Índice de Anales mexicanos de Agustín RiveraANALES DEL SEGUNDO IMPERIO - AÑO 1867 - Segunda parteANALES DEL SEGUNDO IMPERIO - AÑO DE 1867 - Cuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha

ANALES DEL SEGUNDO IMPERIO

1867

TERCERA PARTE

Agustín Rivera


Mayo 15, a las cuatro de la tarde.

Prisión de Miramón. Zamacois, a la pág. 1365, dice: Uno que le había visto entrar a curarse en la casa del médico don José Licea, le denunció, diciendo que en ella se hallaba, y a las cuatro de la tarde fue una fuerza a aprehenderle. El oficial, al ver a Miramón herido y en el lecho, le trató con suma atención; le dijo que no se le sacaría de la casa, la cual le serviría de prisión, para que pudiera curarse.


Mayo 16.

Zamacois, en la pág. 1399, dice:

El 16 de mayo de 1867 publicó Escobedo un bando militar, ordenando que todos los individuos que hubiesen desempeñado algún cargo o hubiesen prestado algún servicio a la causa del Imperio en la ciudad, se presentasen en el término de veinticuatro horas, conminando con la pena de muerte al que no lo hiciera, con arreglo a la ley de 25 de enero de 1862. A consecuencia de esta disposición, se presentaron los generales Casanova, Escobar, Moret, Valdez, el ministro García Aguirre y otras personas notables que fueron puestas en el cuarto que servía de prisión al general don Severo del Castillo. Muy pocos fueron los que continuaron ocultos, contándose entre esos pocos, los generales don Ramón Méndez y don Manuel Ramírez Arellano. El coronel don Carlos Miramón, hermano del general del mismo apellido, así como el general Gutiérrez (Ignacio), habían logrado salir ocultamente de Querétaro.


Mayo 16.

Se recibió en México la noticia de la ocupación de Querétaro. Zamacois, en la pág. 1451, dice:

Casi se tenía por seguro que no transcurrirían muchos días sin ver llegar a Maximiliano al frente de sus ejércitos. Cuando más lisonjeados se encontraban con esa idea los adictos al Imperio, circuló en voz baja, pero rápidamente por toda la ciudad el día 16 de mayo, una noticia que produjo un efecto terrible en sus ánimos. Entre las bombas y granadas arrojadas a la plaza en ese día por los sitiadores, enviaron muchas que llevaban dentro el siguiente telegrama: General Díaz: La plaza de Querétaro ha caído en nuestro poder esta mañana a las seis de ella. Daré a usted pormenores. Maximiliano, con las fuerzas que tenía en la plaza, así como los jefes de ella, armas, municiones, artillería y todo, ha caído en nuestro poder, rindiéndose a discreción.

Alcérreca.

Este telegrama, recogido por algunos después de reventados los proyectiles, circuló ocultamente por la población entera. No obstante la dolorosa impresión que de pronto causó a los imperialistas esa inesperada noticia, se fue disipando poco a poco, creyéndola inventada por los sitiadores como ardid de guerra, para hacer desmayar el espíritu de los sitiados: el argumento que presentaban los que esto sostenían, no dejaba de tener bastante fuerza. Decían, que al ser cierta la toma de Querétaro, la habría comunicado oficialmente alguno de los jefes imperialistas (1).


Mayo 17.

Traslación de Maximiliano y demás presos del ex convento de la Cruz al de Santa Teresa. Zamacois, en la pág. 1400, dice: Como el número de oficiales prisioneros colocados en el convento de la Cruz era muy crecido ... Escobedo dispuso que fuesen llevados al de Santa Teresa, a cuyas monjas se había obligado a salir de él desde que fue ocupada la ciudad.


Mayo 17.

Carta de doce oficiales franceses a Escobedo, y carta de los demás oficiales franceses a Maximiliano. Zamacois, en las págs. 1412 y siguientes, dice:

Esos doce oficiales eran franceses; y el hecho censurable a que me refiero y que llenó de justa indignación a los demás oficiales franceses que se habían batido bizarramente, fue el que paso a referir. Temerosos de que se dictase contra toda la oficialidad la sentencia de muerte (como en San Jacinto), dirigieron una carta a ... Escobedo, ofreciéndose a servir en las filas republicanas ... Escobedo contestÓ a la baja proposición ... que la causa de la libertad bastaban a defenderla los liberales mismos, y que no podía aceptar los servicios de personas que, a la faz de sus compañeros que estaban sufriendo, osaban a hacer tan infame oferta, y de las cuales se podía esperar que observasen igual comportamiento cuando se presentase una ocasión semejante. Indignados los demás oficiales franceses prisioneros, de los pasos dados por los que así se habían olvidado de su deber y de su decoro, dirigieron una carta al emperador Maximiliano en que desaprobaban la conducta de sus doce compatriotas, y le protestaban su adhesión hasta la muerte.


Mayo 19.

Fusilamiento de Ramón Méndez. Zamacois, en las páginas 1365, 1404 y siguientes, dice:

Un amigo generoso le ofreció un refugio en su casa, y aceptándolo, se ocultó en ella ... En la noche del día 18 de mayo fue aprehendido ... y conducido inmediatamente al convento de Santa Teresa ... A las siete de la mañana del día 19, se presentó un oficial republicano con una fuerza armada para llevarle a ser fusilado. No desmintió ... Méndez en esos instantes su firmeza y su serenidad proverbiales. Encendió un puro y fue a estrechar la mano a los demás generales prisioneros. Don Tomás Mejía, que le profesaba una amistad íntima y tierna, le dijo con acento conmovido: Méndez, estoy seguro de que será usted hoy delante de esas gentes lo que siempre ha sido usted. Méndez, estrechándole la mano, le contestó: Sí, don Tomás, seré el mismo. En seguida quiso ver al emperador. Maximiliano, profundamente emocionado, le dijo: Méndez, no es usted más que la vanguardia; muy pronto iremos a reunirnos con usted. Después de esto Méndez, escoltado por la fuerza que había ido por él, salió del edificio con paso acelerado, como tenía de costumbre, y fumando el puro, que había encendido. Al cruzar por el patio ancho del convento para salir, envió la última mirada a sus compañeros de armas, sonriéndose afectuosamente ... La tropa republicana ... le condujo de la prisión a una iglesia que se hallaba próxima, donde se le concedieron dos horas para confesarse, comulgar y ver a su familia por la última vez ... Méndez, cumplidos los deberes del católico para recibir la muerte, dedicó los últimos momentos a los tres seres más queridos para su corazón, que constituían su familia, que eran su esposa, un hijo de diez años y una hermana suya. Llenos de pena y de dolor aquellos tres seres queridos, sollozaban y le abrazaban pronunciando las palabras más tiernas y cariñosas ... Pero el oficial tenía que cumplir con la orden que había recibido, y con mucho disimulo hizo una seña que únicamente el general Méndez comprendió y que significaba que era preciso partir. Méndez, para no aumentar el conflicto de su inconsolable familia y poderse separar de ella, pretextó que tenía que comunicar una cosa importante a una persona que se hallaba fuera, y ofreciendo a los seres queridos de su corazón que volvería en seguida, logró salir, desgarrada su alma, dejándoles con la esperanza de que no tardaría. Entonces aceleró el paso, marchando con serenidad hacia la alameda, que era el punto destinado para fusilarle ... El balcón, las ventanas y la azotea de una casa que se hallaba enfrente del sitio destinado a su muerte, estaban llenas de jefes de guerrilla que habían hecho la campaña contra él en el Estado de Michoacán ... Oculto en esa misma casa se hallaba un general imperialista, a quien se había buscado también con afán; pero que hasta entonces había logrado no ser descubierto. Ese general que estaba escuchando desde el sitio de la casa en que estaba escondido, la conversación de los oficiales republicanos y sabía por ella que Méndez iba a ser pasado por las armas, era don Manuel Ramírez Arellano (2). Cuando se trató de vendarle los ojos, dijo que quería ver venir la muerte, y no permitió que se los vendasen. Entonces se le mandó que se arrodillase con el rostro hacia la parte opuesta en que estaban los soldados que debían ejecutar la sentencia, porque iba a ser fusilado por la espalda como traidor, pues aquella era la orden recibida de ... Escobedo. Méndez no pudo contenerse al escuchar el epíteto que se había pronunciado, y exclamó: No soy traidor; siempre he defendido la integridad del territorio de mi patria, su independencia y la religión como leal mexicano. Entonces el virtuoso cura Gutiérrez, que había ido a su lado auxiliándole, le exhortó a que en aquellos supremos instantes en que se hallaba próximo a comparecer ante el Supremo Hacedor, que nos había dado ejemplo de mansedumbre y de humildad, sufriese con resignación cristiana cuanto pudiera mortificarle ... Las palabras del venerable sacerdote calmaron el sentimiento herido del valiente general, y dócil al evangélico consejo del ministro del Señor, se puso de rodillas, de espalda hacia el piquete de soldados que debían fusilarle, y quitándose el sombrero de anchas alas que llevaba, dijo: Tiren. En seguida oyó el ruido de las llaves de los fusiles al prepararlos. Méndez, en el mismo instante ... gritó con voz firme y clara: ¡Viva México! Una terrible detonación siguió a estas palabras, y el robusto cuerpo del bravo general don Ramón Méndez cayó a tierra sin vida (3) ... La matadora descarga que le privó de la vida, la oyó claramente, desde el sitio en que estaba oculto Ramírez Arellano, que sintió estremecer todo su cuerpo.


Mayo 19.

Persecución de Ramírez Arellano. Zamacois, en las páginas 1366 y 1367, dice:

Ramírez Arellano fue sorprendido en su alojamiento; pero su presencia de ánimo le salvó de caer prisionero. Al oír el ruido hecho por los soldados republicanos que entraban en la casa, salió precipitadamente de su cuarto, y haciéndose pasar por un oficial sin importancia y dando a los soldados el reloj y parte del dinero que llevaba, logró verse libre de ellos. Conseguido esto, marchó por las azoteas, saltando de una en otra; pero al descender a la casa de los señores Pancracio Soto, hermanos, fue detenido por otra corta partida republicana. Sin perder su serenidad por este contratiempo, y obrando con la genial viveza que le distinguía (4), dijo a los soldados que era un ayudante subalterno del general Arellano, y dando a uno de ellos el dinero que tenía, consiguió verse libre. En el momento que la partida republicana salió de la casa de don Pancracio Soto, don Manuel Arellano volvió a subir a la azotea, y pasando de una en otra, regresó a su mismo alojamiento. Apenas había transcurrido una hora de haber llegado, cuando una fuerza republicana, al mando del mayor de órdenes Medina, entró en la casa para catearla ... Ramírez Arellano volvió a huir a tiempo por las azoteas ... Alejada la fuerza que había verificado el cateo ... Ramírez Arellano volvió a ella, juzgando que ya no volvería a ser registrado el edificio; pero se equivocó. El mayor general Sierra verificó dos horas después otro cateo, y en esa vez también logró Arellano huir a tiempo por las azoteas, sin ser visto por los republicanos. Vuelto por tercera vez a su alojamiento, esperó a que llegase la noche, y a las primeras horas de ésta, salió a refugiarse en la casa de una familia pobre que anhelaba salvarle.


