Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO IV - Se inicia la Revolución - Situación que prevalecía en la República antes del cuartelazo de la CiudadelaCAPÍTULO IV - Se inicia la Revolución - Periodo presidencial del General Victoriano HuertaBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO CUARTO

SE INICIA LA REVOLUCIÓN Y ES DETENIDA EN SU NACIMIENTO

EL CUARTELAZO DE LA CIUDADELA.
Sublevación de los Generales Mondragón, Reyes y Díaz. Traición de Huerta. El Pacto de la Ciudadela. Asesinato del Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez. Intervención perversa del Embajador Henry Lane Wilson es estos asuntos.


En la madrugada del día 9 de febrero de 1913, se sublevaron en Tacubaya 300 hombres del Primer Regimiento de Caballería y 400 del Segundo, así como los alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes, formando dos columnas al mando de los generales Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz y Manuel Velázquez.

El general Mondragón se dirigió a la prisión militar de Santiago, donde se encontraba preso el general Reyes, poniéndolo en libertad.

Después hizo lo mismo con el general Félix Díaz, que se hallaba confinado en la penitenciaría, y la columna de la Escuela Militar de Aspirantes se apoderó del Palacio Nacional y de la catedral.

A mí me tocó, con otros estudiantes, presenciar el desfile de los aspirantes por las calles del Apartado, y al reconocernos uno de los sublevados, nos manifestó que se habían rebelado en contra del gobierno del señor Madero, para lograr que volviera la tranquilidad a México; que ya el pueblo estaba cansado de tantas calamidades, pero en realidad observamos que la mayoría de aquel grupo de estudiantes iban cabizbajos, sin saber a dónde, arrastrando las pesadas piezas de artillería y dirigidos por jefes sin pundonor. Esto acaeció a las 7 de la mañana del día 9 de febrero.

El general Lauro Villar era el Comandante Militar de la Plaza, y cuando tuvo conocimiento de lo que sucedía, penetró a Palacio e imponiéndose con todo valor a los sublevados, en elocuente arenga, logró someterlos, ordenando a las fuerzas leales que pusieran en prisión a los aspirantes.

Estando ya el Palacio Nacional en poder de las fuerzas del gobierno, apareció por las calles del Reloj el general Gregorio Ruiz, que fue intimado a rendirse. Ante la actitud resuelta del general Villar, se rindió. Fue hecho prisionero y fusilado de inmediato.

Con la mayor parte de la columna llegó a Palacio el general Bernardo Reyes, creyendo que estaba en poder del general Ruiz.

El general Villar lo conminó a rendirse, mas como sus fuerzas continuaban avanzando, se dio orden de fuego, entablándose una lucha en que resultó muerto el general Reyes y gravemente herido el general Villar.

Ante aquel fracaso, los generales Félix Díaz y Manuel Mondragón se dirigieron a la Ciudadela, habiéndose posesionado de esa fortaleza, en la que había grandes pertrechos de guerra.

Entre tanto, el Presidente Madero, montado a caballo y escoltado por los alumnos del Colegio Militar, salió rumbo a Palacio. Al llegar frente al Teatro Nacional se escuchó un tiroteo, por lo cual fue a refugiarse a la fotografía Daguerre, saliendo después a los balcones del edificio, acompañado del general Huerta, del ingeniero Manuel Bonilla y de algunas otras personas que se le habían unido en el camino.

En ese momento el general Huerta aprovechó tan brillante oportunidad para ponerse a las órdenes del Presidente y obtener su nombramiento como Jefe de la Comandancia Militar en lugar del general Villar, quien al hacer entrega del mando manifestó al señor Madero que su herida era simplemente un rasguño. Sin embargo, el señor Madero dispuso el cambio del general Villar.

El presidente Madero, después de haber llegado a Palacio, se dirigió a Cuernavaca para ponerse en contacto con el general Felipe Angeles, quien permaneció leal al gobierno, trasladándose con sus fuerzas a la capital.

