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William Godwin; los iluminados; Robert Owen y William Thompson; Fourier y algunos fourieristas.
Una gran revolución, es el río de la evolución súbitamente cambiado en torrente, derramándose por cataratas y fuera del control de sus navegantes que se extraviaron y perecen casi todos y cuya obra es vuelta a emprender más lejos en nuevas condiciones por sus continuadores. Los que quedan en pie durante una parte de la revolución, perecen también o son transformados, de suerte que después de la tormenta casi nadie tiene una influencia sana y saludable sobre la nueva evolución. En otros términos, como la guerra, la revolución destruye, consume o cambia a los hombres, los vuelve autoritarios cualquiera que sea su disposición anterior, y los hace poco aptos para defender una causa liberal después de tales experiencias. Los que han quedado en las filas, los que han aprendido una nueva enseñanza por los errores de la autoridad, los que poseen un ímpetu revolucionario de fuerza excepcional, atraviesan las revoluciones inermes - Eliseo Reclus, Louise Michel, Bakunin, representan esas tres categorías -, pero sobre casi todos los otros el autoritarismo, que es todavía inseparable de las grandes conmociones populares, pesa fatalmente. Fue así como, después de un período inicial de pocos meses, en Francia, en 1789, como en Rusia, en 1917, el autoritarismo tomó la hegemonía, y esos cuarenta y más años antes de 1789, el brillante período de los enciclopedistas, de una crítica tan liberal y a veces libertaria de todas las ideas e instituciones del pasado, ese siglo de luchas políticas y sociales en Rusia hasta 1917, fueron como nulos y no acontecidos ante la lucha más aguda de los intereses y por la toma del Poder, la dictadura.
Fenómeno que no se puede negar ni disminuir, y que tiene por causa la enorme influencia de la autoridad sobre el espíritu de los hombres y los inmensos intereses que son puestos en juego cuando el privilegio y el monopolio son amenazados. Es entonces la lucha a muerte y tal lucha en un mundo autoritario se hace con las armas más eficientes. Hubo en Francia, en 1789, en los primeros meses, cuando los Estados Generales se reunieron, y después del 14 de julio, de la toma de la Bastilla, algunas horas, algunos días de alegría inmensa, de solidaridad generosa, vibrante, y el mundo entero compartió esa alegría, pero ya en las mismas horas la contrarrevolución conspiraba, y hubo la defensa encarnizada con medios abiertos o pérfidos todo el tiempo subsiguiente. Por eso los elementos avanzados obtuvieron muy poco después del 14 de julio, gracias al consenso general, el buen sentido, la generosidad; todo se planteó mediante jornadas revolucionarias, grandes impulsos populares bien dirigidos por militantes iniciados, y por la dominación del aparato gubernamental total, intensificado entonces en el interior por la dictadura central de los Comités y local de las secciones, y que, después de haberse impuesto así en el interior, tuvo su centro de gravedad en los ejércitos y de ellos salió la dictadura del jefe de uno de esos ejércitos, Napoleón Bonaparte; y su golpe de Estado del Brumario, en el VIII, su Consulado y su Imperio, la dictadura sobre el Continente de Europa. La aristocracia se había convertido pronto en el ejército blanco de los emigrados; los campesinos, para ser protegidos contra un retorno del feudalismo, se aliaron al Gobierno más autoritario y militarmente poderoso; la burocracia entre ambos se enriquecía, aunque fuese a costa del hambre, aunque fuese por medio de las provisiones para las guerras. Los obreros y artesanos de las ciudades se vieron engañados por todas partes, reducidos al silencio por los gobiernos de hierro, entregados a una burguesía floreciente y pasto de los ejércitos insaciables en hombres.
