Índice de La anarquía a través de los tiempos de Max NettlauCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Anarquistas y socialistas revolucionarios. Pedro Kropotkin. Eliseo Reclus. El comunismo anarquista en Francia en los años 1877 a 1894.

Hubo, pues, hacia 1880, tres concepciones anarquistas en plena vida, la colectivista en España, donde la Internacional, al volver a la vida pública como Federación de Trabajadores de la República Española, la proclamó como el credo social de 300 a 40,000 trabajadores organizados en 1881 - 82, con órganos como Revista social (1881), Acracia (1886), El Productor (1887) y tantos otros; la comunista que se difundía en Francia, Italia, Bélgica, Suiza, Inglaterra, etc., con órganos como Le Revolté, Freedom (1886), etc., - y la mutualista - individualista en los Estados Unidos, con órganos como Liberty (1881) y otros.

Hacia la misma época hubo un concurso de agitaciones agrarias (Irlanda, Andalucía) , de terrorismo político (nihilismo ruso; zaricidio), de agitaciones obreras violentas (Monceau-les-Mines en Francia, 1882, etc.) y algunos actos de venganza social. También la vuelta de los comuneros después de la amnistía de 1880 (Louise Michel, ahora oradora anarquista), de persecuciones muy duras contra socialistas y anarquistas, en Alemania, en Italia, incluso un despertar político y social próximo el momento de una tormenta revolucionaria general con tendencias socialmente destructivas; porque se estaba muy impresionado por esa masa de hechos vehementes después de un decenio bastante tranquilo.

Además, Blanqui parecía representar entonces una gran fuerza socialista autoritaria revolucionaria, pero murió afines de 1880. En cambio los comuneros de regreso y los trabajadores franceses que llegaban de nuevo al socialismo, se dejaban absorber por el socialismo político y municipal, electoral uno y otro, y los blanquistas se mostraban incapaces de todo después de la muerte de Blanqui. La socialdemocracia alemana, excluida de la vida pública y perseguida desde el otoño de 1878, produjo una protesta socialista revolucionaria en 1879, 1880, 1881 (Johan Most), pero la gran mayoría de ese partido fue inaccesible a una aceptación de su táctica, y sólo los que en 1881, 1882 se hicieron anarquistas (como algunos lo habían hecho ya en 1876, 1877, 1878) fueron grupos e individuos intransigentes; los otros quedaron fieles al reformismo electoral.

Esas tendencias de las grandes masas obreras a hacer sólo un mínimo de esfuerzo, regimentándose en partidos donde la labor activa fue hecha por los militantes y los jefes, esa inercia fue más fuerte que el despertar revolucionario que, considerado de cerca, era producto de situaciones muy agravadas localmente y de la energía de individuos. Esos dos factores son parcialmente incluso accidentalmente repartidos, mientras que la inercia, el mínimo de esfuerzo, la sumisión a los jefes, son universales. En todo caso, los socialistas revolucionarios y los anarquistas de esos años se vieron bien pronto mucho más aislados de lo que habían creído estar, yeso produjo entre ellos mismos, sea actos de combate social encarnizado y a veces feroz (sobre todo en Alemania y en Austria), sea un cierto desprecio de la estupidez de las masas, una vida feroz de combatividad social individual, y sobre este último terreno, unos se aproximaron al heroísmo, muchos otros a la vulgaridad, a una vida de acomodo ni obrera ni burguesa, que quitaba peso moral a lo que decían; todo eso se vio sobre todo en París, y también entre los italianos fuera de su país.

Cincuenta años después, se puede admitir que fue un período de exaltación heroica, pero que ha producido ese aislamiento de la Anarquía de la opinión moderna que dura todavía. La idea más en vista en los grandes congresos de la Internacional, la idea que se admiraba y aclamaba en los acusados de los grandes procesos italianos de Florencia, Trani, Bolonia (1875 - 1876), la idea que había producido esa triple flor de concepciones inteligentemente diferenciadas que hemos mencionado al comienzo del capítulo, esa idea no tenía necesidad de manifestarse por acciones de un tipo cuyo alcance social e ideal exigía a menudo interpretaciones muy sutiies. Sobre todo, acciones que no habrían debido ocupar durante algún tiempo el puesto de la más importante, casi única entre las actividades anarquistas. Se comprenden todas, reaccionan muy a menudo contra las crueldades y fueron actos de venganza justiciera. Lo que me causa pena es que muchos creyeron entonces que era lo único que se podía hacer y que se despertaría, se provocaría así la revuelta social general. Y la opinión pública fue inducida y se habituó a creer que eso era lo único que sabían hacer los anarquistas. De esa manera, justamente en el momento en que, en ideas, las tres concepciones florecían, la Anarquía fue relegada de la discusión pública y restringida a un estado de espíritu de algunos, que no podía manifestarse más que por la violencia absoluta en palabras y en hechos.

Esta fase fue determinada por la reacción contra los tránsfugas que se pasaron al parlamentarismo, los Andrea Costa y Paul Brousse, por la indignación contra la caída del socialismo autoritario en la caza de las actas de diputados, por el ejemplo de rigorismo y de sacríficio dado entonces por los nihilistas rusos. Fue determinada, además, por la entrada entre los anarquistas de muchos socialistas revolucionarios, antiguos blanquistas franceses y socialdemócratas alemanes que fueron atraídos ante todo por el carácter de rebeldes integrales de los anarquistas, y que por su rigorismo, fenómeno autoritario, hicieron entumecer, inmovilizarse, estacionarse y dogmatizarse el pensamiento libertario.

