Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - El gobernador de Sonora, don Adolfo de la Huerta, desconoce al presidente CarranzaCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - El asesinato del presidente CarranzaBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO QUINTO

LA REVOLUCIÓN CONSTITUCIONALISTA

EL SACRIFICIO EN TLAXCALANTONGO


El presidente de la República, ante la imposibilidad de defender la ciudad de México que amagaban las tropas de González, Treviño y otros, abandonó la capital seguido por las escasas fuerzas que le eran leales y la mayor parte de sus secretarios de Estado, algunos ministros de la Suprema Corte de Justicia, diputados y senadores adictos, los alumnos de la Escuela de Aviación, los del Colegio Militar y el regimiento Supremos Poderes. Los trenes de la comitiva ocupaban varios kilómetros de vía. Los generales Zuazua y Novoa, quedaron encargados de resguardar la ciudad de México.

El señor Carranza y sus acompañantes dejaron la capital en la mañana del 7 de mayo, proponiéndose llegar a Veracruz por la línea del Mexicano, en cuyo Estado las tropas que mandaban los generales Guadalupe Sánchez y Palacios, consideró que le eran fieles.

Es interesante relatar una entrevista que días antes del asesinato del señor Carranza, tuvo el íntegro revolucionario y enorme artista del pincel, Dr. Atl, con él, en el Palacio Nacional.

Atl había sido un apasionado carrancista, pero habiéndose distanciado con el entonces primer Jefe del Ejército Constitucionalista, por cuestiones ideológicas, fue víctima del exilio, y cuando regresó de los Estados Unidos, ya cuando el obregonismo se había adueñado de la situación, se presentó ante el presidente de la República para ponerse a sus órdenes, y en la entrevista que con él tuvo, le dijo:

Usted, señor presidente, no debe abandonar la capital. Cierto es que la mayor parte del ejército se ha rebelado, pero usted, ciñéndose la banda presidencial, debe permanecer en sus oficinas, y seguramente los jefes militares que dirigen el movimiento, no se atreverán a ejercer ningún acto de violencia contra de usted, ya que todos ellos fueron sus subordinados y lo han respetado siempre.

El señor Carranza contestó al Dr. Atl agradeciéndole aquella sugestión ... Pero ya estaba decidido que el destino de aquel gran patriota sería el sacrificio de Tlaxcalantongo.

El día 5 de mayo, antes de abandonar la capital, el señor Carranza lanza el siguiente manifiesto a la Nación:

La delicada situación militar y política por la cual atraviesa el país, exige una exposición franca y precisa de las causas que la han motivado y de los propósitos del Poder Ejecutivo para hacerle frente.

Al dirigirme en esta ocasión a mis conciudadanos tanto en mi carácter de presidente de la República que me impone el deber por el cumplimiento de la ley y por la conservación del orden, cuanto con el de Jefe del Partido que llevó a cabo la Revolución Constitucionalista en la cual me incumbe la responsabilidad histórica de mantener los principios por los cuales hemos venido luchando durante diez años.

CUAL FUE EL ESPIRITU DE LA REVOLUCION DE 1913

La Revolución de 1913 fue una inmensa protesta del pueblo mexicano contra la usurpación de Victoriano Huerta, tanto porque ésta constituía una restauración del régimen dictatorial porfirista cuanto principalmente porque los crímenes de febrero de 1913 entrañaban el desconocimiento del mandatario que había sido legalmente electo. Al encabezar la Revolución de 1913 me propuse, pues, no sólo afirmar las conquistas democráticas alcanzadas por la Revolución de 1910, sino también y principalmente, establecer de una vez por todas el precedente de que ningún gobierno que no emane de la voluntad popular, pudiera en lo futuro establecerse en México.

Habiendo triunfado primero sobre el régimen de Huerta, y luego sobre el intento dictatorial y militarista de Villa, se consignaron en la Constitución de 1917 los ideales económicos, políticos y sociales por los cuales habíamos venido luchando, y al mismo tiempo se insertaron en nuestra Ley fundamental todas aquellas bases de gobierno que pudieran cqnducir al fortalecimiento de la autoridad presidencial.

POR QUE ACEPTO SU POSTULACION PARA LA PRESIDENCIA

Cuando en 1917 me vi en el caso de aceptar mi postulación para presidente de la República, lo hice así porque consideré que de ese modo contribuiría a la consolidación de la obra revolucionaria y porque además, en aquellos momentos el Partido Constitucionalista amenazaba dividirse en dos bandos militares cuya pugna habría sido de graves consecuencias para la Revolución misma y para nuestro país, que se encontraba a la sazón envuelto en serias dificultades internacionales y económicas.

EL PAIS DENTRO DE UN FRANCO PERIODO DE RECONSTRUCCION

No es éste el momento oportuno para hacer frente a la labor administrativa durante los dos años escasos en que fue posible concentrar la atención del Poder Ejecutivo en la reorganización administrativa y en la pacificación. Baste decir que el país iba entrando poco a poco por la senda de una franca mejoría: los principales núcleos habían quedado deshechos y la situación crecientemente próspera de nuestras finanzas permitía ir mejorando nuestros servicios públicos. Todo hacía esperar que México pudiera llegar pronto a recobrar una vida económica y social enteramente normal y próspera. La opinión pública adquiriría confianza en el porvenir y sentía la necesidad de que se continuase la labor comenzada y el deseo de que, al concluir mi período presidencial, el nuevo encargado del Poder Ejecutivo siguiera los mismos pasos en la reconstrucción del país.

