Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilPresentacion de Chantal López y Omar CortésCAPÍTULO I - La propiedad territorial - Época ColonialBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO PRIMERO

LA PROPIEDAD TERRITORIAL

ÉPOCA PRECOLONIAL. LAS CIVILIZACIONES AZTECAS, TOLTECA, MAYA. SU ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL


No podría entenderse nuestro actual sistema de propiedad territorial, sin previo, aunque somero análisis de la organización social de las tribus más connotadas que poblaron el territorio nacional.

Nos referimos, en particular, a los pueblos precolombianos que brillaron por su organización y grado de civilización que alcanzaron. Por sus características peculiares, tres fueron los que destacaron por su mayor desarrollo económico, social, político y cultural: los toltecas, los aztecas y los mayas-quiché; sin que esto signifique que los zapotecas, los mixtecas y los tarascos no hayan tenido una relevante civilización. Las ruinas que dejaron en el Estado de Oaxaca los dos primeros y en el Estado de Michoacán el tercero, prueban, de manera irrefutable, que esas razas fueron poseedoras de una gran cultura.

La organización social y política de esos pueblos constituye el antecedente de las instituciones que, en etapas posteriores de su desenvolvimiento histórico, adoptó el pueblo mexicano.

Alrededor del año de 1325 de nuestra era, los aztecas, tras de una larga y azarosa peregrinación que iniciaron en la región norte del país, se establecieron en el territorio que tiempo después se llamó Anáhuac en el Valle de México.

Con paciencia y asiduidad en el trabajo lo convirtieron, de excesivamente pantanoso que era, en fértil y apto para la agricultura.

Construyeron chinampas, que destinaron a la agricultura para aprovechar los islotes del Lago de Texcoco, en las que se advertía y resaltaba el celo del agricultor por obtener su mejor aprovechamiento y rendimiento.

Estas chinampas o parcelas aún perduran en Xochimilco y en otras partes del Valle de México, como un testimonio ancestral de una agricultura primitiva y rudimentaria y de una forma de explotación de la tierra definitivamente superada.

En sus faenas de campo no dispusieron más que del esfuerzo y habilidad del individuo, ya que desconocieron los valiosos auxiliares del hombre, que los conquistadores trajeron del viejo mundo: el caballo, el asno y el buey.

Su clara percepción de la importancia que reviste el almacenamiento de las aguas, los impelió a construir presas y canales de derivación, de ejecución irreprochable.

Tuvieron virtudes fundamentales y fueron disciplinados, sabiendo reconocer y acatar el principio de autoridad. Conscientes del valor y fuerza de la convivencia pacífica de ios conglomerados humanos, mantuvieron la armonía entre las castas en que estaba dividida la tribu.

Su organización política fue depositada, originalmente, en una clase aristocrática integrada por un grupo de notables que se elegían por su saber, su ilustración, sus propiedades o por otros merecimientos, la que gobernaba y dictaba las normas de convivencia; pero como el gobierno de tan reducido grupo de privilegiados suscitaba frecuentes divisiones, porque faltaba la unidad para establecer la cohesión entre los diversos grupos de familias, que a la sazón integraban la tribu, decidieron adoptar el régimen monárquico.

Alcanzaron su máximo esplendor bajo el reinado despótico de Moctezuma. Fue entonces cuando fincaron en definitiva su hegemonía política sobre todo el Valle de México y sometieron a su dominación a la mayor parte de las tribus vecinas.

En lo que atañe a su organización social, dispusieron de tribunales en los que estaba proscrita la corrupción y el cohecho. Administraban justicia por medio de un juez supremo y de jueces delegados, que residían en las regiones sometidas al reino.

Las leyes civiles, penales y los tribunales de los aztecas, fueron, para su época, un modelo de simplicidad y de equidad. Tuvieron igualmente un cuerpo de investigación y vigilancia que mantenía informados a los gobernantes de las faltas, abusos y delitos cometidos por los individuos y los funcionarios públicos.

