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Los orígenes anarquistas en España, Italia y Rusia; asociaciones catalanas; Pi Margall; Pisacane; Bakunin. Vestigios libertarios en otros países europeos hasta 1870

El anarquismo en los grandes países discutidos hasta (Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos), es como fenómeno que forma parte de la evolución humana progresiva, sea el resultado directo de la humanización liberal que termina en el siglo XVIII, sea, después del peréodo glacial autoritario (para expresarme así), que comienza en 1789 y que continúa aún, una de las formas y la más acentuada, de la continuidad de ese espíritu, de su reanimación con más experiencia y energía, pero en proporciones todavía muy pequeñas en el siglo XIX.

Si otros países han sufrido otra evolución general, la idea anarquista, o bien se desarrollará naturalmente de otra manera o será implantada imitativamente y entonces el desarrollo será diverso.

El anarquismo ha alcanzado hoy (Aquí el autor se refiere a la época en que escribió este libro), su mejor desarrolló en España; las raíces históricas en este país habrán sido, pues, diferentes, relativamente, como en los otros grandes países, y sería interesante poder examinarlas. Sería preciso saber discernir los elementos que la cultura internacional aporta desde el siglo XVI, lo que las propagandas imitativas (sobre todo la influencia francesa), han producido y lo que es original del país, un trabajo que, por lo demás, habría de hacerse para cada país.

No pudiendo entrar aquí en el detalle histórico y estando muy imperfectamente informado, por lo demás, diré sólo que, por su configuración, la península ibérica no favorece ese estatismo centralizador, que en los otros grandes países europeos ha sido el producto temporariamente inevitable de necesidades económicas. El estatismo en España ha sido siempre de puro sello dominador y para proteger la continuación del feudalismo económico, de la manumisión feudal sobre una parte tan grande de la tierra; además para proteger la gigantesca empresa américo - latina - española de los siglos XVI, XVII y XVIII. El estatismo español para el pueblo no fue nunca más que el régimen administrativo, judicial, militar y, por el clero, religioso, que le mantenía en sumisión forzada y le tomaba lo que podía tomar, en hombres (militares), impuestos y beneficio garantizado a los propietarios. Había con eso esta ventaja para el pueblo de las ciudades y de los campos, que pudo conservar sus tradiciones autonómicas y federalistas y que no concibió ese amor a la grandeza del Estado que alimenta el autoritarismo, a excepción siempre de muchos adoctrinados, fanatizados, interesados, que se convirtieron en el personal ejecutor del Estado, esa clase de perros de guardia que existe en todos los países. Había esta otra ventaja, que la gran unidad nacional inspiraba al menos ese sentimiento de sociabilidad que se expresa por federación y asociación y no dejaba echar raíz a las corrientes de la atomización de la vida social y de la relegación de los hombres en pequeñas unidades asociales.

Sobre tales bases aproximadamente, el desarrollo local fue muy diferenciado, a lo que se agregan las diferencias naturales del norte y del mediodía, acercadas y no menos separadas en ese territorio como en ninguna parte. Elíseo Reclus dice que el principio de la federación parece escrito sobre el mismo suelo de España, donde cada división natural de la comarca ha conservado su perfecta individualidad geográfica. Semejantes condiciones han hecho nacer el federalismo en Suiza. Pero las manos de la Corona de Castilla y de la iglesia católica pesaron sobre todo eso durante los siglos de los espíritus en Europa, y el sentimiento popular no pudo expresarse más que en revueltas locales y por su aversión inquebrantable contra el Estado y todo lo que a él se refería. España no tuvo siglo XVIII liberal ni revolución francesa, y su socialismo, que han esbozado algunos pensadores del siglo XIII al XVIII, es sobrio y realista, superando raramente el colectivismo agrario y muy raramente pudo ser - como se hizo por Martínez de Mata, en Sevilla, en el siglo XVII -, objeto de una propaganda pública. Pero la rebelión agraria estaba siempre en incubación; el pueblo sabía lo que quería. Las ideas sociales de la revolución francesa no aportaban, pues, nada nuevo a España; sus ideas humanitarias fueron en Francia misma relegadas bien pronto por el gubernamentalismo a ultranza, que no decía nada a España, que tenía bastante ella misma, y bien pronto entre los dos países continuó esa guerra de tantos siglos que culminó en la conquista francesa, la cual encontró esa resistencia tenaz y encarnizada que marca el comienzo del fin del Imperio de Napoleón I (1808).

