AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO UNDÉCIMO
PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL LÁZARO CÁRDENAS
ACTOS IMPORTANTES DEL GOBIERNO DEL GENERAL CÁRDENAS
Declaraciones de Calles a un grupo de senadores. Contestación que dió el presidente Cárdenas. Mi intervención en este asunto. Salida del General Calles. Su regreso al país. El presidente ordena sea expulsado de México.
El día 1° de diciembre de 1934 envió el Ejecutivo a la Cámara de Diputados un proyecto de ley tendiente a remover a los miembros del Poder Judicial, desapareciendo así la inamovilidad de ese Poder.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación quedó integrada de la siguiente manera:
Licenciados Daniel F. Valencia, Francisco H. Ruiz, Alfonso Pérez Gasca, Rodolfo Chávez, Jesús Garza Cabello, Sabino M. Olea, José Ortiz Rodríguez, Alberto Iñárritu, Rodolfo Asiain, Javier Icaza, Genaro V. Vázquez, Abonamar Eboli Paniagua, Emilio López Sánchez, Octavio M. Trigo, Luis Baz Drech, Salomón González Blanco, Alfonso Francisco Ramírez, Octavio Mendoza González, Vicente Santos Guajardo, José María Truchuelo, Daniel Galindo, Agustín Aguirre Garza.
Fue nombrado presidente del Partido Nacional Revolucionario el general Matías Romero, quien substituyó al senador Carlos Riva Palacio.
La labor desarrollada por el presidente Lázaro Cárdenas fue intensa en todos los órdenes de la administración, sobre todo la tendiente a resolver los problemas sociales, económicos y culturales del país.
Se dio nueva organización al Banco Nacional de Crédito Agrícola y Ejidal a fin de que fuese más práctica su labor y se aumentó considerablemente su capital.
Se inauguró la carretera México-Laredo, continuándose con gran intensidad las obras de irrigación y construcción de caminos. El ferrocarril de Sonora a la Baja California se hizo realidad y se iniciaron los trabajos del ferrocarril Tabasco-Campeche- Yucatán.
Se expidió el reglamento que debería regir la escuela socialista, que tendría las siguientes características: Obligatoria, gratuita, de asistencia infantil, coeducativa integral, vitalista, progresiva, científica, desfanatizante, orientadora, cooperativista, emancipadora, nacionalista.
La labor en materia de salubridad fue también de gran importancia. Se inauguró el hospital Anti-Tuberculoso de Tlalpan, cuya construcción se iniciara en el año de 1929. El Hospital de Perote; creándose campos de descanso para obreros, médicos rurales y otras importantes instituciones en beneficio de los trabajadores y de los campesinos.
Se fundó el Departamento de Asuntos Indígenas, que dio gran atención a las tribus tarahumaras, chamula, a los del Valle del Mezquital, estableciéndose en sus regiones, escuelas y centros de higiene. Se instituyó en la capital la Casa del Agrarista.
Se expidió un Decreto por el cual la Nación quedó definitivamente como propietaria de los cuatro Ferrocarriles Nacionales de México. En 1935 se promulgó la Ley de Mexicanización de las compañías de seguros.
Otras muchas obras de importancia se inauguraron en el período del general Cárdenas.
El presidente Cárdenas ha sido, sin duda, el que más recorrió todos los Estados de la República, para informarse personalmente de las necesidades de los pueblos que fueron atendidas siempre. Fue durante el gobierno del general Cárdenas cuando regresan a México los exiliados señores Adolfo de la Huerta, general Pablo González y el ex-general Félix Díaz.
Dos acontecimientos de suma importancia ocurrieron durante la presidencia del señor general Lázaro Cárdenas; su rompimiento con el general Plutarco Elías Calles y la expropiación de los bienes de las compañías petroleras.
El primero provino de unas declaraciones que el señor general Calles hizo por conducto del señor licenciado Ezequiel Padilla el día 11 de junio de 1935, en ocasión de la visita que un grupo de Senadores le hizo en su finca Las Palmas de la ciudad de Cuernavaca.
El día 1° de junio de 1935 -seis meses después de que tomara posesión de la presidencia de la República el general Cárdenas- en acuerdo que tuve con él, al platicar sobre asuntos de política general, le hice saber que tenía conocimiento de que esa misma mañana un grupo de senadores había celebrado con el señor general Calles una entrevista, en su residencia de la hacienda de Santa Bárbara. En tal entrevista el propio general Calles se había mostrado intemperante para el gobierno y había hecho una dura crítica sobre los procedimientos que se estaban poniendo en práctica para el cumplimiento del Plan Sexenal. Añadí que, en mi concepto, aquella actitud del general Calles era perjudicial para el prestigio del gobierno; tanto más cuanto que, según yo tenía entendido, se iba a publicar al día siguiente un resumen de la entrevista, hecha por el señor licenciado Ezequiel Padilla, a quien el general Calles había autorizado para hacer públicos los conceptos vertidos por él ante los senadores.