No hay que asombrarse, pues, de ver manifestarse en tales condiciones del comunismo ultra-autoritario de Babeuf y Buonarroti, en 1796, mientras que durante el período más avanzado de la revolución, de 1792 a 1794, las aspiraciones socialistas se confundían con las reclamaciones de los grupos populares más radicales, el ambiente de Jacques Roux, de Leclerc, de Jean Varlet, de Rose Lacombe y otros. Los Enragés, los hebertistas más decididos, Chaumette, Momoro, Anacharsis Cloots también, fueron todos hombres abnegados, de acción popular directa, indignados ante la nueva burocracia revolucionaria, todo lo que se quiera como bravos revolucionarios, pero si uno u otro tenían algún hábito libertario, no dijeron nada, y Sylvain Maréchal se calló también bajo ese aspecto. Buonarroti, inspirándose sin embargo en el verdadero socialismo de Morelly (Code de la Nature, 1755) , vio en Robespierre el hombre que iba a imponer la justicia social. Es decir, todos los socialistas se asociaban al gobierno del terror o exigían que se le llevase adelante, y el gobierno alternativamente aceptó e incluso solicitó ese concurso o hizo guillotinar y destruyó a los socialistas demasiado poco disciplinados. Jacques Roux, como más tarde Darthé, se matan ante el Tribunal; Varlet y Babeuf y otros son ejecutados.
Las matanzas se extienden a los revolucionarios, que son algunos grados menos avanzados que el matiz que ha tomado las riendas del Poder; se mata a Danton y a Camille Desmoulins, como se ha matado ya a los Girondinos, y Condorcet no escapa a la guillotina más que suicidándose en su prisión. Atreverse a dudar de la centralización absoluta, ser sospechoso de federalismo, era la muerte. La leyenda nos ha habituado a ver actos heroicos en esos envíos múltiples de revolucionarios a la guillotina por sus camaradas de la víspera. Después de lo que vemos sucederse en Rusia desde más de cincuenta años, no creemos ya en el heroísmo de hombres que no saben mantenerse más que por la supresión feroz de los que no reconocen su omnipotencia. Es una manera de obrar inherente a todo sistema autoritario y que los Napoleón y los Mussolini han practicado con la misma ferocidad que los Robespierre y los Lenin.
La idea libertaria declinó, pues, en Francia poco después de 1789, y apenas un mínimo de liberalismo ultra-moderado y socialmente conservador continuó vegetando en algunos hombres, a quienes sus medios permitieron mantenerse al margen de las carreras del Estado, esos hombres a quienes Napoleón con desprecio llamaba los ideólogos, que vo]vieron a la escena en 1814 para confundirse después de 1830 con la burguesía próspera del reino de Luis Felipe. En los otros países del continente europeo, la expansión guerrera de la revolución a partir de 1792, hallaba algunos adeptos entusiastas en Italia, en Bélgica, Holanda, en Alemania misma (en Mainz) en Ginebra, etc.; pero bien pronto esas guerras de liberación, fundando Repúblicas de corta vida, fueron consideradas como simples guerras de conquista y el resentimiento nacional se hizo muy grande, en España, en Alemania, en Austria, etc., y para casi todos, Napoleón, de héroe se transformó en tirano, cuya caída, en 1814 y 1815, fue un alivio general.
No debo describir aquí el bien que ha causado la revolución francesa; pero como el sistema ruso de ]os últimos cincuenta años ha hecho poco bien a la causa anarquista presente, así se puede decir que ha hecho poco bien la revolución francesa a la causa libertaria de entonces. Esta causa en la segunda mitad del siglo XVIII, estaba en ascenso, la autoridad en descrédito, en decadencia moral, pero las primeras cuestiones de fuerza y de interés de la Asamblea de 1789, pusieron frente a frente la antigua y la nueva autoridad, y en lo sucesivo era preciso ser reaccionario o partidario ardiente de la autoridad republicana, consular, imperial y continuar siendo adepto de la autoridad constitucional o republicana desde 1789 a este día, un autoritarismo que una dictadura sindicalista no podría menos de continuar. La Anarquía debía volver a comenzar de nuevo hacia 1840, con Proudhon, y luego, otra vez, cuarenta años más tarde, hacia 1880. La libertad en 1789 perdió, pues, su iniciativa en Francia y en todas partes en Europa, lo que fue una gran interrupción de una bella floración apenas comenzada. Lo que se fundó entonces, mezcla de libertad y de autoridad, el sistema mayoritario constitucional o republicano, era un cuadro sin vida propia, lleno en los bellos días de liberales, en los tiempos malos de conservadores, y no siendo capaz de resistir al asalto de la franca reacción de nuestros días, un cuadro lleno de individuos que desde 1789 hasta ahora parecen ser de calidad cada vez peor y que no inspiran ya ninguna simpatía ni crean ilusiones. El estatismo en ruinas del antiguo sistema fue reemplazado por el estatismo severo y meticuloso, el antiguo militarismo por el militarismo de los ejércitos populares, del servicio obligatorio. En pensamiento, en literatura y en arte se exaltaba el Estado, la patria, de lo que en el antiguo sistema se había hecho en más de cincuenta años una crítica a fondo: La irreligión de esos años no fue ya de buen tono; la autoridad es siempre religiosa y en caso de necesidad hace un culto de sí misma; la escuela es un instrumento a su disposición, la Prensa, el cuartel otros tantos.
