Índice de Anales mexicanos de Agustín RiveraANALES DEL SEGUNDO IMPERIO - AÑO 1867 - Primera parteANALES DEL SEGUNDO IMPERIO - AÑO DE 1867 - Tercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

ANALES DEL SEGUNDO IMPERIO

1867

SEGUNDA PARTE

Agustín Rivera


Mayo 15.

Ocupación de Querétaro. Zamacois, en las págs. 1,332 y siguientes, dice:

El individuo a quien el general en jefe republicano había confiado la empresa de hacerse dueño del punto, fue el general don Francisco A. Vélez ... Se pusieron a sus órdenes los excelentes batallones denominados Supremos Poderes y Nuevo León. Se dirigió con las precauciones debidas, seguido del general don Feliciano Chavarría, del joven coronel don José Rincón (Gallardo), de don Agustín Lozano, coronel también, así como otros jefes de los batallones referidos, al sitio de que debía hacerse dueño ... Eran como las dos de la madrugada, cuando guardando el mayor silencio posible y favorecido por la intensa obscuridad que reinaba, penetró en la huerta de la Cruz por la cañonera derecha de la barda izquierda, de que se había hecho retirar la pieza de artillería que allí había estado situada, por hacer parte de las que debían formar la batería de ataque, en la salida que se había proyectado verificar (1). Una vez dentro de la fortaleza la tropa republicana, la ocupación de los diversos puntos de ella en que había alguna guardia, fue cosa que se ejecutó fácilmente. Nadie desconfiaba de don Miguel López, y siendo además jefe de la línea, no podía llamar la atención de que nadie que transitara en el interior del perímetro al frente de las tropas que se habían introducido, y mucho menos cuando no tenía motivo para sospechar que perteneciesen al ejército republicano. Conducidos, pues, los batallones Supremos Poderes y Nuevo León por don Miguel López, todas las guardias imperialistas fueron relevadas por fuerzas liberales, sin que aquéllas maliciasen la más leve cosa, puesto que el relevo lo mandaba el mismo jefe encargado del punto. Por la manera de que se valió para hacerse de la plataforma en que se hallaba el subteniente de artillería don Alberto Hans, podrá el lector figurarse cómo se haría de los demás puntos de los parapetos, custodiados por cortas fuerzas que se juzgaban en el deber de obedecer sus órdenes. La noche era bastante fresca y la obscuridad apenas permitía distinguir los objetos. El joven subteniente D. Alberto Hans, para vencer el sueño, según él mismo dice en una obra sobre los acontecimientos de Querétaro, se puso a pasear sobre la plataforma. Después, viendo que no tardaría mucho en amanecer, se sentó en la cureña de una pieza de 8, embozándose en una manta, que en México tienen el nombre de sarape. De repente, le pareció oír pasos de algunos que se dirigían rápidamente hacia la plataforma, y a poco se presentó a su vista el coronel don Miguel López, a quien reconoció por su vistoso uniforme bordado de plata que usaba. El joven subteniente le saludó. Don Miguel López, mostrándole entonces la tropa que con él iba, le dijo con precipitación: Aquí está un refuerzo de infantería; despierte usted inmediatamente a sus artilleros; mande usted retirar esta pieza de su tronera y oblícuela usted a la izquierda, pero pronto. Don Alberto Hans, pensando que había llegado el momento de la salida, despertó inmediatamente a los artilleros; pero no habiéndose levantado el sargento Guzmán, que era anciano y estaba algo enfermo, con la prontitud que don Miguel López anhelaba, le reprendió éste ásperamente hasta que le vio en pie. Entonces reiteró sus órdenes al subteniente Hans y partió precipitadamente, dejando el pelotón de infantería que había llevado, el cual estaba mandado por un oficial. El joven subteniente obedeció con puntualidad la orden recibida. Considerando que los sitiadores trataban de penetrar hacia la izquierda, como lo había indicado don Miguel López, mandó agregar un bote de metralla a la carga que tenía ya en el cañón, y dio a éste la dirección requerida. Durante esta operación, la fuerza de infantería que había dejado don Miguel López, se formó detrás de la pieza de artillería. Cuando terminado el trabajo de colocar el cañón, el subteniente Hans se iba a ceñir