El general Cárdenas me dijo estar ya enterado de todo lo que le manifesté, expresándome al mismo tiempo que él sabría asumir en su oportunidad la actitud digna y decorosa que las circunstancias reclamaran, cualesquiera que ellas fueren ... Según me indicó, deseaba no precipitar ninguna situación; pues creía de su deber evitar hasta lo último el menor motivo de división que lo hiciera aparecer ante la historia como un provocador de la más leve dificultad dentro del grupo revolucionario. En tal virtud, me suplicó me dedicara desde aquel momento (6 de la tarde), a buscar al señor senador Padilla y le expresara en su nombre que fuese a verlo a Palacio o a su residencia.
Inmediatamente me despedí del presidente y comisioné a varios de mis ayudantes para que localizaran al señor licenciado Padilla, quien no pudo ser encontrado, habiéndoseme informado que esa tarde había salido de México rumbo a Cuernavaca, en donde tampoco lo pude localizar. A las once de la noche me comuniqué por teléfono con el general Cárdenas, para manifestarle que no había logrado encontrar en ninguna parte al senador Padilla, motivo por el cual no había podido comunicarle sus deseos.
El propósito del señor general Cárdenas era el de hablar al licenciado Padilla para que suspendiera la publicación de aquella entrevista con el general Calles, que tanto había de influir en los destinos del país.
La entrevista Calles-Padilla se publicó en todos los periódicos al siguiente día.
Se dijo entonces -y se sigue aún creyendo por algunos de mis malquerientes- que yo conocía el contenido de aquel histórico documento antes de ser publicado; que mi amigo, el señor licenciado Ezequiel Padilla, me enteró de su texto anticipadamente. Nada más falso. Yo no conocí dicho escrito sino cuando fue publicado y aseguro que, si en mis manos hubiese estado localizar al licenciado Padilla, como me lo había indicado el presidente, hubiese hecho todo lo posible por evitar tal publicación.
La agitación que provocó en todos los sectores sociales, pero principalmente en el obrero, al que aludía el general Calles en forma irritante, fue trascendental. De todas las gentes adictas al presidente surgían voces airadas de protesta en contra del general Calles. Todo indicaba que se planteaba una seria crisis para el gobierno.
Yo me limité a telefonear al presidente desde mi despacho de la Secretaría, para manifestarle que estaba en mi puesto y que, cualesquiera que fuesen las circunstancias, me tenía a sus órdenes.
Declaraciones de Calles:
Debo hablar a ustedes con la franqueza que acostumbro: lo que ocurre de más inquietante en las Cámaras, según los informes que he recibido, es que comienza a prosperar esa labor tendenciosa realizada por agentes que no calculan las consecuencias para provocar divisiones personalistas. Está ocurriendo exactamente lo que ocurrió en el período del presidente Ortiz Rubio. Un grupo se decía ortizrrubista y otro callista. En aquellos tiempos, inmediatamente que supe estos incidentes, traté personalmente y por conducto de mis amigos de conjurarlos; pero pudieron más los elementos perversos, que no cejaron en su tarea hasta el desenlace de los acontecimientos que ustedes conocen.
Actualmente en la Cámara de Diputados se ha hecho esa labor personalista de una manera franca y abierta y conozco los nombres de quienes la mueven.
Todos los que tratan de dividirnos hacen una labor pérfida que no está inspirada en ningún elevado propósito, ni en la persecución de un ideal político. Sólo buscan el medro personal, la conquista de influencia para sus intereses bastardos y es un crimen que movidos por estos motivos, no vacilen en atraer para el país las más graves y desastrosas consecuencias.
La historia reciente de nuestra política nos ha enseñado con acopio de experiencia, que las divisiones personalistas sólo conducen al desastre final; debieran, pues, suprimir en las Cámaras esas categorías injustificadas de cardenistas y callistas; y de cardenistas, de primera, de segunda y de última hora. Cuando comienza la división de los grupos a base de personas, toman parte en estas decisiones, primero, los diputados, senadores, gobernadores, mínistros, y por último, el ejército. Como consecuencia el choque armado y el desastre de la nación.
Debieran saber los que prohijan y realizan estas maniobras, que no hay nada ni nadie que pueda separarnos al general Cárdenas y a mí. Conozco al general Cárdenas. Tenemos 21 años de tratarnos continuamente y nuestra amistad tiene raíces demasiado fuertes para que haya quien pueda quebrantarlas.
También ha llegado a mi conocimiento -dice el general Calles- la formación en las Cámaras de alas izquierdas, formación que creo un desacierto y un peligro. ¡Cómo! -exclama con energía-, hemos actuado dentro de un Partido; hemos concurrido a convenciones, discutiendo su programa de acción y de principios, y protestando su cumplimiento, y ahora venimos a la formación de alas izquierdas; lo que quiere decir que habrá alas derechas. Seguramente que nadie aceptará quedar atrás, y de ahí comienza el marathon de radicalismos y con ello el comienzo de los excesos que a ningún acierto pueden conducir.