Así todo ese período, de 1789 a 1815, es estéril en producciones del pensamiento y sólo florecen grandes obras, útiles a la vida del Estado en grandes proporciones, construcciones, caminos, todo lo que se relaciona con la administración, con los ejércitos, con las comunicaciones en gran estilo, y unificaciones como el género métrico decimal.
Sólo en Inglaterra apareció en febrero de 1793, el primer gran libro libertario, An Enquiry concerning Political Justice and its influence on general virtue and happiness (en la segunda edición dice el título: on morals and happiness) , es decir Una investigación sobre la Justicia en política y sobre su influencia en la virtud general (la moral) y en la dicha. (Un libro en 2 volúmenes, de 378 y 379 páginas. La segunda edición, 464 y, 545 páginas - prefacio del 29 de octubre de 1795 -, es retocada en sus partes más importantes - 1796 -. La tercera es de 1798 y la última reimpresión antigua, no del todo completa, apareció en 1842 en Londres). Hubo ediciones fraudulentas en Dublin, 1793, y en Filadelfia, esta última en 1796; 362 y 400 páginas; reproducen sin duda el texto de la segunda edición. Sólo el primer volumen existe en traducción alemana (Würzburg, 1803). Benjamín Constant habla en 1817 de varios comienzos de una traducción francesa, entre otras, una de él mismo, pero nada había aparecido entonces, ni apareció después. El libro no fue pues generalmente accesible más que en lengua inglesa, y en ella en texto no atenuado sólo en la edición original, muy cara (3 guineas) y en la edición fraudulenta irlandesa que parece ser muy rara, mientras que la edición original, que entró en todas las buenas bibliotecas, se ha conservado duraderamente.
William Godwin (1756-1836) ha indicado él mismo (prefacio del 7 de enero de 1794) que hacia 1781 se convenció, por los escritos políticos de Jonathan Swift y los historiadores romanos, que la monarquía era una forma de gobierno fundamentalmente corrompida. Hacia ese tiempo, aproximadamente, leyó el Systeme de la Nature de d'Holbach (1770) y escritos de Rousseau y de Helvetis. Concibió una parte de las ideas de su libro desde hacía mucho, pero no había ( escribe) llegado completamente a la deseabilidad de un gobierno que sería simple en el más alto grado - una manera de describir su ideal anarquista - más que gracias a ideas sugeridas por la revolución francesa. A ese acontecimiento debe también la determinación de producir esa obra. El libro fue compuesto, pues, entre 1789 y 1792 y en una época en que la opinión pública inglesa no estaba aún azuzada odiosamente contra la revolución en Francia, lo que se hizo ya cuando el libro apareció; y se sabe que sólo su precio elevado le hizo eximir de una confiscación y acusación, por ser obra evidentemente no destinada a la propaganda popular.