Durante diez días las tropas federales atacaron a los felicistas en la Ciudadela, sin poder tomar la fortaleza. Sin duda, el general Huerta, tenía ya su plan de traición y hacía todo lo posible por evitar el triunfo del gobierno.

En el recorrido que hacíamos por la ciudad algunos estudiantes, nos dimos cuenta del sacrificio inútil de las fuerzas rurales maderistas, a quienes Huerta ordenaba dirigirse a toda carrera por las calles que conducen a la Ciudadela para tomar la fortaleza. Los rurales eran materialmente barridos por la metralla de los rebeldes, y en el ataque quedaban las calles cubiertas de cadáveres.

Frente a la entonces Asociación Cristiana de Jóvenes, hoy edificio del diario Novedades, se encontraba el periódico Nueva Era, que había sido dotado por el gobierno de la maquinaria, linotipos, prensa, etc., más modernos en aquel entonces.

Fuimos testigos de cómo ardió aquel edificio, que fue ametrallado desde la Ciudadela, habiendo quedado totalmente reducida a cenizas la maquinaria que allí se encontraba.

La tregua que se hacía entre los rebeldes y las fuerzas al mando del general Huerta, se aprovechaba para amontonar cadáveres en el zócalo y en las calles de Balderas, a fin de incinerarlos.

En vista de aquellos acontecimientos, el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, se dirigió a su gobierno manifestando que la situación en México era sumamente grave. Que los 25,000 residentes extranjeros carecían de garantías y de protección, y que por interés de la humanidad y en desempeño de sus obligaciones políticas, el gobierno de los Estados Unidos debía darle instrucciones de carácter firme, drástico, tal vez amenazante, para trasmitirlas al presidente Madero y a los líderes del movimiento sedicioso.

El Presidente Taft, previo un Consejo de Ministros, declaró que el gobierno norteamericano no veía justificada ninguna intervención en México; sin embargo, barcos de guerra americanos se movilizaron a los puertos de Veracruz y Tampico.

Posteriormente, el día 12 de febrero, el embajador Wilson, acompañado de los ministros alemán e inglés, se dirigieron al Palacio Nacional, para hacer ver al presidente Madero que en Washington estaban profundamente impresionados por la situación tan grave que existía, habiéndole manifestado también que se iban a poner en contacto con el general Félix Díaz, que se encontraba en la Ciudadela, para hacerle ver también lo grave de aquella situación, lo cual hicieron desde luego.

De la muy interesante obra La Historia Diplomática de la Revolución, de que es autor el eminente internacionalista revolucionario licenciado don Isidro Fabela, tomamos los datos siguientes:

La entrevista con el presidente Madero fue una verdadera amenaza, hecho insólito en la diplomacia. Pero todavía el embajador Wilson no se conformó con aquella entrevista, sino que en junta con los ministros de Alemania, Inglaterra y España celebrada en la embajada de los Estados Unidos, expresó nervioso y excitado:

Madero es un loco, un lunático que debe ser legalmente declarado sin capacidad mental para el ejercicio de su cargo.

Y después agregó:

Esta situación es intolerable y yo voy a poner orden.

Agregando:

Madero está irremisiblemente perdido. Su caída es cuestión de horas y depende sólo de un acuerdo que se está negociando entre Huerta y Félix Díaz.

Con esta declaración se comprobó plenamente la complicidad de Wilson en la traición de Huerta y el golpe de Estado.

Más tarde, el embajador Wilson propuso a los mismos diplomáticos que era necesario pedir la renuncia al señor Madero, y comisionó al señor Cólogan, ministro de España, para que comunicara aquella proposición.

El ministro de España señor Cólogan, se trasladó el día 15 de febrero a Palacio, y habiendo sido recibido por el señor Madero, le expresó que en su concepto y en el de los ministros que habían asistido a aquella junta, no cabía otro camino que presentar la renuncia.

