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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO UNDÉCIMO

PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL LÁZARO CÁRDENAS

LA SITUACIÓN CRÍTICA DEL AUTOR DENTRO DEL GOBIERNO DEL PRESIDENTE CÁRDENAS


Ya para fines del año de 1935 mi situación dentro de la administración del señor general Cárdenas, al frente del Partido Nacional Revolucionario, era por demás difícil. Los ataques encubiertos y públicos que los amigos del presidente, especialmente los michoacanos, me venían haciendo se recrudecían cada vez más.

Entre las gentes que se encontraban muy cerca del presidente -y que, sin duda, iniciaron una campaña de intrigas y de ataques en contra mía y del señor general Saturnino Cedillo, entonces secretario de Agricultura y Fomento- figuraban el general Francisco J. Múgica, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, y el senador Ernesto Soto Reyes, secretario de Acción Agraria del Partido Nacional Revolucionario, quien secundaba ciegamente las instrucciones de aquél. Tanto el general Múgica como el senador Soto Reyes, no descansaban en sus actividades. Como, en aquellos días, Soto Reyes se hacía pasar por vocero y representante del general Cárdenas, su labor se facilitaba grandemente y no fue raro el caso de algunos senadores -amigos míos de última hora- que, en las sesiones del Bloque, se solidarizaban con los ataques que se me hacían y por la noche, a hurtadillas, iban a buscarme a mi domicilio con el objeto de suplicarme los dispensara de no haber hecho nada en mi defensa porque temían que se les desaforara, ya que, según ellos, era el general Cárdenas quien estaba aconsejando aquella campaña.

Las porras que diariamente asistían a las sesiones del Senado para secundar el ataque a mi persona, estaban integradas por empleados de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas y no ocultaban que, para obrar en tal sentido, recibían instrucciones de los funcionarios de confianza del titular de dicha Secretaría.

Yo nunca había tenido amistad alguna con el señor general Múgica. ;Es cierto que, en la XXVII Legislatura, fuimos compañeros y aún nos tratamos con alguna frecuencia; pero nuestras relaciones siempre se significaron por una franca repulsa cuando teníamos que dirigirnos la palabra. También es verdad, que, en el año de 1928, siendo yo secretario de Gobernación del presidente Calles, logré que se diera al dicho señor un modesto acomodo en el presupuesto (la Dirección del Penal de las Islas Marías); designación que, naturalmente, después de algunos años de cesantía, vino a ser para él una salvadora manera de cubrir sus ya apremiantes necesidades.

Por cierto que el acomodo que conseguí para el general Múgica, lo logré con el general Calles, muy a pesar de la mala opinión que de Múgica tenía el propio don Plutarco.

Yo tomé posesión de la Secretaría de Gobernación en el mes de agosto de 1928. En septiembre, el señor general Cárdenas, que tenía a su cargo la jefatura de Operaciones de la Huasteca Veracruzana, me hizo una visita en la propia Secretaría de Gobernación y, en plática, me manifestó que el general Múgica no tenía, desde hacía ya largo tiempo, ningún empleo. (El general Múgica había sido dado de baja en el año de 1923, por su participación en la rebelión delahuertista). En vista de la situación en que se encontraba, me pidió que lo nombrara director del Penal de las Islas Marías, puesto que se avenía a su carácter un tanto misantrópico.

Manifesté al general Cárdenas que, en acuerdo próximo, sometería a la aprobación del señor presidente Calles, aquella designación. Y, en efecto, al siguiente día, al dar cuenta al primer magistrado con los asuntos en cartera, le transmití la súplica que por mi conducto le hacía el general Cárdenas en favor del general Múgica.

El general Calles no dejó de mostrar extrañeza y aún disgusto ante tal petición, expresando que consideraba inconveniente que se expidiera dicho nombramiento, porque el general Múgica no era capaz de administrar ni su propia casa.

Como yo insistiera haciéndole ver que no me parecía correcto negar al general Cárdenas un caso de tan poca importancia como aquel, el presidente repuso: expida usted el nombramiento y dígale al general Cárdenas que no ayude a esta clase de gentes, que algún día le pesará porque este individuo le va a pagar mal.

