LA ASONADA MILITAR DE 1913 General Juan Manuel Torrea CAPÍTULO DECIMONONO Me propuse procurar algunos datos sobre la actitud y servicios, en esos momentos de singular importancia, de la Guardia Presidencial destinada nada menos que para custodia y seguridad del Presidente de la República. Siempre he considerado un aspecto simplemente de vanidad y aparatoso, de exterioridad militar, la marcha de un guardia especial y que sigue al carruaje o automóvil del Jefe del Estado; pero también he pensado como otros seguramente, que e! Jefe del Estado Mayor,
Ayudantes y Guardias Presidenciales crean una obligación especial con la persona, además de la estrictamente militar y deben hasta sucumbir en su caso, antes que pueda suponerse que ese personal falta a sus deberes, se rinda una parte como en 1913, o combata al mismo Presidente de la República como en 1845 y 1920. En 1913, el Presidente de la República, no contó para nada con su guardia; ni en los momentos de sublevación de una parte de las tropas de la guarnición y menos aún en los días siguientes en que una fracción pasó a incorporarse a las tropas sublevadas que se habian encerrado en La Ciudadela, para buscar e! cambio de Gobierno. La Guardia que debería estar integrada por un Escuadrón reglamentario: ocho oficiales y ciento dos individuos de tropa, por diversas causas nunca podía completar sus fracciones constituídas y en aquellos momentos de intenso malestar, la superioridad se había olvidado hasta de dotarla del total de sus oficiales. Desde su creación había prevalecido la pervertida idea de conceder ordenanzas y asistentes a personajes y a oficiales del Estado Mayor, por cierto ordenanzas muy caros, y todo el que haya mandado tropas sabe por experiencia el enorme perjuicio que acarrea esa pésima costumbre que trae consigo la creación de individuos inútiles para el servicio de armas, desintegrándose con su falta las fracciones constituídas. Además, la Guardia tenía incompleto su personal de Oficiales porque la mañana del nueve faltaban los Capitanes, ya que el Comandante se había ausentado con licencia y el Segundo estaba desempeñando una comisión fuera de la Capital sin haber sido substituído, accidentalmente, como sensatamente debería haberse acordado. La distribución del personal subalterno a la madrugada del nueve, era la siguiente: un puesto pie a tierra se hallaba establecido en el Bosque de Chapultepec, integrado por el Subteniente Nicolás Martínez Luna quien comandaba un efectivo aproximado de un pelotón y quien no tomó parte en los acontecimientos de la mañana. El Capitán 1° Manuel M. Blázquez se encontraba en Veracruz; el Capitán 2° Jesús Loreto Howell y el Teniente César Felipe Moya estaban comisionados en el Estado de San Luis Potosí en un Cuerpo IrreguIar; al frente del Escuadrón, el Teniente César Ruiz de Chávez, Teniente Enrique R. Garcia y Subtenientes Francisco L. Urquizo y Bernardo Timoteo Pérez y cerca de cuarenta individuos de tropa, se hallaban acuartelados en el edificio Norte de la Plaza de la Ciudadela. Cuando se supo la sublevación, se oyeron los consejos del oficial de mayor previsión entre aquellos jóvenes, el Subteniente Urquizo, quien había sido Cabo Primero de Rurales y había estado ya en momentos de guerra. Con aquel efectivo de cuarenta hombres se cubrieron las azoteas, se establecieron en tiradores, fueron remunicionados y se colocaron en lugares convenientes dos fusiles Madsen que tenía para su servicio el Escuadrón. Se sostuvo un tiroteo con los sublevados que entraban por Bucareli y momentos después obedecieron todos el toque de cesar el fuego que partió desde los muros de la vieja fortaleza. Posteriormente fue pactada la rendición, cuando se presentó al Cuartel de los Guardias el Mayor Trías y ordenó al Teniente Comandante accidental que lo acompañara a La Ciudadela, en cuyo recinto se levantó el acta con la presencia del mencionado Teniente. El Subteniente Urquizo no aprobó la determinación del Comandante accidental de la Guardia y pronto se separó del Cuartel, presentándole al Jefe del Estado Mayor Presidencial, quien le ordenó que a su vez lo hiciera al Jefe del Punto en Chapultepec, General Joaquín Beltrán. El entonces Subteniente Urquizo -después General de Brigada y hasta Subsecretario de Guerra en las postrimerías del Gobierno del Sr.
