Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Undécimo. Situación de las tropas Capítulo Décimotercero. El mayor de plazaBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO DUODÉCIMO
POR QUÉ FRACASÓ EL GENERAL RUIZ


Contra los propósitos que traía de apoderarse del Palacio Nacional, según se lo ordenó el General Reyes, se impusieron el águila y las estrellas de quien sabía bien llevarlas, la costumbre de obedecer y la decisión miiltar de un superior que airosamente se convirtió en el elemento dominador de una rebelión mal mandada y peor dirigida, ya que es bien sabido que sólo pudo triunfar empleando procedimientos ... que no se catalogan, por cierto, y que no són entre los que se significan por una singular aptitud militar.

La entrada a la plaza no pudo ser más torpe; no podía haber la disculpa de suponer que el Comandante Militar se les uniera; eso sencillamente era laborar sobre el más equivocado de los terrenos, al tratarse de suposiciones, porque bien sabían de lo que había sido capaz el General Villar en situaciones parecidas, ya al tratarse de los últimos momentos del Gobierno del Presidente Lerdo, en que rechazó hasta un ascenso y combatió defendiendo una plaza hasta que se le agotaron las municiones, como cuando ya había dejado de ser Presidente el General Díaz, en que impidió la entrada de las tropas revolucionarias del General Pascual Orozco, hasta que pudo confirmar la orden telegráfica que le giraba el nuevo Ministro de la Guerra y no era de suponerse que todo un soldado, que estimaba en tanto su carrera militar y tanto haber llegado a la última jerarquía, fuera a defeccionar, bajando como cualquier vulgar, de la augusta autoridad que le había conferido un Gobierno Constitucional, entregándole el honor del Ejército en la primera guarnición de la República.

El General Villar, con ese concepto del deber que él tenía bien acreditado y que lo sabían todos y principalmente los de alto grado, no podía abandonar el punto, el mando, la plaza que se le había confiado por el Gobierno, sin haberse batido antes y procurado, como procuró, por todos los medios posibles resistir a la fuerza que lo atacaba.

El soldado no recibe las armas para ponerlas en manos del enemigo, esa habría sido la mayor afrenta que se hubiera exigido al pundonoroso Remington -éste era su nombre de guerra-, y eran sus adversarios, aunque no fueran sus enemigos, los que se habían rebelado contra el Gobierno Constitucional.

Es sabido de puro viejo que en asuntos políticos, como hombre, podía tener una opinión, distinta si se quiere de la política gubernamental, más le era vedado reducir a la práctica su teoría por medio de su propia fuerza, porque la Nación la pone a su cargo para que bajo la dirección dd Gobierno y por sus indicaciones, resoluciones y mandatos, custodie y defienda las instituciones que aquel representa.

El Jefe del Ejército es el Presidente de la República, según lo determina la Ordenanza General del Ejército, y es dado a conocer de acuerdo con lo prevenido por la Constitución General de la República, por decreto de la Cámara de Diputados. El señor Madero había sido dado a reconocer como Jefe del Ejército y para el Comandante Militar era la Suprema autoridad de la República. Y para la realización del mando, el General Villar podía ofrecer algunas de las cualidades necesarias, exclusivas para el éxito: la vigorosa osadía, su voz fuerte, su mirar en el que brillaba el ardor y una, sobre todas, que hemos visto que ha sido la motivadora de los triunfos, la decisión terminante de llevar a fondo sus determinaciones militares.

La tropa rebelada del 1er. Regimiento ya sin Comandante, quedó en espera de un combate que había de tener lugar indefectiblemente, y cuando comenzaron los primeros tiros, y en desorden marchó al galope a guarecerse debajo de los portales.

Pasado el incidente de desmontar al General Ruíz, a pocos instantes pudimos ver la aparición de otro grupo por la esquina Norte del Palacio Nacional; paisanos, militares a pie y jinetes encabezados por otra persona que vestía de civil y montaba airosamente un buen caballo.

Cuando este grupo se hallaba a la mitad entre las dos puertas, Mariana y Centro, pudimos reconocer que quien venía al frente bien sentado en un caballo retinto era el General Reyes, y así se lo hice notar al Capitán Morales que estaba a mi lado. El momento que esperamos lo veíamos inmediato y la tragedia inminente, inevitable: nuestra atención no se apartaba de aquel grupo que seguía su marcha paralelo a la banqueta de Palacio por frente a los tiradores de Infantería que permanecían en su posición de rodilla y pecho a tierra y así llegó hasta la puerta Central, donde el grupo hizo alto.

Pudimos observar que el General Comandante Militar y el General Reyes cruzaban rápidas palabras seguidas inmediatamente de un nutridísimo fuego de fusil, carabina y ametralladora que partía de los diversos elementos armados que se hallaban desde hacía ya más de media hora en disposición de combatir; siendo en total las fracciones de los Batallones números 20° y 24°, el piquete del 16° Regimiento establecidas entre las dos puertas extremas del Palacio, el Escuadrón incompleo del 1er. Regimiento, de espalda a La Colmena y las dos ametralladoras que colocadas en la puerta principal (sólo funcionó una), rompieron el fuego, así como los grupos rebeldes, el que escoltaba al General Reyes y los establecidos en las torres de la Catedral y azoteas de La Colmena.

Las palabras que se cruzaron el General Reyes y el General Villar fueron las siguientes, según el segundo de los divisionarios me lo relató varias veces en Veracruz:

Ríndase usted dijo el General Reyes al General Villar.

La respuesta fué: Quien debe rendirse es usted.