El señor Madero contestó a Cólogan rechazando aquella ingerencia indebida, que estaban tomando los diplomáticos en la política del país, abandonó precipitadamente la pieza y dejó solo al señor Cólogan.

No solamente los representantes extranjeros se habían mostrado hostiles al señor Madero. Algunos senadores que fueron convocados torpemente por el ministro de Relaciones Exteriores, licenciado Pedro Lascuráin, también ocurrieron al señor Madero haciéndole ver la necesidad de que presentara su renuncia, en virtud de que el ministro Lascuráin les había hecho saber el peligro inminente de la intervención extranjera. Con el señor Madero, estuvieron los senadores Guillermo Obregón, Sebastián Camacho y otros más. El señor Madero rechazó en forma enérgica aquella intervención indebida del Senado, y manifestó a los representantes del mismo, que sólo muerto o por mandato del pueblo saldría del Palacio Nacional.

La conducta atrabiliaria del señor Wilson siguió en forma cada vez más pérfida. El general Huerta sabía que contaba con la aprobación del embajador. El día 18 de febrero llegó al Palacio Nacional el teniente coronel Jiménez Riveroll, y haciéndose acompañar en seguida por el señor presidente a un pasillo, le comunicó, como cosa urgentísima y de parte de Huerta, que se acababa de recibir la noticia de que el general Rivero se acercaba a la capital procedente de Oaxaca. Que venía en plan de rebeldía, dispuesto a unirse a los alzados de la Ciudadela, y que para colocar al presidente en un lugar seguro, era necesario que en seguida lo acompañara para que fuera debidamente protegido.

Detrás de Riveroll, según expresa el señor licenciado Federico González Garza, Gobernador entonces del Distrito Federal, testigo presencial, venía un pelotón compuesto de 25 soldados bien armados.

Inmediatamente el señor Madero, al penetrar al Salón de Acuerdos seguido de Riveroll, y de algunos de sus ayudantes, comprendiendo que Huerta le había tendido una celada, se detuvo y dijo a Riveroll: que no lo acompañaría, que manifestara a Huerta que pasara a su presencia para que le imponga de los acontecimientos.

Se inició un diálogo rapidísimo, seguido de un violento forcejeo, y comprendiendo el ejecutor de las órdenes de Huerta que su víctima estaba por escaparse, detuvo a los soldados, exclamando con voz estentórea:

¡Alto! ¡Media vuelta a la derecha! ¡Levanten armas! ¡Apunten! ...

Antes de que pudiera dar a los soldados la orden de ¡fuego!, cuyas armas estaban ya dirigidas hacia el presidente y a sus ayudantes, el capitán Gustavo Garmendia, ayudante del presidente, instantáneamente se dirige a Riveroll, poniendo su pistola en ]a sien izquierda, a la vez que se escucha una tremenda detonación, y el ínfidente cae a tierra con el cráneo atravesado por la certera bala del ayudante.

Otro de los acompañantes de Riveroll, el mayor Izquierdo, segundo jefe del pelotón, también encontró la muerte a manos del entonces capitán ayudante Federico Montes. De los amigos del señor Madero fue muerto Marcos Hernández, que también se hallaba en aquel lugar.

Ante tal situación de tragedia, el señor Madero serenamente avanzó hacia los soldados, a quienes les dijo: Calma, muchachos, no tiren, ... hasta llegar a ellos y parapetarse tras de sus propios cuerpos. Pudo el señor Madero ganar la puerta y dirigirse a los salones que dan a la Plaza de la Constitución, mientras los soldados se desbandaron desconcertados por la muerte de sus jefes.

El señor Madero se asomó a uno de los balcones y arengó a las tropas rurales que rodeaban Palacio, participándoles la traición de que estaba siendo víctima. Las tropas contestaron con entusiasmo, manifestándole estar prontas para su defensa. Que esperaban sus órdenes.