Cuando las esperanzas de un régimen soportable (la Constitución de 1812), fueron frustradas, el absolutismo fue atacado por la revolución constitucional de 1820, sofocada por el ejército de la fe francés en 1823, que restableció el orden tal como lo comprendía la Santa Alianza de los Reyes. Desde entonces, virtualmente después de la restauración en 1814, hubo lucha contra la monarquía, con algunos intervalos de liberalismo moderado, e incluso República, sobre todo los años 1854 - 56 y de 1868 a 1874, y en fin, la caída de la monarquía el 14 de abril de 1931 y una República que dió muy poca satisfacción al pueblo desde ese día. Esa lucha se hizo igualmente contra, todos los nuevos acaparadores del poder central, militares y políticos, y así fue elaborada la concepción federalista y se convirtió en la palabra de unión popular, la República Federal. Estas ideas, a veces, no siempre, acompañadas de sentimientos de justicia y de equidad sociales, fueron la concepción política de la parte verdaderamente despierta del pueblo español y su intérprete más reconocido fue Pi y Margall (1824-1901) , cuyo libro La reacción y la revolución, publicado durante el intervalo progresista (1854 - 1856), ha sido mencionado ya, así como sus traducciones de Proudhon (1868 - 70). Se vio impedido entonces, por la reacción que había vuelto al poder, para completar ese libro con su parte social; más tarde tampoco lo acabó. La Federación. (Barcelona, 12 de junio de 1870), el órgano de la Internacional, pone de relieve este hecho, y las cosas quedaron allí. Como jefe del partido federalista, Pi y Margall no ha querido probablemente dividir ese partido exponiendo sus ideas sociales personales, que habrían sido rechazadas por la parte no socialista de su partido. Ha elaborado en detalle la aplicación territorial del federalismo en Las Nacionalidades (Madrid, 1877 - prefacio del 14 de noviembre de 1876-, VIII, 378 págs. en gr. 8o), pero esas soluciones por autodeterminación puramente nacional son muy defectuosas, como sabemos por la experiencia desde 1918 - 19, si descuidan los factores económicos, o más bien si los pervierten arbitrariamente. La acción federal en 1873, el cantonalismo, fue una iniciativa sobre una escala tan vasta como la Comuna de París y las Comunas en el Mediodía francés de 1870 - 71 (Lyon, Marsella, Toulouse, Narbonne, etc.), militarmente aplastada también. Si Pi y Margall se había vuelto escéptico respecto a la anarquía y si no ha sobrepasado probablemente la idea del Estado - mínimo, conservó hasta el fin el respeto por las aspiraciones de la anarquía integral.

He ahí el socialismo que correspondía al sentimiento popular del país hasta 1868, cuando las ideas de Bakunin fueron conocidas; y he ahí por qué las corrientes socialistas autoritarias, todas más o menos conocidas por traducción del francés y por algunos adeptos muy activos en España, no crearon nunca verdaderos movimientos allí. El comunismo, como ideal, el principio asociativo de los fourieristas, correspondían a aspiraciones sociales en Andalucía y en Cataluña, y las ideas democráticas fueron rodeadas de socialismo estatista por republicanos de acción social autoritaria en Madrid, etc.; pero todo eso fue pasajero y no dio satisfacción real. De lo que se deseaba verdaderamente - aI menos en los ambientes obreros avanzados de Cataluña - se juzgará por algúnos extractos de El Eco de la Clase Obrera (Madrid; a partir del 5 de agosto de 1855; redactado por el obrero Ramón Simó y Badia, de Barcelona):

Los comunes han sido el golpe más terrible que pudo dirigirse nunca al feudalismo. De ellos han salido las instituciones salvadoras que contienen en germen la libertad de los pueblos, y en ellos está el origen y el manantial fecundo de todas las conquistas políticas. En ellos se han apoyado los Reyes para combatir la anarquía feudal, y ellos son las únicas instituciones que han podido resistir a la tiranía triunfante de los Reyes. Por eso los pueblos han mirado o mirarán siempre a sus municipios como la salvaguardia de sus derechos, como el arca santa de sus libertades.

