Índice de Congreso anarquista de Amsterdam de 1907 | Décima sesión | Duodécima sesión | Biblioteca Virtual Antorcha |
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UNDÉCIMA SESIÓN
Jueves 29 de agosto - Sesión de la tarde.
En cuanto se abre la sesión, Emma Goldman da lectura a una resolución a favor de la revolución rusa, propuesta por los camaradas Rogdaëff, Wladimir Zabrejneff, conjuntamente con Goldman, Cornelissen, Baginsky, Peter Mougnitch, Luigi Fabbri y Malatesta. He aquí esta resolución que fue naturalmente votada por unanimidad (1):
Considerando:
a) que con el desarrollo de la revolución rusa, se nota cada vez más que el pueblo ruso -el proletariado de las ciudades y del campo- nunca estará satisfecho con la vana libertad política; que exige la supresión completa de la esclavitud económica y política y emplea los mismos métodos de lucha, los cuales, desde hace mucho tiempo, ya son propagados por los anarquistas, como los únicos eficaces; que no espera nada de arriba, sino que se esfuerza por lograr la realización de sus exigencias por la acción directa;
b) Que la revolución rusa no sólo tiene una importancia local o nacional, sino que el porvenir más próximo del proletariado internacional depende de ella;
c) Que la burguesía del viejo y del nuevo mundo se ha unido para defender sus privilegios con el fin de retrasar la hora de su aniquilamiento y ha proporcionado la ayuda material y moral al apoyo más poderoso de la reacción -el gobierno del zar-, al que, para perjuicio del pueblo ruso, sostiene con dinero y municiones;
d) Que en el momento crítico siempre está lista para prestarle ayuda con sus cañones y sus fusiles (así es el caso de los gobiernos de Austría y de Alemania);
e) Que el apoyo intelectual se traduce por el completo silencio que se hace sobre la lucha llevada a cabo por el pueblo ruso, así como sobre todas las brutalidades de la autocracia.
El Congreso constata: que los proletarios de todos los países deben oponer la más enérgica acción emanando de la Internacional Anarquista obrera a todas las agresiones de la Internacional Amarilla compuesta por los capitalistas unidos, por los gobiernos de todo tipo: monárquicos-constitucionales y republicanos-democráticos; con esta acción darán la prueba de su solidaridad al proletariado ruso en rebeldía. En su propio interés, bien entendido, debe rehusarse categóricamente a todos los intentos que fueran emprendidos para ahogar las huelgas y las insurrecciones en Rusia. El proletariado extranjero en uniforme nunca debe dar la mano a una acción cualquiera dirigida contra su hermano ruso. Si el proletariado industrial, en el momento de una huelga en Rusia, no tuviera la posibilidad de declarar una huelga general en el ramo correspondiente, a raíz de las condiciones locales, debería entonces recurrir a los demás medios de lucha, al sabotaje, a la destrucción o al deterioro de los productos enviados al enemigo común, a la destrucción de las vías de comunicación, de los ferrocarriles, de las barcos, etc.
El Congreso recomienda con insistencia a todos aquellos que comparten su punto de vista, realizar la más amplia propaganda a favor de todos los medios por los cuales se podría ayudar y apoyar a la Revolución rusa.
Luego se regresa a la discusión relativa a la huelga general y al sindicalismo. Christian Cornelissen es el primero en tomar la palabra.
Christian Cornelissen. No creo que anarquistas puedan desaprobar en algo el discurso de Monatte. Sin embargo, hay que convenir que éste ha hablado demasiado únicamente como militante sindicalista y que, desde nuestro punto de vista anarquista, su discurso necesitaría ser completado.
Como anarquistas, es nuestro deber sostener tanto al sindicalismo como a la acción directa, pero bajo una condición: que sean revolucionarios en su finalidad, que no dejen de apuntar hacia la transformación de la sociedad actual en una sociedad comunista y libertaria.
No nos disimulemos que el sindicalismo, por una parte, la acción directa por otra, no son siempre y forzosamente revolucionarios. Se les puede emplear también con una finalidad conservadora, posiblemente reaccionaria. Así los diamanteros de Amsterdam y de Amberes han mejorado en mucho sus condiciones de trabajo sin recurrir a los medios parlamentarios, por la sola práctica de la acción sindical directa. Ahora bien, ¿que és lo que vemos? Los diamanteros hicieron de su corporación una especie de casta cerrada, alrededor de la cual han levantado una verdadera muralla china. Han restringido el número de aprendices y se oponen a que antiguos diamanteros regresen a su oficio abandonado. ¡No podemos aprobar estas prácticas!
