacional y que se veía gran movimieríto de tropas por el rumbo de Peralvillo.
Eran las 3 de la mañana. Me levanté para dirigirme al Palacio de Gobierno, pero al pasar por la bocacalle de Uruapan vi muchos autos con los faros encendidos frente a la casa del General José Isabel Robles, Secretario de Guerra. Me pareció conveniente entrevistarlo.
Salía de la puerta de su casa para abordar un automóvil. Lo saludé y él se desconcertó.
¡Qué sucede! -pregunté.
Villa nos comió el mandado a Eulalio y a mí. Descubrió nuestros tratos con Obregón y si nos encuentra aquí, nos fusila. Nos vamos para Pachuca. Súbase y le cuento -enseñándome un telegrama que hoy en la noche recibió del General Villa.
¿Qué dice?
Que me eche a Eulalio en caso de que esté en tratos con Obregón.
Y, dirigiéndose al chofer, gritó:
Pícale.
Tras el auto de Robles marcharon otros cuatro automóviles.
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