El comercio revistió importancia y se desarrolló grandemente a base de trueque con otros pueblos vecinos.

El Barón de Humboldt, que recopiló muy valiosos informes sobre la civilización azteca, fijó su atención en el sistema que emplearon para cultivar la tierra y lo elogia sin regateos, reconociendo el adelanto a que habían llegado.

Del historiógrafo, señor Orozco y Berra, tomamos los siguientes datos:

Las características principales en la organización política y social, eran las siguientes:

Se dividían en dos grandes clases. La clase noble y la clase plebeya. La clase noble provenía del origen, especialmente de los allegados a la monarquía. Las gentes entre quienes se reconocía algún servicio eminente prestado :en las guerras con las demás tribus, o entre quienes se advertía superioridad intelectual o de sapiencia, eran las que pertenecían a la nobleza azteca.

La clase plebeya estaba constituída por la masa del pueblo, por la mayoría de gentes dedicadas al trabajo rudo del campo y a otros trabajos de arte a que eran afectos los aztecas.

En cuanto a la distribución de tierras, podemos decir que se dividían en 4 grupos:

- las tierras que pertenecían a la Corona, es decir, a la familia real;
- las tierras que pertenecían a la nobleza, en segundo lugar;
- en tercer término las tierras que pertenecían a guerreros;
- en cuarto lugar las pertenecientes a los sacerdotes y templos y, por último,
- las tierras que pertenecían a la comunidad, a los plebeyos.

Las tierras que pertenecían al reino y a la familia real, eran indudablemente de la mejor calidad; grandes extensiones de terrenos fértiles y de fácil cultivo, los más privilegiados por la naturaleza, y tenía que ser así, puesto que la fastuosidad de la monarquía azteca exigía grandes tributos e incontables elementos para sostenerse y para derrochar el lujo de que nos habla la historia.

Al lado de las tierras de la monarquía estaban las tierras de la nobleza, las de los favoritos del Rey, que eran de la mejor calidad, puesto que pertenecían a la gente más influyente, y la misma exigencia de lujo y de derroche que hacía la monarquía tenía que hacer la nobleza para hacerse acreedora a aquella influencia de que se disfrutaba. Las tierras de los guerreros eran también de magnífica calidad, igual que las de la clase sacerdotal. La clase sacerdotal llegó a ser una verdadera casta que pesó en los destinos del pueblo azteca, no sólo en el aspecto espiritual, sino muy fundamentalmente en el económico.

La historia nos relata que el número de sacerdotes que llegó a haber en lo que fue la Gran Tenochtitlán, alcanzó más de 5,000 individuos. Toda esa gente, que no trabajaba, que se dedicaba exclusivamente al servicio del culto, y a predecir los destinos del reino, vivía en la mayor fastuosidad, y como era natural, la exigencia de elementos para sostenerse tenía que ser cada vez mayor.

En último término venían las tierras que pertenecían a los vecinos, es decir, a la comunidad, a la clase plebeya. Las tierras de esta cuarta categoría estaban alejadas del centro de la región y eran tierras de ínfima categoría. Los vecinos las cultivaban en comunidad y pagaban numerosos y pesados tributos a las otras clases sociales. Estas tierras constituyeron lo que se llamó el calpulli. El Rey, como señor absoluto, era dueño de todos los destinos del pueblo ...

Las tribus establecidas en las tierras de la misma o diferente filiación, se habían subdividido casi indefinidamente; cada pequeño territorio tenía su propio señor, cada pueblo o fracción superior, ya subordinado a otro, ya independiente. La conquista mexicana sujetaba a las tribus al pago del tributo y al contingente de armas, municiones y soldados para la guerra; pero dejaba a los señores naturales su señorío, al pueblo sus usos y costumbres. Tomábanse algunas tierras, ya para que labradas en común dejaran renta a la Corona, ya para repartir a los guerreros que más se habian distinguido. Todos estos jefes se denominaban Tlatuani, y fueron confundidos por los castellanos con el nombre de caciques, palabra tomada de la lengua de las islas. Los tlatuani ejercían su profesión a la jurisdicción civil y criminal; gobernaban, según sus leyes y fueros, y muriendo dejaban el señorío a sus hijos y parientes, si bien se hacía menester la confirmación de los Reyes de México, Texcoco o Tlacopan, según su caso. Era la nobleza hereditaria.