La propaganda que hizo Johann Most en su Freiheit, la de los parisienses en la Revolution sociale (1880 - 81), el congreso socialista internacional de Londres (julio de 1881), las reuniones públicas en París en esos años, las actividades terroristas en Alemania y en Austria de entonces, etc., muestran lo que señalo aquí como unilateralidades. Se quería hacer organización en el congreso de Londres; pero al mismo tiempo, casi todos se habrían creído tachados de autoritarismo si hubieran creado una organización real; se hizo una, que era casi nula en lazos y en cooperación, y qué bien pronto quedo nula en la práctica. Todo eso no correspondía a las ideas de Malatesta ni a las de Kropotkin; pero eran impotentes contra la ola de amorfía que reclamó lo ilimitado en comunismo, transformándolo en individualismo arbitrario, y en nada en organización.

Había en esos mismos años varios grandes movimientos, los más grandes que habían existido fuera de España, y más grandes relativamente que los que han existido después. Fueron en Francia el movimiento del Suroeste, región de Lyon, apoyado mucho por Kropotkin (1881 - 82); en Inglaterra, el socialismo, incipiente antiparlamentario y bien pronto en parte netamente anarquista de los años 1879 - 84, aliándose con el socialismo muy libertario de William Morris (Socialist League, 1884 - 1890); en Austria, el socialismo cada vez más revolucionario y en parte anarquista, de los años 1880 - 84, que entonces fue aceptado por casi todo el Partido Socialdemócrata anterior; en los Estados Unidos, el anarquista colectivista de los años 1881 a 1886 (Johann Most, Albert Parsons; los anarquistas de Chicago ahorcados el 11 de noviembre de 1887). Esos cuatro grandes movimientos, muestran que se podía interesar a una gran parte de los socialistas de toda una región en la propaganda de nuestras ideas y agruparles eficazmente, tanto para las luchas presentes como para la acción colectiva que - se esperaba - iba a llegar pronto, quizás. Ocurrió lo mismo con la Federación regional en España, cuyos congresos de Barcelona (1881) y de Sevilla (septiembre de 1882) muestran un desarrollo público tan grande - delegados de 495 secciones en Sevilla -. Agreguemos todavía el bello movimiento de reorganización internacional, que Malatesta hizo en Italia en 1883 - 1884, cuando publicó La Questione sociale en Florencia. Todos esos grandes esfuerzos no dieron una satisfacción completa a muchos camaradas y grupos, que veían ya demasiada cohesión, demasiado contacto con cuestiones prácticas del trabajo, demasiado colectivismo o comunismo moderado, demasiados hombres destacados y que podían convertirse en jefes. Así, cuando todos esos movimientos coordinados fueron rotos y paralizados por persecuciones, muy a menudo consecuencia de algún pacto impetuoso, no se les deploraba demasiado y no se volvió a comenzar. Muchos se sentían más cómodos en un grupo de su elección, entre ellos con un periodiquito escrito por ellos, que en el ambiente mucho más vasto de esos seis movimientos mencionados. Los comunistas anarquistas españoles combaten furiosamente a la Federación regional y al colectivismo; Malatesta y Merlino son perseguidos como archienemigos por los intransigenti italianos; Most y la Freiheit colectivista se convierten en el centro de los odios de los comunistas de la Autonomic, y en todas partes del grupo, que se cree más avanzado, combate a aquellos anarquistas que cree menos avanzados, y se aísla así, cada vez más, incluso entre los anarquistas mismos - fenómeno que no es libertario ni solidarista en grado alguno, sino arbitrario y egocéntrico -. Nadie pone en tela de juicio el ardor de propaganda de esos grupos, pero se privan demasiado ellos mismos de verdaderas esferas de acción y de influencia por su rigorismo.

Los militantes del pensamiento anarquista más activos de esos años, fueron Kropotkin y Eliseo Reclus, Malatesta y Merlino, Johann Most, Antonio Pellicer Paraire y, menos conocido, en Inglaterra, Joseph Lane, a los que hay que agregar a William Morris de los años 1884 - 1890, que nunca fue anarquista, pero ha sido una verdadera potencia socialista libertaria.

He tratado de escribir ese período en el libro alemán Anarchisten und Sozialrevolutionäre, que comprende los años 1880 a 1886 (Berlín, Gilde freiheitlicher Bücherfreunde, 1931, 409 págs. in 8o).

Tres años de prisión (1883 - 1885); cuatro años y medio de vida en la Argentina (1885 - 89) de Kropotkin y Malatesta, respectivamente, interrumpen sus actividades, y Eliseo Reclus y Merlino, en una cierta medida, ocupan su puesto. Reclus tenía más tolerancia que Kropotkin; Merlino tenía menos que Malatesta. Uno y otro, indulgencia y contradicción, hicieron crecer el estado de espíritu amorfo, la inclinación atomizante, de que acabo de hablar, y esas concepciones, creyéndose las más libertarias, por su deseo de imponerse, se volvieron en realidad muy autoritarias, queriendo hacer la ley en la Anarquía, despreciando a todos los que no se elevaban hasta ellos y combatiéndolos fanáticamente.

