LA ASONADA MILITAR DE 1913 General Juan Manuel Torrea CAPÍTULO VIGÉSIMO PRIMERO La Columna de Chalco que a principios de febrero había sido enviada para practicar una batida sobre las montañas de la cordillera de los volcanes, estaba constituída por el 38° Batallón Irregular a las órdenes del Capitán 1° de Estado Mayor Emesto Robert, por una sección de ametralladoras y un cañón de montaña con sus servidores correspondientes, al mando del Teniente Coronel de Infantería Francisco J. Vasconcelos. El Comandante de la columna tuvo conocimiento de lo que acontecía en México. al bajar a la Hacienda de San Juan de Guadalupe y dando sólo el tiempo necesario para que la tropa tomara algún alimento y descansara, emprendió la marcha para Amecameca, lugar que le ofrecía toda clase de comunicaciones con la Capital de la República. A las pocas horas de haber llegado a esa población recibió, procedente de Cuernavaca, un telegrama firmado por el C. Presidente de la República en el que textualmente se le decía: Marche usted para México, con mayor número de fuerza, sin dejar desguarnecida la línea de su mando. Yo con General Angeles, estaré por Tacubaya. Para no dejar desguarnecida la línea, marchó el Teniente Coronel Vasconcelos con sólo la columna expedicionaria llegando a la Plaza de México el día diez de febrero de 1913 por la noche, ordenándole desde luego el General Comandante Militar, que con la fuerza de su mando se pusiera a las órdenes del General José Delgado, quien dispuso en la madrugada del 11 el avance hacia la Ciudadela. Al llegar a las esquinas de las calles de la Independencia y Ancha, el citado General Delgado ordenó que el 38° Batallón con su comandante marchara para el Campo Florido y procediera a la ocupación de la cárcel de Belem, dejándole en sustitución de este Cuerpo una sección del 20° Batallón que el Teniente Coronel Vasconcelos ignoraba que fueran restos de las tropas sublevadas ... Siguió su marcha con dirección al Sur, con las precauciones que esa marcha requería, hasta llegar al ángulo formado por esta calle y la de Victoria, es decir, a unos sesenta metros aproximadamente del edificio de la 6a. Comisaría. En ese punto hizo alto, y el Teniente Coronel se dió cuenta de que caminaba sin previo reconocimiento y fue entonces cuando ordenó a un Oficial que reconociera los lugares cercanos, comisión que desempeñó eficazmente disfrazado con la ropa de un peluquero, descubriéndose algunas de las posiciones felicistas: la Sexta Comisaria, esquina de Revillagigedo y Jardín Carlos Pacheco, Edificio de la Asociación Cristiana y otros que no cita. En vista de estos datos el Jefe se vió obligado a tomar inmediatamente un dispositivo, colocando el cañón apoyado por una ametralladora para atacar a los ocupantes del Edificio de la Asociación, el enemigo felicista se disponía a batirlos con intenciones probables de impedir el avance, y ordenó que no se hiciera fuego hasta que se viesen obligados a contestar el de ellos. Se me hizo muy rara la disposición del General Delgado, pero tenía que obedecer sin discución y me limité a esperar, cubriendo lo mejor posible a mis hombres a fin de que no los mataran impunemente. Una imprudencia de un oficial comprometió la situación de aquella tropa y la vida del Comandante y de todos sus subordinados. El oficial que tenía a su mando el cañón, se pasó a media calle a galantear a una joven que la cruzaba llevando su mandado, con lo que distrajo a sus propios soldados de la obligación única y principal. Los felicistas que observaron aquella maniobra de amor y de guerra, rompieron el fuego con ametralladora cayendo heridos unos y muerto el oficial, la joven y todos los artilleros. La sección del 20 se desbandó en bochornosa fuga abandonando el cañón y el Comandante del punto estuvo próximo a dispararse un proyectil ante aquel desastre originado por la imprevisión, falta de disciplina y concepto de su grado de aquel oficial artillero. Al Comandante de aquel punto le quedaron, después de este momento de desastre, sólo tres soldados del 38 Batallón; pensó en seguida salvar el cañón y dirigiéndose a ellos les ordenó que le sacaran de la bocacalle, pero aquella orden fue contestada con el silencio ... Fue entonces cuando el Teniente Coronel Vasconcelos, desenfundando su pistola, personalmente se dirigió a la bocacalle intentando sacar el cañón, pero sólo pudo traerse un pequeño cofre. Ante el ejemplo del jefe, aquellos soldados colocaron su fusil a la granadera y con toda decisión y valor salieron a la bocacalle y entre una lluvia de proyectiles arrastraron el cañón y lo condujeron hasta el edificio de la Academia Metropolitana, (antiguo jardín de Tarasquillo). Salvado el cañón, el Teniente Coronel Vasconcelos con sus tres hombres se peresentó al General Cauz, quien en aquellos momentos se encontraba en la esquina de las calles de Independencia y Ancha. A pocos momentos se presentó el General José Delgado y, después de haberse enterado del acontecimiento, condujo en coche al Teniente Coronel Vasconcelos a la