El señor Madero, junto con tres o cuatro de sus ayudantes y de varios de sus amigos de los más fieles, descendió por el elevador hasta el patio en busca de apoyo en algún cuerpo del ejército que estuviera cercano, y encontrándose allí formado parte del 29° batallón, que él siempre había reputado como de los más fieles, y por haber llenado de consideraciones a su jefe Aureliano Blanquet, a quien había ascendido al grado de general de brigada, por lo cual el presidente había dispuesto que dicho jefe se encargara de la custodia de Palacio, el señor Madero se dirigió a los soldados para manifestarles que querían aprehender al presidente de la República; pero ustedes sabrán defenderme, puesto que estoy aquí por la voluntad del pueblo mexicano.

Al mismo tiempo, desde el centro de Palacio y seguido por varias compañías de soldados, Blanquet se había desprendido a paso largo para venir al encuentro del señor Madero y empuñando en su mano un revólver, avanzó hacia él hasta colocarse a pocos pasos de su persona, le intimó rendición, diciéndole: Señor Madero, es usted mi prisionero.

Entonces el presidente, con ademán de indignación profunda, revistiéndose de toda la dignidad que su puesto y sus convicciones le imponían, le contestó diciéndole: Es usted un traidor. Blanquet repitió: Es usted mi prisionero. El presidente respondió: Es usted un traidor. Pero viendo que la resistencia era inútil, se dejó conducir en seguida hacia la Comandancia Militar, en una de cuyas piezas fue internado con algunos de sus ministros que ya habían sido hechos prisioneros, así como el vicepresidente Pino Suárez.

El día 18 se recibió en Washington la noticia de que el señor Madero había sido hecho prisionero por Huerta. El presidente Taft, no podía ocultar su satisfacción, y en una entrevista que dio a la prensa el señor Huntington, subsecretario del Departamento de Estado y protector de Wilson, manifestó:

El embajador Lane Wilson quería únicamente la paz; que el Departamento de Estado nunca había sido muy entusiasta por Madero, y que el modo como esa paz era obtenida no era cosa que concerniera a los Estados Unidos. Para terminar, añadió que los actos del embajador contaban con la aprobación del Departamento de Estado.

Esta declaración se publicó en The New York World el día 21 de febrero.

Las consecuencias de aquellos acontecimientos provocados y apoyados por el embajador Lane Wilson, fueron las renuncias de los señores presidente y vicepresidente de la República, don Francisco I. Madero y don José Pino Suárez, que la Cámara de Diputados aceptó en la sesión del día 19 de febrero por mayoría, con la sola excepción de los votos de los diputados Luis Manuel Rojas, Hurtado y Espinosa y Escudero.

Entre tanto, en Veracruz sucedían acontecimientos graves. Los barcos de guerra anclados en la bahía, a pesar de manifestar los jefes que no tenían órdenes para desembarcar, ejercían una fuerte presión sobre el gobierno de México, lo cual alentó a Wilson y a sus cómplices.

Comentando la actitud del señor Madero, el señor licenciado Fabela expresa lo siguiente:

El señor Madero, debió haber cumplido al pie de la letra lo que dijera a los senadores cuando al pedirle su renuncia, contestó: Estoy aquí por mandato del pueblo, y sólo muerto saldré del Palacio Nacional.

Y al no haber cumplido ese alto y dignísimo deber, dejó de ser un héroe para ser solamente un mártir.

El embajador Wilson cita al Cuerpo Diplomático con objeto de discutir asuntos muy importantes en relación con la capital, expresando en el citatorio que algo muy grave iba a ocurrir.

En ese momento llegó el ingeniero Enrique Cepeda, que entró intempestivamente a la embajada, con la cara cubierta de mortal palidez y la sangre chorreando abundantemente de una herida que tenía en la mano. Cepeda, próximo a desmayarse, y con voz ahogada, se acercó rápidamente al embajador y le dijo de manera perfectamente audible por los miembros del Cuerpo Diplomático: He cumplido mi promesa; le dije a usted que una vez sucedida la cosa, usted sería el primero en saberlo, y aquí estoy.