EL IDEAL DE LA TRANSMISION PACIFICA DEL PODER

Siempre fue mi propósito, desde que tomé posesión del Gobierno en mi carácter de presidente constitucional, poner todos los medios para que sin dejar de cumplir los principios revolucionarios se lograra el ideal que desde antes había yo abrigado de que la transmisión del poder pudiera efectuarse en lo futuro y por siempre en la Historia de México por medios pacíficos y democráticos, poniéndose fin en esta vez a la serie interminable de cuartelazos y pronunciamientos que venían registrándose en nuestra Historia, desde a raíz misma de la consumación de nuestra independencia, como único medio conocido de escalar el gobierno.

Jamás dejé de expresar con toda claridad mi firmeza de retirarme del Poder al concluir mi mandato, entregando voluntariamente la situación a quien el pueblo designara para substituirme y todos mis esfuerzos desde que comenzó a agitarse la opinión pública con motivo del cambio de gobierno tendieron a lograr que la transmisión del poder fuera pacífica y que la elección de mi sucesor fuese hecha libremente por el pueblo.

CONSECUENCIAS DE UNA LUCHA POLÍTICA PREMATURA

No habían transcurrido dos años completos desde que me hice cargo de la Presidencia de la República, cuando a principios de 1919 comenzaron a agitarse prematuramente las pasiones políticas en preparación de las elecciones presidenciales de 1920. Cuando comprendí que la agitación política era demasiado prematura y preví que pudiera conducirnos a serias perturbaciones en la Administración Pública, lancé el 15 de enero un manifiesto dirigido a los candidatos, a los empleados públicos, al Ejército y en general a todos los ciudadanos para que procuraran no anticipar demasiado sus trabajos electorales, a fin de que la efervescencia política que naturalmente tendría que producirse con motivo de las elecciones presidenciales, se redujera al mínimo del tiempo y causara el mínimo de trastornos.

Esta recomendación no sólo no fue escuchada, sino que, creyendo algunos, con excesiva suspicacia, ver en ella una maniobra política de mi parte para continuar en el Poder, en vez de aplazar sus trabajos, se apresuraron a iniciar la contienda electoral con gran anticipación.

LOS DOS CANDIDATOS MILITARES

Dos eran los candidatos que se sabía positivamente habían de presentarse en la palestra electoral a contender por la Presidencia de la República: los generales Alvaro Obregón y Pablo González, los dos jefes que se consideraban como los más prominentes del Ejército Constitucionalista.

El general Obregón lanzó francamente su propia candidatura y en su manifiesto de fecha primero de junio de 1919 que fue bien conocido del pueblo, trazó sustancialmente las bases generales de sus pretensiones a la Presidencia. Este manífiesto, que era el programa conforme al cual debía emprenderse la campaña electoral por el candidato y sus partidarios, dejaba ya advertir los futuros propósitos del general Obregón. Hacía sus apreciaciones de la situación general del país, considerándola como desfavorable y enteramente desesperada y culpaba de ella principalmente a los que llamaba los funcionarios militares corrompidos, refiriéndose implícítamente a las fuerzas del general don Pablo González que se encontraban en aquel tiempo a las órdenes del Gobierno. Ni el candidato reconocía subordinación a ningún partido político, sino que se limitaba a dar como garantía de su futura conducta sus prestigios y méritos personales y solamente por lo que hace a los intereses extranjeros decía algunas cuantas palabras prometiendo la consabida protección de vidas e intereses de los extranjeros e insinuando un desconocimiento de la política internacional seguida por mí.

En el manifiesto del general Obregón se esbozaba ya la futura oposición que había de emprenderse contra el gobierno de mi cargo, no tanto porque en él se desaprobara mi gestión administrativa y se prometiera reformar y modificar todo aquello que a su juicio había sido erróneo, indebido e inmoral, sino que en él se contenían conceptos que no dejaban lugar a duda sobre que consideraba que cualquiera oposición que pudiera tener como candidato habría de venir del gobierno mismo. Puede, pues, decirse que desde el principio mismo de la campaña electoral obregonista ésta fue iniciada a base de desaprobación de mi labor administrativa.

PROPAGANDA POLITICA A BASE DE OPOSICION

Nada habría tenido de reprochable que la campaña obregonista hubiera continuado sobre ese pie basada en las promesas de un cambio para cuando el candidato llegara a la Presidencia; pero muy pronto los partidarios del general Obregón no se limitaron a su labor de propaganda electoral, sino que comenzaron trabajos de franca oposición política y de ataques contra el Poder Ejecutivo. La oratoria del candidato y de sus partidarios en iunumerables mitines políticos, y en giras de propaganda, fue subiendo cada día de tono, hasta hacerse enteramente subversiva: su prensa asumió una actitud insultante, y en el seno de las cámaras, donde por muchos meses parecía contar el obregonismo con una fuerte mayoría, se hizo tal labor de oposición que pudiera decirse que durante los meses de sesiones ordinarias de 1919, los obregonistas del Congreso no hicieron más que obstruccionar la labor del Ejecutivo.