La obra crítica de Kropotkin (1842 - 1921) , sacada del Révolté (1879 - 1882) , fue reunida en Palabras de un rebelde (París, X, 342 págs. en 8o; de los últimos meses de 1885; el prefacio de Reclus es de octubre). Había pensado y trabajado mucho en prisión, y después de haber resumido sus ideas en su discurso pronunciado en París: La Anarquía en la evolución socialista (Le Révolté, del 28 de marzo al 9 de mayo de 1886), las elabora en una serie de artículos del Révolté y La Révolte, comenzada el 14 de febrero de 1886, reunidos en el volumen La conquista del pan (París, XV, 298 págs., en 180; marzo de 1892) y en otra serie que corresponden a la situación en Inglaterra, en Freedom (Londres). Las resume de manera muy elaborada en el Ninetenth Century, la gran revista, en The Scientific Basis of Anarchry y en The Coming Anarchy, en febrero y agosto de 1887.

Luego procede ala serie The Breakdown or our industrial system; The Coming Reign of Plenty; The Industrial Village of the Future; Brain Work and Manual work; The small industries of Britain (de abril de 1888 a marzo de 1890 y agosto de 1900) que forman más tarde el libro muy difundido, sobre todo en Inglaterra, Fields, Factories and Workshops (Campos, fábricas y talleres).

Entonces comienza la serie Mutual Aid, de septiembre de 1890 a junio de 1896 y el libro Mutual Aid, a factor of evolution (El apoyo mutuo, un factor de la evolución) que había de tener por coronación su Ética. Pero no ha podido dar de la ética más que esbozos incipientes en la conferencia pronunciada en 1888 o 1889, Justicia y moralidad, que no fue publicada hasta 1921, y en La moral anarquista (La Révolte) 1 de marzo a 16 de abril de 1890). Comenzó la Ética por The Ethical Need of the Present Day y The Morality of Nature (agosto de 1904; marzo de 1905), pero no completó la parte histórica más que en 1920 (Ethika, tomo I, en ruso; Moscú, 1922; 263, IV págs en 8o) y dejó para la parte que habría presentado sus propias ideas, sólo numerosos borradores y notas.

El texto más importante para sus ideas, junto a esos grandes trabajos, me parece ser Los tiempos nuevos (Conferencia dada en Londres), París, La Révolte, 1894, 63 págs., 8o; también en Freedom, abril de 1893. Luego, L'Etat, son role historique (1896), reunidos con otros escritos en La Science moderne et I' anarchie (París, XI, 391 págs. en 18o, marzo de 1913). Pero habría que seguir sus colaboraciones cronológicamente, sobre todo en el Révolté hasta los Temps Nouveaux, en Freedom y en algunos periódicos anarquistas rusos, para comprender qué influencia de acontecimientos contemporáneos han obrado sobre sus apiniones y, de igual modo, qué actitud ha tomado frente a todos los acontecimentos que ha discutido tan a menudo desde 1877 a 1921.

De ahí se procederá a sus trabajos históricos y retrospectivos, su estudio sobre la revolución francesa, comenzando en 1878, que culminó en La Grande Révolution. 1789 - 1793 (París, 1909, VII, 479 páginas en 18o; traducción española de A. Lorenzo) y sus memorias, Memoirs of a Revolutionist (Londres, 1899, XIV, 258 y 300 págs. en 8o; Autor d'une Vie (París, 1902, XX, 536 págs. en 18o). Pero su correspondencia, en gran parte inédita, nos conserva mucho más todavía que las memorias de su pensamiento íntimo y de sus impresiones y planes de trabajo. Russian literatura (Londres, 1905, VII, 341 páginas) muestra su criterio estético y In Russian and French Prisions (Londres, 1887, IV, 387 págs.) ayuda a apreciar sus memorias. La gran serie, Recent Science, sus controversias con algunos hombres de ciencia, etcétera, nos hacen comprender mejor su Apoyo mutuo.

Si su obra permanece aun un torso por la falta de la Ética completa, se debe, en primer lugar a la continuación de la grave enfermedad que le atacó en el otoño de 1901 y que disminuyó en lo sucesivo su fuerza de trabajo. En segundo lugar otros trabajos intervienen, de urgencia a causa de la situación - las actividades rusas después de las revoluciones de 1905 y 1917, etc.- y en tercer lugar la gran polémica con algunos darwinistas, por el lamarckismo (en Nineteenth Century) que pertenece tanto a la Mutual Aid como a la Ética: fue necesaria, descartando obstructiciones, antes de continuar la Ética comenzada por los artículos de 1904 y 1905. Todo eso se hizo claro por su correspondencia inédita y sus conversaciones conservadas y yo he utilizado mucho de esos materiales en los volúmenes, inéditos todavía, de esta historia.