Mayo 19.

Tropas enviadas por Escobedo en auxilio de Porfirio Díaz. Escobedo, en su informe de 8 de julio de 1887 al presidente Díaz, dice:

Preocupándome los acontecimientos del sitio de México, aunque el éxito no fuera de ninguna manera dudoso, desde el día siguiente de la ocupación de Querétaro, empecé a desprender fuerzas con dirección a la capital de la República para reforzar al general Díaz, en jefe del ejército sitiador, de tal suerte que, para el día 19 de mayo, habían marchado ya catorce mil soldados de las tres armas a las órdenes de los generales Ramón Corona, Nicolás Régules, Vicente Riva Palacio, Francisco Vélez y Francisco Naranjo, con la bien equipada y mejor armada caballería del cuerpo de ejército del Norte.


Mayo 20.

El ex coronel Miguel López solicitó y obtuvo de Escobedo un pasaporte para ir a su tierra a arreglar asuntos de familia; sin embargo permaneció todavía algunos días en Querétaro para ver el fin que tenía la prisión de Maximiliano.


Mayo 21.

Orden de Juárez de que se procesase a Maximiliano, Miramón y Mejía (5). El ministro de Guerra, Mejía, dijo a don Mariano Escobedo: Ha determinado el ciudadano Presidente de la República, que disponga usted se proceda a juzgar a Fernando Maximiliano de Habsburgo, y a sus llamados generales don Miguel Miramón y don Tomás Mejía, procediéndose en el juicio con entero arreglo a los artículos del 6° al 11°, inclusive, de la Ley de 25 de enero de 1862, que son los relativos a la forma del procedimiento judicial. Respecto de los demás jefes, oficiales y funcionarios aprehendidos en Querétaro, se servirá usted enviar al gobierno lista de ellos, con especificación de las clases o cargo que tenían entre el enemigo, para que se pueda resolver lo que corresponda, según las circunstancias de los casos.


Mayo 24.

Traslación de Maximiliano, los de su familia, Miramón y Mejía al ex convento de Capuchinas y principio del proceso. Se les puso incomunicados. Se organizó e instaló el Consejo de Guerra compuesto de los siguientes, elegidos por Escobedo: presidente, coronel Rafael Platón Sánchez; vocales, capitanes José Vicente Ramírez, Emilio Lojero, Ignacio Jurado, Juan Rueda y Auza, José Verástegui y Lucas Villagrán; asesor, abogado Joaquín María Escoto; fiscal, abogado coronel Manuel Aspíroz y escribano, soldado Jacinto Meléndez. Procedióse luego a la inquisitiva, que fue la siguiente:

Trasladado el ciudadano fiscal, conmigo el escribano, a la prisión militar establecida en el ex convento de Capuchinas, hizo comparecer ante sí y el escribano que subscribe a uno de los presos, quien: Preguntado por su nombre, origen, edad y demás generales de la ley, respondió: que está pronto a contestar a todo con franqueza y lealtad; pero que le parece de su deber observar, que en el caso de un proceso, cree deber tener, conforme a la ley, el derecho de pedir se le presente la acusación por escrito que se ha hecho de él, y el término de tres días para estudiarla y elegir abogado que le defendiese; y en segundo lugar, que no cree competente al Consejo de Guerra para juzgarle, porque los cargos que podían hacérsele, son del orden político, y que por la posición que ha tenido en el país, desde hace tres años, le pone, según cree, fuera de la competencia de un tribunal militar. Añadió y pidió: que no se tomasen sus palabras, ni el no haber contestado categóricamente a la pregunta que acaba de hacérsele, como efecto de falta de calma o de ideas pequeñas, sino de derechos que juzga tener y usa en su defensa legal. El ciudadano fiscal dijo entonces al preso, que tiene delante: que acepta el ofrecimiento que acaba de hacérsele de responder a todo con franqueza y lealtad y en tal virtud, por segunda vez, le pregunta por su nombre, origen, edad y demás circunstancias de ley, a lo que respondió el preso: que se llama Fernando Maximiliano José, nacido en el palacio de Schoenbrun, cerca de Viena, el seis de julio de mil ochocientos treinta y dos, como archiduque de Austria, príncipe de Hungría y Bohemia, conde de Habsburgo y príncipe de Lorena, y que llevó desde hace tres años ha, hasta la publicación de su abdicación, el título de emperador de México, con el nombre de Maximiliano. Preguntado por el motivo y circunstancias de su prisión, respondió: que está preso por haber sido emperador de México, y que las circunstancias del acto de su prisión, fueron las siguientes: que en el Cerro de las Campanas, considerando que la prolongación del combate habría sido causa de que se derramase más sangre (6), inútilmente, hice enarbolar bandera blanca y tocar parlamento; en cuya consecuencia vino un general, cuyo nombre no recuerda, a quien se entregó para que lo condujese a la presencia del general en jefe de los sitiadores, el cual lo excitó a que rindiera la espada, como lo hizo en sus manos el declarante. Preguntado por qué motivos vino al país, respondió: que siendo ya ésta una cuestión política, cree no poder contestar sin consultar previamente documentos relativos que tiene en su poder. Interpelado para que diga lo que recuerda con exactitud, respecto de los motivos de su venida a México, respondió reproduciendo el dicho anterior. Vuelto a interpelar para que responda categóricamente sobre los motivos de su venida al país hasta donde se lo permita la memoria, respondió: que siendo ésta una cuestión política, cree que su conciencia no le permite responder a ella ante un juez militar ni antes de consultar los papeles que ha dicho. Preguntado dónde existen los documentos o papeles a que se refiere, respondió: que según las órdenes que dio, deben estar hoy en las manos del ministro de Prusia, acreditado cerca de él y residente en México. Preguntado con qué título se ha llamado emperador de México, respondió en los mismos términos que antes, por ser esta también cuestión política. El ciudadano fiscal, en vista de su negativa, le formuló por otras dos veces la pregunta anterior, y en ambas Maximiliano dio una respuesta idéntica a la que precede. Entonces pasó el fiscal a preguntarle: por qué motivo había hecho la guerra a la República Mexicana. A lo que respondió: que siendo esta pregunta también política, no podía contestar a ella por las mismas razones antes expuestas. El fiscal repitió otras dos veces la misma pregunta, y las dos Maximiliano reprodujo su respuesta. En seguida el fiscal lo excitó de nuevo a que contestara a las preguntas hechas y a otras del mismo carácter que deben hacérsele, advirtiéndole que su contumacia no le daría más resultado que renunciar él mismo a su defensa, y poner al juez en el caso duro, pero inevitable, de juzgarle en rebeldía, conforme a las leyes generales de México y a las particulares que deben gobernar la formación de este proceso: esto es, tanto las del fuero común como las militares; a lo que Maximiliano respondió: repitiendo, que la conciencia y la falta completa de documentos, no le permite contestar a preguntas meramente políticas, por ahora; tanto menos, cuanto que no cree poder atribuir competencia para juzgarlo a un tribunal militar. Y no pudiendo adelantar más el fiscal en la averiguación presente, la dio en este punto por suspensa, y concedió a Maximiliano un término que se vencerá mañana a las diez del día, para volverle a interrogar después del tiempo necesario para la meditación. Y para que conste lo firmó con Maximiliano y el escribano que subscribe.

Manuel Azpíroz. Una rúbrica.
Maximiliano. Una rúbrica.

Ante mí:
Jacinto Meléndez. Una rúbrica.

En seguida tomó Azpíroz a Miramón y a Mejía su inquisitiva.


Mayo 24.

Carta de Maximiliano a Miguel López presentada por éste en dicho día 24 a Escobedo. Este, en su citado informe al presidente Díaz, dice:

Añadió (Miguel López) que estaba provisto de un documento que lo lavaba de cualquiera mancha de que pudiera inculpársele, y para darme a mí una satisfacción solamente por las dudas que hubiese manifestado yo, me enseñaba el documento expresado, consistente en una carta que le dirigía el archiduque, y cuya autenticidad me pareció indudable. Tomé una copia de ella, cuyo contenido textual es el siguiente:

Mi querido coronel López;

Os recomendamos guardar profundo sigilo sobre la comisión que para el general Escobedo os encargamos, pues si se divulga, quedará mancillado nuestro honor.

Vuestro afectísimo.

Maximiliano.


Mayo 26.

Carta de Maximiliano a Juárez por telégrafo:

Querétaro, 26 de mayo de 1867.

Señor Presidente.

Deseo hablar personalmente con usted de asuntos graves y muy importantes al país: amante decidido usted de él, espero que no se niegue usted a una entrevista: estoy listo para ponerme en camino hacia esa ciudad, a pesar de las molestias de mis enfermedades.

Maximiliano.

Juárez, por medio de su ministro de la Guerra, comunicó a Escobedo que dijera a Maximiliano, que no se podía acceder a su deseo en atención a la distancia que les separaba y a lo perentorio de los términos del juicio; pero que se le notificase que en la causa que se le instruía podía hacer constar todo lo que le conviniera.


Mayo, fines.

Maximiliano llamó por telégrafo a Querétaro a sus defensores y a los ministros de las naciones extranjeras, y Juárez también por el telégrafo, dio orden a Porfirio Díaz que dejara pasar a dichas personas (7).


Mayo, fines.

Fuga de Ramírez Arellano, de Querétaro, disfrazado de gañán, con dirección a México.


Mayo, fines.

A estos días se refiere la especie creída por algunos de la proposición de fuga que se dice hecha a Mejía y qne él no aceptó (8).


Mayo 27.

Se leyó en México la carta siguiente, escrita por el general Vicente Riva Palacio a su esposa:

Mayo 25 de 1867.
Ixtapalapa.

Queridísima Josefina:

Te he escrito dos veces desde que vine de Querétaro: no sé qué suerte correrían mis cartas. Creía ya verte muy pronto; pero estoy asombrado de la mala fe de las personas de quienes hacía confianza Maximiliano: él mismo me ha dicho a mí, que al salir para su mal aventurada expedición, dejó en poder de Lacunza su abdicación en forma, y comprometido ese hombre para publicarla tan pronto como Maximiliano fuera muerto o prisionero. Pues bien; ellos saben, a no dudarlo, que el archiduque ha caído prisionero, que vive, debido a la generosidad de los republicanos, y aún se obstinan en continuar su guerra sin bandera. Que sigan enhorabuena, y sobre ellos nada más caerá la sangre que se derrame.

Adiós: pronto nos veremos.

Vicente.

La señora Riva Palacio entregó la carta a su suegro el abogado Mariano Riva Palacio, éste la llevó y leyó al ministro Iribarren, y los dos la llevaron y leyeron a José María Lacunza, presidente del Consejo de Ministros. Los tres entraron en gran alarma, temiendo por una parte que fuese cierta la noticia y esperando por otra que fuese únicamente un ardid de los republicanos para que se rindiese la plaza de México, y después de una agitada conferencia, convinieron en que Mariano Riva Palacio fuera al campo republicano, leyese la carta al general en jefe Porfirio Díaz, y procurase averiguar la realidad de los hechos.


Mayo 27.