Toda revolución social para ser posible, ha de empezar por una revolución política, así como toda revolución política será insustituible y estéril, si no es seguida de una revolución social. Por esto los comunes que eran la forma política por donde empezaba el mejoramiento de las clases pobres, debieron multiplicarse. Y en efecto, así sucedió, etc. (Pasado, presente y porvenir del trabajo, por G. N.; 26 de agosto de 1855).

Figurémonos por un momento que en Madrid, en Barcelona, en ValencIa, en Malaga, en SevIlla, en Valladolid, en Tolosa, en todos los centros industriales empiezan a asociarse por una parte los tejedores de seda, por otra los de algodón, por otra los de lino, por otra los cajIstas, por otra los carpInteros, por otra los albañiles, por otra los sastres, por otras, en fin, los operarios de todas las artes y oficios. Constituidas ya en cada pueblo todas estas asociaciones, nombran, por sufragio universal, su junta directiva. Los directores de estas juntas se asocian entre sí y deliberan sobre las cuestiones e intereses comunes. Este centro de directores se pone en comunicación con los demás centros. Los centros de toda una provincia, delegan un individuo de su seno para la formación de un comité provincial que reside en el pueblo más céntrico o más fabril de la comarca. Los comités provinciales delegan otro para la de un comité nacional, destinado a dirigir y a velar por los intereses de toda la clase obrera ...

... La asociación en las asociaciones o sea la asociación organizada en grande escala ...

... En el antiguo Principado (Cataluña), las asociaciones son numerosísimas. Reconocen todas, o por lo menos han reconocido, un solo centro. El comité provincial ha sido allí una realidad y lo es, a no engañarse. Si la organización no es aún ni tan fuerte ni tan vasta como podría, todos sabemos la causa. Todo ha debido hacerse allí a la sombra. El desarrollo de la espontaneidad social ha sido no favorecido sino impedido hasta sistemáticamente ... (Influencia de las Asociaciones, por P. M.; 14 de octubre de 1855).

El mismo P. M. dice (21 de octubre): ... Una vasta asociación, la Iglesia, destruye la esclavitud antigua. Otra vasta asociación, las cruzadas, rompe los muros que nos separan del Oriente. Otra vasta asociación, los gremios, acaba con el feudalismo. Otra vasta asociación, ¿no ha de poder concluir con la nueva tiranía?

M. G. M., discutiendo sobre asociación y libertad, demuestra que son inseparables, que una o la otra, sola, es insuficiente: Nunca la humanidad ha sentido tanto ni tan imperiosamente la necesidad de la armonía, nunca ha deseado con tan ansioso anhelo la fórmula de la síntesis social (De la asociación; 11 nov. 1855).

Cuando los delegados de Barcelona, Joaquín Molar y Juan AIsina, son saludados en Madrid por un centenar de trabajadores, en un banquete, el Eco escribe: ... preveemos el día en que toda la clase obrará bajo la inspiración de un solo centro, de un gran comité nacional compuesto por delegados de los comités de todas las provincias (11 de nov. 1855). Hablando de las provincias, división establecida en 1833, el periódico escribe: ... y el día en que sea España una federación, como está llamada a ser, y será tal vez dentro de no muchos años, prevalecerá la (división) de las antiguas (regiones provincias, arbitrariamente separadas, como en Francia, por la división en departamentos).

P.M. escribe aún: La organización de las demás clases a imitación de la obrera tendrá efectivamente lugar dentro de un tIempo dado. Pero, ¿acaso no ganábamos también en que la entidad gobierno se perdiese en el seno de ese nuevo organismo económico? El gobierno sería entonces el de las mismas clases; la suma de estas, reunidas, compondrían un gran centro directivo. Se realizaba así el bello ideal de los pensadores eminentes de Alemania, ¿habíamos todavía de quejamos? Las consecuencias de esta reforma serían incalculables. ¡Ojalá llegase el día que sucediese lo que algunos temen! (23 de diciembre de 1855).

