Índice de La anarquía a través de los tiempos de Max NettlauCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Las ideas libertarias en la Internacional desde 1869 a 1872.- La representación del trabajo.- Orígenes de la concepción sindicalista de la sociedad del porvenir.- La comuna de París y el comunalismo.

Entre septiembre de 1868 y septiembre de 1869 (Congreso de Basilea), las ideas anarquistas - colectivistas fueron interpretadas primeramente en España por el viaje de Fanelli a Madrid y a Barcelona, organizado por Bakunin y sus camaradas de la Fraternidad y de la nueva Alianza pública internacional. En ese país las asociaciones de trabajadores no ignoraban la existencia de la Internacional, pero después del año de insurrección política, 1866, las últimas luchas hasta la caída de la monarquía borbónica en septiembre de 1868, eran el problema agudo, y sólo después de esos acontecimientos las asociaciones vuelven a resurgir en pleno y están a punto de -convertirse en dominio de los republicanos federalistas. El secretario para España del Consejo general Paul Lafargue, no ha dejado ni rastro de su actividad, ni hasta entonces ni después. Fue Fanelli el que supo hallar, por intermediarios federalistas, los más avanzados de los trabajadores militantes, los Morago, Lorenzo, Rafael Farga Pellicer y otros, que conocían las ideas socialistas y proudhonianas, que estaban en el corazón mismo de lo que había en grupos de trabajadores avanzados, que eran conocidos de los trabajadores y que tenían la mejor voluntad de luchar por el conjunto de sus ideas, y no de ver reducidos a los trabajadores a ser dirigidos por los jefes del partido federal que, socialmente, eran antisocialistas, o a lo sumo reformistas moderados.

Esos homb!es de los núcleos de Madrid y de Barcelona fueron encantados de conocer el colectivismo antiautoritario y de compenetrarse del socialismo integral de Bakunin, que implicaba la liberación intelectual, política y social - ateísmo, anarquía y colectivismo -. Comprendieron también - y estuvo eso ya, sin duda, en sus hábitos de militantes -, el principio de la Alianza. Las disposiciones de los hombres, sus energías y talentos son diferentes; los unos se dan enteramente a una causa, los otros no hacen más que enrolarse y se desarrollan lentamente. De ahí la Internacional y la Alianza, cualesquiera que sean los nombres que se den a esas dos graduaciones del ritmo de adhesión y de acción socialista. Las relaciones entre los hombres de Madrid y Bakunin no se establecieron entonces; solo Morago se pone en relaciones poco seguidas con la sección de la Alianza de Ginebra, y Celso Gomis vuelve en 1870 de Ginebra a Madrid. Pero de Barcelona, Farga Pellicer y el doctor Sentiñón, visitan a Bakunin y son delegados al congreso de Basilea. Son entonces (agosto-septiembre de 1869), iniciados por Bakunin en el círculo íntimo, y con ellos Bakunin queda en relaciones seguidas; fueron aliados o hermanos internacionales, términos que expresan que entre ellos, Bakunin, y un pequeño número de camaradas semejantes, había confianza, solidaridad, consultas y convenios y a veces planes y acciones y una táctica comunes.

Las cartas y recuerdos para el año 1870 se han perdido, pero en su primera mitad hubo la convocatoria de un congreso constituyente de la Federación española, por los militantes de Madrid (14 de febrero), convocatoria que debió ser retirada ante un voto de los miembros de 153 secciones en 26 localidades, de los cuales 10,930 eligieron Barcelona, 3,730 Madrid, 964 Zaragoza, 448 Valencia, etc., como lugar del congreso que fue celebrado en junio de 1870 en Barcelona. Dos meses antes - unos meses antes del congreso de Barcelona , se lee en la Cuestión de la Alianza, Barcelona, otoño de 1872, declaración redactada por J. G. Viñas -, en abril de 1870 por tanto, en las semanas que precedieron a la votación, decidida en marzo y terminada a fines de mayo, se fundó la Alianza de la democracia socialista, que profesa el programa de 1868 (estructurado diversamente y un poco retocado) y adoptó Estatutos independientes. Esos documentos son publicados en Cuestión de la Alianza, donde se agregaba que la Alianza ni aun comité regional tenía, sino que todas las secciones se comunicaban y se consultaban entre si.