Lacunza, delante de Mariano Riva Palacio y de Iribarren y en prueba de confianza, abrió y leyó el pliego en que constaba la abdicación de Maximiliano, que era la siguiente:

Maximiliano, emperador.

Puestos a la cabeza de nuestro ejército para hacer una guerra de cuyo desenlace depende la integridad del territorio de México y su existencia como nación independiente, hemos considerado muy posible el caso de nuestra muerte y las consecuencias que traería para este país, a quien amamos con predilección, la acefalía del trono. La regencia, que en días menos azarosos que los presentes establecimos confiándola al celo, a la inteligencia y virtudes de nuestra augusta esposa la emperatriz Carlota, ha cesado de hecho con su ausencia en Europa, y se hace indispensable ocurrir a esa falta por un medio de igual naturaleza; pues entre tanto la nación mexicana no exprese su voluntad de cambiar la forma de su gobierno, existiendo hoy la monarquía, corresponde establecer una regencia para el caso de vacante del trono. Armando, pues, a los mexicanos como los armamos, y sobreviviendo ese afecto a la duración de nuestros días, hemos determinado para el referido caso de nuestra muerte, y también para el de nuestra abdicación, porque seamos hechos prisioneros definitivamente, sin esperanza de recobrar la libertad por nuestros propios y solos esfuerzos, dejar establecida una regencia, que sirviendo transitoriamente de centro de unión para el gobierno, libre al país de horrendos males; y recomendamos con encarecimiento al pueblo mexicano, que viendo en esta medida el último testimonio que podemos darle de cuanto lo hemos amado, lo acepte gustoso en obsequio de sí mismo. Los ciudadanos en quienes nos hemos fijado para llevar el cargo de regentes, son demasiado conocidos por su ilustración, patriotismo y versación en los graves negocios del Estado, y en consecuencia son aceptables para sus conciudadanos. En tal virtud, establecemos una regencia depositada en tres personas, y nombramos regentes propietarios al presidente del Ministerio, general don Santiago Vidaurri, al presidente del Consejo de Estado, don José María de Lacunza, y al mayor general de división don Leonardo Márquez. Nombramos suplentes, para que en el orden de sus nombramientos, reemplacen la falta de cualquier propietario, al presidente del Tribunal Supremo don Teodosio Lares, al general de división don Tomás Mejía, y al Consejero de Estado don José Linares. Encarecemos con todo el ardor de nuestra voluntad a los regentes que, siguiendo puntuales el lema con que hemos sellado todos nuestros actos de soberano equidad en la Justicia, guarden inviolable la Independencia de la nación, la integridad de su territorio y una justa política, ajena de todo espíritu de partido, y encaminada solamente a la felicidad de todos los mexicanos, sin distinción de opiniones. La regencia gobernará con sujeción al Estatuto Orgánico del Imperio. La regencia convocará al Congreso que ha de constituir definitivamente a la nación, luego que terminada la guerra por triunfo de las armas imperiales, o por armisticio o cualquier otro medio que importe conclusión de hostilidades, pueda tener lugar la reunión libre y legítima de aquel cuerpo constituyente. En el acto de instalado el Congreso, cesará la regencia; pues con este hecho termina el poder que conferimos por la presente carta. Nombramos desde ahora, para los casos de muerte o prisión nuestra, que quedan marcados, jefe del ejército imperial al general don Leonardo Márquez hasta la reunión de la regencia. El licenciado Manuel García Aguirre. nuestro actual ministro de Instrucción Pública y Cultos, queda encargado de hacer saber esta nuestra última voluntad, llegados sus casos, a la nación y a los regentes que dejamos nombrados.

Querétaro, cuartel general en el convento de la Cruz, a veinte de marzo de mil ochocientos sesenta y siete.
Maximiliano.
Por el emperador: el ministro de Instrucción Pública y Cultos y Justicia, Manuel García Aguirre (9).


Mayo 28.

Porfirio Díaz certificó al abogado Mariano Riva Palacio, que no tenía duda la ocupación de Querétaro por las fuerzas republicanas y la prisión de Maximiliano, de sus jefes y de todo su ejército, y puso en sus manos un telegrama en que Maximiliano nombraba defensores en su causa al mismo Mariano Riva Palacio y al abogado Rafael Martínez de la Torre. Riva Palacio voló a comunicar estas noticias a Márquez, Lacunza, el padre Fischer y Martínez de la Torre, y prepararse para marchar a Querétaro.


Mayo.

Fuga de Teodosio Lares de la capital de México y su embarco en Veracruz para la Habana.


Junio 1°.

Salida de los defensores de Maximiliano y de los ministros extranjeros de la capital de México para Querétaro (10).


Junio 4, a la media noche.

Llegada de los defensores de Maximiliano y de los ministros de las naciones extranjeras a Querétaro. Los defensores fueron cuatro jurisconsultos, tres vecinos de México y uno de Querétaro. Los vecinos de México eran Riva Palacio, Martínez de la Torre y Eulalio Ortega: aquéllos habían sido nombrados directamente por Maximiliano, y éste, distinguido por su claro talento y vasto saber, fue nombrado por el padre Fischer, nombramiento que ratificó con todo agrado Maximiliano. El vecino de Querétaro, nombrado también por Maximiliano, fue Jesús María Vázquez, el único que vive hoy. Los ministros extranjeros eran el barón del Lago, ministro de Austria; el barón de Magnus, ministro de Prusia; Hooricks, ministro de Bélgica; Curtopatti, ministro de Italia y Forest, cónsul de Francia, suplente de Danó, porque Márquez no permitió a éste la salida de la capital.


Junio 5.

Conociendo los defensores de Maximiliano que, según la Ley, de 25 de enero, no tenían disponibles más que tres días para la defensa, convinieron en que Ortega y Vázquez quedarían en Querétaro y harían la defensa judicial del emperador, y Riva Palacio y Martínez de la Torre marcharían al día siguiente a San Luis Potosí, como en efecto marcharon para agenciar eficazmente la concesión del indulto de la pena de muerte, cuya sentencia tenían por segura según la Ley de 25 de enero. Poco después salió de Querétaro para San Luis Potosí el barón de Magnus con el mismo objeto que los defensores.


Junio 5.

Carta del célebre guerrillero italiano José Garibaldi a Juárez, enviada de Castelletti, elogiando mucho a Juárez y suplicándole que le perdonase la vida a Maximiliano.


Junio 8.

Orden de Juárez sobre los demás prisioneros:

1° Severo del Castillo, Manuel García Aguirre, Luis Blasio, el prefecto Domínguez, el comisario Tomás Prieto, el príncipe de Salm Salm, y los demás generales serían juzgados por el Consejo de Guerra conforme a la Ley de 25 de enero;
2° Todos los coroneles fueron condenados a 6 años de prisión;
3° Todos los tenientes coroneles a 5 años de prisión;
4° Todos los comandantes a 4;
5° Todos los capitanes a 2;
6° Todos los tenientes extranjeros, a 2;
7° Todos los tenientes y soldados rasos mexicanos fueron declarados en libertad.


Junio 9.

Todos los sentenciados a prisión fueron sacados de Querétaro y conducidos con numerosa escolta a la cárcel de la ciudad respectiva, a saber: Todos los coroneles y tenientes coroneles a la cárcel de Morelia, y de los demás, unos fueron conducidos a la cárcel de Guanajuato, otros a la de San Luis Potosí y otros a la de Zacatecas.


Junio 12.

En este día, el príncipe de Salm Salm encontró a Maximiliano leyendo un libro, éste lo dejó para estrechar la mano de su amigo y platicar con él, y él tomó el libro y leyó en su frontis: Historia de Carlos I en Inglaterra.


Junio 13.

Continuación del proceso de Maximiliano. Zamacois, a las págs. 1501 y 1502, dice:

A las seis de la mañana se hallaban formados frente al ex convento de Capuchinas, convertido en prisión, cincuenta hombres de caballería de Cazadores de Galeana, y número igual de infantería del batallón Supremos Poderes, para conducir a los tres presos al sitio en que iban a ser juzgados. Como el emperador se hallaba enfermo y quería evitar la humillación de comparecer ante un tribunal que juzgaba incompetente, dejó a sus defensores el cuidado de mostrar a sus jueces los actos de su breve reinado y los motivos por los cuales aceptó la corona de México ...

Así, pues, los generales don Miguel Miramón y don Tomás Mejía fueron solos, dentro de un coche, rodeados de una escolta numerosa que iba a las órdenes del coronel don Miguel Palacios.

Eran las ocho de la mañana cuando se abrió el Consejo ... El teatro estaba adornado con gallardetes, banderas y emblemas republicanos. Los palcos y las butacas estaban ocupados por los oficiales del ejército liberal, pues habían recibido orden desde el día anterior para concurrir a presenciar el acto. Los jueces, vestidos con el uniforme de gala, se hallaban sentados en el foro. La defensa de ... Mejía, fue hecha y leída por su diestro abogado don Próspero C. Vega (vive); la de Miramón, por los sabios jurisconsultos don Ignacio de Jáuregui y don Antonio Moreno; en la del emperador Maximiliano desplegaron su saber y capacidad los distinguidos abogados don Eulalio Ortega y don Jesús María Vázquez.

Conceptos muy notables de la defensa escrita por el sabio Ortega:

Usurpador del poder público, enemigo de la Independencia y seguridad de la nación, perturbador del orden y la paz públicos, conculcador del derecho de gentes y de las garantías individuales; tales son, en compendio, los principales cargos que se hacen al señor archiduque Maximiliano. Pero esas frases sonoras y retumbantes, que bastan para adornar un discurso en un club, o para llenar unas cuantas columnas de un periódico, distan mucho de ser suficientes para hacer descansar el ánimo de un tribunal al pronunciar un fallo que va a decidir de la muerte o de la vida de un individuo de nuestra especie. Fundamentos legales, sólidos, robustos, y no vanas declamaciones, son los únicos que en tal caso pueden tranquilizar el espíritu de funcionarios públicos, llamados a pronunciar sobre una pena de consecuencias irreparables, cual lo es la capital. Examinemos, pues, más de cerca e imparcialmente los cargos que se hacen a nuestro defendido, y fácilmente comprenderemos que es aplicable a ellos, lo que respecto de ciertas obras pomposas literarias, dice un eminente poeta español: Mas la razón se acerca y con desprecio Ve el bulto informe entre el ropaje vano.

