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Capítulo 65

La ocupación de la ciudad de México por las fuerzas del General Alvaro Obregón y la ofensiva contra el clero y contra los comerciantes.

Seguimos hasta su final desenlace, enteramente desdichado, la azarosa peregrinación del General Eulalio Gutiérrez hacia el Norte, en la cual, abandonado por todos los que lo siguieron en su aventura y herido en una emboscada, acabó por amnistiarse ante los Generales de don Venustiano Carranza, sin que el General Alvaro Obregón y otros muchos que le habían ofrecido ponerse a sus órdenes, cuando desconociera al General Francisco Villa, cumplieran sus promesas. Ya hemos visto cómo la Convención destituyó al General Gutiérrez y designó en su lugar al General Roque González Garza.

El informe del nuevo Presidente

Designado el 16 de enero de 1915, el General González Garza para su puesto de grandÍsima responsabilidad, envió las fuerzas de la División del Norte que se encontraban en la capital, en persecución del General Gutiérrez y de las tropas que lo acompañaban. Sólo guarnecían la capital de la República contingentes no muy numerosos de fuerzas del Ejército Libertador del Sur, mal armados y con escasas municiones que siempre les habían sido escatimadas por la Secretaría de Guerra, seguramente por instrucciones expresas del General Gutiérrez. Sabíase que el General Obregón avanzaba desde la ciudad de Puebla y que las fuerzas zapatistas retrocedían, casi sin oponer resistencia.

Y el Presidente González Garza se presentó ante la Convención el día 25 de enero y habló con entera franqueza y gran claridad sobre la situación. Expresó:

Ya es tiempo de que el pueblo sepa la verdad y no se le engañe: la verdad debe resplandecer en el Gobierno y yo no quiero ocultaros que las fuerzas convencionistas han sufrido un revés. Estas fuerzas no pudieron resistir el avance de las tropas del General carrancista Diéguez y del General Murguía, que se le unió a inmediaciones de Guadalajara. Mi Gobierno confía en que, en vista de este fracaso, se reunirán prontamente tropas y se recuperará la capital tapatía.

Me es penoso -agregó- informar a ustedes que no sé a qué atenerme en lo que se refiere a Puebla, pues mientras el General Palafox me informa que todo va bien, la verdad es que, las informaciones particulares que tengo son distintas. Y esta es la verdad, que no me causa rubor decir: las fuerzas del Sur, en las cuales el Ejecutivo se apoya por acuerdos que tomó esta Convención, no se hallan acostumbradas a luchar a campo abierto. ¡El enemigo avanza, avanza, avanza ...!

Evacuación de la ciudad de México.

Puede decirse que pocas horas después, en la noche del 25 de enero, se inició la evacuación de la ciudad de México por las fuerzas zapatistas. Grupos numerosos de soldados, casi todos vestIdos de manta y calzados con huaraches, marchaban apresuradamente por las calles que se dirigían al sur y al oriente. Por las principales avenidas veíanse coches de sitio, tirados y empujados por varios individuos. Los soldados que salían de la capital por la fuerza se apoderaban de todos los caballos para efectuar sus retiradas con mayor prisa. Y el espectáculo de carretelas tiradas por seres humanos, constituía el mejor síntoma y también el más seguro anuncio de que se estaba efectuando una evacuación.

Las tropas zapatistas con el personal del Gobierno, se dirigían a Tacubaya, San Angel, Contreras, Tlalpan, Xochimilco, para seguir por las estribaciones de la serranía del Ajusco, hasta Cuernavaca y el agro de Morelos. El General Obregón, con sus tropas, se aproximaba a la capital.

La entrada de las fuerzas carrancistas.

Sin embargo, la entrada de las fuerzas adictas a Carranza no se efectuó sino hasta el día 28 de enero. Todo el comercio de la capital cerró sus puertas. Cuando Obregón, a la cabeza de sus soldados, desfilaba por las calles de Seminario, fue tiroteado desde las torres de la Catedral. Salvo este incidente, la ocupación de la capital fue del todo incruenta.

Obregón pretendió alojarse en el palacio Braniff, situado en el Paseo de la Reforma, pero se encontró con las puertas cerradas y en ellas los sellos de la representación diplomática del Brasil, por lo cual hubo de alojarse en un hotel de la Avenida Juárez. En su entrada no hubo repiques de campanas ni gritos de entusiasmo. Desde luego dispuso que los billetes resellados por el Gobierno de la Convención, fueran retirados de la circulación, medida que causó gran descontento entre los comerciantes y principalmente, entre las clases menesterosas.

