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A cumplir con nuestro deber
Leyendo la prensa servil de México, la fronteriza de los Estados Unidos y los contados órganos antimaderistas, queda convencido el individuo más incrédulo de que la revolución sigue en pie, firme, con toda su pujanza y ganando más prosélitos; los convencidos de que la República democrática en México es una gran mentira, de que la libertad y la justicia no le serán garantidas por ningún gobierno y de que su felicidad, su verdadera felicidad sólo podrán obtenerla tomando posesión de una vez y para siempre de todos los elementos que constituyen la base de la riqueza del país.
La revolución, la que en Baja California continúa tratando de emancipar esa península de las garras del capitalismo internacional que la tiene cogida desde la nefasta época de Porfirio Díaz; que en Chihuahua y en Coahuila expropia las inmensas áreas que durante lustros han dominado las familias de los pulpos Terrasas y Madero; que en Tamaulipas abiertamente declara que la propiedad es un robo y dice al proletario que tome posesión del rancho, del potrero y de la finca; que en la mesa central, en los Estados de Durango, Zacatecas y San Luis Potosí, imponente decomisa las propiedades de los hacendados, cambia de fierro a los ganados, expulsa a los burgueses nacionales y extranjeros y a sangre y fuego defiende lo conquistado; que en Morelos exhibe al mundo la conciencia de la clase proletaria mexicana al tomar posesión formal de la tierra y trabajarla con el arma en la cintura; que en la costa del Golfo, en Veracruz, Tabasco y Campeche, orgullosas tierras del trópico, se niega a trabajar más en provecho de los ricos y recorre en busca de enemigos valles y playas; que en la península yucateca, en donde la esclavitud más infame que haya atestiguado el continente se alzó por muchas décadas, quema las propiedades de los esclavistas, rehusa el trabajar más a jornal y afirma que la tierra es propiedad de todos; que en los Estados que baña el Pacífico llega a proclamar la independencia de Sinaloa, la división de las grandes haciendas clericales en Michoacán, la igualdad en Guerrero y la eliminación del bandidaje de guante y de sombrero de seda en Oaxaca de Juárez; la que en plena ciudad de México descalabra a Reyes, Generalazo de opereta y prepara la cuerda que ha de dar fin a la existencia vil del émulo de Díaz, el asesino Francisco I. Madero. Marcha, y se avecina al triunfo, tanto por seguir la corriente de las leyes de la lógica como por ser el punto convergente de todas las tendencias sanas y aún de mil más, hoy extraviadas por el falso oropel del personalismo.
El proletariado mexicano, aquel que envuelto en la bandera roja y proclamando los principios de Tierra y Libertad, de confín a confín del país, está revolucionando por primera vez en la historia del capitalismo universal, es lo suficientemente inteligente y está tan lleno de la conciencia de clase que ni la más fina diplomacia de un Gladstone ni la persecución desenfrenada de un Weyler, lo obligarán a ceder un ápice en su carrera de reivindicación. Por eso es grande; por eso será triunfador.
Los liberales que constituímos la gran mayoría del proletariado consciente, tenemos, pues, una gran responsabilidad al atravesar por esta etapa, y esta responsabilidad se deberá al proletariado mundial. El éxito de la revolución social en México, apresurará los movimientos que en otros puntos de Europa y de América latina preparan las fuerzas obreras. El fracaso del movimiento libertario en nuestro páis robustecerá al capitalismo internacional. De ahí que uno de los más sagrados deberes que tenemos que cumplir es ayudar con los elementos con que podamos al fomento de la revolución económica. Los trabajadores que integran los grupos liberales si deveras aman su causa no tienen sino dos caminos que seguir: el engrosar las filas rebeldes en México o sostener los gastos que demanda la guerra social. O ser o no ser.
¿Cómo queremos que triunfe un movimiento que no se impulsa? ¿Cómo queremos que avance una guerra que no se fomenta? Nos contentamos con devorar las noticias que publica la prensa de México acerca de la revolución y buscar en el diarismo norteamericano los telegramas que atañen a México; hacemos nuestros comentarios, deseamos todo el éxito posible a nuestros compañeros, ensalsamos sus heroicidaes, nos da cuidado que el enemigo en grandes números sea destacado en su persecución, confiamos en su inteligencia y valor para derrotar las fuerzas que defienden el crímen; pero ... no ayudamos con fondos, fondos, los más que pudiéramos, para que nuestros compañeros del otro lado de la frontera vayan de éxito en éxito, de triunfo en triunfo.
Elementos y más elementos necesitan nuestros hermanos. Hombres y más hombres demandan nuestros compañeros. Atendamos, pues, sus necesidades. Al hacerlo, cumpliremos nuestro deber para con ellos, para con el proletariado mundial, para con nosotros mismos.
A fomentar la revolución, a cumplir con nuestro deber.
Antonio de P. Araujo
(De Regeneración, del 30 de septiembre de 1911, N° 57)
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