Es cierto que la rebelión de una aldea, de una ciudad, de una provincia, de una pequeña minoría de una nación contra las instituciones adoptadas por el país, es un crimen grave que debe ser castigado, aunque después examinaremos si con la pena de muerte o con otra; pero entre el caso de rebelión, es decir, del levantamiento de unos cuantos contra la inmensa mayoría de una nación, y el de una verdadera guerra civil, el de riguroso cisma social, en que casi por partes iguales una sociedad se divide, deseando una porción de ella ir por nuevos caminos, y deseando la otra no separarse de los ya trillados y conocidos, hay una enorme distancia. Esos dos estados sociales son enteramente diversos, y también son enteramente diferentes las reglas legales aplicables al uno y al otro. Cuando lo que se presenta en una nación, en una sociedad, es el estado de rigurosa rebelión, es decir, el alzamiento de una minoría insignificante contra la mayoría, aquélla, necesaria e indefectiblemente sucumbe, y ésta tiene el derecho de castigarla, porque ha cometido el crimen de perturbar la paz pública sin motivo legal que la autorizara a hacerlo. Pero a veces las sociedades, sobre todo, las regidas por instituciones populares, suelen verse en otro estado, y es el de que dividiéndose casi por partes iguales, una porción quiere una cosa y otra pretende la contraria. Cuando una minoría, respectivamente pequeña, se opone a lo decidido por la mayoría, aquélla tiene el deber de resignarse y someterse, porque ésta es la ley de las asociaciones todas, a saber: el que la minoría tenga que someterse a la mayoría en todo aquello que no altere la constitución de la sociedad. Pero cuando hay una verdadera y rigurosa división entre sus individuos, cuando la fuerza de ambas secciones en que una nación se divide, casi se equilibra; cuando ambas secciones toman sumo calor e interés en los puntos que las dividen, cuando ninguna de ellas se presta a hacer concesiones a la otra, entonces tal conflicto, lo mismo que si él se hubiera presentado entre naciones soberanas e independientes, no puede decidirse de otra manera que recurriendo a las armas.

Para decidir las cuestiones internacionales, sin apelar al desastroso y sangriento recurso de las armas; para procurar hacer desaparecer la guerra entre las naciones, siglo tras siglo, han aparecido publicistas, filósofos y humanitarios que han formado diversos sistemas con ese objeto, que hasta hoy han quedado ineficaces y estériles; de manera que, en el estado que hoy guarda la ciencia política, el problema de una paz perpetua entre las naciones, se presenta tan insoluble en la ciencia del derecho de gentes, como lo es en la ciencia matemática el de la cuadratura del círculo.

Un vacío análogo al que acabamos de notar en el derecho de gentes, se encuentra en el derecho constitucional. Hasta ahora, ningún pueblo ha podido en su constitución dar solución al problema de terminar de una manera pacífica esos cismas sociales, que a veces se presentan en las naciones, y que cuando llegan a aparecer no se deciden de otra manera, que echando mano a la espada. Cuando la guerra civil llega a estallar en un pueblo, ella termina por los mismos medios que las internacionales.

Unas veces los partidos, después de cansados de destrozarse, terminan su lucha por medio de un arreglo, como cuando dos naciones beligerantes ponen fin a la guerra por medio de un tratado. Otras, a la larga, un partido llega a sobreponerse a otro, y a vencer y a subyugar a su contrario. De ese género fueron las guerras religiosas que se presentaron en varias naciones del centro y del norte de Europa, a consecuencia de la llamada Reforma religiosa, comenzada a predicar por Lutero en Wurthemberg.

Del mismo género son las guerras de carácter político que desde fines del siglo pasado han agitado, siguen y continuarán agitando, hasta que las sociedades tomen su asiento, a las naciones de Europa y América, y en que luchan las nuevas ideas de libertad y de progreso diseminadas en el mundo por la filosofía moderna y los adelantos del entendimiento humano, con las tradiciones, hoy sin razón de existir, que ha legado al mundo la edad media.

Cuando uno de esos grandes cismas sociales se presenta en una nación, y cuando uno de los partidos beligerantes logra sobreponerse y vencer al otro, el partido victorioso podrá abusar hasta donde quiera de su triunfo, porque el ejercicio de la fuerza no puede ser limitado sino por el uso de una fuerza contraria, que en el supuesto ha sido comprimida y subyugada. Pero hay una distancia inmensa entre lo que se hace y lo que debe hacerse, entre el hecho y el derecho. El partido vencedor, arrastrado por las pasiones del momento y por los instintos de venganza que siempre despierta una lucha prolongada y sangrienta, puede abusar hasta donde quiera de su victoria; pero la historia y el derecho, que no participan de las mismas pasiones, miran al través de otro prisma que el de los contemporáneos. Esas ejecuciones sangrientas las marcan con el sello de una reprobación severa, y las califican de inútiles e injustificables.

Cuando el gobierno de Carlos V, después de haber vencido a las comunidades; después de haberse pronunciado contra éstas la fuerza de las armas, hizo morir en un cadalso al caudillo de Villalar, la historia ha estado muy lejos de ver ese suplicio en el mismo punto de vista que lo consideraron los que decretaron su ejecución, y con su buril de fuego lo ha dejado consignado en los anales del género humano como un acto de inútil barbarie, como un lujo de ostentosa tiranía.

Entre las guerras civiles más memorables en los anales del género humano, es muy digna de notarse, por ser la Inglaterra la fundadora de las instituciones constitucionales modernas, la larga lucha de medio siglo entre el partido popular inglés y la casa de los Estuardos. Uno de los incidentes más interesantes de esa guerra civil, es el proceso y ejecución de Carlos I, después de haber sido vencido y hecho prisionero por sus adversarios políticos.

Veamos, pues, cómo juzgan ese suceso historiadores modernos ingleses, pertenecientes, no al partido tory, sino al partido whig o liberal, es decir, la misma comunión política que hace dos siglos tomó sobre sí la responsabilidad de decretar la ejecución de Carlos I. Y nótese, que en todos los pueblos regidos por instituciones libres, los dos partidos que luchan por regir a la sociedad, el de lo pasado y el del porvenir, el inclinado a no alterar nada y el decidido a innovar, que en diferentes países y tiempos tienen diversas denominaciones, y que hoy se llaman entre nosotros conservador y liberal, van sufriendo con el tiempo esta modificación: el enemigo de las innovaciones va resignándose poco a poco con algunas de las hechas, y por lo mismo cada día se hace menos retrógrado; el partidario de ellas cada día demanda nuevas, que en su concepto exigen nuevas necesidades; cada día es más avanzado en sus ideas, de manera que ambos partidos conservan la misma separación y la misma posición relativa.

Si el hombre más progresista de hace dos siglos fuera puesto con todas sus ideas en una de nuestras sociedades actuales, nos parecería más ignorante y retrógrado que una de las ancianas más atrasadas de nuestros tiempos ...

Es, pues, una cosa que no se puede poner en disputa en el presente siglo, que en el caso de una guerra civil, los vencedores no tienen el derecho de quitar la vida a los vencidos y por lo mismo, sólo queda por examinar, si la lucha en que ha sucumbido el señor archiduque Maximiliano, tiene los caracteres de una guerra civil o de una simple rebelión.

La intervención francesa y los conatos hechos para establecer a su sombra un Imperio, sosteniendo el cual fue hecho prisionero nuestro defendido, son los últimos esfuerzos hechos por el partido enemigo de las innovaciones sociales, contenidas en las leyes llamadas de Reforma, para oponerse al establecimiento y consolidación de esas innovaciones.

¿Y puede siquiera ponerse en cuestión que ha sido uña verdadera guerra civil la lucha que se ha prolongado desde hace diez años entre el partido liberal, resuelto a establecerlas y consolidarlas, y el partido conservador, no menos decidido a impedir su establecimiento y consolidación? La división de opiniones de que esa lucha no es sino un síntoma, ha penetrado profundamente en todos los estados, en todas las clases, en el seno mismo de las familias; con frecuencia se ha visto al padre combatir en las filas de un bando y al hijo en el contrario; y en los sitiados y sitiadores de esta ciudad se han visto casos de esa clase, habiendo dado uno de ellos ocasión, en el acto de la toma de esta ciudad, a uno de los más nobles, bellos y patéticos ejemplos de piedad filial. Ciudades, Estados enteros, están marcados entre nosotros por lo decidido de sus opiniones en uno u otro sentido. Ni es de extrañarse tal fenómeno. El espíritu de innovación entra y se propaga lentamente en las sociedades. Nace al principio en la cabeza de un pensador profundo y atrevido, a quien la ciega multitud comienza llamando iluso, soñador; hace poco a poco prosélitos, y sólo con el tiempo llega esa idea, cuyo germen apareció solitario y asilado en la cabeza de un novador osado, a brotar, desarrollarse, robustecerse y echar raíces en el seno de la sociedad.

Mientras más grandes y radicales son las innovaciones que se intenta introducir, es más decidida y general la resistencia que se encuentra contra ellas en esa masa numerosa de la sociedad, contenta con continuar viviendo como siempre ha vivido, y difícilmente puede encontrarse un conjunto más completo y radical de innovaciones, que las contenidas en la Ley de 25 de junio de 1856, Constitución de 1857 y Leyes de 12 y 13 de julio de 1859.

El recuerdo de lo que pasó en la discusión de un solo artículo de la Constitución de 1857, bastará para hacernos formar juicio, si es o no una verdadera guerra civil esta lucha de diez años, más terrible y sangrienta que la que tuvieron que sostener nuestros heroicos padres para emancipamos de la antigua metrópoli. Se discutía en el Congreso que formó la Constitución de 1857 una sola de esas innovaciones, a saber: la independencia de la Iglesia y el Estado, y la consiguiente tolerancia de cultos. Uno de los oradores que se opuso a esa reforma fue, no una persona fanática y supersticiosa, no un hombre de Estado de ideas atrasadas, sino antes bien muy avanzado en sus opiniones, el C. Juan Antonio de la Fuente, después ministro constitucional en 1863, y uno de los patriotas más firmemente decididos por la causa nacional, liberal y republicana. ¿Y por qué se opuso a esa forma? ¿Fue acaso porque ella chocara con sus ideas y principios? De ninguna manera; sino porque estimaba que ella chocaba con las ideas y preocupaciones de la mayoría de la nación; porque creía que ésta no estaba preparada para recibirla, y porque temía que por esto provocara resistencias, que encendiera una larga y sangrienta guerra civil (11) ...

Si los liberales no queremos desfigurar la verdad, con la mano en el corazón debemos reconocer que cuando se inició la Reforma, el partido favorable a ella era numéricamente inferior a su contrario. Su inteligencia, su valor, su energía, el tener de su lado la razón, la justicia y la conveniencia pública, lo han hecho triunfar contra todas las probabilidades humanas ... y lo extraño es, no que con el voto de los notables y de las municipalidades aparentemente general, libre y espontáneo, se creyera nuestro cliente llamado por la nación mexicana a regirla, sino que un individuo de la casa de Austria, reconociera en principio como origen legítimo del poder público la soberanía del pueblo, abdicando la teoría del derecho divino, que por tanto tiempo fue patrimonial en su casa.

Este es el verdadero fenómeno político que presentan los sucesos a que nos vamos refiriendo y que manifiestan los reales y verdaderos progresos que han hecho en nuestro siglo los verdaderos principios (12) ...

Como ya dijimos, las exigencias especiales de su posición le impusieron a veces, bien a su pesar, la triste necesidad de hacer algunas concesiones a la autoridad francesa, y una de ellas fue la expedición de la Ley de 3 de octubre de 1865, en la que hay algunos artículos redactados por el mismo mariscal Bazaine, y la que se dictó en virtud de informes ministrados por los mismos franceses, de que el señor Juárez había abandonado el país.

Pero una vez admitida la buena fe, y ésta se ha demostrado antes, con que el señor archiduque se creía legítimamente soberano de México, no podía imputársele a crimen el que tomase aquellas providencias dirigidas a defender su gobierno contra los adversarios políticos que le combatían con las armas. Para el gobierno, que con error o sin él, tiene la conciencia de su legitimidad, proveer a su conservación y seguridad, no es materia de un simple derecho, sino de un estricto deber (13).