la espada que se había quitado para trabajar con más desembarazo, se encontró sin ella, así como sin sus carabinas los artilleros. No dudando que los soldados que había dejado don Miguel López como refuerzo, fuesen los que habían hecho desaparecer aquellas armas, se acercó al oficial para reclamarlas. Al ver que éste respondía vagamente y como tratando de esquivar toda conversación, le miró con cuidado y vio, no sólo que la fisonomía de él le era enteramente desconocida, sino que el traje de los soldados era muy descuidado. Sin embargo, pensó que aquélla debía ser la 8a. o 9a. compañía de uno de los batallones imperialistas; pero que para reponer en lo posible las pérdidas, se habían compuesto las dos últimas compañías de cada cuerpo, con reclutas de la ciudad y aun con prisioneros hechos a los sitiadores. Don Alberto Hans, extrañando, a pesar de todo, el modo de obrar de aquella fuerza, le preguntó al oficial a qué cuerpo pertenecía, y le respondió con aplomo que formaba parte de la brigada Méndez. Como el joven subteniente de artillería había pertenecido a la expresada brigada y no recordaba haber visto en ella a su interlocutor, conociendo que allí estaba pasando alguna cosa extraña, le suplicó dijera la verdadera causa de su presencia en su puesto. El interrogado le contestó que uno de los batallones que guarnecía la Cruz iba a sublevarse y a dejar penetrar a los republicanos en la plaza; pero que, por fortuna, la conspiración había transpirado, y se mandaba relevar todos los puntos con su cuerpo. Al escuchar esta noticia don Alberto Hans, trató de ir a hablar a don Miguel López que, según el oficial le dijo, se hallaba en el punto del cementerio; pero en el momento de bajar de la plataforma, un centinela que él no había notado, desde luego le detuvo, dándole el grito de: ¡Alto ahí! El subteniente Hans, comprendiendo que el centinela tenía la consigna de no dejar bajar a nadie, se dirigió al oficial a fin de obtener para él la revocación de aquella orden. El oficial eludió la respuesta. Instado éste por varias preguntas que le hizo el expresado subteniente Hans, le dijo al fin: No tema usted nada, señor: está entre soldados del ejército regular: no somos guerrilleros; pertenecemos al batallón de Supremos Poderes de la República. El joven subteniente quedó aterrado; un frío glacial se apoderó de todo su cuerpo; le parecía estar soñando; los sitiadores estaban allí; eran dueños de la plaza. Asombrado de lo que veía y escuchaba, don Alberto Hans preguntó al oficial republicano, si el coronel don Miguel López era quien le había conducido allí. Ciertamente, le respondió sonriendo el oficial; pero le repito a usted que nada tiene usted que temer, porque somos del ejército regular; no se le hará daño ninguno (2) . El joven subteniente se hallaba prisionero con la poca fuerza que mandaba, como se hallaban todos los jefes y oficiales que habían estado encargados de los puntos de la línea que mandaba don Miguel López. Para cada comandante de las guardias que llegó a relevar con las fuerzas republicanas, tenía un motivo diverso que exponer. Ya el lector ha visto lo que ordenó al subteniente Hans. Pues bien, al comandante del panteón, le dijo: que un batallón del general don Leonardo Márquez, burlando la vigilancia de los sitiadores, había penetrado en la plaza, y tropa de ese batallón era la que seguía para relevar la empleada en aquellos puntos, que debía incorporarse al suyo, pues se iba a emprender un movimiento a la madrugada. De esta manera fueron quedando prisioneros los defensores de la Cruz, sin que se llegase a disparar un tiro, y con un silencio admirable. Deseando don Miguel López salvar al emperador, como se había propuesto desde un principio, hizo llamar al teniente coronel don Antonio Yablouski, y le ordenó que marchase prontamente al alojamiento de Maximiliano, situado en el claustro de la Cruz; le dijera que había sido sorprendido y hecho prisionero en la huerta de la Cruz, por las fuerzas republicanas que habían penetrado sorprendiendo la entrada por la barda de ella, y que procurase ponerse en salvo. Eran entonces las tres de la mañana. Yablouski marchó a cumplir con el encargo que se le había hecho.