El hecho es que cuando estaban frente a frente se debe haber hecho un disparo que se achaca al General Villar o al Coronel Morelos. El General Villar aseguró que los primeros disparos fueron hechos por el grupo rebelde sobre soldados del 20° Batallón. que recibió la herida en el cuello que le fracturó la clavícula derecha cuando el General Reyes movía su caballo para envolverlo -frase auténtica- y que fue entonces cuando dió la orden de fuego y lo rompió toda la fuerza que se encontrab3 en la plaza.

Uno u otro que haya mandado romper el fuego o que se haya roto por la detonación de un disparo, la verdad es que el tiroteo tQmó un carácter, de todo lo nutrido que pueda imaginarse, en relación con el número de tiradores, produciendo un terrible espectáculo de pantalla.

Se veían caer a montones muertos y heridos, combatientes, curiosos de la clase civil y caballos de uno y otro bando; ese fue el saldo que arrojó el primer encuentro, en el que sin discusión alguna fue vencida una parte de la rebelión.

Al iniciarse los disparos murieron el General Reyes, que lo vimos irse de lado hasta caer de la cabalgadura y el Coronel Juan G. Morelos, Jefe del 20° Batallón y a quien habíamos perdido de vista.

Según los datos del General Villar, además de haber sido herido el propio Comandante Militar, recibió cuatro heridas de poca significación el Mayor Malagamba, murió el Jefe del 20° Batallón, la Infantería sufrió 28 bajas entre muertos y heridos y la Caballería del 1er. Regimiento a mis órdenes quince entre muertos y heridos.

Durante el nutrido tiroteo, que no debe haber durado sino unos veinte minutos, fue muy imponente el espectáculo, porque habló muy poco en favor de la cultura y por el ruido ensordecedor que se reproducía en aquel lugar, rodeado de edificios altos, multiplicado por infinita resonancia.

Hay quien asevere, y militar por cierto, el General Mariano Ruiz, que el General Comandante Militar no debía haber ordenado hacer fuego, porque había mucha gente indefensa que necesariamente debería de morir o ser lesionada. Creo que quien así piensa no podría decirnos cómo se dominan las sublevaciones, como no sea por el concluyente efecto de los proyectiles. Claro que es lamentable que hayan muerto personas meritísimas y estimables, y civiles que nada tenían que ver con los rebeldes; pero a éstos mucho se les anunció, se mandaron dragones que los retiraran, se dieron cuenta de que las tropas cargaban las armas y que los soldados de Infantería tomaban la posición del tirador rodilla y pecho en tierra. Todos esos preparativos se hacían precisamente para repelar la fuerza, con la acción de la fuerza. Es infantil suponer que los rebeldes tratarían de vencer por el convencimiento y apoderarse del Palacio sólo con su presencia cuando al frente de las tropas leales estaba un General a quien no habrían de conquistar con un saludo.

Para completar una errónea o mal intencionada apreciación, han dicho que el General Reyes tuvo la creencia de que se le iban a hacer honores ... Es no haber conocido al General Reyes; sabía bien de la profesión y al ver a los tiradQres rodilla y pecho en tierra debe haber pensado en dominar la situación por su reconocida actitud dominadora; eso sí cabe como supuesto racional; pero no hacerle le ofensa de que le iban a hacer honores soldados listos para combatir; ahí jugaba un albur y un albur sin probabilidades, ya que estaba al frente de las tropas un General de gran pundonor.

El General Reyes estaba dado de baja, no era militar, no exponía el nombre de su carrera y estoy seguro que, a la inversa, él de Comandante Militar se hubiera servido de los mismos procedimientos que el General Villar para sostener al Gobierno, tanto porque esos eran sus honrosos antecedentes con los Gobiernos a quienes sirvió, como porque reunía facultades superiores de acometividad y de acción a las del Comandante Militar.

No puede discutirse, dentro de un terreno estrictamente militar e histórico, como es el que intento pisar, que el General Comandante Militar cumplió estrictamente con su deber y los que bien lo conocían, los Generales y Jefes principalmente, no podían haber supuesto que iba a ponerse a las órdenes de los Directores de la asonada.

No aceptó el empleo superior, ni convino en la entrega de la plaza de Tlaxiaco, allá por el año de 1876 cuando era Capitán, ni ante el empuje superior de tropas Tuxtepecanas. Le tomaron la plaza, lo derrotaron completamente y cayó prisionero, con los supervivientes: bien sabíamos que rehusó el ascenso, diciendo al General Fidencio Hernández: mejor fusíleme, yo no soy revolucionario, y que se le puso en libertad para que se incorporara a las fuerzas del Gobierno que caía, y que en 1911, en Chihuahua cuando se le ordenó que diera entrada y alojamiento a las tropas revolucionarias mandadas por el General Pascual Orozco, no lo consintió, sino como debía, cuando pudo ratificar la orden telegráfica que le envió el nuevo Secretario de Guerra, después de los Tratados de Ciudad Juárez.

No valieron influencias, ni las informaciones de algún periodista que le hizo saber que se decía en el público que no permitía la entrada de las fuerzas del General Orozco porque era Porfirista ... Entonces produjo aquellas frases que exactamente exhibían su carácter y su propósito militar ... Seré Maderista, dijo, cuando el señor Madero sea Presidente de la República.

El 9 de febrero el General Villar no hacía sino cumplir con su actuación de soldado, con su actuación única, pues jamás fue político, y no aceptó serlo ni en el cargo de Secretario de Guerra. Todos reconocían mérito indiscutible al viejo Remigton, por su lealtad al Gobierno, desde allá el año de 1876 en el modesto rincón de Tlaxiaco.

Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Undécimo. Situación de las tropas Capítulo Décimotercero. El mayor de plazaBiblioteca Virtual Antorcha