Junio 13.

Intriga de la princesa de Salm Salm, de su esposo y de Maximiliano para la fuga de éste de Querétaro. Zamacois, en las págs. 1524 y siguientes, dice:

La princesa de Salm Salm, así como su esposo, habían concebido desde hacía algunos días el proyecto de salvar al emperador, ofreciendo a dos coroneles cien mil duros a cada uno, si proporcionaban la fuga de Maximiliano, el cual se embarcaría en Veracruz, que aún estaba en poder de los imperialistas, para dirigirse a Europa. La princesa de Salm Salm y su esposo pusieron en conocimiento del ilustre prisionero su proyecto ... y le pidieron para poder llevar a cabo el proyecto, que escribiese y firmase un documento en que mandase pagar aquella suma ... Maximiliano ... accedió a la petición y firmó el día 13 dos libranzas de a cien mil duros cada una, que debían ser pagadas por la casa y familia imperial de Austria, en Viena ... La fuga debía verificarse la noche del siguiente día 14 ... El emperador prestó a la princesa su anillo con su sello, y se convino que le sería devuelto por aquella persona en quien podía tener él entera confianza ...

Uno de los coroneles a quienes trataba de interesar en favor de la proyectada fuga del emperador, fue don Miguel Palacios, que bajo las órdenes de otro jefe superior tenía la vigilancia especial de los prisioneros. La princesa de Salm Salm le envió un recado, diciéndole que se dignara ir a verla a su casa. Don Miguel Palacios acudió al llamamiento, y entonces la esposa del príncipe de Salm Salm, de la manera más atenta y disimulada, llegó a manifestarle su deseo de salvar al emperador.

Disimulando el coronel el asombro que le causaba el plan concebido, y tratando de descubrir todos los pormenores del proyecto, hizo algunas observaciones respecto de la seguridad del pago de la suma que ofrecía de parte de Maximiliano. La princesa le dijo entonces que las libranzas serían firmadas, como seguridad adicional, por los representantes de las legaciones extranjeras que se hallaban en aquellos momentos en Querétaro, aunque bastaba que lo fuesen sólo por Maximiliano. El coronel Palacios, dando contestaciones ambiguas y prometiendo que volvería a verla por la tarde, se despidió con suma atención de ella, y se dirigió inmediatamente a ver a Escobedo para poner en conocimiento suyo el plan concebido por la princesa de Salm Salm. Esta, entre tanto, había llamado al otro coronel, a quien trataba de interesar en la fuga del emperador. El coronel, que se llamaba Villanueva (Ricardo) y era hombre de fina educación, procurando como Palacios, descubrir todos los pormenores del proyecto, contestó casi en iguales términos q4e él, y se retiró con la determinación de dar aviso ...

La princesa de Salm Salm, a fin, como había prometido, de que las libranzas llevasen como una seguridad adicional las firmas de los diplomáticos extranjeros, avisó al emperador que tuviesen aquel requisito. Maximiliano llamó al barón de Lago, representante de Austria, y sin decirle el objeto a que se destinaba la suma que representaban las expresadas libranzas (14), le pidió que pusiera su firma en ellas y que las llevase a los demás ministros para que pusieran también las suyas.

El barón de Lago firmó y salió con las libranzas para que hiciesen lo mismo los demás representantes de las otras naciones. Llegada la tarde, el emperador envió al doctor Basch a la casa que habitaba el barón de Lago, a fin de que le diese las libranzas firmadas por los representantes extranjeros y las entregase a la princesa de Salm Salm, que las estaba esperando con ansiedad. El doctor Basch, obsequiando la disposición de Maximiliano, se presentó al barón de Lago, diciéndole que iba por las libranzas y el objeto que tenían. El representante de Austria se sobrecogió de espanto al escucharle, y apretándose la cabeza con ambas manos y paseándose aprisa por el aposento, exclamó: No podemos firmarlas. Si lo hacemos, nos colgarán a todos (15). Los otros representantes que acababan de llegar a la habitación del expresado barón de Lago, y que aún no habían firmado, manifestaron al doctor Basch que hiciera presente a Maximiliano, que si realmente los dos coroneles se hallaban dispuestos a salvarle, quedarían ciertamente satisfechos con sólo su firma. El barón de Lago, alarmado en extremo de lo que había hecho, tomó unas tijeras y cortó el pedazo de las libranzas en que estaba su firma. El doctor Basch volvió a la presencia del emperador con las libranzas mutiladas, y le refirió lo que había presenciado (16).


Junio 14, en la mañana.

Un oficial llevó un coche a la puerta de la casa donde vivía la princesa de Salm Salm y le dijo secamente: Señora, dentro de un cuarto de hora tiene usted que ponerse en camino para salir de la ciudad: un coche espera a usted a la puerta; arregle usted inmediamente lo que tenga que arreglar. En efecto, al cuarto de hora montó en el coche y fue conducida al pueblo de Santa Rosa, situado entre San Miguel de Allende y Querétaro. Momentos después se dirigió la princesa a San Luis Potosí, para procurar de Juárez, con la mayor actividad, el indulto de Maximiliano (17).


Junio 14, en la mañana.

Al mismo tiempo que se ponía el coche a la puerta de la casa de la princesa, se ponía una diligencia a la puerta de la casa del barón de Lago, y se comunicó al mismo y a los ministros de Bélgica, de Italia y de Francia, la orden de Escobedo de salir de Querétaro dentro de dos horas e ir a vivir precisamente en Tacubaya o en Guadalupe Hidalgo, amenazándoles con la pena de muerte si volvían a Querétaro antes de ocho días. Apenas tuvieron tiempo de arreglar su equipaje y despedirse de Maximiliano. El príncipe de Salm Salm fue puesto incomunicado (18).


Junio 14, en la tarde.

Conferencia entre Lerdo de Tejada y los defensores de Maximiliano. Palabras muy notables del primero. Los defensores en su Memorandum, págs. 85 y siguientes, dicen:

Siempre atento el señor Lerdo a todas nuestras observaciones, nos dijo:

Hemos venido debatiendo una cuestión de indulto antes de tiempo, porque ustedes ven el fallo del Consejo, como el anuncio seguro de la muerte de Maximiliano, y sin que pueda decir que la resolución del gobierno esté tomada, pues que es un punto reservado a un detenido y serio examen, deseo dar a ustedes alguna respuesta sobre las consideraciones que han presentado en esta conferencia. El perdón de Maximiliano pudiera ser muy funesto al país, porque en lo conocido de su variable carácter, no habría gran probabilidad de que se abstuviera de toda otra seducción. La guerra civil puede y debe acabar con la reconciliación de los partidos; pero para ello es preciso que el gobierno quite los principales elementos de un trastorno que fuera probable. La justicia cumple con este proceso uno de sus deberes, y la nación nos pediría cuenta de una indulgencia que la expusiera a los peligros de una nueva agitación. Para lo interior, lejos de ser el indulto un vínculo de unión, eterna sería la recriminación entre los mismos sostenedores de la nacionalidad mexicana: él sí produciría una inquietud peligrosa que pudiera comprometer todo el porvenir, relajando todos los resortes de la autoridad.

El gobierno ha pensado, antes y ahora, con el mayor detenimiento, los peligros del perdón, las consecuencias de la muerte; y si el gobierno llega a denegar el indulto, del cual se ocupará cuando llegue su caso, estén ustedes seguros de que ha creído que así lo exige el sentimiento nacional, la justicia, la conveniencia pública y la necesidad de dar paz a un país que, sin ese nuevo elemento de la monarquía, había tenido lo bastante para hacerse pedazos en más de cincuenta años.

¿Quién puede creer que estarían tranquilos los hombres intransigentes para quienes los adelantos de la sociedad, su progreso, sus instituciones, son un pecado que los lastima y excita a la revolución? ¿ Quién puede asegurar que Maximiliano viviera en Miramar o a donde la Providencia lo llevara, sin suspirar por el regreso a un país del cual se ha creído el elegido? ¿Qué garantías pudieran dar los soberanos de Europa de que no tendríamos una nueva invasión para sostener el Imperio?

Europa no quiere ver en los mexicanos hombres dignos de formar una nación. Tiene de nosotros la más pobre idea: se figura que las instituciones republicanas son el vértigo de un pueblo demagogo, y a grande servicio y mayor honra para el país tendría, acaso, el comprometer antes de mucho tiempo a Maximiliano para que tentase nuevamente la fundación del Imperio. La inspiración fatal que animó la intervención podía revivir, y los gobiernos de Europa, con el pretexto de moralizarnos, hiriendo la moral más pura, armarían nuevas legiones que, aunque extranjeras, portarían bandera mexicana para fundar otra vez el poder del que llamaron emperador.

El indulto pudiera ser funesto entonces, y al desdén e ingratitud con que se viera esta conducta, agregaríamos, tal vez en mayor grado, la repulsión de los partidos: encenderíamos más sus odios, y más y más se levantaría el grito terrible de reproche a la traición. Volviendo siempre los ojos un partido a Miramar, no sería remota una nueva violación de los principios de derecho público, y la Independencia de México pudiera entonces pasar por mayores peligros que los que a costa de tantos sacrificios ha podido en la presente crisis conjurar.

Es preciso que la existencia de México como nación independiente, no la dejemos al libre arbitrio de los gobiernos de Europa: es preciso que nuestras reformas, que nuestro progreso y nuestra libertad, no se detengan ante la voluntad de algún soberano de Europa que quiera apadrinar a quien, llamándose emperador de México, pudiera aspirar a ser el regulador del grado de libertad o servidumbre que conviniera. La vida de Maximiliano podía ser la tentativa de un virreinato, y esa esperanza alimentar las recriminaciones de partido, las sediciones de una desesperada situación, el alimento de una antipatía de más hondas raíces que las que hasta aquí habían tenido los odios políticos. La vuelta de Maximiliano a Europa, pudiera ser una arma entregada a los calumniadores y enemigos de México, de que se servirían como restauración, provocando siempre un conflicto para llegar a la transformación de las instituciones de la República.

Cerca de cincuenta años hace que México viene ensayando un sistema de perdón, de lenidad y los frutos de esa conducta han sido la anarquía entre nosotros y el desprestigio en el exterior. Ahora, o acaso nunca, podrá la República consolidarse ...

El gobierno que ha luchado por la República con una fe ciega en su porvenir, no comprometerá hoy ninguno de sus grandes intereses con la resolución precipitada del indulto de Maximiliano. El gobierno hará un verdadero estudio de todo cuanto ustedes expongan, y la resolución que tome será hija de una conciencia desapasionada (19).


Junio 14, al amanecer.