La obra de Kropotkin es grande y variada; muestra a la vez muy grandes continuidades y algunas variantes que se observan mirando de cerca. Las impresiones vivas de setenta años vibraban en él, y su cerebro y sus nervios estuvieron en actividad incesante tan intensa como los de pocos hombres. Para mí, resultado de ello y de mis impresiones personales sobre él, que las ideas anarquistas de Kropotkin, a partir de su actividad independiente (Ginebra, 1879) y sobre todo de sus años de prisión y de vida de estudio en Harrow (1883 - 1892) son un producto extraordinariamente personal, que reproduce en el más alto grado la esencia de su propio ser y un número de impresiones muy fuertes recibidas por él. Su comunismo es el que él mismo habría practicado, tomando poco y dando mucho. El cerco de París, la Comuna, la situación agraria en Inglaterra, las guerras que preveía constantemente, la rica naturaleza que atravesó entre la Siberia oriental y China, todo eso y muchas otras impresiones se reflejan en sus ideas anarquistas, como la revolución rusa y la revolución francesa se esclarecen recíprocamente en su concepción de esas dos grandes épocas bien diferenciadas. No podía hacer de otro modo, como un verdadero poeta da lo que está en él; y no dudo del valor de su obra como producción individual. Sólo que por eso mismo esa obra no tiene ese carácter de teoría general y permanente que se le ha atribuido con frecuencia, sober todo en esos veinticinco años antes de 1914, cuando muchos han creído que se poseía ahora un sistema anarquista definitivo e irrefutable. No se poseía más que lo mejor que un hombre muy inteligente y muy abnegado, pero excepcionalmente impresionable y subjetivo, había dado al reproducir su propio ser, con la mayor sinceridad.

Eliseo Reclus (1830 - 1905), el geógrafo, no se ha entregado tan exclusivamente a la propaganda anarquista como muchos otros, sobre todo trabajadores a quienes su oficio no absorbía y para quienes la propaganda fue una dicha de las horas de ocio y el pensamiento acariciado durante un trabajo monótono. Era feliz porque su trabajo intelectual no sólo era interesante, sino que podía compenetrarlo de su pensamiento libertario íntimo, y así ha producido obras a la vez competentes como tales y que llevan su sello personal de artista en bella ejecución literaria y de pensador libertario y humanitario. La Nouvelle Géographie Universelle. La Terre et les Hommes (París, 1876 - 1894, 19 volúmenes) siguió a La Terre. Description des Phenomenes de la vie du globe de 1868 a 1869 (2 vol.) y fue seguida de L'Homme et la Terre (1905 - 1906; 6 volúmenes), un gran conjunto cuya tercera parte, sobre el hombre, su historia, las instituciones que ha creado y su desarrollo sucesivo con vistazos sobre el porvenir se convirtió cada vez más en una aplicación de la crítica, de la observación y de la anticipación anarquistas a la vida social de los hombres. Tales trabajos y tantos otros enseñan a su autor la serenidad del trabajo científico, las grandes perspectivas, la amplitud de miras, y el anarquismo de Reclus refleja todas esas cualidades. Es ilimitado en esperanzas y en posibilidades, como lo son la confianza y la fe en los progresos de la ciencia. Sabe valorar lo que es pequeño o grande y dejar a un lado las estrecheces y las desviaciones, sin descuidar por eso el detalle, pero poniendo las cosas en su propio lugar. Está inspirado por una gran bondad y rectitud personal, firme, pero modesta. La más bella expresión de sus ideas es L'Evolution, la Révolution et l'Ideal anarchique (París, 296 págs. en 18o; noviembre de 1897), la última versión de Evolution et Révolution, folleto revisado en 1890 (París, 1891, 62 págs. en 16o), una conferencia publicada primero en La Révolte del 21 de febrero de 1880 y en pequeño folleto (Ginebra, 1880, 25 páginas en 16o).

Después de su discurso de Lausana en marzo de 1876, Reclus, absorbido por la geografía, cuyos volúmenes anuales exigían un trabajo regular, estudios y viajes, da un poco más de tiempo a la propaganda (conferencias) y se interesa sobre todo por la revista Le Travailleur (Ginebra, 1877 - 78) donde sostiene la idea anarquista (escribiendo an-arquista en el Programa; abril de 1877), y se encuentra pronto obligado a defenderla contra las objeciones comunalistas y otras. De ahí los artículos L ' Evolution légale et l'anarchie y A propos d'anarchie (enero-marzo de 1878). Esas discusiones le inducen a proponer al congreso jurasiano celebrado en Fribourg en agosto que se examinen las preguntas: ¿Por qué somos revolucionarios? ¿Por qué somos anarquistas? ¿Por qué colectivistas?, y envía su propia respuesta, publicada en L'Avant-Garde (Chaux-de-Fonds) del 12 de agosto lde 1878.