Sorprendidos la Cruz y el cementerio, las fuerzas republicanas procuraban hacerse dueñas con la mayor prontitud de todo el edificio, lo cual lograron fácilmente y sin ruido, puesto que iban guiados por don Miguel López y protegidos por la obscuridad de la noche. El coronel republicano don José Rincón Gallardo, ocupó con su tropa las alturas del convento, las escaleras, los patios y todas las salidas, desarmando a la gendarmería, así como la compañía de ingenieros, al batallón del emperador y a los voluntarios, antes de que despertasen completamente.

Los republicanos, dice ... Hans en su obra sobre los acontecimientos de Querétaro se echaron después, sin ruido, sobre la artillería formada en la plaza de la Cruz, y que esperaba el momento de ponerse en marcha para la salida del siguiente día. Se apoderaron también de la flecha que defendía la izquierda de la Cruz, de la iglesia contigua, de los trabajos de la derecha del hospital, de los almacenes del parque de artillería que se encontraba también de aquel lado. La corta reserva compuesta de una parte del 3° de línea, que descansaba en el patio de entrada y en los corredores del hospital, fue desarmada y hecha prisionera con la facilidad que se encuentra en todos los detalles de esta sorpresa, gracias a don Miguel López que guiaba a los republicanos y daba las órdenes necesarias para prevenir o impedir toda resistencia. Como nadie sospechaba ni comprendía lo que pasaba, no se disparó un solo tiro, ni se dio un grito de alarma, mientras que el cuartel general y sus anexos caían en poder de los republicanos, en medio de una calma fantástica.

En el momento en que las fuerzas republicanas estuvieron en posesión de la Cruz, que era el punto dominante y clave de la ciudad, que debía considerarse como la toma de Querétaro, el teniente coronel Yablouski llegó al alojamiento del general imperialista don Severo del Castillo, y despertándole inmediatamente, le dijo que los republicanos habían penetrado en la Cruz, y que procurase salvar al emperador, a quien acababa de comunicar la misma alarmante noticia por medio de una de las personas de su servicio. Serían entonces las cuatro de la mañana. La obscuridad era completa. El primero que penetró en la habitación de Maximiliano comunicándole lo que pasaba, fue su secretario don José L. Blasio. Pocos momentos después entró a comunicarle la misma noticia el teniente coronel don Agustín Pradillo, que era su oficial de órdenes ... Pradillo, que había ido a cerciorarse por sí mismo de lo que pasaba y vio ocupado el edificio de la Cruz y tomadas las ocho piezas de artillería que estaban en la plazuela, puso en conocimiento del soberano cuanto acababa de observar.

El príncipe de Salm Salm, a quien también había avisado Yablouski de lo que pasaba, diciendo que salvase al emperador, entró a la habitación de éste, a donde había acudido igualmente ... Castillo. Maximiliano tomó unos papeles importantes, dio una de sus pistolas a ... Pradillo, empuñó él la otra (3) y acompañado de éste, del general Castillo, de ... Blasio y de ... Salm Salm, salió de su habitación, a la puerta de la cual, dijo ... Salir de aquí o morir es el único camino. Dichas estas palabras, atravesó el corredor, seguido de los cuatro individuos referidos. Llevaba el emperador su uniforme de general de división; pero iba cubierto con un sobretodo que se puso para resguardarse del frío de la mañana (4): el sombrero era de anchas alas, bordado de oro en su parte inferior, llamado en el país jarano. El general ... Castillo, así como el príncipe de Salm Salm y ... Pradillo iban de riguroso uniforme. Al bajar la escalera, encontraron en ella un centinela republicano del batallón de Supremos Poderes, que tomando a Maximiliano por uno de los jefes del ejército liberal, no sólo por el sombrero que llevaba, sino también por el desenfado con que se acercaba, echó armas al hombro, dejándole pasar, correspondiéndole el emperador a aquel saludo. Maximiliano y los que con él iban continuaron su marcha, y en el patio que atravesaban, se hallaron con una compañía del mismo batallón de Supremos Poderes ... Fuera ya del patio y al salir a la plazuela, se encontraron con otra fuerza también republicana, que custodiaba allí la artillería. Maximiliano, amartillando su pistola, dijo a los suyos: Adelante, y siguió intrépido su marcha. A pocos pasos fueron alcanzados por algunos oficiales republicanos que les marcaron el alto; pero el emperador, resuelto a arrostrar todos los peligros o perecer, lejos de intimidarse y retroceder, preparó su pistola y repitió a sus cuatro adictos la palabra Adelante (5). En esos momentos se interpusieron algunos soldados republicanos al paso de los cinco, rodeándoles para que se detuvieran. Don Miguel López, que se hallaba entre los oficiales que habían marcado el alto, se acercó a reconocer a los detenidos, y viendo que era el emperador, a quien tenía empeño en salvar, dijo en alta voz a los soldados: Esos señores pueden pasar; son paisanos. Los soldados obedecieron, aunque los que habían sido detenidos vestían traje militar; y Maximiliano, con sus cuatro leales servidores, continuó su marcha a paso acelerado. Al llegar al cuartel de la escolta del emperador, éste le dijo a Pradillo: Sería conveniente que me trajesen mi caballo. Para obsequiar el deseo del soberano ... Pradillo se separó de él, a fin de conducirle el corcel, y Maximiliano, seguido ... de Salm Salm, de Castillo y de Blasio, llegó hasta el palacio departamental, donde se detuvo.