Este periódico fue publicado para contrarrestar un proyecto de ley odioso contra las asociaciones, del 8 de octubre de 1855, y al reunir firmas de protesta, las cifras alcanzadas en diciembre (Eco del 16 de diciembre), fueron 33,000 de las cuales 22,000 en Cataluña, 4,540 en Sevilla, 958 en Málaga, 650 en Córdoba, 1,028 en Antequera, 1,280 en Alcoy, 1,100 en Valladolid, 600 en Madrid, etc., llegando todavía 800 de las Baleares, etc. Los delegados de Barcelona ante una comisión parlamentaria hablan de 80,000 obreros asociados en Cataluña en julio de 1855 (Eco del 9 de diciembre).

Se sabe que las asociaciones en Barcelona han comenzado en 1840 y continuado abierta o clandestinamente hasta la revolución de septiembre de 1868 y que entonces, en gran parte, se afiliaron a la Internacional y a las sociedades que le sucedieron hasta la C. N.T. Esos votos de 1855 - 56, con todas sus vacilaciones y sus tanteos, nos muestran, lo pienso al menos, en qué grado lo que dirán la Internacional, la Federación Regional, la C. N. T., existía ya en el espíritu de los hombres de 1855, y se desarrolló pues, de 1840 a 1855, y sobre un fondo que se formó en los años de luchas después de la muerte de Fernando o antes aún. Es el federalismo social, la asociación de las asociaciones (textual solidaridad, es decir, la asociación entre todas las asociaciones; Simó y Badía, en el banquete mencionado; Eco, 18 de noviembre 1855), la síntesis de asociación y libertad (que no puede ser más que el anarquismo socialista), la sociedad económica que sustituirá al gubernamentalismo político, en fin, es esa estructura de comités de oficio, locales, comarcales, nacionales que se elaboró tan cuidadosamente para la Internacional en 1870 y que se elabora aún en nuestros días y que, más débil o más fuerte, es en 1935 la argolla obrera de las relaciones entre los trabajadores, como lo fue en 1855 al menos en sueños de porvenir próximo, que fue en efecto realizado. Se comprende que sobre ese fondo de ideas y de práctica, sobre la lectura de Pi y Margall y de Proudhon además, y sobre la práctica de la asociación, de las huelgas, de la solidaridad probada de las actividades clandestinas y algunas veces de las luchas armadas, se comprende que sobre los militantes de esa especie, el socialismo autoritario no tuviera ninguna influencia, mientras que las ideas del anarquismo colectivista, transmitidas de parte de Bakunin y de sus camaradas, fueron el complemento lógico y bienvenido de lo que esos militantes sentían ya ellos mismos desde hacía mucho tiempo.

En ninguna parte del mundo se habría encontrado esa predisposición en 1868, y ya en 1855; lo que la Internacional ha querido fundar en 1864, existía en España en espíritu y realidad.

En la Italia dividida en Estados independientes y en regiones que forman parte del Austria hasta los últimos cambios en el siglo XIX, en 1870, no había, por decirlo así, nada de todo lo que hemos constatado en España. En 1848 las sociedades obreras comienzan a formarse en el Piemonte, ya partir de 1853 se reunen congresos de tendencias anodinas. Algunos artesanos, pero no las masas populares, fueron activos en los movimientos nacionales, clandestinos o de lucha abierta. Esos artesanos, la juventud, los intelectuales, y una parte de la burguesía y de la aristocracia, fueron participantes activos y simpatizantes de los esfuerzos en pro de la unidad nacional, esfuerzos que desde los orígenes hasta su culminación fueron actividades imbuidas de mentalidad autoritaria, diplomacia, militarismo, guerrilla organizada y con el objetivo del Estado unitario. Los pocos federalistas, los Carlo Cattaneo, Cesare Cantú, Giuseppe Ferrari y otros, no fueron libertarios, aunque Ferrari conoció bien a Proudhon y había criticado la degeneración de los fourieristas.