Por lo demás, no son particulares a Holanda o a Bélgica. En Inglaterra, en los Estados Unidos, las trade-unions, ellas también, han practicado largamente la acción directa. Por la acción directa, han creado en sus adherentes una condición privilegiada; impiden a los obreros extranjeros trabajar incluso cuando estos obreros son sindicalizados; compuestas de obreros cualificados, incluso se les ha visto a veces oponerse a los movimientos intentados por los peones, los no cualificados. Tampoco podemos aprobar esto.
Asímismo, cuando los tipógrafos de Francia y de Suiza rechazaron trabajar con mujeres, no podemos aprobarlos. Si actualmente, una guerra amenaza entre los Estados Unidos y el Japón, la falta no recaería en los capitalistas o en los burgueses americanos; incluso éstos sacarían más provecho explotando a los obreros japoneses que a los obreros americanos. No, serían los mismos obreros americanos quienes desencadenarían la guerra oponiéndose violentamente a la importación de mano de obra japonesa.
Finalmente, existen ciertas formas de acción directa que no debemos cesar de combatir: por ejemplo, las que se oponen a la introducción del maquinismo (linotipo, elevadores), es decir al perfeccionamiento de la producción por el perfeccionamiento de la maquinaria.
Me reservo formular estas ideas en una moción que dirá cuales formas de sindicalismo y de acción directa pueden sostener los anarquistas.(2).
Luego, la palabra es dada al compañero Malatesta que va a pronunciar, en respuesta a Monatte, uno de sus más vigorosos discursos. Un gran silencio se observa en la sala en cuanto comienza a hablar el viejo revolucionario, cuya ruda y franca manera de expresarse es unanimemente querida.
Errico Malatesta. Quiero declarar en seguida que sólo desarrollaré aquí las partes de mi pensamiento sobre las cuales estoy en desacuerdo con los oradores anteriores, y muy particularmente con Monatte. Actuar de otra manera sería infligirles repeticiones ociosas que uno puede permitirse en los mítines, cuando se habla ante un público de adversarios o de indiferentes. Pero aquí, estamos entre camaradas, y ciertamente ninguno de ustedes, al oirme criticar lo que hay de criticable en el sindicalismo, no se verá inducido a tomarme por un enemigo de la organización y de la acción de los trabajadores; o entonces significaría que no me conoce del todo.
La conclusión a la que ha llegado Monatte, es que el sindicalismo es un medio necesario y suficiente de revolución social. En otros términos, Monatte declaró que el sindicalismo se basta a sí mismo. He aquí, a mi parecer, una doctrina radicalmente falsa. Combatir esta doctrina será el objeto de este discurso.
El sindicalismo o más exactamente el movimiento obrero (el movimiento obrero es un hecho que nadie puede ignorar, mientras que el sindicalismo es una doctrina, un sistema, y debemos evitar confundirlos) el movimiento obrero, digo yo, siempre ha encontrado en mí un defensor absoluto, más no ciego. Veía yo en él un terreno particularmente propicio para nuestra propaganda revolucionaria, al mismo tiempo que un punto de contacto entre las masas y nosotros. No necesito insistir al respecto. Se me debe esta justicia que nunca fuí parte de estos anarquistas intelectuales, que, cuando la vieja Internacional fue disuelta, se han voluntariamente encerrado en la torre de marfil de la especulación pura; que no he dejado de combatir, en donde la encontraba, en Italia, en Francia, en Inglaterra y en otras partes, esta actitud de aislamiento altanero, ni de empujar de nuevo a los compañeros en esta vía que los sindicalistas, olvidando un pasado glorioso, llaman nueva, pero que los primeros anarquistas ya habían vislumbrado y perseguido, en la Internacional.
Quiero, hoy como ayer, que los anarquistas entren en el movimiento obrero. Hoy como ayer, soy un sindicalista, en el sentido de que soy partidario de los sindicatos. No estoy pidiendo sindicatos anarquistas que legitimarían, de inmediato sindicatos socialdemocráticos, republicanos, realistas u otros y podrían servir, a lo sumo, para dividir más que nunca a la clase obrera contra sí misma. Ni siquiera quiero sindicatos llamados rojos, porque no quiero sindicatos amarillos. Quiero al contrario sindicatos ampliamente abiertos a todos los trabajadores sin distinción de opiniones, sindicatos absolutamente neutros.
Por lo tanto estoy por la participación más activa posible en el movimiento obrero. Pero lo estoy ante todo en el interés de nuestra propaganda cuyo campo se encontraría así considerablemente ensanchado. Sólo que esta participación no puede para nada equivaler a renunciar a nuestras más queridas ideas. En el sindicato, debemos seguir siendo anarquistas, con toda la fuerza y toda la amplitud de este término. El movimiento obrero, para mí, es sólo un medio, -el mejor evidentemente de todos los medios que nos son ofrecidos. Este medio, rehuso tomarlo como objetivo, e incluso ya no lo quisiera si debiera hacernos perder de vista el conjunto de nuestras concepciones anarquistas, o más simplemente los otros medios nuestros de propaganda y de agitación.