Godwin considera el estado moral de los individuos y el papel de los gobiernos, y su conclusión es que la influencia de los gobiernos sobre los hombres es, y no puede menos de ser, deletérea, desastrosa ... ¿No puede ser el caso - dice en su modo prudente, pero de razonamiento denso-- que los grandes males morales que existen, las calamidades que nos oprimen tan lamentablemente, se refieran a sus defectos (los del gobierno) como a su fuente, y que su supresión no puede ser esperada más que de su enmienda (del gobierno)? ¿No se podría hallar que la tentativa de cambiar la moral de los hombres individualmente y en detalle es una empresa errónea y fútil, y que no se hará efectiva y decididamente más que cuando, por la regeneración de las instituciones políticas, hayamos cambiado sus motivos y producido un cambio en las influencias que obran sobre ellos? (Vol. I, pág. 5; 2a ed.). Godwin se propone, pues, probar en qué grado el gubernamentalismo hace desgraciados a los hombres y perjudica su desarrollo moral y se esfuerza por establecer las condiciones de political justice, de un estado de justicia social que sería el más apto para hacer a los hombres sociales (morales) y dichosos. Los resultados, que no resumo aquí, son tales y cuales condiciones en propiedad, vida pública, etc., que permiten al individuo la mayor libertad; accesibilidad a los medios de existencia, grado de sociabilidad y de individualización que le conviene, etc., el todo voluntariamente, inmediatamente, sino de un modo gradual, por la educación, el razonamiento, la discusión y la persuación, y ciertamente no por medidas autoritarias de arriba abajo. Es ese camino el que quería trazar a las revoluciones que se preparan en el género humano. El libro fue enviado por él a la Convención nacional de Francia, de la que pasó este ejemplar al refugiado alemán profesor Georg Forster, que lo leyó con entusiasmo, pero murió algunos meses después.
Todavía hoy por la lectura de Political Justice se siente uno templado en el antigubernamentalismo más lógicamente demostrado, pues el gubernamentalismo es disecado hasta la última fibra. El libro fue durante cincuenta años y más un libro de verdadero estudio de los radicales y de muchos socialistas ingleses, y el socialismo inglés le debe su larga independencia del estatismo. Es la influencia de las ideas de Mazzini, del burguesismo del profesor Huxley, las ambiciones electorales y el profesionalismo de los jefes tradicionalistas, quienes hicieron debilitar hacia mediados del siglo XIX las enseñanzas de Godwin. Pero éste había florecido también en la poesía, puesto que el libro fascinó al joven Percy Bysshe Shelley y habla a nosotros a través de esos bellos versos. En cambio a Godwin mismo, su carrera fue quebrantada por ese libro, ya que, aun cuando no hubo confiscación y proceso, la propaganda nacionalista, antisocialista de entonces y durante muchos años, llamada anti-jacobina, se refirió odiosamente a él y a sus ideas tan claramente antirreligiosas, antimatrimolliales, etc., que él, tenaz en sus ideas, pero no un carácter fuerte y de primer valor, atenuó ya en la segunda edición y se guardó bien de dar a sus otros libros las cualidades de verdadera independencia intrépida que posee Political Justice de 1793. En una palabra, fue intimidado y no recogió más el guante, sin que por eso haya tenido un repudio flagrante. Eso ha contribuido probablemente a que no haya habido propaganda popular directa de sus ideas tan libertarias. Pero otra razón habrá sido que los hombres del pueblo en Inglaterra, cruelmente perseguidos por los tribunales, fueron atraídos por la política terrorista, el socialismo autoritario que emanaban de la Francia de la Convención y de Babeuf; la miseria del trabajo en las nuevas fábricas, la caza abierta contra las coaliciones obreras, la insolencia de los gobernantes aristocráticos, todo eso les impulsó por la vía autoritaria y les alejó del razonamiento libertario que no podían menos que prevenirlos contra el reemplazo de la autoridad de los unos por la autoridad de los otros. Godwin conoce las críticas de la propiedad desde Platón a Mably y se refiere particularmente a un libro de Robert Wallace (Various Prospets of Mankind, Nature and providence, 1761) y a un Essay on the Right of Property in Land, publicado una docena de años antes de su libro Por un habitante ingenioso de North Britain; ¿es el libro de William Ogilvie, de Pittensear, 1782, reimpreso en Londres en 1891, Birthright in Land? Existía también entonces la agitación netamente socialista de Thomas Spence, que comenzó en 1775 a proponer sus ideas. Pero no había teoría socialista autoritaria ante el público o bien Godwin la hubiera examinado. Se contenta con decir que esos sistemas de Platón y otros están llenos de imperfecciones y concluye en el valor de la argumentación contra la propiedad, pues dejó su huella a pesar de la imperfección de los sistemas. Dice también las grandes autoridades prácticas son la Creta (Minos); la Esparta (Licurgo), el Perú (Ios Incas) y el Paraguay (las Misiones de los Jesuitas) (II, página 542, nota).