Sólo el siciliano Saverio Friscia, amigo igualmente de Proudhon y de Bakunin, médico, socialmente un anarquista, habría renunciado en lo nacional voluntariamente a la Italia unificada, si hubiese podido realizar una Sicilia independiente o federada con otras partes de la región italiana.

Pero Carlo Pisacane (1818 - 1857), repudió tanto los pequeños Estados como los grandes, y para evitar el mal de unos y de otros, concibió la división del territorio italiano en comunas unidas por pacto elaborado provisionalmente por un congreso de las regiones liberadas del territorio nacional y, finalmente por una Constituyente. Los medios de producción durante la lucha, y de vida por asociaciones y comunas, corresponde bastante a las ideas de Bakunin, formuladas en 1866; sólo que Bakunin tendía siempre, como hicieron también los españoles, a interponer provincias o comarcas entre las comunas y la colectividad territorial.

Pisacane, uno de los más valientes combatientes revolucionarios en 1848 - 49 en Italia (República romana), en su destierro - donde conoció también a Coeurderoy y a Herzen-, a partir de 1851, aproximadamente, se emancipó de la mentalidad autoritaria y antisocialista de los nacionalistas, incluso Mazzini, el antisocialista por excelencia, y dijo ya en un libro de 1852: Italia no tiene otra esperanza que la gran revolución social. En su famoso testamento político (Génova, 24 de junio de 1857), dice que cree que sólo el socialismo, pero no los sistemas franceses, formados todos de acuerdo al género monárquico y despótico predominante en esa nación, sino sólo el expresado por la fórmula libertad y asociación, forma el único porvenir, no lejano, de Italia, y quizá de Europa; he expresado esta idea misma en dos volúmenes, resultado de seis años de estudio aproximadamente ... Pero para él mismo, la propaganda de una idea es una quimera y la educación del pueblo algo absurdo; porque ... las ideas se derivan de los hechos, y no al revés, y el pueblo no será libre cuando sea educado, sino que será educado cuando sea libre. Esa finalidad no puede ser alcanzada más que por conspiraciones y tentativas, y corresponde a cada uno hacer su parte de la revolución; entonces la suma total será inmensa. En ese espíritu, Pisacane y otros llevaron la lucha abierta en el territorio del reino de Nápoles, donde la pequeña banda fue aniquilada en lucha abierta contra los soldados en Sapri, el 2 de julio de 1857, siendo muertos Pisacane y otros, y los demás encerrados en las mazmorras hasta la caída del reino de Nápoles por los Mil de Garibaldi en 1860.

Se publicó la obra de Pisacane, Saggi storici - politici - militari sull'Italia en buena edición (4 partes; I y II, Génova, 1858, XX 104 y 179 págs. en 8o; III y IV, Milano, 1860, 188 y 168 págs.); el volumen tercero forma el famoso Terzo Saggio. La Rivoluzione, y el Testamento político está al fin del volumen IV (páginas 150 - 162}. Creo que el Saggio sulla Rivoluzione no fue reimpreso hasta 1894 (Bolonia, IX, 274 págs.), mientras que el Testamento apareció muchas veces en artículo o en folleto anarquista (la primera de esas reimpresiones que yo conozco es de junio de 1878, en Modena, en L'Avvenire, órgano anarquista).

Los Saggi desaparecieron muy pronto de la circulación, se ha dicho siempre, por maquinaciones de patriotas autoritarios y antisocialistas. Un amigo de Pisacane y participante en la conspiración, que fracasó en Capri, fue Giuseppe Fanelli, amigo de Bakunin desde 1865, el mismo que en 1868 - 69 transmitió sus ideas en España. Se asegura que veneraba la memoria de Pisacane, y por él, sino por otros antes, Bakunin ha debido conocer la obra de Pisacane, aunque en todos los documentos conocidos, no habla nunca de él. Es todavía más incomprensible que, por ejemplo, el silencio sobre Coeurderoy y Déjacque, sobre quienes los hermanos Reclus, por su permanencia de Londres en 1852, estaban perfectamente informados, aunque los hayan perdido de vista más tarde. Pisacane era un héroe nacional, bien conocido y celebrado como tal, y se asombra uno de que los internacionalistas no hayan sacado su libro de su escondite. Parece que fue imposible, y se cuenta de la alegría de Cafiero cuando, hacia 1880, hizo el descubrimiento de un ejemplar en Lugano. Una veintena de años después, me dirigí a una gran librería italiana en procura de un ejemplar, y se me envió uno enteramente nuevo, y también varios años más tarde, que di a Kropotkin y a Malatesta. ¿Se había levantado entonces la prohibición? En todo caso, hay que insistir sobre estos detalles para mostrar cómo después de Coeurderoy y Déjacque, otro más de los grandes libertarios de 1850 - 1860 fue privado del efecto de su obra sobre los hombres de la década de años siguientes.