Ramírez Arellano, después de algunos días de caminar a pie y disfrazado de gañán, de Querétaro a México, y de haberse andado una noche por las calles de Guadalupe Hidalgo, y haber estado cuatro días oculto en Tacubaya, y de muchos trabajos y lances de sagacidad, logró, disfrazado de vivandero, atravesar la línea del ejército sitiador y llegar a México. A cuantos militares imperialistas encontró de alta y baja graduación, incluso Tavera, se les dio a conocer y les dijo que era falsa la noticia de la toma de Querétaro y de la prisión de Maximiliano, y que éste había roto el sitio y estaba para llegar a México a la cabeza de un poderoso ejército. A Márquez le comunicó lo que realmente había pasado, y entre los dos fraguaron el publicar, por la prensa, y de una manera oficial, el que Maximiliano con sus bravos generales y trayendo a su lado a su hábil ministro García Aguirre, estaba para llegar a México a la cabeza de un poderoso ejército, que haría pedazos el de Porfirio Díaz, la cual noticia reanimaría al ejército defensor de la plaza.


Junio 14, a las once y media de la noche.

El Consejo de Guerra pronunció sentencia de muerte contra Maximiliano, Miramón y Mejía.


Junio 15.

El asesor, abogado Joaquín María Escoto, confirmó la sentencia de muerte contra Maximiliano, Miramón y Mejía (20).


Junio 15.

Se publicó en El Diario del Imperio una comunicación de Márquez a Tavera, en que le decía que le comunicaba oficialmente que Maximiliano estaba para llegar a la capital a la cabeza de su poderoso ejército, para que preparara la entrada triunfal y ovación de su majestad; y en el mismo número del diario se publicó un artículo en el que se decía:

Se han confirmado plena y auténticamente las noticias que por particulares conductos teníamos acerca de los sucesos del día 15 de mayo en Querétaro, que los enemigos de la sociedad trastornaron y compusieron a su manera, sin pararse para esto en los más absurdos cuentos y en los reprobados medios, de que se avergonzaría cualquiera persona por poco que fuera en lo que se estimara (21). Nuestro augusto, magnánimo y valiente soberano, a la cabeza de su ejército de bravos, evacuó a Querétaro en la fecha citada arriba, con todos sus generales, jefes y la mayor parte de su tropa, sus armas y sus piezas de artillería, abriéndose paso bizarramente para marchar en auxilio de esta capital. De un instante a otro, pues, van a verse reunidos los leales, decididos y valientes defensores de México con aquel ejército, sobre toda ponderación recomendable, y nuestro heroico soberano a la cabeza de sus leales tropas, sabrá escarmentar a los que tantos males están causando y que tantos otros mayores preparan a la nación. ¡Sea mil veces enhorabuena!

Zamacois, testigo ocular, en la pág. 1616, añade:

Pronto un repique general de campanas se escuchó en las numerosas iglesias de la capital, celebrando la noticia, que llenó de regocijo a la parte imperialista de la ciudad y de entusiasmo a la guarnición (22).


Junio 16.

El barón de Lago llegó a Tacubaya, y luego envió una comunicación al coronel Khevenhuller, jefe de un cuerpo de mil austriacos que defendía la plaza a las órdenes de Márquez, diciéndole que acababa de llegar de Querétaro, y que no tenía duda que hacía más de un mes que la plaza de Querétaro estaba en poder de los republicanos y preso el emperador, y que por lo mismo le aconsejaba que él y sus soldados dejaran de combatir. Dicho coronel y sus austriacos siguieron el consejo con grande enojo de Márquez, quien veía que su ejército era corto, y quedaba más reducido con la separación de los austriacos.


Junio 16.

El barón de Lago envió una comunicación a Porfirio Díaz, suplicándole que aconsejase a bastantes austriacos, que desde que habían sido hechos prisioneros en Miahuatlán y la Carbonera, habían militado a las órdenes de Díaz en Puebla y en San Lorenzo y militaban a la sazón en el sitio de México, que les aconsejase, repito, en nombre del barón, que se retirasen del ejército republicano, para que se reuniesen con sus compatriotas de la capital, y todos se embarcasen cuanto antes para el Austria. El general Díaz obsequió el deseo del barón de Lago, y todos los austriacos se separaron de las filas republicanas.


Junio 16.

En las primeras horas de la mañana, Escobedo confirmó la sentencia de muerte, pronunciada por el Consejo de Guerra contra Maximiliano, Miramón y Mejía; y dio la orden que la sentencia se ejecutase a las tres de la tarde de ese día, y que se comunicase así a los reos.


Junio 16, a las once y media de la mañana.

Por enfermedad del fiscal Aspíroz, el general Refugio Gonzalez leyó a cada reo, en su celda, la sentencia y les comunicó la orden de que se ejecutaría a las tres de la tarde. Maximiliano, dijo: Estoy pronto y firmó la sentencia; Miramón protestó contra ella por escrito y firmó; y Mejía firmó la sentencia sin decir nada. Luego pidieron indulto a Juárez por conducto de sus defensores, llamaron sacerdotes, se confesaron violentamente y recibieron el viático. Los tres defensores inmediatamente pidieron indulto por medio de un telegrama que remitieron a los defensores que se hallaban en San Luis Potosí. Maximiliano se confesó con el padre Soria y encargó al doctor Basch que embalsamara su cadáver y procurara que fuera conducido a Viena, para que reposara junto a los de sus abuelos.


Junio 16.

Juárez negó el indulto, diciendo: que no se podía acceder a él por oponerse a aquel acto de clemencia las más graves consideraciones de justicia y de necesidad de asegurar la paz de la nación. Mas a petición del barón de Magnus, Juárez concedió a los tres sentenciados tres días más de vida para que acabaran de arreglar sus negocios de conciencia, de familia y de otros intereses.


Junio 16, a las tres menos cuarto de la tarde.

Escobedo recibió el telegrama de Juárez y lo entregó luego al asesor Joaquín María Escoto, quien fue inmediatamente a comunicado a los reos (23).


Junio 16, en la tarde.

Carta de Maximiliano al conde de Bombelles:

Querétaro, 16 de junio de 1867.

Mi querido conde de Bombelles:

Suplico a usted salude de todo corazón a mis queridos amigos, a quienes nadie mejor que usted conoce, y les diga a mi nombre, que siempre he obrado fiel a mi honor y a lo que me dictaba mi deber y conciencia, y que únicamente la traición me ha entregado a mis enemigos, después de una defensa larga y penosísima.

Mi valiente ejército me ha secundado con lealtad, defendiendo bajo mis órdenes una ciudad abierta, sin provisiones y sin municiones durante setenta y dos días, contra un enemigo siete veces más numeroso: me faltan palabras para realzar el heroico valor de mis queridos generales, oficiales y soldados.

Dándole a usted, mi querido amigo, el último abrazo, quedo suyo afectísimo.

Maximiliano (24).



NOTAS

(1) Las narraciones de Zamacois de los hechos que acontecieron en México durante el sitio, merecen mucha fe porque allí estaba a la sazón el veraz historiador, y según nos informa en la pág. 1603, gran parte del día y hasta muy avanzada la noche se andaba por las calles, plazas y demás lugares públicos procurando noticias.

(2) Ramírez Arellano, en su opúsculo Ultimas horas del Imperio, dice: La ejecución de Méndez tuvo lugar delante de la fachada principal de la casa en que yo me encontraba escondido. Para asistir con más comodidad a la escena sangrienta de la ejecución, muchos jefes republicanos, entre otros Ugalde y varios guerrilleros de renombre, penetraron en la casa y se instalaron a dos o tres pasos del hombre a quien querían sacrificar a la venganza política.

(3) Cualquiera que fuera la causa que defendiera Méndez, al leer la historia de su fusilamiento, se siente placer en ser mexicano.

(4) Era el más sagaz de los jefes imperialistas.

(5) Siempre que digo que Juárez ordenó alguna cosa, se entiende que lo hizo por medio del ministro de la Guerra, lo cual advierto para no estarlo diciendo a cada paso.

(6) De él y de sus jefes. Nada dice de un hecho tan grave como la entrega de la plaza por Miguel López.

(7) Filosofía de la Historia. Se entraba en el terreno de la política en el que Maximiliano mostraba esperanzas de salvación. Tenía esperanzas en que los alegatos presentados a Juárez por los primeros abogados de México con toda la habilidad forense, y, sobre todo, en que la poderosa influencia de los gobiernos de Europa ejercida sobre Juárez por medio de sus ministros, lo hiciesen cejar y que desistiese de que fuera juzgado conforme a la Ley de 25 de enero de 1862; o lo que era lo mismo, que no se le impusiese la pena de muerte. Me parece que tienen peso estos razonamientos del señor Enrique M. de los Ríos, en un artículo sobre el asunto publicado en El Monitor Republicano, el 15 de agosto de 1889, en el que dijo: Maximiliano creemos que consintió, como todo el mundo, en que su persona sería respetada en cualquier caso, pues sabía que tenía tras sí, para exigir la garantía de su vida, a todos los reyes de Europa que eran sus parientes, más o menos inmediatos. Como había nacido en las gradas del trono, debió tener la convicción formada de lo que vale un príncipe de la sangre de Europa y de lo que ha valido siempre, con excepción de los reyes de Francia en tiempo de la Revolución del 93, caso único en cerca de dos siglos que nadie pensaba volvería a repetirse, mucho menos en América, y todavía menos por una nación tan despreciada y débil como México.

(8) Arrangoiz, en el tomo citado, pág. 314, dice:

El general Escobedo, a quien en las guerras civiles había salvado la vida una vez Mejía, fue a ver a éste a su prisión y proponerle que lo sacaría de allí y pondría en salvo, para lo cual tenía bastante influjo con el gobierno y prestigio con los jefes y oficiales de su ejército, los cuales, con muy rara excepción, verían con gusto que se salvara Mejía. Este noble indio le contestó a su leal amigo que si salvaba también al emperador y a Miramón, convendría en la proposición; mas habiéndole manifestado el general Escobedo cuán imposible era salvar a Maximiliano, pues me fusilarán con S. M. I., contestó Mejía; y cumplió su palabra: le fusilaron con Maximiliano.

Varios periódicos han publicado la noticia de que un reporter de El Universal, en el año de 1891 le hizo una visita a la señora Agustina Castro, viuda de Mejía, que vive en una pocilga de la capital de México, y que dicha señora dijo que no había sido Escobedo el que le había propuesto a su marido la fuga, sino un militar apellidado Alcaraz, y que Mejía no había aceptado fugarse porque le había parecido imposible y como un candor la realización del proyecto.

Como tengo por inverosímil el que Escobedo faltase a sus deberes como soldado y general en jefe, y como no soy muy afecto al testimonio y criterio lógico de reporters que no conocieron Tucídides ni Salustio, César Cantú ni Modesto de la Fuente, en razón de ser de muy reciente invención esa noticia de la propuesta fuga que se dice hecha a Mejía, la dejo al juicio de los lectores.