Se sabe ahora, por las cartas de Kropotkin a Paul Robin, que entre él, de su parte, y Reclus en 1877 y en 1878 no había relaciones de propaganda; y hasta en ideas se han conocido poco el uno al otro entonces. Kropotkin, amigo de Guillaume y de Brousse, rigorista, tomaba a Reclus por un moderado. Sólo en los primeros meses de 1880 se han conocido verdaderamente y entendido bien después. Del prefacio de Reclus a La conquista del pan (1892) citó estos pasajes:

Sin embargo, la recuperación de las posesiones humanas, la expropiación, en una palabra, no puede realizarse más que por el comunismo anárquico: es preciso destruir el Gobierno, desgarrar sus leyes, repudiar su moral, ignorar sus agentes y ponerse a la obra según la propia iniciativa y agrupándose según sus afinidades, sus intereses, su ideal, y la naturaleza de los trabajos emprendidos (...) Es después de esa caída del Estado que los grupos de trabajadores emancipados podrán entregarse a las ocupaciones atractivas de la labor libremente; elegida y proceder científicamente al cultivo del suelo y a la producción industrial, mezclada con recreos dados al estudio o al placer. Las páginas del libro que tratan de los trabajos agrícolas ofrecen un interés capital, porque relatan hechos que la práctica ha controlado ya y que es fácil aplicar en todas partes en gran escala, en provecho de todos (...) profesamos una fe nueva, y cuando esa fe, que es al mismo tiempo la ciencia, se haya convertido en fe de todos los que buscan la verdad, tomará cuerpo en el mundo de las realizaciones, porque la primera de las leyes históricas es que la sociedad se modela en su ideal.

Ciertamente, la inminente revolución, por importante que pueda ser en el desarrollo de la humanidad, no diferirá de las revoluciones anteriores al dar un salto brusco: la naturaleza no lo da. Pero se puede decir que, por mil fenómenos, por mil modificaciones profundas, la sociedad anarquista está ya desde hace largo tiempo en pleno crecimiento. Se muestra en todas partes donde el pensamiento libre se desprende de la letra del dogma, en todas partes donde el genio del buscador ignora las viejas fórmulas, donde la voluntad humana se manifiesta en acciones independientes, en todas partes donde hombres sinceros, rebeldes a toda disciplina impuesta, se unen voluntariamente para instruirse unos a otros y reconquistar juntos, sin amo, su parte en la vida y en la satisfacción integral de sus necesidades. Todo eso es la anarquía, incluso cuando se ignora, y cada vez más llega a conocerse. ¡Cómo no habría de triunfar, si tiene su ideal y la audacia de su voluntad!

No entraré aquí en ningún detalle de la vida de Reclus, que se puede conocer íntimamente por sus recuerdos sobre su hermano, Elías Reclus, (1827 - 1904 París, 32 págs.; 1905) y por su Correspondance (3 v. París, 1911 - 1925). He relatado su vida en Elisée Reclus. Anarchist und Gelehrter (1830 - 1905), Berlín, Der Syndikalist, 1928, 344 págs.; trad. española aumentada, Eliseo Reclus. La vida de un sabio justo y rebelde (Barcelona, 1928, Bca. de La Revista Blanca, 2 vol., 294, 312 págs.). Una hermosa colección de testimonios de muchos amigos de los hermanos Reclus fue publicada en 1927 por Joseph Ishill - el libro Elisée and Elie Reclus - inmemoriam (Berkeley Heights. New Jersey).

En Francia todo lo que había habido de concepciones sea proudhonianas sea colectivistas, hasta 1870, en el mundo trabajador, se había confundido con la memoria de la Comuna para los socialistas y una pequeña propaganda secreta - nunca extinguida gracias a las relaciones de los jurasianos, de los lyoneses en Ginebra, de Brousse en Berna, etc. - se hizo a partir de 1876, sobre todo en 1877 (por el periódico L'Avantgarde y la revista Le Travailleur) y en 1878, cuando Costa y Kropotkin, en París mismo, operaban en el pequeño ambiente de los simpatizantes. Si entonces se llamaban todavía colectivistas, precisamente los que hicieron esa propaganda eran ya comunistas, y cuando, después de la disgregación de esos grupos por el arresto de Costa, la marcha de Kropotkin, etc., en 1878, se volvió a la reagrupación en 1879, esta vez no en secciones de una Internacional que no existía sino nominalmente, sino en grupos autónomos, en esos grupos que leían el Révolté había comunistas italianos como Cafiero y Malatesta y otros como Tcherkesoff, y no se volvió a tratar del colectivismo, según lo que sabemos. Esta idea no tenía ningún intérprete de marca, y pasó erróneamente, como superada, refutada, vencida, en una palabra, como retrógrada. Su pasado y su existencia bien sólida en España eran desconocidos a los que, desde 1880, formaban los grupos franceses; fueron socialistas de toda procedencia, testigos o militantes del despertar social en Francia desde 1876 - rechazando el estatismo y la política electoral guesdistas; el moderantismo de los sindicatos de entonces, el barberetismo; preparados algunos por el federalismo y el comunalismo; varios llegando directamente del blanquismo ultra-autoritario, viendo después de la muerte de Blanqui la salvación revolucionaria únicamente en la anarquía. Sin duda también los anarquistas colectivistas de 1868, 1869, etc. no eran hojas blancas, anarquistas natos (como hay siempre algunos); pero la procedencia de los anarquistas franceses de los años 1879 a 1885 era verdaderamente poco homogénea -, tan poco, por ejemplo, como la de los sindicalistas revolucionarios quince años más tarde. La tradición estaba ausente, o más bien lo que era del pasado se creía fuera de moda y que no merecía la atención. La corriente dominante era ir hasta el fin en teoría, anarquía y comunismo, y en la práctica, no organización y vida libre. Con eso un inmenso ardor de propaganda, y en la gran ciudad de París y en los centros de provincia había naturalmente un considerable gran número de hombres atraídos por ese ambiente de vida libre ilimitada y así se llenaron los grupos y fueron numerosos. Pero con algunas excepciones, no se comprendió que el número de esos espíritus ansiosos a quienes se atraía fácilmente, esa primera cosecha, era limitada, y que, si se había formado un amplio medio de vida sin trabas para los anarquistas, se había hecho al precio de un aislamiento bastante grande del pueblo mismo, que, como se diría, asistía al espectáculo, pero se cuido bien de no participar en él. Peor aun el pueblo se dejaba cautIvar por los socialistas autontanos, que no le exijen un esfuerzo intelectual y revolucionario, sino solamente su voto, es decir abdicar en sus manos de nuevos amos, y las esperanzas que se tenían durante la Internacional y que los libertarios de los movimientos más arriba descritos de esos años (en Italia, España, Austria, Inglaterra, Estados Unidos y también en el Suroeste de Francia) tenían aún, fueron frustradas para París y Francia en general: había allí la más bella vida en grupos aislados, pero no se tenía verdadero contacto con los intereses del pueblo.