Este es el momento en que necesitamos cordura. El país tiene necesidad de tranquilidad espiritual. Necesitamos enfrentarnos a la ola de egoísmos que vienen agitando al país. Hace seis meses que la nación está sacudida por huelgas constantes, muchas de ellas enteramente injustificadas. Las organizaciones obreras están ofreciendo en numerosos casos ejemplos de ingratitud. Las huelgas dañan mucho menos al capital que al gobierno; porque le cierran las fuentes de la prosperidad. De esta manera las buenas intenciones y la labor incansable del señor presidente están constantemente obstruidas, y lejos de aprovecharnos de los momentos actuales tan favorables para México, vamos para atrás, retrocediendo siempre y es injusto que los obreros causen este daño a un gobierno que tiene al frente a un ciudadano honesto y amigo sincero de los trabajadores, como el general Cárdenas. No tienen derecho a crearle dificultades, y de estorbar su marcha. Yo conozco la historia de todas las organizaciones, desde su nacimiento; conozco sus líderes, los líderes viejos y los líderes nuevos. Sé que no se entienden entre sí y que van arrastrados en líneas paralelas por Navarrete y Lombardo Toledano que dirigen el desbarajuste. Sé de lo que son capaces y puedo afirmar que en estas agitaciones hay apetitos despiertos, muy peligrosos en gentes y en organizaciones impreparadas. Están provocando y jugando con la vida económica del país, sin corresponder a la generosidad y a la franca definición obrerista del presidente de la República. ¡La huelga líbre! -proclaman- y cuando comienzan las dificultades, entonces corren, acuden al gobierno, diciéndole: ¡ampárame!, ¡protégeme!, ¡sé el árbitro! ¿No es esto un absurdo? Una huelga se declara contra un Estado que extorsiona a los obreros y les desconoce sus derechos; pero en un país en donde el gobierno los protege, los ayuda y los rodea de garantías, perturba la marcha de la construcción económica, no es sólo una ingratitud, sino una traición. Porque estas organizaciones no representan ninguna fuerza por sí solas. Las conozco.
A la hora de una crisis, de un peligro, ninguno de ellos acude y somos los soldados de la Revolución los que tenemos que defender la causa. Y no podemos ver con tranquilidad que por defender intereses bastardos, estén comprometiendo las oportunidades de México. No han sabido ni siquiera escoger los casos apropiados para sus huelgas. A la compañía de Tranvías que está en bancarrota, que pierde dinero, le declararon una huelga; a la Compañía Telefónica, que ha concedido lo que justificadamente podía pedírsele: altos salarios, jubilaciones, servicios médicos, indemnizaciones, vacaciones y lo que la ley exige, le han declarado una huelga porque no aumenta más los salarios, no obstante que la compañía manifiesta que no ha repartido dividendos hace muchos años y que no tiene con qué hacer frente a salarios elevados. En Mata Redonda todos recordamos cómo en los últimos meses de la administración del general Rodríguez, él sirvió de árbitro en el conflicto obrero de esa compañía; el entonces presidente dictó un laudo favorable, porque el general Rodríguez fue también amigo de los obreros. Pues bien, apenas iniciaba su gobierno el señor presidente Cárdenas, cuando nuevos apetitos insaciables se burlaron del laudo presidencial y suscitaron una nueva huelga. En la Compañía Petrolera de San Rafael, han decidido la huelga las organizaciones obreras por el fútil motivo de una disputa de supremacía de bandos obreristas, lo que hubieran podido arreglar con un simple recuento.
¿Y qué se obtiene de estas ominosas agitaciones? Meses de holganza pagados, el desaliento del capital, el daño grave de la comunidad. ¿Saben ustedes que en una ciudad como León, con motivo de las huelgas por solidaridad, expusieron a sus 100,000 habitantes a la posibilidad de desastres tan grandes como los que derivan de la falta de servicios municipales de luz, de salubridad, de servicios de agua? Nada detiene el egoismo de las organizaciones y sus líderes. No hay en ellos ética, ni el más elemental respeto a los derechos de la colectividad.
Seguramente ellos murmurarán: ¡el general Calles está claudicando! Pero yo arrostro en beneficio de mi país, estos calificativos que no me alcanzan.
Necesitamos, pues -termina- conciencia de nuestros actos. Yo me siento por encima de las pasiones y sólo deseo el triunfo de los hombres que se han formado conmigo; anhelo el triunfo del gobierno actual, que puede dejar con las grandes oportunidades actuales de México, una huella luminosa de su actuación.
La avalancha de políticos, generales resentidos, ex-funcionarios dolidos y gentes que habían quedado fuera del presupuesto, no se hizo esperar. El camino a Cuernavaca, donde tenía su residencia el general Calles, se vió concurridísimo de automóviles cargados de personas que iban a felicitarlo por su actitud, la cual ponía un hasta aquí al desbarajuste que -según ellos- se había iniciado con la toma de posesión del nuevo presidente. Muchos senadores y diputados e inclusive, miembros prominentes de la administración, hicieron viaje a Cuernavaca, con el objeto de protestar su adhesión y felicitar al general Calles. Los hilos del telégrafo transmitían por millares las felicitaciones de gran número de gentes que ofrecian su solidaridad al señor general Calles en aquel supremo momento.