Poco a poco se fueron acentuando más estos propósitos oposicionistas hasta que se vio claramente que la campaña política del general Alvaro Obregón, en vez de tener por objeto recibir de manos del gobierno constituido el Poder que deseara alcanzar, por medio de las elecciones, tendía francamente a la destrucción de la fuerza y de la autoridad del gobierno como un medio de alcanzar la presidencia.

CUÁL FUE DE HECHO LA PROPAGANDA DE DON PABLO

El general don Pablo González, por su parte, no hizo conocer sino hasta muy tarde un elaborado programa político, y aun cuando sus trabajos de propaganda habian comenzado desde mucho antes, no se retiró del servicio militar efectivo hasta el 31 de diciembre de 1919 a fin de no quedar impedido constitucionalmente para jugar como candidato.

No se sabe que el general Pablo González haya hecho hasta ahora ninguna propaganda, gira u otra labor de carácter típicamente democrático para difundir su candidatura, pero en cambio, acontecimientos posteriores han venido a demostrar que todos sus esfuerzos se encaminaron a fortalecer la adhesión personal de los jefes del ejército que en un tiempo habían militado bajo sus órdenes, fundando en el apoyo de éstos el éxito de sus pretensiones presidenciales.

EL GENERAL GONZALEZ COMO CANDIDATO OFICIAL

Este sistema de campaña electoral hizo creer en un tiempo al general Obregón y a sus partidarios que el general González era un candidato oficial sostenido por las fuerzas militares a sus órdenes, y la natural prudencia con que hube de manejar aquella situación, les hizo pensar que los propósitos del general González estaban autorizados o cuando menos consentidos o tolerados por mí, creyéndose que éste contaría con el apoyo del gobierno para una especie de imposición militar.

Mientras sólo existieron dos candidatos militares, los partidarios del general Obregón acusaron constantemente de favorecer la llamada imposición militar del general González, a quien suponían en todo caso apoyado en la fuerza militar de sus subordinados. Por su parte los partidarios del general González veían en el general Obregón, un competidor apoyado también por elementos militares que conservaban la antigua adhesión ante su jefe y que tarde o temprano apelarían a las armas para sostener el triunfo de su candidato.

Puede, pues, decirse que hasta fines de 1919 la campaña política se desarrollaba exclusivamente entre dos candidatos que fiaban su triunfo en el apoyo que a su tiempo pudieran prestarles las fuerzas militares que simpatizaban con uno u otro. Todo hacía presumir que no se presentarían ya más candidatos, sino que la lucha se circunscribiría a estos dos jefes militares, es decir, el país parecía irremisiblemente condenado a seguir la tradición de premiar con la Presidencia de la República los méritos de sus caudillos.

JUSTIFICADO TEMOR DE UNA NUEVA REVOLUCION

En estas condiciones comenzó a sentirse claramente el peligro de que la nación se viera envuelta en un conflicto armado que tendría que estallar tarde o temprano y como resultado del cual caería indefectiblemente el Gobierno en manos de uno de los caudillos militares.

La idea de un candidato civil surgió primero como una posible transacción entre las dos ambiciones militaristas y esta idea evolucionó en la opinión pública hasta convertirse en una tendencia política bien definida, como un remedio contra la amenaza de la guerra civil y del caudillaje.

Diversos elementos, entre los cuales se encontraban miembros civiles y militares del Partido Constitucionalista, y no pocos empleados públicos, se afiliaron al partido civilista, de igual modo que otros funcionarios, empleados públicos y miembros del ejército se habían afiliado antes a una u otra de las candidaturas militares.

El carácter enteramente democrático de este último partido, la corriente de simpatía que entre los elementos civiles de la administración pública alcanzaba la idea de una candidatura civil y hasta la circunstancia de contar con la adhesión de algunos miembros del Ejército, todo hizo que los militares vieran con recelo el nacimiento de una candidatura civil y que comenzaran una deliberada propaganda en el sentido de hacer aparecer al partido civilista como apoyado por el Ejecutivo Federal, no obstante las repetidas garantías de neutralidad que en diversas ocasiones había dado el Ejército y no obstante, sobre todo, los actos efectivos de imparcialidad llevados a cabo por él. Desde la aparición de la candidatura del señor ingeniero Ignacio Bonillas, éste fue acusado por los partidarios de las dos candidaturas militares, de ser el candidato de imposición; primero como un medio de desprestigiarlo ante la opinión y luego como ataque contra el gobierno.

PROVIDENCIAS PARA EVITAR LA LUCHA ARMADA INMINENTE

A partir de este momento comenzó a comprenderse que la celebración de las próximas elecciones presidenciales y la posterior transmisión del poder podría significar serios peligros si no se tomaban medidas para eliminar toda intervención del ejército y si no se procuraba dar plena satisfacción a la opinión pública de que sería respetado el voto popular.