Creo que la causa principal de la campaña de intrigas que emprendió el general Múgica en contra mía, no fue otra que la de que yo siempre me opuse a secundar sus ambiciones de futurismo presidencial; futurismo que él inició cuando aún no tomaba posesión de la presidencia el general Cárdenas.

En cuanto al senador Soto Reyes, había sido llevado por mí a la Secretaría de Acción Agraria del Partido con el objeto de tener a mi lado a un íntimo amigo del presidente, que representara a la vez los intereses de los políticos michoacanos (Múgica, Mora Tovar, Mayés Navarro y demás prominentes de la época). Cuando organicé las Secretarías del Partido y di cuenta al presidente con los nombramientos que había hecho, no dejó de causarle satisfacción que me hubiese fijado en el senador Soto Reyes, a quien profesaba verdadera estimación, por lo que comentó en tono elogioso tal nombramiento.

Las actividades del general Múgica y del senador Ernesto Soto Reyes eran apoyadas con el mayor entusiasmo por el grupo de mujeres comunistas que encabezaban la esposa del propio general Múgica, doña Matilde Rodríguez Cabo, a quien secundaban con pasión y fogosidad digna de mejor causa, la señorita Refugio García y las doctoras Balmaceda y Esther Chapa. Todas ellas, naturalmente, con puestos importantes en la administración y espléndidamente retribuidas.

El presidente cuando menos en apariencia, me seguía apoyando a pesar de todo y yo sentía, de su parte, la mayor confianza; pero, como notara que las críticas y los ataques de sus amigos michoacanos me producían ya algún descontento, en uno de los acuerdos que con él celebré, el 20 de diciembre de 1935, le anuncié que tenía el propóstito de hacer un viaje al puerto de Acapulco con el fin de pasar ahí la Navidad y el día último del año. El general Cárdenas me indicó que, antes de salir, deseaba que comiéramos para tener un cambio de impresiones sobre la situación general del país.

La comida se efectuó el día 23 de diciembre del propio año, en el restaurante San Angel Inn. Nos acompañaron en el trayecto a aquel lugar el senador Rodalfo T. Loaiza y, si mal no recuerdo, el entonces teniente coronel Ignacio M. Beteta, quienes comieron en mesas separadas de la nuestra.

Terminada la comida, el presidente me invitó a dar un paseo por el jardín, habiéndose iniciado una conversación de interés para mí, porque en ella tuve oportunidad de hacer aclaraciones sobre mi situación personal en la política de México.

La charla se desarrolló en la siguiente forma:

- He querido platicar contigo -dijo el general Cárdenas- con el fin de hacerte ver que no han pasado inadvertidas para mí los ataques que algunos de mis amigos te vienen haciendo. Creo que tú no debes dar importancia alguna a tales ataques, ya que gozas de mi absoluta confianza y tu labor como presidente del Partido ha sido francamente apoyada por mí. En tal virtud, debes estar tranquilo y seguir trabajando con todo entusiasmo, como lo has hecho hasta ahora.

- Efectivamente -le contesté- vengo sintiendo desde que por instrucciones tuyas acepté la presidencia del Partido, una fuerte acometida que aumenta de día en día de parte de algunos de tus amigos de mayor confianza. No sólo miembros del Senado sino también miembros del gabinete han apuntado sus baterías en contra mía. Yo, naturalmente, no me he amilanado ni me amilanaré; pero, como precisamente el ataque parte de personas muy allegadas a ti quiero expresarte con la confianza y lealtad que han caracterizado todos los actos de mi vida que, cuando consideres que mi presencia en el gobierno pueda ser perjudicial para tu administración, no supongas que yo signifique el menor problema. Deseo retirarme definitivamente de la vida pública y te ruego que, si llegas a juzgar que mis servicios no te son útiles, me lo digas con toda sinceridad; para lo cual desde este momento, pongo en tus manos mi renuncia.

- No creo que tal cosa pueda suceder -replicó el presidente-. Tu labor es meritoria al frente del Partido. No hagas caso de los ataques. Además, yo voy a poner un hasta aquí a esa pérfida labor, que nos está debilitando.