Por la tarde de ese día, estando ya en mi oficina de la Secretaría de Relaciones, recibí un llamado telefónico del señor general Cárdenas, que me indicaba estuviese a las ocho en su residencia de Los Pinos. En punto de esa hora llegué, haciéndome pasar inmediatamente el señor coronel Núñez al despacho privado del presidente.
Después de los saludos de rigor me manifestó más o menos lo siguiente:
Te he suplicado vinieras a verme para tener contigo un cambio de impresiones sobre los últimos acontecimientos del día y para que me des tu opinión, imparcial y desapasíonada. sobre lo que yo he pensado hacer.
Pero antes, Quiero que oigas y conozcas la mía. Sin duda, continuó el presidente, el momento actual señala un límite a la política de cordialidad y de tolerancia que el Gobierno a mi cargo viene desarrollando. La conducta del señor general Calles al censurar públicamente, como lo ha hecho en la entrevista que publican los diarios de la capital, los procedimientos que he venido poniendo en práctica desde que me hice cargo de la presidencia para cumplir el programa de la Revolución, significa una intromisión ilegítima y atentatoria, que no estoy dispuesto a tolerar. He pensado fríamente acerca de la actitud que deberé asumir ante tal conducta, y, muy a pesar de la gran estimación que he profesado al general Calles, a quien siempre respeté como mi jefe, creo que el camino a seguir no tiene discusión de ninguna especie. Ni un solo instante he dudado de que, como presidente de la República, estoy en el deber de salvar el decoro del cargo que la Nación me ha conferido. En tal virtud, estoy obligado a rechazar con toda energía la censura pública e irrespetuosa que el mencionado general Calles hace a mi Gobierno.
A tal efecto, declaro que tengo plena confianza en las organizaciones obreras y campesinas del país y espero que sabrán actuar con la cordura y el patriotismo que exigen los legítimos intereses que representan.
Deseo expresar, finalmente que, en el puesto para el que fui electo por mis conciudadanos, sabré estar a la altura de mi responsabilidad y que, si he cometido errores, éstos pueden ser el resultado de distintas causas, pero nunca el producto de la perversidad o de la mala fe.
Creo tener derecho a que la Nación tenga plena confianza en mí y a que el grupo revolucionario se revista de la necesaria serenidad y continúe colaborando con el Ejecutivo en la difícil tarea que se ha impuesto. A tal fin, exhorto a todos los hombres de la Revolución para que mediten honda y sinceramente cuál es el camino del deber; pudiendo todos estar seguros de que jamás obraré en un sentido diverso del que ha inspirado siempre todos los actos de mi vida de ciudadano, de amigo leal y de soldado de la República.
A todo esto le contesté al señor presidente:
Creo que la conducta del general Calles, de censurar públicamente, como lo ha hecho en la entrevista que publican los diarios de la capital, los procedimientos que ha venido poniendo en práctica el gobierno para cumplir el programa de la Revolución, significa una intromisión ilegítima y atentatoria, que no debes permitir, y es de todo punto indispensable que salves el decoro y la dignidad del gobierno.
Creo que tienes razón -me dijo el presidente- y desde luego estoy de acuerdo en que debo rechazar, con toda energía, los cargos que hace el general Calles, a quien siempre he querido y respetado como jefe y amigo. A tal fin he pensado publicar unas declaraciones que he formulado y que te suplico leas y me des tu opnión sobre ellas.
Las declaraciones dicen así:
Ante la grave e injustificada agitación que se ha provocado en el país en los últimos días, en que fuertes sectores de todas las clases sociales han expresado su opinión y asumido actividades diversas que afectan profundamente a la buena marcha de la administración pública, creo de mi deber, en mi carácter de presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, dirigirme a mis conciudadanos para darles a conocer con sinceridad el sentir del Gobierno de la República, en relación con los problemas planteados.
Pienso que es ineludible deber, en el momento actual, que todos los que de alguna manera nos sentimos vinculados con el movimiento social de México, precisemos la responsabilidad histórica que hemos contraído y nos demos cuenta de que nuestra actuación, si queremos asumir esa responsabilidad, debe estar inspirada tan sólo en la más absoluta buena fe. en el desinterés y en el patriotismo.
Cumplo con el deber al hacer del dominio público que, consciente de mi responsabilidad como Jefe del Poder Ejecutivo de la Nación, jamás he aconsejado divisiones -que ,no se me oculta serían de funestas consecuencias- y que, por el contrario, todos mis amigos y correligionarios han escuchado siempre de mis labios palabras de serenidad, a pesar de que determinados elementos del mismo grupo revolucionario (dolidos, seguramente, porque no obtuvieron las posiciones que deseaban en el nuevo gobierno) se han dedicado con toda saña y sin ocultar sus perversas intenciones, desde que se inició la actual administración, a oponerle toda clase de dificultades, no sólo usando de la murmuración, que siempre alarma, sino aún recurriendo a procedimientos reprobables de deslealtad y traición.