Así lo comprendieron todos y nada de extraño tuvo por consiguiente, que tanto el Gobierno Federal como los de los Estados comenzaran a preocuparse por tomar medidas en previsión de que se presentaran serias dificultades para celebrar las elecciones o de que durante éstas se perturbara seriamente el orden o, después de ellas se alterara la paz en la República. A iniciatíva de los gobernadores de Guanajuato, Querétaro, Jalisco y San Luis Potosí, se convocó y celebró una reunión de los gobernadores de todos los Estados, cuyo objeto era discutir los medios legales que pudieran ponerse en práctica para lograr la celebración tranquila de las elecciones y la transmisión del poder.

A esta reunión fueron invitados todos los gobernadores constitucionales de los Estados, siendo de notarse que se abstuvieron de concurrir los gobernadores de Sonora, Michoacán, Zacatecas y Tabasco, a los que veremos más tarde tomando una participación activa en los recientes acontecimientos.

Las referidas juntas se celebraron del 6 al 10 de febrero de este año, habiéndose llegado a fomentar en ellas ciertas conclusiones que, en sustancia, consistían en el propósito firme de cumplir con la ley y garantizar el sufragio efectivo, dejando a cargo de los gobernadores la vigilancia de las elecciones y recomendando al Ejecutivo Federal que el Ejército se abstuviera de toda participación o ingerencia durante las elecciones.

LABOR SUBVERSIVA EN VEZ DE PROPAGANDA ELECTORAL

A partir de esta época, la campaña presidencial de los generales Obregón y González perdió sus caracteres de contienda electoral y comenzó a asumir los de una provocación a la revuelta.

El general Obregón recorría la República aparentemente en gira de propaganda democrática y sus partidarios y antiguos subordinados en el ejército hacían constantes viájes a diversas partes del país, donde en su concepto se podrían tener mayor número de adeptos; durante los últimos meses, la gira del general Obregón no tuvo ya por objeto apelar al voto de sus conciudadanos, sino prepararse para un levantamiento en armas y él, que en su manifiesto de postulación había hecho de la inmoralidad del ejército la principal inculpación contra el gobierno, no tuvo ningún escrúpulo en sembrar la semilla de la insubordinación por dondequiera que pasaba, aprovechando su aparente gira democrática para invitar e inducir a un gran número de jefes militares a que se levantaran en armas en caso de que su candidatura no triunfara, siempre dando como causa la supuesta imposición que el gobierno pretendía hacer, primero del general Pablo González y luego del ingeniero Ignacio Bonillas.

Esta labor de corrupción del ejército se llevó a cabo persistentemente, tanto por contacto directo del general Obregón, como por medio de emisaríos, pudiendo decirse que cuando el gobierno pudo darse cuenta de ella, una porción considerable del ejército se encontraba ya minada.

OBREGON EN ALIANZA CON LOS REBELDES

El general Obregón no se limitó, sin embargo, a procurar el apoyo militar del ejército, sino que trató con alguno de los muchos rebeldes, poniéndose en contacto con ellos y procurando un acercamiento, con el propósito probable de utilizados más tarde. Algunos de los rebeldes que se sentían ya vencidos, pero que conocían o adivinaban los futuros propósitos del general Obregón, se presentaron a sus delegados o le enviaron comisiones ofreciéndole sus servicios, bajo la forma aparentemente legal de una rendición por su conducto. El general Obregón les escuchaba, pero en ningún caso dio aviso a la Secretaría de Guerra o al presidente de la República, de las rendiciones que se propusieron y hasta la fecha se ignora cuáles hayan sido los arreglos que haya tenido con aquellos rebeldes con quienes llegó a ponerse en contacto.

LA RENDICION DE CEJUDO

Aún eran relativamente de poca significación esta cadena de actividades cerca de los rebeldes cuando fue sorprendido por el gobierno, lo que dio ocasión a que se abrieran averiguaciones judiciales en las cuales se vio envuelto el general Obregón. El incidente de la falsa rendición de Cejudo tenía relativamente poca importancia como acto de rebelión en sí, pero sirvió, sin embargo, al gobierno para descubrir hasta qué punto había llegado el general Obregón en la propaganda de su futuro pronunciamiento, supuesto que con tal de llegar al poder él, el revolucionario de antes, no se había detenido ni ante la alianza con los rebeldes, ni había tenido escrúpulos en tratar con los más enconados enemigos de la Revolución constitucionalista y de nuestros principios. Hasta la fecha no se han podido conocer todas las ligas y todos los como promisos que hubiese contraído el general Obregón con los rebeldes; pero el gobierno llegó a tener la convicción moral de que el citado general estuvo en contacto o cuando menos en relaciones con Félix Díaz, con Peláez y con algunos de los elementos de Villa.

Las averiguaciones judiciales que la autoridad militar hizo con motivo de la falsa rendición de Cejudo, no causaron al general Obregón más molestias personales que la de llamarlo a la capital a declarar en el proceso. Sin embargo, fue la ocasión aprovechada por él para lanzarse abiertamente a la rebelión fugándose de la ciudad de México, en los momentos precisos en que sus partidarios comenzaron a levantarse en armas con diversos pretextos.

PRUEBAS EVIDENTES DE LOS PLANES SUBVERSIVOS OBREGONISTAS

Si no hubiera habido otra prueba de los propósitos de rebelión del general Obregón y sus partidarios, sería bastante la notable simultaneidad con que, en un momento dado, se produjeron otros acontecimientos relacionados con la fuga del general Obregón. Esta simultaneidad, que se ha querido hacer aparecer como una protesta general de la opinión pública en todo el país contra el supuesto atentado que se cometía contra el general Obregón al envolverlo en el proceso de Cejudo, es, sin embargo, el síntoma más revelador de lo avanzado que se encontraban los trabajos de rebelión.