En Rusia, ni las revueltas agrarias, ni el banditismo popular ni el mir (el reparto periódico de las tierras de una aldea entre los aldeanos), ni la aversión de los campesinos contra los funcionarios, tenían un aspecto particularmente libertario, y los esfuerzos de los revolucionarios entre los campesinos han despertado muy pocas fuerzas para la lucha contra el zarismo. Las conspiraciones de los nobles contra los zares eran ante todo intrigas de la Corte, venganzas o codicias. No es sino en imitación de París, primero, y poco a poco, en algunos nobles, por verdadera admiración de las ideas humanitarias del siglo XVIII, que esas ideas fueron al menos respetadas teóricamente por la alta sociedad de entonces y hubo en el siglo XVIII utopías sociales rusas y traducciones de las utopías internacionalmente conocidas; hubo francmasones; Diderot visitó a la emperatriz Catalina, como Voltaire había visitado al Rey de Prusia. El padre de Bakunin, educado en Italia, conocedor de Francia hasta la revolución, volvió con ideas de liberal que palidecieron hasta el conservatismo, pero que tenían, sin embargo, un sello humanitario e hicieron feliz la primera juventud de su hijo mayor, Miguel. Más tarde, los oficiales traían de las guerras en Alemania y en Francia los planes de sociedades secretas antizaristas, y así hubo el primer contacto de los rusos centralistas del norte con los federalistas del mediodía, y por los ukranianos sobre todo fue promovida la cuestión de la convivencia de las nacionalidades. Los ukranianos, que no tenían Estado, y que se quejaban de las supremacías gran-rusas y polacas, que querían englobarlos, enarbolaban el federailsmo de Kostomarof y Shevchenko a Dragomanof y hasta nuestros días. Otros eslavos, en su destierro en París, soñaban con la federación de todos los pueblos eslavos, y Bakunin, en París, que no podía entenderse con los polacos, estatistas por excelencia, que consideraban a los ukranianos, a los bielorusos y a los lituanos como pueblos históricamente sometidos a su dominación; Bakunin, quizá como reacción contra los palacos aristócratas y autoritarios, se sumergió desde 1846 en la fraternización con todos los pueblos eslavos y formuló en 1848, en ocasión del Congreso eslavo de Praga, su Estatutos de la nueva política eslava, una verdadera utopía federalista, pero sin un tenor que se pudiera considerar propiamente libertario.

Bakunin (1814 - 1876), no puede ser analizado aquí en lo que ha moldeado su esencia, en las múltiples influencias que sufrió, y en su manera de reaccionar contra ellas. Con razón o sin ella, vemos una gran continuidad, a pesar de la diversidad extrema de los ambientes. Un gran ideal, grandes obstáculos a destruir, un grupo solidario a defender, con el cual cooperar, al cual inspirar, sino dirigir, por su inteligencia y su energía y asiduidad particulares - y un ambiente que conocía menos y sobre el cual se hizo ilusiones, sobre el que creía poder contar (o que constituía parte de sus planes, quedando convencido o escéptico) -, con esos dos factores siempre representados por hombres, acontecimientos, situaciones diversas, obró Bakunin toda la vida, desde su juventud doméstica a su período internacional, y ningún revés lo desanimó. Un dios de su imaginación, después los ídolos, los filósofos, le dominaron largo tiempo, hasta que comprendió con Feuerbach que todas esas ficciones son creación de los hombres mismos. Entonces obró como hombre libre, y por el socialismo, que conoce mejor en 1842, permanece en lo sucesivo independiente también, afiliado a ningún sistema. Pero como sobre todo muestran las cartas a su hermano Pablo (1845) y a Georg Herwegh (1848), es profundamente anarquista y profundamente revolucionario. No creo en Constituciones y en leyes; la mejor constitución no podría satisfacerme. Necesitamos algo diverso: tempestad y vida y un mundo sin leyes y por tanto libre (agosto de 1848) Libertad a los hombres, esa es la única, legítima y bienhechora influencia. ¡Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos! No son más que mentiras; la verdad no es una teoría, sino un hecho, la vida misma - la comunidad de seres humanos libres e independientes -, la santa unidad del amor que emana de las infinitas y misteriosas profundidades de la libertad personal (29 de marzo de 1845).