Entre tanto, el coronel republicano don José Rincón Gallardo, después de haber dejado asegurada la posesión de la Cruz, y guiado por don Miguel López, se dirigió al centro de la plaza, al frente del batallón Nuevo León. Como en el convento de San Francisco se hallaba el parque general de los imperialistas, y la posesión del punto era más importante, marchó a apoderarse de él y de la torre. Pronto se hizo dueño de ambas cosas; pues viendo el jefe de la división de artillería, don Félix Becerra, que allí mandaba, que don Miguel López acompañaba a la fuerza, le dejó entrar sin desconfianza, siendo hecho prisionero en el acto con los soldados que tenía.

No habían transcurrido más que algunos momentos, cuando la escolta imperial y el escuadrón de húsares austro-mexicanos pasaban por el mismo punto de San Francisco que acababa de caer en poder de los republicanos, para irse a incorporar con el emperador en el Cerro de las Campanas. Don Miguel López, que era su jefe directo, les mandó hacer alto y desmontar de sus caballos. Obedecida la orden sin desconfianza, hizo prisioneros al capitán Paulowski y a sus oficiales, así como a los de la escolta imperial, y mandó a los soldados que depusieran las armas, que fueron recogidas inmediatamente por la tropa republicana. Igual cosa hizo con todos los destacamentos que encontró y que marchaban hacia el punto de reunión.

Pradillo llegó a los pocos instantes conduciendo el caballo del soberano. Casi en el mismo momento se presentó don Miguel López montado en un excelente alazán ... El emperador, le preguntó: ¿Qué es lo que pasa, coronel López? (6) Este, interesado en que se pusiera en salvo, le contestó: Señor, todo está perdido; vea vuestra majestad la tropa enemiga que viene muy cerca ... Maximiliano se dirigió al Cerro de las Campanas, a cuyo punto había encargado se citase a Mejía y a varios jefes de su ejército ... Cuando llegó sólo encontró en él ciento cuarenta hombres de infantería de que disponer. Poco después llegó el general don Tomás Mejía con una corta fuerza de caballería. En seguida de él, y sucesivamente, fueron llegando los coroneles Segura, Campos y otros jefes y oficiales, unos solos y otros con algunos pocos soldados que habían podido reunir. El emperador esperaba con impaciencia la llegada del general don Miguel Miramón. A él únicamente aguardaba para acometer por una de las líneas de los sitiadores y abrirse paso ... Cada vez que se veía a cierta distancia alguna corta fuerza de imperialistas que llegaba al cerro, le decía ... a Pradillo: Vea usted si en el grupo que viene allí se distingue a Miguel: sólo a él espero: no quiero serle inconsecuente (7).

En aquellos momentos llegó el regimiento de la Emperatriz, llevando a su frente al coronel don Pedro A. González.