Los sindicalistas, al contrario, tienden a convertir el medio en un fin, a tomar la parte por el todo. Y es así que, en la mente de algunos de nuestros camaradas, el sindicalismo está volviéndose una doctrina nueva y amenaza al anarquismo en su existencia misma.
Sin embargo, aunque se ponga el epíteto bien inútil de revolucionario, el sindicalismo no es y nunca será más que un movimiento legalitario y conservador, sin ninguna otra finalidad accesible -¡y eso es mucho!- que el mejoramiento de las condiciones de trabajo. No buscaré otra prueba que la que nos es ofrecida por las grandes uniones norteamericanas. Después de haber mostrado un revolucionarismo radical, en los tiempos en los que aún eran débiles, estas uniones se han convertido, a medida que crecían en fuerza y en riqueza, en organizaciones netamente conservadoras, unicamente dedicadas en convertir a sus miembros en los privilegiados de la fábrica, del taller o de la mina y mucho menos hostiles al capitalismo patronal que a los obreros no-organizados, a este proletariado en harapos desanimado por la socialdemocracia. En efecto, este proletariado siempre creciente de los sin-trabajo, que no cuenta para el sindicalismo, o más bien que sólo cuenta para él como obstáculo, no podemos olvidarlo, nosotros los anarquistas, y debemos defenderlo porque es él que más sufre.
Lo repito: es preciso que los anarquistas vayan a las uniones obreras. Primero para hacer ahí propaganda anarquista; luego porque es el único medio para nosotros de tener a nuestra disposición, el día requerido, grupos capaces de tomar en sus manos la dirección de la producción; debemos ir ahí finalmente para reaccionar enérgicamente contra esta detestable mentalidad que fomenta en los sindicatos el defender intereses particulares y nada más que eso.
El error fundamental de Monatte y de todos los sindicalistas revolucionarios proviene, a mi parecer, de una concepción mucho más simplista de la lucha de clase. Es la concepcion según la cual los intereses económicos de todos los obreros -de la clase obrera- serían solidarios, la concepción según la cual bastaría que los trabajadores tomasen en sus manos la defensa de sus intereses propios para defender al mismo tiempo los intereses de todo el proletariado contra la patronal.
La realidad es, para mí, muy diferente. Los obreros, como los burgueses, como todo el mundo, sufren esta ley de competencia universal que deriva del régimen de la propiedad privada y que sólo se extinguirá con éste. No hay entonces clases, en el sentido propio del término, puesto que no hay intereses de clase. En el seno de la clase obrera misma, existen, como entre los burgueses, la competencia y la lucha. Los intereses económicos de tal categoría obrera están irreductiblemente en oposición con los de otra categoría. Y vemos a veces que economica y moralmente ciertos obreros están mucho más cerca de la burguesía que del proletariado. Cornelissen nos dió ejemplos de este hecho tomados en la misma Holanda. Existen otros. No necesito recordarles que, muy a menudo, en las huelgas, los obreros emplean la violencia... ¿contra la policía o los patrones? De ninguna manera: contra los kroumirs (3) que sin embargo son tan explotados como ellos y aun más desgraciados, aunque los verdaderos enemigos del obrero, los únicos obstáculos a la igualdad social, sean los policías y los patrones.
Sin embargo, entre los proletarios, la solidaridad moral es posible, a falta de solidaridad económica. Los obreros que se limitan a defender sus intereses corporativos, no la conocerán, pero nacerá en el momento en que una voluntad común de transformación social haya hecho de ellos hombres nuevos. La solidaridad, en la sociedad actual, sólo puede ser el resultado de la comunión en el seno del mismo ideal. Ahora bien, corresponde a los anarquistas despertar en los sindicatos el ideal, orientándoles poco a poco hacia la revolución social, -con el riesgo de perjudicar a estas ventajas inmediatas a las que hoy los vemos tan aficionados.
Que la acción sindical conlleva peligros, esto es lo que ya no hay que pensar en negar. El mayor de estos peligros está ciertamente, en la aceptación de funciones sindicales por el militante, sobre todo cuando éstas son remuneradas. Regla general: ¡el anarquista que acepta ser el cuadro permanente y asalariado de un sindicato está perdido para la propaganda, perdido para el anarquismo! A partir de ese momento está al servicio de quienes le retribuyen y como, aquellos no son anarquistas, el cuadro asalariado, colocado entonces entre su consciencia y su interés, o seguirá su conciencia y perderá su cargo, o bien seguirá su interés y entonces, ¡adiós al anarquismo!
El cuadro representa en el movimiento obrero un peligro que sólo es comparable con el parlamentarismo; uno y otro llevan a la corrupción y de la corrupción a la muerte, ¡poco falta!