Una docena de años antes del libro de Godwin fue redactada por el profesor Adam Weishaupt la Anrede an die neu aufzunehmenden. (Iluminados dirigentes), una alocución que debería ser leída en la recepción en ese grado de la sociedad secreta de los Iluminados, fundada entonces en Baviera y difundida en todos los países de lengua alemana. A partir de 1784 hubo persecuciones y ese texto fue confiscado con muchos otros documentos y hecho público por orden gubernamental bávara en 1787 (Nachtragvan weiteren Originalschriften, welche die llluminatensekte betrefen, München, 1787, vol. II, págs. 44-121).
En ese discurso el autor parte del estado de vida sin coacción de los hombres primitivos; muestra con el aumento de la población su coordinación en sociedades, primero para fines útiles y tutelares, después su degeneración en reinos, en Estados y el sometimiento del género humano - descripción razonada y gráfica (... el nacionalismo ocupó el lugar del amor al prójimo ...) y concluye en una evolución que hará entrar a los hombres en relaciones mutuas más razonables que las de los Estados ... La naturaleza ha arrancado a la especie humana del salvajismo y la ha asociado en Estados; de los Estados entramos en otra etapa nueva más sensatamente elegida. Para nuestros deseos se forman nuevas alianzas, y por estas llegamos otra vez al lugar de donde hemos partido (es decir a la vida libre, pero en una esfera superior a la primitividad), pág. 61. Los Estados, etapa pasajera, fuente de todo mal, están, pues, condenados a desaparecer y los hombres se agruparán razonablemente Es in nuce lo que Godwin demuestra y los procedimientos para llegar a la desaparición de los Estados son en el fondo los mismos, la enseñanza inteligente, la persuación, pero se agrega la acción secreta no descrita en esta alocución, pero descrita o sustentada en otros documentos de la sociedad secreta. Weishaupt escribe al respecto:
Esos medios son escuelas secretas del saber, estas fueron en todo tiempo los archivos de la naturaleza y de los derechos humanos, por ellas se elevará el hombre de su caída y los Estados nacionales desaparecerán de la tierra sin violencia, la especie humana llegará un día a ser una familia y el mundo la residencia de hombres más razonables. La moral solamente producirá esas modificaciones inadvertidamente. Todo padre de familia llegará a ser, como antes Abraham y los patriarcas, el sacerdote y el señor ilimitado de su familia y la razón el único Código de los seres humanos (pág. 80 - 81). Hecha deducclon del estilo antiguo y de las referencias a tradiciones religiosas propias de la mayoría de las sociedades secretas antiguas y que servían también para su protección, el razonamiento de Waishaupt es tan conclusivo para la condena de todo estatismo como el de Godwin, y sus procedimientos de persuación y de acción son los de Bakunin con su Fraternité internationale y la Alliance en el seno de los grandes movimientos socialistas públicos.
Importa poco que Weishaupt no fuese un hombre de gran valor personal, y Godwin no lo fue tampoco. pero uno y otro han construido sobre el mismo fondo la crítica antiestatista del siglo XVIII, han conocido aproximadamente los mismos libros avanzados de este siglo, han podido hacer el mismo estudio del pensamiento avanzado griego y romano y han llegado a las mismas conclusiones. Tampoco Weishaupt veía un socialismo autoritario, un Estado socialista que haría a todos felices, y concluía en la eliminación de los Estados que, por la división de los hombres en patriotas enemigos, han sembrado el fratricidio entre los hombres, lo mantienen y lo intensifican, y no pueden hacer nada bueno, puesto que su esencia misma es el mal.