En este sentido, mi conciencia no me reprocha nada que pudiera significar, de parte mía, la menor provocación para agitar o dividir el grupo revolucionario.
Refiriéndome a los problemas de trabajo que se han planteado en los últimos meses y que se han traducido en movimientos huelguísticos, estimo que son la consecuencia del acomodamiento de intereses representados por los dos factores de la producción y que, si causan algún malestar y aún lesionan momentáneamente la economía del país, resueltos razonablemente y dentro de un espíritu de equidad y de justicia social, contribuirán con el tiempo a hacer más sólida la situación económica, ya que su correcta solución traerá como consecuencia un mayor bienestar para los trabajadores, obtenido de acuerdo con las posibilidades económicas del sector capitalista.
Ante estos problemas, el Ejecutivo Federal está resuelto a obrar con toda decisión para que se cumpla el programa de la Revolución y las leyes que regulan el equilibrio de la producción, y, decidido, asimismo, a llevar adelante el cumplimiento del Plan Sexenal del Partido Nacional Revolucionario, sin que le importe la alarma de los representantes del sector capitalista. Pero, al mismo tiempo, considero de mi deber expresar a trabajadores y patrones que, dentro de la ley, disfrutarán de toda clase de garantías y apoyo para el ejercicio de sus derechos y que, por ningún motivo, el presidente de la República permitirá excesos de ninguna especie o actos que impliquen transgresiones a la ley o agitaciones inconvenientes.
A tal efecto, declaro que tengo plena confianza en las organizaciones obreras y campesinas del país y espero que sabrán actuar con la cordura y el patriotismo que exigen los legítimos intereses que representan.
Deseo expresar finalmente que, en el puesto para el que fui electo por mis conciudadanos, sabré estar a la altura de mi responsabilidad y que, si he cometido errores, éstos pueden ser el resultado de distintas causas, pero nunca el producto de la perversidad o la mala fe.
Creo tener derecho a que la nación tenga plena confianza en mí y a que el grupo revolucionario se revista de la necesaria serenidad y continúe colaborando con el Ejecutivo en la difícil tarea que se ha impuesto. A tal fin, exhorto a todos los hombres de la Revolución para que mediten honda y sinceramente cuál es el camino del deber, pudiendo todos estar seguros de que jamás obraré en un sentido diverso del que ha inspirado siempre todos los actos de mi vida de ciudadano, del amigo leal y de soldado de la República.
Al terminar de leer tales declaraciones, observé detenidamente el semblante del general Cárdenas. Nada había en él que significase nerviosidad, nada se notaba ni en su fisonomía, ni en sus ademanes, ni en su voz que alterara su habitual serenidad.
Antes de contestar a las interpelaciones que me había hecho el general Cárdenas, reflexioné rápidamente -tan rápidamente como es capaz el pensamiento humano- sobre la serie de cambios que traería para el país aquella actitud imprudente del general Calles.
Contesté al presidente en los siguientes términos:
Juzgo que lo que piensas hacer es el único camino que debe seguir cualquier hombre que se estime digno de sí mismo; pero sobre todo un presidente de la República. A la actitud antipatriótica del general Calles, nada más natural que la contestación mesurada y ecuánime que das en las declaraciones que acabo de leer y a las que no tengo ninguna observación que hacer. Tú sabes que yo tengo mucho que sentir del general Calles, por lo mal que se ha portado conmigo durante los últimos tres años. Desde el año de 1932, me considero desligado de él, además, por la serie de claudicaciones que ha tenido. Sin embargo, lo he respetado siempre y todavía le profeso cariño. Siento verdaderamente que haya dado el paso tan peligroso que ha dado; pero que ya no tiene remedio. Si tú permanecieras callado o hicieras declaraciones que no fuesen tan dignas como las que tienes pensado hacer tu prestigio ya demeritado en los seis meses que tienes de gobernar al país, se iría por tierra. Y créeme, tus amigos verdaderos -entre quienes me cuento yo- preferiríamos verte salir muerto del Palacio Nacional y no execrado por la opinión pública. Te felicito por tan digna actitud, y te repito, que cualesquiera que sean las circunstancias porque tengas que atravesar, estoy enteramente a tus órdenes.
Yo creo -continué- que, al conocerse en la República tu manera de obrar, casi no habrá ciudadano que no se sienta orgulloso de tener un presidente tan celoso de su respetabilidad. Los millares de mensajes que me dices está recibiendo el general Calles, los recibirás tú y con sorpresa verás que muchos de los firmantes de éstos, son los mismos que los de aquéllos.
El presidente agregó:
A lo anterior repuse:
Ese cargo es el menos deseable para mí; pero desde luego lo acepto con todo gusto, consciente de la responsabilidad que trae consigo.
Cerca de la media noche me despedí del general Cárdenas, habiéndome acompañado hasta mi automóvil el coronel Núñez.
Al día siguiente, previa cita que se hizo a todos los secretarios de Estado y Jefes de Departamento, se verificó en el Salón de Acuerdos del Palacio Nacional un Consejo de Ministros convocado por el presidente.