Carranza-, desempeñó las funciones de Ayudante al lado del General Beltrán; comunicó varias órdenes al General Cauz, al Capitán Limón y condujo hasta su lugar de combate al 7° Batallón comandado por el Coronel Juan G. Castillo, Jefe que murió en un ataque a la Ciudadela. El General Beltrán siempre hizo al que ésto escribe, muchos elogios de la actitud del entonces Subteniente Urquizo. A serias, muy serias reflexiones se presta el aspecto que ha ofrecido la Guardia personal del Jefe del Estado; presenta elocuentemente la enseñanza de que ésta debe por fuerza relevarse cuando asciende al poder un nuevo Presidente de la República, y hemos visto en varias ocasiones que cualquier Cuerpo de línea ha estado mejor en tan importante puesto, ante tamaña comisión de confianza, que en algunas ocasiones esa Guardia cara y aparatosa. Ningún cuidado se tuvo por el mando militar a quien competía, de organizar para el Jefe del Estado un Cuerpo con Jefes de absoluta confianza para su custodia personal y la responsabilidad histórica del alto mando, en este capítulo como en otros a que he aludido, no encontrará la menor disculpa entre los gue algo sepan de sus deberes de soldado. Sin este requisito elemental, el Primer Magistrado desde los primeros momentos pudo no estar defendido, sino cautivo de tropas sublevadas. Para un caso grave como el que se apunta de rebelión, debería haberse colocado al frente de la Guardia a un Jefe de prestigio, de experiencia y de carácter, y no consentir en una dualidad de mando -dos Tenientes- que debe proscribirse por anti~disciplinaria, especialmente en nuestro país en que conocemos casos hasta en la marcha y en la maniobra en que Oficiales Generales de la misma categoría, exhibieron su indisciplina no obstante su educación de academia y la conocida prevención de primacía por la antigüedad. Pláticas con los veteranos que habían vivido los tiempos oropelescos tiempos de la República y del primer Imperio, completaron el juicio que la lectura me había formado de aquellos famosos Cuerpos de leyenda integrados por personal escogido y fogueado. La escolta que seguía al Generalísimo Iturbide en el período de consumación, trecientos jinetes a las órdenes del Teniente Coronel Epitacio Sánchez, al realizarse la Independencia pasaron a formar el Cuerpo Granaderos a Caballo (noviembre de 1821), y éste y el Cuerpo de Infantería Granaderos Imperiales, se destinaron para escolta del Soberano. Los uniformes abigarrados y los penachos de cerda figuraron ostentosamente en la época de los Presidentes hasta la caída de la dictadura del General Santa Anna. Creó fama y popularidad entre el elemento oficial, el Cuerpo Granaderos de la Guardia de los Supremos Poderes bien encajado en su época y para su servicio, con uniforme especial de casaca encarnada, vistas y visos azul celeste, solapa blanca, sardinetas y ojales amarillos, pantalón azul celeste y gorra de pelo negro; un Cuerpo de Caballería, disfrutó también de igual fama gubernamental: Los Húsares de la Guardia de los Supremos Poderes, con vistoso uniforme y equipo característico. En época de tendencias democráticas, cuando la revolución de Ayutla derrumbó a la dictadura comediante y pintoresca del General Santa Anna, desapareci6 la Guardia de colorines y entorchados y fue reemplazada por dos Cuerpos siempre con uniforme especial: el Batallón Supremos Poderes y el Cuerpo de Caballería Carabineros de la Guardia de los Supremos Poderes, hasta el 22 de abril de 1870 en que el Batallón pasó a ser 1er. Batallón de Infantería y los Carabineros 1er. Cuerpo de Caballería, posteriormente Primer Regimiento. Al Presidente Lerdo también lo escoltaba el Batallón de Supremos Poderes. La inauguración del Ferrocarril de Veracruz, originó estos comentarios a un periodista extranjero: El séquito presidencial de esta Nación tiene un boato parecido al de una monarquía, al Jefe del Estado lo acompaña un Batallón con bandera y música denominado Los Supremos Poderes. Esta fuerza presta casi el mismo servicio que el Cuerpo de Alarbarderos a los Reyes de España, pues daba la guardia hasta en las habitaciones de la Casa-Palacio en que se hospedaba el Presidente. Hasta por el año de 1900, el Presidente Díaz para los actos oficiales llevaba como escolta dos secciones o las tres del Escuadrón-Gendarmes del Ejército y cuando viajaba en Ferrocarril una sola seccion lo acompañaba o una escolta del Batallón de Zapadores. Pero formada la compañía de Guardias de la Presidencia, después propiamente Escuadrón, se olvidó la modestia republicana para substituir su Guardia con uniformes distintos de los demás Cuerpos del Ejército, y el lujo y el aparato borraron la sencilléz del General liberal y demócrata de días ídos. Así la recibió el Gobierno del Presidente Madero; erróneamente la conservó aparatosa y aristocrática y por imprevisión y descuido del
mando, se le llevó a un final oscuro que contrastó con sus actuaciones brillantes de los días de parada. El Comandante accidental en los días de rebelión el entonces Teniente César Ruiz de Chávez, me ha entregado una copia en que describe la actuación de la Guardia, que difiere de la información que debo al caballeroso General Urquizo, entonces Subteniente.
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano
LA GUARDIA PRESIDENCIAL