El ingeniero Eñrique Cepeda era uno de los ayudantes de Huerta.

Desde luego, el embajador comisionó al secretario de la embajada, Mr. Tenan, para que viese a Huerta con urgencia y se cerciorara personalmente de lo sucedido, invitándolo a que se reunieran en la casa de los Estados Unidos él y los principales cabecillas de la Ciudadela para resolver lo que debía hacerse.

Tenan, al regresar, le entregó una nota de parte de Huerta, en la cual le hacía ver que el presidente y sus ministros se encontraban en su poder, en el Palacio Nacional, en calidad de prisioneros, agregando:

Confío en que Vuestra Excelencia interpretará este acto como la mayor demostración de patriotismo de un hombre que no tiene más ambiciones que servir a su país, y cuya principal misión es la de restablecer la paz en la República y asegurar los intereses de sus hijos y de los extranjeros que nos han traído tantos beneficios.

Ruego a usted, se sirva hacer llegar el contenido de esta nota a la atención de su Excelencia el presidente Taft, suplicándole también que trasmita esa información a las varias misiones diplomáticas de la ciudad.

Después de los acontecimientos relatados, en que el embajador Wilson fue el promotor y el director, se celebró una serie de reuniones en la sede de la embajada, a las que asistieron Félix Díaz, Victoriano Huerta y otros malos mexicanos traidores al señor Madero, de las cuales la más importante fue la tenida el 18 de febrero, en la que se ultimó lo que se ha llamado el Pacto de la Embajada, que textualmente dice así:

En la ciudad de México, a las nueve y media de la noche del dia dieciocho de febrero de mil novecientos trece, reunidos los señores generales Félix Diaz y Victoriano Huerta, asistidos, el primero por los licenciados Fidencio Hernández y Rodolfo Reyes, y el segundo por los señores teniente coronel Joaquín Mass e ingeniero Enrique Cepeda, expuso el señor general Huerta, que en virtud de ser insostenible la situación por parte del gobierno del señor Madero, para evitar más derramamiento de sangre y por sentimiento de fraternidad nacional, ha hecho prisionero a dicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general Díaz sus buenos deseos para que los elementos por él representados fraternicen y todos salven la angustiosa situación actual. El señor general Diaz expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que, en tal virtud, está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en beneficio de la patria.

Después de las discusiones del caso, entre todos los presentes arriba señalados se convino en lo siguiente:

Primero. Desde este momento se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprometiéndose los elementos representados por los generales Diaz y Huerta a impedir por todos los medios cualquier intento para el restablecimiento de dicho Poder.

Segundo. A la mayor brevedad se procurará solucionar en los mejores términos legales, posibles, la situación existente, y los señores generales Diaz y Huerta pondrán todos sus empeños a efecto de que el segundo asuma, antes de setenta y dos horas, la Presidencia Provisional de la República, con el siguiente gabinete: Relaciones, licenciado Francisco León de la Barra; Hacienda, licenciado Toribio Esquivel Obregón; Guerra, general Manuel Mondragón; Fomento, ingeniero Alberto Robles Gil; Gobernación, ingeniero Alberto García Granados; Justicia, licenciado Rodolfo Reyes; Instrucción Pública, licenciado Jorge Vera Estañol; Comunicaciones, ingeniero David de la Fuente.

Será creado un nuevo ministerio, que se encargará de resolver la cuestión agraria y ramos conexos, denominándose de Agricultura y encargándose de la cartera respectiva el licenciado Manuel Garza Aldape.

Las modificaciones que por cualquier causa se acuerden en este proyecto de gabinete deberán resolverse en la misma forma en que se ha resuelto éste.

Tercero. Entre tanto se soluciona y resuelve la situación legal, quedan encargados de todos los elementos y autoridades de todo género, cuyo ejercicio sea requerido para dar garantía, los señores generales Huerta y Díaz.