En tono mesurado y sereno, el señor general Cárdenas hizo una exposición detallada de los acontecimientos ocurridos en las últimas 48 horas y manifestó:
Que sentía mucho que, con motivo de tales acontecimientos, se planteara a su gobierno una crisis, de la que estaba absolutamente seguro de salir avante y que, para ello, creía contar con el apoyo de la inmensa mayoría de los mexicanos y especialmente de las agrupaciones obreras y campesinas.
Deseando quedar en plena libertad para reorganizar el gabinete, el general Cárdenas pidió a todos sus colaboradores le presentasen las renuncias de sus respectivos cargos.
El Consejo terminó pasadas las ocho de la noche.
Antes de ausentarnos de la Sala de Acuerdos, mi estimado amigo el señor ingeniero Juan de Dios Bojórquez, manifestó al presidente que consideraba conveniente que todos los dimitentes se dirigieran a la casa del general Calles en Cuernavaca, para hacerle una visita, que sin duda causaría una buena impresión y calmaría la gran agitación que ya se había extendido en todo el país.
El general Cárdenas, según tengo entendido, no objetó aquella sugestión.
Y, cuando el ingeniero Bojórquez me la comunicó a mí -que estaba conversando con el general Múgica- le dije incontinenti que no me parecía aquello decoroso y que, en consecuencia, yo no iría a Cuernavaca en aquellos momentos, reservándome visitar al general Calles, que era mi amigo, dos o tres días después.
El general Múgica estuvo de acuerdo con mi opinión y con la excepción de él y la mía, el resto de los dimitentes fue a visitar al general Calles.
MI ENTREVISTA CON EL GENERAL CALLES
Al día siguiente, en el acuerdo que tuve con el presidente Cárdenas, le indiqué que deseaba hacer una visita al señor general Calles para despedirme, ya que, aun cuando políticamente me consideraba desligado de él desde hacía tres años -y así se lo había hecho saber personalmente- le seguía teniendo cariño y respeto; que por lo tanto ese mismo día pensaba ir a Cuernavaca. A las 5 de la tarde llegué a la residencia del general Calles, quien me recibió desde luego en su despacho.
He venido a verlo -le expuse- para despedirme de usted pues he visto por las informaciones de la prensa, que se ausenta de la capital.
En efecto -repuso- salgo mañana en avión. He sentido como el que más lo que ha pasado y lamento que a mis declaraciones, que llevaban un sello de la mejor buena fe, en bien del país y del gobierno, se les haya dado una interpretación torcida. Esto ya no tiene remedio, desgraciadamente; y he tomado la determinación de ausentarme de la República, retirándome para siempre de toda actividad política. A mis amigos les recomiendo que ayuden al presidente y que procuren servir al país con toda lealtad.
Yo creo, general -le contesté- que lo que ha ocurrido es lamentable por todos motivos, porque trae consigo una honda división en la familia revolucionaria; pero creo, también que el presidente no podía haber obrado en otra forma que como lo hizo. El tono de las declaraciones de usted fue agresivo y si él hubiera permanecido callado, su autoridad habría quedado por los suelos.
En tiempos de Ortiz Rubio, todos sabemos que usted enmendaba desaciertos, pero siempre respetó usted la investidura del presidente y estimo que si al propio don Pascual le hubiese usted hablado en ese tono, quizá hubiese contestado en la misma forma en que lo ha hecho el general Cárdenas.
El general Calles observó:
Créame, licenciado, que yo obré con buena fe y con patriotismo, deseando prestar un servicio al gobierno: pero si no fue así, lo siento sobremanera. Con esto, doy por terminada mi vida política y dejo toda la responsabilidad en las manos de quienes en estos momentos dirigen el país. Como le digo, deseo que la administración del general Cárdenas salve a la Revolución. He encomendado a mis amigos que le ayuden en esa tarea difícil.
Esa es en mi concepto -continué- la actitud patriótica que lo enaltecerá a usted; tal el plano en que los amigos que lo hemos querido y admirado deseamos que se conserve usted. Como hombre superior que ha sido usted siempre, mis deseos son que lleve adelante sus propósitos de no mezclarse más en la política personalista del país. Con ello ganará usted mucho y, cualesquiera que sean sus errores -que en mi opinión son mínimos, en relación con la obra revolucionaria que desarrolló durante los últimos 20 años- tendrá que reconocerse, en su favor, un saldo importante como estadista y como gobernante.
Así terminó mi entrevista con el señor general Calles.
Reorganizado el gabinete del presidente Cárdenas, quedó integrado como sigue:
Secretario de Gobernación, licenciado Silvano Barba González;
Secretario de Relaciones Exteriores, licenciado Fernando González Roa (que no aceptó por motivos de salud, quedando al frente, como Subsecretario encargado del Despacho, el señor licenciado José Angel Ceniceros);
Secretario de Guerra, general Andrés Figueroa;
Secretario de Agricultura, general Saturnino Cedillo;
Secretario de Economía, general Rafael Sánchez Tapia;
Secretario de Educación, licenciado Gonzalo Vázquez Vela;
Jefe del Departamento de Trabajo, licenciado Genaro V. Vázquez;
Jefe del Departamento Agrario, licenciado Gabino Vázquez.