Por estas publicaciones de 1872, que hicieron necesaria la denuncia pública de esa sociedad secreta por los socialistas de Madrid, José Mesa, Pablo Iglesias y otros, bajo instigación de Paul Lafargue, uno de los yernos de Marx (primavera-verano de 1872), se podía ver desde el otoño de 1872 que la preparación del congreso de junio de 1870, esa votación sobre todo, que fue una descaIificación del papel asumido por los militantes de Madrid, había probablemente inspirado o determinado la fundación de la Alianza, una cuestión puramente española por tanto, que los militantes de Barcelona, Farga Pellicer, Viñas, Sentiñon, etc., habrán decidido en ese sentido, con o sin el consejo o el conocimiento siquiera de Bakunin; esto es imposible decirlo; pero lo que importa es que ese método fue realmente aplicado, reconocido práctico y que ayudó a la Internacional a difundirse, a permanecer unida y a hacer frente a las peores persecuciones.

En Suiza, en 1869, la sección de la Alianza de la democracia socialista, en la que Bakunin tomó activa participación, los periódicos Egalité (Ginebra), y Progres (Locle; redactado por James Guillaume), y una parte de las secciones en el Jura, propagan el colectivismo anarquista; después del congreso de Basilea y de la marcha de Bakunin (para Locarno), los socialistas políticos se imponen en Ginebra y llevan la escisión a toda la Federación románica (en las pascuas 1870), lo que llevó más tarde a la adopción del nombre de Federación jurasiana para las secciones anti-autoritarias, organización que persiste hasta algunos años después de 1880.

En Italia, Bakunin y sus camaradas quisieran introducir la Alianza pública y secreta a partir de los últimos meses de 1868, pero no resultó de todos los esfuerzos más que la fundación de la sección de Nápoles de la Internacional, en enero de 1869, que reunió muchos trabajadores, pero a la cual los militantes de los años desde 1865 dieron poca atención y no fue capaz de difundir las ideas ni la organización a través del país. Antes de 1871 no tuvo lugar en Italia un verdadero despertar internacional.

Las actividades rusas de Bakunin se ven, respecto de las ideas (teoría y táctica revolucionaria), en sus escritos en Narodnoe Dielo (La causa del pueblo), septiembre de 1868, los folletos y manifiestos del período de Netchaef, primavera de 1869 al verano de 1870, y el programa de una revista, en ese verano, después de la ruptura con Netchaef. No se pueden discutir esos escritos y cuestiones personales sin entrar en muchos detalles. Es aparte de Netchaef, en 1870 y sobre todo en 1872, cuando Bakunin encontró jóvenes rusos que se preocupaban de las ideas y de la acción libertarias; Netchaef era jacobino y blanquista y quería hacer de Bakunin ante todo su instrumento.

En Francia, en 1869, el colectivismo tomó la primacía sobre el proudhonismo entre los militantes más destacados, sobre todo en Eugen Varlin. Pero la caída del imperio, que parecía inminente, puso en primer plano la acción práctica y la reunión de fuerzas, y los sindicatos se llenaron de miembros. Varlin hacía frente en todas las direcciones, salvaguardando a la vez la independencia de la Internacional y de los Sindicatos (Cámara federal de las sociedades obreras), e impidiendo su aislamiento, tratando también de unir a París y a las grandes ciudades de provincia. De ahí la gran reunión del 13 de marzo de 1870, en Lyon, en ocasión de la cual Bakunin escribió en una carta para los íntimos de Francla: ... Los obreros, ¿querrán una vez más jugar el papel de víctimas (en ocasión de la caída del Imperio)? Abstenerse de toda participación en el radicalismo burgués y organizar al margen de él las fuerzas del proletariado. La base de esa organización está dada: son los talleres y las federaciones de talleres, la creación de las cajas de resistencia, instrumentos de lucha contra la burguesía, y su federación, no solo nacional, sino internacional, la creación de cámaras del trabajo como en Bélgica.