Cuarto. El señor general Díaz declina el ofrecimiento de formar parte del gabinete provisional en caso de que asuma la presidencia provisional el señor general Huerta, para quedar en libertad de emprender sus trabajos en el sentido de sus compromisos con su partido en la próxima elección, propósito que desea expresar claramente y del que quedaban bien entendidos los firmantes.

Quinto. Inmediatamente se hará la notificación oficial a los representantes extranjeros, limitándola a expresar que ha cesado el Poder Ejecutivo, que se provee a su sustitución legal, que entre tanto quedan con toda la autoridad del mismo los señores generales Díaz y Huerta, y que se otorgarán todas las garantías procedentes a sus respectivos nacionales.

Sexto. Desde luego se invitará a todos los revolucionarios a cesar en sus movímientos hostiles, procurándose los arreglos respectivos.

Firmados. El general Victoriano Huerta. El general Félix Díaz.

Al terminar la lectura del documento el embajador Wilson y los mexicanos presentes aplaudieron.

Todavía al reunirse el embajador con sus colegas, que sólo esperaban conocer el resultado de la junta para despedirse, algunos de ellos, casi a un tiempo exclamaron: ¿No matarán estos hombres al Presidente? ... Oh, no, contestó mister Wilson. ¡A Madero lo encerrarán en un manicomio! El otro, sí, es un pillo y nada se pierde con que lo maten. Se refería a don Gustavo Madero, hermano del Presidente.

Sólo el ministro de Cuba, don Manuel Márquez Sterling, tuvo una actitud callada en aquella turba de diplomáticos perversos. No sólo expresó su disentimiento sobre el proceder del embajador norteamericano, sino que alarmado por las noticias que corrían de que había sido ya fusilado en forma cruel y atormentado previamente don Gustavo Madero, redactó inmediatamente, el día 19 de febrero, una nota en la que manifestó al embajador Wilson que estaba preocupado por los rumores que circulaban respecto al peligro que corría la vida del presidente Madero. Que inspirado por un sentimiento de humanidad, se permitía sugerir a Wilson la idea de que el Cuerpo Diplomático tomara la honrosa iniciativa de solicitar a los jefes de la revolución medidas rápidas y eficaces, tendientes a evitar el sacrificio inútil de la existencia del señor Madero.

Al mismo tiempo, ponía a disposición del embajador el crucero Cuba, anclado en el puerto de Veracruz, por si el señor Madero salía al extranjero.

Posteriormente, Márquez Sterling se dirigió a la embajada del Japón, donde estaban refugiados los padres y hermanas del señor Madero.

Al ver al ministro cubano, el padre del señor Madero le manifestó: ¡Qué le parece, ministro. Yo nunca tuve confianza en Huerta. Ahí mismo entregó al señor ministro una carta, en que pedía, a nombre de los familiares del presidente, que interpusieran sus buenos oficios ante los jefes del movimiento que los tenían presos, a fin de que les garantizaran su vida, haciendo extensiva esa súplica al señor Vicepresidente de la República y demás compañeros.

En la embajada americana estaban con el Sr. Wilson el ministro inglés, el de España y el encargado de Negocios de Austria-Hungría, y al conocer el pliego que llevaba el señor Márquez Sterling, expresó al embajador: Eso es imposible. Agregando: ¿Por qué ustedes no le piden directamente al general Huerta un trato benigno para los prisioneros ...? Usted y el señor ministro de España podían ir a Palacio y entrevistarse con el mismo Huerta, hablando en nombre de cada uno de los ministros, pero no del Cuerpo Diplomático.

El señor ministro de España, Cólogan, y el señor Márquez Sterling, ministro de Cuba, se dirigieron a Palacio. Un oficial los condujo a la antesala donde verían al general Blanquet. Blanquet los acogió amablamente y el señor Cólogan le explicó el objeto de la misión que llevaban. Con gran tranquilidad de espíritu Blanquet les manifestó: ¿Correr peligro la vida del señor Madero? Qué absurdo, el Presidente, en un principio se negÓ a renunciar, y esto complicaba el caso. Pero cedió al fin a la razón.