La Revolución francesa ha cambiado profundamente también las sociedades secretas. He tratado en otras ocasiones, por documentos de los archivos y por fuentes impresas a veces muy ocultas, en otros casos muy fáciles de hallar, de ir hasta el fino fondo de esas sociedades entre el período de Babeuf y Buonarroti y el de Mazzini. En el fondo de una de las más renombradas he hallado un Credo igualitario (babeuvista) en latín; en el fondo de otra hallé la liberación por la iniciativa y la supremacía de Francia, casi una repetición de las guerras de la Revolución francesa; en el fondo de la Joven Europa está la creación de los Estados nacionales. Más tarde, en 1848, trata así de ayudar a la fundación de los organismos nacionales eslavos y a su federación. No es más que después del invierno de 1863.64 que el mismo Bakunin se pone a reunir secretamente elementos para la destrucción de los Estados y la reconstrucción libre de la sociedad. Hubo, pues, setenta u ochenta años de torbellino autoritario entre Godwin (1792) y Weishaupt (hacia 1782) y el federalismo de Proudhon, Pi y Margall, Pisacane y Bakunin.
El socialismo autoritario de las múltiples utopías y, a partir del siglo XVIII, también de libros razonados (Morelly, Mitbly, Charles Hall, etc. ) que descuidan la libertad, fue siempre una proyección de un ambiente presente a una sugestión, un consejo, a veces una adulación hacia un poder reinante. Las imaginaciones de Thomas Morus, Campanella, Bacon, Harrington proceden de su ambiente, sus planes, sus personalidades. A algunos Reyes se les sugirió una utopía que haría a sus súbditos más felices aún, y un Rey in partibus, el suegro de Luis XV, compuso también él mismo una utopía del Royaunne de Dumocala. Para Napoleón I, P. J. Jaunez Sponville y Nicolás Bugnet publicaron en 1808 La Philosophie du Ravarebohni (de la verdadera dicha) ... Pero también deseaba atraer la atención de las autoridades (Lettre au Grand Juge, 1804) y Robert Owen la de los monarcas de la Santa Alianza en 1818, y los saint-simonianos tenían una rama discreta destinada al apostolado principesco, a persuadir a los Príncipes, y vieron así la conversión del hijo mayor de Luis Felipe, el que pereció algunos años después en un accidente.
Teóricamente, idealmente los sistemas autoritarios se adaptán a las dimensiones sea territoriales, sea comerciales, sea de interrelaciones financieras del Imperio francés y del período de los grandes Estados conservadores que le siguen. Saint-Simón, Auguste Comte piensan así en mundos, y si esa amplitud hay que saludarla como superior a las estrecheces localistas, en la práctica es la autoridad la que regula esos vastos espacios, los industriales, los sabios que gobiernan, como en la sociedad contemporánea de entonces el Emperador y los Reyes, los financistas y los militares. De ahí no hay más que un paso a la simple preconización y a las tentativas para apoderarse del mecanismo del Estado tal como es, por los golpes de mano de los blanquistas o por la acción electoral del partido democrático y social, los demócratas sociales, los prototipos de los socialdemócratas. El Estado es rehabilitado por decirlo así; podrá organizar el trabajo (Louis Blanc) y una ensalada de todo eso es el marxismo, esa superdoctrina de tres fachadas que enseña a la vez el blanquismo de la dictadura por golpes de mano o golpes de Estado -, la conquista del poder por mayoría electoral (socialdemocracia -, en sus formas presentes también por simple participación en los gobiernos burgueses) - y el automatismo, es decir la autoeliminación del capitalismo por su apogeo final, seguido de su caída y de la herencia del proletariado según el viejo: el Rey ha muerto ¡viva el Rey! Estamos aun entrelazados en esa promiscuidad cada vez más repugnante entre socialismo y autoridad, que ha procreado ya el fascismo y otros miasmas melíticos.