González le comunicó entonces una noticia que conmovió profundamente al emperador. La noticia fue que Miramón había sido herido, y que se le operaba en aquellos momentos. El joven general había salido muy temprano de su casa, y se dirigió hacia la Cruz muy ajeno de imaginarse siquiera que la posición había sido ocupada por fuerzas republicanas, cuando al pasar por la plaza de San Francisco, encontró a un oficial de la escolta del emperador que se dirigía corriendo al Cerro de las Campanas. Mi general, dijo a Miramón deteniéndose un instante, nos han vendido: la Cruz está en poder de los republicanos ... Miramón ... sacó su pistola de seis tiros, y se dirigió hacia la Cruz seguido de sus ayudantes. No bien había andado algunos pasos, cuando se encontró con un destacamento republicano, cuyo oficial, adelantándose rápidamente, disparó sobre Miramón varios balazos con una pistola giratoria de ocho tiros ... Una de las balas fue a dar en el pecho del ayudante Ordóñez, que cayó muerto ... Miramón ... recibió un balazo en la mejilla derecha ... viendo que la sangre corría en abundancia de su mejilla, sacó un pañuelo y trató de contenerla. Entonces, disparando el último tiro, emprendió la retirada ... con el fin de que se le detuviera la sangre, recibiendo la primera curación en el instante, para marchar en seguida a reunir los soldados que pudiera y batirse, entró en la casa del médico don José Licea.

La situación del emperador y de los que habían logrado reunirse a él, era cada vez más crítica. Toda la fuerza reunida en el Cerro de las Campanas, sólo ascendía a ochocientos hombres ... En seguida les ordenó (a Mejía y a Castillo) que entrasen a deliberar en una tienda de campaña que en el cerro había (8) . Mientras los dos referidos generales ... se ocupaban en ver lo que sería más conveniente hacer, el emperador ... esperaba ... la determinación que tomasen sus generales, paseándose solo en el recinto del reducto. Conociendo que ... podría ser hecho prisionero, se acercó al instruido abogado don Ignacio Alvarez (9) ... a quien distinguía con su aprecio su leal ministro don Manuel García Aguirre, y le dijo: Quisiera que me indicase usted cómo podría evitar que cayeran en poder de los republicanos mis condecoraciones, mi cartera, mi reloj y algunos otros objetos que traigo y que deseo que no se pierdan (10). Don Ignacio Alvarez le contestó: Señor, el escribiente de vuestra majestad, don José Blasio, podría salvarlo todo (11).

Una granada cayó al terminar estas palabras a distancia de algunos pasos del emperador, y del que con él hablaba. El proyectil reventó, llenando de tierra a los dos; pero sin herir a ninguno de ellos ... (12). El emperador sacó entonces de uno de los bolsillos de su sobretodo, un paquetito de papeles y dio orden a su escribiente, don José Blasio y al capitán Fuerstenvaerther, de que los quemasen en la tienda de campaña. Pronto aquellos pliegos fueron reducidos a cenizas, sin que nadie haya sabido lo que contenían.

Como no obstante haber enarbolado bandera blanca, los sitiadores continuaban lanzando una lluvia de balas de cañón y granadas, del cerro de San Gregorio y de otros puntos, sin duda porque no habían visto la señal, se colocaron otras varias sobre los parapetos del reducto (13) ...

Entonces, Maximiliano, acompañado de sus generales, jefes y oficiales, empezó a descender del Cerro de las Campanas, para dirigirse adonde se hallaba el general don Ramón Corona ... En seguida un oficial francés llamado Félix d' Acis, preguntó al emperador mirándole con altanería, si era Maximiliano. El emperador le respondió sonriendo desdeñosamente: Con efecto, yo soy Maximiliano. Entonces el oficial francés, descubriéndose la cabeza, dijo en tono enfático y tomando una actitud burlesca: Maximiliano de Austria, yo te saludo. El emperador le envió una mirada despreciativa y volviéndole la espalda, etc...

Cuando se hallaba cerca de la garita de Celaya, se detuvo, viendo que se dirigían a su encuentro ... el segundo general en jefe ... Corona, acompañado del general Cortina y de su Estado mayor ... Maximiliano indicó en seguida al general republicano que anhelaba hablarle aparte ...

En los momentos en que el ilustre prisionero iba a tomar la palabra, llegó a caballo un ayudante del general en jefe don Mariano Escobedo, con la orden de que se condujera a los prisioneros al cuartel general ... Corona puso entonces a disposición del expresado ayudante a todos los jefes imperialistas, a excepción del emperador, Mejía, Castillo, el príncipe de Salm Salm y ... Pradillo ... a quienes, para que nadie pudiera ofenderles, quiso acompañarles él mismo.

El ayudante de ... Escobedo partió con los jefes y oficiales imperialistas ... escoltando a los primeros una fuerza del regimiento de Cazadores de Galeana.