En tiempos de Moctezuma II se contaban 30 de estos señoríos de a 100,000 vasallos y 3,000 pueblos y lugares de menor importancia.

Su condición había imperado en el reino de aquel déspota emperador, pues no sólo estaban obligados a tener casa en la corte para esplendor de ella, sino que residian en México cierta parte del año, no podían retirarse sin licencia, y en este caso dejaban al hijo o hermano en rehenes de que no se alzarían, faltando a la jurada obediencia.

Las poblaciones fundadas por las tribus recibieron el nombre de Altapotl, pueblo, Huotialtepetl, ciudad. Al reunirse los primitivos pobladores tomaron para sí ciertas extensiones de terreno, que por lotes fueron repartidas a las familias. Cambiados los vecinos de unos a otros pueblos, cada parcialidad quedó con sus tierras propias y los pueblos eran subdivididos en un calpulli o varios, cuantas las parcialidades eran.

Las familias donadoras de las tierras del calpulli eran usufructuarias; manejábanla sin contradicción de padres a hijos, mas no podían enajenarlas bajo ninguna condición, ni disponer de ellas sino en herencia legítima.

Si el vecino pasaba a vivir a otro calpulli del mismo pueblo, perdía su lote y con mayor razón si se transladaba a otra vecindad; si dejaba de labrar dos años seguídos y reconvenido hacía lo mismo al siguiente año, perdía igualmente la propiedad.

En estos casos y en el de la extinción de la familia, las tierras volvían al calpulli y el principal, con acuerdo de los ancianos, las daba a las nuevas familias formadas. Quien había recibido un mal lote podía pedir se lo cambiaran por alguno que estuviera vacante, y si había lotes de sobra se daban en arrendamiento a los del calpulli vecino, mas nunca en donación o venta ...

Cerca de los calpulli y con obligación a los vecinos de labrarlas, había tierras destinadas al cultivo, cuyos productos estaban exclusivamente dedicados al mantenimiento del ejército en tiempo de guerra. Llamábanse Milchimalli, tierras de guerra.

Las tierras del calpulli estaban pintadas de amarillo claro, las de los nobles de encarnado, las del Rey de púrpura.

Para sufragar los gastos del culto los teocalli tenían señaladas tierras. Una heredad era conocida con el nombre de Teotlapan, tierra de los dioses, por estar destinada a objetos religiosos.

La propiedad de la tierra exterior estaba muy subdividida. Con esta distribución se proveía la subsistencia del mayor número de familias, pero los bienes así vinculados estaban inertes. Todos los desheredados quedaban fuera del poco movimiento que se operaba en aquella sociedad. La suerte de los privilegiados estaba asegurada, mientras la condición de los plebeyos era dura y afanosa.

Así pasa todavía, de absoluta necesidad, aun en la nación mejor organizada ...

Aunque precaria, esta situación sería llevadera a no sobrevenir el tributo pedido por el conquistador. Como plebeyos, de los granos que se cogían de tres medidas, daban uno, uno de cada tres de lo que criaban; su trabajo era para el déspota de México; eran esclavos de la tierra; y cuando comían huevos, les parecía que el Rey les hacía gran merced y estaban tan oprimidos, que casi se les tasaba lo que habían de comer y lo demás era para el Rey.

El cáncer de aquella sociedad estaba en el orgullo de los reyes.

En cuanto a los toltecas, que llegaron procedentes también del norte del país, en el año 540, se instalaron en lo que después fue el reino de Tolán o Tula.