Ante todo esa penetración del socialismo por la autoridad ha hecho detenerse el impulso de muy bellas iniciativas socialistas, la de Robert Owen y Charles Fourier, que se inspiraban todavía en lo mejor del siglo XVIII; lo mismo el impulso de hombres que surgieron a su lado y de los cuales los dos más notables fueron William Thompson y Víctor Considérant, pero había muchos otros más.
Robert Owen, que no ignoraba la obra de Godwin, que tenía una eficacia eminente y única entonces por su experiencia industrial y económica, su voluntad tenaz y su abnegación, su espíritu tan emancipado de las tinieblas religosas y sus grandes medios, que le aseguraban una independencia y facultades de acción que nunca poseyó un grupo social avanzado, hizo todo de 1791 a 1858 (por un período de actividad tan largo como el de Malatesta) por experimentación personal y colectiva, razonamiento, organización y todos los caminos de la propaganda, para elaborar y preconizar un socialismo voluntario, integral, recíproco, técnicamente a la altura de las necesidades. Para él, si he comprendido bien su idea, el problema de la anarquía se planteaba tan poco como el del estatismo. Buscaba las mejores condiciones de cooperación equitativa, lo que exigía eficacia y buena voluntad individuales y los arreglos técnicos y organizadores necesarios. Esos organismos cooperadores, regulan su propia vida y de ser numerosos, generalizados, en interrelaciones útiles y prácticas, era evidente que el Estado no tenía ninguna razón de ser ni hallaría quién le pagase por su mantenimiento.
La cooperación en producción (poco desarollada) y en distribución (enormemente difundida) se derivan directamente de los esfuerzos de Owen y de sus camaradas, y tan poco como esas asociaciones se cuidan de los patrones y de los comerciantes eliminados por la producción y la distribución directas, tan poco esos organismos desarrollados en verdaderas comunidades, en townships (municipios libres) como los concibió Owen, se molestarían por pagar a los funcionarios de un Estado que no les sirve para nada.
Esa voluntad de actividad productiva y distributiva directa por los interesados es también calurosamente acentuada en la obra de William Thompson (1785-1844), un irlandés, autor del segundo gran libro libertario inglés, An lnquiry into the principles of the distribution of wealth most conductive to human happiness, applied to the newly proposed system of voluntary Equality of Wealth (Londres, 1824, 600 págs.), (Investigación de los principios de reparto de la riqueza que son más apropiados a la dicha humana, aplicada al sistema de la igualdad voluntaria de propiedad recientemente propuesto). Hay que comparar este título con el de Godwin y lo que Godwin hizo con el estatismo, la demostración de su influencia nefasta, lo hizo Thompson con la propiedad, y su trabajo muestra su propia evolución, puesto que después de haber insistido sobre el producto completo del trabajo como regulador de la distribución, acabó por convertirse él mismo al comunismo, a la distribución sin contar. Publicó otros tres escritos importantes, en 1825, 1827 y 1830. Y se dedicó cada vez más a los esfuerzos de realización que habría querido ver hacerse (y a favorecerles en sus comienzos con sus propios medios) en gran estilo. Así entre grandes números de trabajadores asociados de los oficios útiles e importantes, pero también entre las sociedades cooperativas, etc. Su muerte en marzo de 1833, fue la mayor pérdida para el socialismo inglés de entonces, cuyos demás representantes incluso Robert Owen, individualizaban un poco demasiado sus ideas y sus actividades, mientras que Thompson, creo, habría podido coordinar esfuerzos excesivamente dispersos.
De esos hombres independientes, uno muy en vista, pero aislado también, fue John Gray, un mutualista (escritos de 1825 a 1848 y sobre todo The Social System; a treatise on the principle of exchange. Edinburgh, 1831, 314 páginas. (El sistema social: un tratado sobre el principio del cambio). Otro fue Thomas Hodgskin (1787-1869); un continuador muy moderado de Thompson fue William Pare, etc. En la vida práctica se formaron numerosas cooperativas de producción, que sus miembros y los que éstos eligieron como administradores, etc., han mantenido al margen del Estado, al de los partidos, pero que fueron mecanizadas y separadas de las verdaderas luchas emancipadoras. Los esfuerzos para coordinar sus fuerzas con las de las Trade Unions y un verdadero desarrollo de la cooperación productiva no han tenido éxito; también su forma reciente, el Guild Socialism, se ha vuelto lánguida y no se repone.