Pocos instantes después ... Corona se dirigía con Maximiliano y sus cuatro leales adictos hacia la garita de San Pablo, por donde iba a su encuentro ... Escobedo ...

Presentó a éste sus prisioneros, dándole cuenta de lo acontecido en aquel momento. Maximiliano, al ser presentado a ... Escobedo, se desciñó la espada y entregándola al jefe republicano, dijo con dignidad: Yo soy prisionero de usted ... Escobedo tomó la espada y la dio al jefe de su Estado mayor. En seguida dictó algunas disposiciones, y una parte de su escolta partió a poco llevando presos a Mejía, Castillo y ... Pradillo, quedando (con Escobedo) el emperador y el príncipe de Salm Salm ... Encargó (poco después Escobedo) al general don Vicente Riva Palacio que condujese a Maximiliano al convento de la Cruz ...

Cuando llegó a la Cruz, el emperador desmontó de su caballo y se lo regaló a ... Riva Palacio, como una manifestación de aprecio por las bellas cualidades que le distinguían ...

La pieza destinada para prisión de Maximiliano, era la misma que le había servido de alojamiento; pero de ella había desaparecido todo, excepto su catre de campaña, una mesa y una silla. El egregio prisionero quedó solo en su prisión, entregado a sus pensamientos. En el corredor, frente al cuarto que ocupaba, se colocó una compañía de los Supremos Poderes, con un centinela delante de la puerta, y otra fuerza se puso en una azotea que quedaba frente de la puerta en la otra extremidad. Los generales don Tomás Mejía y don Severo del Castillo, fueron colocados en el cuarto del doctor Basch ... A Pradillo, al príncipe de Salm Salm, al secretario don José Blasio y al conde Pachta, se les puso en un cuarto al cual se entraba por la misma azotea que arriba dejo referida; de manera que, pasando por ella, podían comunicarse con el emperador. Eran entonces las diez de la mañana (14).

Entre los dignos jefes republicanos que le visitaron (a Maximiliano), se hallaban don José Rincón Gallardo y su hermano don Pedro ... Estaba con el emperador, en aquellos momentos el príncipe de Salm Salm ... Blasio y ... Pradillo. En la conversación, uno de los oficiales republicanos refirió los pormenores con que había sido entregado el punto de la Cruz, haciendo saber a Maximiliano, que quien había dado entrada a la fuerza sitiadora era don Miguel López (15).



NOTAS

(1) Zamacois, reuniendo y combinando las narraciones de los historiadores y periodistas anteriores a él, es el historiador que ha referido la ocupación de Querétaro con todos sus detalles interesantes. Por esto he preferido presentar aquí el texto de Zamacois, aunque sea largo. Empero, omito bastantes repeticiones inútiles, que es uno de los defectos de dicho historiador, las apreciaciones de poco interés o que no caben en unos Anales, y aquellas frases en que el mismo historiador emite su opinión de que Miguel López entregó la plaza sin intervención de Maximiliano, y en el lugar en que omito algo pongo tres puntos.

(2) He seguido fielmente en este hecho lo que asienta el mismo subteniente don Alberto Hans en su obrita titulada Querétaro.

(3) Filosofía de la Historia. Desde que Maximiliano era emperador de México, ésta fue la primera vez que empuñó un arma con muestras de combatir. Muchas de las notas a estos Anales, han sido para expresar la filosofía de la historia; mas respecto de lo que falta para la conclusión de esta obrita, quiero que muchas de mis notas, no sólo sean sobre la filosofía de la historia, sino que lleven este encabezado. Carlos V, Francisco I, Napoleón I, Napoleón III y otros muchos reyes y emperadores, se presentaban a la cabeza de sus ejércitos combatiendo personalmente; pero Maximiliano durante el sitio de Querétaro, mientras que Miramón, Mejía, Méndez y Ramírez Arellano ejecutaban hazañas, no llegó a disparar un tiro. ¿Qué hizo, pues, durante su Imperio? ¿Acaso disponer las cosas del gobierno? En materias graves ni aun esto. Su frase favorita en todo caso grave era esta: Conferencien ustedes sobre este negocio, y denme su parecer; y lo que le decían eso hacía. Todos los historiadores atestiguan que quienes realmente gobernaron fueron los del gabinete particular, y principalmente Eloin. Cuando éste se ausentó, ejercieron mucha influencia sobre él los restantes pertenecientes a dicho gabinete, y principalmente el padre Fischer. Desde noviembre de 1866 hasta el sitio de Querétaro, los negocios graves los arreglaron Lares, Lacunza y otros de los principales empleados públicos; y lo que se arreglaba en junta de ministros y consejeros, era lo que hacía Maximiliano. Durante el sitio de Querétaro, para todos los negocios graves hacía que los jefes se reuniesen en consejo de Guerra, y lo que allí resolvían era lo que hacía Maximiliano. Sólo en lo relativo a rompimiento del sitio no les quiso obedecer, porque conoció que en dicho acto corría un peligro seguro la vida de todos, incluso el mismo Maximiliano.