En efecto, en los precisos momentos en que se hacían las averíguaciones para deslindar las connivencias entre el general Obregón y los rebeldes felicistas, las autoridades del Estado de Sonora, donde se encontraban ya algunos de los principales partidarios del general Obregón, protestaron contra ciertas medidas tomadas por el Gobierno Federal en previsión de algunos trastornos del orden, por considerarlas atentatorias de la soberanía del Estado, y después de algún cambio de comunicaciones telegráficas entre el Gobierno Federal y el del Estado de Sonora, las autoridades de éste declararon que el Estado reasumía su soberanía y se rebelaban contra el gobierno del centro. En el decreto expedido por la Legislatura del Estado de Sonora con este motivo, se dan como razones de esa actitud las medidas de carácter hacendario, político y militar tomadas por el centro por considerarlas violatorias de su soberanía; pero todas las publicaciones y todos los documentos oficiales que con este conflicto se relacionan y el hecho mismo de no haber acudido, ni intentado siquiera acudir el Estado de Sonora a la autoridad de la Suprema Corte de Justicia para resolver su conflicto con la Federación, indican de modo claro que la insurrección de las autoridades de Sonora era una cosa resuelta de antemano y constituía una rebelión de los partidarios del general Obregón contra lo que ellos consideraban como una posible y futura imposición electoral en aquel Estado.

El pretexto para la sublevación del Estado de Sonora, por su misma futileza, es revelador de los propósitos que ya tenían los partidarios del general Obregón de levantarse en armas; pero la ligereza con que fue llevada a cabo dicha sublevación, indica claramente que el momento en que se resolvió no fue el oportuno, pues resultaba excesivamente precipitado, prematuro e injustificado levantarse en armas a pretexto de una imposición dos meses antes de las elecciones.

LA SALIDA DEL GENERAL OBREGON COMO SEÑAL DE LEVANTAMIENTO

El general Obregón, que se encontraba en México cuando acaeció la insurreción de las autoridades de Sonora, tuvo buen cuidado de no emitir su opinión sobre dicho conflicto, ni menos de autorizarlo. Pero en la madrugada del 13 de abril desapareció de la ciudad de México, sin que durante algunos días se supiera su paradero.

Como si la fuga del general Obregón hubiera sido una señal convenida, los levantamientos militares comenzaron a efectuarse; el dia 15 de abril el gobernador del Estado de Michoacán, coronel Pascual Ortiz Rubio, abandonaba el gobierno que le habia sido confiado por el voto popular. para lanzarse a la rebelión al frente de algunas de las defensas sociales del Estado y de algunas de las fuerzas federales que lo guarnecían. Casi simultáneamente, el 16 el gobernador del Estado de Zacatecas, general Enrique Estrada, solicitaba una licencia para separarse del gobierno y se levantaba en armas. La particularidad de ser éstos los más connotados partidarios que entre los gobernadores tenía el general Obregón, fue un indicio más de que había un acuerdo previo, bien determinado para levantarse en armas cuando el general Obregón lo hiciera.

Días después, el gobierno del Estado de Tabasco siguió el ejemplo de Sonora, sin que se sepan hasta la fecha las causas o motivos que haya tenido para desconocer al Gobíerno Federal.

Hasta aquí se ve cuál es la actitud que han asumido los gobernadores de Sonora, Michoacán, Zacatecas y Tabasco, que fueron precisamente los que no quisieron concurrir a las Juntas de gobernadores convocadas con el objeto de buscar una solución democrática y pacífica a la campaña presidencial.

OBREGON, SUBORDINADO DE ADOLFO DE LA HUERTA

El general Obregón, de cuyo paradero no había podido tenerse conocimiento durante algunos días, se dirigió al Estado de Guerrero, donde fue recibido y acogido por las autoridades. La Legislatura del Estado expidió un decreto con fecha 20 de abril secundando el movimiento autonomista de Sonora, es decir, declarando que el Estado de Guerrero asumía su soberanía, e invitando a los gobiernos de los demás Estados de la República a asumir la misma conducta.

Casi al mismo tiempo, con fecha 20 de abril, el general Obregón lanzó en Chilpancingo una especie de manifiesto en el que, después de acusar como siempre al Ejecutivo Federal de propósitos imposicionistas, declara levantarse en armas y desconocer los tres poderes federales: al Ejecutivo por la imposición de que lo acusa, y al Legislativo y Judicial por lo que él llama su complicidad y tolerancia en los actos del Ejecutivo. En dicho manifiesto el general Obregón declara encontrarse a las órdenes del gobernador del Estado de Sonora, don Adolfo de la Huerta, a quien reconoce como jefe. Esta circunstancia un tanto ridícula de aparecer subornidado el general Obregón a don Adolfo de la Huerta, y de desconocer por sí los tres poderes federales, cuyo origen es indiscutiblemente democrático, están indicando el espíritu dictatorial con que se ha iniciado y se pretende continuar la rebelión obregonista.

