Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Sexto. En Zapadores Capítulo Octavo. Lo que pasaba en TacubayaBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO SÉPTIMO
INFANTILIDAD DE FUNCIONARIOS Y PELIGRO DEL GOBIERNO


De nada habían servido los avisos que la víspera de la rebelión y por distintos conductos habían llegado hasta la Presidencia de la República; el General Delgado personalmente informaba a don Juan Sánchez Azcona que la artillería se iba a sublevar; el General Cosío Robelo trasmitía noticias sobre una posible sublevación, pero se estrellaban ante el ambiente de optimismo de que se habían contagiado, uno a uno, todos los principales elementos gubernamentales.

La policía cruzada de brazos, cuando no cómplice, dejaba obrar a los instigadores de la rebelión, y el mando militar inferior, desorientado por la bondad y complacencia del Jefe del Estado y por la vacilación del Secretario de Guerra, no se sentía seguro para desarrollar la debida energía en el monmento solemne, pues se exponía a ser desautorizado por la indiscutible benevolencia del señor Madero. El General Comandante Militar pensaba, y pensaba bien: cuando se le insinuó algo por alguno de sus inmediatos inferiores le respondió que él no podría obrar con determinante energía en tanto no tuviera seguridad de la falta militar y del presunto delito cometido por alguno de los Jefes y Oficiales de su dependencia; él creía, y con razón, que la obligación era de la Policía, que a ella tocaba investigar dónde se verificaban las reuniones, qué militares concurrían y completar una información, no conformándose con asegurar, como hacían aquellos ineptos agentes, que se decía tal o cual cosa, pero que sólo era labor de los alarmistas y de los enemigos del Gobierno. El General Comandante Militar varias veces con energía y con enfado expresó al Jefe de la Policía en presencia de las autoridades militares superiores que completara sus investigaciones, que presentara pruebas para que se le diera la ocasión de obrar con toda energía, aunque siempre lo haría con el recelo de que si adoptaba algunas medidas severas, como deberían ser las del caso, quizás el Presidente de la República no les concediera su aprobación. La Secretaría de Guerra tenía en sus manos un seguro remedio: remover algunos mandos, como tanto lo pidió el General Comandante Militar; pero eso no habría de realizarse, como no se llevó a cabo, porque el alto mando no supo ser previsor, era un elemento que estaba muy lejos del secreto aquel del mando selecto que se caracteriza por obrar pronto, hábil y políticamente.

El Ministro nada decidió hacer y se reveló un vencido al pronunciar aquella célebre frase contestando las buenas noches a uno de sus subalternos: Quién sabe si serán buenas, respondió el Ministro, porque ya sabe usted que se dice que tenemos cuartelazo en puerta ...

Ante aquellos temores, el que manda no debe marcharse a su casa, se toman precauciones y se sacrifica uno un poco, pues en esto consiste la responsabilidad ...

Frases parecidas tuvieron razón de pronunciar el General Miramón y el señor Carranza, aquel a medio siglo de distancia, porque estaban al borde del abismo, pero no el Secretario de Guerra de un Gobierno legal que contaba con elementos para haber removido esa noche y alejar de los lugares de su reclusión a los dos rebeldes que indudablemente deberían acaudillar la rebelión.

Se ha escrito que don Gustavo Madero, al retirarse de la cena que se ofrecía al ingeniero Reynoso, desplegó suma actividad y estuvo dando conocimiento a los Jefes Militares de hechos anormales que tenían su verificación en Tacubaya; se dijo que los Ministros de Guerra y Gobernación, el comandante Militar y el Mayor de la Plaza tuvieron esas noticias y aunque los tres primeros vivían cuando tal cosa se aseveró, nunca he sabido que hubieran rectificado. El Comandante Militar tomó las medidas que creyó oportunas y, como ya hemos dicho en el curso de este relato, se le obstruccionó en el propósito de relevar las guardias. En cuanto a la Policía, no tomó las providencias del caso; dejó a don Gustavo Madero la función que a ella competía y ni siquiera supo aprovechar la actividad de aquella persona que informalmente hacía sus investigaciones.

Se ha dicho que don Gustavo Madero estuvo a punto de haber sido aprehendido cuando en auto hacía una excursión exploradora, desesperado ante la lenidad y la incuria de la Policía; que por teléfono se comunicó con el Secretario de la Guerra y Comandante Militar sirviéndose como conducto del Inspector de Policía, como en su caso lo asienta el General Villar en la información que inserto transmitiendo las palabras del valeroso Divisionario.

Don Gustavo Madero, se ha dicho también, se retiró contrariado cuando se dió cuenta de la tranquilidad inexplicable de la Policía, la que en vez de tomar algunas precauciones y dictar algunas órdenes, se conformaba con mandar a Tacubaya algunos agentes para ratificar o rectificar lo que la voz de la calle decía y que don Gustavo Madero le comunicaba después de haber estado en el propio lugar de los acontecimientos.

A comentarios variados y duros se presta esta actitud de las autoridades: ¿cómo se mandaban policías aislados a un lugar en donde estuvieron a punto de ser prisioneras personas de mayor previsión y aptitud?; ¿cómo seguían tranquilos en sus casas los funcionarios que habían recibido los avisos de alarma?-; cómo todo era indolencia, abandono y deslealtad ...; pero las cosas así pasaron y la imprevisión se ostentaea desconsoladora cuando el propio Secretario de Guerra se concretó a pensar si la noche sería buena, y él y las principales autoridades dejaban al azar una situación grave y según ellos irremediable.

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