(4) Filosofia de la Historia. Para evitar un constipado. Los militares en campaña no se cuidan del frío, ni del sol, ni del polvo y andan lo más desembarazados posible para la lucha, máxime en lances críticos y violentos.

(5) Filosofía de la Historia. ¿A dónde iba Maximiliano? Al Cerro de las Campanas. ¿A qué? A hacer una defensa heroica, contesta Zamacois, historiador laboriosísimo, hombre probo, y en consecuencia veraz en sus narraciones, pero que en muchas de sus apreciaciones es desacertado, y en algunas llega hasta la candidez. ¿Qué defensa heroica podía hacer un puñado de hombres casi todos a pie, algunos desarmados y todos sorprendidos y desmoralizados, contra un ejército de 35,000 hombres? ¿Qué cañones, ni qué parque, ni qué trincheras, ni qué elementos para una heroica defensa, había en el Cerro de las Campanas?

(6) Filosofía de la Historia. Maximiliano estaba viendo claramente: 1° Que los republicanos habían entrado por el punto de la Cruz; 2° Que el jefe de dicho punto era Miguel López; y, 3° Que dicho coronel andaba en su buen caballo con su vistoso uniforme, armado y libre entre los republicanos dando órdenes a éstos, mientras que los demás jefes y soldados del mismo punto de la Cruz, estaban desarmados y prisioneros. De manera que, la pregunta: ¿Qué es lo que pasa, coronel López?, era muy fría e infeliz. Aquella era la ocasión oportuna para decirle muy duras palabras y hacerle muy fuertes recriminaciones. Otro militar valiente y que no hubiera tenido participio en la entrega de la plaza, en medio de la cólera por tamaña traición, habría pegado un tiro a López, de lo cual hay ejemplos en la historia.

(7) Filosofía de la Historia. Yo nunca he sido militar, pero me parece que en aquellos lances de la guerra muy críticos y violentos, ciertas consecuencias son unas simplezas o unas marrullerías. EllO de enero de 1861 Miramón se salvó a uña de caballo en Jico, sin esperar a su amigo y compañero Isidro Díaz, dejándolo que siguiera su suerte. El 20 de marzo de 1862, el general Antonio Taboada se salvó a uña de caballo en Tuxtepec, sin esperar a su amigo y compañero el general Robles Pezuela, dejándolo que corriera su suerte.

(8) A Maximiliano no le abandonó hasta el fin su instinto de conferencias y que le dieran su parecer aun en los momentos que demandaban más prontitud y actividad.

(9) No era un abogado el que se necesitaba en aquel caso. Alvarez era un hombre de pocos alcances, como lo prueba la falta de crítica con que escribió sus Estudios sobre la Historia General de México.

(10) Filosofía de la Historia. A Francisco I en Pavía, a Napoleón I en Waterloo, a Gravina en Trafalgar, a Hidalgo en Calderón, a Morelos al romper el sitio de Cuautla, a Pedro Moreno al romper el sitio del Sombrero, y a todos los hombres verdaderamente ilustres, en momentos de supremo peligro les han ocupado grandes pensamientos: el honor, la patria, la inmortalidad; mas ninguno ha pensado en una cosa tan insignificante como salvar el reloj. Quisiera que me indicase, etc. Un campesino rico, en momentos de apuro, se mete el reloj dentro de la pretina, o lo oculta bajo una piedra, o hace otra cosa semejante que le ocurre, sin preguntar a nadie; pero Maximiliano hasta para cosas pequeñas, como era el modo de salvar el reloj, no pensaba por sí, sino que necesitaba de consejo.