Sin duda no han faltado esfuerzos en esta última dirección, y la vida anarquista ha prosperado, probablemente, más ampliamente sin contacto con cuestiones prácticas, en plena libertad de crítica pura y de manifestaciones individuales y fue desde ese punto de vista un período único. Muchas bellas flores, sin que hubiese gran preocupación por los frutos; una decena de años de presentación ideal y estética, no utilitaria de nuestras ideas. Ha dejado su impresión sobre el espíritu del mundo, y sus últimos rayos nos iluminan todavía. Pone de relieve para mí el hecho que la anarquía es una enseñanza humana, la grán luz hacia la cual toda la humanidad busca un camino al salir de las tinieblas autoritarias, y no solamente la solución económica de la miseria del pueblo explotado.

Kropotkin se dedicó a esa propaganda, desde 1879 a 1882 y desde 1886 en adelante; Reclus tomó su puesto cuando Kropotkin fue expulsado de Suiza (Reclus vivió en Clarens hasta 1890) desde 1882 a 1885.

Le Révolté, atendido por Herzig después de Kropotkin, lo fue a partir de 1884 por Jean Grave (nacido en 1854): el periódico apareció en París desde abril de 1885 hasta marzo de 1894, llamado desde noviembre de 1887 La Révolté.

Grave, del grupo de rue Pascal de 1879, había tratado pronto de establecer relaciones entre los grupos; al fin, el periódico se convirtió en ese lazo voluntariamente aceptado por muchos, no reconocido por otros. Grave mismo sostuvo en numerosas exposiciones un anarquismo comunista de manera sencilla, plausible, que quizás descarta demasiado sumariamente las dificultades y los obstáculos para ser enteramente persuasivo. Sin embargo, sus escritos fueron el alimento elemental de la propaganda francesa e internacional. Mencionemos los más conocidos: La Societé au lendemain de la Révolution (1882, 32 págs.), agrandada en 1889 y convertida en 1893 en La Societé mourante et l'anarchie (298 págs.); Lá Société future (1895, 414 págs.); L'lndividu et la Société (1897, 307 págs.); L'Anarchie. Son but, ses moyens (1899, 332 págs.); Réformes, Révolution (1910, 363 págs.); una pequeña utopía Terre Libre (Les Pionniers), 1908, 199 págs., - una novela del ambiente anarquista parisién, Malfaiteurs (1903, 311 págs.) y una colección de recuerdos Le mouvement libertaire sous la troisieme République (París, 1930, 317 págs.). A esto se habría agregado una nueva colección de artículos sobre las deformaciones y desviaciones de la idea anarquista si en ocasión de la guerra los Temps Nouveaux no hubieran cesado de publicarse. Se encuentra el pensamiento ulterior de Grave en un número de artículos de la Revista Blanca, del Suplemento de Buenos Aires y de sus pequeños cuadernos, que sigue publicando.

