AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO UNDÉCIMO
PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL LÁZARO CÁRDENAS
EL GOBIERNO DEL SEÑOR GENERAL LÁZARO CÁRDENAS
Otros capítulos importantes del gobierno del General Cárdenas. Reanudación de relaciones con Rusia.
Cuando, en el mes de diciembre del año de 1935, me hice cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, al inaugurarse el gobierno del presidente Cárdenas, encontré sobre mi mesa de despacho el expediente de las negociaciones iniciadas durante la presidencia del general Rodríguez para reanudar las relaciones diplomáticas con el gobierno soviético. Me dio gusto -lo confieso- pensar que aquellas relaciones se reanudarían estando yo al frente de nuestra Cancillería. Tan pronto como me enteré del mencionado expediente, procedí a dar cuenta al señor presidente Cárdenas, informándole que las negociaciones de referencia estaban llevándose a cabo, en Ginebra, por conducto de nuestro representante en la Sociedad de las Naciones, doctor don Francisco Castillo Nájera. Añadí que todo iba por buen camino y que sólo faltaba redactar la nota de mutuo reconocimiento, para que previamente aprobada por los dos gobiernos, se procediese a su publicación y al nombramiento de representantes diplomáticos.
Eran los días aquellos de 1935 y principios de 1936, en que nuestros líderes comunistas -y algunos secretarios de Estado- hacían profesión de fe sovietizante. Días de gran agitación, en que cada uno trataba de hacer méritos para merecer el favor oficial y entre quienes casi la única voz que públicamente se dejaba oír en la prensa nacional y extranjera, para contrarrestar las actividades soviéticas y para afirmar que nuestro gobierno no era de tales tendencias, era la mía. Días en que el general Múgica, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, excitaba con vehemencia, a los obreros para que se apoderaran de las fábricas y en que la Secretaría de Educación realizaba el envío de brigadas de maestros para que fueran a los campos a sovietizar a nuestros ingenuos campesinos. Tales brigadas fueron reforzadas más tarde con elementos extranjeros y su labor sirvió para echar por tierra lo que se había logrado en materia de educación, degenerando así una de las genuinas conquistas de la Revolución Mexicana: la escuela rural.
Después de oír detalladamente el informe que le di sobre aquellas gestiones diplomáticas y de escuchar mi opinión favorable a dicha reanudación de relaciones, el presidente me indicó que desde luego autorizara al representante de México en Ginebra para que procediese a entregar la nota de reanudación amistosa, cuyo borrador estaba ya en el expediente de Relaciones. Inmediatamente cablegrafié al doctor Castillo Nájera, dándole las instrucciones del caso y la aprobación de la nota, que debía ser publicada -el mismo día y a la misma hora- en México y en Moscú. Dos o tres días después, el doctor Castillo Nájera se dirigió a mí diciéndome que el embajador soviético en Ginebra, señor Máximo Litvinov, le hacía una invitación para que visitase la URSS antes de la reanudación de relaciones. Le respondí, siempre por instrucciones del señor presidente, que no creía conveniente aceptar tal invitación sino hasta después de consumado dicho acto. Como contestación, recibí un nuevo cable del doctor Castillo Nájera, en el que me manifestaba que Litvinov se había negado a firmar la nota de mutuo reconocimiento, comunicándole que, antes de hacerlo, la URSS exigía a México una amplia satisfacción por la conducta observada en 1930, año en que habían quedado rotas las relaciones entre ambos países.
Por acuerdo del presidente contesté a dicho cable que México no reconocía ningún derecho a la URSS para pedirnos satisfacción alguna y que, muy por el contrario, era la URSS la que debía darnos una amplia satisfacción pública, toda vez que su conducta en el año de 1930 fue atrabiliaria y en pugna con los más elementales principios del Derecho Internacional.
Con aquella respuesta se cerró el expediente de las negociaciones. Más tarde, cuando el señor ingeniero Marte R. Gómez fue a Ginebra, a representar al gobierno de México, Litvinov (según el mismo ingeniero Gómez me lo hizo saber por carta que me escribió, de París, en el año de 1936) lo invitó a visitar Moscú. Telegráficamente sugerí al ingeniero Gómez la conveniencia de que no aceptara tal invitación ya que no teníamos relaciones con la Unión Soviética.
¿Qué pretendía Litvinov con aquellas rituales invitaciones para visitar Rusia, primero al doctor Castillo Nájera y después al ingeniero Marte R. Gómez, sin antes aceptar la reanudación de relaciones amistosas? Seguramente su propósito no era otro que el de hacernos aparecer ante todo el mundo como un pueblo inferior que necesitaba de la URSS y que deseaba a toda costa su amistad.
Mi actitud en relación con la conducta de nuestros comunistas criollos, tanto durante el tiempo en que desempeñé la presidencia de la República, como cuando acepté otros cargos en el gobierno del general Cárdenas, fue siempre de desprecio para tales elementos, en virtud de que los consideré como unos farsantes e indignos mexicanos, por la sencilla razón de que a la vez que percibían sueldo del gobierno, hacían labor en contra de nuestras instituciones.
Desgraciadamente, pudieron más que yo otros colaboradores del presidente Cárdenas, quienes -sin tener en consideración el grave mal que hacían con su actitud y seguramente por congraciarse con los llamados grupos izquierdistas, carentes de responsabilidad- pusieron al servicio de éstos, todo lo que el Estado les había confiado. Así vimos cómo el secretario de Educación fomentó una tendencia que destruyó las conquistas logradas por la Revolución en materia educacional, convirtiendo lo que antes era disciplina y trabajo en desbarajuste y en anarquía.
Así vimos también cómo el señor general Múgica, con un entusiasmo digno de mejor causa, llevó la agitación demagógica comunista a todas las esferas gubernamentales, infiltrando en todo el organismo oficial el veneno que tanto mal ha hecho a nuestro país, especialmente en lo que a crédito y finanzas se refiere, pues nuestros líderes comunistas llegaron a manejar la mayor parte de las instituciones oficiales de crédito, lo que fue sin duda, factor determinante de la crisis porque atravesó en aquella época nuestra paupérrima economía nacional.