Al licenciado Narciso Bassols, ministro de Hacienda en el primer gabinete, se le confirió un cargo diplomático. Yo fui designado presidente del Partido Nacional Revolucionario.
Ahora bien, como en la Cámara de Diputados figuraba un gran número de representantes de filiación callista, se tomó el acuerdo de desaforar a esas personas.
En Durango el titular del Ejecutivo lo era el señor general Carlos Real, que venía desarrollando una amplia labor constructiva y a quien yo estaba agradecido porque en el año de 1918, estando en Tamaulipas comisionado en la Jefatura de Operaciones, me dio aviso de que los esbirros del general Luis Caballero tramaban alguna violencia en contra mía, y no sólo por eso lo estimaba, sino porque era todo un revolucionario intachable y su labor en su Estado natal era relevante en bien del pueblo. Me creí en el deber de expresarlo así al presidente, para evitar su desafuero, pero como era uno de los amigos más leales al general Calles, nada logré con el presidente, quien ordenó la desaparición de poderes.
También fueron declarados desaparecidos los poderes en los Estados de Guanajuato, Sinaloa y Sonora.
El general Calles, en atención a la crisis provocada entregó a la prensa, las siguientes eclaraciones:
Hace días vino a mi casa un grupo de senadores a pedir mi opinión sobre diversos asuntos políticos y sociales, y se la di a conocer con toda franqueza y con toda claridad, cosa que acostumbro poner en todos mis actos. Esas declaraciones mías -que se hicieron públicas -no las dictó interés personal alguno, y con ello solamente traté de orientar la acción de mi Partido hacia lo que me pareció el bien de mi país. Desgraciadamente pudieron servir para creerse que aspiro a una intervención en la cosa pública, que no he tenido ni deseo tener. Vine aquí atendiendo un llamado que recibí, y para poner punto final a una situación que pudiera ser mal interpretada, me alejo dejando toda la responsabilidad de la cosa pública a quienes la tienen en sus manos.
El 18 de junio de 1935 el general Calles tomó el avión para Navolato, Estado de Sinaloa; estuve a despedirlo en el aeródromo de Balbuena y le acompañé hasta el instante en que la máquina emprendió el vuelo.
Mi actitud fue juzgada de distinta manera y hasta en los periódicos de aquellos días se hicieron los más variados comentarios.
Ahora que han pasado muchos años de aquellos acontecimientos y que la reflexión fría se impone, estoy cada día más satisfecho de haber obrado en la forma que he dejado descrita. Cumplí con mi deber como colaborador sincero del general Cárdenas; puesto que para tener la entrevista con el general Calles impuse al presidente de mis propósitos y él me autorizó a llevarla a cabo. Nada se trató en ella que significara la menor deslealtad al régimen al que yo servía y sí procuré explicar al general Calles, en la forma sincera y franca con que siempre he obrado, mi opinión sobre su conducta y la del presidente. Pero el móvil principal que me animó a hablar con el ex presidente Calles, no fue otro que el de hacerle presente mi vieja amistad personal y patentizarle que, a pesar del distanciamiento ideológico y espiritual que sus nuevos amigos de los últimos años se habían empeñado en ahondar, yo seguí teniéndole un gran cariño y un gran respeto, porque siempre lo consideré como uno de los valores positivos de la Revolución Mexicana.
De Navolato, Sin., el señor general Calles se fue a Estados Unidos y a Hawaii. Regresó a los Angeles, California, en actitud serena. En esta ciudad recibió a un enviado del señor general Abelardo L. Rodríguez, quien le recomendó que por ningún motivo debería volver a México y que debería continuar asumiendo una postura de ponderación, pues cualquier otra que tomara sería inconveniente y antipatriótica.
Morones y otros partidarios del general Calles lo visitaron en Los Angeles y le insistieron para que regresara a México. No obstante las recomendaciones que se le habían hecho, regresó a México el día 13 de septiembre de 1935, ya con un tono de franca rebeldía, iniciando una campaña de ataque al régimen.
A su llegada al aeropuerto, en donde fue recibido por algunos generales entre quienes estaban Palma, Amaro, Medinaveitia, Tapia, Enrique León y antiguos líderes callistas, entre otros: el senador Bernardo Bandala, el ingeniero Bartolomé Vargas Lugo, los líderes obreros, Luis N. Morones, Ricardo Treviño, Fernando Rodarte, José López Cortés y otros más, declaró a los periodistas que lo entrevistaron:
Vine a México a defender al régimen callista de las injurias y calumnias de que está siendo víctima desde hace seis meses.
Ya en su domicilio, convocó a una junta de sus principales partidarios y anunció que procedería a la organización de un partido para luchar por el verdadero programa de la Revolución Constitucionalista, sin desviaciones de ninguna especie como venía sucediendo en el régimen del general Cárdenas.