La situación se hizo desesperada porque los zapatistas cortaron el agua que tenía su origen en Xochimilco y, dominando todas las entradas a la capital, impedían la entrada de carbón y leña, que eran casi los únicos combustibles que entonces se usaban. La ciudad de México comenzó a sufrir los rigores del hambre. Además se registraban combates diarios en las goteras de México y no era remoto presenciar una ofensiva zapatista que iniciada en Contreras, hacía que las fuerzas carrancistas se replegaran hasta Chapultepec y que al día siguiente era contestada por una contraofensiva de los soldados subordinados de Obregón, que obligaban a los zapatistas a replegarse hasta las faldas del Ajusco. Los mismos escarceos bélicos se registraban por los rumbos del canal de la Viga y de la barriada de San Lázaro.

Ofensiva de Obregón contra el clero.

El caudillo sonorense, sumamente nervioso por la oposición que él creía encontrar en la capital, inició una serie de represalias, que hicieron que los capitalinos suspiraran por el inmediato regreso de Villa y de Zapata a la ciudad de México. El 12 de febrero impuso una contribución de guerra de medio millón de pesos al clero capitalino, cantidad que sería destinada con la intervención de la Junta Revolucionaria de Auxilios al Pueblo, presidida por el ingeniero Alberto J. Pani, el Dr. Atl y Juan Chávez, para atenuar el hambre del pueblo. Se comunicó este acuerdo al canónigo doctor Antonio de J. Paredes, a quien se le concedió un perentorio plazo de cinco días para entregar la cantidad citada.

Además dispuso el General Obregón que los templos de la Concepción, Santa Brígida y el Colegio Josefino, fueran entregados a los individuos de la Casa del Obrero Mundial, entrega que se efectuó en medio del más grande escándalo y que provocó ruidosas manifestaciones contra el que la había dictado.

Habiendo transcurrido el tiempo sin que se hiciera la entrega del medio millón de pesos exigido por el General Obregón, éste giró al doctor Paredes un citatorio urgente para que se presentara en la Comandancia Militar el 19 de febrero, en unión de todos los miembros del clero residente en la capital. Habiendo manifestado que no podían entregar la cantidad que se les pedía, ese mismo día y en ese mismo lugar, quedaron presos: además del canónigo Paredes, ciento diecisiete sacerdotes mexicanos, treinta y tres españoles, diez italianos, tres franceses, dos alemanes, un polaco, un sirio y un argentino, El día siguiente fueron puestos en libertad los clérigos extranjeros con la condición de que deberían abandonar inmediatamente el país.

El General Obregón ni siquiera ahorró el escarnio a los sacerdotes prisioneros. Les mandó hacer un reconocimiento médico y según el certificado expedido, muchos de ellos resultaron con enfermedades vergonzosas. Después fueron embarcados con rumbo a Veracruz, en jaulas de ganado.

Ofensiva contra los comerciantes.

Al mismo tiempo, el propio General Obregón decretó que los almacenistas y comerciantes de artículos de primera necesidad, deberían entregar en un plazo perentorio, el diez por ciento de sus existencias en aquella fecha y de todos los artículos que en lo sucesivo introdujeran a la plaza. Los comerciantes se reunieron y la decisión entre los extranjeros, que constituían una mayoría, fue la de invocar la protección de los respectivos agentes consulares y representantes diplomáticos. Y todos los comercios cerraron sus puertas y sellaron con papeles firmados por los Cónsules y muchos cubrieron las entradas con las banderas de los respectivos países.

Sintiéndose burlado el General Obregón, expidió otro decreto como General vencedor en país conquistado, fijando un plazo de 48 horas a todos los comerciantes para que entregaran el diez por ciento señalado, bajo la amenaza de la confiscación total de las existencias en caso de falta de cumplimiento. Todavía decretó una contribución extraordinaria sobre capitales, hipotecas, predios, profesiones, ejercicios lucrativos, derechos de patente, impuestos de aguas, pavimentos, atarjeas, carros, carruajes, automóviles, bicicletas y casas de empeño.

Como nadie se presentara a pagar, citó a los principales comerciantes y banqueros a una junta que debería celebrarse en el Teatro Hidalgo, el 4 de marzo, a las 10 de la mañana.