De hecho, en el Pacto de la Embajada se había estipulado que se respetaría el orden constitucional de los Estados; que no se molestaría a los amigos del señor Madero; que el propio señor Madero, junto con su hermano Gustavo, el Lic. Pino Suárez y el general Angeles, con sus respectivas familias, serían conducidos la noche del 19 y en condiciones de completa seguridad, en un tren especial a Veracruz, para embarcarse al extranjero y finalmente los acompañarían en su viaje al puerto varios ministros extranjeros, quienes recibirían el pliego conteniendo las renuncias del presidente y vicepresidente. Blanquet les manifestó que, aceptadas las renuncias de los señores Madero y Pino Suárez, se nombraría al señor Lascuráin, ministro de Relaciones, para que inmediatamente protestara como presidente provisional. A su vez el señor Lascuráin nombraría al general Huerta, secretario de Relaciones, y una vez presentada la renuncia de Lascuráin, se nombraría al general Huerta para substituirlo.

Después el ministro cubano, conducido por un oficial, fue a visitar a] señor Madero y al vicepresidente Pino Suárez, en compañía del ministro de España.

Al verlos el señor Madero exclamó: señores ministros, estoy muy agradecido por las gestiones de ustedes y acepto e] ofrecimiento del señor ministro de Cuba para embarcar en el crucero Cuba.

El señor Márquez Sterling ofreció a] señor Madero llevarlo en su automóvil hasta la estación y de allí acompañarlo a Veracruz.

El señor Madero creía que la salida del tren sería a las 10 de la noche y suplicó a Márquez Sterling que estuviera de nuevo a avisarle a las 8 de la noche por si hubiera algún inconveniente, y en efecto, a las ocho fue recibido por Blanquet, quien le dijo que podía pasar a visitar al señor Madero, al ver al ministro de Cuba, exclamó: es usted hombre de palabra y ministro que honra a su país, según Márquez Sterling, el ambiente era franco.

Nada hacía presentir la catástrofe. Echado en un sillón el general Angeles, que no quiso incorporarse al cuerpo de Huerta y lo tenían por su lealtad encerrado, observaba con tristeza y era el único de todos los presentes que no formaba castillos de naipes, en la esperanza ilusoria del viaje a Cuba.

Y hablando después con el propio ministro de Cuba, le dijo: a don Pancho lo truenan.

El señor Márquez Sterling durmió esa noche en la pieza de los cautivos, y en una confidencia que tuvo con el señor Madero, éste le manifestó que si volvía a ser presidente, gobernaría con un gabinete definido de hombres.

El señor Márquez Sterling se enteró por los periódicos que el general Huerta había sido nombrado presidente de la República, de acuerdo con el pacto que se había firmado en la Embajada Norteamericana.

Previa cita que el embajador Lane Wilson hizo al Cuerpo Diplomático, al abrir la sesión el embajador norteamericano manifestó a los allí reunidos el cambio de poderes en México, haciéndoles conocer que el general Huerta había sido nombrado presidente de la República, al mismo tiempo preguntó a los ministros: ¿El Cuerpo Diplomático reconoce al general Huerta Presidente de la República?

El señor Cólogan y Cólogan, ministro de España, manifestó que los ministros extranjeros no podían negarse a reconocer al Gobierno Provisional, que era producto de la Constitución Mexicana al igual que lo fue el gobierno del señor de la Barra al renunciar Porfirio Díaz.

Propuso el nefasto embajador de los Estados Unidos que se redactara por los ministros de España, Inglaterra y Alemania, una nota sobre la conveniencia de reconocer al nuevo gobierno.

Los personajes nombrados se retiraron a deliberar, interpretando los deseos del perverso embajador norteamericano y llegaron a la conclusión de que desde luego debía reconocerse a Huerta como presidente de México.

Esa misma noche, se dio una gran recepción en la embajada norteamericana a la que asistieron todos los representantes diplomáticos.