Y ahora, pasemos a la huelga general. En lo que me concierne, acepto el principio de ésta que propago tanto como puedo desde hace años. La huelga general siempre me pareció un medio excelente para abrir la revolución social. Sin embargo, guardémonos de caer en la ilusión nefasta de que con la huelga general, la insurrección armada se vuelve pleonasmo.
Se pretende que al detener brutalmente la producción, los obreros en algunos días harán padecer hambre a la burguesía que, muriéndose de inanición, estará obligada en capitular. No puedo concebir absurdo más grande. Los primeros en morirse de hambre, en época de huelga general, no serían los burgueses que disponen de todos los productos acumulados, sino los obreros que sólo tienen su trabajo para sobrevivir.
La huelga general tal como nos la han descrito de antemano es pura utopía. O el obrero, muriéndose de hambre después de tres días de huelga, regresará al taller, cabizbajo, y sumaremos una derrota más. O querrá apropiarse a la fuerza los productos. ¿A quien encontrará ante él para impedírselo? Soldados, gendarmes, si no es que los mismos burgueses, y entonces se tendrá que resolver el asunto con fusilazos y bombas. Será la insurrección, y vencerá el más fuerte.
Preparémonos entonces a esta insurrección inevitable, en vez de limitarnos a preconizar la huelga general, como una panacea a la que se recurre para curar todos los males. Que no se objete que el gobierno está armado hasta los dientes y siempre será más fuerte que los revoltosos. En Barcelona, en 1902, la tropa no era numerosa. Pero no se estaba preparado para la lucha armada y los obreros, sin entender que el poder político era el verdadero adversario, enviaban delegados al gobernador para pedirle que doblegue a los patrones.
Además, la huelga general, incluso reducida a lo que realmente es, es una más de estas armas de doble filo que sólo hay que emplear con mucha prudencia. El servicio de las subsistencias no sabría admitir una suspensión prolongada. Habría entonces que apropiarse por la fuerza los medios de aprovisionamiento, y ello, en seguida, sin esperar que la huelga se haya convertido en insurrección.
Entonces no es tanto invitar a los obreros a cesar el trabajo; es más bien que lo prosigua por cuenta propia. A falta de eso, la huelga general se transformaría rápidamente en hambruna general, aunque se haya sido bastante enérgico para apropriarse de inmediato todos los productos acumulados en las tiendas. En el fondo, la idea de huelga general tiene su origen en una creencia entre todas errónea: es la creencia de que con los productos acumulados por la burguesía, la humanidad podría consumir, sin producir, durante no sé cuantos meses o años. Esta creencia ha inspirado autores de dos folletos de propaganda publicados hace unos veinte años: Les produits de la Terre y Les produits de l'Industrie (4), y estos folletos han hecho, a mi parecer, más bien que mal. La sociedad actual no es tan rica como se cree. Kropotkin ha demostrado en alguna parte que suponiendo un brusco detenimiento de la producción, Inglaterra sólo tendría un mes de víveres; Londres sólo tendría suficiente para tres días. Yo sé que hay el fenómeno muy conocido de sobreproducción. Pero toda sobreproducción tiene su correctivo inmediato en la crisis que vuelve a poner pronto el orden en la industría. La superproducción no es nunca más que temporal y relativa.
Hay que concluir ahora. Antaño deploraba que los compañeros se aislasen del movimiento obrero. Hoy deploro que muchos de nosotros, cayendo en el exceso contrario, se dejan absorber por este mismo movimiento. Una vez más, la organización obrera, la huelga, la huelga general, la acción directa, el boicot, el sabotaje y la misma insurrección armada, no son más que medios. La anarquía es el fin. La revolución anarquista que queremos sobrepasa por mucho los intereses de una clase: se propone la liberación completa de la humanidad actualmente sojuzgada, en los tres aspectos: económico, político y moral. Guardémonos entonces de todo medio de acción unilateral y simplista. El sindicalismo, medio de acción excelente en razón de las fuerzas obreras que pone a nuestra disposición, no puede ser nuestro único medio. Y aún menos debe hacernos perder de vista el único fin que valga un esfuerzo: ¡la Anarquía!
La sesión es levantada a las 6 h 30.
(1).- El texto es él que fue publicado por el Buró internacional. Sin embargo, creimos necesario hacerle algunas correcciones gramaticales.
(2).-Véase los tres primeros párrafos de la resolución Cornelissen-Vohryzek-Malatesta.
(3).-En Italia y en Suiza, se llama así a los esquiroles, aquellos que trabajan cuando está la huelga declarada.
(4).- Ginebra, 1885, y París, 1887. Estos folletos, atribuidos a Eliseo Reclus, son la obra de uno de sus colaboradores suizos, actualmente retirado del movimiento.
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