Diversos levantamientos de la misma índole y de carácter enteramente obregonista han ocurrido en otros lugares, pero hasta la fecha todos los levantamientos militares efectuados en los Estados de Zacatecas, Michoacán, Sonora, Guerrero y Tabasco, y los que recientemente han tenido lugar en los Estados de Chihuahua, Puebla, Oaxaca y México, indican por su número, por la semejanza de procedimientos y por las personas que en ellos se hallan envueltos, que se trata de un levantamiento general de las fuerzas que simpatizan con la candidatura del general Obregón, las cuales, indudablemente, preparaban un pronunciamiento para cuando las elecciones se hubieran efectuado, si su candidatura no obtenía en ellas el triunfo; pero que, en virtud de las circunstancias antes referidas, se vieron obligadas a anticiparse.

LA VERDADERA ACTITUD DE LAS FUERZAS PABLISTAS

Por lo que hace a la actitud del candidato, general Pablo González, han ocurrido igualmente acontecimientos que es necesario relatar. Puede decirse que hasta la aparición de la candidatura civilista del ingeniero Ignacio Bonillas había existido siempre una abierta pugna política entre él y el general Obregón. Sin embargo de esto, en los momentos de la fuga del último, la actitud de las fuerzas que en un tiempo habían estado a las órdenes del general González y la de este mismo, cambió completamente, quizá en virtud de algún acuerdo expreso celebrado entre ambos candidatos militares para suspender la campaña electoral y comenzar actividades militares.

En efecto, independientemente de la lenidad demostrada por las tropas gonzalistas que guarnecían el Estado de Morelos y que permitieron el paso del general Obregón hacia el sur, desde que comenzaron los levantamientos obregonistas, y que el Gobierno Federal empezó a requerir el apoyo del ejército para reprimirlas, se vio que no podía contarse con las fuerzas para la labor de represión, pues en todos los casos en que se echa mano de ellas, para combatir a los rebeldes obregonistas a tomar posiciones en contra de ellas, rehusaron entrar en combate y se sustrajeron a la obediencia del gobierno. Tal lo que ocurrió en Cuernavaca y Cuautla, pudiendo decirse que las sucesivas desobediencias de los jefes que habían militado bajo< las órdenes del general González, seguían un programa bien modelado.

Sin embargo, los llamados pronunciamientos de las fuerzas de Cuernavaca y Cuautla no tuvieron propiamente el carácter de insurrección, sino que se asemejaban más a una especie de huelga, supuesto que sin tomar una actitud agresiva contra el gobierno se rehusaban a batirse. Esta actitud la conservaron las fuerzas gonzalistas mientras el general González permanecía todavía en la ciudad de México, en buenas relaciones con el gobierno y trabajando aparentemente dentro de la ley para su candidatura.

DON PABLO QUERIA SER A LA VEZ JEFE MILITAR Y CANDIDATO

Cuando quedó bien definida la actitud de rebeldía del general Obregón y sus partidarios, el general González ofreció con aparente sinceridad prestar sus servicios al gobierno constituído insinuando sus deseos de reingresar al ejército y de ponerse nuevamente al frente de lo que fueron sus fuerzas, que él pretendía controlar, pudiendo, por consiguiente, resolver con su sola presencia en el ejército el conflicto que se presentaba. Pero el general González no se puso enteramente a las órdenes del gobierno como jefe militar, sino que atribuyendo una gran importancia a su colaboración, trató de imponer ciertas condiciones que tenían por objeto asegurarse la conservación de su carácter de candidato a la presidencia de la República para lo futuro.

El general González me había ofrecido sus servicios, pero en vista de que su regreso al ejército lo imposibilitaba para continuar como candidato presidencial, pretendía que el señor ingeniero Ignacio Ronillas renunciara igualmente a su candidatura, para que ambos quedaran en iguales condiciones. Después de alguna entrevista entre los dos candidatos, convinieron ambos conmigo en renunciar conjuntamente su candidatura a la presidencia y ponerse a las órdenes del gobierno para combatir la rebelión obregonista. El general González rehusó más tarde, sin embargo, llevar a cabo lo convenido con el señor ingeniero Ignacio Bonillas, pretendiendo que al encargarse nuevamente de sus tropas, tácitamente quedaba retirada su candidatura, sin perjuicio de que más tarde pudiera volver a surgir, pero exigiendo, en cambio, que el señor ingeniero Bonillas renunciara definitivamente a la suya.

Cuando el gobierno vio que el general González pretendía poner condiciones para su reingreso al servicio militar, su actitud se había hecho ya demasiado sospechosa, supuesto que nuevos jefes de los llamados gonzalistas continuaban declarándose en huelga por indicaciones de él y se rehusaban a obedecer.

CON QUE FUERZAS SE CUENTA PARA BATIR A LOS REBELDES

El día 1° de mayo, por fin el general don Pablo González se ausenta de la capital de la República, yendo a reunirse con algunos de sus antiguos subordinados y arrogándose la jefatura de las fuerzas gonzalistas que el gobierno no había querido volver a poner bajo su mando y aún cuando hasta esta fecha no ha definido el motivo político o legal de su actitud, es un hecho que se encuentra alzado en armas contra el gobierno.