Con motivo de la noble conducta del embajador Márquez Sterling, recibió del ministro de Relaciones Exteriores de su país un cable en que le hacía presente su felicitación más entusiasta por la ayuda que estaba prestando al Gobierno de México, asegurando la vida del expresidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, agregando en el comunicado: al éxito de tan plausibles esfuerzos para honra de la humanidad y como la mejor manera de apagar las cóleras en beneficio de la paz y consolidación de las instituciones. Estamos persuadidos de que el pueblo de Cuba, así como todos los demás, verán regocijados el respeto a la vida de Madero y sus compañeros como prueba de la magnanimidad de la Nación Mexicana.

El 22 de febrero los señores Madero y Pino Suárez fueron asesinados por el gobierno de Huerta.

El general Angeles, según Márquez Sterling, le relató la forma detallada como los esbirros de Huerta sacaron de su prisión a don Francisco I. Madero y a don José María Pino Suárez para llevarlos al sacrificio.

... aquella tarde instalaron las guardias, en la prisión, tres catres de campaña con sus colchones, prenda engañosa de una larga permanencia en el lugar. Sabía ya Madero el martirio de Gustavo, y en silencio ahogaba su dolor. A las diez de la noche se acostaron los prisioneros; a la izquierda del centinela, Angeles; Pino Suárez, al frente, a la derecha, Madero.

Don Pancho -refiere Angeles- se envolvió en la frazada ocultando la cabeza.

Apagáronse las luces. Y yo creo que lloraba por Gustavo.

Transcurrieron veinte minutos y de improviso iluminóse la habitación. Un oficial llamado Chicarro, penetró seguido del mayor Cárdenas.

- Señores, levántense -dijo Chicarro.

Angeles, alarmado, preguntó: Y esto ¿qué es? ¿Dónde nos piensan llevar?

Chicarro entregaría los presos a Cárdenas; y ambos esquivaron el contestar.

Pero Angeles insistió en tono imperativo de general a subalterno:

- Vamos, digan ustedes ¿qué es esto?

Los llevaremos fuera ... -balbuceó Chicarro. A la Penitenciaría ... a ellos; a usted no, general ...

- Entonces, ¿van a dormir allá?

Cárdenas movió la cabeza afirmativamente.

- ¿Cómo no se ha ordenado antes que trasladen la ropa y las camas?

Los oficiales procuraban evadir las respuestas. Al fin Cárdenas gruñó: Mandaremos a buscarlas después ...

Pino Suárez se vestía con ligereza; Madero, incorporándose violentamente preguntó : ¿Por qué no me avisaron antes?

La frazada había revuelto los cabellos y la negra barba de don Pancho -añade Angeles- y su fisonomía me pareció alterada. Observé las huellas de sus lágrimas en el rostro. Pero, en el acto, recobró su habitual aspecto, resignado a la suerte que le tocara, insuperable el valor y la entereza de su alma. Pino Suárez pasó al cuarto de la guardia, donde los soldados le registraron a ver si portaba armas.

Quiso regresar y el centinela se lo impidió.

Atrás ...

Don Pancho, sentado en su catre, cambió conmigo sus últimas palabras ...

Angeles (a los oficiales): ¿Voy yo también?

Cárdenas: No general; usted se queda aquí. Es la orden que tenemos.

El Presidente abrazó a su fiel amigo.

Y cuando los dos apóstoles salían al patio del Palacio, Pino Suárez advirtió que no se había despedido de Angeles. Y desde lejos, agitando la mano sobre la indiferente soldadesca, gritó:

- Adiós, mi general ...

Dos automóviles los llevaron por camino extraviado.

En la Penitenciaría -dice Angeles- algunos presos, de quienes a poco fui compañero, escucharon doce o catorce balazos, disparados uno tras otro, poco a poco ...

¡Quién presenció el espantoso crimen! ¡Quién puede referir, instante por instante, la inicua felonía!

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