Si se me pregunta cómo con tales concepciones anarquistas puede Bakunin consagrar los años 1846 a 1863 de su vida - desde mayo de 1849 el verano de 1861 estuvo en las prisiones y en Siberia -, a la acción nacionalista eslava, tendría mucho que decir al respecto, pero entre otras cosas esto, que es una prueba nueva de la gran ausencia de hombres libertarios entonces con los cuales hubiera podido cooperar. Llama a Proudhon en agosto de 1848 el único en el mundo político de los literatos que comprende todavía algo, pero si llegase al poder, dice, entonces estaríamos probablemente forzados a combatirle, pues al fin también el tiene su sistemita detrás, pero ahora está con nosotros. Ni en Suiza ni en 1848 - 49 entre los alemanes y los eslavos, ni de regreso en Londres y en Suecia, en 1862 - 63, ha encontrado un anarquista, y Herzen y Herwgh, los dos con quienes más libremente hablaba y que comprendian la anarquía (Herzen al menos), eran ante todo escépticos. Solo en los últimos meses de 1863, al abandonar Suecia y Londres, para hacer un viaje por París y Suiza a Florencia, Bakunin comienza a trabajar directamente para inspirar los movimientos socialistas con ideas libertarias, y eso en medio de la sociedad secreta que comienza entonces a formar.

Eso le lleva a redactar sus ideas - y hablaré más adelante de esos primeros escritos en tanto que nos son conocidos -. Recuerdo aún que toda su obra manuscrita de los años 1844 - 1847, en París, se ha perdido. Preparó ya en 1844 una exposición y desarrollo de las ideas de Feuerbach, que en 1845 parecía haber estado cerca de la publicación con el título Sur le Christianisme ou la Phüosophie et la Societé actuelle, y fue quizá ese manuscrito - u otro relativo al estudio de la revolución francesa, que su amigo Reichel, en casa del cual habitaba, llamó el libro eterno ... en el que escribía diariamente sin terminarlo. Todo eso se ha perdido y surge la cuestión si el gran complejo de ideas que los manuscritos y libros de 1868 a 1873 muestran y que se encuentra ya esbozado en los fragmentos conservados de 1865, tenían por primera base esas redacciones de 1845 - 47 y tal vez el escrito sobre Feuerbach como origen. Es cuestión de resolver todavía.

En los otros países europeos hay una falta de iniciativa en las primeras expresiones del socialismo, todavís más del anarquismo. Holanda, los países escandinavos, Suiza eran en los siglos XVIII y XIX países relativamente libres, el asilo de muchos refugiados, como igualmente Bélgica, de la que he hablado ya, y donde el socialismo fue muy activo y largo tiempo muy libertario. Sin embargo, respecto de Holanda no se podría mencionar ningún esfuerzo libertario notable antes de los periódicos de la Internacional en 1870 - 72, y para los países escandinavos igualmente hasta los escritos de Quiding y las cartas de Ibsen hacia los mismos años; ni en Suiza antes de 1868.

