LA ASONADA MILITAR DE 1913 General Juan Manuel Torrea CAPÍTULO DECIMOSEXTO Me retiré con la tropa al Cuartel de Zapadores, y una vez que se colocaron provisionalmente en el camarote de la guardia varios muertos y en la sala de Oficiales los heridos que prontamente fueron remitidos para ser curados, me ocupé de reorganizar la tropa y dividirla convenientemente para estar listo para el desempeño de nuevas comisiones. con efectivo que alcanzó a un total de ciento diecinueve individuos; cuyo aumento de fuerza se debió a que en la plaza, terminado el fuego se me incorporaron algunos de los que dejó el Jefe del Regimiento y que habían tomado posiciones debajo de los portales. En el parte respectivo y cuyo párrafo inserto antes, están citados los nombres de los Oficiales. Al pasar lista de faltantes en la tropa a mis órdenes, alcanzó un total de treinta, incluídos los dispersos que se separaron de mi mando para unirse a sus compañeros rebeldes cuando emprendieron su retirada por la calle del 16 de Septiembre. Dividiendo el nuevo personal en dos Escuadrones mínimos, cerciorado de que Palacio estaba todo cercado y en poder de tropas leales, por el interior me dirigí a buscar al General Comandante Militar, pues aún no sabía si el General Villar había muerto, porque como antes digo, durante el tiroteo, el Capitán Morales, el trompeta que estaba también a mi lado y yo lo habíamos perdido de vista. Fue por esto, que cuando me dí cuenta de que los tiradores de Palacio corrían su abanico de fuego sobre la tropa leal del 1er. Regimiento que yo mandaba, me volví al trompeta y le ordené diera el toque de alto el fuego; pudimos observar que el ruido disminuía notablemente sin cesar en lo absoluto; entonces ordené se diera un segundo toque que fue ya obedecido por todos los combatientes. El General Villar me platicaba después que él había también ordenado cesar el fuego, pero en verdad nosotros no lo oímos y quedamos con la creencia de que el toque había partido de la fuerza leal del primero de Caballería y dado por mi trompeta de órdenes. El repliegue se hizo rápidamente hasta volver a la situación de acantonamiento y de defensa, misma que había dispuesto desde los primeros momentos de la iniciación de la rebeldía de las tropas. Llamado por un Oficial de la Mayoría de Plaza, lo volví a encontrar en los corredores de Palacio y entonces recibí órdenes de presentarme al nuevo Comandante Militar nombrado, al General Victoriano Huerta. A la entrada de la Comandancia Militar, en un pasillo se encontraba el General Huerta vistiendo de uniforme, me le presenté, le dí cuenta de la tropa a pie y montada que estaba lista para combatir. Me preguntó qué bajas había habido en la Plaza y le informé que treinta en total: muertos y heridos, y dispersos que se habían unido a la tropa que desfiló rumbo a Tacubaya. Me dijo que esperara órdenes y que estuviera listo en todo momento. La Comandancia me ratificó el nombramiento verbal que el General Villar había hecho en mi persona, designándome Jefe de Día, cuando tuvo noticia de que el Jefe de díá estaba sublevado en la Ciudadela y como carecía de gola y no se daba nueva orden de la Plaza pedí una orden escrita, la que me fue entregada en la misma Comandancia, y cuyo original a la letra dice: Dispone esta Comandancia se reconozca como Jefe de dia al Mayor de Caballeria Juan Manuel Torrea. Libertad y Constitución. Como Capitanes de vigilancia me fueron designados los segundos de Infantería Salvador Dayo y Pompilio R. Aldana. De regreso al cuartel de Zapadores, estuve mandando patrullas por diversos rumbos y especialmente a San Lázaro y a Santiago, por donde se oían disparos, ya todo con aprobación del General Sanginés. En Santiago hubo un fuerte tiroteo que se me dió cuenta que había sido con objeto de detener a los presos que abandonaron la prisión cuando se produjo el incendio en alguno de los patios. El saldo de aquella rebelión fue la muerte de algunos de los oficiales de la Prisión que eran mal queridos y la de muchos presos que la encontraron con los proyectiles que disparaba la guardia con objeto de restablecer el orden e impedir la salida de los amotinados. Propiamente hasta cerca de las tres de la tarde pude hacer que quedara establecido un servicio de puestos de Caballería, con misión protectora y de seguridad para el Palacio Nacional hasta cerca del jardín Carlos Pacheco por el rumbo de la Ciudadela y parejas por todas las otras boca-calles que rodeaban el viejo edificio de los Virreyes, que volvía a añorar las tantas irrupciones armadas derrumbadoras de Poderes Gubernativos. La seña fue repartida a los Comandantes de las fracciones de tropas personalmente por el Jefe de día y Capitanes de Vigilancia. Nos pasamos toda la noche vigilando por la cercanías de la Ciudadela y alrededores, tuvimos noticia de que todo estaba en calma y así se pasó sin novedad la primera noche, permaneciendo las tropas de uno y otro bando en situación de zozobra y de espera. A la mitad de la mañana el Colegio Militar recibió orden de tomar acantonamiento en Zapadores y quedó establecido en las calles de la Corregidora, partiendo a Oriente desde la esquina del correo Mayor y la tropa del primero en la misma calle de la esquina del Correo Mayor rumbo a Occidente. El Director Interíno del Colegio, Teniente Coronel Víctor Hernández Covarrubias recibió órdenes del Presidente de marchar con él en columna de honor para venir a la Capital. Dejo la palabra al mencionado Teniente Coronel de entonces, quien me refirió la participación que tuvo en los acontecimientos de la mañana como enseguida paso a relatarlos.
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano
OTRA VEZ EN ZAPADORES
México, Febrero 9 de de 1913.
El General Victoriano Huerta.
Rúbrica.