(9) Filosofía de la Historia. ¡Estas eran las ideas de Maximiliano y de García Aguirre cuando ya tenían perdida casi toda la nación, y no contaban más que con cuatro ciudades (Querétaro, México, Puebla y Veracruz), que estaban en vísperas de caer también en poder de los republicanos! Ese Estatuto Orgánico, esa regencia y ese Congreso nacional de imperialistas, eran cosas que sólo podían caber en cabezas como la de Maximiliano y la de García Aguirre. Fusilado Maximiliano, sucedió lo que era naturalísimo que sucediera: que los jefes principales como Miramón, Mejía, Méndez, Vidaurri y O'Horan, fueron también fusilados; que casi todos los generales, coroneles, ministros, miembros que habían sido de la Asamblea de Notables y demás prohombres del Imperio, fueron presos; que el general Severo del Castillo, el señor obispo y ex regente Ormaechea, el ministro Teófilo Marín y otros de dichos prohombres, fueron desterrados al extranjero; que Leonardo Márquez, Ramírez de Arellano, Lacunza, Lares, el señor arzobispo y ex regente Labastida y otros muchos prohombres, se fugaron y embarcaron para el extranjero. ¿Quiénes, pues, establecerían esa regencia y ese Congreso nacional de imperialistas? Fusilado Maximiliano, en toda la nación mexicana gobernaron Juárez y demás autoridades republicanas. Y lo que sucedió en México en 1867, ha sucedido en todos tiempos, en todas las naciones del mundo: que caído un gobierno, no gobiernan a la nación las leyes y las autoridades que pertenecieron al mismo gobierno, sino las leyes y las autoridades creadas por el nuevo gobierno. Gracioso hubiera sido que Boabdil hubiera mandado que saliendo él de España, gobernase a la España cristiana un califa o congreso de moros, o que Cuauhtemoctzin hubiera mandado que muriendo él, Hernán Cortés y los demás españoles de la Nueva España fueran gobernados por un emperador azteca o un congreso de aztecas. Por tanto, ese Estatuto Orgánico, esa regencia y ese Congreso nacional de imperialistas, que les ocurrió a Maximiliano y a García Aguirre, fueron como los sueños de Don Quijote.

(10) Zamacois, en la pág. 1464, dice: A la una de la tarde del 31 de mayo, un número considerable de personas de todos sexos y edades, aprovechando la suspensión de hostilidades para ]a salida de los ministros extranjeros llamados por Maximiliano, y de los abogados que iban a defenderle, se agolpaba a las puertas de la ciudad, para salir de ella sin temor y librarse de los rigores de] sitio. Aquel gentío inmenso que acudía en confuso tropel a las puertas de la ciudad para marchar a los pueblos de los alrededores, debió, sin duda, inquietar al general en jefe de la plaza.

(11) Véanse estos Anales, año de 1860, diciembre 4.

(12) Con el respeto debido al profundo talento del señor Eulalio Ortega, voy a emitir en esta nota y en la siguiente mi humilde juicio sobre su defensa.

Filosofía de la Historia. Condensando el alegato de Ortega, todo él se reducía a sentar unas premisas y deducir una consecuencia. Las premisas eran éstas. Dos partidos políticos en una nación, son dos cuerpos sociales, iguales, independientes y con los mismos derechos como dos naciones. Así en México, el partido imperialista y el partido republicano eran, según Ortega, dos cuerpos sociales, iguales, independientes y con los mismos derechos, como dos naciones. Entre las naciones los negocios se arreglan por un tratado, sin que el jefe de una nación pueda imponer la pena de muerte al jefe de otra nación. La consecuencia que deduce era esta: que Juárez, jefe del partido republicano, no podía imponer la pena de muerte a Maximiliano, jefe del partido imperialista, sino que todo debía terminar por un convenio. Dejando aparte esta consecuencia, pronto veremos la verdadera consecuencia que el mismo Ortega deducía de sus premisas, y vamos ahora a hacer el juicio crítico de estas premisas.

Nadie en la nación mexicana aceptaba las premisas de Ortega: ni las aceptaba el partido republicano ni las aceptaba el partido imperialista. El partido imperialista no reconocía al partido republicano como un cuerpo social, igual a él, independiente de él y con los mismos derechos que él; y el partido republicano no reconocía al partido imperialista como un cuerpo social, igual a él, y con los mismos derechos que él.

Ya han visto los lectores estas palabras que dijo un imperialista en un discurso: Los conservadores, esto es, la verdadera nación; y esto no se dijo por una sola persona, ni una sola vez, sino que eran los principios políticos conservadores e imperialistas. El partido imperialista creía que él era el verdadero pueblo y nación mexicana, y que los republicanos eran unos elementos sociales heterogéneos, muy perjudiciales al orden de la nación, elementos que era necesario vencer, reprimir, castigar y hacer desaparecer por la guerra, por la hostilización con la prensa, por la prisión, por el destierro y por la muerte. El partido republicano juzgaba que él era el verdadero pueblo y nación mexicana, y que los imperialistas eran unos elementos sociales heterogéneos, muy perjudiciales al orden y progreso de la nación, elementos que era necesario vencer, reprimir, castigar y hacer desaparecer por la guerra, por la hostilización con la prensa, por la prisión, por el destierro y por la muerte.

(13) Filosofía de la Historia. ¡En mala hora se le escaparon a Ortega esas palabras¡ ¡Consecuencia lógica y fatal de todo lo que había dicho anteriormente! ¡Fatal para la defensa y para Maximiliano! Esas palabras con que Ortega trató de justificar el derecho y estricto deber que había tenido Maximiliano de imponer la pena de muerte a Arteaga, a Salazar y a otros jefes republicanos, justificaba el derecho y estricto deber que tenía Juárez de imponer la pena de muerte a Maximiliano, Miramón, Mejía y otros jefes Imperialistas. Esas palabras entrañan el mismo pensamiento que estas otras de Juárez en su contestación al gobierno de Washington:

El gobierno, que ha dado numerosas pruebas de sus principios de justicia y los deberes que tiene que cumplir para con el pueblo mexicano. Esas palabras de Ortega entrañan el mismo concepto que estas otras de Juárez al negar el indulto a Maximiliano: por oponerse a aquel acto de clemencia las más graves consideraciones de justicia y de necesidad de asegurar la paz de la nación. En esas palabras de Ortega dedujo él mismo la verdadera consecuencia de sus premisas, porque, hombre de talento, ineludiblemente tenía que deducirla. Todos conocen esos insectillos alados que instintivamente revolotean al derredor de la llama de una vela, hasta que por la fuerza del instinto se echan en medio de la llama. La lógica es en los hombres lo que el instinto en los animales. Ortega, empujadó por la fuerza de la lógica, se quemó y quemó a Maximiliano.

(14) Maximiliano siempre engañando.

(15) Filosofía de la Historia. De esta manera Maximiliano ponía en apuros y en graves peligros a aquellos hombres que con tantos trabajos habían ido de México a Querétaro por servirle. Lo que él trataba era de salvarse, y si después de su fuga de Querétaro ponían presos a los ministros extranjeros (que para Juárez no eran ministros, sino solamente unos extranjeros) y los fusilaban o desterraban, nada ]e importaba. Supongamos el caso de que Palacios y Villanueva hubieran consentido en la fuga de Maximiliano, y que éste se hubiera fugado: es seguro que los habrían fusilado y a Maximiliano, navegando con viento en popa hacia Europa, ¿qué le habría importado la vida de aquellos hombres?

Presentemos otra hipótesis: que los coroneles se hubieran embarcado y salvado juntamente con Maximiliano, ¿era seguro el pago de los doscientos mil pesos? ¿Podía Maximiliano entrar en el territorio de Austria? Después de las fuertes sumas que necesitaba Maximiliano para vivir en Europa con el lujo de un archiduque de Austria y ex emperador de México, ¿tendría sobrantes y disponibles doscientos mil pesos? ¿Era Maximiliano fiel a sus promesas hechas a sus amigos y favorecedores y aun a sus hermanos? Que respondieran los conservadores que lo habían traído a México. Que respondiera su hermano Francisco José respecto del cumplimiento del tratado solemne celebrado con él en Miramar la víspera de la aceptación de la corona de México.

(16) El señor Vigil habla de esta intriga de la princesa de Salm Salm, en el tomo citado, pág. 855. Mr. Masseras, en su Ensayo de un Império en México, págs. 317 y 318, refiriendo la misma intriga, dice: Por momentos se veía ya libre (Maximiliano), trazaba su itinerario y fijaba sus proyectos. Había escogido a Mr. Forest para que lo acompañase en su fuga.

(17) Filosofía de la Historia. Dicen los historiadores que la princesa era joven y hermosa, y es verdad: yo la conocí a mediados de noviembre del mismo año de 1867, en el hotel del Paso del Macho, en donde estuvo dos días, a la sazón que yo estaba alojado en el mismo hotel. Yo volvía de Europa y la señora se iba a embarcar en Veracruz para acompañar el cadáver de Maximiliano hasta Viena. Para el desempeño de un negocio grave, para llevar a cabo una empresa difícil en un lance crítico, una mujer que tiene estas tres cualidades, talento, audacia y perseverancia, vale tres veces más que un hombre. Tal era la princesa de Salm Salm. Era, además, muy honrada, y en sus entrevistas secretas con los jóvenes coroneles, no faltó en nada al decoro; no tenía más objeto que salvar a Maximiliano. Sin embargo, Palacios, con motivo de estas visitas, andaba tascando el freno. Según refirió a su amigo el joven coronel don José Rincón Gallardo y me refirió este señor, Palacios dijo a Escobedo: Puede usted jurar que Maximiliano no saldrá de su celda (y lo podía jurar el general en jefe republicano desde que encargó a Palacios la custodia inmediata del emperador, porque conocía muy bien a aquél); pero esta mujer es muy hermosa, y de no enamorarme de ella en una de estas visitas, no respondo. Por tanto, hágame usted favor de quitármela cuanto antes.

(18) Filosofía de la Historia. Maximiliano fraguó la intriga de fuga de Querétaro sin que lo supieran Miramón y Mejía, ni ningún otro de los jefes imperialistas. El pensaba salvarse, dejándolos a ellos en las astas del toro. Y después de este hecho tan notable, que aconteció estando ya preso Maximiliano, ¿tendrán todavía los ojos cerrados los defensores del mismo para decir que no hay motivos para creer verosímil que Maximiliano haya entregado la plaza de Querétaro, por medio de López, sin dar conocimiento de ello a Miramón, ni a Mejía, ni a otro alguno de los jefes imperialistas, entregándolos en las astas del toro?

(19) Zamacois, en las págs. 1594 y 1595, calificando y reprobando el parecer de Lerdo, dice:

Un nuevo intento de monarquía era, pues, imposible, así de parte del partido conservador que vio defraudadas sus esperanzas, como de parte de las naciones europeas, sin cuyo apoyo no era posible que ningún príncipe real admitiese la corona. No meditó en esto el ministro don Sebastián Lerdo de Tejada, cuando dijo a los abogados defensores que le pedían el indulto de Maximiliano, que la inspiración fatal que animó la intervención podía revivir, y que los gobiernos de Europa, con el pretexto de moralizar a los republicanos de México, armarían nuevas legiones que, aunque extranjeras, portarían bandera mexicana para fundar otra vez el poder del que llamaron emperador ... No era, pues, posible, que dando (Maximiliano) su palabra de no mezclarse jamás en la política del país y alcanzando los terribles desengaños que había tenido, volviese a México dejando su brillante posición en Europa, su deliciosa vida de Miramar.