Entre la rebelión obregonista y la rebelión gonzalista, no parece existir hasta estos momentos más que una inteligencia tácita o un propósito común de derrocar al gobierno.

Queda por otra parte un considerable número de fuerzas militares, principalmente las que se hallan a las órdenes de los divisionarios Diéguez, Castro, Murguía, Aguilar y otros jefes que permanecen leales al gobierno, con las cuales se puede contar para combatir a los rebeldes.

RESUMEN DE LA SITUACION ACTUAL

La situación del país puede, pues, resumirse así: Una parte del ejército, la que se encontraba formada por partidarios de los generales González y Obregón, se ha levantado en armas con el propósito ostensible de adueñarse del poder, para efectuar elecciones de presidente en las condiciones que ellos crean más favorables a sus respectivos propósitos. Otra parte del ejército permanece, sin embargo, leal al gobierno constituído, aún cuando no es posible todavía, por las dificultades de toda campaña, definir cuáles fuerzas permanecerán leales.

Entre los elementos militares que se encuentran realmente en actitud de rebelión, no se sabe si la oficialidad y los soldados participan de los propósitos de los jefes o si se trata únicamente de un pronunciamiento de éstos. Un gran número de soldados, clases y oficiales, en algunos casos han regresado voluntariamente para incorporarse a los cuerpos leales. Por otra parte tampoco puede juzgarse con certeza la actitud que pudieran asumir las fuerzas leales en un momento dado, pues no sería sino hasta el momento en que comience realmente la lucha armada, cuando puedan conocerse claramente las tendencias de las fuerzas que entren en pugna y saberse con precisión hasta dónde llega el mal y con qué elementos puede todavia contar el presidente de la República para sostener su autoridad y la legitimidad de su gobierno.

NO SERA POSIBLE EFECTUAR LAS ELECCIONES

Una cosa se puede asegurar sin temor de equivocación, y es que el conflicto surgido hasta ahora sólo tiene carácter exclusivamente militar. No existe problema político ninguno en el cual haya tomado parte el pueblo propiamente dicho, y si la situación aparece delicada, es solamente por cuanto a que el presidente de la República no puede todavía saber con exactitud qué parte del ejército estará dispuesta a sostener su autoridad.

EL DEBER DEL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA

En estas condiciones nadie discute ya la imposibilidad de continuar los trabajos electorales de los candidatos, ni es posible que puedan efectuarse elecciones presidenciales en la época prevista por la Constitución, el candidato civil, señor ingeniero Bonillas y sus partidarios han suspendido también sus trabajos en vista de la situación en que se encuentra el país y de que los candidatos militares se han descartado voluntariamente de la lucha democrática.

Ante la situación que llevo relatada, no cabe ninguna duda acerca de que es el de emplear todos los medios que la ley a mi cargo pone a mi disposición, para sofocar el movimiento armado y hacer respetar la autoridad del gobierno constituido. Se equivocaron completamente los que pudieran suponer que por un momento cedería yo ante la amenaza de la rebelión, por extensa y por poderosa que se le suponga, para abandonar el puesto en que la voluntad del pueblo me ha colocado.

Me encuentro, por tanto, firmemente resuelto a luchar todo el tiempo que sea necesario y por todos los medios que sea posible, hasta vencer la rebelión, pues profeso la idea de que como Jefe de una Nación, legítimamente electo, no debo entregar la primera Magistratura, que el pueblo puso en mis manos, a ninguno que no haya sido legalmente designado para recibirla.

EL CUARTELAZO NO ES UN MEDIO DE CONQUISTAR EL PODER

Como jefe del Partido que llevó a cabo la Revolución Constitucionalista, debo declarar que considero como uno de los más altos deberes que tengo ante la historia, el dejar sentado, afirmado y establecido el principio de que el poder público no debe ser ya en lo futuro un premio a los caudillos militares, cuyos méritos revolucionarios, por grandes que sean, no bastan para excusar posteriores actos de ambición; considero que es esencial para la salvación de la independencia y de la soberanía de México que la transmisión del poder se haga en todo caso pacíficamente y por procedimientos democráticos, quedando enteramente desterrado de nuestras prácticas políticas el cuartelazo, como medio de escalamiento del poder; y considero por último que debe quedar incólume y respetarse siempre el principio que adoptaron los constituyentes de 1917, de que no puede regir los destinos de la República ningún hombre que haya pretendido escalar el poder por medio de la insubordinación, del cuartelazo o de la traición.

NO ENTREGARE EL PODER SINO A QUIEN RESULTE ELECTO

Manifiesto, pues a la Nación, con entera franqueza, que independientemente de las medidas que el Poder Legislativo pueda proporcionarme para hacer frente a la situación, apelaré a todos los medios que la conveniencia pública y el patriotismo aconsejan, para no dejar el gobierno del pais en manos de ninguno de los caudillos militares, que seguirán ensangrentando a la Patria, cuando tuvieran que disputárselo el uno al otro, y por lo mismo declaro terminantemente que no haré entrega de este poder, sino después de vencida la rebelión, a quien hubiese sido designado legalmente para sustituirme.