Seguimos comentando la situación y -cuando le manifesté que, en mi concepto, era indispensable acabar con los trabajos futuristas que ya desde hacía bastante tiempo venía haciendo, en favor de dos prominentes miembros del gabinete (los señores generales Cedillo y Múgica) gentes allegadas a ellos, lo cual resultaba en grado sumo perjudicial para el encauzamiento de la administración- me contestó que era por todos conceptos censurable aquella agitación tolerada, sin duda y aún fomentada por los dos titulares de Agricultura y de Comunicaciones. A lo que agregó que ya buscaba la forma de hacer ver a dichos señores que debían abstenerse en lo absoluto de provocar tal inquietud.

- Yo considero -le manifesté- que no es patriótico agitar al país con pretensiones futuristas, cuando apenas hace tan poco tiempo que te hiciste cargo del poder; ni menos, es correcto que se estén aprovechando los elementos del gobierno para hacer una labor que redundará en grave perjuicio de la administración pública.

Abordando también el problema obrero, me referí a la actitud de algunos líderes y aún de funcionarios del gobierno, que disfrutaban de jugosas canonjías y que estaban desarrollando actividades perjudiciales:

- Hay muchas gentes -le dije- que han adoptado posturas de extrema izquierda para hacer méritos, porque no tienen ninguno dentro del movimiento revolucionario y se han dado a la tarea de predicar el comunismo sin entenderlo. De varias Secretarías de Estado, especialmente de la de Educación, salen brigadas de gentes impreparadas que van a los campos a envenenar el espíritu ingenuo de nuestros campesinos. Esto daña al país, porque, aparte de la demagogia que se siembra, se fomenta la indisciplina. En el extranjero la desconfianza crece y hace que muchos periódicos de los Estados Unidos nos estén clasificando como un pueblo bolchevique, instrumento del soviet ruso.

- Con esta agitación demagógica, la escuela rural -expresé al presidente- que ha sido uno de los principales triunfos de la Revolución, está desprestigiándose y, si no se pone un remedio, día llegará en que semejante conquista quede definitivamente anulada.

Con esto no hacía más que ratificar lo que ya en varias ocasiones había yo declarado públicamente respecto de la labor que algunos maestros, altos funcionarios y líderes obreros venían desarrollando en pro del comunismo. El general Cárdenas casi no opinó a este respecto y dio la callada por respuesta.

- Yo -continué- creo que la labor del Partido es apoyar la política del gobierno. De ambos extremos, de las izquierdas y de las derechas, representadas por algunos miembros de la administración, he recibido insinuaciones para que la acción del Partido se incline de su lado. Yo me he negado a obsequiar tales deseos y me he puesto en el centro. Es decir: he seguido la acción tuya para llevar a cabo el programa radical de la Revolución dentro de un criterio de realismo puro, haciendo caso omiso de las ideas extremistas que nos llevarían al fracaso. Creo que lo peor que puede ocurrir a un pueblo es que su gobierno adopte un programa de demagogia. Cuando tal cosa sucede, la realidad de la ciencia política deja su campo a la acción de la mentira y de la mixtificación y toda obra de bien se nulifica con grave perjuicio para la colectividad. En Rusia, Stalin ha tenido que sacrificar a los demagogos acusándolos de reaccionarios para poder llevar a cabo una obra de reconstrucción que no podemos negar. Stalin ha dicho: los demagogos son más perjudiciales al gobierno que los mismos contrarrevolucionarios y no ha tolerado la demagogia dentro de sus fronteras. Por eso los demagogos rusos con sus aliados de todo el mundo, se han diseminado por todos los otros países para provocar el desbarajuste y la disolución social.

- Estimo que lo más urgente que tiene que hacer el gobierno es meter en cintura a todos nuestros mixtificadores comunizantes, si no queremos espantarnos más tarde de nuestra lenidad para imponer el orden. Esto, naturalmente, sin prescindir del cumplimiento del programa avanzado de la Revolución.

El general Cárdenas escuchó con visible atención todo lo que le expuse; pero se limitó a oírme, sin hacer comentario alguno sobre el particular.

El final de la conversación versó nuevamente sobre mi actitud ante los ataques injustificados que me venían dirigiendo algunos miembros del gabinete, insistiendo yo en que, si se hacía necesaria mi renuncia como presidente del Partido, desde luego la presentaba pues no deseaba ser el menor obstáculo para la marcha de la administración.

Así terminó aquella plática con el general Cárdenas en el restaurante de San Angel Inn, un día antes de mi salida para Acapulco.

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