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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA SEGUNDA
APARTADO DÉCIMO



CAMPAÑA DEL COMANDANTE D. FELIX DE LAMADRID,
ARRESTO Y MUERTE DEL GENERAL D. MIGUEL BRAVO

En la Gaceta núm. 544 de 24 de marzo de 1814, se refiere el desgraciado acontecimiento de la muerte del mariscal D. Miguel Bravo; pero de un modo mentiroso y digno de aquel gobierno impostor. Tengo averiguado este hecho, y de la pluma del coronel D. José Vicente Robles transcribo lo siguiente.

En 15 de marzo de 1814, marchó del pueblo de Izúcar el capitán D. Félix de Lamadrid con una división de doscientos hombres con dirección a la villa de Tlapa. Verificólo también para el mismo punto una sección del coronel Armijo, salida de Chilapa, una y otra llevaban por objeto atacar el pueblo de Tlapa creyendo que allí resistiese. D. Miguel Bravo.

Salió, pues, muy de madrugada Lamadrid de Chautla de la Sal, y en el paraje llamado de los Azuchiles, que dista una legua de Chautla, antes de amanecer se encontraron las guerrillas de Bravo con las de Lamadrid, y se trabó un pequeño tiroteo en el que los americanos se desordenaron y pusieron en fuga; siguiéronlos los españoles matando en el alcance algunos, y aprisionando a otros. Alentado Lamadrid con el buen suceso, siguió hasta San Juan del Río, es decir, seis leguas adelante del punto de la acción. En este pueblo dividió su caballería en dos trozos, vadeó el río, mandó un trozo por el camino de Ocotlán, y él supo que Bravo se hallaba en la casa del cura, la que cercó con tropa, dando muerte ésta a varios americanos que quisieron hacer resistencia para escaparse. Bravo, viéndose perdido, se paró en medio de la sala, tomó un fusil, y con el amagó a Lamadrid, que se había sentado en una ventana que tenía vista a la calle; desde allí intimó rendición a Bravo, mas éste con entereza respondió que moriría antes que rendirse, pues no quería morir en un suplicio. Lamadrid le ofreció que no se le fusilaría, y después de muchas ofertas y seguridades que le dio de que se le conservaría la vida, Bravo quedó prisionero. Lamadrid en su parte asegura que fusiló al coronel americano Zenón Vélez, al sargento mayor Herrera y a otros; pero no habla ni una palabra acerca de la muerte que hizo dar al cura de Ocuituco, D. José Antonio Valdivieso, y que yo he averiguado con no poco sentimiento. Mandó que a las ocho de la noche al tocarse la plegaria se le pasase por las armas en el mismo curato de Tlapa; díjosele que se le iba a trasladar a otro cuartel. Este eclesiástíco presintió su muerte en el acto, pero se le, aseguró que sólo se trataba de mejorarle de prisión. Al entrar en un callejón de lo interior de la casa cural, junto a un horno de pan (lugar que he visto). se le descargaron cinco balas, y se le mató como a un perro; no merecía esta suerte el eclesiástico más ejemplar que tenía el ejército del Sur, y cuya continua ocupación era confesar a los soldados, casar a los amancebados, promediar en todas las diferencias, y ejercitar un ministerio de paz y de beneficencia.

Conducido a Puebla el mariscal Bravo, Ortega le faltó a la promesa de Lamadrid (de lo que éste se quejaba, pues en medio de su ferocidad diabólica trató bien a su prisionero). Bravo en su prisión se comportó con la dignidad que lo caracterizaba: su presencia imponía respeto; su educación era finísima; sus modales parecían de un caballero de corte; su corazón inocente y sincero estaba de acuerdo con su boca, y con su pluma: jamás dio motivo a la maledicencia para que osase calumniarlo ni deturpase su reputación; murió fusilado la mañana del 15 de abril del mismo año de 1814, y se le sepultó en la parroquia de San Marcos de Puebla, habiendo hecho testamento antes de fallecer.

Declarado benemérito de la patria por el soberano Congreso general de la nación, se solicitaron sus huesos para unirlos a los de los otros héroes y esparcir sobre ellos flores de honor y lágrimas de gratitud; pero no se hallaron, porque el pavimento de la iglesia se había trapeleado para mejorarlo.

Poco importa, ilustre macabeo, poco importa que no tengamos a la vista tus restos venerables, si tus virtudes están en nuestra memoria y en nuestros corazones, y además, consignadas tus acciones en las páginas de la historia. El que las registrare verá en ellas trazado tu elogio; tú comparecerás en la escena de nuestra revolución con el carácter de un sabio modesto, de un guerrero imperturbable en los peligros, de un patriota decidido, de un amigo sincero, de un conciliador de enemigos, siempre activo e infatigable para proporcionarles la paz. Yo te vi en Chilapa, yo te admiré y yo dije que si en el corte de Morelos hubiesen existido seis consejeros de tu prudencia y circunspección, la América se habría anticipado en su libertad de ocho años ... ¡Y tú, respetable sombra del cura de Ocuituco!, regocíjate, no porque fuiste vengada con la muerte de tu asesino, que expiró entre tormentos indecibles la mañana del 15 de abril de 1824, a los diez años justos de tu arresto y muerte, sino porque tu memoria va acompañada con las ideas inseparables de tus ejemplares virtudes y servicios patrióticos. Diste asilo a Morelos en tu curato al siguiente día de haber roto el sitio de Cuautla; le acompañaste en su peregrinación, le serviste en su ejército, y partiste con él la gloria de haber proporcionado a la América mexicana una libertad que ahora goza, comprada con tus inapreciables sacrificios y sellada con tu sangre. Tú no abusaste de tu ministerio, ni invectivaste en los púlpitos contra la justicia de nuestra causa, y siempre tuviste presente que antes que sacerdote fuiste ciudadano ... ¡Oh, Y que sea a par de celebrado seguido tu loable ejemplo! Cuando supe en Tehuacán de este crimen cometido por Lamadrid, temblé por su suerte, y jamás me ocurrió la idea de tal hombre sin cierta especie de pavura. Vilo pasear en México en el portal, enseñándomelo una persona, porque no le conocía, en virtud de la tercera garantía, y confieso que me escandalicé ... Velabas tú, ¡oh justicia del Eterno! y al fin hiciste ver que no quedaría impune tan atroz delito, porque eres el vengador de los oprimidos, el Padre de los pobres, y la esperanza de los que en ti confían y libran su suerte en tu alta Providencia. No será esta la última vez que hagamos memoria de un hombre a quien cupo tan trágico fin: dio ciertamente muchos motivos para que lo mentemos y tengamos por uno de los más crueles azotes con que el cielo nos castigó por largos tiempos.
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