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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO DUODÉCIMO

PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL MANUEL ÁVILA CAMACHO

CÓMO VINO A MÉXICO EL VICEPRESIDENTE HENRY A. WALLACE


Uno de los acontecimientos que más llamaron la atención de los países de Hispanoamérica, en el año de 1940, cuando se hizo cargo de la Presidencia de la República el señor general don Manuel Avila Camacho, fue la designación del vicepresidente de los Estados Unidos de Norteamérica a dicho acto. Nunca, antes, el Gobierno de los Estados Unidos había nombrado misión especial en la transmisión de los poderes de nuestro país.

Que yo recuerde, sólo en el año de 1910, cuando se celebró el Centenario de la Independencia de México, se había integrado una misión tan importante para asistir a dichas festividades.

Me considero en parte acreedor al honor de haber influido en el ánimo del presidente Roosevelt, para que designase al vicepresidente Wallace embajador Extraordinario, en la transmisión del poder al presidente Avila Camacho.

Y como deseo que los detalles de este acontecimiento sean conocidos, cuando aún viven algunas de las personas a quienes constan, me voy a permitir darles publicidad.

En el mes de octubre de 1940, recibí una llamada telefónica de mi excelente amigo George Creel, gran periodista americano, dándome a conocer su próximo viaje a México y suplicándome no saliera de la capital por tener verdadero interés en hablar conmigo.

Al día siguiente de su llegada fui a visitarlo a su departamento del Hotel Reforma. Con el señor Creel, venía el senador John A. Hasting. Al iniciar la plática, me dijo:

Soy portador de una carta del presidente Roosevelt, que quiero que usted conozca; es ésta.

En dicha carta, dirigida al señor general Avila Camacho, le expresaba que sabía que tenía el proyecto de visitar los Estados Unidos, y que en caso de que así fuera, le suplicaba decírselo con Creel para hacerle una invitación especial, como huésped de honor.

Al terminar la carta, dije al señor Creel:

Cuando usted guste podemos visitar al presidente electo.

Sí -me contestó-, pero antes quiero conocer su opinión sobre esta invitación.

Contesté a Creel en los siguientes términos:

- Yo creo que el presidente Avila Camacho no debe hacer el viaje a Washington.

- ¿Por qué? -me preguntó Creel.

- Porque su presencia en Washintgon, daría lugar a una serie de ataques de parte de sus enemigos.

- El general Avila Camacho ha resultado electo presidente de México, después de una lucha reñida en que el general Almazán, su contrincante, obtuvo una gran votación, y el hecho de que vaya a Washington se prestaría a murmuraciones inconvenientes. El pueblo de México es muy celoso con sus mandatarios, y lo menos que se diría, es que iba a la Casa Blanca a pedir instrucciones, en términos mexicanos, a sombrerear.

- ¿Y por qué había de ir Avila Camacho a Washington, si ustedes, los norteamericanos, jamás han tenido una atención para nuestra patria?

Los gobiernos de los Estados Unidos consideran a los latinoamericanos como países inferiores, y especialmente México tiene un gran resentimiento con ustedes, no obstante lo cual siempre hemos deseado ser sus amigos.

- Ustedes no olvidan lo del 47 -me dijo Creel.

Acto seguido le repuse:

- Ni lo olvidaremos jamás. Pero ni ustedes ni los actuales gobernantes de los Estados Unidos ni nosotros somos responsables de aquella lamentable guerra. Hemos ya reanudado una amistad sincera desde el año de 27, en que el general Calles estuvo en la presidencia, y no deseamos por ningún motivo tener dificultades con los Estados Unidos; pero sí queremos que los norteamericanos nos entiendan.

Cierto es que el presidente Roosevelt ha iniciado una nueva política para con las naciones hispanoamericanas, pero va a tener que desarrollar grandes esfuerzos para lograr modificar la mentalidad de nuestros pueblos, que siempre han visto con desconfianza a todos los gobiernos que han dirigido su país a través de todos los tiempos. Al decir que nunca han tenido cortesía para nosotros, quiero referirme entre otras cosas, a que jamás han acreditado ustedes embajador especial en el cambio de poderes en México. En los últimos años, cuando se hicieron cargo de la presidencia de la República Obregón, Calles, Ortiz Rubio y Cárdenas, muchos países de Europa, Asia y América acreditaron misiones especiales y el Gobierno norteamericano se limitó simplemente a que su embajador asistiese a tales actos. No ha sido costumbre de nuestros presidentes visitar la Casa Blanca y sólo ha habido dos excepciones: la del señor general Calles y la del señor Ing. Ortiz Rubio; y tales visitas originadas por causas muy explicables.

El señor general Calles fue de visita a la Casa Blanca en plan de gran honor para él y para México.