El no-estatismo, siempre viviente en las cooperativas, existió largo tiempo en el tradeunionismo por el simple razonamiento que los trabajadores coaligados contra los patronos, no esperaban nada bueno de esos mismos patronos convertidos en legisladores y en cIase que tiene en sus manos el gobierno. Pero el principio de la conquista del poder público por las elecciones minó sutilmente la independencia de los trabajadores y por las luchas que culminan en la Reform bilI de 1832, por el chartismo y por las invasiones cada vez más grandes del oportunismo, esa independencia fue gradualmente sacrificada.
La lógica antigubernamental de Godwin (1793) , había sido tal que durante generaciones hubiese sido como un testimonium paupertatis intelectual, dar al Estado un rol político y social que no fuese maléfico, es decir, el de una intrusión incapaz y perjudicial. Fueron los jóvenes torys del tipo de Disraeli (Lord Beaconsfield) los que fomentaban la leyenda del Estado social. Los pensadores radicales, aunque fuesen antisocialistas, abogaban por la reducción al mínimo del Estado, sobre todo Herbert Spencer (en el famoso capítulo El derecho a ignorar el Estado en Social Statics, 1850), y John Stuart MilI en el ensayo On Liberty (1859) , y hasta Charles Dickens satiriza el aparato gubernamental en la novela Little Dorrit (1855 - 57) - el Circumlocution Ofice - lo que corresponde al sentimiento popular de entonces.
En Francia, Charles Fourier, hizo lo que le fue humanamente posible para recomendar un socialismo voluntariamente asociativo y para elaborar sus mejores condiciones. Si ha continuado ese socialismo, etapa por etapa, por razonamiento y fantasía hasta una perfección sublime donde culmina en una anarquía perfecta, ha elaborado también penosamente sus menores primeros pasos, aplicándole la investigación de la perfección técnica, la proporción correcta que es esencial a todo trabajo, sea elemental o muy elevado. Su inmenso Traité de l'association domestique et agricole (París, 1822, 592; 646 páginas, 1823; Summaire, 16 y 121 páginas), y muchos otros escritos lo testimonian, y la gran obra de Victor Considérant - Destinée sociale (1837, 1838, 184; 558; 351 y 340 páginas). En esos dos autores y otros varios fourieristas, como por ejemplo Ferdinan Guillon (Démocratic pacifique, París, 8 diciembre 1850) , o el independiente Edouard de Pompéry que, en su Humanité del 25 de octubre de 1845, lleva el fourierismo hasta una concepción próxima al anarquismo comunista, se puede recibir una enseñanza libertaria magnífica que se eleva sobre todo especialismo sectario.
Fourier ha podido conocer el asociacionismo preconizado por varios en el siglo XVIII, entre otros, por el poco conocido L ' Ange o Lange, de Lyon, durante la revolución. Asociación y Federación fueron gratas también a otros socialistas, como Constantin Pecqueur, que no pensaba en manera alguna en entregar el trabajo con los puños ligados al Estado, como propuso el jacobinismo comunista Louis Blanc. En ninguna parte está tan bien elaborada la Comuna societaria como en los escritos de Considérant. En una palabra, del fourierismo partieron mil caminos hacia un socialismo libertario, y hombres como Elías Reclus, se sintieron atraídos toda su vida por esas dos ideas, asociación y Comuna; es decir, su sentimiento les dijo que esas dos concepciones, ampliamente comprendidas, no constituyen más que una sola: el esfuerzo por organizar una vida armoniosa fuera de esa inutilidad nefasta: el Estado.
Nota del autor. Este capítulo corresponde a las páginas 67 - 102 del libro Der Vorfrühling der Anarchie, que implicaría una gran ampliación de acuerdo a las antiguas publicaciones inglesas, italianas, españolas, etc.
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