(11) Sabio consejo y, sin embargo, no lo siguió Maximiliano, porque conoció que en caso de un desorden y de que los soldados rasos le registraran a él los bolsillos y lo despojaran de lo que llevaba en ellos, también registrarían y despojarían a Blasio.

(12) Filosofía de la Historia. A aquellos 800 hombres que estaban en el Cerro de las Campanas les llovían las balas de todas partes y las granadas reventaban a sus pies, y ellos no disparaban ni un tiro, ni huían hacia ninguna parte, sino que solamente estaban parados como una parvada de pollos, esperando que los viniesen a agarrar, como sucedió. Esta fue la heroica defensa.

(13) En conclusión, Maximiliano hizo un papel de resistencia. Después de haber publicado esto, recibí el valioso obsequio de la Reseña, de Santibáñez, en dos tomos en folio, edición de lujo, y en el 2°, pág. 70, veo que el autor es de mi misma opinión, diciendo: Maximiliano hacía un simulacro de defensa en el Cerro de las Campanas, para alejar de sí la sospecha de una infame traición al ejército que lo había defendido con tanta heroicidad.

(14) Los jefes más notables presos en el ex convento de la Cruz, además de los mencionados, fueron los siguientes: García Aguirre, los generales Francisco García Casanova, Feliciano Liceaga, Pantaleón Moret, Manuel María Calvo y Silverio Ramírez, el coronel Jesús RamÍrez (a) Bueyes Pintos, y el teniente coronel Alberto Hans.

(15) Filosofía de la Historia. Era la ocasión más oportuna de que Maximiliano se hubiera quejado amargamente de la traición de López, y la hubiera reprobado públicamente en los términos más fuertes, y, sin embargo, no dijo ni una palabra. En el terreno indicial este silencio es sumamente desfavorable a Maximiliano. Este se quejó muchas veces de Napoleón III, muchas de Bazaine, de su hermano Francisco José, de las viejas pelucas, de Juárez y de otras personas; pero jamás se quejó de Miguel López. Este es un argumento muy fuerte de la complicidad de Maximiliano con López en la entrega de la plaza.

La narración de la ocupación de la plaza, hecha por el general Escobedo en su informe es, en substancia, la misma de Zamacois. El señor coronel don José Rincón Gallardo me ha hecho el favor de hacerme una larga visita refiriéndome la ocupación de Querétaro, y su narración, en substancia, ha sido la misma de Zamacois y de Escobedo.

Un articulista de El Universal, dice: Quien estas líneas escribe, recuerda haber oído en París, en 1881, a Mr. Alberto Hans, el autor de una obra titulada: Querétaro, pues fue capitán de artillería al servicio de Maximiliano, y testigo ocular del sitio, referir que el general Ramírez de Arellano (de quien fue grande amigo en Europa y aun su ejecutor testamentario después de la muerte de este jefe en un hospital de Rimini), le había dicho que la víspera de la caída de la plaza en poder de Escobedo, se celebró un gran Consejo de Guerra presidido por Maximiliano, para discutir si debía o no intentarse romper el sitio; que tanto a Miramón como a Mejía les sorprendió la ausencia de López, oficial superior, a quien hicieron buscar por todas partes sin encontrársele, y que entonces el emperador lo excusó diciendo que le había dado una comisión personal; que a la mitad de la conferencia López se presentó, y Maximiliano, levantándose de su asiento, se fue a hablar con él en voz baja lejos del grupo de los jefes y cerca de una ventana. El general Arellano agregaba, según Mr. Hans, que Miramón, de quien era íntimo amigo y confidente, le había expuesto sus dudas sobre aquella conducta sospechosa de López, y aun sobre la lealtad de Maximiliano para con sus partidarios. En la madrugada del día siguiente la Cruz fue ocupada por los soldados republicanos.

Recordamos que en la reunión en que oímos a Mr. Hans referir este detalle, estaba presente Mr. Palmé, el famoso editor católico francés, cuya opinión, favorable al Imperio de Maximiliano, no podía ser discutida, y que este caballero, dijo estas palabras muy significativas: le commence a croire que ce pouvre Lopez n'est pas si coupable qu'on le considere. Comienzo a creer que ese pobre de López no es tan culpable como se le considera.

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