Y cuando la hora de la revolución haya sonado, proclamaréis la liquidación del Estado y de la sociedad burguesa, la anarquía jurídica y política y la nueva organización económica de abajo arriba y de la circunferencia a los centros.

Y para salvar la revolución, para conducirla a buen fin, al medio de esa anarquía, la acción de una dictadura colectiva de todos los revolucionarios, no revestida de un poder oficial cualquiera y tanto más eficaz, la acción natural, libre de todos los socialistas enérgicos y sinceros, diseminados en la superficie del país, de todos los países, pero unidos fuertemente por un pensamiento y por una voluntad comunes ...

Bakunin no tuvo ninguna influencia sobre los militantes de París; incluso Varlin apenas estaba en relaciones con James Guillaume y un poco más con los belgas, y los hombres en Lyon y en Marsella que se habían ligado con Bakunin, le dieron una desilusión completa.

Ante el pueblo, en todos los países, la obra ideológica de la Internacional contaba sin duda poco, y los progresos en miembros dependían para esa asociación sobre todo de su prestigio del momento. Porque llenaba ala vez el papel de partido socialista, de sindicato para la lucha cotidiana y de gran fuerza revolucionaria potencial, y de ahí, para algunos, también de fuerza reconstructiva, hasta ver en ella ya una parte misma de la sociedad del porvenir.

El pueblo no iba tan lejos. Fue contento y deslumbrado cuando vio - estamos en 1867- 70 - los primeros testimonios de solidaridad de país a país, huelgas tenaces sostenidas por algunas sumas llegadas de otros países, los hijos de los huelguistas cobijados en otras partes, obreros extranjeros importados en ocasión de huelgas a quienes se les persuadía a volver a su lugar por los internacionalistas, etcétera. Hubo grandes masacres en Francia y en Bélgica y la entrada en masa de los trabajadores locales en la Internacional. Pero hubo también situaciones en que los trabajadores provocados por el Capital y los que protejen al Capital, habrían querido rebelarse y la Internacional les aconsejó esperar. Hubo huelgas sin desenlace posible y algunas veces demasiado numerosas, que la Internacional no podía ni sostener financieramente ni llevar a buen fin; entonces perdió en prestigio y en miembros. Las secciones eran sindicatos débiles en miembros o temporalmente numerosos (secciones varias), ambientes muy diversos, por tanto, activos o lánguidos, lo que dependía de la calidad de los militantes, del esfuerzo de los centros de propaganda, de la situación y de las cuestiones agitadas. Las secciones no fueron numerosas más que en España y allí también, en 1872, en 1873, en Cataluña y en Andalucía solamente, en el resto raleadas y pequeñas. Además en Ginebra y mucho menos en Bélgica y en el Jura suizo, también en París, si se cuentan las Cámaras de trabajo de los oficios.

Las esperanzas iniciales de agrupar el mundo obrero por millones contra el Capital, no se habían realizado. La elaboración en común de las ideas sociales alcanzó límites en el congreso de 1869; desde ese momento la ruptura teórica trajo también la ruptura personal de las corrientes autoritaria y libertaria (1869 - 72). La diferenciación no había sido prevista como consecuencia inevitable del progreso de las ideas. Agrupar conjuntos homogéneos no valía la pena; establecer la convivencia de los diferenciados, tal habría sido el problema de hoy, sesenta años más tarde, tenemos aún entre nosotros.