El programa del momento, en que no se ha de hablar sólo de anarquía entre anarquistas, sino que hay que dirigirse al pueblo mismo, fue atacado con determinación y abnegación indescriptible por Louise Michel (1883-1905), que dio desde su vuelta de la deportación en 1880 un gran vuelo a las reuniones anarquistas. Otro militante experimentado, Emile Digeon, del movimiento comunalista de 1871 (en Narbona) puso también su inteligencia práctica en la obra, habiendo llegado a concepciones anarquistas muy claras. Louise Michel en 1880 - 82 se encontraba en ese ambiente de la Révolution sociale (periódico de 1880 - 81) y de los jóvenes oradores como Emile Gautier. El joven Emile Pouget (1860-1931), que debía un fondo sólido de crítica social al viejo Digeon y que tenía siempre presentes las reivindicaciones directas de los trabajadores y la gran revolución social popular directa, hizo lo posible por crear entonces ya un sindicalismo de acción directa de alto tono, como escribió también el primer folleto de antimilitarismo revolucionario A l'Armée; (1883). Otros ebanistas sobre todo, pertenecieron a esos primeros sindicatos, militando rudamente en ellos camaradas como Tortelier, Guérineau, Théophile Meunier, etc. En ocasión de la manifestación de los sin trabajo del 9 de marzo de 1883, Pouget, Louise Michel y otros son arrestados y los dos nombrados quedan en la cárcel hasta enero de 1886. Después Pouget, por el ça ira de 1888 y sobre todo por Pere Peinard (de febrero de 1889, a febrero de 1894; continuando de otras formas hasta abril de 1900), hace del periódico anarquista que más se acercó al sentimiento popular y, aun estando al día en ideas y supremamente inteligente en crítica política y social, ese periódico recuerda los grandes órganos de la revolución francesa. En efecto, Pouget se habría convertido en el Marat de la anarquía y con Marat, Blanqui, Proudhon y Varlin lo considero como la cabeza más inteligente del socialismo francés, uno de los raros hombres que quería verdaderamente la revolución popular, la ruptura de las cadenas que lleva el pueblo y el aplastamiento de sus torturadores. No lo preconizo como uno de los primeros libertarios; apreció la anarquía como la mayor fuerza destructiva que halló desde 1880 a 1894 y creyó ver luego una fuerza destructiva y tal vez constructiva más actual en el sindicalismo de los años 1895 a 1908. La culpa no está en la falta de esfuerzo de Pouget, si los anarquistas mismos no supieron constituir tal fuerza en los quince años de 1880 a 1894, cuando tenían una amplitud de acción en Francia que no tuvieron después.

La anarquía francesa tuvo uno de los más bellos oradores y propagandistas inteligentes en Sébastien Faure (nacido en 1857), cuyas ideas generales se ven en La Doleur universelle. Philosophie libertaire (1895 XII, 396 pgs.) en la utopía Mon communisme (Mi comunismo. La felicidad universal, La Protesta, 1922, 434 págs.) y otra edición de Vértice de Barcelona en 1929, inédita ilustrada y en tantos folletos y artículos, sobre todo en Le Libertaire, que apareció desde noviembre de 1895. En otros tiempos su anarquismo muy persuasivo no me pareció salir de las grandes líneas convenidas; desde las pruebas de la guerra y después, se ha vuelto más crítico y original, como se verá en La Synthese anarehiste (Limoges, 1928, 16 págs. 16o) y en el espíritu que inspira la gran Encyclopédie anarchiste cuya parte teórica, comenzaba en 1926, está casi terminada en 1935.

El elemento romántico me parece representado por Charles Malato (nacido en 1857), educado en un ambiente republicano socialista y comunista, que se acercó a la anarquía a partir de 1885, militando enseguida muy activamente. La Philosophie de l'Anarchie (1889; 141 págs.), Révolution chrétienne et Révolution sociale (1891; 289 págs.) son sus libros serios. En otros libros da una nota alegre, como en Prison fin-de-siécle. Souvenirs de Pélagie (avec Ernest Gégout, 1891) ; De la Commune a l'Anarchie (1894) y Les Jvyeusetés de l´Exil (1896). Malato ha defendido a menudo la anarquía abiertamente como batallador, pero le ha faltado un verdadero campo para sus capacidades, como por ejemplo un gran periódico independiente. Ha insistido mucho sobre el elemento racial, como antes Bakunin, criterio que felizmente había perdido de vista todo el movimiento francés de ese período.

En la segunda edición de Philosophie de I'Anarchie, revisada (París, 1897), Malato escribe: En cuanto a la toma del montón preconizada por Kropotkin, es decir, a echar mano indistintamente a los productos, la vemos como un expediente revolucionario durante una lucha de algunos días, y más tarde sólo como una consecuencia de la superabundancia en la producción ..., lo que corresponde a las ideas de Malatesta, Merlino, etc.

En ese ambiente creció también la rebelión social directa, manifestándose individualmente porque la rebelión colectiva tardaba en venir y no ha venido aun casi cincuenta años más tarde. Había hombres serios a quienes el débrouillage y el pequeño ilegalismo no daba una satisfacción. Fueron ante todo Clement Duval y Vittorio Pini, que atrajeron la atención general y mucho respeto por su actitud altiva ante los tribunales y su desinterés personal. Hubo actos de protesta, primero por Charles Gallo, en la Bolsa (1886); acción contra los propietarios (Ios desahucios), contra las oficinas de colocación; la Liga de los Antipatriotas; en suma una cantidad de afirmaciones contra la autoridad y la propiedad que, sin embargo, no fueron bastante poderosas y numerosas para arrastrar verdaderamente al pueblo y que, en esas condiciones, tuvieron más bien por resultado separar a los anarquistas del pueblo, que quería y no podía seguirles en todos esos caminos.