Tanto los toltecas como los aztecas, conocían el cultivo del maíz, del algodón, de la habichuela, de la calabaza y de otras especies originarias de América.

Los toltecas dejaron en Tula pirámides y ruinas arqueológicas que muestran la gran civilización que alcanzó aquel pueblo.

Por lo que se refiere a la organización política, algunos historiadores están de acuerdo en que existió un reinado en el que el monarca duraba medio siglo y la renovación de la autoridad la hacía la nobleza que existía en la tribu. Los toltecas, al igual que los aztecas; eran industriosos, hacían tejidos de algodón, de características notables. Se dedicaban también a la pintura, usando el plumaje de las aves para adorno de los templos o de sus habitaciones. Estas eran cómodas y aseadas.

Las costumbres del pueblo tolteca eran morigeradas. El pueblo era respetuoso de la autoridad, disciplinado y coherente.

El Barón de Humboldt, después de haber recorrido casi todas las regiones del país en que se manifestaron las antiguas civilizaciones, llegó a la conclusión de que la civilización tolteca fue la más avanzada. Reconoce en los toltecas mayor adelanto que en muchos pueblos europeos de la misma época, y como testimonio de esa civilización cita las pirámides, comparables en algunos aspectos a las que construyeron las antiguas civilizaciones en Europa y otros continentes.

Jiménez Moreno y otros arqueólogos actuales distinguen entre las civilizaciones de Tula y Teotihuacán, y reconocen que entre ellas existen diferencia.

En cuanto a la raza maya-quiché se desarrolló en la península del sureste, principalmente en lo que hoy es Estado de Yucatán.

La península de Yucatán fue poblada por tres razas distintas, de las que sobresalieron los mayas, a tal grado que esta civilización absorbió completamente las características de las otras dos.

El pueblo tomó su nombre de la región que habitó, que se denominó mayab. Fundó tres ciudades importantes: Mayapán, Uxmal y Chichén, y alcanzó su máximo esplendor en el año de 1160.

La civilización maya merece el calificativo de grandiosa; las ruinas que nos legó son de los más importantes testimonios arqueológicos. Chichén-Itzá, Uxmal y otras que existen en el Estado de Campeche y en la América Central, hasta donde llegó esa civilización, han sido admiradas por propios y extraños.

TodaVía se hacen investigaciones para descubrir muchas de las ruinas de los mayas, y tales investigaciones hacen pensar que faltan muchas ruinas por descubrirse, acaso de las más notables.

Las costumbres del pueblo maya eran morales; tenían cualidades de las que carecieron otros muchos pueblos que habitaron lo que hoy es el territorio nacional.

El respeto a la ley que observamos en el pueblo azteca y en el tolteca, fue consecuencia de la unidad de la tribu, o de la raza, mejor dicho, pudiendo decirse que en el pueblo maya la familia era un modelo de organización.

La honestidad era una virtud sobresaliente al grado que el hogar era inviolable. El respeto a la mujer y a la autoridad eran virtudes que enorgullecían a aquel pueblo.

Los mayas contaban con una pequeña flota que utilizaban para su intercambio comercial con las poblaciones cercanas al mar, principalmente con las de la costa de Guatemala, embarcando productos de la región, especialmente sal y cereales que obtenían de sus dominios y cambiaban por cacao y algunos otros productos de los lugares a donde llegaban sus frágiles embarcaciones.

A pesar de la aridez característica de las tierras de la península, con sistemas adecuados los mayas las hicieron producir, obteniendo lo suficiente para la satisfacción de sus necesidades. Sus principales cultivos fueron maíz, frijol, chile y henequén.

En relación con la organización agraria y social del pueblo maya, existen escasos datos para hablar de ello. Lo que sabemos se lo debemos, al Obispo Landa, autor de la interesante obra Relación de las cosas de Yucatán, quien asegura que los mayas estaban organizados en forma teocrática, guerrera, dividida en castas, y que el pueblo trabajaba comunalmente las tierras en beneficio de las clases privilegiadas.

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