El solo esfuerzo constructor fue promovido en Bélgica por Héctor Denis, Víctor Arnould y otros de la Liberté (Bruselas) a partir de 1867 y sobre todo en 1870; la constitución de los trabajadores al margen del Estado como un parlamento del trabajo, un organismo ligado a la vida económica y que quitaría las fuerzas al organismo político, el Estado. Fue llamado la representación del trabajo y tuvo una viva agitación que la guerra y la Comuna en Francia interrumpen. Sin eso ¿a qué habría podido llegar esa agitación? No habría podido imponer su objetivo revolucionariamente; si se hubiese tenido fuerza para ello, se habría sabido y querido hacer una verdadera revolución. Habría podido, pues, a lo sumo tener alguna legitimación legal del proyecto, lo que habría fundado el reformismo. La representación de intereses especiales, agrarios, industriales, feudales, no fue y no es una novedad en la sociedad burguesa con todas sus cámaras de comercio y tantas otras instituciones que, a menudo, fuerzan la mano a los parlamentarios y a los ministros.

Pero para los socialistas de entonces esa proposición correspondía al sentimiento que expresó, por ejemplo, Eugéne Hins, de Bruselas, en el congreso de Basilea, diciendo que la Internacional es y debe ser un Estado en el Estado; que deja a los Estados continuar su ruta hasta que nuestro Estado sea el más fuerte. Entonces, sobre las ruinas de los Estados, erigiremos el nuestro, ya preparado, ya listo, como existe en cada sección. Es con ese espíritu que hacia la misma época apareció en L'lntemationale, de Bruselas, el artículo, traducido en La Federación, de Barcelona, del 7 de noviembre de 1869. Las actuales instituciones de la Internacional consideradas con relación al porvenir (reimpreso en El Proletariado militante, de Lorenzo, vol. I, págs. 233-38). Comienza: La A. I. de los T. lleva en sí el germen de la regeneración social ... encierra en sí el germen de todas las instituciones venideras ... ; cuando se establezca en todas partes ... entonces se verá desaparecer como por encanto la vieja sociedad y florecer el orden nuevo que ha de regenerar el mundo ... He ahí el famoso como por encanto, el golpe de varita mágica. Así ... la sección o sociedad obrera es el tipo del municipio, las sociedades de resistencia están destinadas a organizar el trabajo en el porvenir, transformadas en talleres cooperativos, como las sociedades de consumo serán transformadas en bazares comunales, donde estarán expuestos los diferentes productos con indicación exacta de su precio de costo, etc.

Igualmente, César De Paepe había dicho en un informe al congreso de Basilea (septiembre de 1869) ... éstas (las sociedades de resistencia), por su federación y su agrupación organizan al proletariado y acaban por constituir un Estado en el Estado, un Estado económico obrero, en medio del Estado político burgués. Ese Estado se encuen!ra representado naturalmente por los delegados de las corporaciones obreras que, al proveer a las necesidades actuales, constituyen también el embrión de la administración del porvenir ... y bien, dada esa situación, podría ocurrir muy bien que un buen día ese nuevo Estado pronunciase la disolución del Estado antiguo, etc.

También Bakunin escribió en un manuscrito de 1871 ... La organización de las secciones de oficio, su federación en la Asociación Internacional y su representación por las Cámaras de trabajo, no crean sólo una gran Academia donde todos los trabajadores de la Internacional, uniendo la práctica a la teoría, pueden y deben estudiar la ciencia económica, producen además los gérmenes vivos del nuevo orden social que ha de reemplazar al mundo burgués. No solamente crean las ideas, sino los hechos mismos del porvenir.

Y Eugene Hins, dice en el congreso de Bruselas: ... Sí, las sociedades de resistencia subsistirán después de la supresión del asalariado, no como nombre, sino como obra: será entonces la organización del trabajo. Será entonces la resolución del libre cambio, operando un vasto reparto del trabajo de un fin al otro del mundo. Reemplazarán los antiguos sistemas políticos; en lugar de una representación confusa y heterogénea, se tendrá la represenación del Trabajo.

