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Las fuerzas del bien triunfarán en la lucha contra el mal
Sucede en el curso de los acontecimientos humanos, que las fuerzas del mal, en su necesidad de sostener todo aquello que significa ignorancia, fanatismo y esclavitud, cuando se ven obligadas a librar una guerra a muerte por las falanges del bien, siempre deseosas de mejorar a las comunidades, instruirlas con la razón y la ciencia y dar a cada hombre y mujer el producto íntegro de su trabajo, ocurren a los más descabellados intentos, para evitar ser tragadas por la ola arrolladora, y así, conservar por unas horas más su poder, irremediablemente destinado a desaparecer.
Ejemplo de lo anterior lo tenemos en el último movimiento y reconsideración de la cuarta parte del ejército permanente de los Estados Unidos en la frontera de México.
El mal, es decir, esa horrenda tiranía que por espacio de treinta y cinco años ha llevado el luto a los hogares de uno a otro extremo de México, y la esclavitud y la degradación a las grandes masas trabajadoras, al estar siendo batido y acorralado por las falanges del Partido Liberal que sintetizan el bien, no vaciló en suplicar por medio de Joaquín de Casasus y José Yves Limantour, a los vampiros J.P. Morgan, John D. Rockefeller, H. C. Pierce y otros, a que dictaran a su instrumento William H. Taft la orden que, llevada a cabo por éste último, causó la movilización de soldados de amarillo a las riveras del Río Bravo.
Cándidamente creen Porfirio Díaz y sus cómplices que al patrullar la frontera las compañías de tropas americanas, el pueblo trabajador, que en su totalidad compone el Partido Liberal, cesará en sus esfuerzos de ir a agregarse a las filas libertarias, a ayudar a internar los elementos de guerra para que el liberalismo prosiga su campaña; pero se equivoca, se equivoca por completo. Si el capitalismo llegase a mover el resto de setenta y cinco mil hombres que completan el ejército americano, si estos soldados fuesen a patrullar la línea divisoria desde Tijuana hasta el puerto de Matamoros, aun entonces, el pueblo trabajador, decidido en esta lucha a emanciparse para siempre del triple yugo del capitalista, el fraile y el soldado, en más grande número se lanzaría a ayudar a sus hermanos; mujeres y niños brindarían sus servicios para internar provisiones y elementos, y la dictadura, envuelta en las convulsiones de la agonía, se encontraría impotente para contrarrestar los avances del pueblo, decidido a emanciparse o perecer en la contienda.
Es, pues, inútil que el mal demande más ayuda y protección del capitalismo yanqui; los liberales, soldados del bien, tenemos nuestros brazos armados para detener el crimen, no tememos a la muerte y fuertes, esclavizaremos la victoria.
Deber nuestro e imperioso es el de activar la organización netamente liberal; pertrechar a los compañeros que están ansiosos de presentarse en el campo de acción; hacer colectas para sufragar los gastos de aquellos compañeros que por una u otra causa no pueden transportarse a las líneas liberales.
Pensad, lectores, que la causa liberal por la que hemos venido luchando desde hace muchos años, por la que hemos sufrido persecuciones y prisiones, es la única causa del bien. Sus ideales son los más avanzados; su programa abarca todo lo que es benéfico y salvador para México. Y los trabajadores son los que van a reportar los beneficios y frutos de la lucha.
La cuestión agraria, una de las más interesantes cuestiones que durante tantos años ha estado sin resolver, ha sido estudiada detenidamente por el Partido Liberal y trasladada a su programa, como el mejor medio de solucionarla, en los artículos 34, 35, 36 y 37. Los inmensos terrenos de los cómplices de la dictadura y ávaros terratenientes tienen abandonados y sin cultivo, serán repartidos entre la clase proletaria, y de desoladas y áridas tierras, nos figuramos verlas convertidas en los próximos años en feraces y atractivas campiñas que con sus fincas de campo presentarán al mundo, familias de agricultores mexicanos en posesión de la tierra, y llenos de vida, libertad y felicidad.
Laboremos, repetimos una vez más, porque las fuerzas del bien continúen su ruta por el camino reivindicativo y acaben de aplastar a los pelotones del mal, para así afianzar el triunfo liberal y enarbolar el emblema del proletariado mexicano, ese emblema que ha conquistado la admiración y simpatía de todos los libertarios del globo: Tierra y Libertad.
Antonio de P. Araujo
(De Regeneración, del 25 de marzo de 1911, N°30)
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