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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA CUARTA
APARTADO UNDÉCIMO



HISTORIA DEL DOCTOR COS

Los documentos que hemos presentado de este diputado comenzando por el plan de paz y guerra, siguiendo por sus proclamas, y concluyendo por sus cartas particulares, manifiestan su carácter turbulento, y un ánimo dispuesto a un cambiamiento repentino; tal es la marca general de los americanos, y que los hace pasar a los extremos.

Cos, siempre manifestó deseos eficaces de hallarse a la cabeza de un ejército, y otras cosas dignas de la inmortalidad; temiéronle mucho sus compañeros por su genio violento, y así es que lo colocaron al frente del Gobierno, en el que se mantuvo inquieto y desasosegado. Apenas tuvo ocasión de emigrarse del seno del Gobierno cuando partió a reunirse con una partida de tropa, hecho que se estimó por una rigorosa deserción del puesto que ocupaba, y por una escandalosa transgresión del art. 168 de la constitución de Apatzingán que dice:

No podrá mandar personalmente el Gobierno en cuerpo ni por alguno de sus individuos ninguna fuerza armada, a no ser en circunstacias muy extraordinarias, y entonces deberá proceder la aprobación del Congreso.

Mandósele por tanto que volviese a servir su plaza en el Gobierno; pero él desobedeció abiertamente: tal vez se le habría tolerado si sus murmuraciones contra el Gobierno no hubiesen sido tan escandalosas y de muy temibles consecuencias; por tanto el Congreso mandó al Sr. Morelos que marchase a Zacapo a traerle, y que si le mostraba resistencia lo pasase por las armas como a un díscolo.

Efectivamente, fue a cumplir su comisión: Cos se le resistió, ordenó a la tropa que mandaba que hiciese fuego, pero los soldados estuvieron tan distantes de obedecer que por el contrario lo entregaron a Morelos, el cual le trató muy bien, y presentó al Congreso.

Sobre los hechos referidos obraba como cuerpo del delito un manifiesto que había circulado a los comandantes militares y jefes políticos datado en el fuerte de San Pedro a 30 de agosto de 1815, en que les prevenía que desobedeciesen al Congreso. Pintaba a esta corporación como vendida a los españoles, y que en ella había traidores; se quejaba de que en la formación de la constitución no había tenido una parte directa y activa la tropa para sublevar contra el Congreso al ejército; de que había reunido los tres poderes ejercitándolos a la vez; de que había tomado el título de Majestad; de que no había libertad de imprenta; de que se habían pedido tropas extranjeras a los Estados Unidos; de que se había nombrado un plenipotenciario cerca de aquel Gobierno; de que se había comprometido la pureza de la religión; de que se había atropellado su inmunidad en el castigo de algunos clérigos díscolos en Atijo, y defraudado la jurisdicción eclesiástica; de que Morelos había sido detenido para no continuar sus expediciones sobre el Sur.

Todo esto lo hacía con energía y derramando en todos sus períodos aquella bilis que era su elemento.

En suma, Cos se quitó la máscara, y se declaró el hombre más faccioso e insolente que pudiera darse. ¡Tal fue la mudanza de sus principios!

El Congreso, examinados estos méritos, y después de formarle sobre ellos justos cargos, le condenó a la pena de muerte; pero decidido a suspenderla en el acto de ejecutarla, le mandó poner a la vista el ataúd y sepultura en que debería ser enterrado, para formidarlo: tentativa inútil, pues Cos se mostró impávido en la prisión, y no cesó ni por un momento de predícar y exhortar a la rebelión a los que le rodeaban ...

Más dolor -decía- i>me causará el piquete de una pulga que el tránsito de la vida a la muerte.

La sesión del Congreso duró muchas horas, y al momento de irse a dar la sentencia, el clero y pueblo de Uruapam imploraron puestos de rodillas la gracia de la vida por Cos: otorgósele conmutándosele en una dura prisión en Atijo, a donde fue conducido. Este ejemplar de nuestra historia nos muestra el punto de depravación a que conduce en los genios fogosos, y por otra parte bien intencionados, el deseo del optimismo en todas las cosas, principalmente en las que están en su origen y plagadas de imperfecciones. La patria debió mucho al Dr. Cos; pero él destruyó con la mano izquierda la obra que había construido con la derecha. Después fue puesto en libertad por una contrarrevolución, de que ya hablaremos.

Presentado al indulto al general Negrete, le confesó que no lo hacía de grado: tal era la dureza de su carácter, dureza que al fin lo llevó al sepulcro, pues hallándose ya enfermo en Páztcuaro, donde murió, y donde se ejercitó en el confesionario y dirección de monjas, llamó al criado, no vino prontamente, se levantó de la cama, y recibiendo una impresión fuerte del aire, cuando debía mantenerse arropado, expiró dentro de breve, marcando su vida con el sello de la vehemencia, de la terquedad e inflexibilidad de su condición.

Muchas veces le anuncié un fin trágico, pues le conocí, le respeté, le amé, y le di no malos consejos; pero era predicar en desierto: si se hubiera reprimido hubiera bajado al sepulcro con la gloria de haber servido a la patria, y obedecido en todo sus santas leyes; pudo gloriarse de lo primero, mas no de lo segundo.
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