Como presidente de la República, hago, por lo tanto un llamamiento a la oficialidad, clases y soldados del ejército que se encuentran levantados en armas, para que, conocida la verdadera situación del país, y sabiendo ya hacia dónde quieren conducirlos las ambiciones de sus jefes, puedan tener ocasión de rectificar su actitud y volver en apoyo del gobierno.

Hago igualmente un llamado al ejército que aún permanece leal, para que, en vista de la situación que antes he expuesto, se abstenga de secundar a los que induzcan a la rebelión.

Por último, apelo al pueblo mexicano, a quien acudiré en demanda de nuevos soldados que presten su apoyo al gobierno constituído y de nuevos esfuerzos para la lucha, a fin de que sostengan los principios democráticos por los cuales hemos venido luchando, hace diez años, y no permita que una vez más se repita el caso de Huerta, Félix Díaz y Madero, ni que los que ayer fueron sus defensores, le usurpen con las armas en la mano el derecho de nombrar legalmente sus nuevos mandatarios.

La suerte, que hasta el año de 1917 había sonreído al señor Carranza, le dio la espalda y le fue adversa.

El primer descalabro lo sufrió cerca de la Villa de Guadalupe, en donde alcanzó a su convoy una máquina loca que lanzaron elementos a las órdenes del general Pablo González, que provocó la muerte de algo más de doscientas personas, en su mayor parte soldados del regimiento Supremos Poderes.

El día 8 amaneció en Apizaco. Acompañaban al señor Carranza los generales Murguía, Lucio Blanco, Francisco L. Urquizo, Pilar R. Sánchez, Agustín Millán, Bruno Neyra, Jesús Dávila Sánchez, Federico Montes, Juan Barragán, Marciano González, Francisco de P. Mariel, Manuel H. Pérez, Norberto Olvera, Heliodoro Pérez y el coronel Paulino Fontes, quien dirigía el convoy del presidente en su carácter de director general de los Ferrocarriles.

Reanudaron la marcha, y como en los trenes viajaban no tan sólo militares, sino gran número de civiles y familias con mujeres y niños, el desconcierto hizo presa de los viajeros. Además, la falta de alimentos, la escasez de combustible, y la imposibilidad de que las tropas continuaran su marcha en ferrocarril porque las vías y puentes estaban siendo destruidos por sus enemigos, obligó al general Francisco Murguía a tomar la ofensiva para repeler el ataque de los rebeldes que asediaban los convoyes.

Los atacantes, parapetados firmemente en los carros, opusieron tenaz resistencia al ataque de las fuerzas carrancistas que luchaban bajo las órdenes de los generales Murguía, Urbalejo, Mariel y Urquizo.

El propio señor Carranza, al frente de los combatientes, a quienes alentaba, desafiaba serenamente el peligro, habiendo logrado que los atacantes fueran rechazados y se retiraran.

En uno de aquellos combates tomaron parte los cadetes del Colegio Militar.

El 13 de mayo las fuerzas al mando del general Guadalupe Sánchez, a quien se creía leal al gobierno, apoyadas por los generales Higinio Aguilar y Pedro Gavay, libraron otro combate con las huestes del señor Carranza, en el que encontró la muerte el general Agustín Millán.

Al día siguiente, en junta de generales, se acordó abandonar los trenes, tanto porque era imposible continuar el viaje por la destrucción de las vías, cuanto porque el general Treviño, con fuertes contingentes, venía de la ciudad de México en persecución del tren presidencial. Por ello, en Aljibes, donde se tomó dicho acuerdo, los viajeros decidieron internarse en la montaña, no sin antes quemar los archivos para evitar que cayeran en manos del enemigo. Tomaron el rumbo del rancho y pernoctaron en la hacienda de Zacatepec. Al amanecer del día 15 reanudaron la marcha, quedando en el lugar, por orden del señor Carranza, la mayor parte de los diputados y senadores que lo seguían y aquellos que no tenían caballos para continuar adelante. Pasaron cerca de Oriental, por Coyotepec y Torija, siguieron por Ocotepec y durmieron en una hacienda llamada Temaxtla. Al salir de este último lugar, se unió a la columna que acompañaba al presidente Carranza el general Heliodoro Pérez, y se dirigieron a Tetela con la esperanza de que el coronel Gabriel Barrios, cacique de la comarca, los protegiera, pero éste rehuyó su presencia porque acababa de reconocer el Plan de Agua Prieta.

Al llegar a Tetela, el señor Carranza se enteró de la defección del coronel Barrios y decidió proseguir hacia Cuautempan, donde se resolvió aligerar la columna que lo protegía, ordenando a los alumnos del Colegio Militar que regresasen a la ciudad de México para evitarles un sacrificio inútil.

De allí siguió a Tepango y a la caída de la tarde acampó en la ranchería de TIaltepango.

Desde ese momento el general Francisco de P. Mariel, quien había operado y conocía la región, se hizo cargo de la seguridad del señor Carranza y de sus acompañantes. Llegaron a Patla la mañana del día 20, donde el señor Carranza, tras de consultar con el general Mariel, decidió, por razones de seguridad, dirigirse a Tlaxcalantongo, que está más cerca de Villa Juárez.

Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - El gobernador de Sonora, don Adolfo de la Huerta, desconoce al presidente CarranzaCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - El asesinato del presidente CarranzaBiblioteca Virtual Antorcha