La llegada del general Calles provocó una agitación tremenda en toda la República, principalmente en las organizaciones campesinas y obreras.
Como en las investigaciones que hiciera la policía llegó a la conclusión de que algunos de los partidarios del general Calles pretendían iniciar un movimiento sedicioso en contra del gobierno, se procedió a catear el domicilio del líder Luis N. Morones, habiéndose encontrado una buena cantidad de rifles, ametralladoras y parque.
Con tal motivo se hizo la consignación tanto del general Calles como del señor Luis N. Morones a la Procuraduría General de la República.
El señor general Calles, previa cita que se le hizo, se presentó ante el Juez Primero de Distrito de lo Penal, licenciado David Pastrana Jaimes, a fin de declarar en un proceso que se seguía al señor Nemesio Treviño Villarreal, acusado del delito de contrabando de armas.
Por su parte, el señor Morones declaró ante el Procurador General de la República que nunca tuvo ni tiene intenciones de levantarse contra el gobierno que preside el general Lázaro Cárdenas. Que es cierto que en su casa de Tacubaya y la colonia Portales tenía armas y que de la segunda de esas casas salieron las ametralladoras que fueron recogidas por la policía, pero que él explicaría el por qué de esta posesión de armamento y el fin a que se había destinado.
La casa del general Calles, a pesar de estar bien vigilada por la policía, fue objeto de algunos actos de violencia, y su hacienda de Santa Bárbara, a donde llegó un grupo de 200 mujeres encabezadas por Concha Michel, Justina Fernández y otras más fue invadida, pidiendo a las autoridades que se procediera a repartirla.
Como sucede siempre, cuando los grandes líderes, como sin duda había sido el general CaIles, tienen grandes éxitos o grandes fracasos, los incondicionales inician actividades para ensalzar la actitud de los mismos, o bien, muchos que habían sido sus incondicionales y a quienes el general Calles había hecho grandes beneficios, se aprovechan de la situación para desprestigiar al hombre que ha caído.
Como los actos de violencia iban en aumento y estaba amenazada la misma vida del general CaIles, que empezaba a ser víctima de amenazas, y a fin de evitar que llegara a cometerse un atentado con el ex presidente, y ante el deseo, también, de no verse precisado el gobierno a reducirlo a prisión, el general Cárdenas, presidente de la República, hizo las siguientes declaraciones:
El Ejecutivo de mi cargo ha venido observando con toda atención las incesantes maniobras que algunos elementos políticos han desarrollado en el país, en los últimos meses, encaminadas a provocar un malestar permanente de alarma y desasosiego nacional.
Mientras dichas palabras se contrajeron a una campaña difamatoria en la República y en el extranjero, contra los miembros de la actual administración y los sistemas por ella implantados, sostuve el firme propósito que hice público inicialmente de proceder en el caso sin precipitación del poder público para cuando de modo inequívoco se advirtiese que los autores de esa agitación proseguían en su tarea disolvente.
Pero cuando la situación ha llegado a extremos tales en los que, sin recato algunos, estos elementos mantienen una labor delictuosa que viene a estorbar la marcha de las instituciones y a frustar los más nobles fines del Estado, contrariando además, el sentido de nuestra lucha social, ha parecido indispensable al Ejecutivo Federal, abandonar su actitud vigilante y adoptar medidas de emergencia, a fin de evitar a la nación trastornos de mayor magnitud, que de no conjurarse, amenazarían quebrantar la organización misma de la colectividad y podrían poner en peligro, inclusive, las conquistas alcanzadas, a trueque de tantos sacrificios, en nuestros movimientos reivindicadores.
En esa virtud, consciente de sus responsabilidades, el gobierno que presido, deseoso de apartarse de lamentables precedentes que existen en la historia de nuestras sangrientas luchas políticas, en las que frecuentemente se ha menospreciado el principio de respeto a la vida humana, estima que las circunstancias reclamaban por imperativo de salud pública, la inmediata salida del territorio nacional de los señores general Plutarco Elías Calles, Luis N. Morones, Luis L. León y Melchor Ortega.
En abril de 1936 se presentó en el domicilio del general Calles, ubicado en la Hacienda de Santa Bárbara, el señor general Rafael Navarro Cortina, Jefe de la Guarnición de la Plaza, para notificarle el acuerdo del presidente Cárdenas, pidiéndole con toda atención que se sirviera acompañarlo al puerto aéreo.
Con el general Calles salieron al exilio sus leales amigos Luis N. Morones, Luis L. León, Melchor Ortega y el general José María Tapia.
Así terminó la vida política de uno de los grandes estadistas de México, que había dejado honda huella en la nación por su formidable actuación social y política hasta el año de 1932 en que se iniciaron sus claudicaciones.
Sus últimos años fueron de gran amargura, pues vio cómo la mayoría de sus amigos, quienes en otros tiempos lo habían adulado, se le iban alejando.
Calles resistió con gran entereza y estoicismo, sobreponiéndose a los injustos y virulentos ataques que recibió, conservando hasta su muerte el gran carácter y la hombría con que actuó durante su vida.