Rinconada de San Diego. Según la asevra el mismo Teniente Coronel Vasconcelos, el General Cauz no dió la menor importancia a aquel incidente. Minucias del oficio. El General Delgado, ya en San Diego, pidió cañones y se le proporcionaron dos a las órdenes del Teniente Coronel Gamboa, y para su sostén puso a las órdenes del Teniente Coronel Vasconcelos a un oficial y cinco individuos de tropa de Infantería armados con carabinas Winchester. Con esos elementos marcharon los dos jefes citados a ocupar la esquina de las calles de Victoria y San Juan de Letrán, punto en que se abrió y se sostuvo el fuego de artillería. pues los infantes tenían al enemigo fuera del alcance de sus carabinas y posteriormente el mismo General Delgado, cuyas órdenes eran notoriamente desacertadas, ordenó la traslación de los cañones al Campo Florido, dejando al cuidado del Teniente Coronel Vasconcelos aquel punto, con elementos integrados por un oficial y cinco individuos de tropa y algunos de los dispersos del 20 Batallón que volvieron a incorporarse. Uno de tantos días, refiere el Teniente Coronel Vasconcelos en los apuntes que me obsequió pudo sorprender a una Compañía del 7° Batallón que, con su capitán a la cabeza, venía en retirada por la calle de Nuevo México; le mandó hacer alto y ordenó al Capitán que con la fuerza a sus órdenes, se le incorporara en tanto se le daban nuevas instrucciones. Supo por una mujer del pueblo, que desde el primer día de la bola se encontraban ocultos, en una de las casas de la calle de San Juan de Letrán, algunos rurales que se querían pronunciar contra el Gobierno;
fue el Teniente Coronel Vasconcelos al lugar que se le señaló y, efectivamente, encontró a un Mayor, tres Oficiales y de 40 a 50 individuos de tropa e igual número de caballos. Para alejar al Jefe, por la suposición que había de que se rebelara, dió orden de que todo el personal quedara a sus órdenes, en tanto el Jefe fuera a gestionar lal ministración de haberes para el personal y forrajes para la caballada. La comisión la desempeñó con diligencia, presentándose al siguiente día con haberes y forrajes, lo que alejó del Teniente Coronel la presunción de que hubiera tratado de sublevarse. Con todos estos elementos, más el cañón que recogió de la Academia Metropolitana, inició nuevamente el avance para volver a ocupar la esquina de Victoria y Calle Ancha, de cuyo lugar no permitió el General Delgado que se avanzara un paso más, ya que según el Teniente Coronel Vasconcelos, podría haberlo hecho y se le dió orden terminante para que desde esa esquina sostuviera el fuego. Cuando se pactó el armisticio, con objeto probalemente de levantar cadáveres, la tropa del Gobierno lo respetó debidamente, hasta que fue roto por los pronunciados antes de que se cumpliera el plazo estipulado, y ese torpe armisticio, concedido indebidamente por el Gobierno, se aprovechó por los rebeldes, al tratarse del elemento que se enfrentaba a esa columna, para emplazar dos o tres ametralladoras ocultas en una bocacalle, no recuerda si en la de Balderas y Victoria, lo que puso a aquel punto en condiciones desfavorables, porque los defensores del Gobierno estaban colocados para servir de blanco. Cuando se localizaron las ametralladoras, el único Sargento artillero que quedó con el cañón del episodio ya relatado, al romper el armisticio, hizo tres disparos sobre el parapeto que las cubría y esos bastaron para acallarlas y acabar con los que las servían. Las armas abandonadas las recogió el entonces Teniente Coronel Eduardo Ocaranza y siempre lamentó el Teniente Coronel Vasconcelos haber perdido el nombre de aquel Sargento que tan heroicamente supo permanecer en su puesto. Cuando los rebeldes intentaron atacar las posiciones de los leales, emplazaron su artillería en la esquina de dicha calle y los Arcos de Belem, cosa que no lograron debido a la acertada disposición del General Celso Vega que ordenó un fuego constante, en el día con artillería cuando se presentaba algún vehículo y con ametralladora o fusil cuando se observaba la presencia de gente; durante la noche se continuaba el fuego con periodicidad, con la línea de mira paralela al suelo a cincuenta centímetros sobre su superficie. Debido, dice el Teniente Coronel Vasconcelos, a la orden del General Delgado, no se avanzó ni un paso sobre la Ciudadela y se le obligó a combatir sólo conservando las posiciones, lucha de esa naturaleza que cesó hasta la terminación de los diez días de intensos tiroteos. Al darse término a la asonada, el General Comandante Militar ordenó por escrito que se suspendiera el fuego y que no abandonaran las posiciones, las que dos días después se desocuparon en vista de nueva orden superior. No conserva datos el Teniente Coronel Vasconcelos de los muertos y heridos de la fuerza de su mando, ni otros de importancia y reglamentarios, como: material perdido y consumido, armas quitadas al enemigo, etc., porque extravió toda la documentación al respecto.
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano
LA COLUMNA DE CHALCO