Una junta con asistencia de soldados Yaquis.

A las 10 de la mañana estaban reunidos en el Teatro Hidalgo, más de cuatrocientos comerciantes, industriales y banqueros. Pero en el salón y en las afueras había muchos soldados yaquis. Puntualmente llegó el caudillo sonorense. Uno de los miembros de la junta informó sobre el poco éxito de sus gestiones para cumplimentar el decreto del General Obregón y manifestó que lo consideraban inmoral porque tenía el precedente de que tratándose de hacer una obra de caridad se pretendiera emplear la presión oficial.

Obregón interrumpió indignado que él era el responsable de sus actos. Increpó a los que cerraban egoístamente sus bolsillos y permanecían sordos a los lamentos del pueblo que pedía pan. Agregó que si a él sus hijos se lo pidieran y careciera de dinero para comprarlo, sería capaz de arrebatarlo puñal en mano a los favorecidos de la fortuna. Mandó que salieran del salón todos los extranjeros y a los que permanecieron allí les hizo saber que quedaban detenidos hasta que entregaran la contribución extraordinaria y advirtiéndoles que si el pueblo se amotinaba por la falta de víveres y trataba de tomarlos donde los hubiera, él no intervendría para evitarlo. Aquellos remisos mercaderes fueron obligados a barrer las calles capitalinas. Y el 7 de marzo la Legación de Brasil entregó una nota al General Obregón en que le hacía saber a nombre del Gobierno de los Estados Unidos, que los haría responsables a él y a don Venustiano Carranza de los atentados que pudieran sobrevenir a consecuencia de sus prédicas disolventes, que no eran otra cosa que incitaciones al saqueo.

Obregón y sus fuerzas evacuaron la ciudad de México el 10 de marzo, dejando un tristísimo recuerdo. Carranza, para evitar dificultades con el Gobierno norteamericano, obligó a su impulsivo subordinado a salir de la capital.

La Asamblea Revolucionaria en Cuernavaca y su retorno a la ciudad de México.

El Gobierno de la Convención y los miembros de ésta se trasladaron a la ciudad de Cuernavaca. Ahí siguieron discutiendo los miembros de la asamblea el Plan de Reformas Sociales y el General González Garza dispuso que las fuerzas zapatistas hostilizaran a las tropas del General Obregón que ocupaban la ciudad de México. Inmediatamente después de la evacuación de las fuerzas carrancistas, los soldados de la convención volvieron a la capital de la República.

El General González Garza con los miembros de su gabinete y los de la Convención, regresaron a la ciudad de México el 12 de marzo. La situación era angustiosa. Un testigo presencial, el señor José G. Nieto, escribió: A la salida del General Obregón, la capital quedó en una situación deplorable. Reinaba la miseria más espantosa. Todas las fuentes de trabajo habíanse paralizado. Escaseaban casi totalmente los alimentos de primera necesidad; y sobre todo para las clases populares, la vida se había hecho en extremo difícil ...

Las tropas del Ejército Libertador del Sur fueron recibidas con manifestaciones de aprecio por parte de los capitalinos.

Pero desdichadamente, ya desde su estadía en Cuernavaca, advertíase un distanciamiento entre los elementos del Norte y los deI Sur. Apenas efectuado el retorno a la capital, se reanudaron las hostilidades con la exigencia por parte de la Convención, de que el Presidente González Garza presentara a la asamblea, en un plazo perentorio, una lista de las personas que deberían integrar su gabinete. González Garza pretendió cortar por lo sano y urgió la necesidad de una entrevista con el General Zapata, que se encontraba en el pueblo de Los Reyes, a la mitad del camino entre la capital y Texcoco, adonde se trasladó el joven Presidente en compañía de un ayudante.

Allí convenció a Zapata de que era necesario que lo acompañara a la capital y en el Palacio Nacional convinieron en que la lista de colaboradores del Ejecutivo debería formarse del siguiente modo:

Relaciones, licenciado Miguel Díaz Lombardo; Gobernación, Francisco Lagos Cházaro; Justicia, licenciado Miguel Mendoza López; Instrucción Pública, profesor Otilio Montaño; Fomento, ingeniero Valentín Gama; Comunicaciones, licenciado Francisco Escudero; Guerra, General Francisco V. Pacheco; Agricultura, General Manuel Palafox.

Las disensiones parecían haber amainado, pero la tregua sólo fue temporal.


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