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Los trabajadores de sección
Volvemos a ocuparnos de los esclavos mexicanos que sirven a las compañías ferroviarias en este salvaje país. Y lo hacemos no para demostrar la miserable vida que llevan sino el porvenir que les espera, si continúan soportando el yugo de esos bárbaros capataces que con el nombre de mayordomos, los ferrocarriles han escogido para su vigilancia y castigo.
Los mayordomos ya no solo vejan a las mexicanos con palabras duras y obcenas, ya no sólo los obligan a trabajar minuto por minuto, segundo por segundo, las diez horas de labor asignada; ya no sólo los molestan con sarcásticas críticas respecto a su trabajo; no, ya, también, los asesinan, tan sólo porque el orgulloso capataz le vino a la cabeza el hacer desaparecer del mundo de los vivos al trabajador activo y enemigo del servilismo.
Un crímen, un verdadero crímen, asesinato cometido por un salvaje mayordomo americano, acaba de ocurrir en Oklahoma. Si Regeneración no viniera a denunciar este crímen; si este periódico no se hiciera eco de los lamentos de los compañeros de trabajo, de las víctimas que a gritos piden justicia, creyendo que por vivir en yankilandia podrían obtenerla y el culpable pagar en la horca el cobarde delito que cometió en la persona de un mexicano; si nosotros no nos detuviéramos un momento en nuestra carrera revolucionaria, en nuestra marcha rebelde contra el despotismo de Madero, y dedicáramos un poco de tiempo a exhibir víctimas y verdugos, ese homicidio quedaría en el misterio, el pueblo lo ignoraría, los trabajadores de sección no sabrían la suerte de uno de sus hermanos, en una palabra, el asesino no recibiría el apóstrofe y maldición de todos los mexicanos y obreros honrados.
Pero fieles a la causa del trabajador, y con el lema: un insulto a uno es un insulto a todos, pasamos a describir el crímen del mayordomo americano, basándonos en los datos que un compañero de la sección en que trabajaba la víctima, envió al compañero Figueroa.
Antonio Delgado, guanajuatense que, huyendo de la tiranía de Díaz vino a los Estados Unidos, trabajaba en la sección del Santa Fe, cerca de Paulsvalley, Oklahoma, y siendo altivo y consciente de sus derechos, siempre se negó a ser servil y a adular al americano que fungía como mayodomo. De aquí, éste tomo un odio negro para el mexicano, que había de terminar en su muerte, muerte muy vil, como en general la acostumbran dar los cobardes capataces del sur de yankilandia. Damos la palabra al compañero trabajador de Paulsvalley para el relato del crímen.
La primera semana de julio tuvieron una diferencia Delgado y el mayordomo, con motivo de uno de los útiles de trabajo, diferencia de la que ninguno de los trabajadores nos volvimos a acordar, hasta que supimos que el domingo 9 de julio, yendo Delgado para Paulsvalley, fue asaltado por el mayordomo, quien le disparó un tiro, sin efecto. Creyendo que el americano no insitiría más en molestar al compañero, permitimos que al día siguiente, lunes diez, fuera Delgado al pueblo de Paulsvalley, a la oficina de correos, pues le urgia recibir carta de su familia de México, ¿cuál no sería nuestra sorpresa saber en la tarde, que en el camino de la sección a Paulsvalley estaba el cadáver de Delgado, quien tenía atravezado el cuerpo por un proyectil que, perforándole el pulmón izquierdo, salió por la tetilla derecha? Muchos golpes debe haber recibido después de muerto, pues tenía el rostro desfigurado, y creemos que una turba de americanos ayudaron al asesino en su nefanda obra, pues notamos que el cadáver fue arrastrado y profanado por los criminales autores de hechos que eran comunes en tiempos de la barbarie.
El finado trabajador de sección tiene un hermano, quien en unión nuestra, compró un ataúd y sepultó el cadáver. Las autoridades del Condado no han hecho movimiento alguno para la aprehensión del asesino y sus cómplices, y nosotros esperamos salir de aquí cuanto antes pues no tenemos garantías en este país.
Es, pues, indispensable, y sobre todo, urgente, compañeros trabajadores de sección, votarles a los mayordomos por los hocicos la carretilla, los picos, las palas y demás útiles de trabajo, despreciar los miserables $1.10 o $1.25 que pagan diario, pues de lo contrario, de un día a otro os espera el ser asesinados de la misma manera que lo fue el pobre trabajador Antonio Delgado.
No diréis: ¿si abandonamos el trabajo, qué comeremos, cómo viviremos? Compañeros: en México, en estos momentos, la revolución social que encabeza el Partido Liberal está adquiriendo proporciones gigantezcas y derrumbando la nueva tiranía de Madero, el vil ladrón que ha hecho arreglos con los Estados Unidos. Así, hay que unirse a los liberales que en México luchan por Tierra y Libertad. En los campamentos tendréis mucho que comer, tierra libre en que vivir y no sufriréis tiranía ni malos modos de burgueses o capataces.
En la revolución social debe estar vuestra esperanza y la de todos los trabajadores. Uníos a sus filas. Abandonando los miserables centavos que a todo sudor obtenéis siendo esclavos de los mayordomos asesinos en este país; tomad posesión de la tierra, los arados, la mulada, así como las semillas, que los ricos han guardado para sí, y entonces, seréis felices, libres, independientes y estaréis en la tierra por cuya conquista luchan vuestros hermanos de México.
Hay que obrar, compañeros. ¡A México, a tomar posesión de la tierra!
Antonio de P. Araujo
(De Regeneración, del 19 de agosto de 1911, N° 51)
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