En vísperas del congreso de Barcelona (19 - 26 de junio de 1870) la Federación publicó La representación del trabajo (del 15 al 29 de mayo), concluyendo que es necesario ... fundar, en una palabra, las bases del Estado económico-obrero en medio del Estado político burgués actual ... Con ese espíritu fueron redactados los Estatutos de la Federación española en ese Congreso y habían sido elaborados en la Alianza y, como dice Lorenzo (vol. II, pág., 89) fueron obra en su mayor parte de estudiantes jóvenes burgueses relacionados con los trabajadores asociados de Barcelona y miembros activos de la Alianza de la Democracia Socialista. El relator sobre la organización, fue Antonio González García Meneses, un futuro catedrático, y de los que cita Lorenzo, el más activo fue con toda probabilidad el futuro médico José García Viñas y otro aun ha podido ser Trinidad Soriano. Penetrados de la idea que la organización de hoy debía ser construida de modo que fuera para mañana un organismo del cual cada una de las partes sería capaz de llenar una función nueva importante y más capaz, esos jóvenes camaradas, Meneses en primer lugar, han heho un trabajo de precisión meticulosa, un verdadero código que se encuentra reunido en Reglamento típico aprobado por el primer Congreso obrero de la Región española de la Asociación Internacional de Trabajadores celebrado en Barcelona, el 19 de junio de 1870 (48 páginas en 16o). La conferencia de Valencia, septiembre de 1871, aumentó esos textos hasta formar 88 páginas, la Organización social de las secciones obreras de la Federación Regional Española ... y la última redacción, después del congreso de Córdoba, diciembre de 1872, fue publicada en 1873, 96 páginas. Desde entonces el carácter clandestino de la organización (de 1874 a 1881) simplificó o hizo letra muerta más bien tales estatutos, pero la Federación regional (en 1881 y 1882 sobre todo), los volvió a tomar en lo posible hasta 1887 - 88 aproximadamente, cuando se hizo la crítica de ese modo de organización y de la idea (del embrión) que tenía en su base.

Para el resto de la Internacional esa idea, nacida en el ambiente belga y que Bakunin no intentó desalentar, no tuvo vida real, a causa ya de las situaciones sobrevenidas desde 1870, que fueron desfavorables ala vida teórica y al progreso de la organización. Furiosos por la impotencia para hacer valer sus ideas en el congreso de Basilea contra los antiautortarios (Bakunin, los belgas, los jurasianos, una parte de los franceses y los españoles) , los autoritarios comenzaron su ofensiva en favor de la acción política, de la conquista del Estado (y no de su liquidación), lo que condujo, según las oportunidades, a la acción electoral o a la dictadura blanquista. Entre los ginebrinos (contra Bakunin y los jurasianos), los socialdemócratas alemanes, Marx y su partido en el Consejo general, se hace, por una polémica odiosa y por maniobras que abusan de los poderes confiados por los estatutos, esa guerra a la vez abierta y sorda contra los antiautoritarios en la organización. En Francia, las persecuciones generales en mayo de 1870 sofocan la vida de la Internacional hasta septiembre, en plena guerra, cuando la situación general forzó la mano. En Bélgica se asistía pasivamente a los acontecimientos de Francia, y no fue factible una expansión de la Internacional, sino que se produjo una crisis económica que detuvo sus progresos. España también estuvo en crisis en el invierno de 1870 - 71 (como igualmente el Jura) y en 1871 la Federación Española sufrió sobre todo persecuciones, en 1872 la intriga de Lafargue le causó molestias, y en 1873 sólo ella adquiere grandes dimensiones, para ser desde el verano, después de Alcoy y de San Lucar de Barrameda, víctima de nuevas persecuciones y para ser reducida a una existencia clandestina a partir de enero de 1874. La base de las previsiones de 1869, un acrecentamiento general de la organización tan débil todavía en este año y, a excepción de España, debilitándose y desviándose de esas ideas desde 1870, no existió nunca en la vida de la Internacional de esa veintena de años, desde 1864 a 1884 aproximadamente, y para España, en rigor, 1888.

