Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Cuarto. En la ceremonia del 5 de febrero Capítulo Sexto. Los zapadoresBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO QUINTO
LA VÍSPERA DE LA REBELIÓN


Así las cosas, llegamos al 8 de Febrero de 1913, día en que, como a las seis de la tarde, me mandó llamar el Coronel para decirme que había ocurrido a una cita urgente del Comandante Militar, quien había reunido en su oficina a los diversos Jefes de los Cuerpos, para manifestarles que había llegado a conocimiento de las autoridades militares superiores, la especie de que algunos Jefes no eran leales, que en su obligación estaba exhortados para que en todo caso cumplieran con su deber, aunque él en verdad no había dado importancia a la información que se estimaba como calumniosa, ni a las noticias alarmantes que circulaban en el público. Ya cuando se iban a retirar los Jefes, el General Comandante Militar, con la costumbre que tenía de rubricar sus órdenes, les dijo que le respondían con la cabeza para conservar la disciplina en las tropas a sus órdenes. Como ya era endémico, la autoridad militar ordenó un acuartelamiento riguroso de las tropas, incluyendo a todos los Jefes, para quienes se señaló la prevención de que por ningún motivo deberían de separarse del Cuartel sin autorización del propio Comandante Militar.

Recibí orden de marchar con los dos Escuadrones y cuando en el centro del patio vigilaba que se ensillaran prontamente, se le presentó al Coronel la oportunidad de quitarme el mando momentáneo de aquella fuerza, con el objeto seguramente de desarrollar los propósitos de otra índole que entraban en su plan, aprovechando la presencia en el Cuartel de un primo mío a quien debía atenciones y quien se hallaba en la urgencia de partir esa misma noche para mi estado natal, Tamaulipas.

El Coronel lo recibió en la puerta de la Comandancia; espontáneamente bajó al patio acompañándolo, y en su presencia, comprometiéndoce, me ofreció que él mandaría la tropa con los Capitanes a fin de que yo pudiera acompañar a mi primo a la estación y que después me incorporara a Zapadores a cumplir con el servicio que se me había determinado.

El Coronel encontraba la ocasión de acomodar al Capitán 1° rechazado por mí, y al presentarme en Zapadores, con facilidad, e impunemente aquel oficial habría podido cumpbr la orden de amarrar al Mayor Torrea y entonces sí con camino abierto y sin obstáculo alguno, la rebelión se habría apoderado de todo el recinto del Palacio Nacional.

Pero no fue así, porque rechacé atenta y respetuosamente el ofrecimiento y el permiso del Coronel, dejando al primero marcharse solo.

Por educación militar, recibida de selectos Jefes como el General Pedro Troncoso y el Coronel Ricardo Rojas. jamás acepté suplencia en los servicios; siempre acostumbré descansar entre mis soldados y siempre creí axiomático aquel principio de la Ordenanza que previene que todo servicio en paz y en guerra se hará con igual puntualidad que al frente del enemigo, y a aquella negativa terminante de aceptación de la supuesta emboscada cortesía del Coronel, se debió que el Gobierno no perdiera todos los puntos del recinto del Palacio Nacional y que el Cuartel de Zapadores, por tal circunstancia, se convirtiera en la llave de la posición para irrumpir a los patios del viejo edificio y errebatar las guardias a los desleales que se habían apoderado de ellos.

El mismo General Comandante Militar ordenó que el que esto escribe, saliera del Cuartel de Tacubaya a las nueve de la noche del día 8 y dos Escuadrones que deberían seguir su marcha por la Reforma y calle de San Francisco y Plateros (ahora Avenida Madero) hasta hacer alto en la esquina del portal de Mercaderes. Recomendó que la marcha se hiciera precisamente al paso y en columna de viaje por dos, con el fin, palabras textuales del General Villar, de que crean los que la vean que es una columna muy numerosa.

Una vez que llegamos a la esquina del portal de Mercaderes, para cumplimentar lo ordenado hice desfilar un Escuadrón para que fuera a tomar cuartel en Santiago (cuartel anexo) con instrucciones de que desempeñara un servicio de vigilancia semejante al que con dos Escuadrones se verificó el día 5 de Febrero. Aquel Escuadrón y la fuerza destacamentada en Santiago, a que ya me he referido, debería de quedar a las órdenes del Mayor Jefe del Detall, quien por cierto no se presentó al desempeño de tal comisión.

El Escuadrón a que me refiero lo puse a las órdenes de un Capitán primero, habiendo dispuesto que el Capitán segundo que lo mandaba, quedara al frente del que estuvo a mis órdenes directas, Tenía mayor confianza en aquel Capitán primero por su representación y conducta, y sin embargo, tuve la pena de equivocarme, pues al siguiente día venía formando parte de las fracciones sublevadas y después del tiroteo de la plaza de armas, siguió incorporado a los desleales que se retiraron para esperar mejores momentos. Por mi parte, una vez que tomé posesión del cuartel de Zapadores, alojados los oficiales en el cuarto de banderas, encadenada la caballada, la tropa en la cuadra más próxima a la puerta, establecidos los servicios de guardias, rondines y patrullas. etc., etc.. busqué comunicación telefónica con el General Comandante Militar, cerca de las doce de la noche, para darle parte de mi incorporación y de que se habían cumplido exactamente las órdenes que se habían recibido, y al pronunciar la frase de: ¿no tiene usted más que ordenar?, oí como siempre la voz de aquel viejo militar, rubricando sus órdenes: ya sabe usted, mucha vigilancia, mucho cuidado, y en caso de alteración del orden, mucha bala, mucha bala, mucha bala.

En fin, ya estaba allí después de salvar algunas dificultades y obstáculos en mi Regimiento.

Los Escuadrones que llevé a mis órdenes no llegaron a completarse reglamentariamente; pues a fuerza de empeño, sólo conseguí que dos secciones fueran completas y la tercena con una escuadra menos. El Ayudante, que era antiguo pero poco diligente y mal oficial, quizá por negligencia de los Oficiales de semana, por la suya propia, o por alguna no sana intención, retardó la organización de los Escuadrones y ya próxima a sonar la hora en que debería emprender la marcha, tuve personalmente que activar que se ensillara, y me vi obligado a arrestarlo por su falta de actividad y por haber pretendido engañarme, dándome información de que no se podian completar ni siquiera Escuadrones mínimas (de dos secciones de a 32 hombres cada una). Con los oficiales de semana personalmente logré, porque había aún personal, que se alistara el mayor número de fuerza, hasta muy cerca de constituir los dos Escuadrones máximos.

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