Filosofía de la Historia. Todos los que hayan conocido a Lerdo de Tejada y a Niceto de Zamacois por trato personal o por escritos, convendrán fácilmente en que en materias políticas el segundo era un niño en comparación del primero. Se necesita un candor como el de Zamacois para creer que un rey destronado tiene una buena posición social, y que Maximiliano, viviendo en Europa en la vida privada como ex emperador de México, habría tenido una buena posición social. Se necesitaba un candor como el de Zamacois para creer que Maximiliano, viviendo en Miramar al lado de una esposa loca, habría tenido una vida deliciosa. Se necesitaba un candor como el de Zamacois para creer que Maximiliano cumpliría sus promesas, y que por lo mismo habría cumplido la promesa que hacía de no volver a México.

Yo nunca he desempeñado ningún empleo público civil; nunca he andado en negocios de política, y por genio he sido inclinado a la vida privada y a los libros, y no cuento más que con la pobre luz de mi razón para juzgar de la manera siguiente, opinión que sujeto al juicio de mis lectores.

Todo el que tenga alguna tintura de la Historia de México, sabe la facilidad con que diversas naciones extranjeras hicieron la guerra a México, hasta por unos pasteles, antes del grande ejemplo del Cerro de las Campanas. Todos los que tienen algún conocimiento de Europa, saben que en todas las naciones de Europa hay bastantes holgazanes afectos a la vida aventurera, y que acosados por la pobreza están dispuestos a defender la causa que se les proponga, a servir al que los ocupe y a ir con él hasta el Cabo de Hornos. Entre otros muchos ejemplos, ahí está el ejército de aventureros con que se presentó Santa-Anna en las playas de Veracruz a la caída del Imperio, defendiendo el plan y la causa más descabellados del mundo. Me parece, pues, que nada tiene de improbable el pensar que si Maximiliano hubiera sido desterrado, a los dos o tres años habría vuelto a invadir a México, en demanda de su corona, a la cabeza de un ejército de 20,000 aventureros, austriacos, húngaros, polacos, belgas, españoles, italianos, franceses, etc.; que luego habrían aparecido en el país Leonardo Márquez y Ramírez Arellano, Severo del Castillo y López Uraga, Juan Vicario y Antonio Taboada, Miguel Negrete, Remigio Tovar, Plácido Vega, Manuel Lozada y otra multitud de generales, coroneles, tenientes coroneles, y, en fin, un ejército mexicano imperialista de consideración; que luego habrían aparecido en el país Almonte y Aguilar y Marocho, Lares y Lacunza, Tomás Murphy y Arango y Escandón, García Aguirre y Antonio López de Santa-Anna, y otra multitud de prohombres políticos imperialistas; que los ricos imperialistas habrían abierto sus arcas para el sostén de su partido con esperanzas de reponerse y aun lucrar con los productos de las aduanas marítimas; que se habría reanimado mucho el partido imperialista en México; que el ejército de Maximiliano y el ejército mexicano imperialista habrían sido derrotados en diversas batallas, y vencido el partido monarquista; pero no sino a expensas de millares de víctimas, de nuevos torrentes de sangre, de muchos millones de pesos, de nuevas y crecidas deudas contraídas con naciones extranjeras, y de muchos meses de nuevo trastorno social; que Maximiliano habría vuelto a caer prisionero; que sus defensores habrían vuelto a alegar el Derecho de gentes, etc.

(20) El señor Escoto, hoy magistrado de la Suprema Corte de Justicia, es nativo de Guadalajara, hizo una brillante carrera en el seminario de la misma ciudad, y fue mi discípulo en la cátedra de Leyes desde octubre de 1858 hasta febrero de 1860. Así es que cuando yo supe en París del fusilamiento de Maximiliano y que el asesor en el Consejo de Guerra había sido el señor Escoto, dije: Cuando Joaquín era jovencito y mi discípulo en el seminario de Guadalajara, ¿quién me había de haber dicho que después de aquella época habría un Imperio en México y que Joaquín sería el juez que sentenciara a muerte al emperador? A esto se siguieron reminiscencias de mi Tratado breve de Delitos y Penas, que escribí y enseñé al señor Escoto y a mis demás discípulos, en el qUe senté dos proposiciones, probando largamente con las doctrinas de los jurisconsultos filósofos Montesquieu, Bentham, Filangieri y Beccaria, que la necesidad es la base para estimar y aplicar la pena de muerte, siendo justa cuando es necesaria, e injusta cuando no lo es; porque el reo, aunque sea un criminal, puede corregirse en una penitenciaría. De las aplicaciones prácticas de este principio, resulta que Jefferson no fue sentenciado a muerte, porque ésta no se estimó necesaria para la paz de la nación norteamericana; y Maximiliano fue sentenciado a muerte, porque ésta se estimó necesaria para la paz de la nación mexicana; y aquí está la respuesta al argumento de Ortega, tomado de no haber sido Jefferson sentenciado a muerte. Esto or lo que toca a Jeferson y Maximiliano; respecto de muchos hombres célebres sentenciados a muerte en los siglos pasados, no tiene duda que en dichos siglos se prodigó la pena de muerte, por no haber llegado las naciones de Europa al grado de civilización que han alcanzado en el siglo XIX.

(21) Los embusteros, además de enseñar cosas falsas, regañan y echan maldiciones a los que no les creemos sus mentiras. Ese artículo que publicó Márquez fue uno de sus muchos hechos y lindezas en la época de Reforma y en la del Segundo Imperio, y puede servir para estimar lo que vale la palabra de Márquez, verbigracia, en la cuestión entre éste y Zuloaga con motivo del fusilamiento de Ocampo.

(22) Filosofía de la Historia. Toda la ciudad de México estaba al tanto de la salida de los ministros extranjeros de la misma ciudad para Querétaro, a fin de prestar sus servicios a Maximiliano en su prisión; toda la ciudad de México sabía claramente que Riva Palacio, Martínez de la Torre y Ortega, habían salido de México a Querétaro para ser los defensores de Maximiliano en su proceso; ¡y todavía después de estos hechos, creer que Maximiliano estaba para llegar a la capital a la cabeza de un poderoso ejército! El Imperio se fundó con ilusiones y se sostuvo con una serie de ilusiones desde su principio hasta su fin. Quisiera yo que se borrara de nuestra Historia. uno que otro hecho, como el que pasó en la capital de nuestra nación el 15 de junio de 1867, porque puede dar ocasión a muchas de las naciones extranjeras que no tengan una crítica delicada, para creer que los mexicanos somos muy crédulos y muy tontos.

(23) Zamacois, en la pág. 1543, dice:

Acto continuo pasó el fiscal (el mismo Zamacois dice que el fiscal estaba enfermo), acompañado del escribano, a la prisión en que estaban los sentenciados, para notificar la resolución tomada por el gobierno. El emperador, después de escuchar la disposición leída por el fiscal, manifestó disconformidad con la prórroga pedida. La impresión que produjo en su alma aquel plazo concedido para la ejecución, fue profundamente desagradable. Se había despedido ya de este mundo, no quedándole más que instantes de sufrimiento, y miró la prórroga como prolongación de las penas. El fiscal pasó en seguida a las celdas que ocupaban Miramón y Mejía, y ambos manifestaron quedar conformes con la disposición.

Pero el señor Escoto, en una visita que tuvo la bondad de hacerme en esta ciudad de Lagos, me dijo lo siguiente: Yo, acompañado del escribano Meléndez, subía por la escalera de las Capuchinas, a tiempo que los tres sentenciados comenzaban a bajar por la misma escalera, acompañados por sus sacerdotes, con dirección al suplicio, y les hice seña con la mano de que se pararan. Entonces pude observar la diversidad de sentimientos, según la diversidad de caracteres y de razas. En el semblante de Maximiliano y en el de Miramón se pintaron la alegría y la esperanza; el de Mejía no expresó alegría, ni esperanza, ni algún otro sentimiento, sino el de una completa indiferencia. Me acerqué y les leí el telegrama. Maximiliano dijo: ¡Oh, esto es mucha crueldad! Miramón dijo algunas palabras con enojo, y Mejía no dijo nada, sino que luego dio la vuelta y se fue a su celda.

Al decir Maximiliano que era una crueldad el concederse tres días, porque se prolongaban sus padecimientos morales, no sabía que su amigo el barón de Magnus era el que había solicitado los tres días más; Juárez los había concedido, sin cuidarse de que en aquellos tres días podía venir un telegrama de los Estados Unidos, solicitándole, con palabras apremiantes, el indulto de Maximiliano.

(24) Filosofía de la Historia. La carta al conde de Bombelles es el Aquiles de los defensores de Maximiliano, alegando que en ella se queja de la traición de Miguel López, y deduciendo de esto que el emperador no tuvo parte en la entrega de la plaza. Pero nada más débil que este argumento; porque Maximiliano no habla de traición de Miguel López, sino de traición en general, y en buena lógica todas las probabilidades prueban que se quejó de la traición de Napoleón III y no de alguna traición que al mismo Maximiliano le hiciera López. 1° Porque Maximiliano se quejó muchas veces de la traición de Napoleón, de que al retirar sus tropas de México antes del tiempo estipulado en el Convenio de Miramar, lo engañó y lo dejó entregado en manos de sus enemigos, y nunca se quejó de alguna traición de López. 2° Porque en la hipótesis de que López hubiera traicionado a Maximiliano, de las dos traiciones, la principal y la que pesaría más en el corazón de Maximiliano, era la de Napoleón; porque retirando éste sus tropas de México, con Miguel López y sin Miguel López, Maximiliano tenía que perecer; con la entrega de la plaza de Querétaro y sin la entrega de la plaza, tenía que morir. 3° Porque Maximiliano, en su carta a un miembro de la corte de Viena, como era el conde de Bombelles, deseaba dejar en la corte de Viena una memoria perpetua de una célebre traición por la que había fracasado su Imperio. Era decente a Maximiliano quejarse ante la corte de Viena de la traición de Napoleón, y no habría sido decente, sino ridículo, quejarse ante la corte de Viena de la traición de su compadre Miguel López; porque todos los dignatarios que componían aquella corte habrían dicho: ¿Qué nos importa un negocio de compadres? El tuvo la culpa en fiarse de su compadre y en no haber tenido talento para elegir sus jefes; mientras que Maximiliano no tenía culpa alguna en haberse fiado de la palabra de un soberano de Europa. 4° ¿Por qué Maximiliano al hablar de traición no estampó con franqueza el nombre de Miguel López, para alejar toda ambigüedad? ¿Por qué al hablar de la lealtad de sus generales, de sus oficiales y de todo su ejército, en el que estaba incluido Miguel López, no incluyó terminantemente a éste? Si en su carta al conde de Bombelles se hubiera querido referir de una manera paliada a Miguel López, esto provocaría reminiscencias del carácter falso de Maximiliano, aun con sus amigos. Haría notar la diferencia entre el hecho de no haberse quejado jamás de Miguel López en Querétaro, porque conociese que su queja llegaría fácilmente a oídos de López, y el hecho de quejarse de López en una carta privada remitida a Viena, porque conociese que su queja no llegaría fácilmente a oídos de López, máxime absteniéndose de mentarlo en la carta.

Índice de Anales mexicanos de Agustín RiveraANALES DEL SEGUNDO IMPERIO - AÑO 1867 - Segunda parteANALES DEL SEGUNDO IMPERIO - AÑO DE 1867 - Cuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha