Indice de La Constitución de Apatzingan de Carlos María de Bustamante Carta cuarta. Apartado octavoCarta cuarta. Apartado décimoBiblioteca Virtual Antorcha

La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA CUARTA
APARTADO NOVENO



MOTIVOS PARTICULARES PARA LA CONTINUACION DE LA GUERRA
CON SUMO ENCARNIZAMIENTO

El 25 de diciembre de 1814 fue sorprendido de orden de Llano, que estaba sobre Cóporo cuando fue a su reconocimiento el Dr. D. Juan Antonio Romero, vicario del Real de Tlalpujahua, habiéndolo nombrado por el gobierno americano comisionado para continuar la guerra por aquel rumbo, a cuyo efecto se le dieron las correspondientes instrucciones.

Para su arresto se mandó a Aguirre, y lo verificó, como que iba a tiro hecho: se le tomó declaración y fusiló cerca de la ermita de Ntra. Sra. del Carmen de Tlalpujahua. Este suceso llenó de indignación a sus vecinos, tanto más que para suavizar la saña de los aprehensores tuvieron que hacer una cuantiosa exhibición de dinero, y con ella no pocos sacrificios.

Por igual motivo D. Francisco Rayón, originario de aquel pueblo, redobló sus esfuerzos en perseguir a sus enemigos y procuró inflamar a sus soldados con la proclama siguiente (1):

Venganza, sangre y destrucción contra el enemigo ...

Este es el clamor de mi patria; pero no ofender al rendido, no vengar las injurias en el caído y perdonar a quien se humilla, son virtudes indelebles en el corazón americano. Sólo el vicio arraigado, la miseria proveniente de una pésima educación y la más grosera estupidez son capaces de borrarlas.

Si un Trujillo, si un Iturbide, si un Concha, si un Llano y otra caterva de monstruos satélites de Calleja han asesinado, estuprado, robado, saqueado hasta los templos y degollado, no en el acto natural de toda ley de resistir la fuerza con la fuerza, sino después de rendidos nuestros soldados, y de haber depuesto sus armas, nosotros no los hemos imitado, y ¡ojalá hubiéramos siempre usado del derecho de represalia! Las sangrientas ejecuciones que resultarían de tan arroz imitación, harían llorar amargamente a todo este reino, inclusos aquellos mismos que ahora claman por el suplicio de tanto sucesor de los Catilinas, Nerones, y Atilas. Degollar nuestros prisioneros, mutilarlos y reducirlos a la esclavitud; he aquí la conducta feroz y sanguinaria de los defensores de la religión de Jesucristo (2).

Pero estos áspides venenosos, estos osos y carniceras aves de rapiña que se sacian con la sangre americana, estos rapaces lobos que arrebatan, despedazan y devoran las inocentes víctimas de su furor y crueldad, son los ángeles tutelares de este reino, los que van a serenar las borrascas tempestuosas de la revolución; y el Iris que les anuncia tanta felicidad, es sin duda la gloriosa resurrección de sus compañeros y protectores los santos inquisidores apostólicos de la capital de México (3).

Enhorabuena que estos feroces enemigos consigan, con una pérdida considerable de sus tropas, adelantar el camino de su usurpación, y se introduzcan en todo mi departamento robando, cometiendo sacrilegios y derramando vilmente la noble sangre americana; sus crímenes irritarán más la cólera del Dios de las venganzas, y su irresistible brazo protegerá nuestra ilustre causa.

Enhorabuena aquel obstinado Llano valido de la traición, de la desunión y de la intriga de muchos americanos, medite y ejecute nuevos planes de destrucción, éstos mismos han de servir de apoyo a los que yo he de adoptar en lo sucesivo.

Enhorabuena, en fin, que las astucias de Aguirre, embriagado en su soberbia, intente nuevas correrías, invada pueblos indefensos, arruine, asuele y abrase todo este departamento, este mismo ha de ser testigo de nuestro valor, y los fugitivos soldados enemigos comenzarán a sentir (4) escarmentados el esfuerzo de mis invencibles soldados.

A ellos dirijo el presente discurso en que les ofrezco el más amplio y generoso perdón si desertándose de las banderas enemigas corren a implorarlo con la heroica resolución de alistarse en las nuestras, presentándose con sus propias armas y con la buena fe que los haga acreedores a toda mi consideración, y a la protección que les ofrezco en nombre del señor capitán general.

¿Hasta cuando, americanos, habéis de estar sordos e insensibles a los clamores de la razón y justicia? ¿Hasta cuando queréis permanecer en el espantoso delirio de sacrificar a vuestra misma patria? ¿Hasta cuando conoceréis toda la extensión de vuestros derechos, para que a imitación de vuestros compatriotas abandonéis las filas de esos vuestros enemigos, y aumentéis el número de los ilustres defensores de la más justa causa y no subsistáis con la negra nota de soldados mercenarios, ni esclavos viles de los gachupines?

Vosotros sois testigos presenciales y aun auxiliares del desenfreno y libertinaje con que vuestros corifeos han ejercido y ejercen los más horribles atentados contra Dios y contra la nación. No se encuentra en la historia, aun de la más remota antigüedad, pueblo alguno tan bárbaro que no haya respetado inviolablemente el derecho de gentes y leyes de la hospitalidad, aun con los mismos enemigos; mas ahí tenéis a vuestro gran Calleja abusando de vuestra estupidez e ignorancia, y dictando nuevas leyes que aprueban los santos inquisidores para que el hermano mate al hermano, el hijo al padre, y vosotros seáis los facinerosos verdugos de lo que más amáis. ¿Y para qué? Para que el mismo Calleja siga gobernando el reino, aunque sea sobre sus cenizas, y vosotros lo sostengáis a costa de vuestra sangre en la ínfima clase de sus esclavos ...

Otras muchas reflexiones hace Rayón, y entra en paralelo sobre la conducta de los jefes españoles y americanos: los exhorta a la unión como medio del triunfo, y concluye con estas palabras:

Venzanza, pues, sangre y destrucción contra el enemigo ...

Tlalpujahua julio 27 de 1815.
Francisco Rayón.

Como las victorias son más enérgicas que las proclamas, el triunfo de Cóporo produjo en parte el efecto que se propuso este general.

Es verdad que el ataque que temerariamente emprendió sobre Acámbaro el padre Torres en 4 de febrero, a la sazón que Llano situaba sus baterías sobre Cóporo se perdió rechazándolo el capitán José Barrachina, ataque dado imprudentemente, pues habría estado mejor atacar la retaguardia del enemigo u hostilizarlo para quitarle los recursos y que más pronto levantase el campo y sitio que meditaba sobre Cóporo; pero la suerte no se mostró igualmente esquiva en la correría que Clavarino emprendió sobre la provincia de Valladolid.

Salió éste el 15 de mayo de 1815 en compañía de Felipe Robledo y otros salteadores a hacer una invasión que duró el largo espacio de cuarenta y dos días. Tuvieron varios reencuentros con los americanos, y a fe mía que en estos torneos no sacaron los españoles la mejor parte; pero Clavarino desarrolló su ferocidad, inspirada menos por su corazón que por algunos momentos de beodez.

El confiesa en su parte original, que tengo a la vista, datado el 27 de junio en Valladolid, que mandó hacer un saqueo general en el pueblo de Nahuache tan sólo porque tres infelices mujeres que encontró allí solas no le dieron aviso de la aproximación de los americanos: elogia altamente la constancia con que se negaron, a pesar de la delicadeza de su sexo y de los ruegos y amenazas que usó con ellas, a darle la menor indicación que pudiera aprovecharle (5).

A pesar de este éxito, si no enteramente desgraciado, a lo menos poco ventajoso, Clavarino repitió su salida en el mes de noviembre, concluidas las aguas, sobre Janamuato, como después veremos.

En 12 de septiembre de 1815 recibió la insurrección otro golpe fatal con la sorpresa que Orrantia dio a Encarnación Ortiz (alias el Pachón) en el pueblo de Dolores a las cinco y media de la tarde. En ella quedaron prisioneros cuarenta y un americanos, que fueron fusilados; perdieron trescientos nueve caballos, doscientas cincuenta monturas, cincuenta y seis fusiles, dos cajones de parque y gran porción de lanzas. La división de Ortiz pasaba de trescientos hombres, y sin duda habría sido mayor la pérdida si con brío no se hubieran éstos hecho fuertes en sus cuarteles, dando tiempo a muchos para que escapasen, pues Orrantia no pudo cubrir los puntos todos por donde pudieron hacerlo.

Por esta acción, Calleja le nombró en 13 de octubre segundo de Iturbide. Sin embargo de esto, los americanos en 7 de dicho mes atacaron reciamente a una partida del comandante español Estrada, camino de Chamacuero a Celaya.

Iturbide confiesa en su parte que le mataron quince; que averiguado el hecho por sumaria, resultó que el primero que se puso en fuga fue Andrés Arenas, a quien (dice lturbide) lo he mandado fusilar, y que se eche suerte de un individuo entre los demás para que sufra la misma pena, exceptuando del sorteo a algunos que se condujeron con valor conocido ...

Calleja le contesta en oficio de 25 de octubre:

Está bien el castigo que V.S. impuso a los dos individuos de dicha partida.

La mayor conformidad reinaba entre estos tigres cuando se trataba de matanzas, pues sus almas estaban fundidas en un mismo molde, el molde de Nerón.

Llegó el tiempo de publicar el decreto constitucional de Apatzingán antes de comenzar de nuevo la campaña; mas era preciso aparentar que lo iban a jurar a Pátzcuaro para que el enemigo no persiguiese tanto a la junta. Al efecto, acordó ésta que los vocales saliesen en dispersión para no dar cuidado a las divisiones que observaban sus movimientos; llegaron de improviso de Ario a Apatzingán, y dentro de tercero día ya estaba reunido todo el Congreso. Presentóse allí el Dr. Cos con una corta fuerza del bajío, y un riquísimo uniforme de mariscal, bordado en Guanajuato. Morelos con la suya, y además la escolta del Congreso, que todo llegaría a quinientos hombres.

Hallábase esta fuerza casi desnuda; pero con lo que pudieron dar los vocales, de lo poco que tenían, y alguna manta grosera, se les pudo hacer un traje que no puedo llamarle con propiedad uniforme. Juróse, pues, la constitución con una solemnidad inesperada, porque como por arte mágico se reunieron al regocijo común los pueblos; y he aquí convertidos en poblados los desiertos, servidas las mesas con dulces traídos de Guanajuato y de Querétaro, y poseídos aquellos hombres de un entusiasmo noble y exaltado; puede decirse del amor patrio lo que de la fe, que trastorna los montes y cambia en cierto modo la naturaleza.

Hiciéronse, por tanto, bailes y festines, a los que todos concurrieron vistiéndose la ropa más decente que tenían, y enloqueciéndose como niños.

El grave y circunspecto Morelos, aquel hombre cuyas miradas aterrorizaban a sus enemigos, aun cuando lo tenían asegurado entre grillos y cadenas, depuso su natural mesura, y cual otro Epaminondas que en el dulce solaz de sus amigos toma la flauta y los recrea con su sonido, éste, vestido de grande uniforme, danza en el convite, se humana con todos, los abraza, se regocija con ellos, y confiesa que aquel es el día más fausto que ha gozado en su vida ...

¿Que no me sea permitido ¡oh hombre incomparable! partir contigo el gozo que en este momento se difunde por esta capital, al llamar con un sonido general de campanas al te déum solemne en la iglesia Catedral por haberse concluido nuestra constitución? (6)

¡Ah! desde que tú desapareciste de mi vista, mis satisfacciones son a medias: para gozar de esta función por completo, era necesario que yo te contemplara y estuviera a tu lado honrándome con ser el último criado de tu persona!

Así lo quiso el Cielo: yo lo bendigo y adoro pecho por tierra sus decretos.

Esta relación pasaría por fabulosa si de ella no tuviésemos monumentos que atestiguaran de su verdad a las naciones más remotas; tal es la medalla que en plata mandó acuñar en ese día el Congreso para celebrar la división de los tres supremos poderes, de que resulta la libertad pública; yo la poseo con más aprecio que el Sr. Azara las relativas a la historia de su querido Cicerón, y para no defraudar de este gusto a mis compatriotas, he hecho abrir una lámina tal cual la presenté en el Elogio Histórico del Sr. Morelos.

También honraron este memorable día y lo celebraron algunos hijos de las musas con diversas composiciones, de las que he conservado la siguiente:

ODA (7)

Salve, salve mil veces,
Congreso mexicano,
por verte entre tus pueblos
de vítores rodeado.

El cetro cruel de hierro
de Filipos y Carlos
de oro se ha convertido
en tus heroicas manos.

Ese código augusto,
de tu prudencia parto,
hoy eleva tu nombre
hasta el Olimpo sacro.

Sus leyes liberales
regirán el estado
de todos nuestros pueblos
con general aplauso.

Y serán veneradas
aun del mismo tirano
que ha oprimido tres siglos
a nuestro suelo patrio.

El poder que ejecuta
tus mandamientos altos
sostienen tres varones
patriotas consumados.

Y al que de la justicia
obtiene el fuerte mando,
cinco letrados fieles
dan cumplimiento exacto.

Domado es ya el orgullo,
generosos paisanos,
del español aleve
de quien fuimos esclavos.

El estandarte hermoso
del numen adorado
alzó la fuerte diestra
de nuestro padre Hidalgo.

Guerra, guerra pronuncia
el Teponaxtli indiano
que en el olvido estuvo
tres siglos sepultado.

A las armas acuden
desde el trémulo anciano
hasta el robusto joven;
todos marchan al campo.

Substituye al Pellico
el uniforme grato,
el sosiego al bullicio
y el fusil al cayado.

El bélico ejercicio
es único trabajo
en que todos se emplean
para vengar su agravio.

El tirano insolente
promulga inicuos bandos;
pero nada amedrenta
de un pueblo el entusiasmo.

Que pelear su derecho
es su objeto primario
y oestruir las huestes
del opresor hispano.

Sigamos, ¡oh patricios!,
el ejemplo, sigamos
que los mayores nuestros
gloriosos nos dejaron.

Del brioso Xicoténcatl
el héroe tlaxcalano
imitemos en todo
su valor extremado.

Y tú, ¡patria querida!
descansa ya en los brazos
de los que constituyen
tu cuerpo soberano.

Que aunque por ti hayan muerto
mil miles de soldados,
seis y medio aún te restan
millones de esforzados.

Procedióse, concluida la constitución, al nombramiento del poder ejecutivo, que recayó por elección del Congreso en los señores Cos, Morelos y Liceaga, aumentándose el número de vocales.

Después de jurada la constitución de Apatzingán se instaló el Supremo Tribunal de Justicia en Ario, arengando en el acto por el Congreso el Sr. Alas, y por el Gobierno el Dr. Cos, presidiendo en dicho tribunal el Sr. Sánchez Arriola. La función que entonces se hizo costó ocho mil pesos, cantidad excesiva, y que debió economizarse aunque el acto mereciese una pública demostración de regocijo. Cuando se hizo la primera función en Apatzingán, después de comer los generales se sentaron a la mesa los sargentos y soldados, que en el calor del regocijo reiteraron los votos de hacer libre la nación. Admiran estas disposiciones propias de un estado pacífico en hombres que vivían rodeados de peligros; ¡para todo da el genio americano!

Entre tanto esto se practicaba, el cabildo eclesiástico de México decía anatema al decreto constitucional, y los ayuntamientos del reino protestaban no haber tenido parte en su formación; pero no lo decían por sí mismos, sino impulsados por las bayonetas de Calleja. (Véanse las Gacetas.) (8).

Tanto las declaraciones contra el decreto de Apatzingán como las protestas de los ayuntamientos fueron seriamente impugnadas por los americanos; pero principalmente lo fue un papel intitulado: Desengaño a los rebeldes sobre su monstruosa constitución, inserto en el suplemento de la Gaceta de México de 6 de julio de 1815, obra del doctor y maestro D. José Julio García de Torres, rector dos veces de esta Universidad, circunstancia por la que busqué en este papel algunos principios de derecho público, únicos apoyos que nos pudiera presentar en la impugnación de una obra de política, y por cierto que no hallé ningunos. Este mismo señor había publicado unas notas contra un padre Oyarzábal de San Francisco, hecho por el que se puso bajo las banderas de la insurrección, se hizo sospechoso a los españoles, mereció del pueblo de México que lo nómbrase elector primario de la parroquia del Sagrario (en 1812) y persuadió a todo el mundo que apoyaba la causa de la insurrección.

En este impreso se ve zaherido altamente el honor religioso de los legisladores de Apatzingán, prenda que apreciamos en más que el honor político, y además padece dos equivocaciones: la primera es suponer que despojamos a los clérigos de su fuero, cuando por el contrario no sólo mandamos que en los procedimientos judiciales continuasen las dos jurisdicciones asociadas, sino que provisionalmente dispusimos que los juzgasen jueces eclesiásticos: artículo (209) que nos trajo la rechifla de muchos. La segunda es que prohibimos que se pagasen diezmos a la iglesia, lo que es falso: nos aprovechamos, sí, de los depósitos de los colectores, porque de ellos usaban los españoles para hacernos la guerra, y lo que a ellos les era lícito nos era también a nosotros para defendernos, y porque los diezmos en las Américas formaban parte del caudal de la hacienda pública, según la ley de Indias, y la nación protectora de las iglesias y patrona de ellas se había subrogado al rey de España en semejante derecho.

El canónigo Beristáin, que hacía del payaso de Calleja, al aprobar este papel, comienza diciéndole:

Bendiga el cielo a V. E. porque ha tenido la dignación de remitir este papel a mi censura.

El virrey concluye recomendando el mérito del autor, y pidiendo que el rey lo haga caballero de la orden de Carlos III, porque en su concepto este escrito vale por un numeroso ejército de falanges valientes y aguerridas; algo más, ofrece costear su impresión, aunque estaba pobre y enfermo del insulto que le atacó en el acto mismo de maldecir al cura Hidalgo en el púlpito de Catedral, predicando de Ramos, y comparando a Fernando VII en su entrada en Madrid con la de Jesucristo en Jerusalén; tal fue su espíritu y a tanto lo precipitaba su adulación sin límites.

El apóstrofe con que concluye el autor del Desengaño es tal, que en él asegura que el rey había heredado las virtudes del santo de su nombre, y ciertamente que si aquel monarca hubiera tenido las pésimas cualidades de éste, no lo veríamos en los altares.

Jamás los extravíos de los insurgentes {tenidos por luteranos} llegaron al punto de poner en paralelo a un rey vicioso torpemente con un rey santo. Y habría omitido estas reflexiones si a mucha honra no hubiese sido uno de los legisladores de la nación en aquellos oscuros días, y cuando hicimos esta solemne profesión de nuestra fe política y liberal hallándonos rodeados de peligros y calumniados atrozmente.

En breve hizo ver el nuevo orden sus ventajas, pues comenzó a producir tales providencias que aumentaron el temor de Calleja, y lo empeñaron a activar sus medidas para destruir una corporación y un sistema que se atraía las voluntades de todos de una manera irresistible; tanto más, cuanto que en aquellos días comenzó a desarrollarse el absolutismo de Fernando VII, y hacerse formidable.

Leíase la constitución aun en el mismo palacio, y no bastaron a impedir su curso ni las amenazas, ni las conminaciones, ni las excomuniones que contra ella fulminó la Inquisición de México calificándola de herética, principalmente por la base fundamental de la soberanía del pueblo.

Calleja mandó que todos los ayuntamientos abjurasen de dicho código, que protestasen de su lealtad e hiciesen ver a todo el mundo que no habían prestado su consentimiento para que se formase: ¡efugio miserable y por el que nunca pudo conseguir su objeto, pues en México se le amaba en razón de los anatemas que le fulminaba el Gobierno español! Aumentáronse, en fin, los cuidados de los europeos cuando supieron de la llegada de los Estados Unidos del general Anaya, de que en su compañía había venido el Dr. Robinson, y de que ambos habían marchado a presentarse al Gobierno americano; en suma, Calleja se despechó cuando supo que había partido para Nueva Orleáns el Lic. D. José Manuel de Herrera en clase de enviado cerca de los Estados Unidos, llevando consigo al sobrino del general Morelos y a otra porción de jóvenes oficiales para que aprendiesen la diplomacia por principios, así como el arte militar; cuidado que se le habría aminorado un tanto si hubiese entendido que Herrera no nació más que para adular a los tiranos, y ser instrumento de sus pasiones vergonzosas, y no para hacer una cosa de que resultase algún bien a la patria.


Notas

(1) Esta proclama se encontró sembrada en el campo de Llano, y la tengo original de la secretaría del antiguo virreinato.

(2) No de los verdaderos cristianos, sino de los que toman esta denominación para sus maldades.

(3) ¡Que aún perciban sueldo! ... ¿Quién sabe por qué motivo pudiendo estar administrando los sacramentos de vicarios en los pueblos, o de maestros de escuela de niños como Dionisio de Siracusa.

(4) Ya lo es de nuestra independencia.

(5) Estas expresiones de elogio están borradas o tachadas por la secretaria del virreinato.

(6) Esto se escribía el sábado 9 de octubre de 1824 en que se solemnizó con un te déum la constitución de la República mexicana federal, que ha causado nuestra ruina.

(7) Desde el año de 1821 la inserté en La Abispa de Chilpancingo, temeroso de que no podría escribir esta obra por la existencia de Iturbide, denunciador del número 5 de aquel periódico, y por el que estuve preso algunas horas en el cuartel de la partida de Capa, y la junta gubernativa me puso en libertad.

(8) En la medalla, de que he hablado, se ve en su anverso un templete. Sobre la punta de su pirámide descansa un fiel de balanza; en la parte superior una pluma, símbolo del poder legislativo; en otro un bastón del poder ejecutivo, y en el otro una espada del poder judicial; en el reverso la inscripción, que dice: La América mexicana en la división de los tres supremos poderes. Año de 1814. Hoy es rarísima; yo poseo una en plata.
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