Esa idea fue vuelta a tomar por al sindicalismo francés, sobre todo en los años de su floración más grande en ímpetu revolucionario, desde 1904 a 1908, y está incorporada a la utopía Comment nous ferons la Revolution por E. Pataud y E. Pougét (París, VIII, 298 págs.; nov. 1909). Es afirmada siempre de nuevo cuando una organización sindicalista está inflada de grandes esperanzas, como los sindicalistas alemanes, al reconstruirse en los años que siguieron a 1918 y los sindicalistas españoles frente a las posibilidades que parecían abiertas en abril de 1931. Es afirmada también en pura teoría, como en el libro de Pierre Besnart, Les Syndicats ouvriers et la Révolution sociale (París, 1930, 349 págs ). Como Bakunin reconoció en 1870, no rehusando su concurso a lo que parecía ser una fuerza viviente, así Kropotkin, cuando la C. G. T. francesa le pareció ser una fuerza real, reconoció la posibilidad de desarrollos parecidos. Sin embargo, ni uno ni otro deberán ser enrolados, en mi opinión, entre los verdaderos adeptos de esa idea, que los que ven en ella un camino único, inevitable, asegurado, en favor de la cual creen útil y necesario abandonar los otros caminos, como hicieron los internacionales de España, los sindicalistas franceses y como hacen ahora los llamados sindicalistas puros.

Tal idea está a la par con cualquier otra previsión, como la del municipio libre o las asambleas llamadas soviets, o el grupo anarquista o la comunidad experimental (el falansterio), que serán el ambiente primordial, en el cual y por el cual la convivencia social libre y las realidades y necesidades de la vida social futura adquirirán mejor su expansión primera. Ninguna de estas y otras modalidades excluye ni refuerza a las otras, y esas cinco o seis fuerzas (está también el aparato de las cooperativas) harán bien en habituarse a trabajar juntas, porque habrá necesidad de todas y además de esa fuerza que ninguna organización podría crear, pero que es indispensable: la buena voluntad, el ímpetu, el buen sentido, la tolerancia mutua y la voluntad.

Para la Internacional, esa utopía sindicalista fue un episodio. En España fue vivamente criticada al fin por sus antiguos adeptos convencidos; se encuentra esa crítica, sobre todo formulada por Antonio Pellicer Paraire en la revista Acracia (Acratismo societario; enero-julio de 1887) y en El Productor. Dejó en todos los países del sindicalismo presente esa molesta consecuencia, que en cada localidad, distrito, país, no habría más que una organización reconocida, exclusivismo que ha llegado a luchas internas y a excomuniones sin fin. Es en suma una dictadura anticipada sobre la humanidad futura y en el curso de la propaganda y de tos arreglos orgánicos presentes, sobre la humanidad actual igualmente. La idea, por bien intencionada que sea, está cargada con ese peso que le creará siempre adversarios, en el presente, y para el porvenir eventual, si puede imponerse en el porvenir.

En la Internacional la guerra franco-alemana de 1870 - 71 puso un fin a la elaboración de ideas en común por los congresos, y desde septiembre de 1869 (Basilea) autoritarios y libertarios no se han vuelto a encontrar más que como enemigos absolutos, encerrado cada cual en su doctrina. En Bakunin, con el deseo de revolución social, se avivaron en agosto de 1870 sus antiguas pasiones nacionales. Los planes, teóricamente esbozados entonces en escritos en su mayor parte inéditos por largo tiempo, se debilitan al contacto con realidades insuficientes (en Lyon, en Marsella). Se retiró al trabajo crítico, que de las pasiones del día se elevó pronto a su más bella altura filosófica, en los manuscritos fragmentarios sobre el Fantasma divino y sobre todo el que se ha llamado Dios y el Estado. La Comuna de París interrumpió ese trabajo y después de la imposibilidad de ayudarle (en mayo de 1871, en el Jura), analizó profundamente y tomó su defensa y la de todo el socialismo contra Mazzini que les había ultrajado. Eso le valió en fin relaciones italianas múltiples, la Internacional fue seriamente implantada en Italia, completamente conquistada para las ideas del colectivismo anarquista y para la táctica recomendada por Bakunin, y la Federación italiana fue fundada en agosto de 1872. En España se entró en 1872 en un contacto más estrecho con Bakunin. En el Jura, en noviembre de 1871 (circular de Sonvillier) se comenzó la lucha contra los autoritarios, desafiando su conferencia privada de Londres en septiembre. Respecto de Francia, se había acabado con la Internacional, cuya parte autoritaria, se redujo, después de la derrota de la Comuna, bien pronto a algunos refugiados y a una pequeña parte de comunalistas. En Bélgica, el impulso intelectual está por decirlo así querantado, debido al escepticismo sobre la eficacia de los medios revolucionarios que invadió a los intelectuales frente a las masacres de París.