Entonces sobrevino un cierto dogmatismo de proyecciones autoritarias, que hizo de esas especializaciones una teoría, y proclamó el desprecio de esos anarquistas que no fueron de la misma opinión. Hubo el período de la exaltación del robo entre camaradas incluso. Kropotkin, por la Moral anarquista (1890), y Merlino reaccionaron más directamente contra esas concepciones; Reclus, personalmente tan lejano de ellas, se abstuvo de criticarlas. El que firmó primeramente N´importe qui (Antonie, muerto en 1929), fue durante largos años el defensor libertario más persuasivo del ilegalismo. Merlino, en Nécessité et Bases d'une Entente (Bruselas, primavera de 1892) pidió una separación clara. Otra solución fue presentada en el mismo momento por Ravachol que tal vez afectado por críticas muy duras, de ilegalista se convirtió en justiciero tratando de vengar a los camaradas martirizados en 1891, y que fue pronto llevado a la muerte, el primero de los anarquistas muertos en Francia; en España se había ahorcado a los condenados de la Mano negra, en 1884, y antes a Moncasi y a Otero que habían tratado de matar al Rey.

Todos los actos de violencia de Ravachol a Sante Caserio, (1892 - 1894), fueron o la repercusión directa de crueldades gubernamentales, o actos de guerra social directa, y fueron comprendidos así por la opinión pública. Llevaron a persecuciones segÚn el principio de la responsabilidad colectiva que reemplazan tan pronto a la legalidad que se nos ensalza tanto como arraigada, inquebrantable y eterna.

Como Ravachol, otros ilegalistas han sabido obrar con un sentimiento eminentemente social; si no corrían el riesgo de deslizarse tanto fuera de los movimientos como se ponen voluntariamente al margen de la sociedad presente que cada cual abandona en cuanto puede. Malatesta dijo su opinión entonces en Un peu de théorie, artículo del Endehors (París 21 de agosto de 1892); Emile Henry escribió una respuesta. Kropotkin me parece ser el autor de la Declaración, en La Révolte del 18 de junio de 1892; véase, además, su Encare la morale (diciembre 1891).

Las ideas anarquistas fueron propuestas entonces con amplitud por Eliseo Reclus, en sus escritos y personalmente (vivió en los alrededores de París entre 1890 y 1894). Tenía relaciones con la juventud literaria y artística, de la cual una parte profesaba entonces ideas muy libertarias. La filosofía de Jean-Marie Guyau (1854 - 1888) tenía un undertone libertario y fue saludada por los jóvenes anarquistas de la época tanto como Reclus y Kropotkin, cuyo ideal ético es el de Guyau. Mencionemos solamente Esquisse d'une morale sans obligation ni sanclion (París, 1885, 252 págs.) y L'lrreligion del'Avenir. Elude sociologique (1887, XXVIII, 480 págs.). Mencionemos, además, los libros de Emile Leverdays (1835 a 1890), sobre todo las Assemblées parlantes (1883) y de Leon Melchnikoff; recordemos las simpatías expresadas a menudo por Madame Sévérine, Steilen, Octave Mirbeau, Laurent Tailhade. De esos jóvenes autores, unos han abandonado la Anarquía, que profesaron altamente un cierto tiempo, como Paul Adam, Adolphe Retté y muchos otros; otros, aún cuando atenuaron sus opiniones, quedaron en ella, como Bernard Lazare, Pierre Quillard, Maximilien Luce (el pintor). Hubo muchas jóvenes revistas, de las cuales una de las más bellas fue la Revue blanche (1891 - 1903), y hubo esa hoja extraordinaria de combate libertario, L'Endehors (5 de mayo de 1891 - 19 de febrero de 1893), de Zo d'Axa (Alphonse Galland, 1864 - 1930), de un brío memorable, de que le feuille (1897-1899) del mismo y su libro Le Gran Trimard (1895) continua todavía el reflejo.

La propaganda anarquista por libros, folletos, periódicos, murales, canciones, dibujos, fue inagotable; de los cancioneros, mencionemos Paul Paillette (Tablettes d'un Lázard) y Gabriel Randon (Jehan Rictus, Les Soliloques du Pauvre, 1897). La comuna anarquista de Montreuil fue un primer esfuerzo de reciprocidad voluntaria de servicios.

La crueldad de la legislación (las deportaciones a la Guyane) y la ferocidad particular de procuradores, jueces y policías, provocaron las represalias de 1892 a Í894, que tuvieron por consecuencia las persecuciones colectivas, las leyes de excepción llamadas lois scélérates de 1893 y 1894. Así, en 1894, los militantes fueron forzados, en gran número, al destierro, en Londres, y Eliseo Reclus también dejó entonces a Francia para siempre, estableciéndose en Bruselas.

Durante ese período, el comunismo anarquista había sido mil veces discutido en todos sus aspectos, sin que, yo creo, se le hiciese una crítica en Francia. Había una voz mutualista, el folleto L'Anarchie et la Révolution, por Jacques Raux (Eugéne Rousseau, 1889), y hubo, en noviembre de 1893, la crítica de Merlino, de la que hablaré más adelante. Se conoció también la opinión de Tarrida del Marmol, que rechazó los calificativos económicos. En un sólo órgano de corta vida en Bélgica, en 1890, La Réforme sociale, más tarde La Question sociale (Bruselas, Octave Berger), se defendió el anarquismo individualista de matiz norteamericano. Individualismo en los órganos franceses, quería decir antiorganizacionismo y comunismo sin el deber, o el impulso moral, de reciprocidad.

Nota del autor. Todo eso es un resumen rápido de unos capítulos de mis volúmenes históricos, todavía inéditos, el primero de los cuales (el cuarto de la serie) se titulará La primera floración de la anarquía: los años 1886-1894.


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