Eduard Douwes Dekker (Multatuli; 1820 - 1887) y S. E. W. Roorda van Eysinga (muerto en 1887) , fueron autores de amplio miraje y de crítica antiestatista y antiburguesa incisiva en Holanda. Henrik lbsen (1828-1906), experimentó impresiones socialistas vivas en su juventud en tiempos de Marcus Thrane, y se dice que ha leído entonces unos escritos de Proudhon y de Wilhelm Marr (entonces en Hamburgo, que publicó Der Mensch und die Ehe vor dem Richterstuhl der Sittlichkeit, 1848, y Anarchie oder Autoritát?, 1852) ¿Ha expresado ideas contra el Estado antes de las cartas a Georg Brandes, del 20 de diciembre de 1870, 17 de febrero y mayo de 1871 y la carta contra las mayorías, 3 de enero de 1882, el año de la publicación de En Folkefiende (Un enemigo del pueblo) ?

El primer autor sueco que propuso un socialismo federalista, tal vez comunista (pero que no me atreveré a llamar anarquista, fue Nüs Herman Quiding (1808 - 1886), en Slutlikvid med Sveriges lag (Liquidación de la ley de Suecia) , 1871 - 73.

En Noruega el novelista Arne Garbory (1851 - 1924), en sus novelas, primero muy realistas, en Kolbotnbrev, en el pequeño libro Fri Skümisse (Libre separación. Observaciones en la discusión sobre el amor; Bergen, 1888, 99 págs.), en su periódico Fedraheimen (El hogar, de Tonnsett, fundado en 1877) , describió bellamente y con precisión la vida autónoma de los campesinos noruegos y la vida de los hombres y de las mujeres libres, y el periódico se hizo, en efecto, claramente comunista anarquista, cuando fue redactado por lvan Mortensen, desde 1883 a 1890, más todavía en su última fase en Skien, cuando fue transformado en cuadernos conteniendo cada uno un folleto anarquista. Garborg modificó su manera de ver y fue al fin de su vida influenciado por las ideas de Severin Christensen, en su libro Retsstaten (El Estado jurídico), publicado en Copenhague. Escribió todavía al respecto en 1923 el artículo Magtstat-rettsstat (El Estado de fuerza - el Estado jurídico). Ese Estado jurídico es para él un Estado mínimo.

Ese Estado mínimo es, como otras doctrinas del máximo de autonomía o del federalismo formal más perfeccionado, lo que muchos hombres benevolentes, pero de corta visión, han propuesto. No hay más que observar, al lado de Herbert Spencer y otros ya mencionados -The Man versus the State (Londres, 1884, II, 113 págs.), es uno de los más característicos de Spencer -, J. Toulmin Smith, Local Self-government and Centralization (Londres, 1851) ; los escritos federalistas conservadores de Constantin Frantz en Alemania; de L. X. de Ricard (Le Fédéralisme, París,1827) , de Roque Barcia, en España, de Edmond Thiaudiere y tantos otros. Son excelentes consejos contra la centralización, contra el Estado mismo, pero al fin se es invitado a confiarse, sin embargo, a ese Estado, y esa falta de confianza en la libertad quita la fuerza a toda la argumentación.

La autoridad es además impugnada en muchos escritos de buena literatura como los de Claude Tillier, Charles De Coster, Gustave Courbet, y, en suma, por el buen panfleto, la sátira, la caricatura, la comedia de todos los tiempos, por todo el género irrespetuoso. ¿A quién no fueron siempre odiosos el Estado, las leyes, los funcionarios, los impuestos, las órdenes y las prohibiciones? Cada cual hace lo posible por pasarse sin todo eso, pero muy ilógicamente lo cree necesario para su vecino.

En suma, para el período descrito hasta aquí la idea anarquista ha tenido defensores múltiples y variados, que se manifiesta en tantas condiciones diversas, que es una evolución natural, no una propaganda artificial e imitativa. Desde 1760 a 1860 los Dúlerat y Lessin, Sylvain Maréchal, Godwin, Warren, Proudhon, Max Stirner, Elíseo Reclus, Bellegarrigue, Caeurderoy, Déjacque y Pi y Margall, y los trabajadores catalanes asociados, además Miguel Bakunin y Pisacane, no es poco en hombres de relieve que lanzan claramente su desafío a la autoridad.


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