La Comuna de París fue el producto de la concurrencia de factores múltiples, lo que valió una interpretación en favor de ideas muy variadas y no solamente liberales y libertarias. Hubo el antiguo antagonismo entre ciudades y Estados, la altivez de la capital contra un Estado y un gobierno desprovisto de prestigio, degradados en la opinión pública en ese momento (de septiembre a marzo), la agrupación de las fuerzas obreras y socialistas durante el estado de sitio, la cual terminó en una especie de dictadura militar del proletariado armado que se opuso a la dictadura feroz de los generales - había de todo eso mucho más que de sentimiento federalista y menos aún de sentimiento claramente antiestatista y deseoso de reemplazar el Estado francés por la Federación de 40,000 comunas que Eliseo Reclus, en su discurso de Berna (1868), había calificado de satrapías compuestas de obedientes y contribuyentes, poseyendo todas alcalde, consejos municipales, cura y otros funcionarios, todos hasta el guarda campestre ávidos de gobernar a alguien. Había evidentemente todavía más buenas gentes simplemente amigas del progreso y que saludaban el nuevo esfuerzo como una protesta social contra la impotencia y la inhumanidad secular del Estado.

Por sí misma, obstaculizada y llevada al autoritarismo por su situación de defensa desesperada contra enemigos feroces que la ahogaron en sangre, la Comuna fue un microcosmo autoritario, lleno de pasiones de partido, de funcionarismo y de militarismo, hechos que su fin heroico en la muerte puso a menudo al margen de la crítica de los libertarios, pero que fueron sin embargo conocidos y que no pudieron menos de ver de cerca al contacto con numerosos refugiados, por ejemplo en Ginebra. Es sus mejores representantes como Gustave Lefrançais, un viejo comunista de 1848, el antiestatismo era perfecto, pero en el interior de la Comuna preconizada había restos indelebles de gubernamentalismo municipal, local y una desconfianza hacia la anarquía. En una palabra, como exigía la teoría del Estado - mínimo, se tenía ahora la Comuna-mínima, gobernando lo menos posible, pero gobernando, no obstante. Los libertarios que tropezaron con esos comunistas fueron atraídos y rechazados a la vez. La idea de la Comuna fue su sagrario, su gubernamentalismo les pareció opresivo, pero se arriesgaron algunos, sin embargo, como Paul Brousse, y fueron absorbidos, anulados para nuestras ideas, mientras que otros, como Eliseo Reclús, él mismo combatiente de la Comuna y queriéndola mucho, permaneciendo amigo de todos sus defensores, no se dejó seducir por el comunismo y se hizo cada vez más un anarquista que veía claro. Louise Michel, la combatiente más entusiasta de la Comuna, por esos errores, por el autoritarismo que había visto desarrollarse en los mejores, se hizo anarquista cuando en el barco que la deportó hasta 1889, pudo reflexionar sobre lo que había vivido. Otra combatiente, Victorine Rouchy, se hizo también una de las primeras anarquistas comunistas en Ginebra. Bakunin no fue absorbido, fascinado exclusivamente, por la Comuna de París, como otros cuya esfera de visión fue restringida por ese gran acontecimiento. Respecto de Italia y de España, por lo demás, no hubo esa restricción, pero sí en otras partes, y ahí comienza, según mi impresión, una cierta disgregación de la idea anarquista.


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