Me explicaré: Cuando el general Calles fue electo presidente hizo declaraciones en el sentido de que visitaría algunos países de Europa; pues deseaba ser reconocido por algunos facultativos de Alemania y Francia. Meses antes de ser electo, en el año de 1924, tomó el tren que lo condujo a Nueva York. A su paso por esta ciudad no recibió atención alguna por parte de las autoridades y sólo los trabajadores de la American Federation of Labor le hicieron homenajes de carácter social. A su arribo a Hamburgo el gobierno alemán puso a su disposición un tren especial que lo condujo a Berlín, donde fue recibido por el presidente de la República, su gabinete, y declarado huésped de honor. Su estancia en la capital alemana fue gratísima y se le tributaron grandes honores. A invitación especial del Gobierno francés, cuyo premier era el gran socialista Herriot, el general Calles visitó posteriormente París. El presidente lo recibió en la estación y lo declaró huésped de honor de la ciudad. Durante su permanencia en la capital gala, recibió invitaciones de los Gobiernos italiano, que presidía Mussolini, de Inglaterra, que encabezaba McDonald y de España, cuyo primer ministro era Primo de Rivera, para que visitase sus respectivos países. Aduciendo que el motivo de su viaje era por enfermedad y la urgencia de regresar a México, declinó dichas invitaciones.

Fue a su regreso a Nueva York, cuando el Gobierno americano se percató que el general Calles era jefe del Estado mexicano, y seguramente porque los gobiernos europeos le habían prodigado tantos honores, fue por lo que la Casa Blanca lo invitó a visitar Washington. Su estancia en esta ciudad fue grata y los honores que se le tributaron únicos.

Por eso he dicho que el general Calles visitó la Casa Blanca en un plan de honor para México y para él.

La visita del señor ingeniero Ortiz Rubio a la Casa Blanca, fue originada por la necesidad que tenía de someterse a una delicada operación quirúrgica que sus médicos le aconsejaron se practicase en un hospital de la Unión Americana; previa invitación, desde luego, del Gobierno Americano.

Por estos antecedentes, verá usted, señor Creel, que una visita a Washington del señor general Avila Camacho no es aconsejable.

Ampliando mi tesis, relataré a usted, señor Creel, otro antecedente.

En el año de 1929, estando al frente del gobierno de mi país, la prensa norteamericana anunció el viaje del señor presidente Hoover a la América Latina. Inmediatamente la Secretaría de Relaciones dio instrucciones a nuestro embajador en Washington para invitar al señor Hoover a venir a México, y afortunadamente antes de que se hiciera esa invitación, el presidente estadounidense declaró a los periodistas que no venía a México por falta de tiempo.

Era embajador de Norteamérica en México el señor Morrow, en mi concepto el precursor de la política del Buen Vecino. En visita especial que me hizo, me preguntó si el gobierno invitaría al presidente Hoover para que visitara México. Mi respuesta fue negativa, en vista de que el mandatario americano había hecho público su propósito de no incluir a México en su visita por falta de tiempo, y aun cuando ya nuestro embajador había recibido indicaciones para invitarlo, cosa que no llegó a realizarse por las declaraciones que hizo el presidente Hoover, no deseaba recibir un desaire que sería para la nación.

Creo que tiene usted razón, me dijo Creel, y le suplico conseguirme una entrevista con el presidente Avila Camacho, a lo que accedí desde luego.

Al día siguiente muy temprano me fui a la casa del presidente electo, a quien le relaté toda la entrevista que había tenido con Creel.

El general Avila Camacho me manifestó que no pensaba ir a los Estados Unidos y que, en consecuencia, declinaría la invitación del presidente Roosevelt.

Cuando fue recibido Creel por el presidente Avila Camacho, le suplicó que hiciera saber al presidente Roosevelt que no podría visitar los Estados Unidos por falta de tiempo.

Esto sucedía en los primeros días de octubre de 1940, y al platicar nuevamente con Creel, me preguntó: ¿Puedo decir al presidente Roosevelt todo lo que usted me ha dicho?, y habiéndole contestado que si lo creía conveniente lo hiciera, advirtiéndole que yo no tenía ningún puesto en mi país; que era un simple ciudadano; pero que si estuviera al frente de la Secretaría de Relaciones, puesto que ocupé hasta fines de 1936, le diría lo mismo.

Pocos días después de haber llegado el señor Creel a Washington, me llamó por teléfono a las 12 de la noche, diciéndome:

Acabo de salir de una entrevista que he tenido con el presidente Roosevelt. Y después de informarle del resultado de la misión que me llevó a México, me autorizó para que hablara con usted, como lo estoy haciendo. El señor presidente Roosevelt me dijo que hiciera de su conocimiento que la misión que irá a la toma de posesión del presidente Avila Camacho, estará presidida por el vicepresidente Henry Wallace, que sería acompañado por el señor Morgentau, secretario del Tesoro, y un grupo numeroso de distinguidos senadores.

- Le suplico a usted -me dijo Creel-, que se reserve, porque esto no desea el presidente que se sepa, pudiendo usted comunicárselo al presidente Avila Camacho.

Al día siguiente, al entrevistar al general Avila Camacho, le informé de lo que me había dicho el señor Creel.

La Secretaría de Relaciones no tuvo conocimiento de esta designación del embajador Wallace, sino hasta días después.

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